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María Teresa de Landa: Una miss que no vio el universo
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Libro electrónico705 páginas13 horas

María Teresa de Landa: Una miss que no vio el universo

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La autora recrea una historia de honor y mentira con base en fuentes fotográficas y hemerográficas, así como a través de historia documental y oral. Esta obra es un estudio de género, enmarcado en la historia cultural de lo social, y da cuenta de un panorama profundo de una época que no debemos ni podemos olvidar.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 may 2022
ISBN9786075396095
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    María Teresa de Landa - Rebeca Monroy Nasr

    Presentación

    ———•———

    Aurelio de los Reyes García-Rojas

    Fascinantes resultan las historias de vida de cualquier época y bajo cualquier circunstancia, porque permiten observar las células del tejido social, la manera en la que los grandes acontecimientos de la Historia determinan la vida individual, por ejemplo la vida de las mujeres durante la Revolución y en los años de la década de 1920, época de profundos cambios, que afectaron su vida directamente.

    Un acontecimiento fortuito permite asomarnos a su intimidad, a sus intimidades, porque repercute no sólo en el individuo, sino también, en general, en la familia, en el entorno, en la vida de las mujeres de esa década. El asesinato que cometieron algunas de ellas, empujadas por las circunstancias, sin premeditación, ni alevosía, las puso en la primera plana de una nota roja, la cual permite al investigador adentrarse en la maraña del tejido social de aquella época.

    El crimen cometido por Magdalena Jurado, Alicia Olvera, Luz González o Pilar Moreno, de las que me ocupo en Bajo el cielo de México, fue la punta del iceberg que abrió la puerta al estudio de más casos como éstos para profundizar en la vida de la mujer mexicana de la posrevolución. Tal es el caso del presente libro. Mientras que en mi estudio dejó en el misterio qué fue de aquellas mujeres después de traspasar las puertas de la prisión cuando fueron declaradas inocentes de un crimen confeso por un jurado popular —que hizo exclamar a un diario y en el cementerio yace un muerto al que según la ley nadie mató—, la doctora Rebeca Monroy continúa el es­tudio de estas mujeres, involuntariamente asesinas, al tomar el caso de María Teresa de Landa y de los Ríos, la primera Miss México, y lo lleva más allá de su salida de prisión, lo cual resulta apasionante.

    Ciertamente, al terminar de escribir sobre aquellas mujeres me pregunté: ¿qué pasó después de la prisión? Curiosidad me sobraba para seguir indagando, pero hacerlo hubiera significado desviar la atención, distraerme, invertir tiempo sin acabar nunca el objetivo que me había propuesto al escribir el ensayo mencionado. Así que ahogué —que no maté— mi curiosidad, pues hurgando en la hemeroteca, en busca de información para otras investigaciones, encontré reportajes sobre Magdalena Jurado años después de su absolución; hube de conformarme con leerlos, porque había dado por cerrado su caso.

    Al revisar las historias de vida de esas mujeres declaradas inocentes uno tiende a justificar el que hayan acudido a la violencia para salvar su vida o su honra, más allá de la labor de sus magníficos y soberbios abogados defensores, Querido Moheno en los casos de las cuatro primeras, y José María Lozano en el de María Teresa de Landa y De los Ríos, y se justifica la decisión del jurado popular de exonerarlas de culpa, porque mataron en legítima defensa, por la violencia o engaños que sobre ellas ejercieron los asesinados. Víctimas y juguetes del torbellino llamado Revolución, cuyos efectos llegan más allá de los años veinte, por la importancia que la militancia tuvo en la vida masculina, en la afirmación y el desarrollo del machismo, cuando no sólo los militares, sino los hombres en general, contraían matrimonio más de una vez sin haberse divorciado, sin que se les objetara o se les pusiera un límite, salvo cuando mujeres excepcionales los enfrentaban, casi siempre con un arma propiedad del asesinado, portada por ellos en la cintura (salvo en un caso en el que, según los casos de la nota roja, una mujer llevaba una pistola en su bolso), olvidada sobre la cama, el buró, la mesa, o arrebatada de las manos en un forcejeo (como sucedió con Magdalena Jurado), y los enfrentaban, no de igual a igual, porque no se trataba de un duelo tipo western, sino para defenderse de la violencia o de la deshonra, uno de los valores más preciados del individuo de aquellos años, masculino o femenino, que, con su respectiva característica, Re­beca Monroy acota con precisión, por lo menos respecto de ellas.

