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Deuteronomio
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Libro electrónico254 páginas2 horas

Deuteronomio

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¿Has leído la Biblia y sentido que tienes dificultades para comprender lo que dice?
¿Las enseñanzas de la Biblia parecen demasiado alejadas de la vida cotidiana?
Pocas cosas son probadamente eficaces para expandir nuestros corazones y mentes, acercándonos Dios de la manera que lo hacen la reflexión tranquila y el estudio de la Biblia. Él nos dio esta revelación de sí mismo en sesenta y seis libros. Los libros de esta serie abrirán la Biblia entera en una forma práctica y fácil de entender. Más que una ayuda al estudio, los libros de esta serie están diseñados para ayudar a los lectores a ver lo que Dios revela sobre sí mismo en la Biblia.
Ud puede utilizar este libro en el culto personal y el tiempo de estudio. Las cuestiones a considerar y puntos para la oración al final de cada capítulo hacen que cada libro sea pertinente para la vida diaria y buenos iniciadores del debate en grupos de estudio bíblico. Al meditar sobre el mensaje de cada libro, usted encontrará su corazón y la mente concentrados en la adoración a Dios.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 ago 2022
ISBN9781005773359
Deuteronomio
Autor

F. Wayne Mac Leod

F. Wayne Mac Leod was born in Sydney Mines, Nova Scotia, Canada and received his education at Ontario Bible College, University of Waterloo and Ontario Theological Seminary. He was ordained at Hespeler Baptist Church, Cambridge, Ontario in 1991. He and his wife, Diane served as missionaries with the Africa Evangelical Fellowship (now merged with SIM) on the islands of Mauritius and Reunion in the Indian Ocean from 1985-1993 where he was involved in church development and leadership training. He is presently involved in a writing ministry and is a member of Action International Ministries.

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    Deuteronomio - F. Wayne Mac Leod

    Autor:

    No hay dudas de que es Moisés el autor de Deuteronomio, lo cual se evidencia en las palabras iniciales del libro. En Deuteronomio 1:1 leemos:

    Éstas son las palabras que Moisés dirigió a todo Israel en el desierto al este del Jordán, es decir, en el Arabá, frente a Suf, entre la ciudad de Parán y las ciudades de Tofel, Labán, Jazerot y Di-zahab.

    Otras referencias de Moisés como autor pueden hallarse en Deuteronomio 29:1 y 31:1.

    Deuteronomio 31:9 deja en claro que esta ley había sido escrita por Moisés y dada a los sacerdotes y levitas para ser llevada en el Arca de la Alianza.

    Moisés escribió esta ley y se la entregó a los sacerdotes levitas que transportaban el arca del pacto del SEÑOR, y a todos los ancianos de Israel.

    En el Nuevo Testamento se citan pasajes de Deuteronomio, y se le atribuyen a Moisés. El siguiente cuadro nos brinda tres ejemplos:

    Hay además una serie de pasajes del Antiguo Testamento que se refieren al Libro de la Ley de Moisés o a la Ley de Moisés (véase Josué 8:31; II Reyes 14:6; II Crónicas 23:18; Daniel 9:11). Todas estas referencias nos muestran que por lo general se entendía, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, que Moisés había sido el escritor de este libro.

    Si bien a Moisés se le atribuye la autoría del libro, también es probable que algunas porciones hayan sido escritas por alguien cercano a él. Por ejemplo, es evidente que el capítulo 34, donde se describe el fallecimiento de Moisés, fue escrito por otra persona. El lenguaje en este capítulo nos muestra que Moisés no escribió acerca de su propia muerte; alguien que le conocía registró los acontecimientos y los añadió al relato.

    Trasfondo:

    Deuteronomio contiene las palabras de Moisés al pueblo de Dios, que se encontraba junto al río Jordán, listo para pasar hacia la tierra que el Señor había prometido a sus antepasados. El pueblo había atravesado el desierto, conquistado la tierra al oriente del Jordán, y ahora se encontraban a punto de ocuparla. Sabiendo que él no atravesaría con ellos el río, Moisés dedicó tiempo antes de morir para exhortarles e instruirles en cuanto a cómo debían vivir en la tierra que el Señor les estaba dando.

    Deuteronomio significa literalmente segunda ley, debido a que la ley de Dios para Su pueblo se reitera a medida que ellos se preparan para entrar a la Tierra Prometida.

