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Sólo para Jannis: #4YEO
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Sólo para Jannis: #4YEO
Libro electrónico148 páginas2 horas

Sólo para Jannis: #4YEO

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Sólo para Jannis es una novela que trata un tema de actualidad: el uso inadecuado de las redes sociales por parte de los adolescentes y los graves problemas que su mal uso puede conllevar. La novela comienza precisamente con un intento de suicidio, después de que Lilly, de catorce años de edad, comparte con su novio varias fotografías donde aparece desnuda, las cuales acaban a la vista de todos. A partir de ese momento, todo va de mal en peor. A los insultos y burlas de sus compañeros se unen las reacciones negativas de sus padres y profesores. Lo único que le queda a Lilly es el barco de vela en el que sale a navegar, que pertenece al club del que son miembros sus padres. En el barco Lilly consigue olvidar por unos momentos el infierno en el que se ha convertido su vida; sin embargo, no tardan en arrebatarle también este espacio. Abrumada por el escándalo, Lilly cree no tener ninguna salida, pero al final se abre una puerta que le permitirá recuperar su seguridad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 dic 2019
ISBN9786071663139
Sólo para Jannis: #4YEO

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    Sólo para Jannis - Carolin Philipps

    XX

    I

    "4YEO! ¡Las hice sólo para tus ojos, Jannis!"

    ¿Cuántas veces pensé, dije y escribí esto en las últimas semanas? Cada vez un poco más descorazonada, cada vez un poco más desesperada. Hace cuatro semanas todo iba bien en mi vida. Mejor que bien: tenía muchos amigos, muchos planes y, sobre todo, tenía a Jannis. No podía ser más feliz.

    Ahora lo he perdido todo. A mis amigos, mis planes, a Jannis y la esperanza de que esta pesadilla acabe algún día.

    ¡Puta!

    ¡Perra!

    ¡Sé una zorra una vez y lo serás toda la vida!

    Creo que no queda ni una grosería que no me hayan escupido a la cara, ningún insulto que no me hayan enviado por WhatsApp o Facebook. Mis amigos, desconocidos, el mundo entero: todos se burlaron de mí y me trataron como si fuera basura.

    ¡Vaya melones!

    ¿Dónde se reservan tus servicios?

    4YEO! Las fotos las hice sólo para él, para nadie más que para él.

    Podría soportar que los demás no me creyeran, pero Jannis me conoce mejor que eso. Debería haberse puesto de mi lado. Lo único que puede reprocharme es que sintiera celos de Jenifer. Al principio me defendí. Luego llegó un momento en que reconocí que todos tenían razón. ¡Soy una zorra, una perra, una puta! Sólo yo tengo la culpa: todo empezó con mis fotos. Si no las hubiera hecho, todo esto no habría pasado.

    Pero pasó. Y no importa cuántas veces me arrepienta, no importa lo que haga: no puedo borrarlo del pasado. Me seguirá a todas partes, lo llevaré pegado en la frente hasta que me muera. Tengo catorce años y probablemente tenga que vivir una buena cantidad de ellos más. ¡Me horrorizo sólo de pensarlo!

    Además, empujo conmigo al infierno a cualquiera que intente seguir siendo mi amigo.

    ¿Qué haces con esa zorra?, le preguntaban a Tessa, quien hace poco fuera mi mejor amiga. A lo mejor tú eres igual que ella. ¿También te hiciste fotos? ¡A ver, enséñanoslas!

    Durante los primeros días, Tessa intentó reconfortarme: Dentro de un año todos se habrán olvidado de esas fotos, ya lo verás.

    Luego dejó de hacerlo. No le reprocho que no siguiera de mi lado. Ahora Samantha es mi única amiga.

    ¿Debo esperar un año hasta que mis fotos no sean más que un recuerdo lejano? ¿Seré capaz de soportarlo?