    ¿Qué pasó con la vida de esas mujeres a partir del día siguiente de quedar libres? ¿Cómo enfrentaron su desafortunada fama?, porque el proceso público, alguno transmitido por la radio, como el de Teresa de Landa, las convirtió en estrellas fugaces, en estrellas de un día, lo que debió de repercutir en su vida. Estos interrogantes los responde Rebeca al seguir la vida de De Landa después de hurgar en papeles y de hacer entrevistas. Sorpresivamente la encontramos en un sitio que seguramente sus predecesoras no alcanzaron, porque no tuvieron la capacidad de sobreponerse a su circunstancia, como lo hizo ella, por medio de los estudios —recuerdo que el reportaje de Magdalena Jurado diez años después de su proceso la mostraba dedicada a labores domésticas, a pesar de su inteligencia, que le permitió sortear los avatares a los que la llevó el torbellino de la Revolución—: la hallamos con títulos universitarios: licenciatura, maestría y doctorado otorgados por la Universidad Nacional Autónoma de México, con mención honorífica los dos últimos, además de ser funcionaria de planteles de enseñanza media y docente durante largos años hasta alcanzar su jubilación en la misma institución. Todas esas mujeres fueron atípicas, por ser asesinas sin habérselo propuesto, y típicas, por su extracción social y formación, nada excepcionales; pero excepcional e involuntario fue su crimen, salvo el de Pilar Moreno, quien planeó y ejecutó la muerte del asesino de su padre. De Landa, concluye Rebeca, mujer que fue en verdad atípica para su época en muchos sentidos, más porque superó una gran cantidad de obstáculos, en los que su carácter y fortaleza interna la ayudaron para llegar a lugares insospechados, si pensamos en las mujeres nacidas en la Revolución, que ejercieron sus encantos, saberes y poderes en la posrevolución.

    Una investigación no se concluye, la cierra uno por necesidad pragmática, no porque las preguntas que surgen en el transcurso queden resueltas, por el contrario, surgen más y más preguntas que uno debe soslayar contra su voluntad, de ahí las certeras palabras de Rebeca, imposible buscar un final en medio de tanto vaivén y recoveco que falta por completar como en toda historia, pues en el día a día emergen nuevas informaciones, condiciones, sucesos, detalles sustanciales, documentos, cartas, letras, imágenes o personas que pudieron conocer o conocieron a los involucrados en el caso.

    Proemio

    ———•———

    Luis de la Barreda Solórzano

    UNA OFRENDA

    Este libro es un festejo, un brindis, una ofrenda, una declaración de amor. Como sucedió con todos sus alumnos ––yo el primero––, con el general Moisés Vidal desde el momento mismo en que le fue presentada, con todo el público que asistió a su juicio o lo siguió por radio, con todos los integrantes del jurado popular que la sentenció ––el último jurado popular en nuestro país––, con los lectores de Excélsior, que en votación directa la eligieron Señorita México, con todos los productores que en Galveston, Texas, le ofrecieron jugosos contratos para que actuara en cine o teatro, también la autora de esta obra fue seducida por María Teresa Landa, uno de los personajes más apasionantes de la mitología mexicana.¹

    Salvo las piedras, nadie que conociera a María Teresa Landa podía escapar a su poder hipnótico. En la Prepa 1, entonces ubicada en el Antiguo Colegio de San Ildefonso, los estudiantes que cursá­bamos con ella la asignatura de historia universal la escuchábamos embrujados.

    Ella nos transportaba a los lugares y las épocas de los acontecimientos que nos narraba, era una espléndida expositora. Tenía una voz grave, metálica, clara y potente, y una mirada profunda, en la que las luces y las sombras se mezclaban como en un ocaso que se resiste a dar lugar al anochecer.

    La intensidad de sus relatos nos electrizaba. Cuando los personajes a los que se refería eran mujeres de sino trágico, la exposición de la maestra se hacía más intensa y su mirada se encendía, como si los hechos que nos narraba estuvieran ocurriendo ante sus ojos.

    Principalmente nos sobrecogían sus disquisiciones acerca de las características psicológicas de las protagonistas. Escucharla hablar de Juana de Arco, Ana Bolena o María Antonieta era un banquete de reflexiones y de emociones.

    Me recuerdo a mí mismo, venciendo mi timidez, acercándome a la maestra para hacerle un comentario o una pregunta sobre el tema expuesto en clase, o corriendo a la librería Porrúa Hermanos, a unos pasos de la prepa, a comprar el libro que la profesora había recomendado.

    Rebeca Monroy Nasr no tuvo la fortuna ––que yo tuve–– de ser su alumna, pero en cuanto supo de ella quedó atrapada en sus redes hechiceras, y ahora nos ofrece el producto de diez años de investigación acuciosa, paciente, profesional, un trabajo cuyo impecable rigor académico va acompañado, página por página, de un aroma poético.

    La doctora Monroy muestra no solamente su capacidad como investigadora y su alta calidad intelectual: son notorios, asimismo, el entusiasmo y el cariño con que escribió estas páginas.

    La prodigiosa información que sustenta este libro manifiesta la pasión de la autora por el conocimiento del personaje. Los detalles y precisiones en que se ha esmerado para situar en su contexto histórico, social y cultural la trama trágica que aquí nos narra dan fe de una investigadora excepcional. El estilo literario da cuenta de que, además, es una intensa narradora.

