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Névele ¡Vamos a Ver Quién Pierde!
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Libro electrónico721 páginas9 horas

Névele ¡Vamos a Ver Quién Pierde!

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En NÉVELE ¡Vamos a Ver Quién Pierde!, P. R. Santos relata detalladamente la vida de un hombre nacido en cuna de oro, con suficiente talento e inteligencia para triunfar en la vida, pero con escasa capacidad para librarse de costumbres perniciosas, vicios empedernidos y depravaciones rayanas en la maldad, lo cual lo hace forzar el cauce de su propia existencia y conducirla hacia su total destrucción.
IdiomaEspañol
EditorialXlibris US
Fecha de lanzamiento26 ago 2022
ISBN9781669804406
Névele ¡Vamos a Ver Quién Pierde!
Autor

P. R. Santos

P. R. Santos es oriundo de Santa Clara, Cuba. Cursó estudios en el Instituto Pedagógico de Villa Clara, Cuba, donde se graduó de Licenciatura en Educación, en la especialidad de Lengua Inglesa. Ejerció como profesor de inglés en la Universidad Central de Las Villas, Cuba, durante 20 años, hasta que decidió emigrar a los Estados Unidos en el año 2002. Desde entonces reside en la ciudad de Miami, donde también ejerce como profesor de inglés.

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    Névele ¡Vamos a Ver Quién Pierde! - P. R. Santos

    Copyright © 2022 por P. R. Santos.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Todos los personajes, nombres, incidentes, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia.

    Artista de Portada: Yoel Osio

    Fecha de revisión: 09/20/2022

    Xlibris

    844-714-8691

    www.Xlibris.com

    834471

    ÍNDICE

    Introducción

    Parte 1: Rancho Martina

    Capítulo 1 En cuna de oro

    Capítulo 2 ¡Un Martina cien por ciento!

    Capítulo 3 ¡Eso es cosa de hombres!

    Capítulo 4 ¡Un regalo mío!

    Parte 2: Campo Universitario I

    Capítulo 5 Nevelencio y Franrené

    Capítulo 6 ¡No! ¡No! ¡No!

    Capítulo 7 ¡Vamos a meterle candela!

    Capítulo 8 ¡Salgan que nos descubrieron!

    Capítulo 9 ¡Yo no voy!

    Parte 3: Campo Universitario II

    Capítulo 10 ¿Quién fue?

    Capítulo 11 ¡Tranquilo, Mota!

    Capítulo 12 ¡Quítate del medio!

    Capítulo 13 ¿Qué tiras al agua?

    Capítulo 14 ¡Hombres como tú no mueren!

    Capítulo 15 ¡Pa eso te traje!

    Capítulo 16 ¡Esa tangana es temporal!

    Parte 4: Vida laboral

    Capítulo 17 ¡Viviendo como Carmelina!

    Capítulo 18 ¡No juegues con eso!

    Capítulo 19 ¡Si la belleza fuera dinero…!

    Capítulo 20 ¡Si mañana no abre el bar…!

    Capítulo 21 ¡Renuncio ahora mismo!

    Parte 5: Libre de jefes

    Capítulo 22 ¡Esa es la única solución!

    Capítulo 23 ¡Dios bendiga este hogar!

    Capítulo 24 ¿Quién tú eres?

    Capítulo 25 ¡El billete es el billete!

    Capítulo 26 ¡Fue una pelirroja!

    Capítulo 27 ¡No, no, olvida eso!

    Capítulo 28 ¡Nos partieron!

    Capítulo 29 ¡Échale tierra y dale pisón!

    Parte 6: Nueva etapa de vida

    Capítulo 30 ¡Cásate conmigo!

    Capítulo 31 ¡Cuanto antes sea, mucho mejor!

    Capítulo 32 ¡Fui a ver don estaba el bar!

    Capítulo 33 ¡Mi esposa tiene que ser la perfección en persona!

    Capítulo 34 ¡Mejor tarde que nunca!

    Capítulo 35 ¡Se me perdió mi esposa!

    Capítulo 36 ¡Ya lo tengo!

    Parte 7: Ave Fénix

    Capítulo 37 ¡Mi mente t’aún volando!

    Capítulo 38 ¡T’estoy midiendo y no es pa ropa!

    Capítulo 39 ¡Tú no tienes la culpa!

    Capítulo 40 ¡Después que lo entierren!

    Capítulo 41 ¡Voy a mí!

    Capítulo 42 ¿Somos o no somos?

    Parte 8: Con las manos en la masa

    Capítulo 43 ¡Primero, uno es mucho;

    después, mil son pocos!

    Capítulo 44 ¡Yo necesito vivir!

    Capítulo 45 ¡Allá tú con tu cruz!

    Capítulo 46 ¡Yo vuelo bien alto!

    Capítulo 47 ¡Se nos acabó el pan de piquito!

    Parte 9: Por los hechos aquí expuestos…

    Capítulo 48 ¡He dicho!

    Capítulo 49 ¡Las pruebas son muy contundentes!

    Capítulo 50 ¡Una peste corruptora!

    Introducción

    Luego de tres intensas jornadas del juicio oral y público al que fueron sometidos Nevelencio y otros ocho acusados, el Tribunal Judicial dio por cerrado el debate y declaró el proceso concluso para sentencia. Setenta y dos horas más tarde, como se había establecido previamente, las partes fueron convocadas para una nueva audiencia, donde se pronunciaría la decisión final del caso.

    La lectura del fallo del Tribunal estuvo a cargo de su presidente, quien primeramente expuso una versión resumen del complejo y sonado caso, así como las implicaciones corruptoras y antisociales de las actuaciones de los implicados. Entonces particularizó cada causa. Uno por uno, los acusados fueron recibiendo su sentencia a decir del juez, quien a cada acusado le enfatizó los hechos en que el Tribunal Judicial se basaba para adecuarle su castigo.

    Estaba en turno ahora el encartado principal del popular caso.

    ―Señor Nevelencio Martina, como bien expuso y evidenció la Fiscalía, basándose en la abrumadora cantidad de evidencia mostrada, así como en declaraciones testificales de vecinos de conocida reputación social en el vecindario, algunas de las víctimas y otros testigos —declaró sobriamente el juez—, al evaluar su carácter moral y sus motivaciones, me es fácil concluir, más allá de cualquier duda razonable, que usted es una persona de comportamiento altamente vergonzoso, inmoral y amenazadoramente antisocial. ¡Usted, señor Martina, es una peste corruptora que infecta todo y a todos a su alrededor! ―enfatizó.

