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La distancia entre los erizos
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La distancia entre los erizos
Libro electrónico634 páginas10 horas

La distancia entre los erizos

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¿Quién no merece una segunda oportunidad?

«Vivir para trabajar» es lo único que tiene en su cabeza Miriam, un lema que solo tiene un objetivo: la aprobación de su padre. Un conflicto entre ego y amor que se romperá con el asesinato de él.

Nueva etapa, nueva vida, todo es suyo, incluso el miedo y la soledad que rodeaba a su progenitor. Ahogada con su nuevo estatus y temerosa por su vida, toma una decisión: buscar distancia con su vida actual. Sin embargo, esta decisión la hará volver a su pasado, ese que siempre quiso borrar, el que le puede permitir construir un nuevo futuro, una nueva Miriam, el que le puede dar una segunda oportunidad.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento14 dic 2018
ISBN9788417637163
La distancia entre los erizos
Autor

R. López-Romero

R. López Romero (Ciudad Real, 1979). Su carrera profesional la ha desarrollado entre la investigación y la docencia de la Geografía y la Historia. Por ello, en esta primera novela, La distancia entre los erizos, aplica su hábito de narrar el pasado a terceras personas para, por medio de una narración en primera persona, transmitir el dilema que sufrirá la protagonista de la historia, que tras la muerte violenta de su padre debe solucionar el conflicto interior entre continuar con la construcción de una exitosa carrera profesional y la construcción de nuevas relaciones personales. Esta novela vitalista explica como la protagonista, una joven mujer, para conocer las causas del asesinato de su padre necesitará reconstruir su vida y, sobre todo, decidir si dejarse herir o morir de frío. Una novela contemporánea, que huye del dramatismo, buscando con gotas de humor explicar la transformación vital de sus personajes.

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    La distancia entre los erizos - R. López-Romero

    Capítulo I

    Golpeo la puerta con los nudillos. Sin esperar el aviso abro la puerta. Ya era tarde y mi padre continuaba con su desesperante rutina de trabajar hasta medianoche. Sobre la mesa se veía una bandeja con los restos de la cena. Nunca ha comprendido por qué debe dejar de trabajar. Ese escritorio es parte de su vida. Podría enumerar con los dedos de las manos las veces que le he visto fuera de él en el último año. Como siempre tomo una de las sillas apoyadas en la pared, junto a la puerta y la aproximo a su mesa. Me siento, espero que mi mirada inquisidora le obligue a levantar su cabeza. Me hace un gesto con la mano para que no diga nada y al rato alza la cabeza, para decirme paternalmente:

    —Hola Miriam — no me gustaba cuando se dirigía a mí por mi nombre, puesto que siempre era el inicio de una discusión entre nosotros. —

    —Parece que hoy voy a ser Miriam, tu empleada. Me gusta más cuando soy «hija» o «cariño». Así, que sin rodeos y dime para qué me quieres — le señalo, claramente a la defensiva.

    Aparta la mirada y comienza a recoger sus papeles. Aprieta el timbre para avisar de que recojan los restos de la cena. Me asomo a estos y deduzco lo liviano que tuvo que haber sido.

    —Papá, no puedes seguir viviendo así. ¡no has cenado nada! Y trabajando hasta las tantas de la noche. Deberías bajar el ritmo, el día menos pensado tendremos un susto contigo. — me corta tajantemente

    —Y tú heredaras todo esto. Miriam cuando seas la propietaria harás lo que quieras, pero ahora déjame vivir en paz. — mientras dice esto termina de recoger los papeles. Levanta la mirada, nota mi cara de disgusto y vuelve a recriminarme:

    —Además tú eres igual. Mírate cómo vas vestida, pareces uno más de mis trabajadores, no una señorita. Sabes lo que digo, que haces lo mismo que yo, no puedes dejar de trabajar. Deberías ser un poco más como tu madre e intentar tener un poco de vida social ¿sal con tus amigas?, ¿no tienes fiestas o algún evento? — vuelve a utilizar el tono paternal.

    Me conoce y sabe que como a él, no me gusta perder el tiempo, pero siempre me lo recuerda, ahora vendrá con lo de casarme.

    —Y lo de buscarte un chico. Todas tus amigas están casadas y tú nada — me dice de forma cortante.

    —Ya vale papá, siempre con la misma cantinela. Cuando sea, será. No necesita escuchar a nadie que me repita una y otra vez el mismo sermón — y que me sabía de memoria. — al grano. ¿Para qué me querías ver?- suelto de forma impertinente.

    Se vuelve a sentar. Cuando va a hablar, golpean la puerta y aparece Loli, perdón venía a por la bandeja. Mi padre hace gesto que para que pase a por ello. Cuando está a mi altura, ella me acaricia el hombro, para saludarme y me sonríe. Le devuelvo la sonrisa y apoyo mi mano derecha sobre la suya. Luego se suelta, coge la bandeja y se marcha. Como siempre Loli ha tenido un gesto de cariño hacia mí.

    Oigo como se cierra la puerta, y en ese momento mi padre vuelve a dirigirse a mí:

    —Te he llamado para comentarte lo de la venta de los terrenos. Habrás oído que quieren construir una autovía cerca de la dehesa. ¿no? — está unos segundos en silencio, creo que está estudiando mi reacción. Intento mantenerme impávida. Prosigue:

    —Parece que próximo a ella quieren construir un gran hotel, centro de ocio, pisos y no sé qué más, así que nos ofrecen comprar nuestros terrenos, por eso te he llamado para que conocieras la cantidad. — me pasa unos papeles

    —Leo la cantidad y paso la siguiente hoja donde se encuentra un mapa donde se hayan resaltados las parcelas que quieren comprar. Eso no me gusta, suelto un sonido de desaprobación, lo que obliga a mi padre a intervenir:

    —Cariño, no te pongas así. Sé que es tu negocio, pero solamente es rentable. Lo mejor sería vender. Es una cantidad justa y tú puedes elegir la administración de otro. Sería un problema menor… —

    No puedo escuchar más y me levanto de forma brusca, echando para atrás y de forma vehemente la silla. Tiro las hojas sobre su mesa:

    —¡qué sólo es rentable!, bien sabes lo que me costó conseguir que me dejaras administrar ese negocio. Claro al machito de mi padre no le gustaba que yo cogiese un negocio de «hombres», como su princesita iba a poder gestionar una explotación porcina, no mejor una cosa de niñas como tus sosos supermercados o alguna de tus cadenas de ropa. Espera, que lo que más le habrá molestado al señor importante es que cogiese un negocio en la ruina y ahora sea «sólo rentable», o que «este modernizado» o que hayamos quedado «finalistas» en concursos nacionales. Hemos sido reconocidos como la mejor marca cárnica en expansión pero como ese éxito no ha sido del gran hombre, sólo es un negocio «rentable» — exploto histérica.

