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Mari Nervios: Sacando fuerzas de flaqueza
Mari Nervios: Sacando fuerzas de flaqueza
Mari Nervios: Sacando fuerzas de flaqueza
Libro electrónico349 páginas4 horas

Mari Nervios: Sacando fuerzas de flaqueza

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Información de este libro electrónico

"En medio de los horrores de la Guerra Civil Española una jovencita lucha por mantener a salvo a su familia".
-- Atrapada en territorio enemigo durante la Guerra Civil Española, una chica nerviosa e impetuosa de familia militar católica se ve obligada a dejar a un lado sus peores miedos y hacerse cargo de sus hermanos menores, madre enferma mental y padre torturado prisionero de guerra. En el proceso sin saberlo demuestra el verdadero significado de valentía y lealtad.
-- Una novela de ficción histórica juvenil basada en la infancia y la adolescencia de la suegra de la autora: "Mari Nervios presenta la guerra civil española, y los años previos a ella, a través de los ojos de una joven del bando nacional del conflicto. Pero no defiende ni a nacionales ni a republicanos. Más bien, retrata a personajes de ambos bandos como las personas imperfectas que todos somos, sean cuales sean nuestras opiniones políticas o religiosas … personas capaces de amar u odiar, salvar o herir".
--Hay también un sitio web gratuito complementario que incluye fotos y documentos, páginas educativas para profesores y estudiantes, y más, ¡que enriquece la experiencia de la lectura de Mari Nervios!
--Hay también una versión en inglés del libro y del sitio web: Nervous Mary: Drawing Strength from Weakness

 

"Mari Nervios es un fascinante libro sobre la trágica historia de la guerra civil española que, basándose en conmovedores relatos familiares, halla un equilibrio entre las perspectivas de los bandos enemigos. También sirve como advertencia sobre los peligros de la polarización social y política que está experimentando gran parte del mundo en la actualidad.

            Como hijo de refugiados republicanos, este libro me ofreció un nuevo enfoque sobre la guerra y me ayudó a comprender a quienes he considerado rivales. Me recordó que cuando no estamos abiertos a comprender las preocupaciones y necesidades de nuestros adversarios ideológicos, es fácil deshumanizarlos y esto puede tener terribles consecuencias. Espero que Mari Nervios ayude a personas de todas las edades a explorar diferentes puntos de vista y a encontrar puntos en común con personas que no comparten su visión del mundo". Dr. Juan Carlos Areán, especialista en prevención de la violencia de género

 

«Militares, milicianos, sacerdotes, quintacolumnistas, novicias vestidas de muchacho... y una niña, una heroína que lucha por ayudar a su padre preso, por sacar adelante a su familia, se entrelazan, en una prosa desenfadada y rápida, en una historia de amor y guerra en la que se retrata verazmente la España de la primera mitad del siglo XX» Carmen Ímaz, periodista y filóloga hispánica, colabora en distintos medios de comunicación y es profesora tutora de la UNED

 

"Narra de una manera sencilla, amena, desenfadada y a base de tópicos, las peripecias de una familia de la clase media alta que se ve obligada a superar hambre y penalidades en unos años trágicos en el Madrid de la Guerra Civil, lo que logra gracias al arrojo de la hija mayor."

Jesus Gonzalez de Caldas, Coronel de Infantería (R), Instituto de Historia y Cultura Militar

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 dic 2021
ISBN9798201943585
Mari Nervios: Sacando fuerzas de flaqueza
Autor

