Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Esto es Roma. Una ciudad con mil iglesias
Esto es Roma. Una ciudad con mil iglesias
Esto es Roma. Una ciudad con mil iglesias
Libro electrónico890 páginas14 horas

Esto es Roma. Una ciudad con mil iglesias

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

La erudición más detallada se encuentra presente en todo momento. El libro funciona como un refinado manual que nos lleva de la mano para que conozcamos por qué Roma no es una ciudad al uso, sino un faro de ilumina una manera de comprender la vida y la cultura, entendiéndose estos dos conceptos en el sentido más universal posible.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 dic 2021
ISBN9788418676840
Esto es Roma. Una ciudad con mil iglesias
Autor

Horacio Bonavia

Horacio Bonavia nació en 1955 en Buenos Aires (Argentina), en el seno de una familia puramente italiana. Desde muy joven trabajó en el mercado financiero y bursátil, siguiendo la tradición de su padre, desempeñándose a lo largo de casi 50 años. Este es su primer libro, en el cual nos introduce una Roma muy particular.

Relacionado con Esto es Roma. Una ciudad con mil iglesias

Títulos en esta serie (100)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Ciencias sociales para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Esto es Roma. Una ciudad con mil iglesias

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Esto es Roma. Una ciudad con mil iglesias - Horacio Bonavia

    Esto es Roma.

    Una ciudad con mil iglesias

    Horacio Bonavia

    Esto es Roma. Una ciudad con mil iglesias

    Horacio Bonavia

    Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

    © Horacio Bonavia, 2021

    Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras

    Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com

    www.universodeletras.com

    Primera edición: 2021

    ISBN: 9788418675096

    ISBN eBook: 9788418676840

    A mi mujer; Mónica.

    A mi hijos; Guido, Vicky y Cote.

    Cuando estés en Roma, compórtate como los romanos.

    San Agustín

    Un lector vive mil vidas antes de morir. La persona que nunca lee solamente vive una.

    George R. R. Martin

    En Roma, cuando se puede, hay que vivir tres días rodeado de compañeros joviales y tres días en una completa soledad.

    Stendhal

    Roma es un mundo, y llevaría años convertirse en un ciudadano de ella. Qué afortunados son aquellos viajeros que echan un vistazo y se van.

    Goethe

    Mientras siga en pie el Coliseo, Roma seguirá en pie. Cuando caiga el Coliseo, caerá Roma. Y cuando caiga Roma, caerá el mundo.

    Lord Byron

    Los que no se atreven a romper las reglas, nunca las superarán.

    GianLorenzo Bernini

    SPQR Senatus Populus Que Romanus. El Senado y el Pueblo Romano.

    Emblema oficial de Roma y del Imperio Romano.

    Introducción

    "Ah no… no lo podemos creer, es increíble… ¿de nuevo viajas a Roma?… No falla jamás. Es la típica reacción de mis amigos apenas conocen el destino de mi próximo viaje. Es una expresión que han convertido en su latiguillo favorito y la repiten hasta el cansancio. Ojalá se detuvieran ahí, muy a mi pesar continúan: "¿No estás hastiado de ver siempre lo mismo?", o su variante: ¿Cuál es la gracia de ir siempre al mismo lugar?. Mi respuesta es automática: "Absolutamente no existen signos de cansancio, ni aburrimiento en cuerpo y alma mientras <vivo mi Roma>, todo lo contrario, me sobra energía y lo que es aún peor, siempre estoy corto de tiempo"… respiro profundo, tomo impulso y contraataco… "quiero que ustedes entiendan lo siguiente y es un tema muy importante para mí; se trata de las distintas sensaciones por las que atravieso cada vez que me dirijo a tomar mi vuelo de regreso. Apenas el taxi deja atrás el Coliseo me invade una amargura tremenda, la cual aumenta en el preciso instante en que percibo de reojo las blancas arcadas del Colosseo Quadrato (Palazzo della Civilità), lo cual evidencia claramente que estoy alejándome de la ciudad y acercándome al aeropuerto. Nada bueno digo para mis adentros. Bendito estado de ánimo que se repite una y otra vez y que con el paso de los años se ha vuelto indomable. Es el preciso momento en que una enorme tristeza invade toda mi alma. Por suerte, rápidamente todo queda ahí, porque esa mala sensación queda anulada apenas reseteo mis pensamientos e inmediatamente se produce una repentina metamorfosis, la cual transforma mi profunda melancolía en un estado de tremenda ansiedad. Es el instante en que quedo sumido por el desasosiego y ello sucede cuando estoy ojeando el calendario en busca de una fecha de regreso a mi amada Roma lo antes posible". Apenas termino de pronunciar la última palabra, comienza una sesión de preguntas inquisidoras: "¿Se puede saber exactamente qué es lo que tanto te atrae de esa ciudad?", pero no contentos con ello, prosiguen… "Estamos de acuerdo con aquel dicho popular: <Todos los caminos conducen a Roma>, ¿pero es para tanto?". No terminan ahí, continúan… Incontables son las veces que visitaste esa ciudad e incontables son las veces en que estuviste en el mismo lugar o agregan una sutil variante… "Roma, Roma, Roma, ¿no estás intoxicado de tanto romanismo?", afortunadamente y gracias a la intervención de Júpiter y Neptuno, llega la demanda final: Porque no escribes un libro, así todos nos enteramos de qué es lo que tanto te apasiona de Roma. Respuesta: Amigos míos, es lo que humildemente voy a tratar de expresar en las páginas que siguen a continuación, compartir con ustedes mi pasión por esta ciudad mágica.

    Hablar de Roma, la Eterna, ciudad que ha sido el faro de Occidente desde hace más de veinte siglos, y de sus múltiples atracciones, sería redundante. No pretendo hacer de este libro una guía turística y si bien existen muy buenas y didácticas dedicadas a ello, debo reconocer que son de gran utilidad para aquel turista que por primera vez visita la ciudad. Me estoy refiriendo en especial al visitante ávido por conocer monumentos y lugares que mil veces ha visto en fotos, vídeos o películas y que hoy forman parte del patrimonio histórico, artístico y cultural de la Humanidad. Esa avidez se puede satisfacer recorriendo el circuito tradicional, que incluye al imponente Coliseo, el arco de Constantino, las ruinas del Foro Romano y del Palatino, la fotografiada Fontana de Trevi, la escalinata de Piazza Spagna y la lujosa vía Condotti; el Vaticano con sus Museos y la Capilla Sixtina, el Panteón, la barroca Piazza Navona con sus fuentes, Campo dei Fiori y su mercado, la serpenteante y cinematográfica vía Véneto, el gran pulmón verde del Pincio y la Galería Borghese; el Campidoglio y los Museos Capitolinos, Castel Sant’Angelo, el colorido y bohemio Trastévere con sus trattorías, el increíble Quartiere Coppedè y la milenaria Vía Apia y sus kilométricas catacumbas. Atracciones estas y otras tantas más que convierten a Roma en la ciudad-museo al aire libre más grande del mundo.

    No es mi intención aburrirlo con aquello que bien puede encontrar en infinidad de vídeos, libros, blogs o guías turísticas, pero tenga en cuenta lo que siempre le aconsejo a mis amistades y se trata de la mejor manera de llegar a Roma. No debe hacerse por avión, tren o auto, sino a través de Federico Fellini (1920-1993) y su película Roma; con solo ver la introducción usted va a entender de lo que esto se trata. Esto es Roma… y le aseguro que no se la conoce ni en un día ni en un mes; solo vuelva a leer la cita de Goethe que aparece al inicio, porque allí pinta esta situación tal cual es. La idea es llevarlo a recorrer mi Roma, la Roma que amo y vivo en total plenitud; la que tanto desvela e intriga a mis amigos. Una Roma repleta de plazas, obeliscos, fuentes, cúpulas, campanarios, museos, palacios, historias, secretos, leyendas y… mil iglesias.