    Tras ello me acercó a la estantería del fondo. Allí mi padre colocó una colección de caballos de cerámica y porcelana de distintas partes del mundo. Eso me recuerda lo que siempre deseo tener.

    —Cariño, respira y tranquilízate. Ven y siéntate. Sólo quería informarte, que supieras lo que hay — me intenta sosegar con un tono suave.

    Me giro y le miro desafiante. No puedo contenerme:

    —Sabes lo que te pasa papá — cojo uno de sus caballos y le miro desafiante — que creo que te molesta que yo haya podido sacar adelante un negocio de cría de animales. Que haya sido rentable y que el gran hombre de negocios que es mi padre hubiera fracasado. Por eso quieres vender — tras ello me acerco a su escritorio y dejo sobre éste un caballo.

    Me observa molesto. Me coge del brazo y me dice:

    —Miriam, eres una impertinente y lo peor de todo, una maleducada. — se silencia unos segundos y prosigue — Como se te ocurre decir esto a tu padre, siempre tienes que estar a la defensiva. Comprendo que no he sido el mejor padre, pero eres mi hija y estoy orgulloso de ti, de lo que trabajas y te esfuerzas. Escúchame de una vez, si no quieres no vendemos, pero te van a presionar para que lo hagas, es mucho dinero en juego y no van a parar hasta conseguirlo. Sólo deseo quitarte problemas. Vende y vuelve a empezar otro negocio, yo te doy el dinero. — tras ello me suelta el brazo y molesta giro la cabeza.

    Odio que me trate como una niña pequeña, no necesito su ayuda, yo puedo hacerlo sola. No quiero que nadie diga que necesito el dinero de mi papá, ni que estoy bajo su protección. De forma impulsiva cojo los papeles, los rompo y los tiro al suelo:

    —Esto es mi respuesta a la oferta. La dehesa no se vende ni por todo el oro del mundo. Si levanté un negocio de «hombres» en quiebra, creo que puedo luchar contra unos especuladores. Ya sabes cuál es mi opinión. — y tras estas palabras me dirijo a la puerta, pero a mis espaldas mi padre me apunta:

    —Hija mía, no seas como yo, déjate aconsejar, sino acabarás sola y refugiada en tu trabajo, como tu padre. —

    Sin contestarle, salgo y doy un portazo. ¿Siempre tiene que ser igual?, no necesito ni tus consejos y menos tu dinero, papá. Déjame que siga con mi vida.

    Capítulo II

    Lunes 18 de enero, 9:28 h.

    Al lunes siguiente me encontraba en el despacho del criadero, esperaba que viniera mi encargado mientras revisaba las cuentas de gastos. Al poco golpean la puerta y piden permiso para pasar. Era él, no le puse buena cara, lo que le hizo percatarse que nuestra reunión no iba a ser amigable. Estaba enfadada por el crecimiento de algunos gastos. Este hombre muchas veces se encuentra en limbo y no se entera de mis órdenes, y como todos los de su género es medio lelo. Al entrar y mirar mi cara había deducido inmediatamente que algo no me gustaba. Se queda en la puerta y me pregunta:

    —¿deseaba algo señorita Miriam? — con voz temblorosa.

    Esto no es mi mejor acto, pero me encanta que me muestren este respeto y, además no me dan ninguna lástima. Aún me acuerdo los primeros días que llegue al criadero. Estos tipejos se pensaban que estaban ante la niñita de papá, que había venido a pasárselo bien, a jugar a ser una mujer de negocios. Nada de eso caballeros, enseguida les metí en vereda, al primero que me minusvaloró lo mandé a la calle. Allí vieron todos que no me iba a temblar el pulso. Poco a poco reestructuré la plantilla, largué a los impresentables e introduje nuevos trabajadores, sólo con eso la productividad se duplicó. Nuevos horarios y un control exhaustivos de los gastos. Con ello pasamos de ser un simple criadero de cerdos a una de las marcas revelación, de estar en quiebra técnica a tener beneficios, y tras ello mejoré el sueldo de los trabajadores. Con esto quedaba claro que el trabajo bien hecho tendría sus beneficios.

    —Quisiera saber ¿por qué se les ha empezado a dar ya pienso a los cerdos? — pregunto tajante.

    —Creímos señorita Miriam… — comienza a divagar. No tengo ganas de escuchar más tonterías.

    —Aquí sólo se cree en Dios y se siguen mis órdenes. No quiero cerdos supergordos, quiero cerdos ibéricos y si todavía hay alimento en el campo se sacan a pastar. Lárgate de mí vista — me siento y sigo revisando los papeles.

    Esta labor es interrumpida por una llamada a la puerta. Pienso que es otra vez mi encargado, así que sin levantar la vista le grito:

    —¡Mario lárgate!, no quiero ninguna réplica — pero la voz que oigo es otra más familiar

    —Hija sigues como siempre. Venía a ver si te encontraba con mejores pulgas. Pero sigues igual que el sábado. — tras esto entra mi padre y Martín, un hombre de unos 50 años, su mano derecha, aunque realmente su función era de confidente, ya que mi padre era tan personalista en su trabajo que no necesitaba a nadie.

    —Hola caballeros, ¿a qué se debe esta visita tan implacentera? — le suelto con desgana, sin dejar de ordenar la documentación que tenía extendida sobre la mesa.

    Dejo los papeles y me recoloco en mi silla. Ahora mi padre estaba en mi terreno y no le iba a dejar controlar la conversación. No puedo recordad desde cuanto no le veía fuera de su cueva. Me parecía extraño, lo que me llevaba lógicamente a desconfiar. Ellos dos son como una bandada de cuervos, siempre auguran malas noticias. Por eso, me encontraba en el deber de inquirir sobre sus visitas.

    —Cariño, tras la discusión del otro día, creía que lo más considerado sería venir a verte a tu trabajo. He visto todo muy cambiado, creo que debo darte la enhorabuena. — mientras dice esto se sienta en una silla que Martín le ha acercado.

    Mi padre y un cumplido, señal de peligro. Me pongo alerta y le examino intentando adivinar por su expresión corporal sus verdaderas intenciones.

