Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Deseos Ocultos
Deseos Ocultos
Deseos Ocultos
Libro electrónico439 páginas6 horas

Deseos Ocultos

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Klaus Maxmilian es un dominador nato, sabe el poder que tiene, lo usa en una vida de placer y lujuria, pero algo está fuera de su control, algo dentro de él está roto y por eso busca una experiencia liberadora. Sexo, dolor y amor no son temas aleatorios en esta novela de misterio y escenas explícitas. Aventúrate en este mundo de deseos ocultos y placeres revelados.

Atención: este libro es apto para mayores de 18 años.

IdiomaEspañol
EditorialOdile Dias
Fecha de lanzamiento4 feb 2023
ISBN9781667450407
Deseos Ocultos

Relacionado con Deseos Ocultos

Libros electrónicos relacionados

Erótica para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Deseos Ocultos

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Deseos Ocultos - LS Morgan

    Sinopsis

    Klaus Maxmilian es un dominador nato, sabe el poder que tiene, lo utiliza en una vida de placer y lujuria, pero algo está fuera de su control, algo dentro de él está roto y por eso va en busca de una experiencia liberadora. El sexo, el dolor y el amor no son temas al azar en esta novela de misterio y escenas explícitas. Aventúrese en este mundo de deseos ocultos y placeres revelados.

    ––––––––

    Atención: Este libro está indicado para mayores de 18 años.

    Agradecimientos

    Agradezco al Todo Lo Que Es, la Fuente Creadora, el Alfa y Omega: Dios. Gracias también a mi gran amiga y correctora Isabel Góes por su apoyo, confianza y ayuda. A Janaína Melo, autora y querida que realizó este hermoso trabajo de portada con todo el cariño y buena voluntad. A mi tía SarbéliaAssunção, que siempre me anima a seguir mis sueños y especialmente mi carrera literaria. Los amigos de HospicionatoLiterario además de Bel, también Ana Lucia, Duratón y Márcia Lima; las queridísimas lectoras beta Scheilla Souza y AládiaAntunes. Por último, pero no menos importante, agradezco a cada uno de los lectores de este libro en las plataformas Wattpad y Luvbook que apoyaron el libro leyendo, comentando y promocionándolo.  Gracias a mi traductor por el cuidado y el compromiso en la traducción de este libro.

    Me niego a vivir en un mundo ordinario como una mujer ordinaria. Establecer relaciones ordinarias. Necesito el éxtasis. No me adaptaré al mundo. Me adapto a mí mismo.

    Anais Nin

    Nota del autor

    Este libro es totalmente diferente a Deseo de Venganza. Aunque la narración es en tercera persona, el lenguaje es más explícito y libre de modestia. Hay en el texto una libertad de palabras, escenas, acontecimientos y acciones que para algunos puede resultar chocante o demasiado pesada, mientras que para otros puede presentar la normalidad de unos seres que se involucran emocional y sexualmente. No pretendo escandalizar, escandalizar o afrentar las creencias individuales, simplemente presento una historia de amor bajo el ámbito de una nueva mirada, mucho más allá de la decencia de mi primer libro Deseo de venganza.

    No es una historia de un buen chico en su caballo alado con pretensiones de rescatar a la buena chica virginal. Tampoco es la historia de un chico malo en busca de sexo casual. Klaus Maxmilian es un Dom, consciente de su poder, impregna su vida en juegos de dominación. Olvídate del estereotipo del protagonista traumatizado en su infancia o de la joven inocente que experimenta con el BDSM. Deseos ocultos es un romance ardiente que despertará tu imaginación.

    Así pues, para aquellos libres y desatados de las ataduras de los prejuicios, adelante en la lectura, lánzate a este universo de deseo, de placeres y conoce mi otra faceta literaria, pero sin dejar de ser la autora Maléfica que ustedes, experimentados lectores, tanto aprecian.