    Si, leyó bien, mil iglesias. Incontables. Si hay algo que abunda en Roma es la innumerable cantidad de iglesias existentes y le aseguro que ninguna otra ciudad en el mundo la iguala en cantidad y calidad. Llegó el momento en que lo invito a conocer cómo empezó todo: el emperador Constantino I, el Grande (c.272-337), adoptó como religión el cristianismo, lo legalizó y a partir de ese momento dejó de perseguir a sus fieles por todo el territorio del Imperio, permitiéndoles, además, practicar abiertamente su religión. Años más tarde, otro grande, el emperador Teodosio I (347-395), oficializó el nuevo culto monoteísta, adoptándolo como la religión oficial del Imperio mediante el Edicto de Tesalónica, promulgado en febrero del 380. Gracias a ello, en esta bendita ciudad lo único que tuvo continuidad a partir de la destrucción llevada a cabo por las invasiones bárbaras, fue la construcción de catedrales, basílicas, colegiatas, oratorios, capillas y cualquier otro monumento referente al nuevo culto instalado, que poco a poco se fue convirtiendo en una poderosa maquinaria en constante crecimiento y expansión. La difusión del cristianismo fue posible gracias a la existencia de una única lengua, el latín, y un extenso territorio unificado, un gran Imperio habitado por setenta millones de personas. La nueva fe, una vez arraigada en la población, avanzó y se expandió con una fuerza arrolladora, convirtiendo a Roma en el centro del poder del cristianismo, en la residencia oficial del papa y en la meca de peregrinaje de sus innumerables fieles. Este largo proceso a través del tiempo produjo el reemplazo de un imperio terrenal por uno ecuménico y celestial; las grandes construcciones paganas dieron paso a los monumentos cristianos, pero afortunadamente ambos dejaron huellas imborrables y hoy están a nuestro alcance, descansando imperturbables ante los curiosos y sorprendidos ojos de miles y miles de visitantes y fieles. Regresemos a Roma, la Eterna.

    Me imagino que usted estará preguntándose a estas alturas si estoy hablando en serio o no. ¿Visitar iglesias? ¿A quién se le ocurre? Como respuesta le voy a contar una pequeña historia y, aunque no tiene a esta ciudad como protagonista, bien pinta este intríngulis.

    Me voy a referir a uno de los personajes más extravagantes del siglo XX: se trata de Peggy Guggenheim (1898-1979) o la última dogaressa, simpático apelativo que le dieron los venecianos a esta extraordinaria mujer, en reconocimiento por haber sido una gran mecenas y haber reunido para la ciudad una de las colecciones de arte moderno más importantes del mundo. Vivió los últimos 30 años de su vida en su casa-museo del Palacio Venier, ubicado sobre el Gran Canal. Fue una mujer de vanguardia, excéntrica, intimidante, e invirtió su gran fortuna en obras de arte. Después de esta breve introducción, he aquí la historia: el relato pertenece a su nieta, Karole Vail, quien en su niñez y juventud viajaba a Venecia para visitar a su abuela y pasar sus vacaciones. Entre todas sus posesiones, Peggy era propietaria de una góndola privada con gondolero y fue la última embarcación en Venecia en gozar de ese status (hoy se encuentra en exhibición en el Museo Naval del Arsenal). Como habitualmente se la veía, luciendo sus discretos y famosos anteojos de sol, diariamente llevaba a pasear a su nieta por los canales de la ciudad y de tanto en tanto la hacía descender de la góndola con el solo propósito de hacerla visitar, en soledad… iglesias. Leyó bien, amigo lector: iglesias. Aquí viene lo mejor: al regresar al cabo de cada investigación, Peggy tenía la costumbre de preguntar a su nieta sobre las obras pintadas por los grandes artistas venecianos (me refiero a Carpaccio, Giovanni (Bellini), Giorgione, Lotto, Tiziano y Tiépolo, por nombrar algunos), los cuales Karole debía observar en detalle y acto seguido le requería una opinión al respecto. Hoy en día su nieta, a cargo del Museo que fundó su abuela, reconoce que habiendo trascurrido muchos años de esa experiencia, aprecia sobremanera haber hecho ese tipo de visitas a iglesias venecianas, pero lo que más destaca es que resultó un gran aprendizaje educativo, vital para su formación e introducción al mundo del Arte. Creo que bien vale el ejemplo. Continuemos.

    Dice el proverbio, y bien cierto es, que Roma no se hizo en un día. Vaya si es así, porque cada uno de los edificios que usted va a conocer tienen su historia particular, además de sus secretos, obras de arte y una arquitectura muy variada en estilos. Usted va a comprobar que estos edificios tienen la particularidad de estar construidos en base a una superposición de estratos pertenecientes a épocas distintas, así como, en otras oportunidades, solo va a encontrar ruinas todavía en pie, que atestiguan su grandeza de antaño. Recordemos que, en épocas del Imperio, Roma era una ciudad cosmopolita con más de un millón de habitantes, cifra que la convertía en una megaciudad, cuyas dimensiones y población eran extraordinarias para esa época. Para tomar una real dimensión de ello, es bueno saber que recién a partir del siglo XIX aparecieron ciudades con esa extensión y cantidad de habitantes. El ateniense Elio Arístides, en su Elogio a Roma, sostenía que "la Urbe era el Imperio y el Imperio era todo el mundo". Por desgracia, con la caída del Imperio Occidental y el correr del tiempo, la ciudad fue acentuando su decadencia. Así, la otrora atrayente y bulliciosa Roma llegó al triste estado de quedar reducida a una simple aldea de provincias, casi despoblada y llena de ruinas a partir del momento en que el papado se trasladó a Aviñón, dejando la ciudad completamente a la deriva. Como ave fénix, resurgió de las cenizas al producirse el regreso definitivo de la corte papal a Roma, poniéndole fin a casi un siglo de disturbios dentro de la Iglesia y coincidiendo con otros dos grandes sucesos de la historia de la humanidad, como fueron el advenimiento del Renacimiento y, tiempo después, la caída de Constantinopla. A partir de ese momento la Iglesia cobró mayor relevancia y poder, apareció nuevamente el patronazgo papal, que inició la reconstrucción de la ciudad y, sobre todo, la estructura edilicia, porque muchos edificios habían quedado abandonados y otros tantos en estado de derrumbe. Reconstrucción y restauración que se afianzó con firmeza bajo los sucesivos pontificados y en paralelo a un nuevo orden ciudadano. No debemos olvidar que el papa era, además, la autoridad civil de Roma y gobernaba sobre extensos territorios, conocidos como los Estados Pontificios. Todo este proceso terminó por explotar con la aparición del Barroco. Por lo tanto, Roma es un constante viaje al pasado, donde están a nuestro alcance un montón de monumentos y reliquias pertenecientes a todas las épocas y estilos.