    »Como bien se demostró ―continuó el enjuiciador―, usted incurrió repetidamente en la comisión de varios delitos tipificados y sancionados en el Código de Procedimiento Penal vigente. Sus reiteradas violaciones de las disposiciones legales actuales y conductas que conducen al desorden público y la indisciplina social demuestran en usted una falta generalizada de adhesión a las normas sociales imperantes que garantizan la seguridad y la convivencia pacífica de la población.

    »Como se comprobó fehacientemente, su domicilio fue utilizado continuamente, con SU anuencia, para receptar, ocultar y posteriormente comercializar objetos provenientes de disímiles robos, estafas, asaltos y otras infracciones de carácter muy peligroso y netamente antisocial ―puntualizó el magistrado―. Dichos hechos lo involucran a usted directamente, señor Martina, en una relación de encubrimiento y complicidad con los varios delitos cometidos por terceras personas.

    »Además, y también con SU consentimiento, como se evidenció irrefutablemente durante las audiencias de este juicio, su residencia sirvió de refugio y escondite a ciudadanos delincuentes y antisociales, autores de una extensa lista de delitos variados, con la clara intención de eludir la acción de la justicia, incurriendo usted así en el delito manifiesto y reiterado de obstrucción judicial ―declaró el juez con énfasis―. En muchos casos, señor Martina, usted le facilitó refugio a prófugos de la justicia catalogados como delincuentes altamente peligrosos.

    »Como si esto fuera poco, señor Martina ―acentuó el magistrado inclinándose un tanto hacia delante y elevando su tono de voz―, también se le probó de manera irrebatible que usted cometió el delito continuado de proxenetismo. No solo obtenía usted beneficios económicos a costa de otras personas que practicaban la prostitución, sino que puso su vivienda a disposición de prostitutas para que éstas llevaran a cabo sus actividades en ella, también con el objetivo de beneficiarse económicamente.

    »Estas actividades ilícitas que con SU anuencia, señor Martina, se llevaron a cabo en SU domicilio con gran regularidad, se ven agravadas, en gran medida, ya que en ellas participaron menores de edad ―declaró el juez, acentuando con énfasis la última frase, lo que dio lugar a un murmullo de censura generalizado en la sala―. Basándose no solo en el amplio peritaje policial realizado, sino también en declaraciones testificales de vecinos de la zona y familiares de las víctimas, la Fiscalía demostró fehacientemente la participación de, al menos, tres menores de edad en dichas actividades ilegales y corruptoras; tres menores de edad cuyas lesiones sociológicas y emocionales resultantes de dichas actividades, según las evaluaciones llevadas a cabo por un equipo de psicólogos acreditados, son traumáticas y posiblemente irreversibles. Todo esto en SU domicilio, señor Martina, con SU anuencia, lo que indudablemente le imputa a usted hechos múltiples de corrupción de menores.»

    Nevelencio había mantenido en todo momento su cabeza baja, sus hombros encogidos y su mirada hacia el piso, mientras el presidente del Tribunal lo fustigaba y le ratificaba uno por uno los varios cargos imputados. Sin embargo, cuando el juez le ratificó los cargos múltiples de corrupción de menores, éste levantó repentinamente su mirada y movió varias veces su cabeza de un lado al otro, evidenciando desacuerdo con dicha acusación.

    La ratificación de los cargos múltiples de corrupción de menores imputados a Nevelencio provocó cierta conmoción en la audiencia. Sin duda alguna, dichos cargos, juntos al de proxenetismo, agravado por la participación de menores de edad, lo colocaban en una situación bien comprometida.

    ―Como consecuencia de su alto nivel de irresponsabilidad ―continuó el magistrado, subiendo ligeramente su tono para evitar que el murmullo formado en la sala se incrementara―, su domicilio fue escenario de un grave hecho de sangre. Dicho hecho de sangre puso en peligro la vida de al menos dos personas, quienes gracias a los avanzados servicios de emergencia médica con que cuenta nuestra ciudad, pudieron milagrosamente salvar la vida.

    »Como claramente se evidenció durante las audiencias de este juicio, por años, señor Martina, su conducta no ha sido solamente abusiva socialmente, sino pútrida y repugnante ―enfatizó el juez―. Y le reitero, señor Martina, ¡usted es una peste corruptora que infecta todo y a todos a su alrededor!

    »Por los hechos aquí expuestos y probados durante las audiencias de este juicio, y teniendo en cuenta la gravedad y el carácter absolutamente antisocial de los mismos ―expuso el presidente del Tribunal a manera de conclusión―, usted, señor Martina, es declarado culpable de todos los cargos imputados y este Tribunal lo condena a 25 años de privación de libertad, sin derecho a libertad condicional, con efecto inmediato, a ser cumplidos en una prisión de régimen cerrado y máxima seguridad.»

    Parte 1

    Rancho Martina

    Capítulo 1

    En cuna de oro

    Nevelencio nació y vivió toda su niñez y parte de su adolescencia en las afueras de un pequeño y muy modesto poblado a varios kilómetros de distancia de la ciudad. Era ésta una relativamente pequeña pero muy productiva finca que su padre, el señor Don Martina, había heredado de su familia desde muy joven. El lugar se llamaba Rancho Martina. Dicho rancho gozaba de la admiración de todos los habitantes de los alrededores, así como de los poblados cercanos, dada la alta calidad de prácticamente todo lo que allí se producía, en especial el ganado vacuno.

    Aquí fue donde Nevelencio aprendió a amar y considerar las grandes bondades y abundantes bendiciones de la tierra para todo ser viviente, especialmente para el hombre, concepto que desde muy temprana edad sus padres le inculcaron con énfasis. También aprendió a beneficiarse de los atributos característicos de la naturaleza campestre, como la observación de su verdor como medio de relajación, la aspiración profunda de su aire puro para el desarrollo saludable del sistema respiratorio, la exposición continuada a su inigualable silencio y tranquilidad para el incremento de la habilidad de concentración y muchos otros.

    Desde muy pequeño, el niño desarrolló una increíble atracción por los animales domésticos y de granja y aprendió a manejar con inigualable destreza toda clase de aves de corral, cerdos, chivos, caballos, conejos y ganado vacuno entre otros. Ya cuando asistía a la escuela, el enérgico chaval atendía por su cuenta varios de los corrales de su casa, en especial el de las aves, los que limpiaba y mantenía de manera muy eficiente, para el orgullo y beneplácito de su madre, la señora Doña Martina.