    El libro tiene tanta fuerza narrativa y tanta carga dramática ––lo cual solamente puede lograrse con un espléndido estilo literario–– como las más apreciables novelas trágicas de la literatura universal. Su personaje, María Teresa Landa, embrujaba a cuantos la conocían; la autora, Rebeca Monroy, nos obsequia páginas hechiceras sobre esa figura mítica.

    Las dos imágenes contrastantes de María Teresa Landa en dos momentos cruciales de su vida ––por una parte, la triunfadora en el concurso Señorita México, sonriente, alegre, coqueta y complacida, y por la otra, la homicida con una inflexión de angustia y dolor, cabizbaja, encorvada y adelgazada––, rescatadas por Mariana Yampolsky, del acervo de Enrique Díaz Reyna, ejercieron sobre la doctora Monroy una atracción contundente.

    Seducida por María Teresa Landa, dedicó años a satisfacer la necesidad de conocer y develar el caso que conmovió a la sociedad me­xicana; comprender el origen y el contexto del concurso; conocer al hombre con el que se casó la Señorita México; analizar las motivaciones de ésta para privarlo de la vida; estudiar el juicio; descubrir qué fue de la vida de la reina de la belleza posteriormente.

    Para poder transmitir todo aquello con la elocuencia y el vigor con que lo ha hecho, Rebeca Monroy debió al mismo tiempo vivirlo; es decir, debió ser testigo de los hechos. Y lo logró estudiando esos hechos en todas las fuentes disponibles, sobre todo zambulléndose en el alma de María Teresa Landa tan profundamente como la propia María Teresa se sumergía en el alma de las protagonistas de los episodios de historia universal que exponía en sus clases.

    Eso sólo podía conseguirlo una mente perspicaz y un alma sensible, atributos de los que la autora hace gala en este trabajo. Por eso y por la forma en que está escrito, este libro, no obstante que gira en torno a un hecho trágico, es una delicia.

    Las páginas más seductoras son aquellas en las que la autora busca entender y explicar las razones que llevaron a María Teresa a vaciar la carga de una pistola en el cuerpo del hombre que amó, qué motivos generaron los disparos, qué sucedió con ella durante el juicio y después de ser absuelta.

    Mención especial amerita la interpretación que la doctora Monroy hace de las numerosas fotografías que enriquecen el libro: desentraña las profundidades del corazón de la protagonista observando cada imagen con imaginación, con intuición y con agudeza intelectual.

    Un personaje tan imponente como María Teresa Landa requiere, para ser biografiado, de un investigador y escritor que esté a su altura. La autora de estas páginas lo está.

    El libro de Rebeca Monroy conmoverá a los lectores como me ha sacudido a mí. Si María Teresa Landa pudiera leerlo, quedaría fascinada. Me imagino la expresión sonriente de su fantasma, si es que los fantasmas tienen expresión facial.

    Coyoacán, Ciudad de México, invierno de 2016-2017

    ¹ El doctor Luis de la Barreda conoció a María Teresa Landa cuando ésta era su profesora. Es posible que ella procurara quitarse el de Landa, para cubrir sus huellas y evitar la asociación directa con el caso. Por lo tanto, se respeta el texto original del in­vestigador.

    Introducción

    La otra mitad del cielo…

    ———•———

    Una mujer: muchas historias

    La figura de María Teresa de Landa y de los Ríos se presentó de manera clara y nítida con dos imágenes que Mariana Yampolsky rescató del acervo de Enrique Díaz Reyna, las cuales fueron editadas para conformar el libro Bailes y balas.¹ Gracias al ojo entrenado y agudo de la fotoartista, se dio a conocer una parte sustancial del trabajo del reportero gráfico conocido como el Gordito Díaz, que presentaba una clara muestra de su capacidad testimonial visual, con los sólidos tintes estéticos e históricos que caracterizaron su obra y sus imágenes.

    Foto 1. Fotógrafo: Enrique Díaz, 1928-1929. María Teresa de Landa y de los Ríos. fddyg-agn, subcaja 2017.

    Entre los retratos visuales que se conservan en el acervo resguardado en el Archivo General de la Nación,² se observa a una María Teresa de Landa con dos posturas aparentemente antagónicas. Una, la triunfadora del concurso Señorita México 1928, sonriente, alegre, coqueta, complacida y lista para iniciar una contienda entre sus pares europeas y norteamericanas en Estados Unidos, en un concurso internacional. La otra imagen presenta a una mujer con una inflexión de angustia y dolor, que asesinó a su esposo; se le observa cabizbaja, encorvada y adelgazada por las circunstancias; así fue captada durante el juicio que se llevó a cabo en su contra, acusada de ser autoviuda, justo un año después de que había triunfado su belleza. Par de ases, esas dos imágenes gemelas y disímbolas cobraron su cuota de curiosidad (foto 1).