    En este libro Moisés hace tres cosas. En primer lugar, le recuerda a Israel lo que el Señor ha hecho por ellos y Su maravilloso amor. En segundo lugar, le instruye sobre lo que Dios le exige al ocupar la tierra al occidente del Jordán. Por último, les habla de las bendiciones que poseerían mediante la obediencia, así como de las maldiciones que sobre ellos caerían si se alejaban de su Señor.

    Importancia del libro para nuestros días

    Deuteronomio es importante por lo que nos enseña sobre el amor de Dios hacia Su pueblo. Moisés les recuerda una y otra vez que ellos eran objeto del afecto especial y de la devoción de Dios, no porque se merecieran esta atención. En todo caso ellos eran un pueblo rebelde y quejoso. Dios nos muestra Su afecto a pesar de nuestras faltas y pecados. Él nos escoge y se compromete con nosotros por amor. Aunque ninguno de nosotros lo merece, sería una necedad rechazar Su amor por no ser dignos de recibirlo.

    Dios ofreció a Su pueblo una tierra propia porque los ama. El pueblo de Dios debía tomar posesión de ella y vivir en santidad; dicha posesión que Dios les brindaba, no sería nada fácil. Habría muchos enemigos que enfrentar al ocupar la tierra que Dios les había dado. De manera similar, Dios nos ha dado una tierra que poseer. Deuteronomio nos enseña que tendremos batallas por delante si nos proponemos llegar a ser todo lo que Él quiere que seamos. Habrá enemigos por derrotar y obstáculos que enfrentar, pero todo esto es posible al andar en obediencia y fidelidad a Su Palabra.

    Un elemento clave en el libro de Deuteronomio es la enseñanza que la victoria no depende de la sabiduría ni de la fuerza humana. La victoria se alcanza en obediencia a Dios y a Su Palabra. Dios bendice la obediencia en fidelidad, pero disciplina y castiga la rebeldía. En una época que depende de la ciencia, de la política y del poderío militar, haríamos bien en entender que el éxito de nuestras naciones e iglesias no depende tanto de la habilidad ni la administración humana, como de la sencilla obediencia a la Palabra de Dios.

    1 - LA TOMA DE POSESIÓN

    Leamos Deuteronomio 1:1-46.

    Al comienzo de este libro Moisés habla a los israelitas, quienes se encontraban al oriente del río Jordán (v. 1) y aún no habían entrado a la Tierra Prometida. Era el primer día del onceno mes, a los cuarenta años de haber salido de Egipto (v. 3). Dios les había dado la victoria frente a Sehón, rey de los amorreos, y a Og, rey de Basán, al oriente del Jordán. En este momento se disponían a atravesar el río hacia la tierra de Canaán.

    A medida que Moisés habla, remonta a su pueblo al tiempo en que estuvieron en la región de Horeb, al pie del Monte Sinaí (v. 6). Fue allí donde Dios había dado a los israelitas Sus mandamientos. Allí habían aprendido qué esperaba Él de ellos y lo que requería de sus vidas. Sin embargo, Moisés les recalcó cómo Dios les había dicho que marcharan y se adentraran en territorio amorreo. Dios había prometido darles esa tierra; todo lo que tenían que hacer era ocuparla (vv. 7-8).

    Fijémonos que en la mente de Dios la victoria ya se había alcanzado. Su voluntad era que los israelitas poseyeran la tierra de los amorreos. Dios había firmado el título de propiedad y ahora les pertenecía legalmente. Lo único que se les exigía era que entraran en la tierra y la ocuparan. Debemos admitir que esto no sería fácil; había gente viviendo allí que no quería irse. No obstante, estos pueblos habían corrompido la tierra con sus religiones falsas y abominables prácticas, por lo cual Dios pretendía sacarlos de ahí.

    Notemos, a partir del versículo 9, que Moisés percibía la inmensidad de la obra que se encontraba ante él. Guiar a esta nación y ayudarla a establecerse en la tierra que Dios les había dado era una carga demasiado abrumadora para asumirla por su propia cuenta. Por eso propuso a los israelitas que escogieran a hombres de respeto, entendidos y sabios, para que se encargaran de tomar decisiones en cuanto a los conflictos que surgieran en el pueblo (v. 12).

