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El imperio del banano: Las compañías bananeras contra la soberanía de las naciones del caribe
El imperio del banano: Las compañías bananeras contra la soberanía de las naciones del caribe
El imperio del banano: Las compañías bananeras contra la soberanía de las naciones del caribe
Libro electrónico452 páginas9 horas

El imperio del banano: Las compañías bananeras contra la soberanía de las naciones del caribe

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Dos tipos de sangre corren por este libro: la estadística, del investigador Charles Kepner, y la experiencia, de Jay Henry Soothill, quien fuera superintendente y testigo de la empresa más poderosa de transporte y producción de fruta en Centroamérica durante la primera mitad del siglo XX.

Aunque el texto que aquí se presenta fue publicado originalmente en Nueva York en 1935, esta edición retoma la traducción realizada por la Imprenta Nacional de Cuba en 1961, a la que se ha añadido un prólogo de Juan Valdés Paz, reciente Premio Nacional de Ciencias Sociales de Cuba.

Así, a medio camino entre la narrativa y el rigor académico, este libro expone, con datos vigentes, el desarrollo de la industria bananera en Centroamérica, de los exportadores y las navieras que competían por comprar a los productores locales. Además, describe el modo en el que las grandes compañías afianzaron el capital que les permitía ofrecer préstamos a los gobiernos necesitados a cambio de concesiones ventajosas. Por último, como en cauce progresivo, el lector tendrá todo el contexto histórico y social que explica el encumbramiento de la United Fruit Company, la firma con mayor injerencia política en el campo de la producción de fruta y el transporte ferroviario y náutico. Esta es la historia completa del primer trust en América Central.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 mar 2022
ISBN9786078683482
El imperio del banano: Las compañías bananeras contra la soberanía de las naciones del caribe

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    El imperio del banano - Charles David Kepner

    CAPÍTULO I

    El dominio de la United Fruit Company

    El dominio visible del banano

    Los viajeros que van desde Tegucigalpa, capital montañosa de Honduras, hasta la costa norte, deben elegir entre carretas de bueyes que rechinan muchísimo al moverse por los duros caminos, automóviles que le balancean a uno por las desiguales carreteras, y el monoplano de la compañía frutera que salta ligeramente en el aire. Si uno elige viajar por lo alto, contemplará por los gruesos vidrios de las ventanillas el terreno lleno de cuadros y las chozas de las colmenas.

    Después de atravesar millas de montañas cubiertas de bosques y valles solitarios, el viajero exclama:

    —¿Es acaso un pantano esa amplia extensión de terciopelo verde que se divisa ante nosotros?

    —¡No! ¡Es azúcar! —grita el piloto, desafiando el zumbido ensordecedor del motor.

    Enseguida, la extensión aterciopelada se convierte en millares de tallos de caña de azúcar y se formula otra pregunta:

    —¿Qué es aquel campo de verde más oscuro?

    —¡Bananos!

    Desde luego, ¿qué otra cosa podría ser esa extensión verde que abarca millas y millas de las orillas del cenagoso río? Cuando se aprecian de cerca, las unidades individuales se destacan de la masa confusa, primeramente pareciendo palmeras de cocos y después apareciendo sin ninguna duda, como plantas de bananos, mostrándose altivas y casi como algo fatigadas con el peso de sus largas y desiguales hojas. Sobre este fondo verde se halla una gigantesca red de tenis cuyas mallas son líneas de pequeños tranvías.

    Diagonalmente, a través de toda la malla corre una línea más grande, el ferrocarril, limitado por uno y otro lado por largas extensiones de campos de cultivo y cuadradas casitas de campo para los directivos.

