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Fátima, El Último Secreto
Fátima, El Último Secreto
Fátima, El Último Secreto
Libro electrónico984 páginas20 horas

Fátima, El Último Secreto

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Información de este libro electrónico

Aún el sol no había salido cuando escuché el despertador, medio dormido alargué el brazo y con un golpe certero le apagué y dejó de sonar, decidí dormirme de nuevo después de darme media vuelta en la cama, acordándome que estábamos de vacaciones.
¿Por qué habría sonado el reloj?, seguro que fue un despiste, arropándome hasta la cabeza me dispuse a echar ese sueñecito mañanero que sabe tan bien.
IdiomaEspañol
EditorialTektime
Fecha de lanzamiento29 ene 2019
ISBN9788893981996
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    Vista previa del libro

    Fátima, El Último Secreto - Juan Moisés De La Serna

    Índice de contenido

    CAPÍTULO 1.

    CAPÍTULO 2.

    CAPÍTULO 3.

    CAPÍTULO 4.

    CAPÍTULO 5.

    CAPÍTULO 6.

    CAPÍTULO 7.

    CAPÍTULO 8.

    CAPÍTULO 9.

    CAPÍTULO 10.

    CAPÍTULO 11.

    CAPÍTULO 12.

    CAPÍTULO 13.

    CAPÍTULO 14.

    CAPÍTULO 15.

    CAPÍTULO 16.

    CAPÍTULO 17.

    CAPÍTULO 18.

    CAPÍTULO 19.

    CAPÍTULO 20.

    FIN DEL LIBRO

    Fátima,

    el Último

    Secreto

    Juan Moisés de la Serna

    Editorial Tektime

    2019

    Fátima, el Último Secreto

    Escrito por Juan Moisés de la Serna

    1ª edición: mayo 2017

    © Juan Moisés de la Serna, 2019

    © Ediciones Tektime, 2019

    Todos los derechos reservados

    Distribuido por TekTime

    https://www.traduzionelibri.it

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros medios, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

    Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por el teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

    Prólogo

    Aún el sol no había salido cuando escuché el despertador, medio dormido alargué el brazo y con un golpe certero le apagué y dejó de sonar, decidí dormirme de nuevo después de darme media vuelta en la cama, acordándome que estábamos de vacaciones.

    ¿Por qué habría sonado el reloj?, seguro que fue un despiste, arropándome hasta la cabeza me dispuse a echar ese sueñecito mañanero que sabe tan bien.

    Dedicado a mis padres

    El tiempo pasa deprisa

    nunca se va detener

    piensa, pero sigue andando

    si no lo vas a perder.

    El ayer ya no existe

    el mañana pasará

    mira bien cómo viviste

    el hoy pronto volará.

    La vida son solo días

    que hay que aprovechar

    dentro de ti la respuesta

    busca, la vas a encontrar.

    Ser feliz es importante

    y lo vas a conseguir

    siempre mirando adelante

    positivo hay que vivir.

    AMOR

    Índice de contenido

    CAPÍTULO 1.

    CAPÍTULO 2.

    CAPÍTULO 3.

    CAPÍTULO 4.

    CAPÍTULO 5.

    CAPÍTULO 6.

    CAPÍTULO 7.

    CAPÍTULO 8.

    CAPÍTULO 9.

    CAPÍTULO 10.

    CAPÍTULO 11.

    CAPÍTULO 12.

    CAPÍTULO 13.

    CAPÍTULO 14.

    CAPÍTULO 15.

    CAPÍTULO 16.

    CAPÍTULO 17.

    CAPÍTULO 18.

    CAPÍTULO 19.

    CAPÍTULO 20.

    FIN DEL LIBRO

    CAPÍTULO 1.

    Aún el sol no había salido cuando escuché el despertador, medio dormido alargué el brazo y con un golpe certero le apagué y dejó de sonar, decidí dormirme de nuevo después de darme media vuelta en la cama, acordándome que estábamos de vacaciones.

    ¿Por qué habría sonado el reloj?, seguro que fue un despiste, arropándome hasta la cabeza me dispuse a echar ese sueñecito mañanero que sabe tan bien.

    Vacaciones, palabra mágica, no tenía que ir a clase, este año todo había ido como muy deprisa, nunca me había pasado algo así, antes de que me hubiera dado tiempo ya se había acabado el curso. Parecía que fue ayer mismo cuando estaba levantándome, entré nervioso por ver que profes me tocaban este curso y deseoso de encontrarme con mis compañeros, alguno de los cuales no había visto en todo el verano, porque se habían marchado fuera, bueno también yo me había ido unos días con mi familia a Sanxenxo, lugar en que mis abuelos desde hacía años alquilaban una casita para todos.

    Este verano dijo papá que los días de playa se tenían que acortar, un compañero de la oficina se había puesto enfermo y él tenía que sustituirle, y desde luego no se iba a quedar solo en casa, ¿quién le haría de comer?, y ¿quién le prepararía la ropa?

    Nosotros lo comprendimos, total la playa, ¿quién quería estar en la playa?, aún nos acordábamos que el año pasado no la pudimos disfrutar nada más que dos o tres días, los demás estuvo lloviendo y con mal tiempo, tanto que casi ni podíamos salir a la calle, así que ninguno protestó ante la perspectiva de este año, ya que en casa nos lo pasábamos mejor, pues si hacía malo, o venia algún amigo aquí o íbamos nosotros a su casa, de esa forma no se pasaba el tiempo tan aburrido como me había pasado allí.

    Los gemelos como son de la misma edad siempre se entretienen, nunca se aburren, pero yo no tenía ningún amigo por los alrededores, a pesar de que ya hacía, creo recordar que cinco años que íbamos al mismo sitio, la Praia de Silgar en Sanxenxo, en la provincia de Pontevedra.

    A mellor Praia de Galicia ―según decían mis abuelos.

    Nunca había ningún chico de mi edad, pero chicas un montón, por lo que mis dos hermanas tenían amigas con las que pasárselo bien, así que de esa forma yo era el que siempre me quedaba con papá mamá y los abuelos, aburrido sin saber qué hacer.

    ―Vamos a echar una partidita de ajedrez ―me decía mi padre al verme por allí.

    Era un juego que le gustaba mucho, y yo creo que para tener un compañero me había enseñado desde pequeño. Claro que, para jugar con él, yo le ponía una condición, que por lo menos me tenía que dejar ganarle una vez, cosa que él hacía casi siempre en la primera partida.

    Yo me animaba, y ponía todo mi empeño para ver si lo conseguía otra vez, y jugábamos unas cuantas, pero ya no se repetía mi suerte de nuevo, y a pesar de mi esfuerzo perdía una tras otra.

    ―Ya no juego más, que es muy aburrido perder siempre, me haces trampas ―le decía enfadado.

    ―Manu tú ya sabes jugar bien, si quieres te esfuerzas y me ganas, pero no tienes que mover tan deprisa, tienes que pararte a pensar en el siguiente paso, y ver las consecuencias que puede tener el movimiento que vas a hacer ―me decía muy serio.

    ―Anda, ¿qué dices?, papá, si solo es un juego, ¿para qué quieres que piense? ―le respondía ya enfadado.

    Me levantaba, y se acabó, él ya sabía que no había forma de que siguiera y me dejaba hasta la próxima vez, que me veía dar vueltas por allí aburrido.

    ―¡Qué!, ¿echamos otra partidita? ―decía tratando así de que estuviera un poco entretenido.