Laura Atwood Duran

La autora Laura Atwood Durán nació en Boston, EE. UU., donde vivió feliz con sus padres, cinco hermanos mayores (¡todos varones!) y un perrito salchicha llamado Hércules. Empezó a estudiar la lengua española en la escuela secundaria, y le gustó tanto que continuó estudiando todos los años a pesar de no tener a nadie con quien practicar. Por fin llegó esa oportunidad cuando, en su último año de instituto, conoció por primera vez a estudiantes inmigrantes de países latinoamericanos, muchos de los cuales eran recién llegados a Boston y aún no habían aprendido a hablar en inglés. Las experiencias que vivió ese año, y las que le vinieron después al seguir estudiando la lengua y literatura española y latinoamericana en Simmons College, Middlebury Language School, y NYU en Madrid, la hicieron entender que España iba a tener una parte muy importante en su futuro. Esto se hizo realidad cuando conoció a un madrileño muy especial, un hombre que era, sin lugar a duda, su otra mitad. Se llamaba Ángel Félix Durán Muñoz, y en el año 2021 celebraron su 40 aniversario de matrimonio. En diferentes etapas durante esos 40 años, unos de los cuales vivieron en Madrid y otros en varios estados de los EE. UU., Laura ejerció como madre de cuatro hijos, maestra de español e inglés, y colaboradora en dos iglesias (una evangélica y otra católica). También le gustaba escribir: cuentos, poesías, canciones, artículos, y por fin, una novela, la cual publicó en diciembre de 2020, en inglés. Ahora la publica en español, con todo su amor. 

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    Mari Nervios - Laura Atwood Duran

    UNA NOTA SOBRE ESTE LIBRO

    Han pasado 82 años desde el final de la guerra civil española. Sin embargo, en el corazón de muchos españoles lamentablemente, el dolor permanece.

    Sin duda, una guerra civil es la clase de guerra más dolorosa. De la noche a la mañana, las personas que conocías como vecinos, como amigos, incluso como miembros de la propia familia en muchos casos, se han convertido en tus enemigos. Y tú, te guste o no, te has convertido en su enemigo. Porque no puedes permanecer neutral. Debes elegir un bando. Quizás por eso, cuando conocí por primera vez a mi heroína María, una de las primeras cosas que me dijo después de nuestra presentación inicial fue: Soy apolítica.

    Mari Nervios: Sacando fuerzas de flaqueza presenta la guerra civil española, y los años previos a ella, a través de los ojos de una joven del bando nacional del conflicto. Pero no defiende ni a nacionales ni a republicanos. Más bien, retrata a personajes de ambos bandos como las personas imperfectas que todos somos, sean cuales sean nuestras opiniones políticas o religiosas ... personas capaces de amar u odiar, salvar o herir. Aquí es donde radica la elección más importante, y donde nos encontramos ahora, ochenta y dos años después. Ojalá que, como María, elijamos sabiamente.

    Laura Atwood Durán

    Cape Cod, Massachusetts, EE. UU.   

    6 septiembre 2021

    Capítulo 1

    "El orgullo es una plaga que domina al mundo entero:

    hace pequeño al que es grande y ridículo al pequeño".

    (Vicente Calvo Acacio)

    (Madrid, 8 de mayo de 1931)

    ¡Ojos de gato! ¡Ojos de gato! ¡Ojos verdes, ojos de gato! se pitorreaban las chicas, contentas de encontrar excusa para vocear en un viernes por la tarde al salir del colegio y empezar otro fin de semana nuevo.

    Tapándose los oídos para bloquear su canto rencoroso, María se escabulló del recinto del convento y se dirigió hacia su hogar y refugio. A mí me resbala, aseguró en voz alta, fingiendo indiferencia. Pero su rostro reflejaba otra cosa.

    Haciendo una pausa al otro lado de la calle ancha para subirse los calcetines, giró sus piernas delgadas y miró hacia el edificio que tenía apariencia de fortaleza. Algunas de sus compañeras de clase seguían correteando, jugando felices. Sin embargo, el Colegio de las Damas Negras* no era un lugar feliz para María. Frunció el ceño y dio una patada tempestuosa a una piedra antes de seguir caminando. ¿Por qué tenían que burlarse así de ella?

    Cruzando la Plaza de Chamberí, giró a la derecha por la calle de Santa Engracia. Supongo que me lo merezco, hasta cierto punto, permitió. Podría ser que fastidiara algunas veces. Tropezó con un segmento de la acera donde la raíz de un árbol había levantado el pavimento. Está bien, admitió, muchas veces. Suspirando, se pasó los dedos por el cabello castaño que llegaba hasta los hombros y siguió caminando pesadamente por varias manzanas, inconsciente de los peatones molestos que se veían obligados a apartarse de su camino para evitar una colisión.