    Era muy común ver al pequeño prodigio hablándole continuamente a sus aves y contándoles los sucesos del día en la escuela. Usualmente, el muchacho se dirigía a ellas por nombres que él mismo les había asignado, en algunos casos nombres de algunos de sus compañeros de escuela, familiares, parientes, personajes de la televisión, o peones que trabajaban en la granja, contratados por su padre. En su mayoría, sin embargo, él les asignaba nombres ideados por él mismo, los cuales recordaba con increíble facilidad. Ésta era una habilidad que lo hacía ser el centro de atención y comentario de los adultos que con frecuencia visitaban Rancho Martina, asombrados por su agudeza mental, algo bastante inusual en niños de su edad.

    Esta habilidad de adjudicar nombres y sobrenombres a los muchos animales del rancho muy pronto el ingenioso chico la trasladó a sus compañeritos de escuela, familiares y otros. En un principio, la peculiar costumbre fue aceptada y considerada como algún tipo de gracia o agudeza infantil. Con el paso del tiempo, sin embargo, su intensificación llegó a convertirse, para muchos, en un engorroso fastidio, una pesadez de muy mal gusto y hasta ofensiva y, por tanto, inaceptable.

    ______________________________

    Un poco después de la media tarde, al regresar de la escuela, Nevelencio frecuentemente se unía a su madre y le ayudaba a atender otros animales de corral, especialmente los cerdos, los cuales también abundaban en Rancho Martina. Una vez terminada la atención a los chiqueros, su madre regresaba a la casa a continuar con sus quehaceres hogareños. El activo niño, por su parte, corría loma abajo, entre los árboles, hasta llegar a un angosto arroyuelo de aguas bien cálidas y cristalinas. Este riachuelo provenía de un manantial subterráneo que salía a la superficie a través de una pequeña cueva en la ladera de una de las colinas rocosas que adornaban el horizonte a sólo unas pocas millas de distancia. Dicho manantial brotaba a la superficie con bastante fuerza; sin embargo, entre la colina donde el mismo se originaba y Rancho Martina, existía otra muy extensa granja que embalsaba gran parte de sus aguas en forma de represa para usarlas principalmente en regadíos.

    En Rancho Martina, el pequeño arroyuelo también había sido represado para aprovechar al máximo una buena parte de sus aguas. Fue aquí en este embalse artificial donde Nevelencio se convirtió en un excelente nadador. Desde muy jovencito, su padre lo instaba a adentrarse al mismo y nadar junto a él. Éste le insistía en que las frescas aguas del estanque poseían características medicinales y vigorizantes excepcionales, al provenir de manantiales que salían del corazón de la tierra. Su padre le reiteraba que el frecuente baño en ellas haría de él un hombre inteligente, sano, grande y muy fuerte.

    Desde muy pequeño, Nevelencio desarrolló el distintivo hábito de zambullir y nadar con muy alta frecuencia en las translúcidas aguas de esta laguna artificial. Esto se convirtió en una práctica tan rutinaria en él que, aun después de muchos años de haberse mudado a la ciudad, siempre que éste visitaba Rancho Martina, una de sus actividades principales era irse hasta la represa y recrearse en sus relucientes aguas. Absolutamente ningún amigo suyo que lo acompañara a su casa podía irse sin antes disfrutar del apacible embalse, aun cuando las inclemencias del tiempo así no lo recomendaran.

    Capítulo 2

    ¡Un Martina cien por ciento!

    Con apenas siete u ocho años de edad, Nevelencio era ya un diestro jinete, capaz de cabalgar en cualquiera de los muchos caballos que había en Rancho Martina. Sus primeras experiencias de cabalgadura éste las tuvo desde muy pequeñito, cuando su padre lo montaba en la parte delantera de la montura y le daba las riendas para que él dirigiera al caballo. Poco después, el chico pasó a montar en la grupa del animal, lo cual él prefería, pues, aunque no lo dirigía, se sentía que tenía más autonomía y menos control por parte de su padre. Esto le permitió desarrollar un gran sentido del control encima de la bestia y evitar así posibles caídas. Siempre que su padre se desmontaba, el muchacho se pasaba con inmedible agilidad a la silla y se quedaba solo sobre el animal, sujetando las riendas. A pesar de que sus piernas distaban de alcanzaban los estribos, el hábil chaval se las ingeniaba para mantenerse en perfecto equilibrio sobre la montura.

    En una ocasión en que su padre se desmontó a dar algunas instrucciones a sus peones, dejándolo solo sobre el caballo, como era costumbre ya, el animal echó a andar y se alejó del lugar varios metros antes que los presentes se dieran cuenta de ello. Para asombro de todos, especialmente de Don Martina, el pequeño Nevelencio logró hacer regresar el caballo al lugar de partida con singular destreza, por lo que recibió de todos aplausos y felicitaciones.

    ―¡No puedo creerlo! ―expresó uno de los peones con asombro.

    ―Pues créelo, Monguito; ese es un Martina cien por ciento ―alardeó Don Martina.

    A partir de ese día, siempre que era oportuno, su padre le ensillaba uno de los caballos de monta de la granja y ambos cabalgaban juntos por toda la finca. En poco tiempo, Nevelencio se convirtió en un gran jinete, a pesar de ser aún muy joven.

    _____________________________

    Aunque desde muy niño Nevelencio siempre había tenido varias mascotas, su preferida era una potranca purasangre que él había visto crecer desde su nacimiento y la cual él mismo había bautizado con el nombre de Tita. Esta potra era un animal muy manso, de apenas un año de edad, de mediano tamaño y color negro brillante, orejas cortas y una extensa cola. Tita no había sido ni siquiera herrada o preparada para su monta aún; sin embargo, desde muy pequeña, el aventajado jovencito la había entrenado y enseñado a responder a sus órdenes y llamados de manera muy graciosa y ocurrente.

    Aún sin el tiempo requerido para ser cabalgada, Nevelencio montaba a Tita a pelo y lo hacía con evidente soltura; ambos parecían tener gran compenetración. Él la cuidaba y limpiaba con esmero e insistía en que ésta se alimentara con los mejores pastos de la granja. El juicioso muchacho jamás exponía a la potra a esfuerzos excesivos y rara vez la utilizaba para cumplir con sus tareas diarias en la granja. Éste la cabalgaba durante apenas unos pocos minutos al día. Frecuentemente, él se iba a la arboleda en ella y le daba a comer algunas de las frutas que él mismo comía. Por supuesto, también iba en ella hasta la represa, a la cual regularmente la introducía para que el amado animal disfrutara también del incomparable beneficio que las refrescantes aguas proporcionaban.