    La abuela y mamá se iban a andar por la playa, con los pies metidos en el agua, cuando las olas las dejaban, pues la abuela decía que le venía muy bien para la circulación, que notaba como las varices ya no la molestaban, no sé cómo podían aguantar esa agua tan fría.

    El abuelo, que era el valiente de la familia, después de darse un chapuzón como él decía, porque había días en que era el único que se animaba a meterse allí, cuando salía se daba unas carreritas para secarse, y después se sentaba en su manta, esa vieja manta que le había dado la abuela solo para la playa, que se traía para no mancharse con la arena, como él decía. Esa que extendía de tal forma en la arena que le diera la sombra del toldo en la cabeza, se las había ingeniado para hacer una buena sombra, que a veces también nos libró de un buen chaparrón, de esos que caen en verano sin avisar.

    Tenía cuatro palos, como de metro y medio, una lona grande cuadrada, y unas cuerdas. Cuando llegábamos allí entre todos le ayudábamos a montarlo, el toldo, como él lo llamaba, nos servía para comer tranquilamente a la sombra, para así no quemarse con el sol, yo no entendía muy bien para que íbamos a la playa a tomar el sol y luego tener que ponernos debajo del toldo, pero reconozco que a los gemelos y a la peque les venía muy bien, pues dormían su siesta allí tranquilitos.

    El abuelo se ponía a leer su periódico, como lo hacía todos los días, decía que, aunque se estuviera de vacaciones, había que estar informado de las noticias que pasaban por el mundo y cuando me veía por allí aburrido, sin saber qué hacer, ni con quien estar, solo, sentado tratando de entretenerme jugando con la arena, me miraba como él lo solía hacer, bajando un poco la cabeza y mirándome por encima de las gafas, y poniendo cara seria me llamaba.

    ―Manu, ¿puedes venir un momento?, te necesito, ¿me puedes ayudar?

    Yo acudía para ver que quería y me cogía del brazo para que me agachara y me hacía sentar a su lado en la manta, y me decía bajito para que no le escuchara nadie:

    ―Anda rapaz, a ver si le ganas esta vez a tu padre, y te conviertes en campeón.

    Yo mirando esa agua tan fría, a la que no me apetecía meter, me levantaba con desgana, me sacudía la arena que se me había pegado en las piernas y haciéndome el remolón me iba al lado de mi padre y le decía bajito que casi ni se me escuchaba:

    ―Bueno, ¿qué te parece si jugamos un poco?, pero ya sabes, me tienes que dejar ganar.

    ―¿Queeé?, no se te escucha, habla más fuerte, ¿qué me decías? ―decía mi padre.

    ―Qué si quieres que juguemos ―le repetía más alto.

    ―Hijo a ver si dejas ganar alguna vez al chico ―el abuelo le decía a mi padre al escucharme.

    Yo me ponía contento, de que el abuelo me apoyase:

    ―¿Has oído papá?, a ver si haces caso a tu padre, que digo yo, que, igual que me dices, que yo te tengo que obedecer a ti, porque eres mi padre, tú también se lo tendrás que hacer, porque eres su hijo ―Y sin más empezábamos la jugada.

    <<<<< >>>>>

    De un salto, salí de la cama, ¿cómo se me habría podido olvidar?, corrí por el pasillo, menos mal que no había nadie en el baño, me metí en la bañera, pero como iba medio dormido casi me caigo, me di una ducha rápida, ya un poco más espabilado, regresé a mi dormitorio, pensando que no me daba tiempo ni de desayunar, pues llegaría tarde, y como era el primer día, no me hacia ninguna gracia ser el último en aparecer, ¿qué iban a pensar los demás?

    Vi la ropa colocada allí en la silla y me la puse corriendo, menos mal que anoche antes de acostarme la preparé, después de pensar que sería lo más conveniente que me pusiera, pues una situación así, no se me había dado nunca y seguro, que si no con las carreras hoy no hubiese encontrado nada apropiado para ponerme y hubiera metido la pata.

    <<<<< >>>>>

    Sentado tranquilamente esperando que esa ardiente taza de café que me habían puesto en la mesa dejara de humear, los recuerdos de aquel lejano día me venían a la mente a tropel, como si quisieran salir todos de golpe, qué lejano quedaba todo aquello y cuantas cosas habían sucedido desde entonces.

    De nuevo mirando distraídamente el café, me dejé llevar por aquellos pensamientos que afluían a mi mente, la de tiempo que había pasado desde aquella época, cuando lo único en que pensaba, como todos mis compañeros, era en el fin de semana y lo bien que nos lo pasaríamos, sin ninguna otra preocupación, bueno estudiar si, pero eso tampoco era muy importante en esos momentos, pues de niño los estudios solo son parte de los juegos.

    Por fin ya entré al instituto, y las cosas cambiaron, me tenía que tomar todo más en serio.

    ―Manu esto ya es otra cosa, no te lo puedes tomar como un juego, hay que estudiar mucho para aprobar, aquí no regalan las notas, y si te queda alguna asignatura para septiembre, te pasarás todo el verano estudiando, castigado sin salir ―me dijo mi padre muy serio aquel día.

    Yo como conocía a mi padre, y sabía que cuando decía una cosa la cumplía, pues me hice el propósito de no faltar nunca a clase y portarme bien, con eso pensaba que tendría medio aprobado conseguido y con un poquito de esfuerzo más, ya tendría el curso sacado y era preferible hacer eso a matarse a estudiar.

    Desde luego lo que se hace de joven para no dar ni golpe, que inconsciencia, no se sabe que cuanto mejor preparado se está, más fácil será luego seguir adelante en la vida.

    El tiempo perdido no se recupera, que nunca he sabido muy bien lo que significa, pero mi abuelo, estaba convencido de que los refranes encerraban verdades y los usaba muy a menudo.

    <<<<< >>>>>

    Tomé la taza de café, ya estaba lo suficientemente fría para no quemarme, tenía que seguir con la tarea que me había impuesto, era esencial que encontrara el rastro del documento, tomé un sorbo despacio mientras miraba a la mesa, allí tenía aquella nota que había recibido de una forma tan rara, mira, que estaba acostumbrado a cosas extrañas, pero nunca me habían introducido un sobre bajo la puerta, ¿quién habría sido?

    Tenía que comprobar la información, no me podía fiar de nada ni de nadie, por experiencia ya había podido averiguar cómo alguien, no sé muy bien quien, estaba empeñado en que yo dejara todo esto y lo olvidara, y lo que estaban consiguiendo era que cada vez me interesara más por ello, tenía que llegar al fondo del asunto, y descubrir la verdad.

    Andando con paso ligero, me dirigí a la biblioteca, acababan de abrirla, lo había observado desde el lugar donde estaba sentado tomando el café, de echo había escogido ese sitio por eso mismo, desde allí veía perfectamente la puerta del lugar donde podría encontrar la respuesta tan esperada, ¿por qué con tantas bibliotecas como podría haber, habrían escogido ésta?

    Como soy muy curioso seguro que en algún momento tendría la respuesta a esa pregunta, ahora mismo no era esencial, encontrar el documento era lo importante, pero ahora que caigo:

    ―¿Cómo sabría el autor del anónimo del sobre cerrado que yo estaba buscando ese papel?, ¡qué raro!, no creí habérselo mencionado a nadie, todo esto me parecía demasiada casualidad.

