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El Taller de la Nueva Era (El poder entre sombras 1)
El Taller de la Nueva Era (El poder entre sombras 1)
El Taller de la Nueva Era (El poder entre sombras 1)
Libro electrónico370 páginas5 horas

El Taller de la Nueva Era (El poder entre sombras 1)

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Alguien tiene el poder y te mira.

«El poder entre sombras» es una saga conformada por una serie de novelas en contexto histórico, entretenidos thrillers de acción con situaciones conflictivas y peligrosas; donde el lector se involucra y apasiona.

El Taller de la Nueva Era, primer libro de la saga, está ambientado en Santiago de Chile entre los años 1968 y 1973. Un emblemático profesor selecciona a un grupo de estudiantes y forma un taller para estudiar el enigma de la «Logia Lautarina». Su formación e injerencia en la independencia de las colonias españolas y posteriormente en su precario y sinuoso desarrollo socioeconómico. Para ello, se enfrentan a una peligrosa y conflictiva misión, a tal punto que lo que se inicia como una simple tarea para un taller de clases, termina en peligro extremo ¡de vida o muerte!

¿Los próceres son verdaderamente lo que la historia nos dice que son? ¿Qué es la Logia Lautarina?¿Sigue la logia actuando hasta nuestros días? ¿Quiénes se oponen a que se realicen estos estudios?

Entre las peripecias que sortean, profesor y alumnos, para protegerse de una conspiración malvada que trata de evitar la revisión de una casa antigua con túneles siniestros y hallazgos insospechados, la narración lleva al lector a conocer pintorescos rincones del Santiago de esa época y a un terrible e inesperado desenlace a nivel internacional. En un conflictivo trasfondo histórico, se aprecia la degradación de la sociedad, de la economía y de la políticade ese tiempo.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento2 oct 2017
ISBN9788417164096
El Taller de la Nueva Era (El poder entre sombras 1)
Autor

Francisco Bascuñán Letelier

Francisco Bascuñán Letelier (n.1938) estudia en el colegio Saint George y se gradúa como Ingeniero Civil en la Universidad de Chile. En los años 83-86 sigue algunos cursos de Teología en la PUC de Chile. Como empresario se dedica a desarrollar y construir proyectos de ingeniería. En 1991 se va a vivir al campo (Los Maitenes), escenario que lo invita a reflexionar y escribir: en 1999, El Hombre en Tres Dimensiones; durante 10 años (2004 al 2014) escribe y edita la revista digital Mundo Libre (mundolibre.cl); en 2011, La Orden de los Espíritus Azules, libro de carácter metafísico. Ahora, en 2017 y cambiando de giro, nos entrega El Taller de la Nueva Era, primer libro de «El poder entre sombras», una serie de thrillers de ficción novelados en contexto histórico.

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    El Taller de la Nueva Era (El poder entre sombras 1) - Francisco Bascuñán Letelier

    Prólogo

    Estimado lector:

    De a poquito a poquito han ido pasando los años y sin darme cuenta he llegado a la tercera edad, lo que en mis tiempos mozos, simplemente y sin tapujos ni piedad, le decíamos «viejos». Sí, así no más es, y aunque suene medio cursi, han pasado 77 primaveras, pues nací un 21 de septiembre. Fue en Santiago de Chile el año 1938, pocos días después de los desafortunados sucesos del 5 de septiembre donde murieron acribillados cerca de sesenta muchachos nacistas, con seguridad mal y cobardemente dirigidos, pero todos idealistas. Para ese entonces mi padre era ministro de Fomento, lo que después pasó a llamarse Ministerio de Obras Públicas, del presidente en ejercicio Arturo Alessandri Palma. Me contaba de estos mismos hechos vividos desde dentro de La Moneda junto al presidente versión bastante diferente a los dados a conocer por la prensa de esos tiempos y que aún siguen circulando; pero da lo mismo, para todos fueron días muy difíciles y muy tristes. Cualquiera sea la interpretación de estos hechos, la cuestión es que estos sangrientos y manipulados episodios dieron pie para el triunfo del llamado Frente Popular¹ un mes después, en las elecciones del 30 de octubre.

    ¡Eran tiempos de revueltas!

