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Ídolo de Ídolos
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Libro electrónico314 páginas4 horas

Ídolo de Ídolos

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Ídolo de ídolos, resume aquel anhelo a veces inerte, a veces imposible, o algunas veces ultra reprimido por los imposibles de la vida que todos albergamos en lo más íntimo de nuestro yo, como indiscutibles seres consumidores de oxígeno. Nos vamos a permitir jugar con vuestras mentes y corazones recurriendo al maravilloso encanto de miles de palabras. Queremos invitarles a abandonar la cotidianidad a través, de este humilde relato. Permítanos invitar a su ente, al relajante recreo bien merecido de su imaginación... con oportunas pinceladas de romance, misticismo, y sobre todo, con un constante deseo de llenar ese espíritu de niño aventurero que todos tenemos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 ene 2021
ISBN9781643344638
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    Ídolo de Ídolos - Wilfredo Alcántara

    cover.jpg

    Ídolo de Ídolos

    Wilfredo Alcántara

    Derechos de autor © 2020 Wilfredo Alcántara

    Todos los derechos reservados

    Primera Edición

    PAGE PUBLISHING, INC.

    Conneaut Lake, PA

    Primera publicación original de Page Publishing 2020

    ISBN 978-1-64334-462-1 (Versión Impresa)

    ISBN 978-1-64334-463-8 (Versión electrónica)

    Libro impreso en Los Estados Unidos de América

    Tabla de contenido

    Chapter 1

    Chapter 2

    Esta era una de las innumerables veces, que Johnny se exponía a tal incomodidad, prácticamente su orgullo de superestrella había sufrido un revés fuera de serie. Se levantó de un nervioso salto del sillón donde se encontraba sentado parsimoniosamente, caminando varios pasos hacia atrás en señal de incomodidad; parecía una fiera embravecida que detrás de una acalorada disputa por un festín, se disponía a contraatacar a su competencia. Dentro de su pecho sentía el acelerado latir de su corazón, a punto de estallar, su mente y su iluso sentido común, no daban crédito a lo que escuchaba; y casi tal cual rayo veloz, en milésimas de segundos pasaron por su mente miles de ilusorias ideas, comunes, dentro del ambiente de superestrellas, de la talla de él; era el eco de su ilusión, lo que dominaba su ultrainflado ego. Repetía para sí mismo, en micro milésimas de segundos: «¡Yo!, la máxima figura de la juventud moderna, el ídolo de multitudes. Yo, el gran Johnny Flash, el sueño inalcanzable de miles de preciosas mujeres; ¡qué ignominia tan aberrante!; ¿cómo es posible? El que se me ponga en tan incómoda y estúpida situación».

    Johnny se encontraba al borde de su iluso abismo, de repente cortando el espacio, con su inconfundible y melodiosa voz, Karym, detiene toda aquella conmoción, ella sabe más que nadie, hasta dónde llegar, los años de experiencia tratando con este recontrainflado mundo surrealista, de mega estrellas, le ha dado el inconfundible don, de calmar los ánimos más caldeados, el éxito que ha alcanzado no fue casualidad lograda por su raíz familiar, ni mucho menos por su flamante belleza, ella conocía muy bien hasta dónde el ego de este llamado mundo de estrellas, se apoderaba de sus víctimas. Así que, retomando control de la situación esparce sus convincentes argumentos en todas direcciones. Por un lado, Johnny, quien está acostumbrado, más por vicio que por conveniencia a dejarse seducir por aquella flamante manejadora; por el otro lado, Dan Bravo, quien más que nadie, conoce el casi inexplicable y misterioso dominio que Karym ejerce en los artistas que representa. Obligando a ambos contendientes a deponer automáticamente las armas verbales. Dan Bravo, aunque sabe que tiene todo el poder en sus manos para aplastar la carrera artística de cualquiera que se oponga a sus intereses comerciales, decide calmar sus ánimos, por lo menos, por el momento, no puede dar riendas sueltas a su desenfrenado temperamento, bajo ningún concepto puede permitir que las cosas se escapen de sus manos. La presión que ejercen sus asociados, así como el galopante mundo del mercado de valores, pueden llevar su negocio por un camino no muy placentero; grandes magnates han despilfarrado exitosas carreras, guiados por los impulsos de sus emociones, con vidas aún mucho más exitosas que la propia.

