Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Por si me olvido de ti
Por si me olvido de ti
Por si me olvido de ti
Libro electrónico231 páginas2 horas

Por si me olvido de ti

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

¿Qué harías si te encuentras con un diario que no es tuyo? Si estuviera en tu casa, si no reconoces la letra ni tampoco a la persona que lo escribe. ¿Y si supieras que esas páginas pondrán tu vida patas arriba?  ¿Qué harías entonces?
Una noche en un bar, un chico al fondo, un polo amarillo, una sonrisa descarada. La primera cita, aquel vestido rojo, el comienzo de una historia de amor como otra cualquiera, pero ellos no son como los demás. Los recuerdos de Julia son ahora el pasatiempo favorito de Eva. Pronto descubrirá que su historia esconde un gran secreto. 
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 oct 2022
ISBN9788408258407
Por si me olvido de ti
Autor

Laura González Menéndez

Laura González Menéndez nació en Asturias el 10 de enero de 1994, aunque Madrid ya se ha convertido en su segunda casa. Se graduó en Periodismo en la Universidad Complutense. Especialista en comunicación, tiene también estudios de Marketing. Ha trabajado en distintos medios. Primero en la Televisión Pública del Principado de Asturias como reportera de informativos. Desde el año 2018 está vinculada a RTVE, donde ahora continúa desarrollándose profesionalmente como redactora en el departamento digital. Con su novela ‘Por si me olvido de ti’, da sus primeros pasos en el mundo de la literatura. Una historia de amor trepidante que promete no dejar indiferente al lector. INSTAGRAM: laalagonzalez  

Relacionado con Por si me olvido de ti

Libros electrónicos relacionados

Romance para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Por si me olvido de ti

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Por si me olvido de ti - Laura González Menéndez

    Capítulo 1

    La Navidad para Eva

    Veinte de diciembre. Son las seis y diecisiete de la tarde y ya está anocheciendo. El hombre del tiempo dijo que llovería, pero el cielo está cada vez más despejado en Torrelodones. Al menos eso es lo que atisba Eva desde la ventana de su habitación, donde se escucha una versión menos comercial del clásico All I Want For Christmas Is You, interpretada por Bely Basarte. Su lista de reproducción navideña no ha dejado de sonar en todo el día. En todo el mes, para ser exactos. Es su época favorita del año y piensa disfrutar de su banda sonora hasta el día de Reyes. Con suerte, quizás consiga alargarlo un poco más. Cuando su familia se decida a recoger los adornos de la casa, por ejemplo. Eso le aseguraría una o dos semanas extra de villancicos. Superar dicho margen de error podría hacer peligrar la convivencia.

    Cada año, Eva busca los regalos por todas partes. Puede sonar contradictorio, pero las sorpresas nunca le han gustado demasiado, ni siquiera en Navidad, cuando dejan de ser una opción. Nada que ver con su hermana mayor, que piensa que tiene el Grinch metido en casa y durmiendo al otro lado del pasillo, con menos pelo y un tono de piel mucho más humano que camufla sus «monstruosas intenciones». Al menos, eso dice Luna.

    Ella y sus padres han salido de visita al centro de Madrid. Esta será la primera vez que Eva se pierda Cortylandia, una tradición familiar que no piensa seguir perpetuando. No lleva nada bien las aglomeraciones, por eso le gusta tanto vivir en las afueras de la ciudad, aunque eso conlleve perder mucho tiempo viajando en transporte público. Siempre guarda un libro en su mochila y paga religiosamente su cuota de usuario Premium en Spotify. Así se podría pasar cientos de horas. Por eso estas Navidades espera que le regalen unos cascos nuevos. En cuanto al libro, Papá Noel ya sabe que es una apuesta segura.

    Ahora suena Let it snow! Let it snow! Let it snow! Sin duda, la canción favorita de Eva. En su lista de reproducción hay más de veinte versiones. Su madre solía ponérsela cuando era pequeña para que se durmiera. En un cajón de su habitación, el de los trastos viejos, guarda una cajita de música. Está algo rota y no sabe quién se la regaló, pero no piensa deshacerse de ella. La recuerda desde que tiene uso de razón. Aprendió a girar la manivela antes que a caminar y, cada vez que lo hacía, sonaba aquella melodía. Fue la primera canción que tocó con el piano. Aunque el teclado del salón ahora solo almacene polvo, de algo se acuerda.