    En sus últimos días de embarazo, mi madre no se debió sentir muy tranquila con tanto balazo y riesgo de vida de su marido, inmerso en todos los desórdenes cercanos a La Moneda, tal vez de ahí mi carácter un tanto explosivo y poco prudente. Durante ese período, justo antes que accediera al gobierno el Frente Popular, lo que acaeció en la Navidad de 1938, Chile vivía una época de bonanza con una economía estable y floreciente, pero por algún motivo el país cambió rumbo, así como también su política y su economía. Hechos como este, he visto que se han ido repitiendo de tanto en tanto y de cuando en vez, durante toda mi vida: Frente Popular, Ley de Defensa de la Democracia, Alianza para el Progreso (APP) [Kennedy], Reforma Agraria [Alessandri -APP-], Revolución en Libertad [PDC], Unidad Popular² [Revolución Marxista], crisis de 1973 [UP], el golpe militar, la crisis de 1975, la crisis de 1983, la vuelta a la democracia, la crisis asiática, la crisis de los pingüinos, la crisis árabe, la crisis china, etc., ¡es de nunca acabar! Son tantas que hasta le ponen nombres para distinguirlas, algo así como los huracanes del Caribe y con resultados similares.

    He visto que han tratado de darle más de alguna explicación racional a este proceso sinuoso de altos y bajos en las economías de los países americanos, pero siempre se encuentran presentes dos fuerzas intangibles, opuestas, increíblemente fuertes, y naturalmente irreconciliables, tal que neutralizan todo intento de análisis. Hablan que una de estas fuerzas es la desgracia, que proviene de entre las sombras, muy difícil de detectar su origen, tal vez divino o iniciático o bien siniestro, pero con toda seguridad la «suerte» no tiene nada que ver con ella. La otra, una constante nacionalista en Chile, es la estrella de nuestra bandera, que siempre nos ha traído luz y esperanza ante la adversidad, que nos da fuerza para surgir una y otra vez, levantándonos como monito porfiado, mostrando al mundo valentonadas y vanidosas muestras de nuestras capacidades y logros, como si algo le importara a un mundo decadente que hace rato dejó de pensar. Cuestión esta que tampoco es enteramente descifrable, pero ni esta, ni la «desgracia», ni la «buena estrella» ni nada de aquello tiene algo que ver con la «suerte»; más se le podrían atribuir tanto al mítico trauco³ chilote como a la Virgencita del Carmen en la religiosidad popular, pero no a la suerte.

    Como digo, me ha tocado vivir innumerables altos y bajos, pobreza y riqueza, crisis económicas y abundancia, diferentes presidentes y papas (algunos santos, otros asesinados), cambios tecnológicos fantásticos jamás imaginados, además de haber tenido la suerte de contar con la lealtad y cariño de una gran familia y de un manojo de amigos tampoco imaginados. Tener el privilegio de discutir los temas tratados en este y otros libros con mi mujer y mis hijos ya maduros es un gozo indescriptible. También muy importante, al menos en lo que a mí concierne, es un enorme agradecimiento a estas fuerzas del sino, desconocidas pero tangibles, por haberme hecho sentir fe en el porvenir y ser fuerte en la adversidad, al ir deslizándome por la dura senda de la formación, con una adictiva dosis periódica de adrenalina, pero que al fin y al cabo constituyeron años muy felices de mi vida.

    A ti, lector, con desasosiego te digo que hubiera preferido iniciar este relato con un: «mi querido amigo», pero no me voy a aventurar a ello hasta que no me conozcas, hasta que no hayas transitado la senda que te invito a transitar, hasta que no te hayas encantado con lo que te quiero encantar, hasta que no hayas hecho tuyas, y a tu manera, mis palabras, mis experiencias y mis emociones.

    No creo posible que cada lector comprenda e internalice exactamente lo mismo que yo pretendo transmitir a la luz de hechos y datos duros, tampoco es mi intención, pues creo en la diversidad y en la tolerancia, pero también creo que precisamente en esa diversidad y en esa tolerancia se encuentra la unidad. Y esto sí que no solo lo creo, sino que lo deseo. Deseo que, en el sinnúmero de acontecimientos que nos depara la vida, todos nos volvamos a constituir en uno, que evolucionemos hacia nuestro origen, perfeccionando nuestro espíritu, haciéndonos hermanos en la unidad.

