El juicio a Sherlock Holmes
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Desde que Sherlock Holmes regresó, aclarando que no falleció al luchar contra el profesor James Moriarty, y ante el posterior descubrimiento del cadáver de su otrora archienemigo, tanto Scotland Yard como la policía francesa, cuyo director está indignado porque el detective se ha inmiscuido en asuntos delicados de esa nación, han estado investigando al famoso detective.
En los primeros días de enero de 1898, inusualmente la Alta Corte de Justicia vuelve a sesionar, sin haber concluido las vacaciones judiciales, mientras que Sherlock Holmes recibe una orden de arresto domiciliario y el expediente con tres cargos en su contra. Al respecto, el genial detective es acusado de: a) asesinar al profesor James Moriarty, b) permitir la fuga del Dr. Leon Sterndale, asesino de Mortimer Tregennis, y c) contribuir con el escape del capitán Jack Croker, asesino de Sir Eustace Brackenstall.
¡Este es el juicio del siglo! Los diarios británicos y del continente europeo le dan una amplia cobertura a este proceso judicial y muchos simpatizantes de Sherlock Holmes acuden al palacio de justicia.
La parte acusadora, dirigida por los jefes máximos de Scotland Yard y la policía francesa, ha asignado a Stanley Hopkins para que actúe como fiscal. Mientras que Sherlock Holmes cuenta con el apoyo de los dos mejores abogados de Londres, contratados por su hermano Mycroft, y de John McFarlane.
El juicio es complicado y la situación no se percibe halagadora para Sherlock Holmes. Los acusadores han traído al convicto Sebastian Moran, testigo del supuesto asesinato de James Moriarty, y están seguros que el detective también será condenado en los dos últimos cargos. Aunado a esto, el Dr. Watson también es acusado de complicidad en esas dos acusaciones, obstrucción a la justicia y retener información que las autoridades necesitan. Finalmente, Sherlock Holmes sorprende al recurrir al apoyo de aliados inesperados, realizar acciones inéditas, traer a testigos que lloren por él y convertir la sede del juicio en un circo (hasta hubo un tomatazo contra un enemigo del detective), mientras que el Dr. Watson, al borde una crisis nerviosa y emocional, aspira que más nunca vivan esa horrible pesadilla...
Contenido:
Primera parte, Sherlock Holmes es acusado de tres delitos graves
Segunda parte, El juicio del siglo
Tercera parte, La conclusión del juicio
Rolando José Olivo
RolandoJOlivo@gmail.com Instagram: @rolandojolivo Systems Engineer with 3 postgraduate degrees: Master's Degree in Applied Economics, Diploma in General Management and Specialization in Management of Social Programs (Summa Cum Laude). Work experience in companies in the oil sector, occupying these positions: Planning and Logistics Manager, Project Coordinator, Financial Advisor and Consultant. Consultant in the economic and financial area. Writer of books on economics, management, self-help, novels and Christianity, among others.
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El juicio a Sherlock Holmes - Rolando José Olivo
Eran los primeros días del año 1898. Me pareció inusual que los magistrados de la Alta Corte de Justicia, una de las instituciones más respetadas en Gran Bretaña, volvieran a sus labores antes de terminar sus vacaciones judiciales. Lo mismo sucedió con otros tribunales, a lo largo y ancho de Inglaterra y del continente. Había muchísimos rumores que incluían la posibilidad de una guerra europea, un conflicto diplomático, alzamientos en las colonias y necesidades de acelerar varios casos porque los ataques contra la organización continuaban, y se esperaban nuevos juicios, iniciados por las labores de Scotland Yard y de la policía francesa.
Sin embargo, la situación no se percibía bien. Era como si una perversa niebla de incertidumbre y tristeza hubiera desplazado a las alegres navidades victorianas. Además, me temía que este ambiente era propicio para ir en contra de mi amigo detective, quien era envidiado por casi todos los oficiales de Scotland Yard y más de la mitad de los agentes de la oficina del servicio secreto. También era odiado por Rudolf Shrubth y Charlles De Goldies, los jefes máximos de Scotland Yard y de la policía francesa, quienes sorprendentemente se reunieron varias veces en diciembre, supuestamente para coordinar nuevas acciones contra la organización.