    Capítulo 1

    Klaus Maxmilian ya había pensado y reflexionado de nuevo sobre esa necesidad suya, de hecho no entendía la razón de ese deseo oculto. No es que su vida personal y sexual estuviera insatisfecha, al contrario, tenía lo que necesitaba, de hecho tenía el control que requería, pero había algo en su interior que le urgía. Llegó a la conclusión de que quizás era simple y puro aburrimiento. Estaba sentado en la pequeña mesa de su habitación, frente a su ordenador portátil. La luz del aparato iluminó la oscura habitación, lo que le permitió ver la silueta de Isadora en la cama. En sus muslos se veían pequeñas y finas vetas rojizas. Estaba durmiendo serenamente. El juego había sido pesado y la mano de la mujer sobre la almohada blanca, con la muñeca marcada, mostraba que la cuerda estaba demasiado apretada, pero por Dios, esas marcas lo volvían loco.

    El día anterior había entrado en el chat y había salido enfadado consigo mismo por estar dispuesto a buscar algo en esa imbecilidad de pajeros y putitas baratas. No había manera, necesitaba saberlo, quería tener la oportunidad de probarlo, de saber si alguna mujer podía dominarlo.

    Dominación.

    No era sólo una palabra, sino una de las cosas que respiraba en su vida, no sólo en el dormitorio o entre cuatro paredes, como en el caso de aquella hermosa sumisa que dormía extasiada en su cama. Era algo vital también en su vida diaria. En su trabajo, era rígido, autoritario, controlador, pero justo, trabajador y un profundo erudito. En cualquier caso, la dominación formaba parte de su ser, de su verdadera naturaleza. Sin embargo, fue cuidadoso con sus deseos que muchos dirían peculiares, después de todo, para un juez federal su vida debería ser la transparencia de la rectitud. Salvo por el hecho de que tenía 34 años y, a diferencia de la mayoría de sus amigos, no estaba casado ni comprometido, el resto era puramente normal.

    Nadie necesitaba saber que le gustaba dominar a las mujeres, atarlas con gruesas cuerdas e infligirles latigazos y palizas. Nadie tenía que saber que le excitaba tener a una mujer sumisa y masoquista (que obtiene placer sexual del dolor físico, el sufrimiento o la humillación) a su disposición para disfrutar de su cuerpo de las formas más extraordinarias. Cadenas, cuerdas, máscaras, mordazas. Sexo caliente, sexo sucio, sexo fuerte, sexo pesado, sexo por el puro placer del sexo. Sí, le gustaba. Se deleitaba en el juego, en la sensación de poder, control y dominio.

    A los 16 años ya sabía lo que le excitaba y no era lo que les gustaba a los chicos de su edad. Para ellos bastaba con una mujer desnuda o incluso con una mujer que enseñara los pechos. No para Klaus. Al igual que sus amigos, él también disfrutaba, pero en realidad se volvía loco con la sumisión y no sabía lo que era, sólo se dio cuenta años después, cuando tenía dieciocho años. Sonrió al recordar a su profesora del instituto, la dulce Ana, y su mente le llevó a julio de 2000 en el que la imagen de la profesora acudió con nostalgia a sus recuerdos.

    ***

    Ana era hermosa, tenía el pelo negro que le caía hasta los hombros, un cuerpo delgado y bien definido, unos pechos llenos que hacían que la imaginación de sus alumnos se pusiera a mil. Se hicieron muchas pajas en honor a la pequeña maestra de portugués. Sin embargo, era una perra en sus evaluaciones y rígida como un demonio.

    En la fiesta de junio de la escuela, en la que socializan padres, alumnos y profesores, Klaus la había visto con su marido. Aquella noche la profesora llevaba unos vaqueros y una fina blusa verde que dejaba ver el contorno transparente de sus pechos. Sus compañeros ya estaban haciendo una foto mental de esa imagen para que les sirviera de inspiración a la hora del baño a cada uno de ellos. Todos se reían y hablaban entre ellos de lo bueno que sería follar con la pequeña maestra, de cómo debería montar a caballo, pero Klaus no prestaba mucha atención a su conversación. Había seguido a Ana desde lejos y cuando su marido la había tirado del brazo, de forma brusca, pero aún imperceptible para los ojos menos atentos de los demás presentes en la fiesta, el joven los había seguido con cautela. Así que, escondido detrás de un gran pilar, observó cuando su marido la lanzó contra la pared en un rincón oscuro del pasillo de las aulas, lejos de la pista deportiva donde se celebraba el evento, y comenzaron a pelear.

    - ¿Crees que es correcto presentarte en tu lugar de trabajo con esta blusa que muestra más de lo que oculta?