    La propuesta es recorrer desde las cuatro Basílicas Mayores hasta la capilla más pequeña perdida entre sus famosas siete colinas, colinas que convirtieron a esta ciudad en un collage gigante compuesto por infinidades de fragmentos provenientes de su milenaria historia. Hagamos aquí una breve pausa para evitar futuras confusiones, porque Roma tiene diez colinas. Las siete colinas originales están todas ubicadas al sur del Tíber y son: el Palatino, lugar donde todo comenzó, a partir del año 753 a.C. y fue el sitio elegido para construir las residencias imperiales; el Capitolio, donde estaban los principales templos sagrados; a las que debemos agregar las cinco restantes: el Celio, el Esquilino, el Aventino, el Viminal y el Quirinal, lugar donde actualmente reside el presidente de Italia, en el palacio homónimo. Queda el Pincio, que si bien estaba al sur del Tíber, no contaba entre las siete colinas iniciales, pero tiempo más tarde fue incluida dentro de la Muralla Aureliana. Cruzando el río encontramos las dos elevaciones restantes, el Vaticano y el Janícolo, las que nunca formaron parte de las colinas originales que delimitaron Rómulo y Remo dentro del trazado urbano de Roma. Paradoja del destino, desde este lugar es desde donde se obtiene la mejor y más fascinante vista de una Roma moldeada por innumerables cúpulas, las cuales emergen sobre un mar de techos de tejas. Fin de la pausa, continuemos con la propuesta.

    Bien es sabido que antiguamente los artistas debían remitirse a la temática ordenada por sus comitentes y la figura del patronazgo fue la pieza clave en todo el proceso creativo, mucho más en el caso particular de Roma, porque era cuasi monopólico; el principal demandante era la Santa Sede, que desde sus orígenes puso el arte al servicio de la liturgia y sin duda resultó la mejor forma de comunicación con sus fieles. A ello debemos agregarle los prósperos mecenas que integraban gran parte de su clero y aquellas poderosas familias pertenecientes a la opulenta nobleza romana, apoderadas también del deseo de construir capillas, adornar con obras de arte las iglesias y de esa forma perpetuarse, expiar sus culpas quizás y, por supuesto, honrar a Dios. Un buen ejemplo lo podemos encontrar en la Galería Nacional de Arte Antiguo (Palacio Barberini); allí se exhibe una extraordinaria Anunciación pintada por Filippo Lippi (1406-1469) y, sobre el margen inferior derecho, usted podrá divisar a los donantes del cuadro, el banquero toscano Folco Portinari y su hijo, que han sido pintados en el mismo tamaño que el resto de los personajes del cuadro y resalto este tema porque era algo inusual. Generalmente se los reproducía en una escala menor. Si bien la Iglesia puso el arte al servicio del culto, tengamos en cuenta que Roma se convirtió en el gran centro artístico, que sedujo a los mejores arquitectos, pintores y escultores de toda Italia a finales del siglo XIV, tras el regreso del papado a la ciudad. A partir de ese momento, Roma se transformó en un gran imán que atrajo no solamente a artistas cualificados, sino que demandó cada vez mayor mano de obra, así como materiales para la construcción de todo tipo y servicios de hospitalidad para atender a una población ahora estable y en crecimiento, a lo que debemos agregar el flujo de peregrinos, en constante aumento.

    Para tener una idea de la magnitud de lo que acabo de relatar, lea con atención la historia que sigue: El papa Sixto IV (Francesco della Rovere), es quizás el primer pontífice que nos enseña el poder de expansión de la Iglesia a través de sus numerosas comisiones, algunas de ellas de carácter monumental. Repasemos: debido al aumento de cargos en la corte pontificia y con el fin de darle un mejor y cómodo lugar para reunirse en cónclave, hizo construir la famosa capilla que lleva su nombre: la Sixtina. Vista desde el exterior parece una fortificación medieval, con sus altos muros y almenas, pero en su interior contiene unos ciclos de frescos extraordinarios y mundialmente conocidos. Construyó el primer puente que cruzó el Tíber desde la época Imperial, con el propósito de permitir una mejor comunicación entre el Vaticano y el centro antiguo de la ciudad; me refiero al hoy conocido Ponte Sisto. Este sacerdote franciscano accedió al solio pontificio en 1471 y al poco tiempo un incendio casi destruyó por completo el Ospedale Spirito Santo, el más antiguo de Europa, edificado a principios del siglo VIII, por orden del rey de Wessex, para ofrecer albergue a los peregrinos anglosajones que visitaban Roma. Sixto IV decidió la reconstrucción inmediata del lugar y el hospital volvió a recuperar su antigua fama. Allí trabajaron grandes artistas, como su arquitecto preferido, Baccio Pontelli (c.1450-1492), encargado de la reparación y constructor de la Sixtina. Sandro Botticelli (c.1445-1510), en uno de los frescos que pintó en la Sixtina (Tentaciones de Cristo), retrató en el centro de la composición al hospital; allí sobresale la entrada principal, precedida por un gran pórtico. Todos estos ejemplos son útiles para entender que Sixto IV estaba firmemente inclinado a reconstruir la ciudad y restablecer a Roma como caput mundi. Bien se sabe que de arte entendía poco y nada, pero tenía muy claro y deseaba con pasión el brillo con que el arte elevaba el nombre de un príncipe y la gloria que le aseguraba para la posteridad. Para concretar ese pensamiento puso manos a la obra y, sobre todo, escudos, florines y ducados del Tesoro papal sobre la mesa. Centró su mirada sobre la divina Florencia, capital artística de Europa y por ende sitio donde trabajaban los mejores pintores. Acto seguido no dudó en contratar a los mejores artistas para pintar al fresco los paneles laterales de su capilla: uno sobre la vida de Moisés y otro sobre la de Jesucristo. Atraídos por fama y dinero, a partir de 1474 fue llegando a Roma un selecto grupo, integrado por los pintores más renombrados del momento: Sandro Botticelli, Doménico Ghirlandaio, il Perugino, Luca Signorelli, y Cósimo Roselli, quienes estamparon en los muros de la Sixtina obras extraordinarias para la posteridad, que por suerte han sido muy bien conservadas y están a nuestro alcance para disfrutarlas. Estas estupendas obras, años más tarde quedaron eclipsadas por el Juicio Final de Miguel Ángel…, pero todo este tema forma parte de una historia mucho más larga y no es tema de este libro.

    Sigamos, pero debo hacerle notar que la Roma que hoy estamos a punto de descubrir y es admirada por todo el mundo, en gran parte se debe al genio, creatividad y voluntad de tres personajes, quienes llevaron a cabo una profunda transformación en un corto período de tiempo. Me refiero a dos grandes artistas de todos los tiempos, como los contemporáneos GianLorenzo Bernini (1598-1680) y Francesco Borromini (1599-1667) y un sacerdote dotado de una vitalidad inagotable, llamado Felice Peretti (1521-1590), quien adoptó el nombre de Sixto V al convertirse en el 227º papa de la Iglesia y que tan solo gobernó cinco años, desde 1585 hasta 1590, pero fueron suficientes para ser el punto de partida de un trascendental cambio. Estos tres visionarios transformaron el espacio urbano de Roma, adoptando el Barroco como bandera y dejando como legado su impronta, emanada de una creatividad superlativa, una extraordinaria visión de futuro y una tremenda capacidad de trabajo. Un tema relevante es que contaron con la inestimable ayuda de una financiación sin límites, lo que les permitió dejar para la posteridad magníficas obras de arte y arquitectura, que a su vez generaron una infinidad de seguidores e historias.