    —Papá, desde cuando no salías de tu despacho a visitar la empresa que tan costosamente cediste a la administración de tu hija. Todo el mundo sabe que tu visita a una de tus empresas es la señal de una muerta anunciado o como otros lo llaman de una reestructuración de personal. ¿no es así? — le replico

    —Miriam, no sé cómo te soporta alguien. Siempre estás enfadada. Ya te dicho que tras la discusión había creído conveniente venir a visitar el criadero… — me va contando de forma automática, por eso le corto:

    —Y las tierras que quieren comprar también. ¿no?. — empiezo a subir el tono

    —También eso. Pero no pienses que para venderlas sino a visitar las lindes, por si luego hay algún problema. Piensa que si se construye la autovía, puede que nos expropien algún terreno — y continuara su explicación con un exasperante tono lento.

    No puedo más, por eso abro la cajonera y de forma impulsiva saco un mapa catastral. Le pido que se asome sobre éste y comienzo a relatar según marcaba con el bolígrafo:

    —La parcela que quieren comprar se llama la dehesa de El Cadalso, limita al norte con la sierra y el camino de Matutes, al oeste tenemos el arroyo y las parcelas de «montes y pastos», la que llaman la Villeja. Al sur nuestros campos de pastos y al Este, limitado por un camino agrícola la explotación de vacuno de los Rodríguez. Ya las has visto, está todo cercado excepto en la zona del río. Ya os podéis marchar — tras ello me siento sobre mi silla expresando el cansancio que me produce su visita.

    —No seas así, sabemos que te las conoces muy bien, pero hija, me gusta comprobar todo de forma personal. No quiero futuros problemas. Además no dices siempre que tengo que tomar el aire. Bueno tal vez un paseo por el campo sea un ejercicio saludable. Vente con nosotros — mi padre nunca se altera.

    No estaría de más que me fuera con ellos, así los podía vigilar de cerca a los dos, bueno, y también, por una vez pasar un rato junto a mi padre. Todo el mundo dice que somos iguales, por eso aunque vivimos juntos, siempre estamos distantes, los dos queremos llevar la voz cantante y eso lleva a confrontaciones. Me gustaría un día llegar y poder decirle solamente «Papá, te quiero», pero nunca he podido. Miro mi agenda y por desgracia tengo una visita confirmada. Se la enseño a mi padre y me dice:

    —Lo comprendo cariño. Eres como yo, el trabajo siempre lo primero. Hazte un favor, se tu misma, no seas como yo, no quiero que te quedes sola — me dice compasivamente

    —Papá, tu nunca estarás sólo, me tendrás siempre a mí. — le respondo impulsivamente.

    Martín, ayuda a mi padre a levantarse y tras ello le coloca la chaqueta y le entrega el sombrero. Se despiden. Me acaricia la mejilla con su mano y me da un beso en la sien. Se gira y junto a Martín marchan hasta la puerta. Por el camino les oigo hablar, pero tan bajo que no puedo descifrar sus palabras. Me vuelvo a sentar y sigo repasando las cuentas. Poco dura mi labor porque al poco oigo en la puerta la voz de un caballero:

    —¡Buenos Días!. ¿Miriam De la Rosa? — con una voz grave.

    Levanto la cabeza de los papeles y veo un hombre de unos 40 años. Con gran porte, vestido con unos pantalones de vestir y una camisa azul de algodón, sin corbata. Sobre ella una chaqueta americana de un suave color terroso. Su cabellera perfectamente peinada mostraba algunas canas, que más que envejecerle le hacía más interesante.

    —Es usted Miriam — intenta confirmar

    Eso lleva mi atención a su boca, donde destacan unos carnosos labios y en su barbilla, perfectamente afeitada, un sensual hoyuelo. Me cuesta hasta hablar. Trago saliva.

    —Si soy yo, pase — con voz ligeramente temblorosa. — ¿usted es? — con un deseo irrefrenable de saberlo.

    —Perdón, soy Efrén Trujillo. Me ha enviado la empresa «Develop farm» para el tema de control de calidad del ganado porcino de su criadero — tras ello se sienta.

    «Develop farm», cada vez me gusta más esta empresa. Normalmente venía Juan, un hombre de unos 40 años, sin ningún tipo de gracia, pero muy eficiente. Sin embargo esto es un cambio a mucho mejor. Da gusto hacer negocios con un hombre como este. Me miro la ropa y observo que voy vestida como un hombre, pantalones negros de pana y camisa de cuadros verdes. Que desastre, sin maquillar, no destacarían entre cualquiera de mis empleados. No es necesario, seguro que un hombre tan guapo está casado. Céntrate, me ordeno internamente:

    —Usted dirá. Venía a coger muestras. Pero ¿qué le ha pasado a Juan? — le lanzo la pregunta, pero sin ningún interés real por él, por mi como si no aparece nunca más.

    —No lo sabemos, creemos que le ha pasado algo familiar. Lleva una semana desaparecido. Este trabajo lleva muchos viajes y a algunas esposas les plantea dudas. ¿Me entiende? — sigue llamándome de usted.

    —Efrén tutéame, no soy tan mayor. A usted ¿también le pasa? — es una pregunta un poco indiscreta pero me muero por saberlo.

    —El ¿qué? ¿qué me digan de usted? — me replica

    —No, lo de esposa y la familia — eso es lo que quiero saber

    —Soy soltero. Todavía no he encontrado a la mujer de mi vida — me responde y luego se ríe.

    Pues he de decirle señor Efrén que hoy puede ser tu día de suerte, si quieres a una mujer para toda la vida, aquí me tienes. Es lo que te tenía que haber dicho, pero sólo lo pensé. Porque aunque seguro que te lo han dicho muchas veces debería recordarte lo guapo que eres, no pareces muy perspicaz, pero para qué, con esa sonrisa y ese hoyuelo no lo has necesitado nunca, seguro que siempre has conseguido lo que querías. Venga sigamos con nuestro trabajo. Mi madre tiene razón, me tenía que haber maquillado, su manida frase «nunca se sabe dónde puede conocer al hombre de tu vida», hoy se ha cumplido. Intento volver a la conversación, pero me encuentro distraída. Me recoloco en la silla y voy apuntando lo que me dice, para intentar concentrarme.