    Dejé atrás la pesada puerta de la biblioteca, no sin antes admirarla, ¡qué trabajo tenía!, ¡que artista era el que la construyó!, y aun con el tiempo que debía haber pasado desde entonces, se podían admirar las hermosas figuras que salieron de las manos del artesano, ese que nadie sabía quién era, pero que su trabajo estaba a la vista, al alcance de todos los ojos, ¿habría pensado en el momento en que estaba haciéndolo, en la cantidad de personas que lo admirarían?, ¿en el tiempo que duraría su obra?, ¿en tantas cosas como esa puerta tan enorme encerraría?, la puerta de una biblioteca en donde tanta y tanta sabiduría hay guardada, que importante es, y pasamos por ella, casi sin darnos cuenta.

    Llegué al mostrador, donde una amable señorita me preguntó, qué deseaba ver, yo pensando aun en el artífice de esa asombrosa puerta, ni me di cuenta de sus Buenos días y ni de la pregunta que me había hecho ella al verme llegar.

    ―¡Vaya trabajito! ―dije distraído sin fijarme que alguien me escuchaba.

    ―¿Qué dice?, ¿a qué se refiere? ―me dijo ella con cara de asombro.

    ―Perdone, estaba pensando en otra cosa, ¿podría consultar un libro? ―la pregunté volviendo al tema que me había llevado hasta allí.

    ―Para eso estoy aquí, para facilitar al que lo necesita, la información deseada ―me contestó con una sonrisa―. Si me dice de lo que se trata y lo tenemos, le puedo decir dónde se encuentra.

    ―Bueno, pero es que no lo sé, busco algo, ¿dónde lo podría encontrar? ―la dije un poco más bajo, como avergonzado, porque me estaba escuchando al mismo tiempo que lo decía, y veía lo torpemente que me estaba expresando, los nervios que tenía no me dejaban ni hablar bien.

    ―Si me da alguna pista, seguro que puedo ayudarle ―me dijo ella sonriendo.

    ―Los Secretos de Fátima ―la dije enseguida, mirando al suelo sin atreverme a mirarla.

    ―En mi mesilla de noche ―me contestó ella inmediatamente sin pararse a pensarlo.

    Yo asombrado por su respuesta, le eché una mirada de arriba abajo, tratando de analizarla, ¡Vaya forma de querer llamar mi atención!, pensé.

    No, no parecía de esas chicas que les gustara hacerse notar, su aspecto era el de una persona seria, al menos por su vestimenta. Llevaba una falda gris con tablas y un suéter también gris, pero de un tono más oscuro, el pelo recogido en un moño. Iba sin nada de maquillaje, daba la impresión de que era una persona formal y educada. No entendía por qué me había dado esa contestación, que yo consideraba tan rara o poco apropiada.

    Fui a decirle que estaba hablando en serio, pero ella no me dejó pronunciar palabra cuando siguió.

    ―Es uno de mis libros favoritos y desde que le tengo, le he leído tantas veces que me le sé de memoria, pero nunca nadie me lo ha pedido aquí en la biblioteca, pues que yo sepa al que le interesa el tema, se va y se lo compra en una librería ―Me lo estaba diciendo bastante seria, y yo aún sorprendido por su respuesta seguía mirándola.

    ―Pero ¿los secretos?, ¿secretos?, no los que son de dominio público ―le dije bajito.

    ―Pero ¿es que hay más secretos?, pues eso me interesa ―me dijo con tono de curiosidad, acercando su cabeza a donde estaba yo, y así hablar más despacio.

    ―Eso trato de averiguar ―la respondí también bajito, no quería que nadie me escuchara.

    ―Venga le mostraré todo lo que tenemos sobre el tema, a ver si hay algo que le ayude en su tarea ―me contestó de pronto, y por su voz noté su gran entusiasmo.

    Dejando su puesto de trabajo, andando con paso ligero, tanto que me costaba seguirla, fue por los pasillos de la biblioteca, hasta llegar a uno de los más alejados, y muy solitario, se veía que no era muy visitado, ella paró en seco y volviéndose me dijo:

    ―Aquí está todo el material que tenemos sobre Fátima, pero si quiere cuando cerremos la biblioteca le puedo indicar una librería, que conozco bien, donde también podrá encontrar algo del tema que le puede interesar. Me lo estaba diciendo mientras me mostraba con su mano las estanterías donde vi varios libros, que supuse hablarían de lo que me interesaba.

    Me sorprendió la forma en que me estaba hablando, no sé si le había escuchado bien que quería acompañarme y la pregunté algo confundido:

    ―¿Por qué no me da la dirección y yo mismo voy, después de mirar lo que tiene por aquí?

    ―Como le he dicho, es un tema que me interesa desde hace tiempo y yo sé dónde están las cosas, en que estantería, si fuera solo, seguro que no lo encontraría. Bueno si no le importa que le acompañe, claro está ―añadió ella.

    Como me pareció muy juiciosa quedamos en que iba a ver todo lo que había por aquí, y a la hora de salir nos encontraríamos en la salida.

    Ella estuvo de acuerdo y se marchó con paso decidido, a su puesto de trabajo. Y a abrir aquella puerta, que de un manotazo había cerrado para poder venir conmigo a mostrarme el lugar donde estaba el material que me podía interesar.

    <<<<< >>>>>

    Ese día me había puesto unos pantalones, los más viejos que tenía, y mi camisa de cuadros verdes, esa que ya no me ponía hace tiempo, de lo desgastada que estaba y con la que mi madre ya no me dejaba salir a la calle, con las mangas subidas, me dirigí al encuentro de mis compañeros, bueno, serían mis compañeros desde hoy, pues me habían asignado el trabajo con ellos, cuando les dije que me gustaría ayudar en algo.

    Ya había acabado el curso y estábamos en vacaciones y como no se presentaban muy divertidas este verano quería hacer algo distinto.

    Un día escuché a un grupo de estudiantes, en el patio de la facultad, que comentaban lo que habían hecho el verano pasado, y como me pareció extraño me paré a enterarme mejor. Creí haber escuchado que habían hecho de albañiles, no podía ser cierto, seguro que me había equivocado, así que se lo pregunté.

    ―Sí, ¿qué hay de raro?, hemos estado arreglando la casa de unas personas que necesitaban que alguien les echara una mano ―me contestó una de las chicas que se encontraba en aquel grupo.

    Me lo dijo con voz normal, como si los demás también supieran de lo que hablaba, pero me pareció muy raro, creía que se estaba burlando de mí.

    ―Pero ¿qué me dices? ―la interrumpí―. ¿Tú de albañil, y tus uñas qué?

    ―Bueno ha sido durante el verano, como no tenía que venir a clase, no necesitaba llevarlas, ni largas, ni pintadas, así que me las corté, los trabajos los hacemos con cuidado, ya somos unos profesionales ―contestó ella riendo.

    ―¿Profesionales de qué? ―la pregunté intrigado, pues vi que el resto estaba mirando, y que no se tomaba a risa lo que ella me estaba diciendo.

    ―¡Oye!, si has venido a burlarte, te puedes marchar, nosotros esto nos lo tomamos en serio ―me dijo el que estaba al lado de la chica. Y todos se me quedaron mirando.

    ―Pero bueno, decirme algo más, reconocer que es muy raro lo que estoy escuchando ―les dije para que me pudieran informar de aquello que los había oído al pasar.

    ―¡Mira!, si quieres saber más, vente esta tarde, ahora nos tenemos que ir que llegamos tarde a clase.

    Y diciendo esto se disolvió el grupo, pero antes de que desaparecieran les grité:

    ―¿A qué hora?, ¿dónde os puedo localizar?, quiero saber más en serio.

    ―Aquí a las cinco, ¡se puntual! ―me dijo uno volviendo la cara.