    Un domingo temprano en la mañana, Nevelencio montó a Tita a pelo, como era su costumbre, y se dispuso a hacer su recorrido rutinario en las cercanías de la casa, cuando sucedió algo absolutamente inusitado. Al desviarse ligeramente del trillado paso hacia un cobertizo cercano a donde él se dirigía, la novel potranca dio un traspié y cayó al suelo aparatosamente, haciendo salir al ágil jinete disparado por encima de su cabeza. Aunque un tanto desconcertado por la inesperada caída, Nevelencio se incorporó raudamente y corrió hacia ella. La bisoña bestia no lograba levantarse del suelo, aun cuando lo intentaba una y otra vez. Entonces el muchacho descubrió la razón por la cual esto sucedía. Tita había metido la pata delantera derecha en una pequeña grieta entre dos piedras y ésta había quedado completamente trabada allí, fracturándosele por varias partes.

    Nevelencio intentó frenéticamente destrabar la pata del dócil animal, pero todo esfuerzo fue en vano; entonces, muy asustado, el niño corrió inmediatamente en busca de algunos de los peones que desde temprano atendían algunos quehaceres en el rancho. Entre varios, con la ayuda de una palanca de metal, lograron liberar a Tita. Evidentemente, su pata delantera había sufrido una enormidad y no había posibilidad alguna de que la potranca la pudiera apoyar al suelo. Con muchas dificultades, entre todos los allí presentes lograron llevar al accidentado animal hasta el establo. Allí la incapacitada potrilla se mantuvo echada sobre el piso, con Nevelencio a su lado hablándole y acariciándole sus crines, hasta que horas después llegó el veterinario.

    Luego de un minucioso examen, el experto determinó que cualquier intento por rehabilitar la pata del animal sería infructuoso y recomendó su sacrificio inmediato para evitarle así mayor sufrimiento. Nevelencio recibió el anuncio del veterinario con asombro y disgusto. Por supuesto, él se sentía culpable por lo sucedido e insistió en que debía hacerse lo que fuera necesario por salvarle la pata a su mascota preferida. En su interior, sin embargo, el dolido jovencito sabía que eso era algo imposible de lograr. Él entendía que lo recomendado por el albéitar era la única y más lógica solución aplicable en estos casos, según las experiencias que él había vivido en varias ocasiones anteriores; sin embargo, se rehusaba absolutamente a aprobarlo. Unos días después, al ver que Tita ni siquiera intentaba ponerse de pie y apenas comía su pasto, Nevelencio accedió a que ésta fuera sacrificada y así ponerle fin a su sufrimiento.

    Como una forma de amainar la angustia que el accidente de Tita había causado en su ahora apesadumbrado hijo, varios días más tarde, Don Martina le regaló a éste una guitarra. Era esta una guitarra acústica tipo country, con cuerdas de nailon, completamente nueva y de aspecto muy atractivo. El granjero la había comprado en ocasión de celebrarse una feria de ganado en un poblado cercano, donde él había exhibido algunos especímenes de su rebaño. Al entregarle el instrumento musical a su afligido hijo, su padre lo instó a que aprendiera algunos acordes para que les tocara y cantara a él y a su madre por las noches, lo que de momento no hizo levantarle el ánimo al entristecido jovenzuelo de manera alguna. Éste se sentía aún muy angustiado por lo sucedido a su potranca, a pesar de haber pasado algún tiempo ya después de su muerte.

    Días después, sin embargo, se podía escuchar cómo, en su cuarto, Nevelencio intentaba, sin mucho éxito, sacar algunos acordes al nuevo juguete. Fue en una de esas ocasiones en que, por pura casualidad, Martín, uno de los peones que descargaban productos del autoconsumo desde uno de los tractores, escuchó como el muchacho intentaba lograr alguna melodía en su guitarra y se detuvo unos instantes a escuchar.

    ―Vamos, Martín, que no tengo to’l día ―le increpó Doña Martina, quien organizaba los productos en la despensa.

    ―¿Ese es Nevelito el qu’está tocando, Doña? ―preguntó el peón con genuina curiosidad.

    ―Sí, ta que no suelta la guitarra esa des que se le murió Tita, pero eso es to lo que toca ―exhaló Doña Martina, refiriéndose a la poca variedad de acordes que su hijo lograba en aquellos momentos.

    ―Doña, yo puedo ayudar a Nevelito en eso, si usted me lo permite, por supuesto ―se ofreció Martín.

    ―¿Y tú qué sabes de guitarra, Martín? No me vayas a decir que tú eres músico.

    ―Pues sí, Doña. Yo me dediqué a eso varios años en mi juventud, solo que la suerte no me acompañó ―se lamentó el jornalero sin poder ocultar una repentina nostalgia en su tono.

    ―No me digas, Martín; ¿quién lo iba a decir? Ta bien; le digo a Martina ta noche na má que llegue ―le aseguró Doña Martina con tono escéptico.

    ______________________________

    Era casi ya la medianoche cuando la orquesta terminó su segunda y última presentación de la noche; Martín y otros colegas músicos se alejaban del popular salón donde, por varios fines de semana, ellos habían estado tocando su música con mucha aceptación. A solo metros del hotel donde se hospedaban, las aguas del mar salpicaban al interior del muro de contención debido a los constantes embates de las olas. Como resultado, se había creado sobre una parte de la acera una especie de mugre verde muy resbaladiza, haciendo muy peligroso el paso de peatones por ahí. Los conocedores de la zona, acostumbrados a caminar por los alrededores, simplemente se bajaban de la acera y caminaban por el asfalto hasta pasar al otro lado del área mojada; los desconocedores, o descuidados, que inadvertidamente se aventuraban a caminar sobre aquel pedazo de acera, estaban destinados a fuertes y peligrosas caídas sobre el concreto.

    Los músicos jaraneaban y disfrutaban de la refrescante brisa del mar mientras caminaban a lo largo de todo el malecón en dirección a su hotel. Al llegar al área de riesgo, varios de ellos bajaron instintivamente al asfalto para evitar ser salpicados por las frías aguas del océano; no así Martín quien, imbuido en el deleite de la frescura de la brisa oceánica, se adentró distraídamente a la zona prohibida de la acera. Este descuido le hizo pagar un muy alto precio.