    El as de corazones y el as de espadas compiten o se complementan por causas disímbolas, eso era la tarea a investigar: esa dicotomía que mostraban las fotografías y el fotógrafo logró captar con tanta certeza. Las imágenes naturales de una belleza ganadora y la de una viuda de­rrumbada; binomios de vida, ambigüedad, complementariedad, con­tra­posición, dualidad, todo ello en ese par de ases que necesitaban una explicación más profunda. Un binomio indisoluble: felicidad-tristeza, mujer-hombre, blanco-negro, tradición-modernidad, naciona­lis­mo-universalismo y finalmente el más evidente en este caso: vida-muerte. Así, estos dos retratos representan inequívocamente mo­mentos culminantes de la vida de María Teresa de Landa y de los Ríos, y empezaron a formar parte de una larga historia de fotografías en torno a las mujeres de la década de 1920 que se resguardan en el archivo reunido y trabajado por el mismo fotógrafo Díaz Reyna, recopilado a lo lar­go de los cuarenta años de servicio gráfico que ejerció en el país, desde su Agencia Fotografías de Actualidad.³ La aparición de esas re­pre­sentaciones del antes y del después de María Teresa, es decir, de la joven victoriosa como Señorita México 1928 frente a una mujer derrotada, aunque exonerada autoviuda —a la que llamaban en esa época uxoricida, dieron paso a este libro, porque se creó a partir de esas imágenes y se recrea en ellas como documentos históricos, sociales y estéticos de una época.

    Regreso al par de imágenes, pues ejercieron en mí una atracción contundente, y durante años procuré conocer y develar a María Teresa; comprender el origen y contexto del concurso, reconocer al personaje con el que se casó; analizar las motivaciones que tuvo para el asesinato confeso; estudiar el juicio en su totalidad; comprender qué sucedió con ella después de salir de la cárcel, así como otros elementos que poco a poco se fueron añadiendo en el largo, sinuoso y atractivo camino que inevitablemente surgió entre la fotografía y la historia.

    En aquel momento, el investigador Eduardo Flores Clair comentó al respecto de esas imágenes:

    La primera fotografía fue tomada el domingo 19 de mayo de 1928 en los jardines de la Alberca Esther, situada en el rumbo de San Ángel. La ima­gen capta a María Teresa de Landa unos momentos después de salir triun­fadora del concurso de Belleza y Pulcritud […]; en ese año participó un ramillete de hermosas mujeres entre las que destacaron Raquel del Castillo —candidata de electricistas ferrocarrileros—, Eva Frías —hija del célebre periodista Heriberto Frías—, Zoila Reina, Mercedes Ortega —de ojos maliciosos y traviesos— y muchas flores más.

    No fue gratuito el interés que ejerció en mí tal evento, pues ha sido un tema que seguido con especial atención después de que el doctor Aurelio de los Reyes lo inauguró cuando escribió sobre las autoviudas de los años veinte, en su ya clásico libro Cine y sociedad en México. Bajo el cielo de México, en el año de 1993.⁶ En su capítulo La muerte enamorada nos dejó ver la importancia de esas mujeres y de sus casos, representativos de ciertos rasgos sociales, políticos, culturales del entorno posrevolucionario. Su tratamiento sobre Pilar Moreno, Luz González y Magdalena Jurado abrió vetas importantes de trabajo en la investigación histórica, pues mostró que era factible hacer historia política, social y cultural entremezclada con vida cotidiana, abordada con fuentes poco convencionales como la fotografía, el cine y la hemerografía. Su interés y audacia metodológica han dado grandes frutos, él mismo es ejemplo viviente de ello, nosotros sólo somos sus alumnos.

    De ese modo el doctor De los Reyes abrió el eslabón de una larga cadena de trabajos realizados bajo este perfil historiográfico. Incluso en épocas recientes él mismo encontró a un autoviudo, llamado Car­los Nagore,⁷ y en su investigación del caso la fotografía también fue parte sustancial, de su trabajo y del homicidio. La joven mujer le fue infiel al señor Nagore con un fotógrafo; aunado a ello circulaban y se vendían las imágenes que el fotógrafo-amante le había tomado desnuda. También, y al igual que a las autoviudas de esos años, al uxoricida lo defendió el abogado Querido Moheno, quien postulaba, junto con otros abogados de la época, la posibilidad de mostrar la endeble legalidad del Estado posrevolucionario.

    Foto 2. Fotógrafo: Enrique Díaz. Juicio de Luz González, la Diablita, quien junto con su amante y cómplice, Antonio Martínez, dio muerte a Ignacio Olivier en el Desierto de los Leones. Aquí, el juez frente al cráneo del marido muerto. fddyg-agn, subcaja 20/6.

    A ese grupo de abogados se les conoció durante la presidencia de Francisco I. Madero con el apelativo de el cuadrilátero, y estaba conformado por Francisco Olaguíbel, Nemesio García Naranjo, Manuel Lozano y Que­rido Moheno. Todos ellos participaron en la XXVI Legislatura como diputados y, desde sus curules, fueron realmente virulentos contra el presidente Madero. Una vez acontecida la Decena Trágica, el presidente Victoriano Huerta nombró a Querido Moheno secretario de Re­laciones Exteriores, y después éste pasó a la Secretaría de Fomento. Asimismo, el licenciado José María Lozano fue secretario de Educación Pública y de Bellas Artes durante el mandato del golpista Huerta. Los dos abogados, junto con el licenciado De­metrio Sodi, se convirtieron en defensores de los autoviudos pos­revolucionarios (hombres y mujeres). Planeaban y conducían su defensa con tal maestría que en todos los casos lograron que las y los homicidas salieran libres, sin condena alguna; aun a pesar de ser asesinos confesos (foto 2).