    - Pedro. ¡No se ve nada!

    - No te hagas la perra incomprendida. ¿Vas a decir que no te diste cuenta de las miradas de esos adolescentes pervertidos?

    - ¡Para, Pedro!

    - No vales nada.

    - Y esa Katia Regina que te has tirado, ¿valía algo?

    Su marido levantó la mano y por un instante amenazó con abofetearla, pero se detuvo.

    - ¡Ya basta! Si no lo has superado y sigues echándote en cara mis errores no sé por qué seguimos casados.

    Se giró y salió sin mirar atrás. No vio a su mujer correr por los pasillos hacia un aula oscura. Tampoco vio al joven que había presenciado todo y que ahora caminaba con sus pasos silenciosos hacia donde había entrado la maestra.

    Cuando se abrió la puerta del aula, ella se quitó las manos de la cara asustada, pero no se levantó de la silla.

    - No se asuste profesora, soy yo, Klaus Maxmilian.

    Aunque la luz estaba apagada en la habitación, las grandes lámparas de los postes que rodean la escuela aportaban algo de luz a través de los cristales de las ventanas, la iluminación que necesitaba para reconocer a su alumno.

    Ana se limpió la cara con las manos y habló.

    - No pasa nada. Volveré a la fiesta.

    - Tu marido es un idiota.

    - Sí, lo es - dijo mientras trataba de secarse los ojos.

    - Si fueras mi chica le habría dado una bofetada cuando me amenazó. Porque sí querías provocarnos, pero eso no es malo. Lo malo es que no lo admite.

    - ¡Pequeño mocoso! ¡Salgan de aquí! ¡No sabes nada de mi vida!

    - No soy un niño, soy un hombre. ¿Has olvidado que me hiciste el favor de repetirme el año pasado? Tengo dieciocho años y debería haber dejado este puto instituto hace tiempo.

    - ¡No te he fallado! ¡Te has reprobado a ti mismo! Estabas demasiado ocupado saliendo con las chicas de la escuela y no te preocupaba mucho por tus estudios y calificaciones.

    Se acercó a ella y le dijo:

    - ¿Así que esa fue la razón? ¿Te molestó tanto mi vida ajetreada y el hecho de que muchas mujeres me la dieran que el hecho de que no me la follara también te molestó?

    - ¡Mocoso!

    Amenazó con levantarse, pero fue empujada de nuevo a su silla.

    - Siéntate, pequeña maestra. Escucharás lo que tengo que decir en silencio y abrirás la boca cuando te lo diga.

    Klaus no sabía de dónde había salido el enfado y la frialdad, se asombraba de sí mismo, pero no tanto de verla obedecer tranquilamente, le producía un escalofrío en el cuerpo, algo que nunca le había ocurrido.

    - Tu marido es un idiota y tú no eres una perra despistada como él dijo. Entiendes muy bien lo que quieres, sólo que eres demasiado débil para ir a por ello. He visto la forma en que nos miras cuando llegamos a casa de la clase de gimnasia. Y he visto la forma en que miras mi cuerpo. Es la misma mirada de deseo de esas mismas colegialas. Así que sé que lo quieres. ¿Y quieres saber algo más, pequeña maestra?

    Le sujetó el pelo en una coleta y la miró a los ojos.

    - Al diablo que yo también quiero, y se me pone dura sólo de pensarlo.

    Ella miró instintivamente el bulto de sus pantalones y supo que el chico no mentía.

    Sin pensarlo, con urgencia, Klaus desabrochó, con una sola mano, el botón de su pantalón, se bajó la bragueta y dejó caer sus vaqueros por las piernas.

    - ¡Loco! ¡Déjame ir!

    Klaus le tiró del pelo con fuerza y le hizo levantar la vista.

    - No grites porque no queremos miradas indiscretas. Tú tendrás tu deseo y yo el mío. Entonces te callarás y sólo abrirás tu boquita para tragarte mi polla. ¿Lo entiendes?

    Klaus sabía que había ido demasiado lejos, era consciente de que aunque ella era más pequeña e infinitamente más débil que él, podía empujarle y salir de allí. Cosa que Ana no hizo. Nunca había hablado con ninguna chica así, y menos con una mujer hecha como ella. Peor que saber que se había pasado de la raya era saber que la profesora le había seguido la corriente, pues en cuestión de instantes había bajado las bragas del alumno y tomado el miembro entre sus manos. Chupando con ganas, deseo y hasta gula.