    Deteniendo su acelerado pulso sanguíneo, respira profundamente, dejando las riendas de todo este altercado en manos de Karym. Sin dejarlo notar, recurriendo a la astuta discreción, cual fiera se agazapa en una de las esquinas, de sus más belicosos pensamientos; parecía una leona, que por el momento ha dejado escapar su presa, pero deja en el ambiente una pesada atmósfera que se podía tocar materialmente con las manos. Karym posee el don de la palabra, haciendo uso de este propone:

    —Caballeros —replica suave y firme—, Johnny en estos momentos se encuentra muy agotado, lo cual no nos va a permitir llegar a un juicioso acuerdo, nosotros por el momento nos vamos a retirar, pero dejando claro, la reanudación de esta conversación en la próxima reunión, si no me equivoco, el próximo jueves, a esta misma hora. Johnny ha tenido una semana muy agitada, por tal motivo, les voy a agradecer, que nos entiendan.

    Involuntariamente todos asienten; Danny como solían llamarlo sus íntimos conocidos, despide a Karym con un gesto frívolamente comercial. Dar su brazo a torcer no es uno de sus más galardonados atributos, de manera que opta por dejar, por el momento, las cosas en manos de esta hábil mujer. Capellán, con su acelerada manera de hacer las cosas, interrumpe cualquier hilo de pensamiento que haya quedado detrás de esta callosa despedida:

    —Señor Bravo, el cuerpo ejecutivo se encuentra listo, solo esperamos por usted.

    Capellán había logrado apaciguar el agrio sabor dejado por aquella frívola despedida, sus años a la sombra de Danny, le habían dado la suficiente perspicacia para manejarse cautelosa y oportunamente en derredor de este magnate del mundo del espectáculo. Podríamos con toda seguridad señalar la existencia de una simbiosis que aportaba un beneficio relajante al agitado y nunca imparable mundo de Dan. Ambos ejecutivos se retiran, el sabor a batalla aún no se retira de su ego, camina metódicamente contando sus pasos hacia la sala de juntas; Capellán, quien prácticamente con el paso del tiempo ha aprendido a leer los pensamientos de Dan retiene sus palabras, él tiene amplio conocimiento de la presión a la cual Dan está sujeto; él, ha manejado esta relación simbiótica durante varios años y sabe que este es el momento de mantenerse en completo silencio, pero sin bajar la guardia, dejando que los hechos, tomen su propio curso.

    A pocos metros a mano derecha, se encuentra la imponente puerta del salón ejecutivo. Avanzan a medida que ambos tratan de desenredar la maraña de ideas que aun todavía burbujean en su meditar. Dan, se encuentra tan absorto en sus estratégicos cálculos, sin siquiera sentir el pesado alargamiento de la distancia entre el pasillo principal y el salón de conferencias; apenas siente el peso de las piernas, las cuales, con la misma rapidez del avance de los segundos, dificultan su difícil maniobrar; para el momento en que su subconsciente quiere reaccionar, es muy, pero muy tarde. Una negra y pesada, silenciosa cortina cae sobre sus ojos, huyendo de él, todo sentido de conciencia. Pareciera ser que todo su derredor se hubiese desplomado junto con él. Todo el personal de trabajadores que había en estas suntuosas oficinas, quedaron pasmados, sin pestañear, puede tocarse los signos de interrogación, o admiración, disipados en el ambiente; un momentáneo y frío silencio se apodera de todos, nadie reacciona, es altamente imposible, dar crédito a lo que sus ojos estaban contemplando. No dándose cuenta de todo aquello, Capellán, había avanzado, enésimas de centímetros más con la vista, que, con sus pasos físicos, lo cual no le permitía ver todo el cuadro completo. Este sintió de momento, en todo su alrededor, que el mundo de repente había parado, mientras él por su parte, seguía su curso; presintió en el aire el momentáneo desconcierto, generado a causa de los sucesos; más por instinto, que, por agilidad física, alcanzó a agarrar al señor Dan, antes de que el cuerpo de este llegara a tocar el suelo.