    Es en ese entorno en el que el historiador De los Reyes pone los puntos sobre las íes al anotar que ninguno fue condenado por su crimen y que el aparato de justicia presentaba serios cambios y adendas, producto justamente de esa facilidad de perdón que otorgaban los jurados populares, sobre todo si se hallaban ante el encanto, la fragilidad, la vestimenta perfectamente planeada y la estudiada actitud de las autoviudas. Dicho sea de paso, los jurados populares, al igual que el divorcio civil, fue instituido en 1919, bajo el gobierno de Venustiano Carranza. Y justamente el caso de María Teresa de Landa fue el último juicio por el cargo de uxoricidio que se llevó a cabo bajo la figura de jurado popular (foto 3).

    Foto 3. Fotógrafo: Enrique Díaz. Juicio de Luz González por el asesinato de Ignacio Olivier, 1928. fddyg-agn, subcaja 20/6.

    Estas mujeres, a las que les tocó nacer y crecer bajo la revuelta armada para llegar a una primera etapa adulta en los años veinte del siglo xx, formaban parte de una sociedad que se recomponía entre las balas y los bailes —como lo señaló Mariana Yampolsky—, entre una moral que decaía a todo galope frente a la modernidad y los nuevos planteamientos sociales mientras la sociedad atávica se mantenía vigente en gran parte de la población. Una sociedad posrevolucionaria que aparentaba valorar a esos seres: las mujeres, que salían a enfrentarse a un nuevo estatus social por la necesidad económica de mantener sus hogares, pero que se enfrentaban con viejos y cerrados prejuicios que aún las merodeaban. Inmersas en la idiosincrasia de un país en el que las autoridades y los gobernantes procuraban crear un nacionalismo moderno, aunque atávico, desde sus más preclaros deseos institucionales y tradicionales. Ellas, atraídas a la vez por el universalismo europeo y norteamericano, buscaban nuevos senderos. La po­blación y sus gobernantes todavía no tejían bien a bien el lazo entre uno y otro, se buscaban nuevas formas de sobrevivencia, de creación, de exaltación y de unión entre lo propio y lo ajeno. No todas funcionaron, como lo veremos.

    En esos años la dignidad y el honor femenino tenían un valor instituido. La preferencia por el varón antes que por la mujer para los padres y la sociedad en general, la defensa de la virginidad y del ser inmaculado, tenían que ver con una formación religiosa, pero también con el laicismo, que lo sostenía y lo materializaba en el día a día, con el nombre de honor familiar. Difícil papel el de la mujer de los años veinte: ser sostén del hogar, ser trabajadora, estudiosa y pensante, pero a la vez debía someterse a los designios del otro, que no acababa de cambiar su idiosincrasia ni sus valores desde el ámbito de una reforzada masculinidad, después de una guerra interna. El autor del ensayo que aparece en El Mundo, junto a 12 imágenes de Miss México, antes y después, comenta: Estas historias sentimentales no logra borrarlas el tiempo. Salen a cada paso, en la esquina de cada generación, porque el romanticismo persiste en el mundo. La belleza, cuando tiene como aliada a la muerte, cobra nuevos impulsos en el corazón de las multitudes.

    Este devaneo entre lo nacional y lo universal, presentaba fuertes contradicciones, que, en el caso del muralismo mexicano, se resolvieron al fincar sus temas y formas retomando elementos de la pintura europea, técnicas prehispánicas y temas del nacionalismo más recalcitrante. Pero en la vida cotidiana, por ejemplo, no había trazos de continuidad, pues las mujeres no podían acudir a ningún antecedente, ya que el Porfiriato quedó en parte desmantelado, y a las nuevas mujeres posrevolucionarias les tocaba crear sus propias formas y estilos.

    Esas mujeres trabajadoras, y las que buscaron nuevos senderos en su vida, tuvieron que procurarse una nueva moral cuando la anterior se vio resquebrajada por diez años de contienda, por el inicio de un nuevo siglo, por la caída de un dictador, por la presencia y la lucha entre los nuevos líderes sociales y políticos, a lo que se sumaron los tiempos y las formas de la posguerra mundial. No era tarea menor. Así como se liberaron del rígido corsé y se fundieron en suaves y ligeros vestidos, también era necesario implementar caminos y senderos nuevos de desarrollo para ellas. Les tocó comprender su papel de proveedoras, hacedoras y creadoras, cuando aún no había nuevos acuerdos sociales claros frente al hombre y a la sociedad en su conjunto. La capacidad de las mujeres quedó manifiesta en el trabajo, en el hogar, con los hijos; la de ellos se vio disminuida por la precariedad de su salud, por la incapacidad de ocupar puestos laborales por sus afectaciones y por los efectos físicos, laborales y económicos de la Revolución. Por ello me parece que la frase del doctor Aurelio de los Reyes es muy clara cuando define a las autoviudas como vengadoras del destino femenino.¹⁰ Ellas avanzaron en el camino de convertirse en individuos, en ciudadanas, porque salieron de las cavernas del pasado decimonónico a construir algo diferente (foto 4).¹¹