    Esto nos deja ver que si el pueblo de Israel debía tomar posesión de la tierra que Dios les había dado, iban a necesitar líderes que los guiaran hacia dicha victoria, los cuales rendirían cuentas ante Dios por la solución de los problemas que surgieran a medida que avanzaran. Su deber consistía en propiciar la armonía y la unidad del pueblo para que pudieran concentrarse en la labor que tenían por delante.

    Consideremos lo siguiente: una de las grandes luchas del cuerpo de Cristo hoy es resolver los problemas que hay entre sus miembros. Dios nos ha llamado a poseer un territorio que actualmente está ocupado por Satanás, pero estamos tan enfrascados en resolver los problemas entre nosotros mismos, que no podemos avanzar. Mientras que nos estemos peleando entre nosotros, nunca podremos dominar el territorio que Dios nos ha otorgado. Una de las grandes responsabilidades de los líderes cristianos es promover la unidad en el cuerpo de Cristo para poder avanzar. Moisés entendió que, si los israelitas iban a poseer la tierra que Dios les había dado, primero necesitarían lidiar con las divisiones y las disputas entre ellos. Por esta razón buscó al Señor, para hallar a hombres consagrados que se encargaran de los problemas que pudieran surgir dentro del pueblo de Dios.

    El pueblo tuvo a bien el desafío de Moisés en cuanto a hallar líderes (v. 14); lo cual trajo como resultado el nombramiento de hombres de respeto, y se les dio autoridad sobre grupos de mil, cien, cincuenta, y diez personas (v. 15). El contexto indica que estos hombres tenían diferentes responsabilidades. Algunos serían líderes militares, y otros, jueces.

    De especial interés eran aquellos con la responsabilidad de juzgar los conflictos entre hermanos. Moisés instó a estos hombres a juzgar con justicia e imparcialidad. Estos jueces no debían temer a lo que la gente opinara. Y cualquier caso que fuese demasiado difícil se remitiría a Moisés, quien a su vez procuraría hallar la decisión del Señor al respecto (vv. 16-17).

    Cuando los líderes ocuparon sus puestos, el Señor ordenó a Su pueblo marcharse de Horeb hacia la tierra de los amorreos, lo cual implicaba atravesar un terrible desierto (v. 19). El camino a la victoria surge a través de la lucha; la victoria no viene sin esfuerzo y resistencia. Enfrentaremos el desierto del desaliento o pasaremos por el del rechazo. Habrá un precio que pagar por la victoria, pero bien valdrá la pena, por el gozo del éxito.

    En la región de Cades Barnea, la región montañosa de los amorreos, Moisés reafirmó al pueblo la promesa de victoria que Dios les había dado. Los retó a tomar posesión de la tierra que ya se les había dado. Les dijo que no temieran ni se desalentaran por cuanto Dios estaba con ellos y se aseguraría de que poseyeran la tierra (vv. 19-21).

    Asumiendo el desafío de Moisés, decidieron primeramente enviar espías a la tierra para informarse sobre la ruta que debían trazar, así como las ciudades por las que tendrían que pasar (v. 22). Inicialmente le pareció bien a Moisés, por lo que seleccionó a doce hombres, uno por cada tribu, para que espiasen la tierra (v. 23). Así lo hicieron e informaron que, aunque la tierra que Dios les estaba dando era buena (v. 25), también había allí ciudades fortificadas y poderosos enemigos. Esto infundió temor en el corazón de los israelitas. La noticia de que el pueblo que habitaba aquella tierra era más fuerte que ellos les causó desánimo. Dejaron de atender a la promesa de Dios de victoria, para fijarse en sus propias habilidades. No veían cómo podían derrotar a tales enemigos. No estaban dispuestos a asumir el riesgo de poseer la tierra. Su razonamiento humano y sus temores se interpusieron a la victoria.

    Moisés intentó alentarlos en el Señor; les dijo que Él iría delante de ellos. Les recordó cómo había derrotado a los egipcios y había provisto cada una de sus necesidades hasta ese momento (vv.29-30). A lo largo de los años de vagar en el desierto, los israelitas habían visto a Dios hacer muchos milagros; habían visto Su provisión y Su poder. Le habían visto derrotar a sus enemigos. Les había guiado de un lugar a otro con una columna de fuego y otra de nube. Ciertamente Dios no los abandonaría ahora, a las puertas de la tierra que Él había prometido.