    Un grito de alarma sacó a todos del alelamiento:

    —¡Por favor llame alguien una ambulancia, un doctor!

    Capellán, sosteniendo a Dan aún entre sus brazos, trata de hacerlo reaccionar:

    —Señor. Dan, ¿me puede escuchar?

    ¡Nada!, absolutamente nada, ni la ínfima expresión, surge de la boca del señor Bravo, lo cual hace aumentar más la desesperación de todo aquel confuso ambiente.

    —¡Alguien llame por favor al servicio de emergencia! —se vuelve a escuchar este grito reglamentario.

    Mientras otros lo interrumpen con la respuesta:

    —Hemos llamado al servicio de emergencia, están en camino, inclusive llamamos a su doctor de cabecera, el doctor Ciprian —responde eufóricamente una de las secretarias que allí se encontraba.

    Parecía ser interminable la guerra de interrogantes y signos de admiración que todo aquel ambiente generaba, cada segundo, parecía una larga y agotadora hora.

    —¡Por favor despejen un poco, él necesita probablemente aire! —exclama nuevamente Capellán, en su intento de aportar algún aliciente a tan confusa situación.

    Se sentía acorralado producto de toda esta momentánea situación, su desconcierto había alcanzado un nivel tan alarmante, que se le había olvidado que hace unos segundos atrás, alguien del personal le había informado que los servicios de emergencia habían sido notificados. Mientras la eternidad de los segundos se hacía más y más larga, la noticia de lo sucedido comenzaba a correr de un lugar a otro, dentro de las paredes de aquel inmenso emporio empresarial; rebotaba de un lugar a otro, como si fuera una de esas bolitas que forman parte de uno de esos clásicos videojuegos. Los teléfonos de un lugar a otro dentro de este inmenso edificio no dejaban de sonar, desde el primer piso, hasta el piso setenta y uno, desde el piso treinta y cinco, hasta el número tres; subía y bajaba la bolita, y cada vez que volvía consigo, traía cosas nuevas. ¡El señor Dan Bravo, sufrió un desmayo!, El señor Dan Bravo, tropezó y cayó al piso, El señor Dan Bravo, sufrió un desmayo a causa de un ataque al corazón o un derrame cerebral. Y continuaba aquella bolita subiendo y bajando. Solo el cuchillo de la sirena de los cuerpos de emergencia pudo desacelerar todo aquel suceso, que ya a estas alturas de juego, se había convertido en una inmensa avalancha.

    El correr del rumor fue lo suficiente veloz, para adelantar el paso de la multitud de periodistas agolpados en la sala de espera, aún mucho antes de que la ambulancia entrara por la puerta del servicio de emergencias. Todos se agolpaban en esta sala, que debido a la multitud se había achicado en cuestión de minutos, asemejándose a buitres, a punto de devorar su putrefacto festín. Parecía ser, que aquella bolita había salido del edificio empresarial, cubriendo con su pócima chismorreica una gran parte de la ciudad. Los dados habían sido echados a la mesa de juego, el espectáculo comenzaba, los medios se hicieron eco de aquella noticia a un nivel alarmante, el mundo empezaba a dar vueltas más rápido de lo acostumbrado. Sin embargo, en el salón ejecutivo, todos seguían sumergidos en su absorbente mundo particular, aquella junta ejecutiva tenía algo singular, todos estaban presentes, mas nadie mentalmente se encontraba allí.

