Diálogo de una prostituta con su cliente y otras obras
Por Dacia Maraini y Raquel Olcoz
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El cuerpo femenino rechaza convertirse en mercancía en el diálogo entre Manila y su cliente que da título al libro: una conversación punzante e irónica en la que la mujer utiliza la única arma que tiene a disposición, la palabra, para poner al desnudo las mentiras del hombre, quien habla de amor y protección, pero solo quiere abusar de su cuerpo.
En Dos mujeres de provincias, dos criadas consumidas por una vida de servidumbre se confían secretos y recuerdos mientras trabajan en la casa de un hombre al que apenas conocen. A medida que las mujeres ahondan en el relato de sus vivencias,van aflorando en la conversación la frustración y la rabia causadas por una existencia consagrada a cuidar y a honrar a los varones.
Una familia de inmigrantes sicilianos protagoniza Los sueños de Clitemnestra. Los episodios de muerte y locura que viven sus componentes oscilan entre la tragedia griega y la violencia urbana e incuban un conflicto mortal entre la madre rebelde, llamada Clitemnestra, y una hija que siente devoción por el padre, la sombría Electra.
Tres historias que sacan a relucir las costuras del patriarcado y ofrecen la mirada de mujeres que lo han sufrido en sus carnes; tres denuncias y una imperiosa invitación a cambiar las reglas de nuestra sociedad.De este hilo conductor que une el presente con el pasado nace un texto en el que la escritora consigue devolver a la santa rebelde las palabras que le censuraron, el protagonismo histórico que le arrebató la figura de Francisco, así como destacar el valor rompedor de su renuncia y de su inquebrantable abnegación.
En esto, de hecho, reside la desobediencia de Clara, retratada por Maraini con delicadeza y complicidad en un libro a veces duro, salpicado de preguntas y reflexiones: en su obstinada insumisión ante las convenciones de una época dominada, al igual que hoy, por el hombre.
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Diálogo de una prostituta con su cliente
PERSONAJES
MANILA
CLIENTE
MANILA Entonces, ¿qué? ¿Te desnudas?
CLIENTE ¡Que no soy una mujer!
MANILA No, ya lo veo, que tienes rabo.
CLIENTE Pero tú… ¿tú quién diablos eres?
MANILA Llevo falda, ¿no lo ves?
CLIENTE ¿No serás un travesti? Mira que yo con hombres no quiero nada.
MANILA No, tonto, soy una mujer.
CLIENTE Las mujeres no se comportan así.
MANILA ¿Y cómo se comportan?
CLIENTE Con un poco más de coquetería, de garbo, yo qué se… menean la colita, flirtean.
MANILA Yo no meneo la colita porque no soy un perro. ¡Desnúdate!
CLIENTE Joder, pero es que así me desmoralizas, ¿sabes? ¡Me desmoralizas, me desmoralizas!
MANILA Quítate la camisa, para que te vea.
CLIENTE ¿Para que veas qué?
MANILA Para ver si tienes un buen torso.
CLIENTE ¡Pero perdona, aquí el que compra soy yo, no tú!
MANILA Claro que eres tú el que compra. Pero a mí me gusta mirar. Yo soy una mirona. ¿Me enseñas el pecho?
CLIENTE No tiene nada de especial… Nunca he practicado deporte. Mi madre quería que hiciera piragüismo, pero a mí no me apetecía. ¿Sabes qué dice Pellizzetti? Que en el deporte masculino anida más homosexualidad que en un antro de maricas.
MANILA ¿Quién es Pellizzetti?
CLIENTE ¿Cómo? ¿No conoces a Pellizzetti? Bueno, claro, tienes razón, no eres más que una pobre puta.
MANILA Bueno, ¿qué haces, que no te desnudas?
CLIENTE Perdona, pero ¿qué clase de mujer eres tú?
MANILA ¿Por qué haces tantas preguntas? Tú compras, yo vendo, zanjemos el trato.
CLIENTE El trato es que yo te poseo y tú te dejas poseer.
MANILA No. Tú compras, yo vendo, nada más.
CLIENTE Pero ¿el qué?
MANILA Mi coño.
CLIENTE ¡No pronuncies esa palabra, por favor!
MANILA ¿Por qué? ¿Te da asco?
CLIENTE Delante de mí, por favor… mira, no la digas delante de mí, me da impresión. Le faltas el respeto a tu cuerpo.
MANILA Pero ¿qué te pasa? Estamos comerciando, ¿no?
CLIENTE Sí, comerciando… pero si tú no cumples con tu parte, yo me aflojo, me vengo abajo, pierdo las ganas.
Pausa. Manila mira al cliente, que se enrosca un pañuelo alrededor de las sienes doloridas.
Cliente ¿Qué? ¿No hablas?