    Deteniéndose en la intersección ajetreada de José Abascal, María nuevamente se agachó para subirse los calcetines. Cuando era seguro cruzar, siguió adelante, esquivando afortunadamente sin saberlo un regalito olvidado depositado por un perro del vecindario delante de la torre de agua del Canal de Isabel II. Cruzando la calle María de Guzmán, torció abruptamente hacia el primer portal. ¡De acuerdo! concedió, empujando la puerta de hierro forjado y cerrándola detrás de ella con un golpe. No lo negaría. Podía volver locas a sus compañeras y maestras. ¡Pero no pretendo hacer daño! ¡No puedo evitarlo! No puedo quedarme quieta y callada como otros niños. No es culpa mía que sea un poco inquieta. ¡Al menos no soy aburrida!

    Pasó por lado del portero Secundino sin mirar y subió de prisa unos escalones de mármol hasta llegar al primer piso. Incluso, si resulto un poco molesta, ¡eso no es motivo para que se burlen de mis ojos! ¿Y qué si son verdes? Y... tienen forma de almendra ... y bueno, tiran un poco hacia abajo, es verdad, ¡pero no es para tanto!

    Pasando el ascensor sin entrar, comenzó la subida empinada al sexto piso. Siempre tomaba las escaleras cuando estaba sola. No es que tenga miedo de tomar el ascensor sola ni nada así, se dijo a sí misma de manera poco convincente. Es solo que ... bueno ... necesito sacar mi energía ahora (se detuvo en el tercer piso para recuperar el aliento y luego continuó su ascenso) ¡antes de saludar a mamá!

    Aun en casa le venían a la mente sus defectos. Suspiró. ¿Por qué tengo que ser tan difícil? ¿Por qué no puedo ser una niña normal de once, casi doce años? Dios sabía que lo intentaba, pero era superior a sus fuerzas. Así se había confesado ya bastantes veces al padre Colombo.

    Puedes ser paciente contigo misma, ¿no? respondía el amable sacerdote con su fuerte acento italiano. ¿Puedes darte tiempo para crecer y madurar?

    El hecho de que el padre la entendiera y no la juzgara era un consuelo para María, pero la paciencia no era algo en que ella sobresaliera. ¿Cuánto tiempo tomaría esto de madurar?

    Mamá saludó a María con una sonrisa que desapareció al ver su rostro. Mari Nervios, ¿qué te pasa? preguntó, y la besó tiernamente, dejando en cada mejilla una generosa impresión carmesí como de costumbre.

    María exhaló y se frotó las mejillas con las palmas de las manos para borrar las vívidas impresiones de labios que sabía por costumbre estarían allí. ¡Ojalá que mamá dejara de llamarme así! ‘Mari Nervios’, ¡por ser puro nervio, tan llena de energía nerviosa! A veces lo decía en español, y otras veces en inglés: ‘Nervous Mary’. Pues la madre de mamá había inmigrado de Inglaterra, así que mamá podía hablar inglés y le gustaba soltar alguna palabra inglesa en sus conversaciones cuando le apetecía. Sé que mamá tiene buenas intenciones, pero ¿tiene que darme un apodo que me recuerde constantemente de lo que no puedo soportar de mi misma? ¿Por qué no puede simplemente llamarme Maruchi como todos los demás?

    Nada mamá, respondió, mirando a su madre formal con una sonrisa lo más convincente posible. No quería revelar que sus compañeras de escuela se habían estado burlando de ella nuevamente, ¡ni mucho menos desvelar el motivo de su burla! Aunque sin duda ella se enterará de todos modos.

    Frunció el ceño. Algunas de sus compañeras estarían chismorreando sobre ello con sus madres en ese mismo instante. ¡Y luego una de ellas se encontrará con mamá en la peluquería, y se lo contará! O peor ... María tragó saliva ... la directora Mère Supérieure, Madre Superiora, ¡podría llamar a mamá para quejarse!