    A pesar de que ellos habían visto y conocían de Dios, el pueblo de Israel no podía hallar en su corazón la confianza en Él para ocupar la tierra. Ese día ellos se negaron a entrar porque temían morir. ¡Sólo podemos imaginar cuánto debe haber ofendido esta actitud al Dios que tanto los había cuidado y les había prometido la tierra!

    ¡Cuán fácil nos resulta caer en la misma trampa hoy en día! Dios ha prometido la victoria; desde Su perspectiva ya se efectuó. Todo lo que tenemos que hacer es tomar posesión y reclamar esa victoria. No será fácil. Habrá batallas y luchas, pero la victoria está segura para todos los que perseveran. ¿Qué nos ha dado Dios hoy por posesión? ¿Qué nos ha llamado a hacer? ¿Acaso estamos a las puertas de una gran oportunidad? ¿Confiaremos en que Dios va a obrar conforme a Su promesa? ¿Lo arriesgarás todo y confiarás en esa promesa? ¿Enfrentarás al enemigo que te encara, y vencerás en el nombre de Cristo para poseer la tierra?

    En la época de Moisés el pueblo se negó a correr el riesgo; le dieron la espalda a Dios y se negaron a entrar, lo cual enojó al Señor. Él juró que ninguna persona mayor de 20 años entraría al país, a excepción de Caleb y Josué. ¡Cuánto debería esto servirnos de advertencia! El pueblo de Dios perdió la oportunidad de poseer la tierra que Él les había dado. Vivirían en el desierto por el resto de sus vidas. Hoy Dios nos está dando oportunidades, y puede que nunca más se presenten. Nos está llamando y nos dice: Iré delante de ti y te daré la victoria. Este territorio ya es tuyo; yo firmé la propiedad a tu nombre. Todo lo que tienes que hacer es ocuparlo. ¿Cuál va a ser nuestra respuesta? ¿Poseeremos lo que nos ha dado o nos alejaremos diciendo que simplemente no es posible, o que no estamos dispuestos a tal compromiso?

    Debido a su incredulidad, toda una generación dejó de poseer la tierra que Dios le había prometido. Vagaron por el desierto en lugar de estar disfrutando del fruto de sus huertos. ¿Está sucediendo lo mismo en nuestros días?

    Fijémonos que (en el versículo 41) cuando el pueblo se dio cuenta de lo que había hecho, se decidieron a cambiar su conducta. Se armaron y salieron a tomar posesión del territorio pensando que sería fácil subir a la región montañosa, pero Dios les advirtió por medio de Moisés que no estaría con ellos y que serían derrotados (v. 42). Tal y como había sucedido anteriormente, el pueblo no prestó atención y siguió adelante. Los amorreos los enfrentaron, los derrotaron y, aunque se humillaron en la presencia del Señor, Él no les prestó atención (v. 45).

    Aquí hay algo que debemos entender. A primera vista parecía que los israelitas se habían arrepentido de su pecado de incredulidad y que habían decidido hacer las cosas bien. Sin embargo, el contexto indica que no fue así. Cuando Dios les dijo que no marcharan, una vez más rechazaron Su Palabra e hicieron lo que bien les pareció, en lo cual no demostraron arrepentimiento de corazón. Es evidente que sólo pensaban en ellos mismos. Cuando se dieron cuenta de que la opción iba a ser morir en el desierto, decidieron que preferían entrar a la Tierra Prometida. A ellos no les preocupaba Dios ni cómo lo habían angustiado. Si en verdad hubiera sido así y se hubieran arrepentido, hubieran oído a Moisés cuando de parte de Dios les dijo que no pelearan contra los amorreos. Al ignorar a Dios la segunda vez, demostraron que sólo se preocupaban por sus intereses. Dios no iba a bendecir esta actitud. Mientras que el pueblo de Dios estuviese defendiendo sus propios intereses, no serían Sus siervos. Aquellos que poseen la tierra, deben buscar a Dios, confiar en Sus propósitos y andar en obediencia.

    Para Meditar:

    *¿Cuánto nos alienta el hecho de que el Señor nos haya dado la victoria, y que todo lo que tenemos que hacer es ocupar lo que ya nos ha dado?

    *¿Será fácil poseer lo que Dios ya ha dado? ¿Qué luchas hemos enfrentado al intentar poseer lo que Él nos ha dado?