MANILA No solo quieres mi coño, también quieres que te dé palique. ¡Que no soy una geisha, oye!
CLIENTE Te he pedido que no digas groserías.
MANILA ¿Decir coño es grosero?
CLIENTE Que no digas esa palabra, por favor. Me pone nervioso.
MANILA Pero comprarlo a tanto el kilo no te pone nervioso.
CLIENTE Yo pago, ¿entendido? Pago mucho y no quiero oír esas palabras.
MANILA Tampoco pagas tanto. Yo vendo mi cuerpo a precio reducido, que incluye el uso de la habitación, de la cama, de las sábanas, del cenicero, de la radio, de la ventana y del váter.
CLIENTE Sabes que eres mezquina, ¿verdad? Solo piensas en el dinero. ¿No tienes dentro algo que siente, que sufre, que llora…? ¿No tienes un alma?
MANILA Nunca he oído hablar de ella.
CLIENTE ¡Qué mala suerte! No se me pasa el dolor de cabeza.
MANILA ¿Cuántos años tienes?
CLIENTE Veinticinco, ¿por qué?
MANILA Hablas como si tuvieras cincuenta.
CLIENTE Estoy cansado. No he parado en todo el mes.
MANILA ¿Por qué?
CLIENTE Pues por las elecciones. ¿Cómo crees que he ganado el dinero para venir aquí?
MANILA ¿Y para quién has hecho campaña electoral?
CLIENTE ¡Solo falta que ahora tenga que ponerme a hablar de política con una puta!
MANILA ¿Eres democristiano?
CLIENTE Si dices una palabra más sobre política, me levanto y me voy.
MANILA Vale, ya lo pillo… ¿quieres un café?
CLIENTE No, quiero descansar. ¿Puedo tumbarme?
Manila le mira mientras se tumba y, absorto, se pone a fumar. Se dirige al público.
MANILA Yo lo miro, lo miro bien, pero que muy bien, de arriba a abajo, porque a mí me gusta mirar, siempre pasa igual: yo miro, vuelvo a mirar y luego, zas, caigo en lo que estoy mirando… ese es el riesgo… a mí el mirar me da un escalofrío, como un chorro de agua en la espalda… llega un punto en que, si sigo mirando, me lanzo, es así, me lanzo a la cosa que miro y desaparezco, caigo hasta el fondo, me voy a pique, nado, corro, me estiro… me digo: soy yo, Manila, estate tranquila… pero no, no soy yo en absoluto, soy la cosa que estoy mirando… por ejemplo, un perro que caga en la acera y el dueño le tira de la correa tan fuerte que casi lo ahoga porque se avergüenza, el imbécil que de repente se ve al perro cagando delante de las tiendas del barrio… una caca blanda, amarilla, como de hígado enfermo, porque como él no tiene tiempo, como él es perezoso, él por la mañana duerme hasta tarde, le da al perro sobras medio podridas y el otro está siempre malo. Ahí está el perro, o sea, Manila convertida en el perro, que permanece encogido y con las patas traseras dobladas, el culo apretado, la cabeza alzada hacia el hombre, y dice: «Espera, amor mío, espera; ¿no ves que estoy cagando?».
Pausa. El cliente no ha oído nada. Se pone nervioso.
CLIENTE Este silencio me pone de los nervios. Pero ¿qué haces? ¿Te has dormido?
MANILA No, eres tú el que duerme.
CLIENTE Pero tú, pero tú… perdona, tú no eres una prostituta, yo de esto entiendo, tú eres otra cosa, una anormal, una desviada, una actriz, una payasa, no sé qué eres, pero desde luego no eres esa cosa que he comprado para follar.
Primera interrupción y debate con el público.
MANILA Silencio.
CLIENTE Pero ¿qué puñetas quieres…?
MANILA Me sé mi papel. Es solo que estaba pensando qué quiere decir «entender de prostitutas». (Dirigiéndose a un hombre del público) Perdone, ¿usted entiende de prostitutas? ¿Ha estado alguna vez con una? Según usted, ¿una prostituta se comporta de manera especial, reconocible? ¿En qué consiste?
Aquí, según las respuestas del público, se desarrolla el debate, que los actores interrumpen con las frases de su texto para recomenzar la actuación.
CLIENTE Pero tú, perdona, tú no eres una prostituta, yo entiendo de esto…
MANILA Pero ¿qué puñetas quieres tú, se puede saber? ¡Y quítate esa camisa, venga!
CLIENTE Pero es que, perdona, así parece que eres tú la que compra y yo el que vende, no me cuadra.
MANILA Pues entonces di tú cómo lo hacemos.
CLIENTE Hagamos como que nos hemos encontrado por casualidad en el tranvía, yo te he tirado los tejos y tú estás pensando en si traicionar a tu marido o no.