    La idea es distinguir los distintos estilos de construcción y sus mutaciones a través del tiempo, que comenzaron en la Antigua Roma y continuaron con el arte paleocristiano y el bizantino hasta llegar al carolingio medieval, luego se prolongó en el románico y explotó con la avalancha renacentista, atenuada más tarde por el manierismo, para finalmente derivar en el todopoderoso Barroco. Este último estilo tuvo su nacimiento en esta ciudad y aquí lo vamos a encontrar en plena dimensión como en ningún otro lugar del mundo, porque si debemos calificar a Roma no hay dudas de que se trata decididamente de una ciudad barroca; así como Florencia es renacentista y París o Nueva York son urbes modernas. Muchas veces los estilos antes mencionados conviven superpuestos uno con otro, algunas veces abruman al visitante por su enorme tamaño y otras tantas lo sorprenden debido a su austera sencillez. Esto es Roma, una constante fusión de estilos y épocas, que conviven en armonía desde hace siglos y no tenga dudas de que lo harán eternamente.

    Es importante tener muy en cuenta la interpretación y el enfoque del artista con respecto a la voluntad de su comitente y hago hincapié en este tema por las limitaciones que muchas veces este último exigía al carácter de la obra, más aún siendo la Iglesia el principal cliente, que imponía sus pruritos y restricciones. Eran épocas en que la obra se limitaba al mandato y deseos del comitente y no a la iniciativa personal del artista, del que solo contaba su talento. Por supuesto, nunca faltó la pincelada o el toque que distinguió la calidad del maestro, sus imperceptibles transgresiones o los mensajes con acertijos. Recordemos que el individuo de esos tiempos tenía la esperanza de dejar algo de sí para la posteridad y solo era posible hacerlo en aquel lugar que lo conectaba con lo sublime: la iglesia. No solo eran ofrendas u oraciones, amor al Arte o pura vanidad, la idea era dejar testimonios materiales del encuentro directo con el poder de Dios. Aquellos realmente ricos construían iglesias, palacios o capillas, que debían decorarse con pinturas y esculturas acordes y, a partir de ese status, llegamos al simple particular, que invertía sus últimos ahorros en un cuadro para el altar de la capilla de su patrono. Para tener idea de lo que este tema representaba en la sociedad, debemos saber que en el siglo XV y en toda Italia, no solo se decoraba con pinturas y esculturas las iglesias, palacios y viviendas particulares, sino también lo hacían con los arcones, muebles y armarios, con los artefactos de guerra y hasta las sillas para montar caballos; era una sociedad hambrienta y demandante de todo tipo de arte, mientras que en el resto de Europa el único arte que se practicaba era el de combatir entre sí. A veces me pregunto: ¿qué clase de obra hubiese salido del pincel de van Gogh, Picasso o Warhol, por nombrar algunos famosos transgresores, transportados mágicamente cinco siglos atrás, pero debiendo adaptarse al pedido de sus clientes? O viceversa, con Miguel Ángel o Rafael, emancipados de obligación alguna con su comitente. Divagaciones imposibles de responder. Regresemos al texto porque allí vamos a encontrar la descripción de una cantidad enorme de obras de arte, incólumes a través del tiempo, que esperan en silencio y a veces muy bien ocultas, a ser descubiertas, analizadas y admiradas. Obras que increíblemente usted ha pasado por alto en una visita anterior, quizás por falta de tiempo o quizás por ignorancia de su existencia. Obras de arte que emanaron de las manos y el ingenio de los más grandes maestros de todos los tiempos, como Miguel Ángel, Rafael, Bernini o Caravaggio, entre muchos otros. De eso se trata mi propuesta.

    Acompáñeme en este viaje y le garantizo que en cada una de las iglesias que visitemos, usted va a descubrir que tienen su propia identidad y que son bien distintas del resto. Esto es así aunque estén ubicadas a tan solo unos pocos pasos de distancia una de otra y eso haga que uno descarte una de ellas, aunque sus fachadas parezcan iguales, aunque engañen sus nombres o aunque usted crea o le aseguren que son todas iguales; voy a demostrarle a continuación lo diferentes que son. Nuevamente le garantizo que cada una de ellas tiene su historia y atesora secretos muy particulares, cada una de ellas conserva maravillosas obras de arte custodiadas en su interior por siglos, realizadas por renombrados o ignotos, pero excelentes artistas, que podrán ser majestuosas o austeras, pero únicas y distintas del resto. Visitando iglesias y conociendo su arte sacro vamos a descubrir que existe un hilo conductor en su arquitectura que nos transporta desde el viejo templo pagano hasta la iglesia paleocristiana y, a partir de ese momento continúa su evolución a través de todas las épocas y estilos hasta llegar a nuestros días. Tómese como ejemplo el de la basílica (del griego basiliké), que en tiempos romanos era el edificio público más importante y ocupaba un lugar preferencial en la ciudad. Allí estaban los tribunales de justicia y era el ámbito ideal para hacer negocios; de hecho, así lo demuestran las dos construcciones más grandes que existían en el Foro: las Basílicas Emilia y Julia. Los cristianos aprovecharon su formato, de ahí la forma basilical, y la reutilizaron como recinto religioso para celebrar la liturgia y dar cabida a sus feligreses, además de exhibir y custodiar sus tesoros y reliquias más preciadas. A lo largo de la historia, muchos de esos edificios se convirtieron en las iglesias más importantes de la cristiandad. Este hilo nos va a demostrar cómo un campanario medieval convive con una fachada manierista; un capitel románico con una columna clásica o un fresco renacentista con un trampantojo barroco. Las iglesias constituyen uno de los pocos sitios donde sus pinturas y esculturas, tanto como sus fachadas y sus naves, sus mosaicos o sus altares, sus cúpulas y sus campanarios, sus tumbas o sus reliquias, sus claustros y sus capillas, tienen algo fascinante que las convierte en excepcionales y únicas. Tan es así, que algunas de estas iglesias contienen obras de arte que superan en calidad e importancia a la de muchos museos. Por todas estas razones le pido encarecidamente que no crea en aquel dicho popular que dice: Una vez visitada una o dos iglesias es absolutamente lo mismo, porque son todas iguales. Insisto una vez más, de ninguna manera piense que esto es así y le aseguro que usted lo va a comprobar tan solo acompañándome en este viaje que le propongo.

    Espero que el ejemplo que sigue a continuación lo ayude a aclarar aún más lo expuesto en el párrafo anterior. He hablado con un montón de personas que visitaron Roma y he llevado a cabo el siguiente ejercicio nemotécnico: primero recurro a su memoria visual, para lo cual deben situarse imaginariamente en medio de la célebre Piazza del Popolo y, una vez ahí instalados, deben observar de frente las iglesias mellizas de Santa María dei Miracoli (derecha) y Santa María in Montesanto (izquierda). Para tener una visión de 360º, deben distinguir tres calles que convergen con precisión matemática en el obelisco egipcio y forman el conocido Tridente: la vía de Ripetta a la derecha, la vía del Babuino a la izquierda y la vía del Corso, que la atraviesa por el medio y separa los dos templos. Una vez lograda la visualización del cuadro entero, llega mi pregunta y la respuesta obtenida es unánime: todos afirman, atestiguan, asienten, aseveran y perjuran que las dos iglesias son idénticas, iguales, gemelas…, pero para sorpresa de todos tengo que informarles que no es así. Debido a su gran similitud, a primera vista parecen iguales, pero son bien distintas y ello se debe a la genialidad de su constructor, el arquitecto romano Carlo Rainaldi (1611-1691). Vistas desde el exterior la diferencia resulta imperceptible, pero una vez dentro se puede comprobar el truco y la magia desaparece: SM in Montesanto es una vez y media más grande, pero más angosta que su supuesta gemela y la ilusión óptica se produce porque la mencionada tiene una planta elíptica con una cúpula del mismo formato. Por otro lado, SM dei Miracoli es completamente redonda y tiene una cúpula octogonal. Con esta información, amigo lector, el secreto ha sido develado. Lo lamento mucho. Nuevamente en el exterior y realizando un examen más minucioso, se pueden percibir diferencias en las linternas de las cúpulas porque son de distinto tamaño y formato, al igual que sus campanarios, pero no se preocupe… Esto es Roma. Un tema a tener en cuenta es que esta magnífica obra es un buen ejemplo de planificación urbana, porque aquí Rainaldi logró cambiar por completo la fisonomía del lugar, utilizando para ello la supuesta simetría de ambas iglesias y así consiguió darle uniformidad a la plaza, le proporcionó un fondo al obelisco egipcio y creó una entrada teatral a la vía del Corso, que por ese entonces era la arteria más importante de Roma. Esa era la primera visión, la impactante panorámica que encontraba toda aquella persona que ingresaba a la ciudad una vez que atravesaba la Porta del Popolo. A su vez, este era el principal acceso para todos aquellos agotados peregrinos que llegaban a Roma desde el norte, después de haber transitado la vía Flaminia; por último, esta era la parada obligada de coches y carruajes, confirmando lo altamente transitado del lugar. Brillante Carlo, aplausos y muchas gracias, porque de a poco vamos descubriendo Roma. Consejo importante para ser tenido muy en cuenta: No crea en todo lo que ve, porque nada es lo que se parece en esta ciudad mágica. Paciencia, ya lo comprobaremos.