    Sin embargo, ese espacio se abrió sólo de manera temporal, poco después, cuando una nueva generación de mano de obra masculina se preparó y recuperó el espacio público y laboral, éste dejó de ser de ellas.¹² Ahí el fuego cruzado se dio de nuevo, pues entre las décadas de 1930 y 1940 se intentó que ellas regresaran al hogar, la publicidad lo anunciaba así; el índice de empleos para mujeres bajó, de tal modo que la pérdida del espacio social y laboral fue contundente.¹³ Para estas mujeres fue convicción y credulidad su papel social: porque efectivamente se trataba del porvenir, de la reorganización de la sociedad, del fin de las batallas, de la lucha de facciones, de otorgar tierras a los ex combatientes… en fin, de cimentar sólidamente ese futuro que ahora parecía al alcance de las manos.¹⁴

    Foto 4. Fotógrafo: Enrique Díaz. Luz González, elegantemente ataviada según las indicaciones de su abogado Querido Moheno. La imagen revela cómo solían vestirse las acusadas para convencer de su inocencia al jurado popular, 1928. fddyg-agn, subcaja 20/6.

    El caso de María Teresa de Landa tiene además características muy diferentes y sobresalientes de las que tenían los de las autoviudas coetáneas a ella.¹⁵ Las otras mujeres provenían de la clase baja; habían tenido un historial de abusos, maltratos, vida conyugal violenta, atisbos de fuertes codependencias; finalmente, eran víctimas de la vida misma, de sus dolores, de sus problemas sociales inherentes, dentro de un estado de cosas que no daba mucha oportunidad a quienes buscaban una emancipación, que se anunciaba en el aire, pero en los hechos seguía persistiendo el sometimiento, el dolor, la ambición de sus hombres, pero, sobre todo, se reflejaba una promesa incumplida a las mujeres que buscaban espacios externos más comprensivos y humanos. Elsa Muñiz, en su estudio Cuerpo, representación y poder, da claras luces sobre el camino andado de estas mujeres de clase media baja y clase media, que buscaron una vida diferente de la de sus antecesoras; la investigadora abunda sobre la condición de las mujeres, sus cuerpos, su representación en la década de 1920 desde una perspectiva de género, pero también desde el rescate de la clase media emergente de esos años posrevolucionarios, con una visión antropologica imbricada en la historia cultural. Comenta Elsa Muñiz: La cultura y la identidad nacionales se llenaron de contenido histórico, étnico, moral; el espíritu regenerador de la cultura y del nacionalismo transformaría la colectividad guiada por un ente superior, el Estado, que se encargaría de regir los destinos del país y de su gente a través de la consolidación de una determinada cultura de género.¹⁶

    La pregunta obligada es por qué estudiar a una mujer que había sido abordada desde diferentes disciplinas sociales y desde diversas perspectivas arquetípicas o paradigmáticas. Elisa Speckman ha tratado el tema de las autoviudas en diferentes textos con gran precisión, desde la perspectiva legal, sus oficios frente al jurado, las decisiones, las inclinaciones político-sociales de los abogados, de los fiscales y en general de la época.¹⁷ Su alumna, Laura Santoyo, también ha trabajado el caso de la autoviuda Magdalena Jurado, aportando una visión profunda de su caso, de sus orígenes y de los causales para el asesinato.¹⁸ Saydi Núñez estudia a las mujeres homicidas de las décadas de 1920 a 1940; Fabiola Bailón analiza el caso de las Poquianchis, que es un eterno femenino y que ha dado mucha tela de dónde cortar en los estudios actuales de las mujeres y de género.¹⁹

    Era el 8 de marzo de 1928 y se sentía en el ambiente y en los argumentos feministas la presencia de quien en vida llevara el nombre de María Teresa de Landa. En ese momento los diarios nacionales subrayaban su belleza, su actitud, su fortaleza y su decisión de no dejarse vejar por un marido, que además era bígamo. Esas notas llamaron mi atención, pues el hecho de ser autoviuda la hacía una especie de heroína en el ámbito del feminismo, y tal vez para más de una debió de ser así. Aunque había algo más en ella que llamaba la atención: tal vez su liberación a pesar de ser asesina confesa, tal vez su enfrentamiento a una sociedad cerrada y acotada por la legalidad de su época, tanto que surgieron varias hipótesis en el camino de su reivindicación cuando celebramos el Día Internacional de la Mujer Trabajadora.