    Durante unos brevísimos 25 minutos hablamos de la necesidad de nuevos análisis para una nueva normativa europea. Al parecer se necesitan comprobar la pureza de los pastos de engorde para animales porcinos, para alejar posibles contaminaciones de la carne y que no lleguen éstas al consumidor. En eso estoy sosegada porque una dehesa centenaria como la nuestra, distante de grandes urbes y polígonos industriales, se encuentra libre de cualquier contaminación. Le comentó que estoy tranquila y que no creo que sea necesaria. El recalca que será obligatorio para la venta de los productos al resto de la Unión Europea. Para eso pagamos a esta empresa, además si los va a realizar él, será una doble inversión de futuro, para la empresa y para mí, por eso le indico:

    —Soy una persona muy metódica y no me gusta trabajar con gente con la que desconfío y Juan era un hombre que se había ganado mi confianza — pone cara de sorprendido— pero usted, Efrén, me ha dado muy buena impresión. Por eso, si las muestras las recoge usted personalmente no creo que haya ningún problema.

    —Por supuesto que vendría yo en persona. Este es mi trabajo. ¿hay trato? — tras ello se levanta y me alarga su mano.

    Estaba deseando tocarle, unas ganas locas, eran tantas que en nuestro primer contacto me llevé una gran desilusión, al chocar su mano, descubrí una mano fría y flácida. Es una forma de saludar que me da repelús. No podía ser del todo perfecto pero con esa sonrisa y también esos ojos negros y penetrantes, lo que quisiera.

    Tras ello me levanto y le acompaño hasta la puerta. Le pregunto cuándo será la siguiente visita, no tengo prisas por los análisis, pero si por volver a verle. Me comenta que lo antes posible, que si es factible y si ese era mi deseo, que acelerarían el proceso, puede que el viernes que viene. Pues sí que lo deseaba, pero no que viniera a tomar muestras, sino a otras cosas. Respiro hondo para volver a tomar mi control. Hablo conmigo misma, Miriam sé profesional. Le sonrío y acepto la fecha propuesta. Cuatro días son ideales para darme tiempo para ir a la peluquería y conseguir algo de ropa más femenina. Le veo marcharse, bajar las escaleras y con un elegante paso acercarse a la puerta principal. Se gira y al verme se despide con la mano presentando una enorme sonrisa. Noto como me arden las mejillas y como una boba le devuelvo el saludo. Creo que se ha dado cuenta, pero mejor, esto se puede considerar como un primer paso. Entro a mi despacho, cruzo los brazos y noto el pulso de mi corazón. No puede ser, estoy emocionada como una chiquilla. Esto es lo que llaman un amor a primera vista.

    Capítulo III

    Viernes 23 de enero, 8:05 h.

    Por fin era viernes. La mayoría lo eligen como su día de la semana favorito, dicen que huele diferente, que emerge con una llama interior que te quema de alegría. A mí siempre me ha dado igual, creo que tras más de 10 años que llevo con este negocio, nunca he falta un sólo sábado. Los animales no entienden de fines de semana y vacaciones y lógicamente nosotros que los cuidamos tampoco. Así, que es otro días más, aunque este viernes va a ser diferente.

    Me he sentido como un oficinista aburrido durante esta semana. No pasaban los días. Durante toda la semana he deseado que llegase este viernes. Iba a volver a ver a Efrén. Efrén, Efrén, me repetía ese nombre en la cabeza, hasta su nombre es evocador, suena a misterioso y dulce a la vez. Hoy vas a volver y por ello hoy no voy vestida como un trabajador más. Estuve toda la tarde buscando en mi guardarropa, necesitaba algo elegante pero profesional. Parecía una adolescente en su baile de graduación. Cuando estudié en Estados Unidos, nunca fui a ninguno, nadie invita a la chica rara, esa que no tiene amigos. No fueron los mejores meses de mi vida. Siempre sola, rehusando a todo el mundo. Estaba en un momento que necesitaba pensar, pero eso era el pasado. Ahora tengo ganas de cambiar, necesito una nueva vida. No dice mi padre que sufre porque me quede sola, ya me imagina su cara cuando le presente a Efrén. Estoy segura que lo ve perfecto para mí.

    Miro el reloj, debe estar a punto de venir, tomo mi neceser y bajo al baño. Me miran los trabajadores y noto como cuchichean. Normal, nunca me habían visto llegar al trabajo vestida como una mujer, para ellos tan diferente, sin las ropas de trabajo. Tienen la misma cara que cuando me metí con ellos a limpiar las pocilgas y criaderos, ese día descubrieron que la niña, no tenía miedo a meterse en la mierda, ni al trabajo físico. Siempre que puedo bajo a las pocilgas, me encanta sudar moviendo la paja y mojarme limpiando los criaderos, ser una más, otra abeja en la colmena, no la tiránica reina del despacho de arriba. Esos días son los mejores, llego a casa con las manos doloridas, los pies hinchados, la espalda cansada, me tumbo y duermo de tirón, satisfecha del trabajo y sobre todo de mí. Ese trabajo me ayuda a desengancharme de todos los problemas. Mejor que en cualquier spa de lujo a los que van mis amigas. Hoy es un día diferente, tiene que ser diferente.

    En el baño reviso mi maquillaje. Mi madre tiene razón, no se pintarme. Mejor discreta que mal maquillada, un poco de base y pintalabios. Me arreglo el peinado, debería hacer ido a la peluquería, pero no tuve tiempo, ni ganas de aguantar esas absurdas conversaciones. Si esto funciona la próxima vez habrá que hacer un esfuerzo. Doy unos pasos hacia atrás y me miro de cuerpo entero. Me parece que he cogido algo de peso, esto vaqueros tan ajustados, no sé si reducen o muestran demasiado, da igual. Me acerco y compruebo si es mejor desabrochar un botón más a la blusa. No me veo, no soy yo, mejor cerrada. Tras ello, salgo y cuando me dirijo a la oficina me cruzo con Mario, el encargado, noto como estudia visualmente mi cuerpo. Hoy no me importa, es buena señal, pero es una falta de respeto y hay que reprimirla:

    —¿qué quieres Mario? — le espeto de forma rotunda. Se queda callado.

    —No nada señorita Miriam. Es que no la había reconocido, ya sabes que hay poca luz … — intenta excusarse

    —Pues si no quiere nada, siga con su trabajo — pobre Mario, te tendría que haber dado las gracias, me has animado.

    Subo las escaleras y veo la puerta entreabierta de mi despacho. De forma disimulada me asomo por la rendija entreabierta, lo que me permite ver que ya había llegado Efrén. Noto como aumenta las pulsaciones de mi corazón, quiero volver a notar esa química del otro día. Abro la puerta y con toda la seriedad posible saludo:

    —Buenos Días Efrén. Has llegado pronto. Es un síntoma de seriedad. Me gustan los hombres serios — un halago con doble sentido, porque sobre todo me gustaba él. Tras ello alargo mi mano derecha, no creo que sea profesional darle dos besos, pero sólo de momento, porque lo que haría sería morderle ese cuello, besarle ese hoyuelo, perderme en él.