    Regresemos a Goethe (1749-1832), que escribió: Es necesario discernir que Roma le sucedió a Roma, y no solamente la nueva sobre la antigua, sino las distintas épocas de la nueva y la antigua, una sobre otras. Tal cual asevera este turista ilustre, la Antigua Roma no desapareció, solo quedó enterrada bajo la ciudad que hoy transitamos. Gracias a que los romanos fueron desde siempre incansables, empedernidos y avanzados constructores, todavía hoy permanecen en pie edificaciones con más de dos mil años de antigüedad. Recordemos que fueron los inventores del concreto (opus caementicium) y gracias a ello el hormigón y el encofrado (molde de madera donde se vertía el hormigón); emplearon el arco de medio punto y su prolongación hizo posible el desarrollo de las bóvedas de cañón y de arista y su rotación, la cúpula. Merced a ello y a una prefijada tipología de construcción, pudieron construir fabulosos acueductos, puertos, cloacas, murallas, anfiteatros, domos, templos, termas, etc., que todavía hoy siguen impresionando al mundo entero. Quiero detenerme especialmente en el enorme sistema de calzadas, incluidos puentes y túneles, que conectaban a Roma con el resto del Imperio. Fue necesaria una gran planificación topográfica y ni hablar del esfuerzo de ingeniería realizado si tenemos en cuenta que en esos tiempos no contaban con excavadoras, niveladoras y demás maquinarias y herramientas usadas en la actualidad, solamente se beneficiaron de una enorme cantidad de músculos disponibles (léase esclavos). Estos caminos, que en una época vieron desfilar legiones y emperadores triunfantes, se convirtieron con el tiempo en las venas abiertas que propagaron el cristianismo por toda Europa. Debido a la excelente técnica de construcción empleada en sus monumentos, en la mayoría de los casos resultaron la base de nuevos edificios gracias al aprovechamiento de sus buenos y firmes cimientos. Otras veces fueron víctimas del expolio de preciosos mármoles, columnas, bronces y demás materiales necesitados para las nuevas construcciones y… qué mejor era que tenerlos disponibles y al alcance de la mano. Esto es Roma…, una superposición de construcciones y estilos. Pero algunos de esos monumentos no tuvieron la misma suerte y fueron demolidos porque obstruían la apertura de nuevas calles o espacios, o directamente fueron abandonados al pillaje o a la destrucción total. Otras tantas veces encontramos ruinas escondidas bajo un cúmulo de estratos arqueológicos, esperando alguna excavación para volver a ver la luz del sol. Esto es Roma…, una caja de llena de sorpresas. Lo insólito de esta increíble historia es que comenzó hace muchos siglos atrás, de una manera simple y fortuita y, sobre todo debemos agradecérselo el instinto maternal de una loba solitaria, la Luperca, que cobijó como su cría a esos dos niñitos que encontró en una cesta a orillas del Tíber.

    No demoremos más y empecemos a andar…, pero antes debemos hacer algo en lo que seguramente vamos a coincidir. Se trata de una breve parada para saborear un café. Estando en Roma sería un sacrilegio no empezar el día con algo que tan bien saben preparar los romanos y que hicieron de este tema una obsesión nacional. Desafío a cualquiera a que me contradiga si el aroma que emana de cualquier cafetería de esta ciudad no actúa en uno mismo como el llamado seductor del flautista de Hamelin, ¡torna irresistible abstenerse! Cada establecimiento hace de ello un culto hasta transformarlo en una disciplina olímpica, compitiendo a lo largo y a lo ancho del territorio italiano para conseguir el podio al mejor. Es su naturaleza, solo debemos fijarnos en la impresionante cantidad de cafeterías diseminadas por la ciudad para entender por qué esto se ha convertido en un deporte nacional. Para los romanos es una parada obligatoria, aunque sea breve, porque les encanta pasar un rato charlando o mirando gente desfilar a su alrededor. El tema no se reduce a un solo y simple café, las opciones para este símbolo de Italia son muy amplias. La palabra café en estas latitudes se refiere al más consumido y bebido a toda hora: el espresso, el favorito de los romanos e italianos; llamado así debido a su aroma fuerte y a la velocidad de su preparación (agregaría a la rapidez de su consumición) gracias al milanés Luigi Bezzera, que en 1901 inventó la primera máquina para prepararlo en poco tiempo. Pero atención, usted no debe apurarse porque el menú es muy variado, repasemos la carta: café macchiato, es un espresso con muy poca leche; café latte, se toma en taza grande con mucha leche y poco café; capuccino, tiene un poco menos de leche que el latte pero es servido con mucha espuma y tiene miles de fanáticos (nunca se le ocurra pedirlo después de una comida, no será bien visto en estos lugares); ristretto, es un café corto, preparado con menos agua y bastante fuerte o lungo, más ligero pero hecho a taza llena; café americano, es servido en una taza más grande y es bien liviano, freddo, corretto… y sigue la lista. ¿Ya eligió, amigo lector? Lo ideal es acompañarlo con un cornetto recién horneado, que es algo parecido al croissant francés, o por un maritozzo, un tentador pastelito relleno de crema batida. Disculpe mi fanatismo por el café, pero puede usted indicarme en qué otro lugar del mundo puede una persona estar cómodamente sentada, saboreando un café y contemplando a su vez un templo de dos mil años de antigüedad… Esto es veramente Roma.

