Reparemos el mundo: Humanos, animales, naturaleza
Por Corine Pelluchon
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Así, la ecología es indisociable de la causa animal y del respeto por las personas más vulnerables, y la conciencia del vínculo que nos une a los otros seres vivos nos mueve a reparar el mundo.
Una obra pragmática y controvertida que contribuye a la reflexión ética, política y filosófica.
«Reparemos el mundo permite comprender cómo se articula la vulnerabilidad de las personas, los animales y la tierra en su devenir. Y también precisar en qué difiere su análisis de otras corrientes de pensamiento cercanas».
Roger-Pol Droit
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Reparemos el mundo - Corine Pelluchon
Reparemos el mundo
Traducción del francés: Réparons le monde, de Corine Pelluchon
© Éditions Payot & Rivages, 2020
© De la traducción: Sion Serra Lopes
Corrección: José Antonio Vila
Cubierta: Juan Pablo Venditti
© De la imagen de cubierta: Les colombes de Maurice Denis,
papel pintado/colección privada
Primera edición, mayo 2022
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano
© Ned ediciones, 2022
Preimpresión: Moelmo SCP
www.moelmo.com
eISBN: 978-84-18273-69-8
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.
Ned Ediciones
www.nedediciones.com
In memoriam Jean-Jacques (1970-1987)
Índice
Preámbulo
La causa animal hoy
La profundidad de la causa animal
Las dos primeras olas de la filosofía de la animalidad
La ética animal en las décadas de 1970 y 1980
Cuando la animalidad pone el humanismo a prueba
Animalismo y humanismo
La causa de los animales es también la causa de la humanidad
La causa animal en la historia
La politización de la causa animal
La tercera ola de la filosofía de la animalidad
¿Cómo pensar una zoopolítica?
Estrategias políticas y perspectivas de futuro
Corto y largo plazo, radicalidad y pragmatismo
Educación y ética de las virtudes
Estamos en la encrucijada
El proceso emancipatorio de la Ilustración y los derechos de los animales
Los derechos humanos: un proyecto de emancipación aún en marcha
La causa animal, una extensión de la Ilustración
La necesaria renovación del humanismo
La ética de la vulnerabilidad y la ética del cuidado: similitudes y diferencias
Dos acercamientos que se parecen pero que no son lo mismo
Reconfigurar la autonomía a la luz de la vulnerabilidad
Particularismo versus universalismo
Fuentes distintas que afectan al contenido de los conceptos
Dos formas de pensar la dimensión relacional del sujeto
Ética de la no-dominación versus fenomenología de la corporeidad
Ética y política
Ética del cuidado versus filosofía política
Fortalezas y límites de la ética del cuidado en política y medicina
La autonomía sigue siendo un horizonte
Ética del cuidado y ética de la consideración
¿Por qué una ética de las virtudes?
La relación con lo inconmensurable. Consideración y trascendencia
Ecología y causa animal: las razones de un matrimonio tardío
Divergencias entre la ética ambiental y la ética animal
Zoopolítica y obligaciones diferenciadas hacia los animales
Ecología y causa animal: una profunda convergencia
La ética de las virtudes: una condición para hacer la transición ecológica
¿Por qué la ética de las virtudes?
Las raíces de un comportamiento ecológicamente responsable
Ecología, existencia y democracia
El eudemonismo y la unidad de las virtudes
A contrapelo de los discursos moralizantes
La virtud es un todo
La ecología pensada a la luz de la consideración
Mesura e individuación: Spinoza y Næss
El papel de la humildad y la magnanimidad
Educación moral y política
Caracteres y regímenes políticos
Virtudes y democracia
Orientaciones filosóficas para una sociedad poscarbono
La transición energética como proyecto de sociedad
La brecha entre la teoría y la práctica
Construir un relato de cooperación
Filosofía energética
Fenomenología de la corporeidad y política
Normas y formas de ser, valores y emociones
El lazo de unión entre el cuidado de uno mismo y el cuidado de los demás
Sobriedad, solidaridad y convivencia
Autonomía ciudadana y voluntarismo político
La vejez o cómo amar el mundo
El envejecimiento y la vejez: discurso y realidad
¿Cómo envejecer bien en una sociedad de la competitividad?