    Educadamente me devuelve el saludo. Otra vez esa mano blanda, que horror. Me dirijo hacia mi mesa mientras pienso que la próxima vez serán dos besos, no sabe dar la mano pero estoy segura que besar sí. Me siento y le pregunto por la rutina de trabajo. Comenta que es necesario marchar a tomar de forma inmediata muestras de los lugares de pasto. Me parece fantástico que me lo proponga, aunque él no lo sabe, escaparnos a la dehesa. Será la cercanía de la primavera, pero me entra unos calores de pensar que vamos a estar solos. Por ello le propongo:

    —¿necesitarás a alguien que te acompaña a la zona de pastos? — asienta su cabeza. Mejor para mí — pero hoy tengo la plantilla bastante ocupada para que te acompañe alguno de ellos, pero si lo ves conveniente hacer los análisis con cierta premura — me quedo en silencia como pensando, pero lo tenía todo ya muy calculado — puedo cambiar mi agenda y acompañarte en persona, si no soy una molestia, claro — tras decir esto, no podía dejar de animarle mentalmente a que dijera que sí.

    —¿Ir contigo?, eso nunca sería una molestia sino un placer — me contesta y se ríe. No puedo evitarlo, tengo que sonreírle, se acabó la profesionalidad, es que estoy loca por él.

    Decidimos salir inmediatamente, mientras él se dirige a la puerta, cojo mi chaqueta y me la pongo sin apartar la vista de su espalda. Me encanta como anda. Ha cambiado de vestuario, preparado para trabajar en el campo, con unos vaqueros ajustados, lastima de la chaqueta que le tapa el culo. Se apoya sobre la puerta y sonríe pícaramente, creo que se ha dado cuenta que le estaba examinando, rápidamente retiro la vista y tras hacer como que compruebo donde están las llaves, y con toda la dignidad posible tras esta pillada, salgo del despacho.

    Por el camino le pregunto si desea tomar algo antes de salir. Se disculpa, dice que tiene prisa que desea ir ahora mismo a coger las muestras, pero gentilmente me da las gracias. No ha podido ser, hubiera sido un buen momento íntimo, pero sí que me va a ayudar a preparar la siguiente cita:

    —Gracias, pero hoy no puede ser. No obstante, como no quiero parecer descortés, que tal sí la próxima vez quedamos en un hotel rural cerca de aquí y te invito yo. — tras esto nos paramos. Que cara de sorpresa debía tener porque me vuelve a decir — no te sorprendas, me gusta que las reuniones de trabajo sean fuera de la oficina, la gente suele hablar más claro — se toca el pelo y sonríe. Pero que guapo eres Efrén.

    —Claro, claro… tienes razón. Así charlaremos más tranquilos. Por mí perfecto — más que eso, estoy encantada de la propuesta.

    Antes de salir indico a Mario que nos marchamos y que intentaré volver antes del cambio de turno. Aún tenía cara de susto después de nuestro encuentro, aunque se quedó extrañado de mi tono de voz. Es que hombres como Efrén, pausan a cualquiera. Optamos por ir cada uno en su coche, puesto que tras la recogida de muestras él se marcharía directamente y yo volvería al criadero, juntándonos en una antigua estación de servicio abandonada, próxima al cruce de entrada a la dehesa.

    Al llegar allí, Efrén se monta en mi coche de trabajo, un pequeño todoterreno, lo que nos obligaba a estar bastante juntos. No me gusto el olor de su colonia, muy fuerte, como si escondiese algo, pero no me preocupa, ya sabemos que las novias regalan colonias a los hombres para que huelan como ellas quieren. A veces, cuando cambiaba de marchas podría rozar su pierna, eso me hacía subir un cosquilleo por el estómago. Me estaban entrando calores, debía haberme quítalo la chaqueta. Al poco de entrar en el camino agrícola él comenzó a charlar conmigo:

    —¿Llevas mucho tiempo dirigiendo el criadero? — me pregunta

    —Sobre unos 10 años. No te puedo decir exactamente. Me lo cedió mi padre cuando acabe la carrera, para foguearme. Pero ahora, es mi vida. Para mí es como mi hijo, estoy orgullosa de cómo van las cosas — no puedo evitarlo, lo estoy.

    —Si, os va muy bien. He leído muy buenas referencias sobre vuestro producto, comentan que une la tradición con la modernidad, y que vuestro jamón agrada y llena el paladar, como decían en un artículo «saborearlo es guardar un recuerdo para siempre». Habéis trabajo mucho la verdad. — esos halagos me están poniendo nerviosa. No sé qué decir, pero él vuelve a decirme — Dicen que las empresas reflejan el carácter de su gestor. Si eso es verdad, debo pensar que eres una mujer tradicional pero a su vez moderna — tras decir esto nos reímos.

    —Eso lo tienes que decir tú. ¿cómo me ves? — me gusta por donde va la conversación

    Se retira un poco y hace de forma exagerada el gesto de examinarme, para soltarme:

    —Lo de fuera lo veo muy bien. Realmente fantástico, de lo que no puedo pronunciarme es lo del sabor. A simple vista no es posible saberlo, necesitaría utilizar otros sentidos. — tras oír esto me entra más calores. Vaya indirecta que me acababa de lanzar. Esto es química, física e incluso ética.

    Gracias a dios llevamos a la dehesa, necesita abrir para refrescarme. Para disimular digo en voz alta que debí quitarme la chaqueta, que he pasado calor. Efrén se ríe, sabe que no hacía tanto calor dentro del vehículo. Subimos a un cerro próximo y desde allí le señalo de forma general los límites de la finca, comentando que el ganado durante el periodo de engorde pasta en la dehesa. Tras ello, bajamos al vehículo, dice que prefiere hacer el trabajo sólo, que se concentra mejor. Recoge su equipo del coche y parte hacia los campos, yo mientras le espero apoyada en el capó. Durante ese tiempo me entretengo en verle alejarse y en imaginarme donde nos besaríamos por primera vez.