    Finalmente puedo afirmar que estamos listos para descubrir Roma tal cual la vivo yo y, llegado a este punto, quiero hacer una aclaración importante: soy creyente, pero todo lo que voy a transcribir en este libro es totalmente ajeno a la religiosidad. Lo hago desde mi punto de vista de apasionado por el Arte, el cual encontré en abundancia y de una calidad sublime en las tantas iglesias que visité de esta ciudad. Simplemente voy a describirle aquello que llamó mi atención, mi asombro y entiendo que debe ser visto por su belleza, su mensaje y su valor artístico. Tómelo como una guía didáctica. Además, voy a contarle leyendas e historias relacionadas con esos lugares y con sus obras de arte, aportándole mi humilde opinión. Ante todo debe tener en cuenta que, estando en esta ciudad mágica y eterna, no tiene que ir muy lejos para comparar la gracia de Rafael; me refiero al equilibrio y armonía en la composición de sus obras, las cuales contrastan con la terribilitá de Miguel Ángel y la energía vigorosa que este le imprimía a sus trabajos, o con el crudo realismo de Caravaggio y sus tenebrosos claroscuros: está todo a su alcance. Muchas veces, muy a mi pesar, vamos a encontrar lugares invadidos por oleadas de turistas donde lo único que interesa a la enorme mayoría es tener una instantánea, sin importarle el valor y la calidad de la obra que tienen delante o detrás de sus narices y lo que es peor…, unos cuantos la ignoran por completo; mi consejo es tener mucha paciencia. Llegado a este punto siempre recuerdo una fotografía del británico Martin Parr, obtenida en el Louvre, en la cual inmortaliza un bosque de brazos y manos desesperadas sosteniendo sus celulares y tratando de conseguir una selfie con La Gioconda detrás. Increíble, pero real y le aseguro que el cuadro de da Vinci se va a ver en segundo plano, mal encuadrado o mal iluminado o ambas cosas a la vez; ahora bien, ¿qué pudieron apreciar de esa obra tan famosa en tan solo segundos?... Cric, cric, cric. También le aseguro que no prestaron la más mínima atención a las solitarias obras maestras que la rodean. Otras veces, muy pocas, a mi pesar, estaremos en lugares en casi absoluta soledad, con tiempo y espacio libre solo para nosotros. Créame que esto último también ocurre; como ejemplo, puedo asegurarle que cada vez que estoy en Roma tengo largas tertulias con una de mis pinturas favoritas. Se trata de una bonita joven con la que dialogo en extenso sin que nadie nos moleste ni nos interrumpa, al punto de haber trabado una gran amistad; pero no voy a develar su identidad, ni tampoco el lugar de encuentro con esa cautivante y misteriosa mujer. Algún secreto voy a guardar; aunque en este caso y con el correr de los capítulos, usted puede llegar a descubrirlo…, pero atención, porque no va a ser el único secreto. Pocas veces, aunque muchas más de las deseadas a mi pesar, vamos a encontrarnos con que la obra elegida, aquella que soñábamos y ansiábamos ver, está bajo proceso de restauración o ha sido prestada para una exhibición y es imposible verla. Esto es así y uno debe acostumbrarse… Esto es Roma.

    Consejos finales: ante todo no olvide llevar un calzado cómodo, porque le aseguro que va a caminar bastante, además debe tener muy en cuenta que Roma no es una ciudad plana, al contrario, usted va a sufrir sus pronunciadas colinas al trajinar por las múltiples escaleras y escarpados desniveles existentes; por último, si tiene un binocular pequeño es muy útil traerlo consigo, porque va a resultar de gran ayuda para observar mínimos detalles. Debe considerar que nuestro recorrido implica visitar ámbitos religiosos y sagrados donde hay que guardar respeto, acatar indicaciones y concurrir con vestimenta adecuada, especialmente en los meses de verano. Por último, es fundamental chequear los horarios de apertura, de cierre y de liturgias, para no llegar justo cuando estos templos están cerrados al público o su ingreso está vedado debido a alguna ceremonia que se está llevando a cabo. Esto es Roma…, recuérdelo siempre.

    Mi Roma lo va a atrapar y tenga por seguro que va a reemplazar aquella pregunta que se hizo en una visita anterior: ¿Qué estoy haciendo en medio de este lugar? por la exclamación: ¡Por qué no vine antes!, apuesto doble contra sencillo. Hay dos formas de recorrer Roma y vale para cualquier otra ciudad: seguir a pies juntillas, guía de turismo en mano, los itinerarios indicados, o perderse por la ciudad sin ataduras, ni horarios, ni rutas preestablecidas. Estoy convencido de que los libros y las citas de críticos de arte son guías que prestan una gran ayuda y nutren nuestro intelecto, pero finalmente todo debe ser comprobado por uno mismo, in situ, frente a la obra, monumento o edificio elegido, tomándose el debido tiempo de análisis y lo más importante, aquí no debe interesar el grado cultural de cada uno: me gusta o no me gusta, así de simple es la respuesta. El arte es subjetivo ciento por ciento. Una pintura, escultura o monumento deben demostrar ante el observador si todo lo que se dice y afirma con respecto a ellos es tal cual los ojos de cada uno lo perciben y el paladar lo acepta, por lo tanto, el veredicto final puede coincidir con la crítica o cita o diferir totalmente de su agrado. Por último, aquí va el consejo final y el más importante de todos: hay que recorrer esta ciudad sin pensar ni estar atado a lo que se debe ver. Créame, déjese llevar, porque va a vivir y disfrutar Roma como nunca y como nadie.

    Tenga por cierto que en Roma la magnificencia y el esplendor de antaño siguen intactos. La luz cristalina de su celeste cielo lo va a acompañar de día, reflejándose en las paredes ocres y anaranjadas o en el blanco travertino de las fachadas, así como las sombras de la noche lo harán rememorando aquel paseo nocturno que Stendhal adoraba tanto. Confíe en mí, permítame ser su cicerone. Le aseguro que se va a sorprender con historias y secretos guardados celosamente por estas maravillosas obras y monumentos. Conocerá el origen de sus nombres y aquellas anécdotas que las han hecho famosas, quiénes y porqué ordenaron su construcción, quiénes las diseñaron, cuándo las construyeron y cómo fueron financiadas. La idea es analizarlas a fondo, pero sobre todo uno debe situarse en la época en las que fueron hechas y bajo qué condiciones. Conocerá su apogeo, decadencia y resurrección a lo largo del tiempo, como así también la vida de un montón de artistas y personajes que hicieron todo esto posible. De esta manera, usted y mis inquisidores podrán estar al tanto de mis vivencias, mis costumbres y mi dolce vita en Roma. Simplemente se trata de conocer iglesias, sus historias, sus secretos y…, algo más.

    Capítulo 1

    El Giro de las Siete Iglesias

    El Giro de las Siete Iglesias (grabado de Giacomo Lauro (1599))

    El peregrinaje o peregrinación es una tradición practicada por religiones y culturas desde tiempos inmemoriales. Es un magnífico acto de devoción que consiste en hacer un viaje espiritual, solo o en compañía de otras personas, a un lugar sagrado, de acuerdo con la religión de cada uno; ya sea para cumplir un voto realizado, para realizar un acto de penitencia con el fin de expiar culpas, para agradecer peticiones que fueron cumplidas o simplemente hacerlo como un acto de fe. Tomemos el ejemplo de Jesús que, como observante de la ley judía, llegó hasta Jerusalén para celebrar las Pascuas o el Pésaj.

    En el cristianismo, tal como era de esperar, las primeras peregrinaciones se hicieron a Tierra Santa, lugar donde transcurrió la vida de Cristo y donde predicó junto a sus Apóstoles. Según la tradición cristiana, el primer peregrino registrado en hacer algo de ese tipo fue un monje llamado Melitón de Sardes, quien en el año 160 realizó un viaje desde Asia Menor a Palestina para visitar el lugar donde se hicieron y predicaron las cosas descriptas en la Biblia. Este lugar fue la meta principal de muchos peregrinos a partir del siglo IV y ello fue posible gracias al emperador Constantino y a su devota madre, Santa Elena, que construyeron basílicas sobre el sepulcro de Jesús, en el Calvario y en aquellos lugares sagrados relacionados con la vida y muerte de sus Apóstoles, como también lo hicieron en Roma, lugar donde fueron martirizados San Pedro y San Pablo.