    Martín perdió completamente el equilibrio al resbalar bruscamente sobre el babiney formado en la acera. Sus dos pies se elevaron y su cuerpo cayó pesadamente sobre su brazo derecho, con el cual, instintivamente, él intentó amainar los efectos de su caída. El músico sintió un intenso dolor en toda la parte derecha de su cuerpo, su cabeza le daba vueltas y en ésta sentía una inusual pesadez. Entonces todo se tornó oscuro.

    El accidentado músico recobró el conocimiento minutos más tarde, mientras era trasladado en una ambulancia a un hospital cercano, de donde salió varias horas después de su caída, con su brazo derecho completamente enyesado. El mismo se le había fracturado por varias partes, especialmente en la muñeca. Además, había sufrido una profunda herida en la parte superior de su ceja derecha, donde le colocaron varios puntos de sutura.

    Más de un año después, luego de varias operaciones, decenas de terapias e incontables intentos infructuosos, Martín llegó al convencimiento de que su carrera como guitarrista había lamentablemente llegado a su fin. De manera absolutamente involuntaria, el músico se vio obligado a retirarse del mundo de la música y conseguirse otra fuente de ingreso. Luego de probar infructuosamente en varios empleos, el exmúsico fue admitido como jornalero en Rancho Martina. Dado el altísimo nivel de eficiencia en su trabajo, Martín se había convertido en un labrador de alto prestigio en el rancho y se había ganado la confianza de Don Martina y toda su familia.

    ______________________________

    Al final de la tarde, varios de los peones del prestigioso rancho se retiraban luego de completar su jornada laboral. Desde un cobertizo cercano, Don Martina llamó a Martín y le hizo una señal con su brazo para que se acercara.

    ―A la orden, patrón.

    ―Oye, Martín, me comentó la Doña que tú le pué enseñar a tocar guitarra a Tito. ¿Cierto?

    ―Sí, patrón; puedo intentarlo.

    ―Bueno, pues…, búscate un huequito durante el día y mira a ver qué pués hacer con el muchacho ―le pidió el ranchero―. Y no te preocupes que yo te voy a pagar tu trabajo.

    ―Gracias, patrón.

    ―No, gracias a ti, Martín ―le insistió Don Martina.

    _______________________________

    Al principio, tanto Martín como Nevelencio sintieron cierta dificultad e incomodidad en su nuevo compromiso: el primero para transmitir los conocimientos que poseía sobre la música y la guitarra en especial; y el apesadumbrado jovenzuelo para aprender lo que el improvisado maestro le trataba de enseñar. Días después, sin embargo, los dos estaban muy entusiasmados con el notable avance que ambos lograban cada día. Martín le enseñó un poco de teoría musical básica, como las notas, los punteos, los plumilleos, las escalas como base de los solos y líneas melódicas, y las progresiones de acordes, es decir, las secuencias con que se armonizan comúnmente las canciones. También le enseñó al espabilado jovencito sobre los bemoles y los sostenidos, las afinaciones y ajustes de la guitarra mediante la tensión de sus cuerdas, girando los sinfines en el clavijero, el desarrollo de la fuerza y fluidez en sus manos, las varias posiciones para tomar la guitarra y muchas otras técnicas que Nevelencio asimiló con increíble rapidez.

    Al sentir sus avances, el ahora entusiasmado chico mantuvo una pertinaz constancia y una indubitable consistencia en su práctica. En poco tiempo, el diligente niño, para el evidente orgullo de su padre, quien se veía completamente reflejado en su hijo, ya era capaz de lograr melodías de impresionante belleza. A la vez, al advertir la complacencia de su padre por sus logros, Nevelencio se esforzaba al máximo para lograr las altísimas metas a él impuestas.

    Capítulo 3

    ¡Eso es cosa de hombres!

    Durante su niñez y adolescencia, Nevelencio siempre vio a su padre como un símbolo de fortaleza y autoridad, su modelo de hombre por excelencia, su meta, su luz, ¡su Dios! El fuerte impacto que representaba para él la imagen súper masculina de su progenitor creó, sin duda alguna, la base del desarrollo de su personalidad futura. El presto jovencito se esforzaba hasta más no poder y hacía lo indecible por apropiarse de la potencia y las aptitudes de Don Martina, e incluso pretendía imitarlo y hasta rebasarle en cualquier ámbito en que éste se destacara.

    Como resultado, el desarrollo emocional del joven se vio fuertemente influenciado por el altísimo nivel de exigencia impuesto por el autoritario ranchero desde muy temprana edad. Esto le hizo desarrollarse como un joven muy independiente, asertivo, y, más que todo, cooperador, aunque también engreído, jactancioso y muy presumido. Éste sentía la urgente necesidad de tener logro y alcanzar éxito en toda tarea que desarrollara sin importarle los costos y sacrificios para ello.

    Lamentablemente, dada su personalidad despótica y autoritaria, a Don Martina le era muy difícil, sino imposible, ver y por ende elogiar y dar crédito a las habilidades que su brioso hijo día a día desarrollaba. Esto creó en el ingenioso joven marcados trastornos de personalidad, los que indudablemente definieron su carácter y línea de comportamiento en su vida adulta.

    _____________________________

    Desde muy temprana edad, Nevelencio ansiaba recibir los incontables elogios, halagos y adulaciones que a diario su padre recibía por parte de todos aquellos a su alrededor. El sagaz chaval soñaba con lograr algún día hacer que todos le tuvieran el inmedible respeto que le tenían a Don Martina. Aunque muy joven aún, el resuelto muchacho se daba cuenta de que donde quiera que él se encontraba, siempre recibía un trato especial por parte de los amigos y súbditos de su padre, un trato completamente diferente al que recibían sus amiguitos, hijos de otros rancheros y trabajadores de la finca, aun cuando su comportamiento estuviera lejos de ser el más adecuado. Él se dio cuenta claramente de que esto se debía a que él era el hijo de Don Martina.

    El decidido rapaz estaba totalmente convencido de que su padre se había ganado el respeto y la admiración de todos a su alrededor simplemente porque era un hombre exitoso y ganador en absolutamente todo lo que hacía; por tanto, desde muy pequeño, él se propuso que todo lo que él hiciera debía hacerlo para triunfar, como lo hacía su padre, de quien él aceptaba cada instrucción o crítica emitida con total atención, sin inmutarse. Siempre tomaba los regaños o censuras como lecciones a aprender y metas a lograr. En todo momento, el talentoso mozalbete se esmeraba en hacer absolutamente cada cosa que hacía mejor y mejor cada vez, según le exigía su guía, siguiendo sus instrucciones al pie de la letra, sin cuestionamiento alguno. Además, el entusiasmado muchacho imitaba al recio granjero prácticamente en todo, incluyendo su postura erguida al cabalgar, la elegancia al vestir, el tono de voz autoritario y arrogante al hablar, y hasta el estilo de peinar su cabello, entre otros rasgos de su personalidad.