    Este relato que deseo hacerlo vuestro trata episodios novelados en diferentes tiempos, situaciones y lugares que nos puede haber llevado la vida. Pero son ustedes los que podrán asociarlos, apreciarlos o asemejarlos, a su manera y de acuerdo a su propia experiencia, y también a su propia conciencia, con la historia de fondo que encontraremos durante el desarrollo de la serie titulada El poder entre sombras, y que atañe de una u otra forma a todo el mundo occidental.

    Libro I. El Taller de la Nueva Era

    Debido a diferencias históricas ancestrales, a fines del siglo xviii y principios del xix, las islas de la Gran Bretaña se encontraban muy vulnerables ante la potente Francia de Napoleón unida militarmente a la Corona española. Ante tal situación, Inglaterra requería, de forma imperiosa, una estrategia de defensa.

    Una de las directrices para llevar a cabo esta estrategia, dice relación con una gran conspiración que probablemente llega hasta nuestros días y que forma parte del corazón del imperio británico, se trata de la creación de la primera ONG conocida como Logia Lautarina.

    La trama de fondo que vamos a conocer relata cómo a través del tiempo, los acontecimientos políticos e históricos de los países americanos van desarrollándose regidos por fuerzas misteriosas emanadas de un «poder entre sombras», y cuidadosamente tejidas en pro de conveniencias foráneas; demostrando de paso, la veracidad de esta conspiración, agravada por el hecho, vergonzoso pero comprensible, que tanto el gobierno como el parlamento británico se hayan opuesto, permanente y sistemáticamente, a desclasificar los documentos secretos que dice relación con esta materia.

    Pues bien, se va haciendo tarde y luego llegará la noche envuelta en siniestras y peligrosas marañas; por ahora, nos aguarda una invitación para entrar en la vida de los recuerdos, que cual máquina del tiempo, realiza la magia de hacerlos realidad a través de personajes y escenarios novelados, donde se encontrarán envueltos, en lo que tal vez sea la más grande y secreta conspiración de todos los tiempos. Y tal lo dice el Kybalión, «como es arriba, es abajo; como es abajo, es arriba», ni por un momento podemos dar por hecho, y para siempre, que lo bueno es bueno y lo malo es malo, tal vez puede llegar a ser exactamente al revés; así, cuando aplicamos una fuerza en un sentido, siempre aparece otra igual en sentido contrario, y en el lapso que media entre que eso sucede, en los infinitos devenires, el mundo es provocado e incitado a girar, y a girar, y a girar...

    El autor

    Los Mantienes,

    enero 2015

    Capítulo 1

    1958

    La mañana se presentaba clara, solo con algunos cúmulos blancos que contrastaban con el azul intenso del cielo antes del amanecer, situación que estaba de acuerdo con lo que habían anunciado la noche anterior los locutores de Radio Minería. Era muy temprano, aún no había amanecido del todo, pero en el aire se percibía una sensación alegre que convidaba a un estado de ánimo halagüeño. A fines de junio, en la ciudad de Santiago recién se inicia el invierno y a pesar de que es tiempo de lluvias, se puede disfrutar de días limpios como este, diáfano, con aire un poco frío que te penetra profundamente haciéndote tomar conciencia de que estás vivo y en contacto con todo lo que te rodea. Con un poco de suerte, puedes aspirar segundos de auténtica felicidad.

    En un rincón de una de las calles que conforman el barrio Lastarria, contiguo a la ladera oriente del cerro Santa Lucía⁴, en el corazón de la capital de Chile y a muy pocas cuadras de la plaza de Armas, había una luz encendida. Provenía de un pequeño departamento de soltero muy bien puesto, donde habitaba Esteban de la Cruz Ossandón.

    A Esteban, ese día que brindaba tan buenos augurios le producía sentidos encontrados. Había mucho en juego, tal vez demasiado para él. Era consciente de sus acciones del pasado, así como de sus esfuerzos, virtudes y capacidades, a pesar de que estas últimas, que eran numerosas, solo las consideraba como dones de la naturaleza; también se daba cuenta de la vulnerabilidad que significaba que un muchacho de solo veintiocho años pretendiera un trabajo de tanta envergadura con toda la presión que eso significaba. Presión que ya se había dejado sentir esa misma madrugada al recibir una misteriosa llamada telefónica.

