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El árbol de la glorieta
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Libro electrónico228 páginas2 horas

El árbol de la glorieta

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Desde que se plantó el árbol...

Desde que se plantó el árbol han pasado personajes y momentos que los que disfrutamos de esta hermosa tierra normalmente no sabremos. Anímate a entérate. (Sisco).

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento24 jun 2020
ISBN9788418152603
El árbol de la glorieta

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    El árbol de la glorieta - Francisco Garcerá Ruiz

    1

    El día 14 de enero de 1812 el mariscal del Ejército francés Suchet cruza el río Turia, justo por encima del puente de San José, para hacer su entrada oficial en la ciudad de Valencia —este momento para la historia se ha producido después de varios meses en los que los valencianos hemos tenido que soportar y sufrir durante más de tres meses asedios continuados; asedios que han intentado por algún punto que creían más o menos vulnerable de la ciudad, principalmente por las puertas de Cuart; puertas que han tenido que «aguantar» sus cañones y que, a lo largo de duras descargas, han dejado sus huellas en las propias torres—. Al final, Suchet ha logrado lo que, desde hace mucho tiempo, tanto él como Napoleón anhelaban: que no era otra cosa más que conquistar Valencia… Por esta razón, Napoleón le otorga el título nobiliario de conde de la Albufera.

    El mariscal se ha instalado con su Estado Mayor en el palacio de Cervellón y lo primero que ha hecho ha sido confiscar todo el altar mayor de la catedral, que está labrado en plata; también ha confiscado su tesoro de orfebrería medieval que ostenta oro, plata y piedras preciosas. Todos los metales serán destinados a la acuñación de moneda de la monarquía de José I.

    Hasta 1814, Suchet trabaja en la consolidación de poder en la ciudad. Y, en el mismo año, dado que el mariscal es muy aficionado al diseño de parques y jardines, inicia mejoras en Valencia con la intención de atraerse las simpatías de los valencianos; por esa razón, manda replantar los árboles del paseo de la Alameda que se habían talado durante el asedio. Más tarde, diseña el jardín del Parterre. Para poderlo construir, el francés, anteriormente, había adquirido para la ciudad los terrenos existentes entre el convento de Santo Domingo y la Aduana —actual Palacio de Justicia de Valencia—.

    En todo este espacio de tiempo, comenzó la plantación de diferentes clases de árboles y especies botánicas. Pero, sin esperarlo, el mariscal se ha tenido que marchar, porque Napoleón así lo ha querido. Tuchet se ha tenido que trasladar a Aragón, debido también a la presión de las tropas españolas. Con los franceses fuera de Valencia, el testigo de todo lo hecho hasta entonces lo heredará el general Javier de Elio, nombrado más tarde capitán general de Valencia. Una vez posesionado, y después de haber repasado el estado actual de la ciudad, con todo el interés que le producen los jardines, a medio terminar el Parterre, Javier Elio encarga, en el año 1817, al arquitecto Manuel Serrano Insa un nuevo trazado del jardín.

    Una vez ha aprobado el nuevo proyecto, se empezó a reconstruir el jardín. Para empezar, se plantaron naranjos, sauces, fresnos y palmeras y, aunque el jardín ha sido cambiado varias veces de dibujo, el capitán general de Valencia comprueba que el Parterre está junto al paseo de la Alameda, un punto de encuentro para los valencianos. Y es, en 1851, cuando decide buscar a un buen especialista en ciencia botánica para encontrar árboles especiales y poder vestir y embellecer el jardín… Y lo encuentra. Lo encuentra porque, con todos los especialistas con quienes habla, todos se lo recomiendan. Habla con él y, después de una larga entrevista, se queda convencido de que Salvador García —Voro— es justo lo que está buscando; por eso le pide y le encarga que, ¡por fin!, termine las obras y los jardines del Parterre.