    Estos aspectos de un distrito bananero se pueden ver desde un aeroplano, pero hay mucho más que no puede apreciarse. Los hombres de Centroamérica, abrasados por el sol, y los de Jamaica, negros como el carbón, derribando las plantas de banano de quince pies para obtener el valioso racimo o mano de bananos que cuelga de cada una, y el conjunto apresurado de mulas acarreando los racimos hacia las líneas del tranvía quedan ocultos a la vista del que viaja en avión. Otra de las cosas que también permanecen escondidas son los métodos de competencia de los que se valen las compañías para engañar o aplastar a sus rivales; las intrigas políticas con las que los negociantes obtienen privilegios de concesiones; el peso de la industria bananera sobre las condiciones sociales y económicas de los trabajadores y de los pequeños campesinos. Ésos y otros muchos aspectos de esta vasta empresa se ocultan a la vista del observador superficial, del mismo modo que los trabajadores sudorosos están cubiertos para los ojos del viajero aéreo por los arcos interpuestos de hojas rotas y desiguales.

    Las plantaciones azotadas por el viento, extendiéndose a lo largo de las orillas de río Ulúa, casi hasta el mismo horizonte, son únicamente una pequeña parte del total de los cultivos de banano de la United Fruit Company, que constituirían 189,165 acres en 1930, y que en 1934 se redujeron a 114,920. En 1932 esta compañía, la mayor de las fruteras, también poseía 103,901 acres de caña de azúcar en Cuba, Jamaica y Honduras, y 39,168 acres de bosques de oscuro cacao en Costa Rica, Jamaica y Panamá. Incluyendo el pasto para sus 14,554 caballos y el espacio que ocupaban sus edificios, el total de la propiedad de la compañía añadía 450,374 acres. El total de terreno de cultivo, incluyendo las tierras abonadas y las no abonadas, de propiedad o arrendadas, llegaba a 3’416,013 acres, o sea, un área de dos quintos de la de República de El Salvador y cerca de un cuarto de la de Costa Rica. Además, como esta compañía compra casi la mitad de los bananos que vende a los plantadores privados, sobre cuyo destino económico rige como árbitro supremo, el territorio total que se halla bajo su autocrático poderío se extiende más allá de los confines de su propiedad.

    En 1930, de los 103 millones de racimos de bananos que cruzaron los mares, 65 fueron proporcionados por la United Fruit Company. La mayor parte de los restantes 38 millones de racimos fueron embarcados por otras compañías norteamericanas, la Standard Fruit and Steamship Company, la Atlantic Fruit and Sugar Company, actualmente desaparecida, y la Di Giorgio Fruit Corporation. La Asociación de Productores de Banana de Jamaica Ltda., organización de empresa cooperativa, envió a Europa y Norteamérica 7’277,000 racimos del total de 1930. Aunque este estudio se refiere principalmente a las compañías fruteras mayores, el lector debe tener presente que ha habido otras empresas similares, aunque de menor extensión.

    No todas las tierras que pertenecen a la United presentan la limpia y ordenada apariencia de las secciones que están empezando ya a dar fruto; cerca de tres millones de acres, como un 85 por ciento del área total, están incultos. En los más de los casos, las selvas con grandes árboles tropicales los ocupan, teniendo enredaderas parásitas y dando abrigo a insectos, pájaros y otros animales. Muchas de estas tierras se hallan aseguradas en bloques con otros terrenos de mayor valor. Muchos de ellos nunca serán de utilidad, otros se están reservando para un desarrollo futuro.

    La producción moderna de los bananos para propósitos comerciales es algo más que una simple operación agrícola. Es una industria cuyos gigantescos trabajos requieren modernas máquinas de muchas clases y cuyas ramificaciones dominan diversas fases de la vida económica, social y política del Caribe. Más de doscientas locomotoras ruidosas y siete mil carros no sólo se dedican a llevar bananos, azúcar y cacao, sino que también transportan cargas comerciales y pasajeros por las 1,512 millas de ferrocarril perteneciente a la Compañía y una adición de 302 millas que construyó en 1933. Muchos de los vehículos son de esos demonios de vía doble, motocares con ruedas rebordeadas, que saltan por las pronunciadas curvas a una velocidad tal que espantaría a un oficial de tráfico neoyorkino. Además, como este camino del ferrocarril es el unzo importante a través de las varias regiones del país, el penetrante pitido del tren obliga a los peatones y a las mulas a saltar precipitadamente al foso: con alguna frecuencia esto origina accidentes, y otras veces obstruye el paso otro vehículo o un tren excesivamente

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