Nora
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Nora - Merete Pryds Helle
Nora
Translated by Javier Orozco Mora
Original title: Nora
Original language: Danish
Copyright © 2019, 2022 Merete Pryds Helle and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726804799
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
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El futuro jamás llega, pues cuando llega es presente
La Casa de Kristine
Ahora que Nora ha cumplido doce años puede ir sola a la escuela. El maestro Langnes viaja de granja en granja ofreciendo asambleas escolares para todos los niños que puedan asistir. Nora pasará dos días y una noche en casa de Kristine. Anne-Marie alistó su atuendo y ayuda a Nora a ponerse su enagua, las medias de lana sostenidas por cordones azules —que Anne-Marie le tejió con pericia— el claro vestido de lana con la cenefa de flores azules, la chaqueta y el chal bordados, y el gorro. Nora tira de la bufanda de tubo para hacerla bajar por su nariz y finalmente se calza las botas de piel con forro de cordero. Del otro lado de las ventanas, la madrugada flota decorada con estrellas y una cúpula de luz lunar tras la montaña.
Bertha ata la caja de madera pintada de azul y margaritas al pequeño trineo que antes había arrastrado hasta el porche.
—Va llena de puras cosas buenas —dice Bertha alegre acercando a Nora hacia ella en un abrazo. La fragancia a grasa, vinagre, mermelada de arándano, pescado y azúcar que flota como nube alrededor de Bertha le sienta bien. El padre de Nora sale de su despacho, donde ha estado trabajando desde las cinco de la mañana, asevera él, pues a quien madruga Dios le ayuda.
—Ese Langnes —pregunta su padre—. ¿Les hace cantar salmos?
—Rara vez —miente Nora, pues el maestro Langnes comienza cada sesión escolar con un salmo, pero ella prefiere evitar cualquier disgusto a esa hora tan temprana.
—Hay que tener cuidado con ese tipo de cosas —dice su padre—. Un profesor está en la posición de estropear las mentes de sus alumnos.
Anne-Marie le ayuda a Nora a abotonarse el abrigo.
—La pequeña no debería seguir aquí dentro con toda la ropa puesta —agrega.
El padre asiente antes de regresar a su despacho y cerrar la puerta. Bertha empuja el trineo fuera del porche. Dos nubes bajas parecen frutos de la montaña a la espera de ser recolectados. En el establo resoplan los caballos, pero todo lo demás es silencio. El aire es fresco como una nieve invisible. Algunas luces resplandecen en las ventanas de la finca. Anne-Marie enciende la linterna que está atada a la parte delantera del trineo.
—Anda —le dice Anne-Marie a Nora como si fuera un caballo.
Al moverse por la nieve, Nora se llena de alegría; ella es un pájaro que vuela bajo entre el aire fresco y las montañas silenciosas cuyas sombras emergen paulatinamente de la oscuridad. Escucha el canto de un ave, el crujido de algunos arbustos, su propia respiración. Percibe el silencio detrás de los sonidos, que es su hogar cuando ella no está. Nora avanza a paso ligero y cuando el camino se inclina, se sienta en el trineo para deslizarse mientras un resplandor de día se va asentando a su lado izquierdo, aún tan débil que no ejerce poder alguno sobre el oscuro cielo. Nora se entristece al echar un último vistazo a las ventanas iluminadas de su finca cuando llega al punto donde el camino dobla hacia Molde, frena y se detiene un instante. Se escucha el tintinear de un trineo, deben ser los niños de Råkhaugen.
Kristine vive en una casa de madera blanca. Tienen pocos animales, unas cuantas gallinas y el cerdo que engordan para la Navidad. El aroma es distinto: Lysgården —la finca de la familia de Nora— huele a vinagre, quesos, caballos y tabaco para pipa; aquí el aire está impregnado de manzanas. En Lysgården tienen un viejo perro de muestra danés que acompaña de caza al padre de Nora, mientras la madre de Kristine tiene un perrito blanco de aspecto bobo que jamás cesa de trotar. La mamá de Kristine disfruta comentando que la ventaja es que junto a su mascota cualquiera se siente como un genio.
La puerta de la casa principal está abierta, en el umbral están la madre de Kristine, el maestro Langnes y detrás de ellos Helge y Frode, los hermanos de Kristine. Nora se pregunta si alguna vez la mamá de Kristine anhela un marido con quien esperar en la puerta, así como su papá dice echar de menos una mujer que levante la mesa discretamente cuando tiene invitados.