    <<<<< >>>>>

    ¡Qué recuerdos aquellos!, un día tengo que hacer una recopilación de todo, pues aunque aún no soy muy mayor y tengo muy buena memoria, nunca se sabe, cuando se empezará a perder, o que cosas me pueden pasar, y aunque no creo que mi vida le interese a nadie, aunque sea por curiosidad un día me voy a poner a escribir todo eso que me pasó, y lo trataré de hacer con precisión, sin tantos saltos como lo estoy recordando ahora, lo malo es que siempre estoy tan liado que no sé cuándo podré hacerlo, pero sí, estoy decidido y lo haré en algún momento.

    Mirando el material que me había bajado a la mesa, se me pasó el tiempo volando y me llevé un susto cuando noté que me tocaban el hombro, era ella, la bibliotecaria.

    ―Ya es la hora de cerrar, si quiere le muestro el lugar del que hablamos antes ―me dijo con una voz suave y una sonrisa en la cara.

    ―¿Qué dice? ―la pregunté distraído.

    No sabía de qué me hablaba, había transcurrido el tiempo, estaba leyendo tanta información que lo real, el lugar, las circunstancias, habían pasado a un segundo plano, y en ese momento no recordaba lo que habíamos hablado ni a que se refería.

    ―Deje algo para mañana, que no se va a marchar de aquí ―me dijo mientras se daba la media vuelta y comenzaba a andar por el largo pasillo.

    Cerrando el libro que tenía entre manos, y cogiendo de la mesa los otros, los deje en su sitio en la estantería y la seguí, al ver que ella se adelantaba tuve que apretar el paso, vaya forma de andar, pensé, claro estos pasillos se los tendrá que recorrer diariamente un montón de veces y eso le habrá dado esa agilidad.

    <<<<< >>>>>

    Un día importante, ¡qué nervios!, no creo haber estado nunca así, los demás me dijeron que no me preocupara que todo sería muy sencillo, pero a mí me parecía cuanto menos extraño, ¿cómo se haría?, ¿qué tendría que hacer?, ¿qué tarea me encargarían a mí?, no me había planteado lo difícil que podía ser, hasta estos momentos en los que me dirigía al encuentro de los que serían mis compañeros durante esta etapa de mi vida, que ahora se me hacía tan novedosa y a la vez tan rara, un verano trabajando.

    Yo un universitario acostumbrado a que todo me lo hicieran, en casa mamá se había encargado siempre de que todo estuviera limpio y preparado, nunca me había planteado que yo un día lo tendría que hacer, por lo que nunca me había preocupado en aprender, ni a lavarme unos calcetines, y claro menos a cosérmelos si alguna vez se me rompían. Eso era normal en mi casa y creo que en todas debía suceder lo mismo, los chicos no ayudábamos a nada, bueno alguna vez a poner la mesa, si mi hermana Carmen estaba ocupada.

    Pero aquel día que dejé la casa para irme al Colegio Mayor no pensé en el trabajo que me caía encima, me tuve que esforzar por ir limpio, ya que se me acumulaba la ropa en el cesto de lo sucio, sin saber ni como poner la lavadora, por más que en casa quisieron enseñarme.

    Mi hermana mayor se esforzó en decirme una y otra vez que todo era sencillo, solo había que darle a aquel botón, sí, claro, pero ¿y lo del detergente?, ¿cuándo había que echárselo?, ¿y cuanta cantidad?, eso de la lavadora era cosa de mujeres, estaba claro por eso, solo ellas lo entendían.

    Hay cosas que son muy difíciles de entender, con lo sencillo que era en casa, con ir al armario y todo estaba colocado, limpio y planchado, esperando solo que alargues la mano y lo cojas. No sé sobre las otras madres, pero la mía tenía siempre todo bajo control, nunca que se necesitaba algo para ir a clase o a jugar con los amigos estaba ni sucio, ni arrugado, y mira, que lo había dejado irreconocible cuando volvía a casa después de una tarde de juegos, pero ella con minuciosidad, esa que no me explico cómo lo hacía, pues parece que a las madres les dura más el día. ¡Quizás es que tengan más horas!, porque hay que ver cuantas cosas tienen que hacer.

    Desde que deje la casa, cuanto he echado de menos sus guisos, sobre todo su exquisito caldo gallego, ese que te entona en los fríos días de invierno, sus camisas a punto con su cuello almidonado y hasta los zapatos relucientes, ¿cómo podría haber quitado el barro, con el que los había dejado al regreso de mis juegos?

    La verdad es que nunca me lo planteé, tiene que saber de todo, ¿dónde lo habrá aprendido?, porque por lo que sé, en mi casa que yo recuerde nunca ha entrado un electricista para arreglar un enchufe, y mira, que yo con mi manía de tirar del cordón sin cuidado, los sacaba de su sitio, arrancaba todo el enchufe de cuajo, como me decía ella:

    ―Manu otra vez, pero hijo a ver si tienes cuidado.

    Pero cuando volvía a necesitarlo ya estaba arreglado, si solamente estaba ella en casa, no había duda de quien se había molestado en arreglar lo que yo estropeaba, y, ¿quién me forraba siempre los libros?, pues claro ella.

    ―Mami esto se me ha estropeado ―la decía―. ¿Me lo puedes arreglar?

    Allí estaba ella con su sonrisa diciendo:

    ―Trae, no tiene importancia.

    ―Mami esto no me sale bien, ¿me ayudas que tengo que terminarlo?

    ―¡A ver!, mira, se hace así ―me decía y dejaba lo que estaba haciendo para enseñármelo.

    Mami esto, o lo otro, y ella como si yo fuera el único del mundo me ayudaba. Claro que ahora que caigo, lo mismo les hacía a mis hermanos, y digo yo, ¿cuántas manos tenía?, ¿cómo le podía dar tiempo a todo?, y encima pintaba, eso sí que no sé cuándo lo hacía.

    Algunas veces por la mañana, veía allí en el rinconcito que ella tenía, donde no quería que nadie le tocara nada, contemplaba uno de esos cuadros que ella pintaba, ¡qué colorido!, ¿de dónde los sacaría?, siempre me lo pregunté, por qué nunca la veía hacerlos, solo la escuchaba, cuando era pequeño:

    ―Manu no lo vayas a tocar que está recién pintado.

    Y me lo decía con tono serio, ese que ponía cuando algo era importante y que los niños tan bien sabemos distinguir, y procuramos obedecer sabiendo que no es una broma.

    Pero si yo me acababa de levantar, ¿acaso ella lo hacía mientras los demás dormíamos?, luego de mayor obtuve la respuesta, efectivamente cuando todos descansábamos y la casa ya estaba en silencio, cuando había terminado las múltiples tareas, cuando había preparado para el día siguiente la ropa que todos nos teníamos que poner, ella se ponía a pintar, decía que le ayudaba a descansar para estar bien a la mañana siguiente.

    <<<<< >>>>>

    Salimos a la calle, ella cerró la puerta con decisión, luego echó la llave, me quedé sorprendido de que una puerta tan antigua y tan enorme, tuviera una llave tan pequeña, y mirando observé que la cerradura, el orificio que en la antigüedad servía para cerrar, ahora solo era un adorno, pues por su tamaño, la llave que se debía usar tendría que ser muy grande, seguro que de esas de hierro que tanto pesaban, desde luego no se podría llevar en ese pequeño bolso, donde vi que guardaba la llave la bibliotecaria.

    Con paso decidido, se dirigió a una de las calles laterales, como iba tan deprisa, igual que le había visto moverse por los pasillos de la biblioteca, y me costaba poder caminar a su paso, aunque lo intentaba, no tuve más remedio que decirla:

    ―Por favor señorita, un poco más despacio o no la puedo seguir, va usted muy deprisa.