    Mister Nash Dillon, excéntrico hombre de negocios, cuya fortuna sobrepasa el billón de dólares, conformada por todo tipo de negocios, siendo su fuerte principal una enorme cadena de casinos en el medio oriente, quien encontró en Dan Bravo un socio perfecto, para diversificar su capital en el mercado americano; mister West Jhonson, a quien la dicha de heredar una inmensa fortuna no le fue suficiente para saciar su bien entrenada ambición, el cual adjunto de Dann, fue uno de los principales responsables de orquestar todo aquel equipo de inversionistas, aprovechando el deseo expansionista, factor característico de Dan Records; a su mano derecha, una de las piezas claves de este equipo, mister Sam Thompson, astuto inversionista de Wall Street, quien habiéndose labrado una fortuna en el difícil y complicado mundo de la bolsa de valores, había llevado a aquella empresa, a ocupar un considerable sitial, en el mundo de las finanzas. Se podría decir, que era una de las pocas empresas que había triunfado en dos mundos muy distintos a la vez; el mundo del espectáculo, así como el afamado mundo de Wall Street. La dinámica y capacidad de proyección que confortaba todo aquel equipo, así como la enorme máquina mercadotécnica liderada por mister Charlie Owens, quien se encontraba sentado justo en frente de mister Thompson; habían logrado hacer de Dan Records, un indicador económico en el mundo de los valores, en cuanto a lo que se refería a empresas de espectáculos. Sus fluctuantes ganancias en el mercado de valores habían logrado que prácticamente un enorme porcentaje de las empresas de este ramo, que habían optado por irse al mercado público, tomaran como líder a Dann Records.

    Charlie Owens, no solo había puesto a trabajar, su máquina publicitaria, en la mente del público que sigue el mundo del espectáculo, sino también, había vendido la espléndida imagen de esta compañía, a cientos de empresas, que se dedican al mismo ramo. La ausencia mental, típico indicador común en esta bien perfumada y suntuosa sala de juntas, se ve de repente interrumpida por la centelleante presencia de Didi, una de las secretarias personales de Dann, sacando abruptamente a todo aquel cuerpo ejecutivo de su retiro mental; mister Nash Dillon, pregunta:

    —Señorita ¿Sucede algo?

    Didi, que, hasta cierto punto, se había acostumbrado a lidiar con aquel grupo de intimidantes personajes, por unos segundos queda sin ideas, su cerebro en un instante de tiempo incontable vació rápidamente de su cabeza cualquier posible combinación de palabras. El ambiente poco común, que había generado aquella intempestuosa entrada es interrumpido por la voz de mister Dillon:

    —Señorita ¿Sucede algo? —Tratando de balbucear palabras cual si fuera un niño que está aprendiendo a pronunciar sus primeras frases.

    Esta estupefacta secretaria, suelta al aire sus primeros vocablos:

    —El señor Dann, el señor Bravo...

    —Señorita —interrumpe el señor West, con su acostumbrada voz de mando, que lo ha caracterizado por ser una persona calculadora, y de actitud altamente cortante y firme—: Señorita, puede decirnos de una vez por todas, ¿a qué se debe su interrupción?

    Aquella voz, tan directa y estable, pone de nuevo a Didi en el camino del sentido común:

    —El señor Dan Bravo acaba de ser llevado al hospital, sufrió un desmayo.

    De nuevo, prácticamente sin dejarle acabar de pronunciar las últimas silabas, le interrumpe:

    —¿Cómo dijo señorita?

    No hubo respuesta por parte de esta joven y bella muchacha, ni se necesitó alguna, la imagen confusa que su rostro generaba fue suficiente para corroborar la noticia, la cual calló en medio de esta junta, como una viscosa y gigante masa gelatinosa, dejando a todos, no podríamos decir sorprendidos, ya que, dentro de este círculo, esta expresión no tiene ningún tipo de validez, podríamos llamarlo, paralizados física y mentalmente. Parecía que en el ambiente podría verse, como las neuronas cerebrales de aquellos magnates del negocio comenzaron a girar en sus cabezas como proyectiles que se movían a gran velocidad, dentro de un pequeño y encerrado espacio, llamado cerebro.