    «¿Dónde estarán los regalos?», se pregunta Eva, mientras empiezan a escucharse de fondo los grandes éxitos de Frank Sinatra. Él es el maestro de ceremonias de cualquier celebración navideña que se precie, sobre todo, si tiene lugar en casa de los Martín Campos. Su música le suena a hogar, a familia, a madera ardiendo en la chimenea, a comida hasta reventar, a luces parpadeantes por toda la casa… A Navidad. La tía Blanca es la otra pieza clave del puzle, la que da sentido a la palabra «fiesta». Fue ella la que inauguró el karaoke de Nochebuena, una anécdota que acabó convirtiéndose en tradición. Sobredosis de azúcar y otras sustancias que la arrastraron a subirse a la mesa del salón y a deleitar a los invitados con un popurrí de villancicos. Ya lo dice Blanca, «mezclar nunca es bueno», ni siquiera cuando se trata de champán y polvorones.

    Ni rastro de los regalos en el canapé de la cama de sus padres, tampoco en el enorme macetero falso de la entrada ni en la caja ya vacía del árbol de Navidad. «¿Y la buhardilla? Demasiado tópico», piensa, aunque no lo descarta. Hace siglos que no sube allí. Con el paso del tiempo se ha convertido en un almacén de cosas que no sabes dónde colocar, pero que tampoco quieres tirar. ¿Los libros de texto del colegio? A la buhardilla. ¿La gigantesca y aparatosa cinta de correr que su padre se empeñó en comprar cuando se acercaba el verano y no conseguía bajar los excesos del invierno? A la buhardilla. ¿El colchón viejo que cambiaron hace un par de años? A la buhardilla…, y así sucesivamente. Los típicos «por si acaso» que, al final, acaban ocupando veinte metros cuadrados de la casa sin que te enteres.

    Eva sube las escaleras, se asoma por la puerta y ve todo ese desastre. Se ha equivocado, no va a ser tan fácil encontrar algo allí. Al fondo puede intuir una estantería llena de libros escondidos detrás de una gruesa capa de polvo. La mayoría son muy antiguos, todos de sus padres. A ellos también les encanta leer.

    «Qué es esto?», murmura. Eva saca el ejemplar más pequeño que ve. No tiene título ni rastro de sello editorial en el lomo, por eso le llama especialmente la atención. «No es un libro», piensa. Al abrirlo se da cuenta de que sus páginas están escritas a mano, parece un diario. Ya es de noche y no consigue ver prácticamente nada. La única bombilla de la buhardilla se ha fundido y nadie se ha acordado de cambiarla, así que baja las escaleras hacia su cuarto con el cuaderno en la mano. Se tumba en la cama, enciende la lámpara de su mesita de noche y utiliza un lápiz para recogerse el cabello. No sabe cómo lo hace, pero siempre pierde todas sus gomas del pelo. Además, está convencida de que este peinado le da un aire intelectual y desenfadado.

    Eva observa atentamente la primera página. Parece demasiado antiguo para ser de su hermana. Tampoco se imagina a su padre escribiéndolo. ¿Será de su madre? No reconoce la letra. La curiosidad supera con creces el sentimiento de culpa por tener entre sus manos un diario que no le pertenece. Aunque ella nunca ha escrito uno, sabe que es algo muy personal.

    No importa, ya no hay vuelta atrás. Llegados a este punto, necesita saber quién se esconde detrás de estas páginas, así que comienza a leer.

    Capítulo 2

    Para ti, Mario

    Tus ojos. Nunca llegué a decírtelo, pero fue en lo primero que me fijé cuando te conocí. No eran especialmente llamativos, un marrón avellana más que común. Quizás fue la manera en la que me miraste. Atento, impaciente, cómplice.

    Yo nunca he ligado en un bar, jamás. Cada vez que alguien se me acerca con intención de tontear me transformo en la persona más desagradable del mundo y al abrir la boca todos suelen huir. Menos tú, que viniste para quedarte. Pero no voy a adelantar acontecimientos, quiero recordarlo todo, detalle a detalle.