La autonomía como doble capacidad
Referencias y agradecimientos
Notas
«Bajo la presión de lo negativo, de las experiencias en negativo, debemos reconquistar una noción del ser que sea una afirmación de vida, un poder de existir y de hacer existir».
Paul Ricœur, Historia y verdad
Preámbulo
Los textos reunidos en este libro hablan de la transición ecológica. Describen de qué modo podemos aprender a habitar la Tierra y a convivir, dejando atrás la lógica destructiva que conduce a la devastación del planeta y a una crisis social y política de gran magnitud. Estos textos surgen bajo un signo concreto: la reparación del mundo.
Esta expresión es a la vez humilde y ambiciosa: no implica que, para reconstruir lo destruido, tengamos que restablecer una supuesta unidad original. Tampoco se refiere a una verdad abrumadora que garantizaría una armonía perfecta y el fin de la pobreza. Hablar de reparación sugiere que el mundo está deteriorado y ya no podemos apreciar su coherencia. Todo está organizado en contra del sentido común, y los seres están divididos entre sí y en su interior. Hay muchas iniciativas buenas y prometedoras, pero están dispersas o son poco visibles y las autoridades públicas no les hacen realmente caso. El peligro, pues, es agravar el desorden resignándose a la desregulación que promueve nuestro modelo de desarrollo o apoyándose en una ideología que ignora la diversidad del mundo y el pluralismo democrático. Reparar el mundo es más bien partir de las cosas mismas para devolverles su sentido y analizar la situación actual para ver cómo podemos situarnos en una buena trayectoria.
En la tradición cabalística, tal como la interpretó Isaac Luria,¹ el concepto de reparación del mundo (tikkun olam) significa que es a partir de los destellos de luz esparcidos por el universo, en el alma de los humanos, en los animales, la naturaleza y los objetos, que podemos reconstituir los vasos (kelim) que se rompieron justo después de la creación. Estos vasos, que recogieron y reflejaron la luz divina, no pudieron resistir a su intensidad. Al romperse, fueron arrojados al espacio y cubiertos con una piel que disimulaba estas partículas de luz. Nuestra responsabilidad es encontrar estos fragmentos nacidos de la ruptura de los vasos para buscar allí la verdad a la que sólo podemos acceder, también, de forma fragmentaria.
Cualquier crisis, ya sea personal o colectiva, enfermedad, duelo, recesión económica o guerra, es siempre la experiencia de ruptura de la unidad. Hay que tomar esta decisión, simple y a la vez difícil: negarnos a pensar que estaríamos condenados a la errancia y a dar vueltas siempre a lo mismo, y aceptar que el regreso a la armonía implica el gesto, muchas veces repetido, de tomar uno a uno los fragmentos de nuestra propia vida, buenos y malos, para juzgarlos. Conservaremos aquellos que lo merecen y evaluaremos los errores y equivocaciones cometidos para encarar las transformaciones indispensables para un nuevo comienzo.
Reparar el mundo no significa recoger los trozos, como cuando nos obstinamos en preservar una construcción que se derrumba, sino en defender la vida. Cuando ésta se ve amenazada por un sistema contraproducente en muchos sentidos, y la lógica que rige la producción, el consumo, el trabajo, los intercambios, las relaciones entre individuos, es destructiva, es necesario someter a un examen escrupuloso cada uno de los elementos que componen el mundo común para conocer su valor propio. También es importante integrar la historia a la que pertenecemos y que va más allá de nuestra vida individual. El mundo común, que incluye todas las generaciones y el patrimonio natural y cultural heredado, y que nos toca a nosotros transmitir y renovar, aparece entonces como el horizonte de nuestras acciones.
Esta perspectiva ayuda a encontrar el coraje necesario para los esfuerzos cotidianos que contribuyen a reparar el mundo aun si parecen pequeños pasos, sucesivos avances, no muy espectaculares. Reparar el mundo no es provocar la llegada repentina de otra realidad, sino saber que, si los cambios son necesarios, ellos se implantarán verdaderamente más tarde. Porque el momento de la reparación es el de evitar lo peor y adelantarnos al caos. Sin embargo, las iniciativas individuales y colectivas que suponen alternativas relevantes al modelo de desarrollo actual no sólo sirven para compensar el daño que aquél genera; también están explorando otras posibilidades que pueden resultar útiles y ya están contribuyendo discretamente a la reconstrucción.
