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Del sinsentido al odio
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Libro electrónico275 páginas3 horas

Del sinsentido al odio

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Ante el desamor el odio es una alternativa porque la falta de pasión hace la vida insostenible.

Allá por el siglo XIV, un hedor nauseabundo emana del valle plagado de cuerpos inertes. La cruenta liza ha acabado sesgando la vida de la mayoría de los contendientes de ambos bandos.

¿Gana el que consigue menor número de bajas? ¡Insensata locura que mutila al ser humano!

Siglos después, en el mismo valle los árboles de esqueleto ennegrecido evocan desolación y tristeza. Enormes socavones sembrados de restos humanos en un paisaje teñido, uniforme por el paso de densas e irrespirables nubes de destrucción.En algún rincón una criatura, incomprensiblemente indemne, vaga abstraída, desorientada, invadida por un agrio extrañamiento. «¿Porqué?», se pregunta.

La pasión de odio siempre está presente con sus estragos, porque las situaciones de desigualdad, rivalidad, enfrentamiento y beligerancia no se producen sin afección y emotividad. No sin una pasión que los acompañe y esta es, sin duda, elodio.

Larvado o manifiesto, el odio se siente, se transmite y se aprende corrompiendo siempre la convivencia. ¿O acaso no es el odio el que, cuando se instaura y arraiga en una sociedad, la hace incompatible con la vida misma?

Al igual que las otras pasiones, el odio no proviene de la vida sexual, sino de la lucha del yo por afirmarse. No importa si uno se plantea o no conscientemente ¿qué soy, quién soy o qué sentido tiene mi vida?, porque cada uno intenta respondérselo a través de las pasiones que vive. Investigando, amando u odiando.

Ante el desamor, el odio es una alternativa porque la falta de pasión hace la vida insostenible . Por la sencilla razón de que supone una anestesia vital.

Es claro que se puede estar muerto en vida. Como armazones de cartón piedra que en su intimidad esconden un aterrador vacío, como clones que imitan la vida de otros porque la propia no les sirve.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento31 ago 2018
ISBN9788417335267
Del sinsentido al odio
Autor

Agustín Elipe

Agustín Elipe, de origen manchego, emigra a Madrid donde, para pagarse los estudios universitarios, trabaja como profesor titulado de E.G.B. en colegios de dicha localidad. Periodo de intenso rendimiento universitario en el que obtiene el título de licenciado en Psicología por la Universidad Complutense, así como el de Filosofía en la misma universidad. También en esta disciplina, pero en la especialidad de Antropología, se licencia en la Universidad de Comillas. Tras licenciarse, da clases en instituto privado y trabaja posteriormente como psicólogo en educación especial, tiempo en el que obtiene el título de Pedagogía Terapéutica. Los interrogantes que le suscita su experiencia laboral propician su encuentro con el psicoanálisis, que le ocupa los siguientes años de estudio, aprendizaje y análisis personal. Ya como psicoanalista colabora en la creación de la Escuela Europea de Psicoanálisis, de la que se hace miembro. Asiste a congresos, presenta ponencias, publica artículos. Cofundador de la asociación cultural Analytica, trabaja en la difusión y conocimiento del psicoanálisis. A través de esta institución da conferencias, imparte cursos, seminarios, etc. En la actualidad, recopila su dilatada experiencia publicando libros con la intención de aportar su granito de arena a la cultura que siempre lo ha cobijado.

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    Del sinsentido al odio - Agustín Elipe

    Del sinsentido al odio

    Primera edición: julio 2018

    ISBN: 9788417335519

    ISBN eBook: 9788417335267

    © del texto:

    Agustín Elipe

    © de esta edición:

    , 2018

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Prólogo

    Como es sabido, la materia ni se crea ni se destruye, sino que se transforma. Lógicamente, esa transformación necesita un tiempo para realizarse. Tiempo que es menor en los seres vivos, pues en ellos las transformaciones se producen en el corto periodo que hay entre su nacimiento y su muerte. En dicho periodo se nutren, se relacionan, se reproducen… consumiendo una energía determinada.

    Con lo que tenemos que para que algo se transforme se necesita tiempo y energía.

    ¿Quiere esto decir que tiempo y energía son los parámetros en los que se desenvuelve la vida?

    En todo caso, podemos afirmar que para cambiar y evolucionar se necesitan tiempo y energía. Tanto en los vegetales como en los animales los procesos de transformación están determinados por su naturaleza, desde donde se pueden estudiar.

    ¿Y en los seres humanos?, ¿a qué responden los parámetros de tiempo y energía que fluyen en el transcurso de su ciclo vital? ¿Cuál es la energía que los anima?, ¿cuál el tiempo que los determina?

    Sin duda, la respuesta no la encontraremos en su naturaleza animal, dado que no actúan necesariamente según ella. Pueden, incluso, hacerlo en contra de su propio instinto de supervivencia.

    ¿Entonces?

    Les invito a que me acompañen en un viaje a través de lo que mueve y determina el recorrido que cada cual realiza en el transcurso de su vida. Les invito a la aventura de explorar acerca de las pasiones. Porque las pasiones son la clave para entender las motivaciones internas que determinan y condicionan el transcurrir en la vida de un sujeto.

    También, hay que decirlo, son las que le dan razón y sentido. Las pasiones le insuflan la ilusión, le aportan la fuerza y la energía que necesita para preservarse vivo. Aún más, son el trazado mismo que recorre en su historia personal.