    Nunca había sentido una erección semejante. No sabía si era porque su profesora le estaba pegando una mamada, si era porque lo estaban haciendo en su propia escuela, o tal vez era la forma ruda en que había actuado y la reacción de aceptación de la joven.

    Klaus forzó la cabeza de la morena contra su polla e hizo que su nariz tocara su vientre, ella se atragantó y con ello el diente le arañó la piel. Klaus la apartó, le dio una bofetada en la cara y le habló mirando a los ojos.

    - ¡Si no puedes pegar una puta mamada decente no mereces que te folle el coño!

    Había lágrimas en la cara de la profesora y no sabía si era todavía por la pelea con su marido o si era por toda la escena. No pensó mucho. Se lo volvió a meter todo en la boca.

    Entonces empujó, empujó, empujó. Su lengua, su saliva, su boca sobre su miembro. Intentó contenerse, pero lo único que consiguió fue explotar en un gran chorro de semen en la boca de la mujer.

    - ¡Ahhhhh! Maldita maestra caliente. - La frase había llegado en medio de la sensación de placer.

    Sonrió y la miró, soltó el pelo femenino y luego le tendió la mano. Levantó la vista sin entender el gesto.

    - Escupe la mierda de mi mano.

    Se le obedeció sin rechistar.

    - Abre los botones de tu blusa. ¡Deprisa!

    Ana lo hizo rápidamente y vio cómo su alumno le bajaba la tela del sujetador y le pasaba la mano con semen por todo el cuerpo.

    - Bien, ahora tápate y cierra la blusa. Te vas a casa con mi semen.

    Se agachó, se subió los calzoncillos y los pantalones y se recompuso.

    - Puedes estar tranquila, pequeña profesora, esto queda entre nosotros. Por muy tentador que sea convertirse en un rey por recibir una mamada de la profesora más sexy de la escuela, puedes estar seguro de que esto no saldrá a la luz.

    Simplemente se fue, dejando ala profesora sola en el aula.

    No es que dejara de querer follársela, realmente lo deseaba, pero era demasiado arriesgado, alguien podría aparecer y por mucho que le gustara la forma en que ocurría, la brutalidad de la misma, no quería que se enteraran, porque la profesora podría ser despedida.

    Para Klaus, el fin de semana había sido un infierno, ya que no podía dejar de pensar en Ana y en la forma en que había obedecido a sus ideas delirantes. Nunca había esperado con tanta impaciencia la llegada del lunes.

    Cuando amaneció, corrió a la ducha, luego se vistió, se bebió un vaso de zumo de naranja, se metió dos panecillos de queso en la boca y salió con un cuaderno y un bolígrafo en las manos. A su madre le pareció extraño, pero se imaginó que ese día tenía un examen.

    Llegó temprano a la escuela, hizo lo que no solía hacer, se sentó en una de las primeras sillas. Quería provocarla. Sin embargo, fueron sus amigos los que le provocaron, pero el estudiante se justificó diciendo que tenía alguna dificultad para ver de espaldas y que necesitaba anotar las cosas en su cuaderno, porque su padre le había dado un ultimátum. Le creyeron.

    La primera clase era de álgebra, la segunda de química y ya se había mordido la punta del bolígrafo de la ansiedad cuando Ana entró en el último periodo para enseñar gramática.

    En cuanto lo vio allí de pie, frente a ella, las mejillas de la mujer se tiñeron de rojo. Klaus no sabía qué estaba pasando, pero no podía controlar su erección. Cruzó una pierna para disimular. Desde donde estaba sentado, podía sentir el nerviosismo de Ana en toda la clase, pero no el de los demás alumnos.

    - Luego, los que quieran quedarse después de clase podrán revisar las notas de sus exámenes.

    Esta era la señal que estaba esperando. Ana siempre les decía a los alumnos que acercaran una silla a su mesa y, codo con codo, hacían el repaso. La verdad es que no fueron muchos los valientes que se sentaron allí, porque cuando empezó la corrección en voz alta fue una masacre verbal y ni siquiera se molestó en rebajar la nota cuando vio que se le había escapado un error. Así que sólo se arriesgaban a pedir esa revisión si estaban seguros de que había un error.