    Pero ¡qué diablos, ese día era el gran día, y tendría que ser SU gran día!

    En pocas horas más, Esteban terminaría con una serie de entrevistas y exámenes que estaba rindiendo para optar a la dirección del Instituto de Investigaciones Históricas de la prestigiosa Universidad Nacional. Este instituto formaba parte de la cátedra de historia y geografía de la misma universidad, y sus investigaciones eran multidisciplinarias, pues tenían que lidiar no solo con historia propiamente tal, sino también con antropología, física, arte, leyes, filosofía, en fin, un amplio espectro cultural. El trabajo en disputa consistía en hacerse cargo, además de la cátedra de historia, de la dirección del Instituto y, por supuesto, brindar clases y desarrollar talleres de investigación con los alumnos. Para hacer todo esto, se requería de una persona especial, casi un genio, y entre muy pocos, Esteban de la Cruz lo era..., o al menos así lo parecía. Los exámenes rendidos eran tan completos y de tal envergadura ambiciosos, que estaban divididos en tres bloques: el primero concerniente a historia y filosofía; otro en biología y tecnología, y el tercero en matemáticas y física.

    Esteban era alto, apuesto, con rostro terco de ojos claros y mirada profunda, nariz algo aguileña que le daba un carácter recio y sensación de seguridad; se expresaba correctamente y con convicción, por lo que poseía una especial capacidad para comunicarse, todo lo cual lo hacía un hombre creíble. Sí, Esteban se sentía preparado para este desafío.

    Venía de un mundo exigente, de disciplina y esfuerzo, pero en su haber contaba con un don muy especial: la humildad. Esta virtud básica lo hizo interesarse por lo mundano y lo divino, y por medio de esta, en forma casi intuitiva... simplemente aprendía. Y eso era lo que, hasta ahora, había hecho durante toda su vida: aprender. En realidad, cuando hablamos de su vida, debiéramos decir de su corta vida, ya que a los diecisiete años terminó los estudios de humanidades en el colegio Saint George, en ese tiempo dirigido por sacerdotes católicos de América del Norte, ligado a la prestigiosa universidad de Nuestra Dama, ubicado en avenida Pedro de Valdivia donde topaba la calle Pocuro. Por su buen desempeño durante los doce años que estuvo en el colegio, los curas lo becaron para estudiar en esa misma universidad. Nunca se supo exactamente en qué consistieron estos estudios, pero el hecho concreto es que en cuatro años obtuvo una licenciatura, en otro año más desarrolló su tesis, dedicó dos años a ser magister y cuatro más para obtener un doctorado. A esto le sumamos, suponemos, una inconmensurable cantidad de horas de estudios alternativos de toda índole. Después de once años, volvió a Chile, en 1958, con veintiocho años y gran cúmulo de conocimientos, como tendría que demostrar en esta selección a la que se estaba enfrentando.

    Esa mañana Esteban sentía una cierta angustia por la llamada telefónica que había recibido, la que cruzaba su vida profesional con su proyecto de vida sentimental, todo lo cual él creía haberlo dejado bastante claro el día anterior.

    Efectivamente, antes del examen final, Esteban se había tomado el día para descansar. Para ello, y siempre pensando en positivo, en el sentido que iba a lograr el trabajo, convidó a su polola Paqui a pasar un día de relajo y buena onda. En realidad, esta invitación tenía un doble propósito: distraerse de sus estudios, y aprovecharla para aclarar diferentes situaciones que entre ambos nunca habían quedado del todo claras, de tal forma que les permitiesen llegar de buena forma al matrimonio.

    Durante sus estudios en Estados Unidos, y a pesar de no vivir en Chile, Esteban nunca perdió el contacto con sus compañeros y amistades de juventud, ya que el tiempo libre que tenía lo destinaba a viajar a su país para ver a familiares y amigos.