    No es acostumbrado que en esta bien sofisticada atmósfera se genere algún tipo de confusión, las decisiones y los contratiempos son analizados a la luz de la sobriedad y el rotundo y absoluto, sentido común. Rompiendo esa regla aurea, mister Thompson se levanta de su silla, bueno, no diríamos que se levanta, más bien, es catapultado en dirección vertical hacia arriba, producto del choque noticioso:

    —Señorita ¿Por favor, puede explicarse?

    Didi, un poco más calmada, replica:

    —No sabemos lo que sucedió, él se dirigía hacia acá con el señor Capellán, y de repente, se desvaneció cayendo al piso.

    Habiendo roto todos los esquemas comunes dentro de este bien privilegiado círculo de magnates, y con la noticia a punto de ser digerida por todos, mister Thompson, vuelve a inquirir:

    —¿Dónde se encuentra?, ¿dónde está? ¿Llamaron al servicio de emergencias?

    Didi responde apresuradamente:

    —Fue llevado en ambulancia al Bellville Memorial.

    Mister Nahim West, quien, hasta el momento se dedicaba a observar desde su silla, interrumpe:

    —Señorita, muchas gracias, puede retirarse.

    Didi, precisamente, no se retira, ella va poniendo distancia entre aquella junta, y la puerta de entrada, hasta que deja sin su presencia aquel suntuoso salón, cerrando la puerta tras de sí. La llamada del señor West, había sido el punto de fin y comienzo de un nuevo capítulo en esta junta; parecía ser que una llamada imperante desde el más allá, había colocado a todos nuevamente en su acostumbrado mundo de sobriedad y sentido común.

    —Caballeros —replica el señor West—, parece ser que tenemos otro pequeño contratiempo.

    Mister Nash Dillon, toma las riendas en estos momentos, metódicamente sin nadie pedir su intromisión, impone su opinión:

    —Señores, como había dicho el señor West; parece ser que tenemos un contratiempo, de manera que tenemos que posponer esta junta, pero antes de esto, me gustaría escuchar sus estrategias con respecto a este incidente.

    Antes que cualquiera pudiera emitir su opinión mister Owens, replica:

    —Ya me comuniqué con la secretaria del señor Capellán, ella me informó que el hospital está lleno de periodistas, voy a tratar de hablar con el director general, todavía no saben a ciencia cierta que está sucediendo, lo único que pudo decirme, es que ya los médicos lo están atendiendo, esperar es nuestra única alternativa por el momento, caballeros.

    Mister West, vuelve a tomar las riendas, proponiendo:

    —Vamos a permitir que el señor Owens maneje esta situación, debido a que él es experto en esta materia, lo único que nos quedaría, es volver a reunirnos mañana nuevamente, si no hay algún inconveniente.

    Todos de común acuerdo asienten, aquella junta no es disuelta, podríamos afirmar, que más bien desaparece, sumiendo a cada uno de ellos nuevamente en su mundo personal, aunque llevándose consigo esta vez, una preocupación adicional, extraída del mundo de los seres humanos normales.

    Aún las imágenes de lo sucedido retumban en la cabeza de mister Capellán, como una película que se repite una y otra vez, ni el tumulto de periodistas, ni la incomodidad de aquella sala de espera, han podido traerlo del todo al mundo real. A lo lejos, se escucha a través de los altavoces su nombre; a pesar de todo esto, no sale del retardo en que lo han sumido sus pensamientos; su secretaria, la cual se encontraba a su lado, tiene que hacer las funciones de autoextraerlo de su atontado planeta:

    —Señor Capellán, replica, le están llamando.