    Por su parte, Don Martina se deleitaba al ver en su hijo su propio reflejo, como en un espejo, y se enorgullecía al verlo crecer y desarrollar habilidades en el manejo del rancho; sin embargo, nunca se lo dejaba saber. Por el contrario, el riguroso ranchero lo criticaba rudamente por cada error cometido, sin importar cuán insignificante éste fuera, y le exigía mayor desenvolvimiento y más calidad en su trabajo.

    —Martina, recuerda que Tito no es uno de tus peones; además, es aún un niño —le señaló Doña Martina a su estricto esposo en una ocasión, al escucharlo hacerle algunas rudas indicaciones a su hijo en su acostumbrado tono despótico y autoritario.

    —Carola, tú cállate la boca y métete en lo tuyo —le espetó Don Martina groseramente, apuntando con su dedo hacia los fogones en la cocina—. Aquí el que manda soy yo y to se hace como yo diga, gústele a quien le guste.

    —Es que….

    —¡Es que na, Carola! —la interrumpió Don Martina en tono intimidante—. Métete en lo tuyo qu’éste es macho y tiene que hacer las cosas como los machos.

    ―Es verdad, mamá ―le señaló Nevelencio, apoyando manifiestamente a su padre―; eso es cosa de hombres.

    Desgraciadamente, el aventajado jovencito también imitaba a su padre hasta en la forma agresiva, déspota y abusiva de tratar a su madre, la dócil y abnegada Doña Martina.

    _____________________________

    Desde los comienzos de su adolescencia, Nevelencio, con la venia de su exigente padre, impartía instrucciones, daba órdenes y dirigía muchas de las tareas del rancho con inigualable soltura.

    —Oye, Monguito, el culicagao éste se cree el capataz de aquí —comentó uno de los peones del rancho mientras almorzaba, resentido por la manera autoritaria en que el aún verde jovenzuelo se había dirigido desde encima de su caballo a uno de los peones allí en el cobertizo.

    —Tranquilo, Yayo, acuérdate qu’ese es el hijo’el dueño; hay que hacer lo qu’él diga. Olvida lo demás.

    —Pero… ¿qué pué saber el mocoso éste pa’star diciéndonos a nosotros qué hacer y cómo tenemos que hacer las cosas?

    —Bueno, Yayo, en verdad…, a pesar de ser un chiquillo aún, Nevelito tiene to’l conocimiento no solo pa decirnos a cualquiera’e nosotros qué hacer, sino también pa dirigir to’l rancho él solo, aunque nos cueste aceptarlo.

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    Con el decurso del tiempo, Nevelencio comenzó a darse cuenta de que las salidas nocturnas de su padre eran cada vez más y más frecuentes. Ya casi nunca veían la televisión juntos antes de acostarse, como solían hacer algún tiempo atrás; tampoco lo veía para despedirse de éste antes de irse a la cama, como también había sido muy común meses antes. En múltiples ocasiones, el muchacho se brindó para acompañarlo, pero su padre siempre rehusó aceptarlo rotundamente, aludiendo a la necesidad que tenía de descansar para enfrentar las obligaciones escolares al día siguiente.

    A los eventos relacionados con la producción de la finca, sin embargo, especialmente a las ferias de productos, Don Martina insistía en que su hijo participara junto a él. Estos, el impetuoso jovencito los disfrutaba a más no poder, especialmente al ver y sentir el trato especial y glorificado que recibía su padre, a quien sus amigos y demás participantes en los eventos lo colmaban de elogios y felicitaciones.

    Con peculiar curiosidad, el prolijo jovenzuelo observó también que su admirado padre era particularmente popular con las mujeres, de las cuales se mantenía rodeado en todo momento. Además, él se percató del constante y abundante consumo de alcohol por parte del reputado granjero y la mayoría de aquellos que lo acompañaban. En ocasiones, el muchacho se preguntaba por qué su madre nunca participaba en estos eventos tan divertidos como lo hacían muchas otras mujeres.

    —¡Guao! ¡Si mamá viera esto! —exclamó con ingenuidad Nevelencio mientras disfrutaba de una exhibición de muy bellos adornos para el hogar.

    —¡Qué mamá ni mamá, Tito! ¡No, no! ¡Olvídate de tu mamá! —espetó rudamente Don Martina—. Recuerda siempre una cosa; que nunca se te olvide esto: las mujeres decentes tienen su lugar en la casa, ¡en la casa! Aquí vienen las pericas a empatarse con los hombres. A tu mamá no se le ha perdío na’quí.

    A pesar de no haber comprendido con exactitud lo que su padre le trataba de enseñar en aquel momento, Nevelencio jamás olvidó estas palabras y, más tarde, las convirtió en principio de comportamiento a lo largo de toda su vida adulta.

    Capítulo 4

    ¡Un regalo mío!

    Nevelencio cursó sus primeros dos años de estudios secundarios básicos en una pequeña escuela en el poblado cercano; sin embargo, para cursar los dos años superiores de secundaria, el perspicaz muchacho tenía que trasladarse día a día a una escuela en la ciudad, lo que significaba un verdadero trastorno para todos.

    Como aparente solución a este problema, Don Martina compró una casa en la ciudad, a donde Nevelencio, su hermana y su mamá se fueron a vivir. Este inesperado cambio de vida trajo como consecuencia una significativa alteración en la vida y desarrollo adolescente del enérgico jovencito, quien anhelaba el modo de vida que él tenía en Rancho Martina. Su riguroso padre se rehusó de manera intransigente a escuchar sus ruegos y aceptar sus pedidos de permanecer a su lado. El rígido ranchero le insistió al agudo joven en que ese paso era necesario y beneficioso para sus estudios, así como los de su hermana, y dio por cerrado cualquier tipo de negociación al respecto.

    Aunque Doña Martina no se pronunció sobre el asunto de manera alguna, al precoz chaval no le tomó mucho tiempo para darse cuenta de que la verdadera razón para su mudanza a la ciudad con su madre y hermana era la separación de sus padres, luego de más de 15 años de matrimonio. Al mencionarlo, ambos padres negaban rotundamente que esa fuera la real causa para ellos haberse venido a la ciudad e insistían en que sus estudios eran la prioridad de todos.