    La familia de Esteban provenía de la clase alta chilena, librepensadores, cultos, respetuosos, lejanos a la tradición conservadora y religiosa. Esteban era uno de ellos, librepensador, que incluso en un tiempo perteneció a la Gran Logia Rosea Crucis como destacado estudiante, tal vez influenciado por su tío, del que se decía que era masón y con quien conversaba muy a menudo en su adolescencia. En definitiva, tenía una cultura de origen místico de fácil tendencia a creer en conspiraciones. ¡Vaya uno a saber! Pero a pesar de no ser religioso, tenía fe y una gran espiritualidad. Creía en la existencia de un Dios, en sus palabras: «Un Dios formado, no creado, que se encontraba en el límite de lo virtuoso de forma tal que no se puede decir de Él que fuese bueno, sino que es la bondad misma, la belleza misma, y así con todas las virtudes... que al dar todo gratuitamente, se constituye en el amor en sí».

    Curiosamente, su tendencia a ser librepensador en Esteban se complementaba bien con este aspecto de hombre místico y de fe. Es probable que esto se debiera a que, por haber estudiado en el Saint George, tenía vastos conocimientos teológicos cristianos aprendidos en el mismo colegio al alero del profesor Marcos McGrath. Este era un cura excelente como persona y como profesional, deportista, que con sus dos metros de altura era proclive al básquetbol, amigo de sus alumnos, espíritu inquieto, creador de la revista Teología y Vida, publicada por la facultad de Teología de la Universidad Católica de Chile; posteriormente fue reconocido por su importante trabajo y fecundo aporte en las comisiones del Concilio Vaticano II cuando era obispo de Panamá.

    Durante el período de adolescencia de Esteban, estas dos corrientes del conocimiento, la iniciática y la religiosa, produjeron intranquilidad en su espíritu y desconcierto en su alma. Intranquilidad y desconcierto que le llevaban continuamente a cuestionarse y buscar respuestas existenciales, como el origen y el sentido de la vida. Por ello, a los quince años empezó a leer teología con san Agustín y santo Tomás y a filósofos como Michel Foucault, Antonio Gramsci y Karl Marx, haciendo crecer aún más sus conocimientos abstractos en desmedro de experiencias reales que hicieran sentir la vida en carne propia, con emociones y situaciones comprometidas con el prójimo. Así fue como también decidió, en sus días de adolescencia y hasta los diecisiete años, vivir de dulce y de grasa. A veces convivió con los pobres en sus mismas poblaciones callampas; otras conversó con eruditos masones, como su tío, y con religiosos avezados; y no pocas veces bebió con amigos no tan amigos y amigas no tan santas, pero que le hacían relajarse y en cierto modo equilibrar un poco su descentrada vida.

    Por supuesto estas últimas reuniones se efectuaban en bares y casas de mala muerte que vendían licor a menores de edad, y en donde Esteban, con algún trago de más, contaba con un reducido y malogrado auditorio que poco y más bien nada entendían de inconexos y confusos conceptos dichos a medias palabras, pero para quien ponía oído fino, podía entender algo así como: el conocimiento universal es la base..., por medio del fenómeno ondulatorio se puede llegar..., el santo grial, el Sanctum Celestial es el misterio que..., y de ahí pasaba a la comunión de los santos, la vida es..., la predestinación no bien entendida por..., ángeles buenos y otros perversos... el limbo, que pareciera haber sido su lugar preferido para esos días; en fin, una serie de ideas entrecortadas e inentendibles hasta por el más acreditado y prestigioso de los eruditos.

    El currículum que Esteban entregó a la universidad, fuera de presentar sus mejores logros, deliberadamente ignoraba esta parte importante de su vida y que, mal que mal, fueron las situaciones que forjaron su carácter de luchador. Quizá por la misma razón nunca hacía alarde de sus dones, porque había aprendido que el conocimiento trae tanto agrados como sinsabores, «de palo y grasa» versa el dicho, bien lo sabía toda vez que su carácter fue forjado en incomprendidas y duras noches de soledad. Hablamos de esa soledad que se hace sentir, con todo su rigor, en las personas que son dejadas a un lado por una sociedad que no las comprende, esa soledad que va más allá del silencio requerido por todo buen pensador, esa que te asfixia y que te va estrujando y aniquilando minuto a minuto en la máquina del anonimato; esa soledad no es buena consejera ni buena guía. Como vimos en el caso de Esteban, esta no siempre lo llevó por buenos caminos, sino más bien a situaciones degradantes que no agraciaban para nada a su conspicua pero comprensiva familia De la Cruz. Tal vez algo de esto sería lo que inquietaba a Paqui y que Esteban requería aclarar en este día de descanso.