    Capellán, trata de aspaventarse mentalmente, de manera que se incorpora, dejando media parte de su profundo meditar, en otra dimensión. Arrastrando los pies, en lugar de caminar, se dirige hasta el escritorio de la recepcionista:

    —Señorita, ¿me estuvo llamando?

    La recepcionista, en vez de contestarle, salta apresuradamente de su silla:

    —¿El señor Capellán? —le pregunta en tono altamente reverente.

    —Sí señorita —contesta, a la vez que ella le indica con sus gestos manuales, que le acompañase.

    Ambos se dirigen a través de una puerta contigua al salón de espera, mientras esta en tono un tanto nervioso le contesta:

    —Disculpe señor Capellán, que haya tenido que llamarlo por estos medios, con esta multitud de periodistas todo en derredor, se nos está haciendo un poco difícil mantener un orden lógico de todas las cosas.

    —No se preocupe señorita, entiendo la situación —le responde Capellán.

    Segundos más tardes, parecía ser que habían salido de aquel inmenso hospital, entrando repentinamente en una oficina, cuya amplitud y buen gusto se distanciaba de lo que era el sobrio y lúgubre ambiente de una sala de hospital, la comodidad de aquellos amplios sillones y el relajante ambiente que se respiraba en estas oficinas, trajeron a Capellán una relativa calma, parecía ser que toda aquella compresión de pensamientos y contradicciones generados por los sucesos imprevistos, habían encontrado una salida de escape en aquel lugar; aún todavía sin acabar de descomprimir su sistema nervioso, escucha una voz:

    —Señor Capellán, buenas tardes, soy el doctor Ciprian Vásquez. Como ya usted estará enterado —continúa su introducción reglamentaria—, aparte de que personalmente soy muy amigo del señor Bravo, también uno de sus médicos personales...

    El Doctor Vásquez, trata de explicar la situación, lo más clara posible, pero sus amplios conocimientos medicinales, han sumido a Capellán en un laberinto de confusiones; Capellán, para no mostrarse un tanto pedante, en cuanto a estos complicados términos médicos, trata de contra opinar, con comentarios, un tanto generalizados:

    —Doctor Ciprian, usted está tratando de decirme que el Señor Bravo, tal vez no tenga algo muy, ¿diríamos del todo grave?

    —No me atrevería a decir que no, señor Capellán; pero... —Vuelve el doctor, a tratar de sumir a Capellán, en sus complicados e indescifrables términos médicos, logrando que el pequeño y diminuto sentido de la paciencia de este, llegue a su límite.

    Los próximos minutos, a través de los cuales el doctor expone con ilustraciones y rimbombantes términos médicos, en la situación que se encuentra el señor Bravo, se convierten en una eternidad; Jarelym, la secretaria personal de Capellán, quién ha conservado su privilegiada posición, gracias a su perspicacia y chispeante astucia; retoma el hilo de la conversación, interrumpiendo de forma dulce y disimulada al doctor Ciprian:

    —¿Piensa usted, mi excelentísimo galeno, que la situación del señor Bravo, es un poco de gravedad?

    Comienza nuevamente, la eterna exposición medica del doctor Vásquez. Jarelym, es ahora, la que se siente atrapada en aquella confusa e interminable maraña de términos médicos. Como encausar a este Doctor, por el camino de lo normal era prácticamente imposible, él se encontraba en sus dominios, apoyado por todo un séquito personal de asistentes, así como por aquel enorme e intimidante retrato suyo que dominaba todo el centro de aquella lujosa sala, la cual parecía ser que más que la oficina de un médico normal, el camerino privado de una glamurosa estrella de Hollywood, pero sobre todo la apantallante inscripción que descansa al final de esta, en letras doradas, que reza: Doctor Ciprian Vásquez, Director General. Toda aquella pantalla teatral de realeza, que acompaña aquel un tanto incómodo momento, por fin cae vencida por las estrategias verbales de batalla, trazadas por Capellán, y su siempre a la mano secretaria, la encantadora Jarelym. El Doctor Vásquez, corta impetuosamente su rimbombante exposición médica concluyendo con el veredicto de colapso nervioso.