La esperanza no es optimismo, que se alimenta de ilusiones con que se nos mantiene tranquilos a bajo coste; la esperanza es la «desesperación superada», como decía Georges Bernanos.² Hoy, cuando los dirigentes políticos mundiales siguen suscribiendo un orden neoliberal que impide la transición ecológica y agrava las desigualdades, cuando a duras penas Europa cumple sus promesas de hospitalidad y justicia social, cuando la cólera campa a sus anchas, hablar de reparación no es negar la realidad del mal ni imaginar que lo peor ya pasó. Es afirmar que otro modelo de desarrollo es posible. Ese otro modelo requiere un replanteamiento exhaustivo de nuestras representaciones, de la forma en que concebimos el lugar de los humanos en la naturaleza y cómo interactuamos con los demás, incluidos los animales. Por eso, reparar el mundo no consiste en soñar con la gran noche, sino en prepararse para el futuro.
Los cambios necesarios, aunque radicales, no se hacen con armas de fuego o sublevaciones de masas, aunque éstas últimas sí señalan a los líderes que el orden económico del mundo que todo lo subordina al lucro tiene los días contados. Si todo se derrumba bajo el efecto de múltiples crisis ecológicas, sociales, geopolíticas, si los poderes fácticos quedan reducidos a la impotencia, si estallan guerras bajo el impulso de líderes desenfrenados, los individuos que tendrán que reconstruir el mundo necesitarán referentes. Necesitarán saber cómo reorientar la economía, cambiar los patrones de producción y consumo, reorganizar el trabajo y el comercio, y apoyar cambios en la cultura que puedan revitalizar la democracia y dar lugar a una nueva gubernamentalidad. Necesitarán tener confianza en sí mismos, en su inteligencia y creatividad, para hacer valer su capacidad de actuar y cooperar en lugar de dejarse seducir por narrativas simplistas que los enfrenten entre sí.
Estos textos, que crean enlaces entre la ecología, la justicia social, la causa animal, la democracia y los rasgos morales que importa adquirir para trabajar conjuntamente por la promoción de otro modelo de desarrollo, invitan a cada uno a tener esta actitud, a la vez modesta y responsable, que consiste en reparar el mundo, y hacerlo con generosidad y consideración.
Además, estoy muy agradecida a Lidia Breda por haberme convenido a reunir estos artículos en un solo volumen y extiendo mi gratitud a las editoriales, así como a las direcciones de las revistas que autorizaron su publicación en una forma revisada. Estos textos, en particular el inédito titulado «Ética de la vulnerabilidad y ética del cuidado: similitudes y diferencias», arrojan luz sobre mi recorrido durante los últimos diez años, mis escritos sobre la ética de la vulnerabilidad y sus implicaciones para la medicina, la ecología y la política, hasta la fenomenología de los alimentos y la ética de la consideración en la que se indica el proceso de subjetivación e individuación que permite pasar de la teoría a la práctica.
El acercamiento constructivo que caracteriza el presente trabajo parte de una decisión filosófica antigua respecto al fondo y al método.³ En cuanto al tema de la reparación que está presente en la mayoría de mis escritos, él se me presenta en retrospectiva como hilo conductor de los mismos, casi como el espíritu que guió esta investigación.
Esta palabra contiene más de lo que yo podría decir en un prólogo. Porque la reparación es también una necesidad. Sin embargo, no se trata tanto de la necesidad de creer en el futuro sino más bien del deseo de preservar la vida y los vivos. Este deseo está anclado en la conciencia de la fragilidad de las cosas humanas y en el deber de ser fiel a la memoria de los fallecidos, manteniendo el vínculo entre generaciones y entre vivos y muertos.
2 de noviembre 2019,
Cravant-Deux-Rivières.
1. Rabino y cabalista, Isaac Luria, nacido en Jerusalén en 1534 y fallecido en 1572, es una de las grandes figuras del misticismo judío. Su obra influyó en muchos pensadores, entre los cuales Lévinas, cuya educación estuvo marcada por varias corrientes del judaísmo, incluida la cábala luriánica heredada por Gaon de Vilna, oriundo de Lituania al igual que Levinas, y su discípulo Haim de Volozhine, en el siglo
xviii
, quienes continuaron su influencia a lo largo del siglo
xx
en algunas comunidades judías lituanas y en el antiguo imperio ruso.