    Ella me miró de arriba abajo como queriéndome hacer una radiografía y musitó:

    ―¡Huuum!, ¡qué juventud!, que pocos paseos dan, ¿verdad?, seguro que prefiere estar sentado horas, sin darse cuenta de la necesidad que tiene el cuerpo del movimiento, para sentirse bien y que no se noten en los huesos el paso de los años ―me respondió mientras aminoraba el paso un poco.

    ―Sí ―Yo musité bajito. Pero en realidad, ¿a qué le había contestado?, ¿a qué me pasaba el día sentado o que me estaban empezando ya los huesos a reclamar atenciones?, Yo que en mis buenos tiempos no dejaba ni un solo día de hacer deporte, ahora tenía que tomarme algún día una pastilla para poder aguantar los dolores, sobre todo en las rodillas, que creo que no era por falta de andar, si no por las horas interminables que me pasaba sentado.

    Tenía ella razón, fuera lo que fuera había acertado, me esforcé en seguirla sin volver a protestar, de pronto pensé que yo había estado todo el tiempo sentado, buscando información en esos libros los que había cogido de las estanterías que ella me había indicado, pero desde allí la podía ver en su puesto de trabajo, donde había observado que no había ni un asiento, así que ella estuvo todo el tiempo de pie.

    ¡Qué resistencia! ―pensé―. Yo no lo habría aguantado. Bueno ―Razoné como disculpa―. Estará acostumbrada, a saber, los años que lleva desempeñando este mismo trabajo.

    Como iba distraído con mis pensamientos, ya que ella andaba en silencio, no me había dado cuenta del lugar donde estábamos, ni por las calles que pasábamos. Eso suele ocurrir cuando uno va conduciendo, si va solo tiene que fijarse en todos los detalles, para llegar al lugar que quiere ir, pero si alguien a su lado le va indicando la dirección, cuando llega se da cuenta de que, si tuviera que volver no sabría por dónde ir, ya que no se fijó por donde había venido, solo se había fiado del que le iba guiando y de seguir sus indicaciones, eso me pasó a mí y ya casi me pasaba del sitio, cuando la escuché:

    ―¡Aquí es!, hemos llegado, ya verá cómo encuentra algo de lo que busca. Creo que es el sitio donde tienen más material de ese tema en todo Santiago.

    Ella se había parado, y yo ni me había enterado, pero al oírla me paré rápidamente y mirando vi el escaparate, era una librería muy antigua, ella entró allí enseguida, y antes de que yo la alcanzara ya estaba saludando a un anciano que había sentado, pensé que era el dueño, al acercarme a ellos, escuché al señor como levantándose de su asiento la saludaba.

    ―Hola Pilar, ¿cuánto tiempo sin verte?, creía que ya habías olvidado la dirección de este lugar, o, ¿es que has estado tan atareada, que no has tenido tiempo de venir a visitar a un viejo amigo?

    Ella bajito le dijo a modo de disculpa:

    ―¡Perdone!, el tiempo no me sobra como ya sabe, pero tiene razón ha pasado mucho desde la última vez y no debía de haber sido así, ¿qué tal se encuentra?

    ―¡Bien!, ¡como siempre!, con mis achaques, ya sabes..., ¡bueno!, ¿y qué te trae hoy por aquí?, que te veo muy bien acompañada ―le preguntó aquel hombre, al que pude ver como la guiñaba un ojo mientras se lo decía.

    ―¡Perdone!, ¡perdone! ―dijo ella mientras se volvía hacia mí―. Mire le presento, y mirándome me dijo:

    ―¡Que despistada!, pero si no sé ni su nombre.

    ―Tan despistada como siempre, no has cambiado nada ―dijo el anciano librero y soltó una carcajada―. Recuerdo aquella primera vez que nos conocimos, la tímida muchacha curiosa que necesita preguntar algo, pero que su vergüenza no le deja ni hablar, y cómo te pedí que me lo escribieras, para poderme enterar, pues tus palabras te salían tan entrecortadas que no había forma de entenderte, ¿recuerdas lo que escribiste? ―la preguntó el anciano acercándose a su oído.

    ―No ―le respondió ella, un poco sorprendida por la inesperada pregunta.

    ―Pues yo sí, no lo he olvidado a pesar de todo el tiempo transcurrido, escribiste en aquel papel con letras grandes, sería para que lo leyera bien. <>. Sí, así, eso me ponía aquel papel ―dijo aquel hombre mirándome―. Yo un comunista reconocido por todos, solté una enorme carcajada que se escuchó en todo el local, y tú llorosa me pediste perdón. Aun no sé por qué, pues no me habías hecho nada.

    Bueno vamos a lo de hoy, que como soy un viejo, cada vez vivo más en el pasado y de recuerdos, que desde luego son más divertidos que el día a día, donde no pasa nada diferente, todos los días son iguales, aquí nadie entra y yo me paso la mañana con el plumero, dándole a los viejos libros, para que el polvo no se les acumule tanto, no se pueden dejar ni un solo día, y por la tarde sentado en la entrada saboreando un café y tomando un poco el solecito, si ese día el sol se ha dignado visitarnos y si no me tomo el café sentado al brasero calentito para que estos huesos no protesten tanto, si eso es posible, ¿y de tu vida? ―la preguntó de repente, como dándose cuenta que ella estaba allí.

    Pilar, ¿no te casaste verdad?, ¿sigues teniendo aquel gatito gris que tanta compañía te hacía, y que tantas veces te rompió aquel cojín que le tenías tanto cariño?

    ―Pero si ha pasado casi un siglo, ¿cómo se puede acordar de todo eso? ―le preguntó ella riendo.

    ―¡Anda exagerada! ―contestó él―. Sí, años sí que es verdad que han pasado. Entonces tenías unas bonitas trenzas morenas y ahora veo alguna cana, que seguro no te has pintado ―la dijo él bajito.

    ―No, son naturales ―le contestó ella con una triste sonrisa―. ¡Cómo pasa el tiempo!

    ―¡Bueno!, ¡bueno!, dejemos la melancolía… y me decías que habías venido con este joven... pero no te he dejado decirme a qué ―añadió él mirándome.

    ―Pues casi a lo mismo que aquella primera vez ―le contestó ella. A que nos enseñe todo lo que tiene sobre Las Apariciones De Fátima, que parece que es algo que le interesa, y como sabe ese tema es el mío. Me he alegrado muchísimo de que alguien me lo haya recordado, y le he dicho que le ayudaría a encontrar esa información, que seguro que algo de ella hay por aquí.

    ―Joven ―dijo de pronto el anciano―. ¿Es usted creyente?

    Yo sorprendido por su pregunta le contesté entrecortado:

    ―No, pero ¿eso importa?

    <<<<< >>>>>

    Era un tema que tenía muy claro, y desde hacía mucho tiempo había debatido sobre ello, con familiares y amigos, pero cuando llegué a la Universidad se me hizo más firme la creencia, se puede ser buena persona sin creer en nada, y esa era mi filosofía de vida.

    A mi madre le costó entenderlo, pues ella siempre había estado muy metida en la parroquia y había tratado de que nosotros cinco siguiéramos con sus creencias y prácticas religiosas.

    ―Deja a los chicos que busquen su camino, que sean honrados y buenas personas, y las creencias unas u otras ya las irán aprendiendo con el tiempo y tomaran sus decisiones ―la decía mi padre.