    Klaus miró el examen con la nota de 7, pero no lo leyó para ver si había un error. Su maestra era tan estricta que debía ser esala nota justa, pero esperó. Quería ser el último. Cuando llegó su turno, se sentó junto a ella y observó cómo el bolígrafo rojo temblaba en su mano.

    - Déjame ver tus pruebas, Klaus Maxmilian. Aquí no has respondido a lo que se te ha preguntado.

    Jessica, la chica de la mochila amarilla, la última en quedarse, se fue y Klaus en el mismo momento sujetó el centro entre las piernas de la profesora por encima de sus vaqueros.

    - ¿Qué crees que estás haciendo?

    - Estoy tocando lo que es mío.

    - Estás loco. Eso no es tuyo, yo no soy tuya. Estoy casada y no vayas a pensar que vas a repetir lo que pasó.

    Cerró la mano con fuerza y la oyó soltar un gemido.

    - Así es, aún no eres mía. Entonces hazte mía. Consigue tu propio camino, encuéntranos un lugar seguro porque voy a terminar lo que empezamos.

    - Si crees que...

    - Cállate, pequeña profesora. No te lo estoy pidiendo. Te estoy diciendo que te salgas con la tuya. He visto que te ha gustado lo que has probado, quizá sea demasiado grande para lo que estás acostumbrada, pero sé que te acostumbrarás. Así que ponte las pilas, porque esta semana es aquí -y le apretó la carne con fuerza- donde voy a follar duro.

    Se levantó y se fue sin esperar su respuesta. Se metió el cuaderno en la parte delantera del pantalón para disimular la erección que se había formado.

    Klaus había apostado todas sus fichas por ella y no estaba seguro de que fuera a caer en su farol por segunda vez. Se equivocó. El miércoles, la profesora colocó discretamente un papel en su mesa con la nota:

    Calle São Miguel Alcântara, n.24, apto. 703. Hoy, a las 15 horas".

    Era su horario de natación, pero no le importaba perdérselo, su único nerviosismo era entrar en el edificio. Llamó al timbre y Ana abrió la puerta sin decir nada. Entró. Miró el salón con algunos retratos de ella con su marido y se apresuró a estar en su casa, pero imaginó que la pelea había dado lugar a una separación.

    - Mi marido está trabajando y sólo vuelve después de las siete de la noche. Como tengo algunos alumnos a los que doy clases particulares aquí en casa, si algún vecino te ve no le parecerá extraño.

    - ¿Así que tienes otros estudiantes que traes aquí para jugar?

    - ¡No! Yo nunca...

    Klaus se acercó, era más alto que el profesor. Además, por sus años de natación y fútbol, era mucho más grande y su cuerpo era amplio en músculos.

    - No me gusta que me mientan. - Le sujetó la barbilla. - ¿Has follado alguna vez con un estudiante?

    - No.

    - ¿Te has tirado a otros tíos aparte de tu marido aquí?

    - ¡No! Nunca le he engañado.

    Klaus sonrió. Había sinceridad en esas respuestas. Pensó en preguntar ¿Por qué a mí?, pero ya sabía la respuesta: porque lo exigió, lo tomó.

    Se acercó a su boca y la besó con avidez, su mano se dirigió bruscamente a sus pechos por encima de la blusa. Ella lo empujó con fuerza y lo apartó.

    - ¡No! Tengo que cerrar las persianas.

    Se apartó y fue a hacer lo que había dicho. Cuando ella se dio la vuelta él ya se había quitado la blusa y se había bajado los pantalones cortos, llevaba un ropa interior azul marino debajo y su erección apuntaba por debajo.

    - Quítate la ropa, quiero verte desnuda.

    Fue un poco torpe, pero lo hizo. Se acercó y apretó cada pecho con fuerza y ella gimió.

    - Tienes las tetas más calientes que he visto nunca.

    Entonces metió la boca y se puso a morderle los pechos con uñas y dientes. Sabía que sus gemidos no eran sólo de placer, sino de dolor, y no le importaba.