2. Georges Bernanos, La Liberté pour quoi faire? (1953), Paris, Gallimard, 2019, p. 28.
3. Lo desarrollo en Les Nourritures. Philosophie du corps politique [Los alimentos. Filosofía del cuerpo político], Paris, Seuil, 2015, concretamente en el posfacio inédito a la edición de bolsillo publicada en la colección « Points-Essais », 2020.
La causa animal hoy
Problemas y estrategias políticos
«Un pensamiento del otro tendría que privilegiar la cuestión y la demanda del animal. No darle prioridad sobre la del hombre, sino pensar la del hombre, del hermano, del prójimo a partir de la posibilidad de una cuestión y una demanda animales, de un llamado, audible o silencioso, que nos interpela desde afuera, desde lo más lejano.»
Jacques Derrida,
El animal que luego estoy si(gui)endo
La profundidad de la causa animal
Las violencias infligidas a los animales no sólo plantean problemas morales que subrayan nuestra crueldad o inhumanidad en nuestra relación con los demás seres vivos. Son también injusticias: nos otorgamos soberanía absoluta sobre seres sensibles cuyas necesidades etológicas y subjetividad deberían limitar nuestro derecho a explotarlos como mejor nos parezca.
El maltrato animal es el reflejo de aquello en que nos convertimos a lo largo de los siglos. De hecho, aceptamos someternos a un orden economicista del mundo que subordina todas las esferas de actividad al dictado de la ganancia y no tiene en cuenta el sentido de las actividades ni el valor de los seres involucrados. Es innegable que este sistema basado en la explotación ilimitada de la Tierra y de otros seres vivos es contraproducente a nivel social y para el medioambiente. También nos deteriora por dentro. Utilizamos estrategias psicológicas de defensa como la negación, el distanciamiento, la racionalización, para protegernos de los sentimientos negativos que el maltrato animal y la degradación del planeta suscitan en nosotros. Estas estrategias que refuerzan nuestra resistencia al cambio explican en parte que, pese a la cantidad de videos que demuestran la intensidad del sufrimiento animal en mataderos, granjas, delfinarios o circos, la mayoría de los humanos no modifican sus estilos de vida. Sin embargo, cada uno de nosotros sabe, en el fondo, que aquello que a diario les hacemos a los animales es el reflejo de algo que a todos nos avergüenza.
De este modo, la cuestión animal tiene una profundidad que resulta estratégica. Ella nos obliga a examinar con sentido crítico las categorías ontológicas que permiten pensar las diferencias entre los humanos y los animales y que constituyen el fundamento de nuestra ética y de nuestro derecho. Más allá del aspecto ontológico de esta cuestión y de las consecuencias que podemos deducir en el plano ético y jurídico, es decir, en lo relativo al estatuto moral y a los derechos animales, conviene también subrayar qué dicen de nosotros las relaciones que tenemos con los animales. ¿Qué noción de nosotros mismos y de la política hace posible que los sometamos? A la inversa, ¿cómo sería un Estado que tuviera realmente en consideración a los animales, puesto que cohabitan con nosotros la tierra u oikos (el hogar de los terrícolas) y que tenemos un deber hacia ellos por el simple hecho de que existen?
En lugar de hacer de la causa animal un páramo ético, es importante entender que ésta es inseparable de un cuestionamiento global de nuestro habitar en la Tierra y crucial en un proyecto de transición hacia un modelo de desarrollo ecológicamente sostenible y más justo. No se trata apenas de establecer normas de cohabitación entre humanos y animales que no beneficien sólo a los primeros sino que, además, la politización de la causa animal se basa en la articulación de la teoría política con una reflexión de orden antropológico.
Esto es así porque el sujeto en que se fundamenta la teoría política ya no es el individuo abstracto, definido por su propia libertad, del liberalismo político clásico, sino un ser considerado en su corporeidad, que tiene hambre y sed y comparte espacio con otros seres vivos, que no es legítimo limitar los fines políticos a la seguridad entre los seres humanos y a la reducción de desigualdades entre ellos. A partir del momento en que nos tomamos en serio la materialidad de nuestra existencia, el hecho de que vivir es «vivir de», y que reconocemos la zoopolis⁴ o comunidad mixta que formamos con los animales