    Él siempre la acompañaba a misa, pero no se metía en más, dejándonos libertad y poder de decisión, cosa que mi madre le decía que no era bueno para nuestro futuro.

    Mi hermana mayor Carmen, un día llamando a la puerta de mi habitación, pidiendo permiso para entrar, me dijo que había estado hablando con Don Ignacio, el cura de nuestra parroquia, que nos conocía desde pequeños, él nos había bautizado y con él habíamos hecho la Primera Comunión.

    ―¿Qué pasaba si no se creía en nada? ―Esa pregunta fue la que me dijo que le había hecho―. <> ―Esa fue la respuesta que le dio el sacerdote, y Carmen añadió―. Pero yo no le he dicho nada de ti, ha sido como si fuera una duda que yo tenía.

    Lo estuve pensando unos días, y esas palabras del cura, me ayudaron a tener una charla con mi madre, pues el tema había hecho que tuviéramos algún roce de vez en cuando.

    Un día que la pude coger sola en casa, ¡raro!, pero fue una tarde de lluvia, yo había quedado con los amigos para un partido, pero era tan intensa la lluvia que por teléfono me dijeron que lo habían suspendido. Mi padre estaba de viaje, había tenido que ir a Madrid por cuestiones de su trabajo, Carmen, mi hermana mayor, se había ido con él, pues quería ver a unas amigas que vivían allí, las conocía de la playa de Sanxenxo y le habían invitado en varias ocasiones a ir a conocer la capital.

    Había aprovechado el viaje de mi padre, y así Él no iba solo, como dijo ella, claro para justificar que la dejaran. Bueno, la verdad es que mi padre agradecía ir acompañado en el coche, así podría charlar con alguien y el viaje no se le hacía tan pesado.

    Los gemelos tenían un examen importante, así que, aunque a la hora de irse llovía, no pudieron quedarse en casa, y Chelito, la peque estaba en la cama con gripe, y dormía después de haberse tomado su medicina.

    ―Mamá, tenemos que hablar ―la dije poniéndome de frente a ella, aprovechando que todo estaba tranquilo en casa.

    Recuerdo aun su cara, como si fuera en este mismo instante, sus bonitos ojos marrones me miraron con interrogación, penetrantes, queriendo adivinar lo que la quería decir, como tantas y tantas veces, que no sé cómo se las arreglaba, pero antes de que yo abriera la boca, ya me estaba dando la respuesta de aquello que la quería preguntar.

    ―¿Qué te pasa?, ¿estas enfermo?, ¿te ha contagiado Chelito la gripe?, ¿te han suspendido? ―preguntaba nerviosa, con tanta velocidad que antes de terminar una pregunta ya tenía la siguiente en la boca y no me dejaba a mí ni hablar.

    ―No, espera, espera, vamos a sentarnos un poquito y charlar ―la dije tomándola de los hombros para tranquilizarla un poco.

    ―Bueno, pero antes te preparo un vaso de leche calentita, para que te entone el cuerpo ―me dijo y antes de que la contestara, ya había, de dos zancadas, ido a la cocina y puesto en el hornillo el cazo con leche, esperó un poquito a que se calentara, me lo trajo, y me dijo mientras me lo daba―. Tómalo calentito, le he echado un poco de miel que te vendrá bien.

    Con el vaso entre las manos, sintiendo como el calor me reconfortaba en esa desapacible tarde, y habiéndome sentado en el sofá, junto a ella, cosa rara, pues siempre estaba el sofá lleno para ver la televisión de frente y a ella le tocaba estar en una silla, ahora teníamos todo para nosotros dos.

    No recuerdo la última vez que habíamos tenido un rato a solas, siempre estaba haciendo algo.

    ―Bueno, dime, que me tienes en ascuas ―me dijo―. ¿De qué quieres que hablemos?

    Yo tratando de buscar las palabras, más…, como diría, más suaves, para que no lo mal interpretara y no le hicieran daño, la empecé preguntando:

    ―Mamá, ¿tú me quieres?

    ―Pero hijo, qué pregunta, ¿acaso lo dudas? ―me preguntó ella muy sorprendida mirándome.

    ―No, contesté rotundo, escúchame que es muy importante ―la dije.

    ―Ya me parecía a mí, ¿estás de broma no? ―me dijo más tranquila sonriendo.

    ―No mamá, estoy hablando en serio.

    ―Y yo ―repuso ella.

    ―¿Crees que te quiero? ―la volví a preguntar, mirándola fijamente a los ojos, para ver su expresión.

    ―Pues claro, nunca lo he dudado, pero que raro estas hoy, dime ya lo que te pasa que me estas empezando a preocupar ―dijo ella moviéndose inquieta en el sofá.

    ―Mamá, soy ateo ―la dije después de echar un largo trago al vaso de leche como para tomar fuerzas y poderle decir lo que tanto me estaba costando., pues sentí que era ahora o nunca.

    ―¿Queeeé?, pero ¿eso qué quiere decir?, no digas tonterías ―dijo muy seria.

    ―Mira, mamá, no voy a ir más a misa… ―Y le iba a explicar... pero no pude añadir nada más, ya no me escuchaba.

    ―Hijo, seguro que tienes fiebre, vete a acostar ahora mismo, que voy a por el termómetro que lo he dejado sobre la mesilla en la habitación de Chelito, antes cuando se lo he puesto.

    Dando un salto se levantó del sofá, como impulsada por un invisible resorte y con paso decidido se alejaba por el pasillo sin darme tiempo a mí a reaccionar.

    ―Ven que tenemos que hablar, no estoy malo, estate tranquila ―La iba diciendo andando detrás de ella, intentando poder convencerla y seguir con la conversación.

    Pero ella haciendo oídos sordos, siguió avanzando obligándome casi a correr para alcanzarla. Lo logré cuando ya tenía apoyada la mano en el picaporte de la puerta donde mi hermanita dormía plácidamente. Poniéndome un dedo en la boca la dije:

    ―¡Pisssss!, la vas a despertar ―Y añadí bajito―. Ahora que parece que la fiebre ha bajado y puede descansar tranquila, después de la mala noche que ha pasado, no vayas tú a despertarla haciendo ruido.

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    ¿Qué estaría viendo?, ¿qué motivos tenía para esos gritos?, a todos nos despertó y asustados acudimos a su habitación. Mamá había llegado primero y ya la estaba consolando. Chelito dormida lloraba desconsoladamente, y entre gritos decía cosas que no entendíamos.

    ―Pequeña, tranquila, no estás sola, estoy contigo y nada te va a pasar ―Le estaba diciendo mamá allí al lado de la cama, y mientras suavemente le acariciaba la cabeza.

    Parecía que Chelito no la escuchaba, hasta que Carlitos llegó corriendo y echándose en la cama, se abrazó a ella y la dijo:

    ―Aquí estoy yo para defenderte, no tengas miedo, que no te voy a dejar sola.

    Ella en ese momento se despertó y viéndonos a todos alrededor de su cama se extrañó, y en sus ojos febriles se podía ver cual confundida estaba, pero no acertó a decir palabra, solo nos miraba una y otra vez.

    ―Tranquila, ya ha pasado todo, ves, no estás sola, estamos contigo pequeña, no tengas miedo no te va a pasar nada ―La estaba diciendo mamá, mientras la abrazaba y le daba un cariñoso beso.

    ―¿Por qué no llamas al médico mamá? ―dije preocupado ante lo que estaba pasando, pues no lo entendía, era la primera vez que veía a mi hermanita de esa manera.

    ―Pero hijo, ¿a estas horas le voy a molestar para un constipado?, la de veces que he pasado por esta situación ―me contestó ella más tranquila.