    Al principio pensé que podría. Pero igual que Tessa renunció a mi amistad, porque ya no lo soportaba más, también yo me rindo ahora.

    No soy capaz de esperar un año.

    Además, eso no me devolvería a Jannis. A su lado tal vez lo habría conseguido.

    Me he convertido en una carga para todos. Para Jannis, para mis papás, para mis amigos… ex amigos, para mi equipo de vela… ex equipo. A cualquiera que me mira le vienen a la mente las fotografías. ¡Malditas fotografías! Desearía no haberlas hecho nunca. Demasiado tarde; existen y existirán para siempre, a menos que…

    Durante las últimas semanas deseé a veces poder salir de mi cuerpo, abandonarlo y empezar en otro nuevo desde cero. Es como una cárcel en la que cumplo cadena perpetua sin la esperanza de que me concedan la libertad anticipada por buen comportamiento. Cadena perpetua, a menos que…

    Entonces todo acabaría, yo sería libre; por fin libre otra vez.

    Todo tiene solución —me dijo mi papá—. Sólo hay que encontrarla.

    ¿Y si no la encuentro?, le pregunté.

    Entonces es que no buscaste lo suficiente.

    Tiene razón.

    Después de buscar tanto tiempo, ahora la he encontrado.

    Mi solución.

    ¿Habrá alguien que comprenda por qué tuve que elegir este camino y no otro? Probablemente no, pero a mí tampoco me importará ya.

    Es una salida de emergencia que sólo se entiende si se conoce el camino que me ha traído hasta aquí.

    Habrá otro escándalo, la prensa se volcará sobre él y desenterrará la historia de nuevo. En las entrevistas todos fingirán estar afectados y dirán que no sospechaban en absoluto lo mal que me sentía. Y luego se olvidarán de mí; de mí y de las fotos de mi cuerpo. Como si yo nunca hubiera existido.

    Cuántas veces estuve aquí, en el tejado de la escuela, sentada junto a Jannis, o recostada entre sus brazos; sólo nosotros y las estrellas sobre nuestras cabezas. Aquí empezó todo y aquí hoy también terminará…

    II

    Debía de tener casi siete años cuando vi a Jannis por primera vez. Él ya tenía diez, iba en quinto grado y tuvo que jugar conmigo porque así se lo ordenaron sus papás, que querían hablar con los míos sin que los molestáramos. Eran amigos de la universidad y no se habían visto durante años. Ese día acababan de encontrarse de nuevo en el club de vela.

    Al momento, Jannis me pareció simpático, aunque sólo lo fue mientras nuestros papás estuvieron delante. Luego me demostró sin tapujos lo que pensaba sobre tener que jugar con una niña de mi edad: se sentó en el césped con su videojuego, a varios metros de mí, y no volvió a hacerme caso.

    A partir de ese instante ya sólo me pareció un idiota. Mi opinión no cambió durante los primeros años, a pesar de que mis papás decidieron volver a encontrarse regularmente con los suyos y recuperar la antigua amistad. Asados en el jardín, fiestas de cumpleaños, vacaciones navegando en el Mar del Norte: pasamos juntos mucho tiempo. La relación se hizo aún más estrecha cuando los papás de Jannis decidieron abandonar la ciudad y mudarse a nuestro pueblo. Mis papás ya le habían dado la espalda al mundo urbano antes de que yo naciera: pensaron que un pueblo en el que todos se conocen sería el mejor lugar para una infancia feliz y despreocupada. Cuando mamá empezó a trabajar de nuevo, yo comencé a pasar las tardes en casa de Jannis después de la escuela. Sus papás habían comprado y restaurado una vieja casa de campo. Su mamá transformó uno de los cobertizos en un taller de cerámica. Después de un tiempo ya vendía con éxito loza, jarrones y extrañas esculturas por internet.