    Para el hombre medieval, el peregrinaje no era únicamente un acto de penitencia y expiación, constituía, además, el instrumento más eficaz para asegurarse la protección divina, por lo tanto, no solo se trataba de un camino material sino que también era uno muy importante hacia el interior de su ser. Ayudado por la recuperación económica de la región y el resurgir de importantes centros urbanos, todos pasaron a estar conectados tanto por vía marítima como terrestre y ello dio comienzo a la aparición de mercados y ferias por doquier, además de facilitar el movimiento de mercaderías y personas. También generó la necesidad de visitar los grandes santuarios de la cristiandad, ya sea, peregrinando a Tierra Santa, a la tumba del apóstol Santiago, en Compostela, o a conocer la ciudad donde murieron los dos más sobresalientes apóstoles del cristianismo: San Pedro y San Pablo, me refiero a Roma, la Eterna.

    Conozcamos cómo encaraba el hombre medieval esa peregrinación. Antes de su partida hacían bendecir su cinto, iban vestidos de forma sencilla, con una simple capa, un ancho sombrero y además portaban consigo una alforja con provisiones y empuñaban el bordón (un bastón para ayudarse en la caminata) del que colgaba un cuenco para el agua. A lo largo del arduo trayecto encontraban albergue en monasterios y casas de religiosos.

    A continuación, encontré un interesante ejemplo: en el año 990 el monje Sigerico el Serio (c.950-994), arzobispo de Canterbury, tuvo que trasladarse a Roma para recibir de manos del papa Juan XV el pallium. El palio es una faja que usan los arzobispos sobre los hombros y del cual penden dos tiras rectangulares sobre el pecho y la espalda, estampadas con cruces de seda de color negro o rojo y representan el símbolo del pastoreo. Esta ceremonia era algo usual en esa época y lo hacían los papas para estar en contacto con los obispos de las arquidiócesis más importantes y vaya si Canterbury lo era, porque en esos tiempos era la cabeza de la Iglesia en Inglaterra. Dato curioso: usted debe saber que este arzobispo, junto al monarca reinante y el joyero real, son las tres únicas personas en el mundo que solo pueden tocar la corona británica. Lo interesante de esta historia es que Sigerico realizó una descripción completa del itinerario que utilizó para regresar desde Roma a Canterbury, indicando con detalles precisos rutas, lugares y distancias empleadas como también las paradas realizadas durante la travesía. Estas fueron 79 en total, las que completaban un recorrido de casi 1800 kilómetros, atravesando montañas, mares y un vasto territorio. A partir de allí el camino fue utilizado por peregrinos que llegaban de todas partes de Europa con el propósito de visitar Roma, convirtiendo este itinerario no solo en una ruta de peregrinaje, sino también en una gran vía comercial conocida con el nombre de Vía Francigena, llamada así porque gran parte del trayecto recorría el Reino de Francia. Debido a su importancia, esta ruta figura desde el año 2004 entre los Grandes Itinerarios Culturales Europeos. En el año 1187 aconteció la toma de Jerusalén a manos de los musulmanes liderados por el sultán Saladino (1138-1193), suceso trascendental que trajo consigo el impedimento de acceder a Tierra Santa y a partir de ese suceso extraordinario la vía Francigena pasó a ser la vía Romea, la más transitada hacia la ciudad donde martirizaron a San Pedro y San Pablo. No solo eso, en Roma se custodiaban, además, un montón de reliquias sagradas, muchas de ellas recuperadas por Santa Elena. De esta forma, Roma se convirtió en la meca de peregrinación por excelencia para los fieles cristianos. Detalle: si usted observa el logo de la vía Francigena va a encontrar la típica figura del peregrino medieval que acabo de describir en un párrafo anterior.

    Así llegamos al primer Año Santo de la historia cristiana, hecho que ocurrió cuando el papa Bonifacio VIII (Gaetani) proclamó, el 22 de febrero de 1300, el primer Año Santo de la Iglesia en toda su historia, que en un principio iba a celebrarse cada cien años. A partir de ese momento el Jubileo se incorporó a las tradiciones del peregrino, su flujo fue en constante aumento y quienes realizaban este acto de fe recibieron el nombre de romeros. Cuenta la tradición que el 1 de enero de 1300 una multitud invadió Roma y se agolpó frente a San Pedro, convencidos de que ese año centenario iba a ser el tiempo del perdón universal de todos los pecados. No solo llegaban a Roma para visitar la tumba de los dos Apóstoles, llegaban atraídos por los sepulcros de otros santos y mártires de la Iglesia y de las reliquias sagradas que habían llegado desde Tierra Santa, como, por ejemplo, el velo de la Verónica, que fue aquella mujer que durante el Vía Crucis se abrió paso entre los soldados romanos para enjugar con su velo el sudor y la sangre del rostro de Jesús, quedando sus facciones impresas en la tela usada. Los años jubilares sufrieron modificaciones con el correr del tiempo en cuanto a las fechas de realización. Al poco tiempo, 1342, Clemente VI (de Beaumont) redujo el plazo a cincuenta años y más tarde fue acortado a veinticinco, pero el Jubileo traía consigo dos ritos particulares que han llegado sin modificaciones hasta nuestros días, como son la apertura de las puertas santas de las cuatro Basílicas Mayores y el peregrinaje por las Siete Iglesias de Roma.

    Esta última tradición fue ideada informalmente, a principios de 1540, por San Felipe Neri (1515-1595), el apóstol de Roma, como era conocido, y su propuesta consistía en visitar los lugares donde habían estado los santos y mártires de la Iglesia, ver las reliquias sagradas y prepararse mental y espiritualmente para la Pascua por venir. Por ejemplo, está testimoniado que San Ignacio de Loyola (1491-1556), amigo de San Felipe, realizó el peregrinaje de las Siete Iglesias el 22 de abril de 1541 junto a otros monjes de su congregación. Este circuito pasó a ser una práctica estable y organizada, hasta ganar un tremendo impulso en el año Jubilar de 1550; año en el que asistieron al acontecimiento romeros de todas partes de Europa y de paso hicieron colapsar la estructura de toda Roma. Por último, a partir del año 1575, el recorrido se convirtió en requisito indispensable para obtener la indulgencia plenaria, pero esta vez, en lugar de hacerse exclusivamente en la Pascua, fue autorizado a realizarse durante todo del Año Santo. En la reproducción de un grabado de época, un mapa de 1599 hecho por Giacomo Lauro (1561-1635), puede verse perfectamente delimitado el recorrido de las Siete Iglesias, con la basílica de San Pedro en primer plano. Esta guía turística fue muy utilizada por los peregrinos que llegaban a Roma para el año Jubilar de 1600, hasta convertirla en un best-seller. Para todos aquellos estudiantes de marketing, publicidad y turismo, aquí tienen un muy buen ejemplo.