    Entonces Ana bajó y cogió la ropa interior con ella, se puso de rodillas y se metió la polla del alumno en la boca. Klaus le sujetó el pelo con fuerza y siguió follando la boca de la profesora. No esperó a que chupara, quería follar su suave boca. Así que metió y sacó varias veces y eso lo volvió loco, sólo no se corrió porque había sido inteligente y se había masturbado antes de entrar ahí. Así el semen no vendría rápidamente.

    Apartó la cabeza de su mujer y la miró de rodillas.

    - Vayamos a la cama y te follaré ahora.

    - No en la cama. Aquí en la sala de estar.

    Una fuerte bofetada le llegó a la cara.

    - ¿Por qué no quieres ir a la cama?

    - Pedro. Mi marido. Esa es nuestra cama, la de allí.

    Klaus le dio otra bofetada en la cara.

    - Es exactamente por eso que lo quiero allí ahora. Tú no lo quieres, pero yo sí. Te voy a follar ahí y te voy a follar fuerte. Para que cuando tu marido vuelva a comerte el coño, sepas que fui yo quien te folló tan fuerte, allí mismo en la cama. Vamos.

    Frente a la cama, en la suite, había una foto ampliada de ella con su marido el día de su boda y sonrió.

    - ¿Dónde están los condones? - preguntó.

    - No tengo ninguno. No he planeado mucho.

    - ¡Que me jodan! - se quejó y la lanzó contra la cama.

    - ¿Me llamas para que vaya a follar contigo y no tienes un puto condón?

    Sintió un odio repentino. No sabía a qué tipo de juego estaba jugando, podía estar loco de contento, pero no se la metería en ese coño y correría el riesgo de dejar embarazada a la profesora.

    - Abre las piernas.

    Tumbada en la cama, con los brazos apoyados y flexionados, vio cuando Klaus se arrodilló sobre el colchón y con una mano sujetó una de sus rodillas y con la otra se corrió con fuerza en una rápida bofetada sobre su montículo de vello púbico.

    - ¡Puta! Me llamó para follar y no compró ni un puto condón.

    Le abofeteó el coño una y otra vez. Ella gritó ouch y para, pero Klaus no se detuvo, siguió abofeteando la carne de su sexo. Cuando vio que había ido demasiado lejos se detuvo, pero para entonces ya era demasiado tarde, vio el líquido transparente que corría entre sus piernas, se había corrido y nunca había visto nada igual. Una mujer se corre con tanto líquido chorreando. Al principio pensó que había orinado, pero vio que el líquido salía por el medio de los agujeros de la pierna y no por ahí arriba, en la uretra. No era tonto, había visto muchas porno de mujeres corriéndose, pero era la primera vez que lo veía en directo, y lo mejor, eran las palmadas de su mano las que la habían llevado al placer.

    Él sonrió y luego retiró su mano de ella.

    Sonrió y luego la tiró del brazo.

    - Ahora ven a chuparme la polla porque aún no me he corrido, zorra.

    Ana vino con hambre. Lo metió todo en su boca y fue chupando, a veces paraba para lamer los testículos. Ninguna chica lo había hecho antes y a él le gustaba la novedad. La profesora siguió chupando y chupando. Klaus sintió el deseo a flor de piel, el recuerdo de los gemidos de dolor y placer seguían en su mente, cuando sintió que se iba a correr la apartó de la cabeza y se corrió en su cara.

    Se tumbó cansado en la cama y metió los brazos bajo la cabeza. Había tenido una experiencia inusual y quería probar muchas cosas con ella, pero ese día se quedaron en eso, no podía quedarse toda la tarde o su madre podría aparecer en el club para averiguar por qué no se había ido directamente a casa. Programaron otros días y se acordó que los miércoles y los lunes se reunirían en su casa.

    La natación fue a la cloaca, pero aprendió mucho con la pequeña profesora, que estaba llena de miedo y al mismo tiempoobsequiosa. Empezó a conocer el cuerpo de su compañera y supo que a ella le excitaban las palabrotas, la brutalidad y las bofetadas. Ya sea en cualquier parte: cara, pechos, culo o coño. Era como ser golpeada y se mojaba.

    Una tarde la había dejado a cuatro patas en la cama frente a la foto de la pareja, ella bajó la cabeza para no tener que mirar la imagen y él se dio cuenta, le tiró del pelo con fuerza y la obligó a mirar la imagen.