Oline, la empleada, sale para recibir las cestas con comida de los alumnos y dejarlas en la cocina. Kristine la sigue y jala a Nora al interior de la casa, desatendiendo a los niños de Råkhaugen como si fueran copos de nieve a la deriva. En el salón han alineado las sillas, la banca con almacén y han instalado las mesas de la casa. Kristine le ayuda a Nora con su abrigo y lo deja en una silla cercana a la rugiente chimenea, la cual da la impresión de calentar más que la de Lysgården. Al mismo tiempo le susurra a Nora que el maestro Langnes es un mojigato sabelotodo, pues cuando le preguntó cómo se fabrica el queso no supo ni qué responder.
Los últimos niños van llegando al patio, en total son doce. Cuando todos se han sacado el abrigo, los zapatos y se han calzado los zuecos, entran y toman asiento. El maestro Langnes se coloca detrás de la gran mesa ubicada frente a la ventana y luego levanta los brazos justo como el pastor Hansen antes de dirigir el coro. Algunas narices resoplan, otras se suenan, el frío va dejando el cuerpo de los niños y el sol llena la ventana detrás del profesor.
—Comencemos con una canción —dice él mientras la madre de Kristine reparte los libros de salmos.
Entonan Ahora conozco el camino al Reino de los Cielos. Afortunadamente Kristine, que está al lado de Nora, y los hermanos Petterson, parados a su espalda, cantan con tal enjundia que Nora simplemente mimetiza las palabras con sus labios, pues así no le dará ningún motivo de disgusto a su padre en casa, ni al maestro que tiene frente a ella.
Tras el himno, el maestro Langnes diserta sobre la invasión de Napoleón a Egipto y cuenta cómo el emperador llevaba a todo tipo de científicos consigo para que estudiaran las costumbres, la flora —es decir las plantas, explica—, e incluso la geología local.
La mera idea de que existan personas que realizan expediciones a Egipto emociona intensamente a Nora. El maestro Langnes dice que en Egipto las montañas están bañadas de sol y cubiertas por arena, que allá montan camellos en lugar de caballos, pues esas bestias almacenan agua en sus jorobas, lo que les permite atravesar grandes distancias por las montañas arenosas sin necesidad de beber.
—Son igual a las nodrizas —le susurra Kristine a Nora—. Que guardan leche en sus pechos.
La siguiente actividad consiste en escribir nombres de las ciudades de la Costa Oeste en las pizarras sin cuchichear con los demás. Nora advierte que Kristine escribe más nombres que ella, aunque varios son asentamientos desconocidos de los que nadie ha oído hablar. El sol se desplaza por el marco de la ventana mientras el sonido seco de las tizas contra las pizarras llena la sala. Oline entra con la comida de cada alumno servida en platos. Después de la merienda llega la hora de las matemáticas. Nora duda ante los números que se acumulan en su pizarra. Afortunadamente no es la única, varios piden ayuda y entonces Kristine aprovecha para susurrarle a Nora. Luego les piden que reciten las tablas de multiplicar, por suerte a Nora le toca la del doce, la cual, por ser tan limpia y ordenada, normalmente recuerda sin complicaciones. El sol deja la ventana y una luz gris engulle al día en una oscuridad vespertina. Al escuchar la llegada del trineo que viene por los niños de Råkhaugen, los alumnos van a buscar sus pequeños trineos; solo Susanne y Nora pasarán la noche ahí. En la cocina Oline está ya hirviendo la sopa de cordero. Al maestro Langnes y a la madre de Kristine les divierte comer cada uno en su mesa como si estuvieran en la escuela.
—Recuerden, Dios es el maestro más importante —dice Langnes al cerrar la puerta del salón.
Nora está a punto de sacarle la lengua, aunque alcanza a mordérsela con los dientes al ver que Susanne —que es hija del cura— dibuja una cruz con los dedos en la puerta. Oline silba melodías mientras prepara la cena, la estufa de hierro calienta acogedoramente y en el aire flota la fina bruma de la harina para la masa.
Helge y Frode se persiguen alrededor de la mesa de la cocina.
—¡Helge es un trol! —grita Frode.
—Sí y ahora te comeré —amenaza Helge.