    Momento de hacer una pausa, porque estando en Roma siempre hay una historia rondando y en este caso va a resultar de interés tanto para el Giro de las Siete Iglesias como para la construcción de San Pedro. En 1551, el papa Julio III (Ciocchi del Monte), convocó una reunión en la que estuvieron presentes los arquitectos, discípulos de Sangallo, quienes continuaban trabajando en la basílica a pesar de la muerte de su jefe, toda su corte y Miguel Ángel. La causa estaba relacionada con las modificaciones de obra encaradas por el florentino. Ante esos cambios, todos los presentes intrigaban insistentemente ante Julio III y le perjuraban que el gran artista estaba arruinando la basílica. El papa, que había confirmado a Miguel Ángel en el puesto de arquitecto de San Pedro después de la muerte de su antecesor, Pablo III (Farnese) y de Sangallo, abrió la sesión diciéndole al toscano que los intendentes de San Pedro le habían asegurado que la basílica iba a ser muy oscura. Quisiera ver y escuchar a esos intendentes, fue la respuesta del florentino. El cardenal Cervini, se levantó y dijo: Yo, he sido, a lo que Miguel Ángel respondió: Monseñor, además de la ventana que se acaba de hacer, van a haber otras tres más en la bóveda. No me lo habéis dicho nunca, respondió enojado el cardenal. La colérica réplica del artista fue: No estoy obligado, ni lo estaré jamás, a comunicar ni a Su Eminencia, monseñor, ni a nadie mis proyectos. Su oficio, monseñor, es disponer del dinero y guardarlo de los ladrones; el mío, edificar esta iglesia. Santo padre, ved cuál es mi recompensa. Si las contrariedades que soporto para construir el templo del Príncipe de los Apóstoles no sirven para la salvación de mi alma, tendré que confesar que soy un loco. Acto seguido, el pontífice le impuso las manos, diciéndole: No se perderán ni para tu alma ni para tu cuerpo, no lo dudes. Allí mismo le concedió a Miguel Ángel el privilegio de ganar doble indulgencia, permitiéndole, además, hacer a caballo las estaciones de las Siete Iglesias, acto que era obligatorio realizarlo a pie. Interesante historia.

    ¿Cómo funciona el recorrido para un Año Santo o Jubilar? Tome nota: la Nochebuena que precede a ese Año, el papa se hace presente en el atrio de San Pedro y, provisto de un martillo, golpea simbólicamente tres veces la Puerta Santa para que se abra y en el mismo acto pronuncia las siguientes palabras, iniciando oficialmente el año Jubilar: Esta es la puerta del Señor. En tanto, los fieles allí presentes deben responder: Por ella entrarán los justos. Solamente esa puerta debe ser traspasada por los fieles durante el transcurso del Año Santo, con la intención de conseguir la indulgencia o la reducción de las penas, debidas por sus pecados. Dicha puerta se cierra la Nochebuena siguiente. El proceso para las otras tres Basílicas Mayores (San Juan de Letrán, Santa María Maggiore y San Pablo Extramuros) es realizado en una ceremonia idéntica a la descrita, encargándose de ello los tres cardenales delegados del papa a cargo de cada basílica.

    El tour clásico de las Siete Iglesias incluye las cuatro Basílicas Patriarcales o Mayores que nombré en el párrafo anterior, más el agregado de tres basílicas menores: Santa Croce in Gerusaleme, San Lorenzo Extramuros y San Sebastián Extramuros. Aclaración importante: en el mundo existen cuatro basílicas mayores, solo están en Roma y en ellas únicamente el papa o los delegados especialmente designados para actuar en su lugar pueden oficiar misa en el altar mayor y se diferencian del resto porque son las únicas que tienen puertas santas. Esta denominación, al igual que la del Año Santo, también fue instituida por Bonifacio VIII en la bula Antioquorum fida relatio. Las basílicas menores son aquellas iglesias que obtuvieron su título por una concesión del papa (existen aproximadamente 1500 dispersas por todo el mundo) y las basílicas patriarcales eran aquellas que un principio estaban asociadas a las cinco antiguas sedes patriarcales de la cristiandad: el Letrán, por ser la primera de todas, estaba ligada obviamente a Roma, San Pedro con Constantinopla, San Pablo con Alejandría, SM Maggiore con Antioquía, más el agregado de San Lorenzo Extramuros con Jerusalén. Tiempo más tarde el título fue otorgado a dos iglesias asociadas a San Francisco de Asís: la conocida Basílica situada dentro de la ciudad homónima y otra cercana, Santa María de los Ángeles, que en su interior alberga el lugar más sagrado para todo franciscano, la Porciúncula. Fin de la aclaración.

    No debemos olvidar que el número siete tiene un valor bíblico simbólico muy importante: significa que es o será aquello que llegará a ser perfecto y pleno. En ocasión del Gran Jubileo del año 2000, el papa Juan Pablo II (Wojtyla), sustituyó San Sebastián por el santuario de Nuestra Señora del Divino Amor; sin embargo, la enorme mayoría de los romeros optan por realizar el circuito tradicional. El recorrido lo puede encontrar en cualquier guía, pero para que usted tenga una idea, aquí va un adelanto: es posible realizarlo en un día y a pie; debe comenzar bien temprano por la mañana en San Pedro y finalizar no más tarde de las 19 horas en SM Maggiore. El circuito se hace respetando el siguiente itinerario: después de visitar San Pedro, deberá realizar el trayecto más largo del recorrido rumbo a San Pablo Extramuros, desde allí tendrá que dirigirse a San Sebastián y luego continuar hasta San Juan de Letrán. Una corta caminata lo llevará hasta Santa Croce in Gerusaleme, desde allí deberá transitar hasta la próxima parada, San Lorenzo, y para concluir con la última etapa del Giro, usted deberá encaminarse hasta SM Maggiore, donde finaliza el peregrinaje.

    Hecha la presentación, le propongo seguir los pasos de los antiguos peregrinos, pero ajenos al propósito de obtener indulgencia plenaria, más bien con el ánimo de conocer su rica historia y descubrir el maravilloso arte que atesoran las Siete Iglesias de Roma. Empecemos el viaje.

    Basílica de San Pedro

    El origen de esta basílica tiene sus raíces y se remonta a un lugar bastante lejano de Roma. Todo comenzó cuando Jesús caminaba por la ribera del Mar de Galilea. Encontró allí a un humilde pescador y le dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás, pero te llamarás Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Hoy podemos afirmar: Felicitaciones, Pedro, vicario de Cristo, has hecho demasiado bien tu trabajo.

    El resto de la historia es conocida por todos. Se cree que Pedro llegó a Roma no antes del año 50 para ejercer su apostolado romano y allí padeció las persecuciones a los cristianos, que comenzaron en el verano del 64, ordenadas por el emperador Nerón (37-68), quien los responsabilizó ante el pueblo como los causantes del famoso incendio. Pedro fue una víctima más, junto al apóstol Pablo, pues había regresado a Roma por segunda vez alrededor del año 63. Ambos pasaron a ser mártires y finalmente Pablo murió decapitado y Pedro crucificado, pero ante su pedido, cabeza abajo, porque no se consideraba digno de morir como Jesucristo. Este último hecho ocurrió en una pequeña colina llamada Vaticano, lugar en que el emperador Calígula (12-41) había hecho construir una gran arena, cuyo espectáculo principal eran los combates entre esclavos. Atención: el famoso Coliseo todavía no existía, fue inaugurado en el año 80 por el emperador Tito. Precisamente esa arena fue utilizada por el divino Nerón con otros fines: torturar y crucificar cristianos, entre ellos a Pedro, siendo además el lugar donde fue sepultado.

    La tumba de Pedro comenzó a tomar importancia muy pronto, tal es así, que alrededor del año 80 ya existía en el lugar una pequeña capilla mandada a construir por el papa Anacleto. Este oratorio fue convertido por los fieles cristianos en lugar de concurrencia obligada y de gran veneración. Debemos viajar hasta el siglo IV, alrededor del año 320, momento en que el emperador Constantino y su madre Santa Elena, decidieron construir una basílica imponente en el lugar donde estaba enterrado el apóstol. Según cuenta una leyenda, el mismísimo Constantino tomó

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1