    - ¿Estás mirando a tu marido? ¿El marido que no sabe cómo follar con una mujer? Mira y piensa que es mi polla la que se está follando su coño cocido. ¿Te hace eso? ¿Te coge con fuerza? ¡Dime!

    - No.

    - Sí, lo hace. - Te tiró del pelo hacia atrás. - Sigue buscando, no te detengas. Hoy, cuando estés aquí tumbada, mirarás esta foto y pensarás en mi polla hundiéndose en tu coño.

    Klaus era rudo, a Ana le gustaba.

    Al día siguiente se volvió loco con una idea.

    - Quiero tener sexo anal contigo.

    - Klaus nunca lo he hecho. No me gusta.

    - Yo tampoco lo he hecho nunca. Nunca me he follado un culo, pero quiero saber cómo es.

    - Klaus, no quiero.

    Ya eran íntimos, después del sexo siempre hablaban un poco, pero ese no quiero le molestaba y prefería no hablar del asunto.

    - Desnúdate y yo iré a la cocina.

    Abrió la nevera, sacó una botella de agua y fue a beber un vaso. Cuando devolvió el frasco vio el bote de margarina. ¿No lo quieres? Yo sí.

    Cogió la olla y se fue al salón.

    - ¿Qué pasa con la margarina, Klaus?

    No contestó, la tiró del brazo arrastrándola a la cama, la tiró boca abajo, dejó el frasco sobre la sábana y se desnudó, se cubrió la polla con el condón y luego metió los dedos en la mantequilla. Le abrió el culo y le untó la mantequilla en el ano.

    - ¡Klaus, no quiero!

    La abofeteó con fuerza.

    - Quiero comerte el culo. Si no me gusta lo dejaré, pero si me gusta a mí también te gustará a ti.

    Se tumbó encima de ella, abrió la banda del culo con una mano y con la otra sujetó firmemente su miembro. Lo colocó en el centro del agujero y forzó la entrada, pero no pudo. Lo intentó de nuevo y nada. Hizo un último intento, sin éxito.

    Se levantó y se alejó.

    - Ponte a cuatro patas en la cama. Porque voy a azotar tu culo tan fuerte que no se abrirá para recibir mi polla.

    Ella obedeció y él lo hizo, pero no utilizó la mano, por el fastidio que sentía cogió una zapatilla del suelo y dio el primer golpe

    - ¡Ay! ¡Klaus! No, Klaus, no con pantuflas, me marcarán, se dará cuenta.

    - ¡Se dará cuenta, joder! Recibirás una paliza por no dejarme entrar en tu puto culo.

    La abofeteó de nuevo y ella gimió de dolor. El lado de su culo se había puesto muy rojo y esto hizo que su polla casi estallara de excitación.

    Le dio tres bofetadas más en cada lado y fue en la última cuando vio cómo se le caía el semen.

    - ¡Joder! ¡Incluso los castigos te hacen correr! ¡Profesora, hijo de puta!

    No es que estuviera enfadado por ello, al contrario, había sentido placer al provocarle el dolor y ver que ella respondía con éxtasis. Ana volvió la cara y Klaus vio su cara de placer y la sonrisa. Eso lo volvió loco, no perdió el tiempo, apuntó de nuevo al centro de su culo, la sujetó por la cintura y empujó con fuerza. La polla entró rápida y bruscamente y ella gritó de dolor.

    - Ahora he aprendido que hay que ablandar la carne antes de que se abra la puertecita. ¡Maldita sea, qué culo más apretado!

    - Me duele, Klaus, para.

    Se dedicó a sus asuntos.

    - Joder, duele. Si te duele te vas a correr. ¡Vamos, rueda el culo!

    No obedeció, no porque quisiera ser una mocosa, sino porque de hecho le dolía.

    Klaus empujó suavemente y con fuerza, no había sido delicado allí, ni se dio cuenta de que el acto iba más allá del juego del placer. Era joven, inexperto y estaba eufórico. Llevado por su propio placer, por la nueva y, ahora, fascinante experiencia no dejó de introducirse en su ano aunque ella gritara, suplicara y llorara.