    Aún le escocía la mano y se le encendía la cara al recordar el dolor y, peor aún, la humillación, cuando su maestra Madame M., con su hábito largo y negro, mejillas regordetas como brillantes tomates rojos sobresaliendo de su velo negro, le golpeaba repetidamente la palma de la mano con una regla delante de toda la clase boquiabierta, gritando el lema de la escuela todo el rato en su francés nativo: ¡Simple dans ma vertu, forte dans mon devoir! ¡Simple en virtud, fuerte en deber! ¡Cómo había llegado a despreciar María esas palabras! Nunca superaría la vergüenza de esos momentos.

    María se reprochaba. ¿Por qué tuve que ponerle la zancadilla a Teresita? ¡Debe ser la cosa más estúpida que he hecho en mi vida! Bueno, tal vez no la más estúpida. Suspiró. Vale, ¡me sentía celosa, no lo niego! ¡Y soy demasiado orgullosa! Y como dice el refrán, ‘El orgullo es una plaga que domina al mundo entero: hace pequeño al que es grande y ridículo al pequeño’. Así que, soy orgullosa y ridícula, ¡las dos cosas!

    Pero, aunque sea así, ¿qué tiene de especial Teresita que siempre la tienen que escoger a ella para acercarse a la pizarra? ¡Mascota de la maestra! ¡Y siempre da las respuestas correctas! ¡Siempre tan perfecta! ¡Y popular! ¡Me saca de quicio!

    Entonces María recordó la expresión de dolor en la cara de su compañera de clase, no tanto cuando María la hizo tropezar, provocando que se estrellara contra el suelo, como cuando Madame M. apartó a María y comenzó a golpearle la palma de la mano con la regla. Teresita incluso tenía lágrimas en los ojos, como si le doliera ver que la castigaran con tanta dureza. Eso hizo que María se sintiera aún peor por lo que había hecho.

    ¡Pero no era mi intención que Teresita se golpeara la cabeza y se lastimara! Es lo que le dijo a la directora Mère Supérieure cuando la enviaron a su oficina, y era la verdad. ¡Yo nunca miento! ¡Simplemente no estaba pensando! Ese era su problema; ¡siempre decía y hacía las cosas sin pensar! No es de extrañar que todos me odien. Incluso mamá.

    Pero aun mientras pensaba las palabras, María sabía que no eran ciertas. Mamá la quería. Su hermano menor, Luis, de quien todos decían que era más inteligente que ella, la quería. Incluso su dominante, a veces temible papá, seguro que se preocupaba por ella. En el fondo, sabía que sus compañeras de colegio tampoco la odiaban.

    Le entregó su cartera a la criada joven, Belarmina, quien le guiñó un ojo y le tiró cariñosamente de la oreja. Si por costumbre las familias y amigos les tiraban de las orejas a los niños en sus cumpleaños, un tirón suave, o fuerte en algunos casos, por cada año de vida, Bela se lo hacía a María y Luis siempre que intuía que necesitaban aliento, una muestra de afecto que rara vez dejaba de provocar una sonrisa.

    María se sentó a la mesa de la cocina y Bela, poniendo a un lado un jarrón de porcelana con claveles frescos color amarillo y marfil, colocó la merienda delante de ella. La señora de Muñoz acompañaba a su hija con mirada preocupada, tomando un café cortado recién hecho mientras tocaba las flores bordadas del impecable mantel planchado y almidonado. Los ojos de María se posaron en la mano de su madre, tan limpia y suave, sus uñas bien cuidadas, pintadas con un esmalte brillante color de rosa. Luego se fijó con ceño fruncido en sus propias uñas mordidas.

    Recordando los eventos del día, María se retorció, deseando que hubiera algo que pudiera hacer para borrar sus persistentes sentimientos de culpa y frustración. Cogió la servilleta de lino de la mesa y la puso sobre las rodillas. Mientras untaba las galletas de azúcar con mantequilla y las sumergía en la leche tibia azucarada, se le ocurrió una idea. Mamá, ¿puedo ir contigo a misa más tarde? Vas a la basílica de Jesús de Medinaceli, ¿verdad? Es viernes.