    Aunque su forma de trabajar me sorprendía, primero porque le costó reconocer la dehesa. Es verdad que desde abajo es más difícil ver los límites pero es que se marchó hacia un pinar vecino. Una encina se parece a un pino, como un gato a un perro, en su profesión debería saberlo. Debe ser más de teoría que de práctica. Tal vez no sea una mala señal y ha venido a hacer un trabajo que no hace nunca para estar otra vez conmigo. Tras media hora, vuelve, le comento que se ha equivocado que ha cogido muestras de un pinar, no de nuestro encinar. Se sorprende y pone cara de molesto, desde abajo le indico la arboleda de encinas. Le remarco la palabra encinas. Se disculpa indicándome que con las prisas se ha equivocado. Pienso hacia dentro que el lecho de agujas del suelo del pinar le tuvo que dar alguna pista. Bueno, no puede ser todo en él perfecto, pero como ha subido la temperatura opta por quitarse la chaqueta, al darse la vuelta descubro un culo prieto como un melocotón maduro. Esto te perdona todo Efrén. Has sido un chico malo y has guardado tu mejor caramelo a mamá. A medio camino, le grito, que se ha vuelto a equivocar y le hago ostentosos gestos hacia el encinar. Finalmente consigue llegar al encinar. Es muy guapo, no necesita ser el más espabilado de la clase.

    Tras 40 minutos vuelve, se le nota la fatiga. Me encuentra sentada en la trasera del todoterreno. Llega sudoroso. Inmediatamente se quita sus gafas de sol, ya había olvidado sus penetrante ojos negros. Tras meter las gafas en su bolsillo, se asoma al cristal tintado de detrás del todoterreno, se percata de su pelo desorganizado por el esfuerzo e inmediatamente comienza a colocárselo con su mano derecha. Le ofrezco agua, sonríe y tras ello bebe sin llegar a tocar sus labios la botella. Colocada frente a él puede ver como un pequeño hilo de agua cae por la comisura de su boca. Desearía poder beber de ellos. Tras ello guarda varias prendas de vestir en su mochila y me indica con su cabeza si nos marchamos. Se le nota cansado. Abro el coche y nos sentamos. Vuelve a estar próximo a mí, ya no huele a esa fuerte colonia, ahora los olores de los árboles se han mezclado con su ropa, respiro hondo, quiero memorizar su verdadero aroma.

    Salimos al camino, ha cogido aire y se nota que quiere volver a iniciar una conversación:

    —Creo que con las muestras tomadas serán suficiente. Más o menos en una semana tendremos los resultados. — tras escuchar esto me entra cierta desazón. Sólo un día. Pero parece que puede leer mis pensamientos, puesto que continúa con su conversación.

    —Eso no quita para que quedemos para tomar algo. Me he ofrecido a invitarte a tomar algo una mañana y cómo has comprobado soy un hombre de palabra. — sonríe y espera una respuesta.

    Le miro de reojo mientras conduzco. Esa sonrisa me pierde. Pienso que deberíamos quedar para estar juntos siempre:

    —Si quieres ahora mismo y así te refrescas. — le digo animada.

    —Lo siento Miriam, pero hoy no puedo. Tengo otras cosas que hacer. ¿qué tal la semana que viene?. Dime un día y me acerco al criadero. — me responde

    Mentalmente rememoro mi agenda de trabajo. Me cuesta dejar el trabajo, pero Efrén merece la pena. Me gustaría que mañana, el domingo, el lunes, lo antes posible, pero no quiero que me vea desesperada. No se lo voy a poner tan fácil. Vuelvo a recordar la agenda de la semana que viene. El miércoles puede ser un gran día, no tengo nada importante y está lo suficientemente lejos para no parecer acuciada por el deseo.

    —Y ¿el miércoles? — intentado poner tono de circunstancia

    —El miércoles fantástico, pero dame tu teléfono y te confirmo la hora. —

    Cuando me pide el teléfono me percato del truco empleado para conseguir el número. Muy listo Efrén, no distingues un pinar de un encinar, pero tienes otras habilidades. Le digo que ahora se lo doy. Al poco llegamos al área de descanso. Nos bajamos para despedirnos, le ayudo a recoger del maletero sus mochilas y tras encerrarlas en su maletero nos despedimos. Me recuerda lo del número de teléfono. Sonrió y se lo digo. Hago una broma de que a lo mejor es falso, lo que lleva a que me responda:

    —Espero que no. No sabes las ganas que tengo de poder quedar contigo. — luego se ríe.

    Si supieras las que yo tengo. Llega la hora de separarnos. Me extiende su mano, pero esta vez tomo yo la iniciativa, le toma la mano y tiro de él para acércalo a mí, cuando estamos juntos le doy dos besos. Le noto sorprendido, no se esperaba mi iniciativa, eso me da ahora el mando, así que con un suave tono y mirándole a sus ojos le digo:

    — De mis amigos siempre me despido con dos besos. Yo también tengo ganas de quedar contigo — lo que lleva a que ambos sonriamos.

    Tras ello, se monta en su coche, se despide por la ventanilla y se marcha. Mientras monto en mi todoterreno no puedo dejar de pensar en Efrén. Nunca había creído en las absurdas historias de amor de chica conoce a chico, se dan cuenta que son almas gemelas y siempre están juntos, hasta ahora. No me lo puedo creer, pero sigo nerviosa y ¿ahora qué?. No estoy con ningún chico desde los 17 años y tengo más de 30, seguro que meto la pata. Necesito consejos, debería ir a ver a mi madre. No se lo va a creer, su hija enamorada como una quinceañera.

    Estoy contenta, por eso decido ir al criadero por la dehesa. Quiero oler el campo, pronto es primavera y este año sí que me hierve la sangre. Llego a El Cadalso, paro. Quiero ir al arroyo, me gusta su sonido, me da paz. Necesito tranquilizarme, que bajen las pulsaciones. No puedo llegar al trabajo como una tonta quinceañera enamorada. Los hombres son como hienas, olerían la sangre.

    Bajo del vehículo, me dirijo hacía el río. Joder si todavía floto, que tonta soy. Oigo bullicio. Me paro e intento adivinar su origen. El ruido viene del otro lado del arrojo. Seguro que son campistas. Vuelvo al todoterreno, sigo escuchando a lo lejos el sonido. Rebusco en el maletero para coger unos anteojos, al otro lado del río, sobre una pequeña loma veo a unas ocho personas, parece como si estuvieran excavando. ¿Qué raro? , ¿Qué buscarán?. De forma mecánica se les observa como acumulan tierras, próximas al río. Eso no puede ser, si hubiese una tormenta o lluvias torrenciales se llevaría el río toda la tierra y seguro que enturbiarían el azud y cegarían los abrevaderos de más abajo. Tengo que hablar con ellos.