    Esteban y Paqui se encontraban en una poderosa camioneta Ford Thunderbird del 57, la típica de color rojo con techo blanco, que le habían pedido prestada a su amigo Lucho del Campo, rodando por el sinuoso camino que sube por el cajón del Maipo rumbo a la localidad montañosa de San José, camino por el que también se puede llegar hasta la frontera con Argentina. La pareja admiraba el impresionante espectáculo que les brindaba el torrentoso, aunque no muy acaudalado, río Maipo con una majestuosa cordillera de Los Andes totalmente nevada como telón de fondo. Los paisajes que se forman en los recodos del camino parecen verdaderos cuadros, de hecho, muchos pintores, si no todos los que los conocen, los han dejado plasmados en sus lienzos. Strozzi⁵ fue uno de ellos; pintó varios óleos inspirados en estos parajes, uno de los cuales tenía Paqui en la retina porque lo había visto desde pequeña colgado en la sala de estar de la casa de sus padres.

    Paqui era el sobrenombre de María Paz del Perpetuo Socorro Hidalgo Sifuentes. Era obvio que un nombre así tenía que terminar con un mote. Pertenecía a una antigua familia santiaguina muy fina, distinguida y de muy buen vivir. Era hija de Octavio, un acaudalado médico mandamás de la prestigiosa clínica Santa María, y de María Olga, refinada y elegante señora proveniente del Perú. Su figura y capacidades, las de Paqui, haciendo honor a su madre, eran de película, a decir verdad, era una mujer estupenda en todo sentido y que se destacó, tanto en inteligencia como en belleza, desde temprana edad. Tal vez por este motivo no cualquier muchacho se le acercaba a cortejarla, lo que curiosamente en su adolescencia la había hecho sentirse algo insegura y también algo retraída, que por lo demás, fueron estas condiciones las que más le gustaron a Esteban cuando recién se conocieron, pero que, para su desgracia, Paqui había superado con creces, poco más tarde, en la universidad donde estudiaba asistencia social. Así es la vida, uno empieza a desenrollar una madeja por una punta, pero no sabe por dónde va a salir la otra.

    Esteban y Paqui volvían después de un entretenido almuerzo en un camping cerca del desvío a Las Melosas, y de una larga sobremesa donde se habían aclarado muchas situaciones que en su oportunidad fueron contadas a medias y otras directamente omitidas, todo lo que ahora les permitiría iniciar un proceso de noviazgo en serio. Más al atardecer, pasaron a tomar onces⁶, con pan amasado, mantequilla de campo y mermelada casera, en la Hostería de El Canelo, simpático pueblo con estación de tren⁷ y pocas calles, ubicado en el mismo camino recorrido por la pareja, pero ya de vuelta, más cerca de Santiago.

    Paqui siempre había tenido la impresión de que Esteban no le había dicho ni confidenciado enteramente la verdad de su vida, pero por lo conversado y sincerado esa tarde, no solo lo había entendido y comprendido mejor, sino que sentía que lo amaba aún más, por lo que su espíritu se encontraba tranquilo y conforme.

    Esteban la dejó en su casa ya entrada la noche, pasadas las nueve, un poco tarde considerando que había programado llegar más temprano a su departamento para dormir a destajo, ya que al día siguiente le iba a tocar duro. Su idea era despertar a las siete de la mañana, tomar algo liviano e irse tranquilamente caminando hasta la casa central de la Universidad Nacional.

    Aquella mañana salió casi todo como lo había planeado salvo dos cosas: la primera, que no despertó a las siete con la alarma del reloj de su velador, si no a las seis, una hora antes, con el estridente ring, ring del teléfono ubicado en una mesa de estilo colocada en la entrada de su departamento.