    La investigadora Gabriela Cano la reivindica más por su papel de mujer moderna, por su andar despreocupado, por su capacidad intelectual —como la de otras concursantes—, por romper el molde de la época, al no ser nada más una mujer en exhibición, que, con los años, fue en lo que se convirtieron al ingresar en esos concursos.²⁰ A su homicidio dedica apenas una líneas, pero deja en claro que: El sonado juicio representó también un golpe al ideal de la ‘chica moderna’, que enfrentó una fuerte resistencia durante muchos años.²¹

    A la vez, resulta interesante observar que la propia María Teresa de Landa declinó ser feminista cuando el redactor Rómulo Velasco Ceballos, reportero asignado por el diario Excélsior, la entrevistó para el concurso. Tal vez ella lo hizo para no empañar su imagen con la de las mujeres que en esos años procuraban una forma diferente de vida y mejores condiciones materno-laborales, sociales y políticas e incluso de control natal.²²

    Así, años después de un juicio que la exoneró, de rehacer su vida vacua de aquel momento y aun después de su fallecimiento, su figura ha sido recuperada por diferentes historiadores, investigadores y estudiosos de las imágenes, que siguen enarbolándola desde el ámbito del feminismo. Fuerza de los contrarios, quien se declaró no feminista lo era por su ámbito de razonamiento, libertad, actitud y presencia en un medio masculinizado, que no entendió del todo el papel de esa nueva mujer de la posrevolución. Entender sus motivos, su reacción y su desarrollo posterior es justamente el interés de este texto. Comprender qué la llevó al asesinato, qué fuerzas morales, ideológicas o subjetivas despertaron lo inesperado de la noticia, qué fue lo que generó los disparos; cómo de ser una chica inquieta, tranquila, estudiosa y ambiciosa pasó a convertirse en una asesina confesa. Asimismo analizar qué sucedió con ella durante el juicio y después de él, con el deseo de recuperar la figura compleja, completa y estructurada de esa mujer moderna, que cambió con los tiempos, si bien los cambios sociales no estaban listos para recibirla.

    Para ello, se revisan algunos de los recovecos que evocan su memoria en algunos de sus destacados alumnos, quienes han legado una visión muy atractiva y una faceta muy poco conocida de la ex Miss México. El texto del doctor Luis de la Barreda, cuyo título de El jurado seducido anuncia un contenido claro y convincente, abre una vertiente poco estudiada, la de la profesora de historia en la preparatoria nacional, cuyas clases solían bordar en torno a algunas mujeres heroicas como Juana de Arco y María Antonieta, entre otras.²³ A su vez, resulta contundente su trabajo sobre María Teresa al que llamó El jurado hechizado, pues en ese libro lleva a cabo una empatía con el personaje, además de reinterpretar los guiños de amor, los lazos que vincularon a María Teresa con el general, las reacciones de uno y otro a cada momento paradigmático en su vida y la muerte del general. Un bocado al alma, porque, sin novelarlo, brinda al lector, justo desde sus fuentes originales, la historia que escuchó de viva voz, los recuerdos de aquella maestra, que ya no era tan guapa, tal vez por los años, para legar un material muy valioso y un rescate del personaje, que va desde la historia cultural, la historia de género y, con mayor hincapié, la historia de las mentalidades.²⁴

    A su vez, el conocido periodista Jacobo Zabludovsky dio su versión de los hechos en algún artículo publicado hace algunos años; conjuntado con el testimonio del historiador Francisco Pérez Arce se puede reconstruir el después de esa Miss que… no vio el Universo. Así, los diversos usos sociales de este episodio histórico, por el hecho en sí y por lo ejemplar y paradigmático que es, han dado paso también a la escritura de obras de teatro, desarrolladas en seminarios como el que se realiza bajo la mirada erudita y aguda del doctor Ricardo Pérez Montfort.²⁵ Otros casos asimismo han sido objeto de estudio en algunas tesis, o se han realizado trabajado con la intención de profundizar la mirada sobre las mujeres que asesinaron a sus maridos o amantes.

    Sintomáticas, ejemplares o paradigmáticas, esas mujeres fueron significativas social y moralmente, ya que, como veremos a lo largo de este trabajo, el tránsito ideológico y de idiosincrasia no fue algo automático para los visitantes de ese renovado siglo xx. Las mujeres rurales salieron de sus casas, de sus tierras, del calor del anafre, a la lucha cotidiana, una tarea que aun ahora no es fácil. Por su lado, las mujeres urbanas se enfrentaron con el trabajo asalariado, se quitaron el corsé, se cortaron las trenzas, buscaron los cortes de cabello corto, a la bob; se pintaron las boquitas y se maquillaron con polvos de arroz; se pusieron rímel en las pestañas; usaron medias de seda para tornear las piernas, con una línea delgada que se dejaba ver por detrás; dejaron ver sus atributos físicos con mayor soltura —por ejemplo entre 1920 y 1924 la falda subió a media pantorrilla y, hacia finales de los años veinte, a debajo de la rodilla—.²⁶ También dejaron ver sus brazos, su cuello, sus manos, los pies; empezó a mostrarse con mayor naturalidad todo lo que antes era considerado impúdico, sobre todo en las jóvenes citadinas. Así las vemos en las fotos de la época: mujeres que se revelan ante la mirada de la cámara, pretendiendo realizar oficios múltiples que antes no ejercían (foto 5).