    Mamá, su cabello ondulado castaño claro elegantemente peinado con la raya un poco hacia un lado, se volvió hacia María con una mirada de agradable sorpresa. Solo voy a la basílica los primeros viernes. Hoy es segundo viernes. Sonrió. Pero iré a misa a nuestra parroquia como de costumbre, si quieres acompañarme. Con tal de que te cambies de ropa y termines tu tarea primero. Enarcando una ceja, extendió la mano y frotó suavemente las manchas restantes en las mejillas de María. Asegúrate de lavarte la cara y peinarte con colonia. Para la señora de Muñoz que nunca faltaba a la misa de las siete de la tarde, era importante lucir siempre lo mejor posible.

    María asintió. ¡Con mucho gusto! Estaba siempre impaciente por quitarse el uniforme tan sobrio, oscuro y sin formas y reemplazarlo con ropa colorida y de moda. Aunque hubiera preferido ir a la basílica con una petición de oración tan urgente. Por si acaso sea cierto lo que dice la gente ... que cuando rezas ante la estatua de Jesús de Medinaceli, y le besas los pies, y presentas tres peticiones, ¡es seguro que te concederá una de ellas!

    Pero esa no era la razón por la que mamá visitaba la basílica, como ella le había explicado a María hacía no mucho. Presentar las tres peticiones, Mari Nervios ... eso no es lo importante había dicho, mirándole a los ojos. ¿Cómo podía transmitirle a Mari Nervios lo que sentía cuando rezaba ante la estatua de Jesús de Medinaceli? Cuando me encuentro delante de la imagen de Jesús ... y beso sus pies ... y contemplo su rostro afligido y doliente ... recuerdo lo mucho que sufrió por nosotros, y me da fuerzas. Por eso voy.

    María se reclinó en la silla y lanzó un suspiro. Tendré que rezar más, pues necesito de verdad que Dios conteste mi oración y me ayude a comportarme y a crecer, ¡lo antes posible!

    Y mientras lo haga, le pediré a la Virgen María que rece por mí también. ¡Jesús siempre escucha las peticiones de su madre! ¡Incluso convirtió el agua en vino cuando ella se lo pidió!

    ~

    María sonrió. Le sentaba bien ver a mamá complacida con ella, especialmente después de su terrible día. Al seguir detrás de ella, entrando a la parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles, sumergiendo los dedos de la mano derecha en el agua bendita y haciendo la señal de la cruz, sentía que sus tensiones se sosegaban. Acercándose al banco donde siempre se sentaban, hizo una genuflexión y se unió a su madre, arrodillándose para rezar.

    Reflexionando en silencio sobre su breve caminata de tres minutos hasta la iglesia solitas ellas dos, María recordaba cómo mamá la había felicitado. Acababa de terminar de memorizar un poema de Santa Teresa de Ávila para la tarea, que llevaba toda la semana memorizando, y mientras se lo recitaba con orgullo a mamá a medida que iban caminando, trataba de poner todo su corazón en ello:

    "Nada te turbe, nada te espante.

    Todo se pasa, Dios no se muda.

    La paciencia todo lo alcanza.

    Quien a Dios tiene nada le falta.

    Solo Dios basta".

    Mamá se había detenido a unos pasos de la puerta de la iglesia para no estorbar a otros fieles llegando a misa, asintiendo con la cabeza para que siguiera recitando hasta el final el poema, antes de entrar juntas.

    Ahora María se abrió un poquito los ojos, echando una ojeada a su madre que rezaba fervientemente a su lado. ¿Aprendería algún día a ser buena, como mamá? Sus ojos viajaron a la estatua de otra madre, sobre el altar ... la Madre Bendita, con el Niño Jesús en sus brazos.

    El aire estaba cargado de incienso perfumado y, como de costumbre, le empezaron a arder los ojos. Cerrándolos de nuevo, se los empezó a restregar, recordando a la vez las raras palabras de elogio de mamá que eran como vitaminas para su alma, aumentando su confianza: ¡Muy bien, hija! Recordaste todas las palabras y las recitaste maravillosamente bien.

    Sí, las cosas mejorarán. María tenía la esperanza de que, si se esforzaba mucho, con las oraciones de la Madre Bendita sería una chica distinta cuando regresara a la escuela el lunes.