    Monto en el todoterreno y me aproximo al antiguo vado. De forma cuidadosa voy saltando por las piedras, en la última me escurro y para no caer meto todo el pie derecho en el agua. Joder, lo que me faltaba. Levanto la cabeza y puedo ver a todos ellos mirándome, algunos cuchichean. Seguro que se están riendo de mí, eso me enfurece. Se van a enterar.

    Según me acerco, observo como algunos han dejado de observarme y siguen con su trabajo. Me aproximo hacia una cinta de marcaje que delimitan la zona de trabajo, me asomo a ella y veo restos de muros, debe ser una excavación arqueológica. Todos han retornado a su trabajo e ignoran mi presencia. Intento saltarme los límites pero cuando voy a hacerlo, uno de ellos me llama la atención:

    —Perdón señorita, no se puede entrar en la excavación. Es peligroso. — a este aviso lo acompaña levantando el brazo y enseñándome la palma.

    Vuelvo tras la cinta y le grito:

    —Puedo hablar con el responsable de esto — con un tono que remarcaba mi enfado.

    —Señora, si quiere que se lo expliquen espere un momento que ahora vendrá uno de los directores para … — le interrumpo bruscamente

    —No necesito que me expliquen nada. Quiero hablar ya con el responsable de ese estropicio — le grito al señor y señalo la acumulación de tierra.

    Primero se queda sorprendido, luego se gira y le cuchichea algo a los otros dos compañeros que tenía junto a él. Les oigo como se ríen los tres y vuelve a gritar el nombre de un varón:

    —¡¡¡Rodri¡¡¡¡, ¡ven corriendo que tienes una sorpresita! — y tras esto vuelven a reírse los tres a carcajadas. El resto de los trabajadores paran para mirarnos.

    A lo lejos escucho cerrar la puerta de un vehículo y, al poco tiempo diviso como se acerca un hombre, de unos 35 años. Vestido de obrero, pero casi sin ensuciarse y con el casco bajo el brazo. En la mano parecía que llevaba un cuaderno y varios papeles o mapas. Llega al otro lado de la excavación y le pregunta al obrero que pasa. Éste me señala con el dedo índice y le comenta de forma jocosa que parece que esa chica está deseando verle y para colmo apuntilla todo con un chiste sexual. Esto me enfurece aún más.

    Se acerca lentamente, mientras se acerca va divisando los trabajos de la excavación. Al llegar a mi altura extiende su mano derecha y me saluda:

    —Hola, ¿puede ser que seas Miriam? — y tras decir esto sonríe.

    Le miro la mano, me sorprende ver una mano tan masculina, muy atractiva, le examino de arriba abajo. Cuando percibe que no le voy a devolver el saludo la recoge y de forma instintiva se peina los rizos de detrás de su cabello. Bien pensado te he hecho un favor chaval, el casco te había dejado unos pelos de loco, que dabas miedo. Me recojo los brazos sobre el pecho, respiro hondo y comienzo a recriminarle:

    —Mira chaval, no sé ni quienes sois, ni qué diablos hacéis aquí. Espero que tengáis todo en regla porque si no llamo ahora mismo a la Guardia Civil para que os echen de aquí. — todo esto a gritos, por si no podía oír bien, que no se le veía muy listo. — Es que eres imbécil o ¿qué?, toda esa tierra apartada allí. Es qué nos han pensado que si cae unas tormentas se las puede llevar el río y caería sobre el azud y abrevaderos de más abajo. Te lo digo una sola vez, quiero que quites esa tierra — con un tono amenazante y acompañado de la gesticulación de mi dedo índice.

    —Tras ello cojo aire, vuelvo a colocar mis brazos sobre mi pecho. Espero su respuesta, pero el bobo se queda callado mirándome. Luego abre los papeles y rebusca entre ellos. Elige uno de ellos que me entrega:

    —Empecemos de nuevo. ¡Buenos Días!, Miriam ¿no? — con tono sosegado — en este papel está el permiso de la administración para la excavación. Le tengo que informar que para su desgracia, y creo que sobre todo para la nuestra, durante aproximadamente mes y medio seremos sus vecinos. Como sabemos ambos, estas tierras no son suyas sino propiedad de «montes y pastos» y que nos han dado permiso de excavación para evaluar los restos arqueológicos para una futura construcción de vía rápida. ¿estamos de acuerdo? — me lanza la pregunta.

    Mientras decía esto leía el permiso. Parecía todo legal. A su vez mentalmente iba repasando lo impertinente que había sido, eso me llevaba a que interiormente me fuera avergonzando y sintiéndome culpable. Tenía razón mi padre, siempre estoy a la defensiva.

    —Parece todo legal. Pero has de saber que… — cuando voy a responderle me interrumpe.

    —Espera, te voy a hacer una recomendación, ¿cómo te llamabas? — noto cierta insolencia en su voz.

    —Miriam, ¿por qué? — le digo

    —Lo primero Miriam es dar los buenos días y presentarse, sobre todo si hablas con un desconocido. Luego relacionarse con las personas con amabilidad, no se puede venir como una histérica, y lo tercero tienes que escuchar lo que te dicen. ¿quieres que empecemos de nuevo?. — me dice con sorna

    Pero como se le ocurre al imbécil este decirme eso, pero quien coño se cree. Este tío es capaz de sacar lo peor de mí. Uf, noto un calentón dentro de mi estómago, se va a enterar, pero cuando voy a responderle me doy cuenta que sabía de inicio mi nombre, como puede conocerme si no le he visto nunca:

    —Oye ¡chaval¡ — le digo de forma despectiva. — ¿cómo sabes mi nombre?, ¿quién te crees que eres?, trátame con respecto — le chillo.

    —No te conocía hasta hace 5 minutos — me dice sosegadamente — ¿eres la hija de Eusebio De la Rosa?

    Le respondo que sí con la cabeza, mientras aprieto fuertemente mis brazos sobre mi pecho.

    —Ha venido un par de días a vernos. Muchísimo más educado y amable que usted señorita. Ha estado visitando la excavación. Parece que le gustaba. Muy interesado. Estuvimos analizando tranquilamente la documentación y mapas, y tras ello me alertó de un peligro en estos parajes — tras decir esto noto como esboza una sonrisa, pero se calla. No tendría que haber abierto la boca, pero no lo pude evitar.

    —¿De qué? Imbécil — es que me sale natural, de dentro. Lo pedía su boba sonrisa. Pero sigue riendo.

    —Del basilisco de su hija. La verdad es que te ha clavado, no lo podía creer, pero dijo: «cuando se entéreme mi hija va a venir echa una fiera» y no has tardado ni cinco minutos desde que nos has visto desde la dehesa — termina y se vuelve a reír.