    Era jueves, el 3 de agosto del año 2000, para ser exactos. Había unos treinta grados en Madrid y llovía. Típica tormenta de verano que te pilla desprevenida, con sandalias y sin paraguas. Qué ganas tenía de llegar a casa y tumbarme en el sofá después de haber aguantado a mi jefe durante muchas más horas de las que me correspondían por contrato. Ese maldito papel en el que tampoco especificaba los fines de semana contestando llamadas «urgentes», ni la estúpida norma de ir maquillada y en tacones todos los días. El problema era volver a darle largas a María. Cuando lo haces tan a menudo te sueles quedar sin excusas, al menos, de las creíbles.

    —Lo siento, tengo los pies como si hubiera corrido una maratón —dije con cara de pena para que me perdonara los cuarenta y cinco minutos de retraso.

    —Tranquila, después de haber rechazado todos mis planes durante casi un mes, estos tres cuartos de hora son peccata minuta —dijo María al tiempo que esbozaba una sonrisa.

    Si no se tratase de ella, hubiera pensado que aquello era un dardo envenenado, pero María nunca se enfada. Siempre ha sido una persona muy sencilla y, en consecuencia, feliz. No deja que los problemas que no está en su mano solucionar le amarguen la existencia. A veces la envidio. Es como esa persona que intento ser y logro, solo, algunos días.

    Tras un par de horas poniéndonos al día y hablando pestes de mi jefe —sobre todo lo segundo—, ahí estabas, con los ojos puestos en mí, apoyado en la barra y rodeado de amigos. Qué vergüenza. Incluso María notó algo raro en mi cara desencajada. No le dije nada porque es la persona menos disimulada que conozco y sabía que le iba a faltar tiempo para girarse, señalarte y gritar: «¡¿El morenito?!». ¿Quién no conoce a alguien así?

    Los nervios se apoderaron de mí cuando vi que te acercabas a nuestra mesa. Podría haber quedado como una creída, quizás tu única intención era ir al baño que estaba justo detrás de mí. Mentiría si dijese que era la primera vez que me pasaba algo así —tampoco sería la última—, pero, aquella vez, mi intuición no falló.

    —Tu amiga te va ganando por goleada —dijiste señalando a los tercios vacíos que quedaban del lado de María—. Si te invito a un par, igual podemos remontar —añadiste. Y una vez más, saqué a relucir mi lado menos amable. Así me gusta llamarlo.

    —¿Y qué te hace pensar que quiero acabar borracha? Mejor dicho, ¿qué te hace pensar que quiero acabar la noche contigo?

    —Nada, pero yo quiero creer que sí. Llámame optimista… o Mario.

    Qué sonrisa tan descarada. Estabas tan seguro de ti mismo que era imposible no sentirme atraída por ti. Recuerdo que ese polo amarillo que llevabas no te hacía justicia, pero a quién le importaba.

    —Mario, pierdes el tiempo. Créeme, te estoy haciendo un favor.

    —¿Es así de difícil siempre? —preguntaste dirigiéndote a María.

    —Ni te lo imaginas… Yo, que soy una de sus mejores amigas, he tardado casi un mes en conseguir una cita con ella. Suerte, campeón. Y perdonad, pero tengo que ir al baño —dijo, y no volvió. La vi salir y la miré con cara de «esta te la guardo», pero lo cierto es que no tuve intención de frenarla en ningún momento.

    Su huida era de esperar teniendo en cuenta lo mucho que mi amiga deseaba que conociera a alguien. Nada serio, solo algo divertido. Pero, a pesar de sus buenas intenciones, no era la mejor celestina. Se dio por vencida después de intentar, sin éxito, emparejarme con dos de sus amigos. Esas cosas nunca salen bien. No a mí.

    —Mira, vamos a hacer un trato, ¿vale? —me preguntaste.

    —No, eso no va a pasar —contesté yo negando con la cabeza.

    —Al menos déjame que te lo proponga.

    —A estas alturas ya hubiese ahuyentado a cualquiera. Me sorprende que sigas aquí. ¿No te rindes nunca o qué?

    —No con lo que creo que vale la pena.

    —Y eso lo sabes porque…

    —Suelo tener buen ojo para calar a la gente. Es un don.

    —Qué interesante —contesté irónicamente—. ¿Alguno más que deba conocer?

    —Si me concentro mucho, puedo leer tu mente.