    Jannis, con el paso del tiempo, se fue convirtiendo en un hermano mayor que me defendía cuando tenía problemas con otros niños, pero que tampoco deseaba que lo molestara demasiado. Al menos, mientras estuviéramos en tierra, donde en cualquier momento podían aparecer sus amigos y burlarse de él si lo veían con su mininovia.

    Nuestro pueblo está situado junto a un gran lago. Ésa fue otra razón por la que mis papás decidieron vivir aquí. Les encanta la vela y se pasan navegando cada minuto libre que tienen. Ya me llevaban en su barco cuando yo aún era una bebé, así que fue inevitable que la vela se convirtiera también en mi gran pasión. Pero por más trofeos que se acumulen en mi habitación y por más regatas que gane, nada es tan increíble como la sensación de libertad que experimento cada vez que me deslizo sobre el agua en mi velero.

    También Jannis y sus papás asisten al club de vela. Siempre que navegábamos en el lago, Jannis se comportaba muy distinto conmigo. Él fue quien me enseñó la diferencia entre una bordada y una trasluchada, y también practicó conmigo para los exámenes de vela. El entusiasmo por la navegación era un fuerte lazo entre nosotros. Y lo siguió siendo cuando él empezó a jugar baloncesto, mientras que yo participaba en una regata tras otra y ganaba la mayoría.

    Cuando entré a la secundaria, Jannis estaba en tercer grado. Ya casi nunca acudía a las reuniones de nuestras familias. Sus amigos le importaban más, lo cual hoy entiendo bien; mejor dicho, entendía, cuando aún tenía amigos.

    Jannis era el capitán del equipo de baloncesto de nuestra escuela y todas las chicas de secundaria y preparatoria estaban locas por él. Podría haber conseguido a cualquiera de ellas, pero en su segundo año de prepa se decidió por Jenifer, una chica de su grupo: pelo largo y rubio, estilizadas piernas y representante de sus compañeros de generación.

    También los papás de Jenifer compraron una casa de campo hace muchos años, casi enfrente de la de Jannis. La renovaron por completo, tanto, que ya casi no se reconoce que alguna vez la habitó un agricultor. Detrás de la casa hay una enorme alberca de agua climatizada. Allí tienen lugar todos los veranos las populares pool parties a las que cualquier chico de la escuela iría encantado. Con una invitación a una de esas fiestas, eres la envidia de todos.

    Me enteré de algunas historias de Jannis y Jenifer por las conversaciones entre mis papás y los suyos. El papá de Jannis decía que eran una pareja de ensueño, que iban perfecto el uno con el otro. En cambio, su mamá opinaba que Jenifer era un poco fría y muy engreída y egoísta.

    —Espero que no llegue un día en el que lo lastime dejándolo por otro —mencionó en una reunión.

    Ninguno de nosotros sospechaba que sería Jannis quien pondría fin a la relación.

    —Pero ¿acaso existe en el mundo una chica que te guste como novia de Jannis? —bromeó mi papá.

    —Claro que existe: Lilly. Ella sería perfecta —y me guiñó un ojo. Todos se rieron mientras yo clavaba avergonzada la mirada en el muslo de pollo que descansaba en mi plato. Por fortuna, no sospechaban que mis sentimientos fraternales por Jannis se habían convertido ya hacía tiempo en algo más.

    No sé si es posible percibir el momento exacto en que te enamoras de alguien. De repente allí estaba: esa sensación de que quería pasar cada segundo con él, de que el día no tenía ningún sentido si no lo había visto o no había oído su voz.

    Creo que nuestra historia empezó una lluviosa tarde de marzo, exactamente hace cinco meses. Aquel día llegué al estacionamiento de bicicletas cuando ya casi todos se habían ido. Yo acababa de salir de la clase de teatro que tenía lugar en el gimnasio de la escuela. El conserje no se veía por ningún lado, así que, en lugar de empujar la bicicleta, como se nos pide, me subí y pedaleé con energía a través del patio de la escuela

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