MANILA No me apetece. Y, además, yo no tengo marido.
CLIENTE Pues haz como que lo tienes, ¿no?
MANILA Vamos, que tengo que hacer el teatrillo.
CLIENTE No, hombre, ¿qué tiene que ver? Tú solo sígueme la corriente.
MANILA Yo no hago el teatrillo. Yo vendo mi coño y basta.
CLIENTE ¡Te he dicho que no hables así, me cago en la puta! ¡Me despoetizas!
MANILA Tienes unos ojos verdes preciosos. ¿Son verdes o celestes?
CLIENTE Bonitos, ¿verdad?
MANILA De cuerpo eres poca cosa. O sea, delgaducho. ¿Me enseñas las manos?
CLIENTE Me desmontas, joder, me desmontas.
MANILA Manos bonitas, señoriales. Está claro que tú, con estas manos, no trabajas. Tú trabajas con la cabeza. Por eso te duele.
CLIENTE Es todo un trabajo de cabeza. Y de estómago. Hace falta cuajo.
MANILA Y tienes una boca bonita.
CLIENTE Me lo dice todo el mundo.
MANILA Sonríe un poco… bonitos dientes, no está mal.
Él sonríe.
MANILA Sigue sonriendo… bonita sonrisa. Un poco lúgubre, pero bonita. ¿Cómo te llamas?
CLIENTE Bonito esto, bonito lo otro… pero ¿quién de nosotros es el que compra, eh?
MANILA Estás forrado, ¿eh?
CLIENTE ¿Qué quieres?, ¿que te ponga una tiendecita de recuerdos en el Quadraro?
MANILA ¿Tienes una tienda?
CLIENTE Mi padre.
MANILA ¿Y tú?
CLIENTE Estudio. Económicas y empresariales.
MANILA Y has ganado dinero con la campaña electoral…
CLIENTE Escucha, Manila… Yo, mira, porque no soy un toro bravo, que si no a estas alturas ya te habría lanzado a la cama sin tanto miramiento. A mí me gusta el ser humano, me gusta entender, ver, me gusta que tú seas tú y yo sea yo, no quiero comportarme como una bestia, yo aprecio las buenas maneras; en cierto sentido, soy un caballero.
MANILA ¿No serás un fascista?
CLIENTE No… yo soy un demócrata… ¿por qué?
MANILA Yo no me acuesto con fascistas.
CLIENTE Mira que, para ser una puta, eres bastante caprichosa.
MANILA ¡Ocúpate de tus asuntos! ¿Entonces, qué? ¿Te la quitas, esa camisa?
CLIENTE Yo no me quito nada. Dios, qué dolor de cabeza, ¿tienes una aspirina?
MANILA Voy a mirar.
Coge las aspirinas y le pasa la caja.
CLIENTE No, así no.
MANILA: ¿Pues cómo?
CLIENTE Aquí, en medio de la palma de la mano, así. Yo la recojo con la lengua y siento tu carne… con mi madre siempre lo hago así… Y ella se ríe… porque le chupo la mano… gracioso, ¿no? Me llama cachorrillo. ¿Me haces un masajito en los pies, Manila?
Manila le coge los pies.
MANILA Los pies hablan; cuentan muchas cosas, los pies. Mi abuela decía: mira siempre los pies de un hombre. Si son demasiado pequeños, ni te acerques a él. Si brillan, ni te acerques a él. Si son esqueléticos, ni te acerques a él. Si en cambio huelen mal y tienen cosquillas, entonces cógelos entre las manos, son pies amigos. A ver, ¿te la quitas, esta camisa?
CLIENTE Anda, sí… ya está. ¿Qué te parece?
MANILA No está mal. Pero eres un poco peludo. A mí los hombres con pelo en el pecho no me gustan. Yo al hombre lo juzgo por el pecho. Si tiene vello, es un hipócrita y un vanidoso. Luego miro la cintura. Y luego el culo. Y al final, la polla. Aunque es la cosa menos expresiva del hombre. Es más, es la más falsa. Porque si os interesa saberlo, la polla nunca dice la verdad. Cuando está hinchada y erecta como amenazante, que parece que te quiera perforar, al final resulta que es una bonachona un poco idiota que con la primera palabra un poco dura se acurruca asustada. Si en cambio es tímida y dulce y está siempre un poco húmeda, que te hace pensar que ni puede ponerse tiesa, hala, resulta que esa es la más alborotadora, la más lista, la que nunca se cansa y de repente te escupe dentro el semen cuando menos te lo esperas y te deja embarazada en un plis plas. Luego están esas pollas melancólicas, largas y estrechas, lisas y calientes, que las coges con la mano y te dices: ¡qué belleza, qué elegancia! Pero luego resulta