    ―Pero mamá ―protesté―. Es que ni siquiera está papá aquí para llevarla al hospital si es necesario ―insistí―. ¿Y si se nos pone peor que vamos a hacer nosotros con ella?

    ―No va a pasar, tranquilo y no seas un niño que tú ya eres un hombre, y ahora que no está papá eres el hombre de la casa, mira cómo Carlitos ha sabido afrontar la situación.

    ―Sí, pero la ha despertado y eso no sé si será bueno ―dije un poco avergonzado.

    En ese momento entró Tono a la habitación, con un vaso de agua, y le dijo a Chelito:

    ―Tómatelo, que con eso se te pasa el susto, seguro.

    Nos echamos todos a reír, desde luego este par de gemelos siempre nos estaban sorprendiendo. La situación cambió. Chelito a pesar de su fiebre, estaba más tranquila por lo que mamá nos mandó a todos a la cama.

    ―A dormir que el examen de mañana sabéis que es importante, y papá no quiere escusas para que no lo aprobéis ―les dijo a los gemelos.

    ―Mamá, pero si está chupado ―dijo Tono, el más revoltoso de los dos.

    ―Sí, chupado, será para ti que eres un empollón ―dijo Carlitos.

    ―¡Anda!, mamá me llama a mí empollón, él que no deja de estudiar ni en vacaciones ―protestó Tono poniéndose de mal humor, porque no le gustaba que le llamaran así.

    Otra vez nos provocó una sonrisa, y mi madre ya poniendo una voz más seria nos dijo:

    ―Bueno cada uno a su cama, que aquí me quedo yo, y no necesito más charla, que hay que descansar que la noche se pasa rápidamente, a dormir sin rechistar.

    Por el pasillo de camino a los dormitorios les dije a los gemelos:

    ―Bien hecho chicos, siempre debéis proteger a vuestras hermanas.

    ―Sí, pero Carmen ya es muy grande y no nos necesita ―protestó Tono.

    ―Mirar ella cree que no os necesita, pero las mujeres siempre necesitan un hombre a su lado para que las defienda y las proteja, ¿y quién mejor que un hermano? No la hagáis caso cuando dice que ella es la más grande y no necesita de nadie, seguro que os tiene un poco de envidia por no tener una hermana con quien hablar de sus cosas que tenga su edad, porque Chelito es muy pequeña para que la pueda aconsejar, como me pasa a mí, que me aburro cuando no tengo sueño, y vosotros tenéis la suerte de poder charlar bajito hasta que os dormís, que cuando os oigo me dan ganas de coger mi colchón y venirme a esta habitación con vosotros.

    ―¿Es que tú también tienes miedo como le pasa a Chelito esta noche? ―me dijo Tono bajito.

    ―No ―le dije sonriendo―. Venga a dormir, se acabó la charla, que mamá se va a enfadar de verdad y nos va a castigar por no obedecerla, además ahora que no está papá tenemos que portarnos mejor para que mamá esté contenta con nosotros.

    Cerrando la puerta de su dormitorio, me dirigí al mío, ese lugar que me asignaron diciendo que ya era grande y tenía que dormir solo, pues casi era un hombre. Aun no lo he entendido, Carmen y Chelito compartían habitación, aunque esta noche por estar Carmen con mi padre de viaje, su cama estaba vacía. Bueno, ahora se acostaría mamá en ella, pero yo había tenido que irme a dormir a aquella pequeñísima habitación que apenas entraba la cama, para dejar sitio a los gemelos, eso no me importaba mucho, pero si sentía la soledad algunas veces y eso no me gustaba.

    Papá decía que ¿por qué no cerraba la habitación?, que, si era miedoso con lo mayor que era, pero no, solo era porque quería oír hablar a los demás, los gemelos desde su litera se lo pasaban más divertido que yo, ya sabía que en aquella habitación no cabía mi cama, pero a los niños hay razones que no le entran y esta era una de ellas.

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    Como el tiempo pasó rápidamente, antes de que nos diéramos cuenta en la casa sobraba sitio. Carmen empezó la Universidad, y claro, como todas sus amigas se fue de casa. Era lo moderno, según decía mi padre. Aunque mamá se oponía a ello no tuvo más remedio que ceder, eso sí con la condición, de que todos los domingos tenía que venir a casa, y no iba a admitir ninguna excusa.

    ―Si un día lo dejas, ya será más difícil que vuelvas ―la dijo mi padre―. Así que, aunque estés mala o tengas que estudiar aquí te quiero ver. Bueno si te pones mala, pues te vienes sea el día que sea. Así te podremos cuidar, porque el que te marches no quiere decir que dejas de ser miembro de la familia, ni que vamos a dejar de quererte igual.

    Mi hermana muy seria prometió venir todos los domingos y dijo que también la llamáramos si alguna vez pasaba algo y la necesitáramos, que ella tampoco iba a dejar de ser nuestra hija y hermana solo porque no durmiera en casa.

    Así pasaron los dos cursos que me llevaba de ventaja, como digo, el tiempo pasó volando, y creo que fueron mis buenas notas las que decidieron mi futuro.

    Cuando se marchó Carmen, me planteé una cuestión, aunque no la compartí con nadie. Yo también me quería ir y vivir fuera de casa, sabía que eso era imposible, que papá trabajaba en un sitio seguro y que su sueldo era bueno, al menos eso nos decía a nosotros, que yo nunca supe cuántas pesetas ganaba, pero nunca le daría para tener a dos hijos independientes, ya que seguía teniendo otros tres con sus necesidades, así que me dije, Si aprieto y saco beca, seguro que no se opone a lo que le pida, y así fue los dos últimos cursos además de asistir a clase como un mueble, como había hecho mucho tiempo, solo para escuchar y coger apuntes, empecé a participar, hacia trabajos extras y los profesores enseguida se dieron cuenta de mi cambio, pues alguno de ellos como en broma me lo comentaron.

    ―Parece que antes estabas dormido y por fin te has despertado y te han empezado a interesar las clases y como dice el refrán, más vale tarde que nunca, al menos así irás un poco más preparado.

    Había terminado sexto con las mejores notas del curso, hasta los profesores me habían felicitado, eso hizo que la reválida me fuera fácil de sacar, y la verdad me encontraba bastante satisfecho de mí mismo. Cuando me lo había propuesto lo había conseguido. El preuniversitario, el preu, me fue muy fácil y eso también me subió la moral. Todos los de la pandilla teníamos mucho miedo a un fallo en ese punto tan importante de nuestra vida estudiantil, pero todos lo pasamos sin problemas.

    Fue Carmen y su ejemplo lo que me hizo cambiar, desde que vivía fuera de casa, cuando venía parecía otra, más madura, más interesante, siempre tenía algo diferente que contar, compartía con mis padres sus ideas, cosa que antes nunca se lo había escuchado, parecía que era otra persona.

    Mi padre decía que, si lo hubiera sabido, la habría mandado antes fuera de casa, claro era en broma, solo con la boca chica, pues ella por ser la mayor era su niñita. Bueno, y Chelito por ser la pequeña era su peque. De todos se veía que las chicas eran sus favoritas, aunque no por eso las dejaba de exigir como a nosotros. No les pasaba una mala nota, claro que nunca se la trajeron, pero siempre que tenían un examen se las arreglaba para echarlas una mano, y explicarles las cosas bien hasta que lo entendían. Bueno, a nosotros tres también nos ayudaba, de eso no me puedo quejar, siempre para él fue muy importante que todos estudiáramos, y nos labráramos un buen futuro, como solía decirnos, aunque fuéramos pequeños y no sabíamos que significaban esas palabras.