    Foto 5. Fotógrafo: Enrique Díaz. Nuevas mujeres, nuevos entornos, nuevas visibilidades: mujer piñata, 1926. fddyg-agn, subcaja 12/12.

    En este texto se busca utilizar la inter, multi y transdisciplina donde sea necesario para la lectura de la imagen. Bordar de las orillas hacia el centro y recorrer de regreso al exterior de manera dialéctica, para comprender el contexto que generó esas imágenes, que les dio vida, que creó noticia y se representó en la plata sobre gelatina, y en muchas hojas de papel revolución de diarios y revistas de la época. Se acude a fuentes de primera mano, a imágenes, letras, en intertextualidad permanente, para poder acercarnos a construir y reconstruir el momento de su gestación. Leemos pausada y profundamente cada una para develarlas y acercarnos con mayor profundidad a su comprensión cabal. Escuchar es leer, profundizar un discurso que tiene mucho que aportar desde la entraña misma de la imagen, porque la información que contienen no la vierten otras fuentes, por ello es importante jugar con ellas, interrelacionarlas, crear los sínodos de información que permitan comprender y abrazar con mayor certeza y veracidad la imagen.

    El interés que generaron esas dos imágenes paradagmáticas antes mecionadas se convirtió en una obsesión por develar los secretos que contenían las fotografías que surgieron día a día. La bella asesina, la triunfadora que perdió todo, la ganadora de dos jurados que la consagraron; en ambos triunfó: en uno con alegría; en el otro obtuvo una victoria pírrica, pero victoria al fin. Altos contrastes de la imagen, de la vida y de la historia social e individual. Laura González señala: Emprender el aná­lisis de la fotografía a partir del estudio de los imaginarios que ésta manifiesta no sólo permite identificar los patrones iconográficos dominantes, sino abordar la relación de éstos con la psique social.²⁷ Ésta es justamente la aproximación que se pretende en este texto, pues la imagen por sí misma tiene sus propias limitaciones en la lectura, pero en intertextualidad y en relación con otros acercamientos puede obtenerse mayor información desde diversas perspectivas. En este caso, es relevante comprender esa psique social que generó tantos casos de autoviudez en la posrevolución. Si bien no se tiene el dato exacto de cuántas autoviudas hubo en los años veinte, lo que sí se sabe es que, en el ámbito del cambio legal del Código Penal de 1931, los jueces fueron más severos en las condenas de mujeres asesinas de su marido o pareja, lo que quizá coadyuvó a contener la rabia o la impotencia y a que se buscarán formas de solución a un mal matrimonio que no fuera el mariticidio.

    Foto 6. Fotógrafo: Enrique Díaz. El nacionalismo fue una parte sustancial en la posrevolución mexicana. Aquí las mujeres bandera, entre lo universal y lo nacional, 1929. fddyg-agn, subcaja 27/25.

    Otro caso interesante es el de Emma Perches, una mujer corredora de autos, casada con un hombre abusivo y golpeador al que mató a balazos en 1933.²⁸ Éste es material de estudio de Saydi Nuñez, quien ha elaborado un trabajo profundo y más estadístico, cuantitativo, ana­lítico, sobre el tema entre los años veinte y cuarenta.²⁹ Así, al abordar a este personaje nos compenetramos en más de un tema de estudio: la relación sociedad, política y cultura; ambiente legal, sectores religiosos; acusaciones y falsos testimonios, implacables fiscales, defensas a ultranza; medios impresos, radiales y cinematográficos y su influencia social; fotografías públicas e íntimas; morales destrozadas. A la vuelta de los años se han convertido en figuras derrotadas, o en personajes que se han enarbolado para defender una causa… Nuestra intención es darles su justa dimensión, ya es necesario (foto 6).

    Miradas de mujer

    La historia de las mujeres es una historia de larga duración, de acuerdo con el concepto de Fernand Braudel, y se presenta ante nuestros ojos para valorar lo que hemos sido, lo que somos y, tal vez, para saber por dónde deberíamos avanzar. En una historia como ésta la realidad supera a la ficción, pues ni la mente más malévola hubiera podido maquinar todo lo que registraron nuestras cámaras fijas y cinematográficas, lo que los diarios y revistas acotaron en su interés por registrar e informar a un público ávido de noticias —que van más allá de cuentos fantásticos o fantasías románticas—. Los fotógrafos buscaron documentar todo en un afán de ofrecer un testimonio directo de una realidad que, incluso hoy, llama la atención. Cuando vemos las fotografías de María Teresa de Landa en el antes y el después comprendemos también

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