Es el marcado contraste entre la aguda inteligencia, empañada de escepticismo, de Sherlock Holmes, y la ingenua credulidad de sir Ar thur Conan Doyle (1859-1930) lo que invita a muchos a cuestionar la paternidad literaria de este. Así lo advierte el, siempre irónico, Martin Gardner (1914-2010), genio de las matemáticas recreativas, en un texto publicado en 1976 compilado en “La ciencia, lo bueno, lo malo y lo falso” (1981): “No creo que fuera Doyle quien creara a esta inmortal pareja. Más bien debió ser al revés. Holmes y Watson permitieron a sir Arthur capitalizar su invención. Al hacerlo, le dotaron de esa inmortalidad terrenal que sus auténticas, pero anodinas obras literarias nunca le habrían proporcionado”.
Aunque es el ensayista y pensador británico G. K. Chesterton (1874-1936) quien prefiere poner en duda la exagerada inteligencia que se atribuye al icónico detective, debido al exceso de celo en su fría racionalidad: “Sherlock Holmes habría sido mejor detective si hubiera sido un filósofo, si hubiera sido un poeta, e incluso si hubiera sido un amante”.
¿QUIÉN ES EL PADRE DE SHERLOCK HOLMES?
Esa misma línea argumental expresará el conocido ilusionista (MÁS ALLÁ, 380), en su clásico “Flim Flam” (1980) –traducido al castellano como “Fraudes paranormales” (1994)– cuando advierte que, tal vez Sherlock Holmes no era tan sagaz detective como hemos pensado: sus deducciones eran tan previsibles, como la realidad estereotipada de la época victoriana en el que transcurren sus aventuras. “En esa época (1819-1901) había dejado como sello distintivo: la noción de que el mundo era un lugar muy predecible y de que todo era seguro y estable. Las niñitas eran siempre inocentes y frívolas. Los hombres malos tenían las cejas pobladas y vestían de negro. Las personas eran clasificadas para siempre por su nacimiento y educación. Esta era la tendencia de la época”. Pero, lamentablemente, la realidad no siempre coincide con este universo literario de doncellas inocentes y criminales de rostro patibulario.