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    Al entrar en ese lugar donde había tantos libros por todos lados, con un orden que, seguro que el señor conocía, pero que desde luego a simple vista solo parecía eso, libros amontonados por todas partes, recordé una vez que de pequeño fui a casa de mis abuelos y estaban haciendo limpieza. Creo que por que había habido una gotera y los albañiles tuvieron que arreglarla, y después pintar la habitación, yo era tan pequeño que aún no iba a la escuela y ni los gemelos ni la peque habían nacido.

    Mi madre me llevó a casa de los abuelos, porque ella tenía que ayudar a la abuela con todo ese jaleo, como decía, bueno recordaba eso en estos momentos, porque es la única vez que he visto tantos chismes acumulados, había cajas por todos lados.

    Pero lo que más me llamó la atención es que los libros del abuelo, esos que siempre estaban tan bien colocaditos en su sitio, ahora estaban en montones en el suelo, sí, en el suelo, ¿cómo podía ser?, y había tantos..., tantos, ¿para qué querría tantos?, ¿se los habría leído?, bueno ese pensamiento no sé si le tuve en aquellos momentos o más adelante de mayor.

    Cada vez que entraba a su despacho le preguntaba:

    ―Abuelo, ¿has leído todos estos libros?, ¿todos?, ¿todos? ―Pues había libros hasta casi el techo y estaba seguro que hasta allí el no alcanzaba.

    ―Sí Manolito, y muchos más ―contestaba él risueño―. Y seguro que tú lo harás cuando seas mayor, porque yo te los voy a dejar leer todos si tú quieres.

    Yo me quedaba extasiado mirando, qué colores, qué gordos, cuántos, y todos colocados allí en sus estanterías. Qué paciencia tenía que tener para poder tener todo ordenadito. Nunca me dejaba tocarlos, cuando yo quería coger alguno para ver sus dibujos.

    ―Peque ―me decía―. Eso no se toca, cuando seas mayor, si te portas bien te los dejare ver.

    Ahora mirando entretenido todos estos montones que tenía delante, pensé lo difícil que tuvo que ser para mi abuelo, colocar sus libros en las estanterías y dejarlos de nuevo cada uno en su sitio después de aquella limpieza de la habitación, pero el abuelo siguió con su orden y sus lecturas, que años más tarde compartió con Carmen, que fue la que se interesó por el mismo tema, pues ella estudió derecho como él.

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    El dueño de la librería, se había encaminado despacito, pues apenas si podía andar, se ayudaba con un viejo bastón, y sin dejar de hablarnos se dirigió entre las mesas llenas de montones de libros a una, con mano temblorosa retiró dos o tres libros de un montón y me indicó:

    ―Joven, aquí tiene todo lo que necesita, pero he de advertirle de algo ―Y poniendo voz misteriosa me dijo bajito, buscando mi mirada, con unos ojos penetrantes―. Entonces, si no es creyente, ¿qué es?

    ―Soy ateo ―le dije muy bajito, temiendo su reacción, pues no sabía cómo le podía sentar la respuesta.

    ―Pero ¿ateo, ateo de los de verdad?, ¿o de los que lo son por seguir la moda? ―me volvió a preguntar.

    ―De los de verdad, ¿qué se cree?, ¿que eso puede ser como un jersey que uno se pone o se quita cuando se le mancha? ―le dije un poco serio, pues me había sentado mal su observación.

    ―Pues a un ateo, esto no le servirá de nada, pero no me creo que usted lo sea ―dijo serio.

    ―De verdad que lo soy, no le engaño ―le dije también bajito, aunque no sé por qué hablábamos así solo la bibliotecaria estaba allí y ella nos oía de todos modos.

    ―Mire joven, un ateo según tengo entendido, es aquel que no quiere saber nada de nada ―me dijo muy serio―. Y menos de estas cuestiones. A mí no me engaña, soy ya demasiado viejo y he visto muchas cosas, y a esos se les nota nada más que abren la boca.

    ―Sí, algo de razón tiene señor ―le dije―. Pero todos no somos iguales, yo no busco otra cosa, solo las respuestas si es posible científicas a unos hechos sucedidos en un lugar, nada más.

    Como pareció ponerse muy tensa la conversación, ella sutilmente, la bibliotecaria, Pilar, como había oído antes que le habían llamado preguntó:

    ―¿Tiene algo nuevo interesante para mí?

    ―Siempre tengo algo nuevo, ya lo sabes, tú eres la que no me quieres visitar.

    Mientras ellos seguían hablando, yo eché un vistazo a los libros que me había enseñado. Había varios y me dije: ¿Para qué tantos sobre un mismo tema?, con uno creo que será suficiente, desde luego no entendía que el tema fuera tan importante para que se hubiera escrito tanto sobre ello, y no me daba cuenta de que me estaba implicando cada vez más.

    Pilar se me acercó, pues el anciano, se había marchado hacia la puerta, ya que había llegado el cartero y desde allí le escuchamos decir:

    ―Hola, ¿me traes algo hoy? ―preguntó en un tono jovial el librero al cartero.

    ―Algún papel que otro, hay por aquí ―El cartero respondió.

    ―Menos mal que al menos alguien se acuerda que existo, porque de no ser por ti muchos días no hablaría con nadie ―le dijo el anciano de la librería al cartero.

    ―Pues veo que hoy está muy bien acompañado, le dejo que parece que se han puesto todos de acuerdo para escribir y tengo mucho trabajo ―dijo el cartero marchándose.

    Cuando se quedó solo, el señor despacito se nos acercó de nuevo, mientras Pilar se había puesto a hojear uno de los libros allí amontonados.

    ―Este no le conozco ―dijo sorprendida―. ¿Cuándo ha llegado?

    ―Claro, ya te dicho que tenía novedades ―la contestó el hombre poniendo una sonrisa―., pues ya lleva aquí, espera que recuerde..., sí, creo que unos meses.

    Yo eché un vistazo al libro que ella tenía en la mano, estaba en inglés, y me sorprendió que ella lo supiera, con lo difícil que era, ese idioma era mi tormento, el francés había sido fácil, pero un día me dijo mi padre:

    ―Hijo, ¿por qué no estudias inglés? ―Así sin más cuando entró a casa.

    ―¿Para qué?, si nunca voy a ir a Inglaterra ―repuse con los ojos muy abiertos.

    ―Bueno eso nunca se sabe, además siempre es bueno saber cosas nuevas ―me contestó él.

    ―Pero papá si ya tengo suficiente con mis libros de estudio ―protesté para escaquearme―. Y no me sobra el tiempo, ¿es que quieres complicarme más la vida?

    ―Mira, no se hable más, he visto una academia donde van a empezar a dar clases de ese idioma y me ha parecido interesante, he venido pensándolo por el camino y creo que es bueno para ti ―me contestó dando por terminada la cuestión, de esa forma que él hacía cuando no quería seguir hablando del tema.

    Ese día estaban los abuelos comiendo en casa, y enseguida intervino mi abuelo dándole la razón a papá diciendo:

    ―Estos chicos que no se quieren esforzar nunca, con lo bonito que es estudiar y un idioma siempre es interesante.

    ―Abuelo ―dijo Chelito―. Bonito, bonito, a veces es muy pesado y aburrido lo que hay que leer, y luego toda la tarea que te ponen, ¿para qué se necesita?, no lo entiendo.

    ―Mira hija, segura que, aunque ahora no lo entiendas, cuando seas mayor

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