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Chapoli y las semillas-corazón
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Libro electrónico58 páginas30 minutos

Chapoli y las semillas-corazón

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La historia trata sobre un niño llamado Chapoli, quien emprende un viaje hacia el Citlaltépetl, un volcán de extrema altura ubicado entre Puebla y Veracruz, en México. Su madre está muy enferma, al igual que la parcela de su familia, así que sus esperanzas están puestas en encontrar a un misterioso ser que habita en el volcán y que posee la medicina para cualquier enfermedad.
 
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 mar 2022
ISBN9791280728128
Chapoli y las semillas-corazón

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    Chapoli y las semillas-corazón - Norma Muñoz Ledo

    En México existe una montaña muy alta llamada Citlatépetl, se dice que es un Monte Sagrado gobernado por un ser divino, dueño y protector de la Naturaleza y de todo lo que existe en ella. En su parte más profunda tiene raíces que llegan hasta el Mictlán, el reino de los muertos. Cuando un ser vivo muere, su alma viaja hacia ese reino en una pequeña semilla, la semilla-corazón, y es resguardada en un paraíso abundante y rico donde no hay sufrimiento ni dolor, el Tlalocan. Allí es purificada y preparada para volver a la Tierra brotando a través de las flores del Árbol Florido, cuando el Dueño la envía a encarnar otra criatura de su misma especie.

    VolcanExtra semillas

    Hay cosas que siempre recuerdo de cuando yo era muy chico: las costumbres nocturnas de Citlali, mi mamá; las historias de mi abuelo Saturnino, a quien todos llamábamos Tinino; y el volcán, el Citlaltépetl.

    Desde que tengo memoria, todas las noches, antes de dormir, mi mamá hace un ritual: toma un guaje grande y en él mete fruta recién cosechada de la huerta: mandarinas, peras o duraznos —según la temporada— y dos panes de anís envueltos en una tela de algodón. A esa comida le dice las mañanitas, y es para los que se van temprano a la milpa de amaranto y maíz azul. Esa tierra ha sido de nuestra familia por años, desde los tiempos de los tatara-tatarabuelos, sino es que antes.

    Luego reparte montoncitos de pasas y pepitas de calabaza con chile en las ventanas, «para que los chaneques no molesten en esta casa». Por último, pone unas tijeras abiertas debajo de la cama de mis hermanas y de la mía, «para que no vengan las brujas por los niños». Después de todo esto, se duerme en paz.

    De mi abuelo y el volcán tengo cientos de recuerdos que son como dibujos en un libro, uno al lado del otro. Cuando nací construyeron otro cuarto en la casa para mí.

    —Que mire al poniente —pidió Tinino—. Para que, cuando despierte, el cerro sea lo primero que encuentren sus ojos.

    Y así ha sido desde entonces: si el día es claro, ese pico, casi siempre nevado, es lo primero que veo. Cuando está nublado o cuando la neblina le tapa las piernas —como le dice mi mamá a la falda del cerro— igual sé que ahí está. Aunque no lo vea, él nos ve a mí y a mi abuelo. Tinino lo saluda todas

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