    A pesar de lo atractiva que le resultaba la vida citadina, el exultante muchacho añoraba la llegada de los viernes para irse en horas de la tarde a la finca y unirse a su padre. Las costumbres y normas laborales en el rancho se mantuvieron tal y como antes de él mudarse a la ciudad; la vida en su casa, sin embargo, había sufrido un cambio muy notable, ahora sin la presencia de su abnegada madre. Nevelencio pudo constatar como las actividades festivas en el rancho aumentaron en frecuencia y duración, el consumo de bebidas alcohólicas por parte de su padre y amigos era continuo y muy regular, y la presencia de mujeres desconocidas en la hacienda era constante, abundante y muy variada.

    Un sábado por la tarde, poco antes del anochecer, luego de haber estado compartiendo estruendosamente con sus amigos y sus acompañantes por varias horas, Don Martina ordenó detener la música grabada que se reproducía en una casetera e invitó a todos los presentes a pasar al interior de la casa.

    ―Tito, cántale algo ahí a Nancita ―le ordenó su padre en su acostumbrado tono autoritario, apuntando con su mano hacia una bien joven mujer que Nevelencio había visto a su lado casi todo el día―; a ella le encantan las rancheras mejicanas ―agregó el avezado granjero.

    Ese era el momento más esperado por Nevelencio siempre que su padre se reunía con amigos en su casa, pues toda actividad incluía inevitablemente una presentación de su parte. Una vez que el eufórico joven comenzaba a tocar su guitarra y cantar algunas de sus canciones, los presentes se acercaban a escucharlo y le aplaudían y elogiaban; algunos hasta le hacían solicitudes de canciones determinadas, todo lo cual el joven músico disfrutaba plenamente.

    Ya casi al anochecer, luego de haber cantado varias canciones, como le había indicado su padre, y recibido los aplausos y elogios de la audiencia, el joven músico dio por terminada su presentación y se dispuso a colocar su guitarra en su estuche.

    ―Mira, Tito, ésta es pa ti. ¡Un regalo mío! ―escuchó a su padre anunciar alardosamente delante de todos.

    De momento, el intuitivo jovencito se sintió incómodamente confundido, pues no entendió lo que su padre había anunciado. Los presentes, sin embargo, hicieron varias exclamaciones de aprobación y sorpresa y hasta aplaudieron a la iniciativa de Don Martina. Al levantar su vista, el desconcertado adolescente no pudo disimular su sorpresa. Su mirada se cruzó con la de una sonriente jovenzuela, evidentemente varios años mayor que él, quien su padre le ofrecía como una mercancía, sosteniéndola por su mano. Aún sonriendo, la atractiva muchacha caminó hacia él. Los invitados aplaudieron y vitorearon a ambos.

    Nevelencio se estremeció de nerviosismo al ser abrazado y besado en su mejilla por la encantadora mujer, quien levantó uno de sus brazos en señal de triunfo, provocando gritos de aprobación en los presentes.

    ―No me hagas quedar mal, Tito. Demuestra que tú eres un Martina de los traqueteaos de verdad ―le advirtió jactanciosamente Don Martina, en tono tropezoso, evidenciando un avanzado estado de embriaguez―. Dale que bastante caro que me v’a salir tu iniciación.

    A una señal del distinguido y opulento granjero, los presentes se retiraron y se dirigieron de regreso hacia la enorme terraza de la casa. La música grabada fue activada nuevamente y algunos comenzaron a bailar; otros se sentaron alrededor de una gran mesa colmada de comida y botellas de bebida. En la sala solo quedaron Nevelencio y la ofrecida joven.

    ―¿Y tú cómo te llamas, amorcito? ―le preguntó ella suavemente, mientras se sentaba a su lado.

    ―Névele ―le respondió el inexperto mozalbete escuetamente, con gran nerviosismo―. Bueno, en verdad, me llamo Nevelencio, pero todos me dicen Névele.

    ―O, Névele está bien; ¡bonito nombre! Yo soy Marita y me encanta como tocas la guitarra ―le dijo ella en tono muy sugestivo, mientras le acercaba su rostro como si le brindara sus protuberantes labios―. Espero que sepas tocar otras cosas con la misma habilidad.

    ―¿Qué tú…qué… qué tú quieres decir, tribilina? ―le preguntó el confundido muchacho, imponiéndose al nerviosismo que sufría en ese momento.

    ―Nada, chico, es un decir. A ver…, eh… ¿por qué no me cantas una canción a mi solita? ―le pidió Marita hablándole al oído, en el mismo tono sugestivo de antes―. Algo bien bonito.

    Nevelencio sintió que todo su cuerpo se estremecía con el efecto de las sugerentes palabras de Marita y el ligero roce de sus sensuales labios en su oído; sin embargo, él no dijo palabra alguna y trató de mantener su compostura.

    ―Anda, chico, cántame algo bonito ―le pidió ella nuevamente.

    El joven músico se movió ligeramente a su derecha y se dispuso a tomar su guitarra para complacer a la insinuante joven, pero ésta le detuvo el brazo antes que pudiera alcanzarla y, sin preámbulo alguno, lo besó lujuriosamente en los labios. El inexperto jovenzuelo se sintió como si su corazón se le quisiera salir de su pecho. Su primera reacción fue la de contrarrestar la inesperada intromisión en su espacio; sin embargo, su instinto fue más fuerte y, sin proponérselo, el ingenuo jovencito se encontró respondiendo al dulce y húmedo beso de la atrevida mujer. Por un instante, Nevelencio sintió la sensación de estar flotando en el aire.

    ―Bueno, cántame la canción ahora ―le escuchó decir suavemente a la impulsiva muchacha, interrumpiendo su placentero viaje entre las nubes.

    El cautivado muchacho abrió sus ojos y se encontró ante sí la seductora sonrisa de la hermosa joven. Un involuntario suspiro de placer escapó de sus labios, con su mirada fija en los fulgurantes ojos pardos de Marita.

    ―Pero aquí hay mucha bulla, ¿no crees? Vamos a tu cuarto, ¿quieres? ―sugirió ella, poniéndose de pie de inmediato, tomándolo por un brazo e instándolo a seguirla.

    El atónito adolescente respiró profundamente; entonces se puso de pie lentamente, tomó su guitarra y, sin decir palabra alguna, se dejó guiar por la atrevida jovenzuela hasta atravesar la amplia sala en que estaban. Entonces llegaron al pasillo que conducía a los cuartos de la casa.