    No le veo la puta gracia a su comentario, pero es verdad, aprieto los dientes con fuerza. Otra vez he sido impulsiva y mal educada. No tengo solución. Soy de lo más ridícula. Me vuelvo, quiero marcharme. Oigo como se intentan ocultar la risa los trabajadores, pero al final la carcajada es generaliza. Son todos escoria, qué se creerán estos machitos, si no sois nada. Pero noto como me agarran el brazo para frenarme:

    —Venga, no te enfades. No te preocupes, que te quito la terrera. Hemos empezado mal pero tenemos que ser buenos vecinos. Pásate mañana, mejor pasado y ya no estará — me dice con un tono mucho más conciliador

    Sin embargo esas palabras me molestan aún más. Hago un gesto brusco para desasir mi brazo de su mano y en tono ofensivo le profiero:

    —Suéltame muerto de hambre. Eso espero, sino te denunciaré a la Guardia Civil. No quiero ver nada de vuestra basura en mis tierras. ¿De acuerdo? — le miro desafiante.

    Al principio se queda como sorprendido. Se coloca sus papeles y cuadernos, momento que aprovecho para alejarme, pero me dice en fuerte tono, probablemente para que todos los puedan oír:

    —Me dijo tu padre que eras una buena chica, que tuviera paciencia. Pero será difícil que tenga tanta. Nos vemos «miss simpatía» — y oigo como todos ríen.

    No quiero seguir la pelea y sigo sin mirar atrás. No quiero saber nada de ellos. Vuelvo al vado, noto sus miradas. Eso me pone más nerviosa, pongo un pie sobre la primera piedra y luego salto sobre la siguiente, pero desgraciadamente vuelvo a escurrirme e introduzco esta vez el otro pie en el agua. Oigo como uno de los obreros me grita:

    —¡Que torpe eres guapa! — eso sí que me duele, lo que me lleva a girarme para insultarle, pero veo cómo el director, le está regañando y le pide que no eche más leña al fuego.

    Mejor me callo y dejemos la fiesta en paz. Por hoy vale. Nunca puedo tener un momento de felicidad, debo olvidarme de estos orangutanes y volver al trabajo. Al final no ha sido el río, sino esos indeseables los que me han vuelto a mi estado natural. Cerdos machistas. Como llegue y no esté todo apañado se van a enterar Mario y compañía. Ya no floto, me pesan los pies. Los miro y veo que están empapados, todo por culpa de esa gentuza.

    Capítulo IV

    Viernes, 30 de enero, 9:43 h.

    Otra vez viernes, se nota en el ambiente, las conversaciones entre los trabajadores son más animados. Cuando bajo a revisar la limpieza de los criaderos ellos presumen de sus planes de fin de semana y se burlan de los que tienes que trabajar. Como siempre, para este fin de semana yo sólo tengo trabajo aunque espero que esto cambie pronto. Me acuerdo de Efrén y como dicen en las películas de amor, noto mariposas en mi estómago. Siempre consideré que estar enamorado era una bobada para adolescente, ahora que hago memoria nunca me había sentido así. Tarde, pero acabo de descubrir el amor. Debo parecer una tonta, no puedo quitarme la sonrisa, no debe ser mi estado normal porque Mario se dirige hacia mí:

    —Parece contenta señorita Miriam. ¿Tiene planes para este fin de semana?

    Eso me recuerda que hace tiempo que no veo a mi madre. Hoy es un día muy tranquilo, no estaría mal que fuera a visitarla, podría aprovechar sus vastos conocimientos de cómo debe «ir una señorita», frase que siempre va unida, a «con esa ropa y sin pintar nunca encontrarás un hombre…». Por eso le informo a Mario:

    —Veo que todo está correcto. Tengo una reunión, así que marcharé y no volveré hasta la tarde. Si ocurre algo me llamas.

    Tras esto recojo mis cosas del despacho y me marcho. Al llegar al coche recuerdo que seguro mi madre no está ya en su casa. Abro el teléfono y la llamo. No responde. Carmela siempre has sido un desastre con el móvil. Vuelvo a intentarlo y nada. Hoy es viernes, seguro que está en la peluquería, preparándose para estar todo el fin de semana en el club. Antes de arrancar llamo otra vez, espero a que salte el contestador, tras ello dejo el siguiente mensaje:

    —Carmela, soy tu hija Miriam, ¿dónde estás?. Eres un desastre con el móvil. Voy a buscarte a la peluquería, cuando te sea posible llámame.

    Siempre que hablo con el contestador me salen frases cortas. Como si me convirtiese en una máquina. Seguro que mis mensajes se escuchan ridículos. Arranco el vehículo y cuando inicio la marcha oigo el teléfono. Mi madre como siempre tan oportuna. Me aparto en el camino y lo descuelgo:

    —Hola mamá — respondo

    Y ya no digo nada más. Comienza mi madre a contarme porque no ha cogido el teléfono, que es lo que iba a hacer, vuelve a relatarme porque no ha descolgado el móvil. Sigue contando sus planes, dice que está muy contenta de que vaya a verla, que la tengo muy descuidada, me echa en cara que sólo quiero a mi padre, tras ello me pregunta cómo se encuentra él. Como realmente no la estoy escuchando, vuelve a insistir con la pregunta:

    —Bien mama, como siempre, en sus negocios

    Tras esto retoma las riendas de la conversación. Si se le puede llamar esto una conversación. Clama al cielo por lo cabezón que ha sido siempre mi padre. Me indica su aprecio por él, aunque estén separados y empiezo a notar como desvaría, así que busco cerrar nuestra conversación:

    —Mamá, que quiero verte. ¿dónde estás ahora?, ¿En la peluquería?.

    Me responde que todavía no, pero que iba allí y que quiere que vayamos juntas. Normalmente me niego, pero esta vez, no me vendrá mal. Por una vez, necesito esos consejos de madre para ser más femenina. Le digo que sí. Mi madre se calla, no se lo esperaba, esperaba una excusa mía, como siempre. Se queda pensativa y tras ello me dice que no sabe si podrán atender a las dos, que los viernes hay mucha gente, pero cambia a un tono más decido:

    —No te preocupes, vente que por una vez que quieres estar conmigo, no habrá problemas — me confirma

    Y con estas palabras mi madre, como siempre, me hace sentir culpable. Carmela eres un genio para manipular los sentimientos de las personas. Dejo el teléfono sobre el asiento del copiloto y pongo marcha hacia la peluquería más pijas de la

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