CHARTRES Y EL ARCA DE LA ALIANZA
Regresé al pórtico norte de la catedral de Chartres a las 16:47 horas del día 27 de marzo.
Fue una casualidad, naturalmente. Pero fue una perfecta casualidad. 16:47 horas (1+6+4+7 =18= 1+8= 9) del día 27 (2+7 = 9). Los dígitos sumaban nueve, el familiar número templario.
Habían pasado varios años desde mi anterior visita, pero por un momento me parecieron siglos.
Contemplé el impactante Pórtico de los Iniciados desde el peldaño inferior de la escalinata. Melquisedec, Abraham, Moisés, David, Jeremías, Simeón, san Juan Bautista y san Pedro me observaron con displicencia. Por un momento, la gravedad de su gesto me incomodó.
Era una tarde gris, ventosa y fría. Estaba a solas con los 700 personajes esculpidos por las maravillosas manos anónimas de los compañeros medievales y me esforcé por olvidar las miradas que me dedicaban aquellos incómodos testigos mientras fotografiaba los dos capiteles que más me interesaban. En uno de ellos se representaba el Arca de la Alianza transportada en un carro tirado por una pareja de bueyes –«Pusieron el Arca de Dios en un carro nuevo y la sacaron de casa de Abinadab… » Samuel II, 6,3–; en el otro, un hombre cubría el Arca con un velo en una escena rodeada de cadáveres y con la presencia de, al menos, un caballero. Las imágenes se acompañan con dos leyendas: Archa Cederis, e Hic Amititur Archa Cederis. Dos frases extrañas, ambiguas.
«¿Obrarás según el Arca?», se interrogó en su día el escritor
Estás leyendo una previsualización, suscríbete para leer más.
Comienza tus 30 días gratuitos