Galardón alma
Por J. Colmarias y Francesc Gómez
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Pero su mente insiste en que hay algo extraño.
Todos aplauden.
Todos sonríen.
No te fíes de las sonrisas.
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Galardón alma - J. Colmarias
GALARDÓN ALMA
GALARDÓN ALMA
J. Colmarias
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© J. Colmarias, 2019
© Ilustración: Laura Merino, 2019
©Ediciones Dorna, 2019
C/ Duque de Alba 15, 28012, Madrid
www.edicionesdorna.com
ISBN: 978-84-120211-3-4
IBIC: FK
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A Patricia, gracias por acompañarme en el camino.
I
Todavía en pijama y con una creciente felicidad contenida, miró al frente.
—No iré. No. No debo ir —dijo Aurora.
—¿Estás loca? —contestó Patricia mientras vertía zumo de naranja en un vaso.
—Te hice una promesa.
—Vuelve a leerlo.
Aurora lo leyó y después colocó el sobre en la mesa junto con dos cartas más que habían llegado a primera hora de la mañana. Se mordía un carrillo y miraba a Patricia, la cual se las ingeniaba para abrochar el último botón de su abrigo con una mano.
—Déjate de historias. Irás. Sé que te mueres por ir. Podemos retrasar el plan hasta que regreses.
—Te compensaré —aseguró Aurora mientras se le escapaba una sonrisa—. Prometo darte el doble de todo. Doble ración de masajes.
Patricia caminaba a paso ligero por toda la planta baja. Cogió las llaves, su bolso y un paraguas.
—Te tomo la palabra.
—Doble ración de mimos.
—¿Debería anotar esto?
—Doble ración de besos.
—Empieza por darme uno ahora.
Ambas se encontraron en el centro del salón y se dieron un beso de despedida. La una en pijama y la otra preparada para el frío que azotaba aquel diciembre, el décimo que pasaban compartiendo cama, baño y un futuro.
Despegados los labios, bizcos los ojos por la cercanía y con las narices aún rozándose, Aurora determinó el último punto de su recompensa:
—Doble ración de...
—De eso tendrás que darme el triple —interrumpió Patricia antes de alejarse y salir por la puerta riendo.
Una vez se hubo quedado sola, Aurora fue hasta la cocina y abrió todos los cajones en busca del termómetro. Tras unos segundos, recordó que lo había usado la pasada noche, justo antes de dormir. Fue hasta el dormitorio y allí estaba, sobre la mesita. Al cogerlo, vio aquel horroroso marco de porcelana. En su interior, una vieja foto de ella y Patricia sentadas en un banco; miraban a cámara divertidas y tenían las mejillas pegadas. Solo por la foto, bien valía soportar aquella horterada.
De nuevo en el salón, se introdujo el termómetro en la axila y, sentada en un taburete de la cocina, volvió a releer la carta.
Estimada Aurora Brennenton,
Nos complace comunicarle que el señor Figueroa, alcalde de Bontanil, y la unanimidad del jurado han premiado su libro Retales de una vieja poetisa con el más prestigioso premio de nuestra localidad.
El Galardón Alma supone la entrega de un trofeo decorativo, estancia por tres días en el hotel Las Viñas, 5000 pesetas en metálico y, por último, pero no por ello menos importante, el cariño de todos los habitantes de Bontanil.
La entrega de premios se realizará durante la tarde-noche del primer día, coincidiendo con el cierre de las fiestas patronales. En el transcurso de las jornadas, se le pedirá la presencia y participación en diferentes actividades y charlas. Queremos aclarar que todos los gastos que pudiera generar durante su estancia serán cubiertos, incluyendo en estos la total manutención.
Si usted se ve en la necesidad de renunciar a dicho galardón o, por el contrario, decide aceptarlo, póngase en contacto con nosotros a través del siguiente número de teléfono...
Intermitentes bips sacaron de su lectura a Aurora. Retiró el termómetro: 37´5 grados. La fiebre de los días anteriores iba remitiendo y la espesa mucosidad había dejado como recuerdo una roja e irritada nariz.
Durante la mañana sopesó los pros y contras en su cabeza. Aquel sería el primer premio que recibiría en su carrera literaria. Por contra, le debía aquellas vacaciones a Patricia. En un principio, el viaje estaba planificado para el mes anterior, pero la presentación de Retales de una vieja poetisa y una serie de actos promocionales obligaron a posponerlo. Sería egoísta volver a priorizar sus intereses individuales sobre los de su pareja. Aunque bien pensado, no te dan un premio todos los días, y Francia seguiría estando ahí el sábado. Claro que ahora tendría que retrasar el vuelo al menos un día. Seguro que los billetes les saldrían por un pico y, además, el tipo de la agencia era un mete fichas de cuidado.
Las horas pasaron lentas mientras analizaba los pros y contras de su decisión. Intentó escribir, pero su cabeza era como una lavadora a la que se le había atascado la puerta. Y los pensamientos giraban y giraban sin llegar a aclararse nunca. A eso de las nueve, llegó Patricia empapada de arriba a abajo. Tras darse una ducha y ya dando cuenta de la cena, preguntó:
—¿Has llamado?
—¿Llamar a dónde? —disimuló Aurora y, ante la mirada inquisitiva de Patricia, continuó—: No, no lo he hecho. Perderíamos el primer fin de semana entero...
—Iremos el domingo y llevaremos el premio con nosotras. Venga, ve y llama.
—¿Ahora? Ahora no. Son las nueve y media. Casi.
—Eres la ganadora, puedes ser incorrecta si quieres.
—No. Llamaré mañana a primera hora.
—De acuerdo —contestó Patricia estirando la palabra como una adolescente rebelde.
Comieron en silencio durante unos minutos. Patricia se levantó de golpe y fue hasta la cocina. Se armó con el sobre y el teléfono y se atrincheró tras la isleta de mármol.
—¿Qué haces? —preguntó Aurora incrédula.
—Pasarás la noche dando vueltas.
De un salto y con los nervios en el pecho, se levantó de la mesa y comenzó a perseguir a Patricia, que huyó tan lejos como el cable del teléfono le permitió. Una vez la hubo amarrado, el primer tono se hizo audible.
—Un tono... —dijo Patricia pidiendo silencio con el dedo índice.
Ambas se quedaron petrificadas, esperando respuesta con una ilusión casi infantil.
—Dos tonos..., tres tonos..., cuatro... Se ha cortado.
—Vaya... —dijo Aurora suspirando.
—No te preocupes. Mañana llamaremos antes de que salga para la oficina.
Volvieron a sus asientos y continuaron con la cena, que empezaba a quedarse fría. A pesar de no ser hora de llamar, Aurora deseaba haber dejado apartado el tema antes de acostarse.
A las diez y cuarto cada una ocupaba su lado de la cama. Aurora leía Misery, de Stephen King, y Patricia estaba terminando el último capítulo de Tiempo desarticulado, escrito por Philip K. Dick. La amarillenta luz de la lámpara parpadeó varias veces antes de que la bombilla reventara con violencia. Fue un sonido amortiguado, como si hubiera ocurrido bajo el agua. Patricia dio un respingo provocado por el susto mientras que Aurora lo hizo porque un trozo de cristal le había alcanzado la cara. Lo apartó de un manotazo, instintivamente. En ese momento, sonó el teléfono.
—¿Estás bien? —preguntó Patricia apartando las mantas.
—Sí, sí. ¿Puedes cogerlo? —contestó Aurora mientras se frotaba