Dentro de mí, temía por la seguridad de Sherlock Holmes, ya que tal como lo he expresado en otras ocasiones, él ha cruzado la línea roja que irrespetan los delincuentes y algunas de sus actuaciones son cuestionables. Lamentablemente, mis preocupaciones no eran infundadas y Sherlock Holmes corría un peligro real: esta vez no era asunto de enfrentar poderosos delincuentes, dispuestos a asesinarlo, el problema radicaba en que las fuerzas de seguridad y el poder judicial tenían su mirada enfocada en mi amigo detective, contando con el aval de los siniestros Rudolf Shrubth y Charlles De Goldies, dispuestos a acabar con la reputación y la libertad de Sherlock Holmes.
Al menos, mi amigo estaba enterado de la difícil situación, y conocía muchos detalles que no podía decirme en el momento, sobre todo para resguardar mi seguridad, ya que como asistente y biógrafo de Sherlock Holmes, mi posición era muy delicada: podían acusarme de ser cómplice del detective o exigirme que entregara algunas de las memorias, que con tanta precisión he escrito y todavía no he publicado. Aunado a esto, para mí sería incómodo ser interrogado en una estación de policía o en una corte de justicia, debido a que decir la verdad, en algunos asuntos delicados, podría comprometer a mi amigo, y quedarme callado o mentir no serían opciones viables. Aunque preferiría inhibirme de alguna manera, así me quitaran la licencia médica y me condenaran a prisión, por varios años, para evitar la caída en desgracia de Sherlock Holmes.
A pesar de mis problemas de memoria y otros raros síntomas neurológicos, todavía recuerdo aquel 5 de enero, un día que jamás olvidaré. Sherlock Holmes y mi persona terminamos de desayunar. En pocos momentos, apareció un invitado indeseable, quien subió corriendo las escaleras, con la fuerza de un muchacho que no llegaba a los treinta años, sin esperar que la Sra. Hudson lo presentara. Antes que él tocara, de una manera fuerte y desesperada, mi amigo se le adelantó y abrió la puerta. Era el sucio Wiggins, el jefe de la banda informal de informantes de Sherlock Holmes. Tengo que decir que pese a su desagradable aspecto e insoportable mal olor, que lo delataban por bañarse muy poco y dormir en las calles y los basureros, y haber recibido maltratos verbales por parte del detective, él siempre fue fiel y agradecía los favores y pagos recibidos.
Sherlock Holmes lo invitó a desayunar, llamando a la Sra. Hudson, quien no disimulaba su mala cara, para que trajera huevos, jamón, pan, mantequilla, café y leche, y cualquier otro plato adicional que deleitara el paladar de su invitado. Tuve que retirarme y dar una vuelta, por las calles aledañas, porque mi compañero me dijo: Watson, espero no ofenderte, pero por tu seguridad, no debes escuchar esta conversación.
Luego de media hora, desde un punto cercano vi que Wiggins se retiraba y volví al apartamento 221B, pero tuve que abrir las ventanas ante el mal olor reinante, mientras el detective destapaba algunos de sus frascos, resultantes de experimentos químicos desconocidos por mi persona, para perfumar las habitaciones. No obstante, me percaté que un valioso documento, El gran secreto de Sherlock Holmes y su lucha contra la organización, no estaba en mi archivo, aunque el detective me dio una explicación satisfactoria y luego aclararé este punto.
Al cabo de un rato, llegó un segundo visitante, quien no necesita presentación, y es uno de los pocos inspectores que respeta y aprecia a Sherlock Holmes, aunque hablar de amistad entre ellos es un asunto complejo, ya que sus relaciones son más profesionales que personales, y a veces, imprudentemente el famoso detective se ha entrometido en sus asuntos, y en vez de ser una ayuda, él ha sido un estorbo para su carrera, ya que le han negado ascensos porque muchos de