    Incluso vio las lágrimas cuando ella volvió la cara, pero había llorado tantas veces con él y se había corrido de la misma manera.

    - ¡Un puto culo caliente!

    Nunca había experimentado algo así. El estrecho espacio que cubre toda la longitud de su miembro, apretando su polla. Se habría burlado de sí mismo en los primeros minutos con esa sensación enloquecedora de estar en un lugar tan apretado, pero se había vuelto experimentado y ahora tenía más control de su cuerpo. Incluso había sido su profesora quien le había enseñado a sujetar con fuerza la base del pene cuando estaba a punto de correrse, retrasando la eyaculación.

    - Klaus, para. Me estás haciendo daño.

    Le apretó la cintura y la hizo retroceder cuando ella trató de retirarse.

    - ¡Joder, profesora! ¡Qué culo tan delicioso!

    Consiguió apartarse de su polla, se bajó, trató de alejarse de él, pero él se lanzó contra su cuerpo que estaba apretado en la cama. Con el brazo izquierdo le rodeó el cuello por delante y apretó la mano en el hombro de la mujer, en un golpe de corbata, pero no tan fuerte como para dejarla sin aliento.

    - ¡Maldita sea! Deja de jugar y terminaré lo que he empezado.

    - Klaus, no, por favor.

    Sonrió. Cuántos no había escuchado de ella cuando, en realidad, era un sí lo que ansiaba.

    Ella luchó por golpearlo, pero él estaba detrás de ella y le apretó el brazo un poco más fuerte, no demasiado, pues sabía que el golpe podría ahogarla hasta hacerla desmayar.

    Volvió a sujetar su miembro y lo volvió a meter por donde había salido.

    - ¡Ah, Ana! Qué culo más caliente. Ahora siempre la pondré en tu coño y en tu culo. ¿Cómo estuve tanto tiempo sin saber que esta mierda estaba caliente?

    Te susurró al oído.

    - Vamos pequeña maestra, gime conmigo. Gemir, gemir, gemir, gemir, gemir, gemir, gemir, gemir.

    Lo que oíste no fue un gemido, sino un grito bajo, bajo. Le tiró de la cabeza y vio lágrimas en su rostro.

    Para él eran lágrimas de placer, así que sonrió, tomó su boca y la besó con fuerza. Ana le echó la cara atrás.

    Siguió empujando, pero ahora con más fuerza. Lo sacó y lo metió. Empujó su cuerpo hacia delante y la inclinó para poder follarla con más espacio y más fuerza. Luego siguió follando sin parar, nunca había experimentado tanto placer, más aún viendo las lágrimas de ella, se imaginó lo mucho que debía estar disfrutando allí. Cuando no pudo aguantar más dejó salir un fuerte y caliente chorro dentro del condón. El placer fue tan grande que Klaus sintió dos espasmos. Finalmente se detuvo. Tiró de la profesora en sus brazos y la besó en la espalda. Ella se apartó y la polla de él salió en carne viva de esa entrada. Ana corrió hacia el cuarto de baño y la estudiante escuchó el sonido de la ducha al abrirse.

    Bajó la mirada, se quitó el condón con cuidado y entró en el baño, estaba sudado y también necesitaba una ducha.

    Fue al cuarto de baño, envolvió el preservativo en papel higiénico, hizo una bola, la tiró al retrete y tiró de la cadena. Miró para asegurarse de que había bajado, no quería crear problemas entre Ana y su marido. Cuando se volvió hacia donde estaba la ducha la vio dentro de la caja sentada en el suelo, abrió la ventana y la vio en un rincón llorando.

    - ¡Ana!

    Se agachó, pero ella lo apartó.

    - ¡Vete! ¡Déjame en paz!

    - ¡Ana! ¿Qué pasa?

    - ¡Vete!

    Fue entonces cuando Klaus vio su cara llena de lágrimas y un hilillo de sangre corriendo por la baldosa blanca. Eso lo asustó.

    - Lo siento. No sabía que te estaba haciendo daño. No sabía que te estaba haciendo daño.

    Intentó abrazarla, pero ella lo empujó hacia atrás.

    - Pensé que lo estabas disfrutando.

    - ¡Vete! Te dije que me estabas haciendo daño, te dije que pararas, ¡pero no lo

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1