Ana
Por Daniel Emil
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Ana - Daniel Emil
1
EL MAR
1951
Ricardo conduce su coche con la mirada fija en el camino que sube y baja y serpentea a través de las boscosas colinas. Perdido en la neblina de sus pensamientos, no escucha realmente el silbido de un tren que de pronto se les empareja.
Su esposa Carmen viaja sentada en el asiento trasero con su hija Ana, una niña de nueve años que observa maravillada el avance de la imponente locomotora. Con un brazo vendado y marcadas ojeras, Carmen no luce de lo mejor, pero aún así no puede evitar contagiarse por el entusiasmo de su pequeña y esboza una gran sonrisa.
El coche pasa por debajo de un puente al tiempo que el tren pasa por encima. Al subir una colina, Ana saca la cabeza por la ventana y alcanza a ver el misterioso mar a la distancia entre los árboles.
CARMEN
Al fin vas a conocer el mar, Ana.
Ana no puede contener su alegría.
ANA
¡Sííí! Ya quiero que lleguemos.
Ricardo echa una mirada por el espejo retrovisor y alcanza a ver el rostro de su esposa. Cuando sus miradas se cruzan, le ofrece a su mujer una tímida y agridulce sonrisa.
El automóvil sale del bosque a una verde explanada donde pasta un puñado de vacas. A lo lejos, más allá de las vías del tren, se alza un solitario edificio de tres pisos clavado sobre una colina.
Ana se asoma de nuevo por la ventana y siente la brisa en su rostro. Saboreando el momento, sigue con la mirada una elegante gaviota que pasa volando a lo alto.
El coche cruza una reja abierta, sube por una colina, y de golpe, como por arte de magia, se descubre la inmensidad del mar. Deslumbrada por el impactante horizonte, Ana sonríe y arquea las cejas.
El coche avanza hacia un edificio con todo el aspecto de lugar de descanso. Hombres y mujeres se pasean tranquilamente por el hermoso y colorido jardín.
Un perro xoloitzcuintle se acerca corriendo y ladra emocionado flanqueando al coche de Ricardo. Ana estira la mano e intenta tocarlo, sentirlo.
ANA
Hola...
El coche se detiene frente al edificio y apenas llama la atención de uno que otro curioso que echa una mirada a los recién llegados.
Ricardo apaga el motor y a punto está de decirle algo a su mujer, cuando Carmen abre la puerta trasera y Ana sale disparada del auto. La niña cruza el jardín hasta encontrarse con el perro.
CARMEN
¡Ana, ten cuidado!
El perrito ladra moviendo la cola de lo más feliz.
ANA
Hola... ¿Cómo te llamas?
Ana lo acaricia, toma la plaquita metálica que cuelga del collar, y lee el nombre lanzando la pregunta al aire como una burbuja.
ANA
¿Choco?
Choco gime y saca la lengua al escuchar su nombre.
ANA
Yo soy Ana.
El perro corre juguetón a su alrededor, mientras Ana se acerca al borde del acantilado para ver mejor el mar.
ANA
Guau...
A espaldas de la niña, al fondo, Ricardo saca una maleta de la cajuela del automóvil, al tiempo que el Doctor Méndez y una enfermera salen a darles la bienvenida.
Boquiabierta ante la singular vista, Ana ve unas escaleras y baja hacia la playa acompañada de su nuevo amigo Choco.
Ana pisa la arena y camina hacia el mar, que a esas horas se encuentra un poco violento, enojón.
Cerca de ahí, una ola revienta ruidosamente contra las rocas, luego otra. Curiosos, Ana y Choco se acercan al agua hasta que una ola llega demasiado rápido y los empapa.
Arriba, una preocupada Carmen se asoma por el mirador.
CARMEN
¡Ana!... ¡Ven acá!
Ana regresa y sube corriendo las escaleras, seguida de Choco, que se sacude el agua a su paso y moja a un señor bonachón que baja con toalla en mano.
Carmen recibe a su hija hincándose y mirándola a los ojos.
CARMEN
Mi amor, ten cuidado.
No debes bajar al agua sola.
ANA
¡Es hermoso, mamá!
Carmen se da cuenta de que Ana se ha mojado e intenta sacudirle la arena del vestido.
CARMEN
Mira cómo quedaste.
ANA
Tengo que contarle a papá.
Ana levanta la mirada y ve a Ricardo parado junto al coche, observándolas con tristeza. La niña corre emocionada hacia su padre.
ANA
¡Papá! ¡Papá!
Ricardo sube al auto sin esperar a su hija, y cabizbajo, enciende el motor.