    2

    Voro empieza a trabajar y lo primero que hace es plantar nuevos árboles que le traen de las Indias y de Japón. Le traen magnolias y ficus y, entre todos ellos, se encuentra con un Ficus macrophylla y, como es un árbol ya de por sí esbelto, grande y hermoso, es por lo que decide trasplantarlo hasta un punto principal del jardín. Antes de hacerlo, se sorprende y alegra cuando le aseguran que, en realidad, el ejemplar que ha elegido en el país del sol naciente se lo conoce como nebari —‘raíces al aire’—.

    Más tarde, mientras lo está trasplantando, con todo el cariño del mundo le va murmurando:

    —A ti te podrán llamar con ese nombre tan raro que tienes, pero yo, como sé que vas a cobijar y dar vida a miles de pájaros y palomas; como también intuyo y creo adivinar que, además de ser muy grande y fuerte, tus hojas taparán el sol que envía sus rayos a esta bendita ciudad, para darle la vida que tiene… Por todo ello, y por la majestad que vas a tener, te voy a llamar «Ramsés». Ramsés fue un rey grande, fuerte y solemne, y todos los libros dicen que en su tiempo fue el más grande, ¡¡como vas a ser tú!!

    Y así, en el año 1852, con grandes cuidados y cariño, Voro plantó el árbol del Parterre.

    —Quiero decirte algo muy importante: el destino ha querido que la semana pasada mi mujer pariera a una niña a quien llamaremos María. Soy feliz, Ramsés. Soy feliz porque, a mis veinticinco años, mi trabajo diario me permite hablar con todas las plantas y seres como tú, que también están llenos de vida, porque la naturaleza así lo ha querido.

    Todas las plantas que llegan a sus manos las va trasplantando y colocando con la maestría de buen jardinero, de magnífico gusto profesional. Su vista le va diciendo dónde debe estar cada una de ellas. Así pasan los días, y así va dejando a su gusto el Parterre. No sabe por qué, ni entiende tampoco, el motivo por el que, sin ni siquiera proponérselo, cada uno de los días que termina su trabajo acaba delante de Ramsés. Muchas veces él mismo se pregunta por qué tiene la sensación de que le falta algo… Hasta que un día, sus adentros le dicen:

    —¡Esa rara sensación es porque no has pasado a ver a Ramsés!

    Van pasando los días y, solo con el año que el árbol lleva plantado, ya se nota cómo se están desarrollando sus raíces y cómo se están formando en tierra. Voro se da cuenta de que crece muy rápido. Y, como ya es su costumbre, acaba hablando con él para decirle:

    —¡Vaya! Parece que estás a gusto y satisfecho en el lugar que te he plantado y creo también que el guano y la tierra que te preparo te gustan. ¿Sabes? Me gustaría mucho ver que, con el paso de los años, que digo de los años, ¡¡de los siglos!!… Me gustaría saber, y por supuesto verte también, porque quiero adivinar que te harás un gigante… Como te digo, quiero que te críes sano y fuerte. A mis treinta y cinco años, yo te prometo que, mientras mi corazón me dé vida, te visitaré, te cuidaré y te traeré a mi hija, para que os conozcáis, porque debes saber que tiene tu misma edad y que, con el tiempo, cuando yo me haya ido, ella seguirá cuidándote. Quiero que seas el árbol más hermoso de toda la ciudad. Quiero que, cuando seas muy fuerte, los niños te adoren y que se deslicen entre tus enormes raíces, porque sé que tendrás la suficiente fuerza de voluntad y paciencia para aguantarlos. Estoy seguro de que todas las criaturas y todas las aves que cobijes entre tus raíces y entre tus ramas jamás te olvidarán.

    Voro ha tenido la impresión de que, mientras le hablaba, el aire que agitaba las hojas se había paralizado. Entonces, pensó que podía haber sido la casualidad, pero, cuando termina de hablarle, observa con asombro que Ramsés se mueve como contento, que las ramas que antes se quedaron quietas ahora se agitan —a pesar de que la brisa del Mediterráneo, en ese momento, no acariciaba, ni al árbol ni a su rostro—. Porque el «aire de Levante» no soplaba. Voro no es un hombre que cree demasiado en milagros. De hecho, todos los días habla con una planta, o con alguna flor, y está seguro de que las flores le atienden y se lo agradecen; está seguro de que el sentimiento ha sido mutuo. Cree que, además de ser un vegetal vivo, también tiene alma. Por esa razón, hablará con él siempre que pueda.