    ~

    El lunes, sin embargo, María no regresó a la escuela. Ese mismo fin de semana se estalló una ola de violencia contra la Iglesia Católica a la que los libros de historia llamarían la Quema de los Conventos. En todo Madrid, así como en muchas otras partes de España, alborotadores desenfrenados incendiaron iglesias, conventos y escuelas parroquiales, y las autoridades gubernamentales de la recién establecida Segunda República hicieron poco para impedirlo. La escuela y la parroquia de María quedaron intactas, pero el lunes a las tres de la tarde, dos escuelas del barrio vecino de Cuatro Caminos se incendiaron: Nuestra Señora de las Maravillas y San José.

    Eventualmente, bajo la nueva Constitución a las órdenes religiosas católicas les fue prohibido enseñar, y el gobierno se hizo cargo de todas las escuelas parroquiales u ordenó su cierre.

    ¡Qué alivio! exclamó María al saber que habían cerrado su escuela. ¡Ya no tendría que lidiar con la directora Mère Supérieure, Madame M. o sus antipáticas compañeras de clase! Metió su uniforme hasta el fondo del armario y sacó su blusa favorita amarilla y su falda ajustada y suave.

    A pesar de toda la confusión y agitación política, María estaba contenta. Ella no había presenciado nada de la violencia de primera mano, ni tenía idea de lo que se trataba. Tampoco tenía manera de saber que el caos del momento presente ... presagiaba días muy difíciles por venir.

    * El Colegio de las Damas Negras, una escuela católica para niñas de familias acomodadas, lo llevaban unas monjas francesas vestidas completamente de negro, incluidos los velos (de ahí su nombre). Se ubicaba en el Paseo del Cisne, que ahora se llama Avenida de Eduardo Dato. El colegio sigue allí aún, pero el nombre se ha cambiado a Colegio Blanca de Castilla.

    Capítulo 2

    Hablando con el corazón en la mano

    (Alcoy, 1925)

    María Luisa Muñoz Morales nació en la hermosa ciudad montañosa de Alcoy, en la Costa Blanca de Alicante España, en 1919. Mirando hacia atrás en su primera infancia, podía recordar vagamente haber jugado con Luis en una lluvia de nieve, atrapando copos de nieve en la lengua, y haber saludado a papá desde los márgenes con la mano cuando él pasaba marchando en el desfile de las fiestas de Moros y Cristianos, ella y Luis agarrando fuerte las manos de mamá. Tenía memoria de haber llorado, asustada por los estallidos ruidosos de los arcabuces y las ondulantes nubes de humo que le quemaban los ojos y la garganta.

    Había una escena de aquellos fugaces años de Alcoy que María podía recordar con gran claridad, pues le había impactado profundamente. Tuvo lugar en una tarde sin lluvia a principios de la primavera. Ella y papá salían a dar un paseo mientras el pequeño Luis y mamá dormían la siesta en casa. Mamá no se sentía bien y necesitaba descansar.

    Hazme un favor, Luis, le había suplicado mamá a papá, llévate de paseo a la niña, que está hecha un manojo de nervios. Y asegúrate de agotarla, suspiró, ¡o ella me agotará a mí! ¡Es un puro nervio!

    Mira, Maruchi, llamó papá, ¡un jilguero! Y María, que iba caminando a saltitos delante de su padre, un gran lazo de cinta azul claro meciéndose sobre sus suaves cabellos castaños, regresó corriendo a ver.

    ¿Qué pasa, papá? ella preguntó. Y él le mostró el pajarito que aleteaba en sus manos, que él sujetaba con ligereza, pero con la suficiente firmeza para que no pudiera escaparse volando.

    Ay, ¡qué bonito! María exclamó, su rostro radiante. ¿Dónde lo encontraste, papá? Cautivada, alargó la mano. ¿Me dejas que lo coja? No me picará, ¿verdad? ¡Nunca había visto un pájaro tan hermoso, ni había estado tan cerca de uno como para tocarle las plumas!

    Ten cuidado, hija, es muy frágil. Aun siendo tan pequeña lo podrías lastimar si no tienes cuidado.

    María acarició suavemente al jilguero, el cual la miraba con ojos asustados. Le habló con dulzura. No tengas miedo, pequeñín, ¡no te haré daño! ¡Tenía las plumas tan lisas y suaves!

