En 1782, un botánico emprendió con entusiasmo un viaje al misterioso Oriente. Partió desde Versalles. Aún faltaban siete años para que la revolución pusiese Francia patas arriba, por lo que el fastuoso complejo palaciego todavía era la sede más espectacular del poder real en el país. La misión de André Michaux consistía en obtener especies exóticas con que embellecer los jardines del Trianón, para mayor disfrute de María Antonieta y su séquito. El científico era una excepción en el ascensor social del Antiguo Régimen, casi estático.
Nacido treinta y seis años antes en un hogar campesino de las inmediaciones, había aprovechado su familiaridad con la agricultura para especializarse en las plantas, en particular las hierbas. Estudios con dos botánicos bien relacionados en la corte, Joseph de Jussieu y Louis-Gui-llaume Le Monnier –también médico de Luis XVI–, le habían