La madre se asoma a la cocina con el aro de bordar en las manos y el perrito tras sus talones. Señalando a los infantes con la aguja, le ordena a Kristine que lleve a todos arriba para que jueguen con la casa de muñecas. Kristine se cruza de brazos inconforme.
—No quiero —responde.
Nora la mira consternada, Susanne luce igual de pasmada. La madre pellizca el lóbulo de Kristine y le exige que obedezca. Nora finalmente verá la famosa casa de muñecas de la que todos hablan en Molde.
Los chicos son los primeros en subir las escaleras oscuras hasta el ático, donde el olor frutal de la casa se intensifica, pues ahí almacenan las grandes cestas repletas de manzanas y peras. Kristine abre la puerta del desván, Susanne va por detrás con la lámpara que irradia un suave resplandor por el piso. Nora la sigue muy de cerca. Sus cabezas se sumergen en el gorro de oscuridad que flota sobre ellas. Kristine usa la luz para encender las otras lámparas del diván: de la oscuridad emerge, como un barco que navega por el fiordo, la blanca casa de muñecas. Ocupa casi toda la habitación y tiene dos ventanas altas por cada lado de la puerta, la cual Helge abre mientras le dirige una mirada inquisitiva a Kristine.
—Fue lo único que nos dejó papá —dice ella—. Está tan vacía como un huevo succionado por una urraca.
—¡Pero podemos llenarla! —exclama Nora.
El grupo atraviesa la puerta baja agachando sus cabezas. Ya adentro se sienten apretados, como si las paredes se estrecharan a su alrededor. Los niños se ponen a cuatro patas para ladrar y gatear entre las chicas.
—La odio —dice Kristine.
Esa noche Nora, al dormir bajo el pesado edredón con Kristine a un lado acurrucada como un animal en una cueva y Susanne roncando sobre la banca con almacén que transformaron en cama, se sueña deslizándose en su trineo, cuesta abajo por la cresta de una montaña sobre Lysgården. Encima de ella se dilata la noche y las aves rapaces rondan como las nubes de una tormenta. A pesar de la oscuridad ella ve con claridad. Los patines se deslizan por una vereda que se estrecha más y más conforme avanza, las laderas de la montaña van cerrándose alrededor de Nora, hasta el punto en el que solo es posible seguir hacia adelante. Un abismo se abre súbitamente. Ella apenas logra frenar, pero el trineo se tambalea peligrosamente sobre el borde. Tres poderosas águilas pescadoras pelean frente a sus ojos. Nora, tirando de su trineo por la correa, retrocede paso a paso bajo los costados de la montaña hasta encontrar el camino. Ahí, donde ya no existe un solo sonido, logra finalmente darse la vuelta. Ante ella se extiende un valle bañado por la luz dorada del alba, la nieve se amontona en pilas de casas blancas de muñecas y todo queda sumergido en un silencio aplastante.
Lysgården I
Nora va recolectando moras azules por el camino que lleva a Molde. Ha llenado ya una de sus dos cestas. El sol cae en su cabeza y hombros. Es refrescante cuando una nube fugazmente tapa el sol al atravesar el cielo. Nora dirige frecuentemente sus ojos hacia el camino, pues Gran Petter traerá a un joven estudiante. Es el sobrino de uno de los socios de su padre. Necesita de un entorno tranquilo para sus estudios, ya que su hogar en Vestnes, como el padre de Nora lo formuló, no es propicio para la industria mental. El estudiante pasará el verano en Lysgården. Nora se sienta en la hierba alta absorbiendo la brisa especiada del verano. Una abeja se posa en la tela roja de su falda. A Nora le gustaría que la peinara con sus patas como si ella fuera una flor y sus rodillas estuvieran llenas de néctar. Al atisbar el carruaje al fondo del camino, Nora se levanta de un salto para seguir recogiendo frutos. La abeja vuela hacia un altramuz y se pierde entre los racimos de flores. Nora saluda, con la cesta en una mano, cuando el carruaje está cerca. Gran Petter le susurra algo a la figura que va sentada junto a él y luego levanta su mano a manera de saludo. El carruaje se detiene junto a Nora, los caballos acalorados sudan mientras pisotean inquietos.
—¿Acaso la señorita necesita ayuda? —pregunta el joven.
Es alto y delgado, con un fino pelo castaño claro que se riza como la espuma. Sus ojos son suaves y grises, Nora jamás había conocido un gris así de cálido. Su boca grande esboza una sonrisa. Su aspecto es totalmente distinto al de los hombres