    *¿Cuán importante es que cuidemos nuestras relaciones interpersonales en el cuerpo de Cristo? ¿Cómo nos impide tomar posesión de lo que Dios nos ha dado, el hecho de tener malas relaciones?

    *¿Cómo se interpone nuestro razonamiento humano en el camino de recibir lo que Dios da? ¿Cómo se interpuso éste en el camino de los israelitas en este capítulo?

    *¿Cómo el intento de Israel por conquistar la tierra después de haber rechazado a Dios en este capítulo, demostró que realmente no estaban arrepentidos por su pecado? ¿Qué nos enseña esto en cuanto al arrepentimiento verdadero?

    Para orar:

    *Dediquemos un momento para agradecer al Señor por Su victoria. Pidámosle la fuerza que precisamos para tomar posesión de lo que nos ha dado hoy.

    *Pidamos a Dios la gracia de perseverar cuando la situación es difícil y no tiene sentido. Agradezcámosle por ser el Dios de lo imposible.

    *Pidámosle que nos ayude a mantener una correcta relación con Él y con Su pueblo para que nada impida nuestra victoria. Pidámosle que nos revele todo lo que pueda obstaculizarla.

    *¿Hay alguna oportunidad que nos hayamos perdido? Pidámosle a Dios que nos perdone nuestra falta de obediencia y confianza en Él. Pidámosle que nos muestre cuál es Su propósito ahora.

    2 - HACIA LA TIERRA PROMETIDA

    Leamos Deuteronomio 2:1-37.

    En el capítulo anterior vimos cómo el pueblo de Israel le había dado la espalda a Dios y se había negado a entrar a la Tierra Prometida. En consecuencia, Dios los condujo hacia el desierto, donde la mayoría pereció. Aquella generación dio la espalda a los propósitos de Dios, pero la promesa sería renovada a la generación siguiente. Deuteronomio 2:1 nos dice que vagaron durante mucho tiempo alrededor de la región montañosa de Seir. Este versículo nos da la impresión de que el pueblo de Dios parecía no tener propósito alguno en su trayectoria, ni dirección de parte del Señor. Hay ocasiones en que Dios parece estar en silencio y no tenemos la certeza de cuál sea Su propósito para nuestra vida.

    En Su momento, Dios rompió el silencio y le habló a Moisés. Le dijo que se dirigiera al norte y que atravesara el territorio de los descendientes de Esaú en Seir. No obstante, debemos notar que, aunque ellos les temían, los israelitas debían tener mucho cuidado de no provocarlos a la guerra. Dios no les daría ninguna de las tierras de Esaú. De hecho, Dios exigió que los israelitas pagaran todos los alimentos y el agua que tomaran de esa tierra al pasar por allí (v. 6). Moisés le recordó al pueblo que el Señor había cuidado de ellos todo el tiempo que estuvieron en el desierto para que nada les faltara; por eso debían escucharlo ahora y obedecer Su mandato de respetar al pueblo de Esaú (v. 7). Los israelitas lo obedecieron y pasaron a través de Seir sin causar problemas a sus habitantes.

    Dios había entregado Seir a los descendientes de Esaú. Este territorio no pertenecía a Israel. Lo que aquí vemos es que debemos ser sensibles al Señor y a Sus orientaciones. Hay territorios que no nos otorga, y otros que sí. Lo importante es que nosotros andemos en obediencia.

    Dios guió a Su pueblo por la tierra de Seir hasta adentrarse en Moab. Fijémonos de nuevo, a partir del versículo 9, en que el Señor dejó bien claro a Su pueblo que no debían intimidar a los moabitas ni provocarlos a la guerra, por cuanto Él había dado esa región a los descendientes de Lot para que la poseyesen.

    En los versículos 10-12 aprendemos que había dos grupos étnicos viviendo antes en tierra moabita. El primero era conocido como los emitas, un pueblo muy fuerte y numeroso. El versículo 10 nos deja ver que se destacaban por su gran estatura. La otra etnia eran los horeos (v. 12). Sin embargo, los descendientes de Esaú los sacaron de esas tierras y tomaron posesión de ellas. Se destaca en el versículo 12 que Dios hizo esto por Esaú, de la misma forma que había hecho con Israel cuando le dio la Tierra Prometida.

    A partir de aquí vemos que el Señor estaba obrando conforme a

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