    —Entonces sabrás el día que llevo y las pocas ganas que tengo de ligar hoy, ¿verdad?

    —Espera, espera…, ¿quién ha dicho que esté intentando ligar contigo?

    Creo que hasta el camarero se dio cuenta de cómo mis mejillas empezaron a sonrojarse. Lo único que pensaba era «levántate, coge tu bolso y vete». Pero ese hubiera sido un final muy triste para nuestra historia, uno que no merecería la pena recordar, ni mucho menos escribir.

    —Vale, sí, ¿tan evidente es? —dijiste apiadándote de mí—. Que conste que me lo estás poniendo muy difícil. Ahora me veo obligado a confesarte cuál es mi tercer don. Prepárate, porque este es todavía más increíble que los anteriores.

    —Sorpréndeme.

    —Siempre sé qué pedir cuando voy a un restaurante nuevo. Sé lo que está rico y lo que no. Mis amigos siempre delegan en mí porque conocen mi don.

    —Menuda chorrada… —contesté riéndome.

    —¿Te ríes de mis espectaculares habilidades o es que no me crees?

    —Ambas.

    —Pues entonces acabas de aceptar una cita.

    —¿Cómo? —pregunté extrañada.

    —Yo tengo que demostrarte que lo que te estoy diciendo es verdad y tú necesitas comprobarlo. Invito yo. Así, si no te gusta la comida, por lo menos habrás cenado gratis —dijiste, pero los dos sabíamos que no estabas hablando de la carta del restaurante.

    —Vale, iré. ¿Este domingo a las ocho en la Puerta de Alcalá? Yo elijo el sitio, no quiero que hagas trampa.

    —¿Qué? ¿Así de fácil? Eso no me lo esperaba —contestaste sorprendido.

    —¿Lo ves?

    —¿El qué?

    —Esa cara de tonto, la misma que se te va a quedar cuando no des pie con bola en la cita. ¿Te he dicho que soy un poco especial para la comida?

    Me levanté muy orgullosa de mi contraataque. Recuerdo la canción que sonaba en ese momento en el bar. Yellow, de Coldplay, una de mis favoritas, pero no podía quedarme a escucharla. Era el momento justo para irme y recuperar la dignidad que había perdido hacía unos minutos. Ya estaba casi saliendo por la puerta cuando…

    —Oye, ¿no me vas a dar tu número? ¿Ni siquiera me vas a decir tu nombre? —me preguntaste.

    —Creo que no me voy a arriesgar. Quién sabe, igual me arrepiento y al final decido no ir. Tengo tiempo para pensarlo hasta el domingo.

    —Pues no lo pienses tanto. Las mejores cosas de la vida son las que se improvisan, Julia.

    «No puede ser», murmuré en aquel momento. Hasta que, un segundo después, me di cuenta de que no llevaba el móvil conmigo. El mismo que tenía una pegatina en la parte de atrás con mi nombre. El que probablemente me había olvidado encima de la mesa del bar. Adiós a mi salida triunfal. Hola, pasillo de la vergüenza.

    —Lo sabías, ¿verdad? Mi nombre, ya lo sabías —dije resignada mientras de nuevo volvía a aparecer esa maldita sonrisa torcida en tu cara—. ¿Te diviertes?

    —Un poquito.

    Cogí mi teléfono y me fui. No era la salida que me había imaginado, pero ¿cuántas veces nos hemos reído recordando aquella primera vez? La primera vez que nos vimos, la primera vez que escuché tu risa, la primera de tantas veces que te oí decir mi nombre. La primera de las muchas que vendrían, aunque en ese momento ninguno de los dos nos lo imaginábamos. Tú siempre decías que sí, pero yo nunca llegué a creerte. ¿Quién puede tener tantos dones?

    Echo de menos las primeras veces contigo, Mario.

    Capítulo 3

    Las primeras veces

    «¿Cuándo fue la última vez que hice algo por primera vez?», se pregunta Eva. En realidad, lo que más le intriga es la desconocida identidad de la protagonista de esta historia. ¿Julia? Ella, que siempre tiene respuesta para todo, no sabe qué contestar.

    Es consciente de que averiguar quién se esconde detrás de estas páginas va a ser una tarea más complicada. Sin embargo, ¿cómo no va a recordar su última primera vez? Si tiene

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1