    La segunda se produjo al pasar frente a la iglesia colorada de San Francisco: en lugar de cruzar la avenida Alameda, como tenía previsto, siguió por la vereda norte hacia poniente y entró a desayunar al café restorán Don Bosco, junto a los curaditos rezagados de siempre después de una noche truculenta que, para ellos, ya tocaba su fin. En ese tiempo, no había rasca ⁸ que no terminara con un rico café caliente, para recomponer el cuerpo, en este famoso y bohemio local, entonando canciones sentimentales mexicanas o con eternas discusiones que, al no poder discernir, no tenían fin. Esteban, que conocía bien este lugar, esta vez y a diferencia de los demás parroquianos, se sentó solo y sobrio en un rincón del salón, tal que le permitiera digerir la reciente conversación telefónica.

    En realidad, la mencionada conversación que atormentaba a Esteban esa mañana, a pesar de ser enviada con encono, se podría decir que hasta con maldad, y recibida en un momento crucial para él, fue bastante escueta. Consistió en un saludo constatando que en efecto era Esteban quien respondía en el otro extremo de la línea telefónica, y lo demás fue un breve monólogo, o mejor dicho, una amenaza, o mejor aún, un directo chantaje, aunque algo peculiar:

    —¿Hablo con Esteban de la Cruz?

    —Sí, señor, ¿con quién hablo yo?

    —Esteban, usted no me conoce directamente, llámeme Juan. —A todas luces no era su verdadero nombre.

    —Dígame, Juan, ¿a qué se debe esta llamada tan temprana?

    —Iba a llamarlo ayer, pero cuando dejó a la señorita Paqui ya se me había hecho muy tarde y preferí contactarlo hoy.

    —Si dice que no lo conozco, ¿de qué se trata esto?

    Muchas más preguntas que respuestas acudieron al instante a la cabeza de Esteban: «¿Quién era?, ¿cómo me conocía?, ¿y a mi novia? Paqui era un sobrenombre familiar y llamarla señorita reflejaba subordinación, en fin...».

    —Se trata de algo muy simple, señor Esteban, usted tendrá que elegir. Si toma el puesto de director del Instituto, lo que tanto anhela, no podrá contraer matrimonio con la señorita Paqui, y si opta por el matrimonio, renuncie al trabajo al que está optando en el Instituto. En caso contrario, lo lamentará. ¿Está claro lo que le he dicho?

    —Lo que no está claro para nada es la razón de su amenaza, no me basta con que solo me «quede claro».

    —Esteban de la Cruz, ¿me entendi o no?

    —Entiendo lo que me expresó, pero no la razón. ¿Quién es usted, Juan?

    —Bien, entonces...

    Tu-tu-tu-tu (teléfono colgado).

    No había modo de saber de dónde provenía ni quién había llamado, solo que su voz era la de un hombre cobarde, tal vez asustado, y posiblemente peligroso.

    Capítulo 2

    El taller. 1968

    Pasaron diez años. Esteban de la Cruz había tomado el puesto de director del Instituto de Investigaciones Históricas de la facultad de Historia y Geografía de la Universidad Nacional. Su cargo dependía directamente del vicedecano, quien como veremos más adelante, tomaría decisiones importantes en apoyo a las investigaciones del instituto. También había contraído matrimonio con Paqui, haciendo oídos sordos de aquella fatídica llamada telefónica, aunque no había comentado absolutamente con nadie lo sucedido esa mañana. A pesar de todo ello, había dejado pasar un par de años antes de tomar tal decisión, sin que jamás nunca antes de su matrimonio, ni siquiera después, durante estos diez años ejerciendo el cargo en la universidad, alguien hubiera llamado tratando de contactarlo por aquello, ni siquiera dando la más mínima luz que tuviera que ver con esa llamada; lo que lo había hecho presumir que había sido una broma de mal gusto.

    El trabajo del profesor Esteban, además de la dirección del instituto, consistía en dictar clases de historia y llevar a cabo una determinada investigación en un taller anual integrado por un seleccionado grupo de alumnos. A estos se les brindaba una cantidad importante de horas crédito para sus últimos años de carrera, así como un currículum de plusvalía, pues era considerado un taller de excelencia, no solo por la calidad del profesor, que en estos diez años ya se había hecho un nombre y prestigio —le llamaban el «gran jefe Esteban»—, sino también por los excelentes, y a veces sorprendentes, resultados de las memorias desarrolladas año a

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