    ―¿Cuál es el tuyo?

    ―El segundo ―le respondió nerviosamente el neófito jovencito, indicando a la izquierda.

    _____________________________

    Don Martina era un acaudalado y muy exitoso granjero, agricultor y hombre de negocios de la región. Éste siempre gozó de gran popularidad y extraordinario poder entre los que lo conocían, no solo por sus grandes éxitos en la producción de su rentable y muy productiva finca o por la gran cantidad de dinero y riquezas que poseía, aunque éstas eran sin duda el punto de partida. Había en este hombre, además, otras características que sin duda influían en gran medida en su inusitada popularidad, como lo eran su físico y presencia personal, su inigualable personalidad, recio carácter e increíble habilidad para relacionarse con los demás, especialmente con las mujeres. Don Martina era un hombre alto, de piel blanca, un tanto quemada por el sol, con musculatura natural y prácticamente sin una gota de grasa extra en su cuerpo. Además de mantener una impecable imagen, siempre andaba perfumado, bien peinado y afeitado, y se vestía con una elegancia inusual, desde por la mañana hasta que se acostaba, sin importarle cual sería la tarea que realizaría ese día. Gozaba, además, de una facilidad de palabras increíble, una desfachatez sin límites y una autoestima desbordante.

    El regio granjero nunca había tenido aspiraciones políticas de tipo alguno; sin embargo, gozaba de la confianza de muchos políticos y autoridades de la región. Sobre estos, en general, el opulento potentado había logrado ejercer una inmedible influencia a partir de su muy poderosa posición económica, la cual él usualmente utilizaba, sin restricción alguna, para ayudar a llevarlos o mantenerlos en sus puestos. Además, su ganado vacuno era el de mayor calidad de la región y esto hacía que importantes ganaderos y comerciantes nacionales e internacionales se interesaran en el mismo. Por ende, el gobierno del país se interesaba también por lo que en esa región sucedía, concediéndole una inusual atención logística y, más que todo, política. Esto, sin duda alguna, se traducía en poder e importancia para los políticos y autoridades de la región, los cuales sentían una inmensa gratitud por lo mucho que Don Martina tenía que ver con todo aquello. Como resultado, estos le brindaban su apoyo incondicional en cualquiera de sus gestiones, aun cuando éstas estuvieran alejadas de cualquier manera de las leyes vigentes.

    Debido a sus estrechas relaciones con importantes socios comerciales, los sustanciales logros alcanzados en la producción de ganado vacuno de altísima calidad, así como su prácticamente inmedible poder económico, Don Martina había creado una junta de ganaderos de la región, de la cual él era su presidente. Esta posición le permitía ser él quien representara, propusiera y decidiera qué gestiones y contratos comerciales de mayor envergadura en que estuvieran involucrados ganaderos de la zona se llevaban a cabo. Los demás granjeros de la región confiaban en su habilidad para lograr contratos y negocios beneficiosos y lucrativos, de los que ellos también se favorecían; por consiguiente, estos lo apoyaban y seguían fielmente.

    Los peones de su rancho se afanaban por cumplir sus expectativas y responsabilidades específicas y se peleaban por ganarse la atención de su relevante patrón. Absolutamente todos eran siempre muy bien remunerados, lo que no era muy común en otras fincas de la región, donde la mayoría de los jornaleros agrícolas se veían obligados a desarrollar tareas de esfuerzos sobrehumanos por un mero plato de comida, un poco de ron, un simple pedazo de carne para su familia, o, simplemente, unas pocas monedas. Aunque muy estricto y exigente, Don Martina personalmente se preocupaba por sus empleados y sus familiares y nunca titubeaba cuando tenía que extenderle la mano a alguno de ellos. Su verdadero objetivo detrás de su amabilidad, sin embargo, era tener la mayor cantidad posible de personas a su alrededor que le debieran favores y se sintieran agradecidos de su gestión y cordialidad.

    Fue en este ambiente de superioridad y control absoluto sobre los demás, así como un poder prácticamente ilimitado en términos económicos, financieros y de decisión, opinión siempre prevaleciente, arrogancia, impertinencia y altanería inmedible en el que su despabilado hijo nació y vivió hasta que comenzó sus estudios universitarios.

    Parte 2

    Campo Universitario I

    Capítulo 5

    Nevelencio y Franrené

    Nevelencio cursó sus estudios universitarios de Ingeniería Industrial en un centro estudiantil de régimen interno, de aproximadamente 500 estudiantes de ambos sexos, enclavado en una zona rural de mucho desarrollo industrial. Según los creadores de este concepto moderno de estudios, este sistema le posibilita al universitario cursar sus estudios especializados a la vez que se vincula directamente a la producción, mediante las llamadas "prácticas laborales", en empresas y centros industriales ubicados en la zona. Esto le permite al estudiante adentrarse en el mundo laboral y de producción para el que se prepara mientras se instruye académicamente. Al mismo tiempo, el estudiante pone en uso el conocimiento que va adquiriendo en sus estudios para desarrollar proyectos o trabajos de investigación relacionados con su campo de especialización.

    Este novedoso sistema de vinculación de la educación a la producción directa se lleva a cabo mediante una continua movilidad del conglomerado estudiantil, dividiendo a estos en dos grandes grupos. Mientras uno de estos dos grupos realiza actividades académicas propiamente dichas en la sesión de la mañana, el otro grupo se traslada a las diversas empresas de la región a realizar sus prácticas laborales. En la sesión de la tarde, las funciones se invierten; el grupo que estudia en la mañana se traslada entonces a las compañías, mientras que el otro realiza sus actividades académicas. Los estudiantes que por diversas razones no realizan prácticas laborales como tal en empresas específicas, en ese horario se les asignan trabajo agrícola en los campos destinados al autoconsumo del centro escolar, tareas de limpieza, mantenimiento, organización y otras. Para terminar el día, los estudiantes deben dedicar tres noches a la semana, dos horas de cada una, a realizar labores escolares controladas y se les concede dos noches a la semana de tiempo libre o recreación. Como norma, los universitarios viajan a sus respectivos hogares durante el fin de semana, en dependencia de la distancia, las preferencias personales, la disponibilidad de transportación y otras situaciones específicas.

    La vida en este inusitado tipo de régimen de estudio interno está regida por un código de conducta conocido como reglamento de vida interna o régimen disciplinario. Dicho reglamento escolar define exactamente lo que se espera que sea el modelo de comportamiento de la población estudiantil del centro. El mismo incluye, por ejemplo, el uso correcto de

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