    ¿De dónde ha venido, papá? ¿Vive aquí en el parque? Habían cruzado el puente de San Roque y ahora pasaban por el Paseo de Cervantes. El puente de San Roque estaba al lado de su casa, el cuartel de infantería, donde papá era capitán y profesor.

    Fue en ese arbusto justo detrás de nosotros. Tal vez viva en la montaña y haya bajado aquí a echar un vistazo. Lo atrapé con esa red, ¿ves? Y señaló con la cabeza una bolsa de arpillera, ahora vacía, en el suelo frente al arbusto. La que había contenido su merienda.

    Perpleja, María se acercó y recogió la bolsa. ¿Le atrapaste con la bolsa de la merienda, papá? Preguntándose dónde habría puesto los bocadillos que mamá había preparado, miró los grandes bolsillos de su chaqueta militar verde oliva. Estaban desabrochados y abultados.

    ¡Así es! Hay que ser muy rápido para atrapar un pájaro, logré pillarlo antes de que pudiera volar, respondió papá con aire de suficiencia.

    María sonrió. Deslizando las cuerdas de la bolsa sobre su brazo, regresó hacia papá caminando a saltitos y acarició de nuevo la suavidad plumosa del jilguero. Y de repente tuvo una idea. Mirando a su padre, le agarró del brazo y empezó a saltar con entusiasmo de arriba abajo. Papá, papá, ¡ya sé! ¡Nos lo podemos llevar a casa! ¿Podemos llevarle a casa, papá? ¡Puede ser nuestra mascota! ¡Por favor!

    Jovial, papá miró a María. ¡Por eso lo atrapé, hija! Y espera a que lo oigas cantar, ¡es un pájaro cantor! ¡Pero no tires con tanta fuerza de mi brazo, que se escapa! exclamó, riendo a toda voz.

    ¡Hurra! ¡Bien! gritó María, echando los brazos al aire. ¡Bien, bien, bien! Y riendo emocionada, miró de nuevo a su nuevo amigo emplumado y dijo: ¡Que vienes a casa con nosotros, pequeñín! ¿No estás contento?

    Pero tanta agitación había asustado al ya angustiado pájaro, el cual se esforzaba por escaparse por todos los medios posibles. Pero había pocas probabilidades de que eso sucediera, pues papá era experto en atrapar pájaros y sabía muy bien cómo sujetarlos.

    Ver la ansiedad del pájaro inquietó a la pequeña María. Papá, ¿por qué intenta escaparse? ¿No le gustamos? Quiero gustarle, papá, ¿crees que le llegaré a gustar?

    Papá se rio de nuevo y dijo, Maruchi, este pájaro es silvestre, no domesticado. Vive toda la vida volando aquí y allá y no quiere que lo sujeten. Pero lo pondremos en una pequeña jaula fuerte en casa y no se escapará, no te preocupes. Venga, dame la bolsa; lo volveremos a meter allí por ahora.

    Papá, ¡espera! ¿Me dejas que le coja primero? Quiero tenerle en mis manos primero, papá, ¡por favor! ¡Y después le metemos en la bolsa!

    Papá miró a su hija nerviosa. Tendrás que sujetarlo como te diga, o se irá volando.

    ¡Lo haré, papá; lo haré! prometió. Se sentó en el suelo y rápidamente alisó los pliegues de su vestido blanco de encaje de ojetes, echándose hacia un lado para poder retirar el bulto del lazo en la faja azul claro que le rodeaba las caderas.

    Papá se acuclilló junto a María, apoyándose en los tacones de sus botas militares marrones altas. Puso el pájaro tembloroso en las manitas de su hija. Ponte la mano izquierda debajo, así, ¿ves? Con sus patas colgando hacia abajo. Así es. Y tu mano derecha encima, ¿ves? Agárralo bien, de modo que no pueda mover las alas y escapar. Pero cuidado de no apretar demasiado fuerte. Bien. Ahora ...

    Ay, papá, ¡me está haciendo cosquillas! se rio, procurando mantener quietas las manos.

    "Cuidado hija, no

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