    * * *

    Casi en el mismo tiempo que se ha empezado a construir el Parterre, se está terminando de instalar en la ciudad la red de agua potable y, en el año 1860, Valencia ya cuenta con cerca de ciento cincuenta mil habitantes, y la reina Isabel II… reina, a pesar de la poca voluntad de los valencianos, que no son muy amantes de la monarquía.

    A su vez, los arquitectos Sebastián Monleón, Antonio Sancho y Timoteo Calvo terminan de diseñar el ensanche de la ciudad, en el que se prevé el derribo de las murallas porque, de esa manera, se permitirá el crecimiento urbano pues, en esos momentos, Valencia está ahogada en sí misma. Y, en 1866, con el fin de continuar con el crecimiento importante de la ciudad, se derriban gran parte de las antiguas murallas árabes; de esa forma, se facilita la expansión urbana que tanto necesita.

    Para la ciudad, el tiempo no pasa en balde. Su progreso es imparable, aunque los políticos, defendiendo sus ideas, más o menos interesadas —con el ansia de tumbar a la competencia política—, no se dan cuenta de que los «menesteres y necesidades de la ciudad» están abandonados y que ellos mismos son una cuña para su crecimiento.

    Han pasado seis años y Voro continúa hablando con Ramsés casi todos los días. Unas veces acude a la cita comentándole los acontecimientos importantes que va dejando la actualidad, pero, en esta ocasión, le dice con un rostro de enfado y preocupación:

    —Hoy no vengo demasiado contento, porque he vuelto a reñir con mi mujer. Sí, ya sé que no es la primera vez que te lo digo, ni que tampoco será la última. Perdóname, pero necesito descargar mis pensamientos. Ni ella me quiere ni yo la quiero a ella; los dos lo sabemos y los dos nos lo decimos. Mutuamente reconocemos que nunca teníamos que habernos casado, que tampoco debimos haber hecho caso ni al cura ni a la sociedad, que nos ahoga, porque tanto la Iglesia como la mayoría de la gente son falsos, hipócritas y embusteros, porque nos niegan en público lo que nos razonan en privado. ¡¡Ninguno en su conciencia condenaría a ninguna pareja por hacer el amor libremente cuando les plazca!! Esta es la sociedad en la que nos ha tocado vivir.

    »Varias veces he hablado con mi mujer sobre nuestra situación y estamos de acuerdo en que no nos amamos, pero ¡¡todos murmuran nuestra situación!!, que no es única y, aunque reconocen que no estamos bien, tampoco nos permiten separarnos… La sociedad es cruel y sobre todo con los niños porque, para una criatura, que sus padres no vivan juntos significa que se le ha terminado el colegio. Y esto ni la monarquía ni la república aún no lo han arreglado. De todo lo que estamos pasando, mi hija, con sus dieciséis años, también se da cuenta, y lo peor es que, aunque tratamos de evitarlo, muchas veces no lo sabemos remediar. Yo quiero que comprendas que no tengo a nadie para hablarle con la confianza que te hablo a ti, porque yo sé que hablo conmigo mismo. Lo siento: hoy no ha sido un buen día.

    Y Ramsés lo vio alejarse, sin poder demostrarle que lo acompañaba en su queja.

    Las reflexiones de Voro pueden ser las mismas que tengan una parte importante del pueblo, porque muchas familias viven rotas y no tienen posibilidad de iniciar otra vida, simplemente, porque el propio pueblo no les deja. Y ¿quién empuja al pueblo? La Iglesia, con el consentimiento de los políticos, claro.

    Unos días más tarde, el jardinero se encamina directo a ver el árbol, porque lleva una buena noticia. Va más contento que en el último encuentro, porque ahora lleva de la mano a su hija. Ramsés, cuando los ve, se agita y sus hojas se pintan más

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