    —Doctor Vásquez, me dice usted a mí —replica Capellán—, ¿que todo esto es un simple colapso nervioso?

    El doctor interrumpe nuevamente:

    —No señor Capellán, no le quiero decir que es un simple colapso nervioso, no podemos tomar esta situación a la ligera, este tipo de situación normalmente surge cuando el cuerpo está sobrepasando por la probabilidad de enfrentarse a algo peor; en sí no sabemos que hay detrás de eso, por tal motivo, vamos a tener que mantener al señor Bravo aquí por un tiempo en lo que hacemos otros estudios extras, un tanto más profundos. —Se vuelve a perder el Doctor, en su complicada maraña médica, mas esta vez no teniendo ningún efecto en Capellán; a quien después de todo, siente que su ser y sus sentidos lógicos vuelven a su cuerpo.

    En el proceso de este transcurso físico–espiritual, vuelve de nuevo a escuchar el clamor ininterrumpido de su teléfono celular, y el de su secretaria; los cuales no paraban de reclamar por atención el más mínimo de los instantes. Al ritmo de sus nervios, y ayudado por la constante insistencia del celular, Capellán vuelve a retomar el curso del sentido común, llevándolo a aventurarse en busca de una respuesta, a lo cual hace surgir la pregunta:

    —¿Cuándo piensa usted doctor Vásquez, que el señor Bravo pueda recibir visitas?

    —Por el momento no podría tenerle una respuesta precisa, ya que tomará unos cuantos días en lo que hacemos una serie de diferentes exámenes; pero señor Capellán, le prometo que tendrá el mejor de los cuidados, ya que el señor Bravo no es mi paciente, es mi amigo personal, como ya le había reiterado anteriormente.

    —Le agradezco su cooperación, doctor —contesta Capellán—, con su permiso ahora me retiro, y por favor, manténgame informado de cualquier complicación que se presente.

    Vuelve el celular a gritar por atención; Capellán, permitiendo que la normalidad vuelva a lo común de sus sentidos, observa su identificador de llamada; un inusual gesto de fastidio se asoma a su preocupado semblante. La insistencia del aparato telefónico tiene como finalidad la búsqueda de detalladas y largas explicaciones, por parte del cuerpo ejecutivo de Dan Records. Directa o indirectamente él está consciente de que en sus hombros pesa la gran responsabilidad de enfrentar a este personal directivo, buscando una posible solución sensata a estos potenciales inconvenientes. mister West, mister Thompson, mister Dillon, todos estaban, tras sus palabras; Jarelym conoce muy bien la mentalidad de su jefe, ella sabe cuánto le fastidia el tener que estar dando cuentas de cada uno de sus pasos, de manera que decide encargarse del auricular telefónico:

    —Buenas tardes, mister West —responde con la usual excusa, acompañada de su típico repertorio de usuales y erróneamente mal llamadas blancas mentiritas—. El Señor Capellán, se encuentra muy ocupado en estos momentos, está hablando con los doctores... —bla, bla, bla, etc.

    Jarelym conoce muy bien de antemano, que el cúmulo de excusas baratas no eran lo suficiente para calmar la batalla verbal a la que se estaba enfrentando; de manera que, mentalmente se acomoda en su sillón, asemejándose a un video adicto, listo para pelear una de las más largas jornadas en su videojuego favorito. Este tipo de situación no deja en su mente algún sabor a frustración, más bien funciona en ella como una píldora que produce en su cuerpo un efecto adrenalínico; mientras Capellán a su lado, empieza a navegar en su propio submundo, comienza a alejarse de la realidad, se retira a su planeta privado, empieza a hacer lo que comúnmente hace todo este tipo de ejecutivo. Su mente comienza a divagar en retrospectiva futura, comienza a diseñar planos mentales como guía estratégica; las situaciones inesperadas agarran a todos por sorpresa, en

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