    Se puede decir sin que suene a exageración que las pasiones son las autopistas por las que transita la vida de cada cual.

    Ciertamente hay que considerar que, además de las autopistas, hay carreteras comarcales y locales, diversos recorridos más o menos próximos y más o menos intrincados. Pero las pasiones son las vértebras principales en las que confluyen los transitorios recorridos alternativos.

    Si conocemos las pasiones que mueven a un sujeto, sabremos cómo se desenvuelve y cuál es la dirección que lleva.

    En definitiva, para comprender cómo se fragua el sujeto en la encrucijada existencial entre la vida y la muerte es imperativo abordar el tema de las pasiones humanas, que como saben son tres: amor, odio y deseo de saber.

    — (Utilizo aquí el término «deseo de saber» referido a la pasión de la ignorancia para aclarar que lo que apasiona no es la ignorancia, sino el deseo de saber que la ignorancia garantiza).

    Hay que añadir que, aunque las pasiones fundamentales son amor, odio y deseo de saber, hay otras que podemos considerar como pseudo-pasiones y que vienen a ser los recorridos alternativos y/o complementarios que apuntábamos.

    Para compartir con ustedes esta reflexión le he dedicado a cada una de las pasiones su correspondiente libro. En «El primer amor», ya publicado, abrí el tema del amor refiriéndome a la primera experiencia de amor que todos y cada uno tenemos, la relación amorosa con los padres. En él se hace referencia a la necesidad vital de ser amados y, de paso, define en qué consiste específicamente la «función madre» y en qué la «función padre». Destaca la suma importancia de estas funciones de las que dependen, en gran medida, las condiciones evolutivas y el futuro del cachorro humano.

    Lógicamente, la pasión de amor requiere más de un libro. Será después. Primero conviene ir determinando lo que lo traba y hace fracasar.

    En este libro («Del sinsentido al odio») analizo una pasión de actual vigencia, una pasión arraigada ya desde el comienzo de la andadura humana y perpetuada a través de generaciones, una pasión que produce nefastos estragos en los otros y en uno mismo, la pasión del odio.

    Veremos cómo el odio se cuela en la vida del que lo padece de forma inadvertida la mayoría de las veces. Pero no de forma inocua, pues le conduce por una vía que lleva a la destrucción e incluso a la muerte.

    Les mostraré, si siguen leyendo, que no exagero.

    Sería fácil concluir que si el odio no es una elección saludable, es una pasión a evitar. La cuestión es saber ¿por qué? y ¿cómo?

    De eso trata este libro.

    En otro libro nos interrogaremos sobre la pasión de la ignorancia (el deseo de saber). Su título, «Erudición o sabiduría», ya indica una distinción fundamental.

    Requiere una especial atención el problema de la identidad en el que afrontar la inevitable pregunta por el «¿quién soy?», la autonomía personal, la relación entre subjetividad y objetividad… en definitiva, el YO, el narcisismo, la alienación…

    Especial importancia tiene un tema tan controvertido como el poder, que a nivel personal podemos considerar como una suplencia pasional.

    Por otro lado, como en el recorrido por las pasiones nos encontramos de forma inexorable con condicionantes existenciales, con las servidumbres pasionales, con los sometimientos pulsionales, las limitaciones e incapacidades personales, así como con las latentes determinaciones inconscientes, nos tendremos que preguntar por el margen de autonomía personal que nos pueda quedar.

    ¿Estamos condenados a un destino inevitable?

    Esta temática la abordaremos en un libro sobre «la libertad» en el que considerar las principales elecciones a las que un sujeto se suele enfrentar, así como las consecuencias que pueden tener sus decisiones.

    Por otro lado, no podemos abordar con propiedad las posiciones subjetivas, ni las pasiones que la impulsan, sin una reflexión sobre «El cuerpo». Portavoz sintomático de la verdad íntima, continente del placer y depositario del goce. Un cuerpo, el biológico, profunda e íntimamente unido al psíquico, pero diferenciado.

    En definitiva, adquiero con ustedes un compromiso para el que, aunque dispongo del material necesario acumulado durante años, soy consciente de la dificultad y horas de trabajo que supone. Procuraré estar a su altura.

    Pero, hablemos de lo que hablemos, en lo que se refiere al ser humano siempre se tratará del amor. Del presente y del ausente. Porque el amor es lo que nos hace eso, humanos.

    Iremos viendo porqué.

    En todo caso, más allá de las motivaciones, condicionantes y determinaciones externas y circunstanciales que afectan al sujeto, las claves para comprender su singularidad están en él mismo.

    Porque cada sujeto es singular y único, y lo que puede afectar a todos solo sirve para mejor comprender la diferencia de cada uno.

    No lo duden, aunque sean desconocidas, las respuestas al enigma del sujeto están en su íntima verdad.

    Resta por decir que estos libros tienen una intención divulgativa con el propósito de suscitar en quien los lea alguna reflexión sobre determinados aspectos que, a mi modo de ver, pueden coadyuvar a paliar el padecimiento personal que nos hace más infelices.

    También pretendo con ellos ofrecer algunas consideraciones que puedan resultar útiles para la elección de vida que cada cual está obligado a hacer.

    Porque, en definitiva, vivir siempre ha sido, sigue siendo y será la asignatura que cada uno ha de cursar y para ello no están de más algunos saberes que orienten.

    Introducción

    Con la intención de facilitarles la lectura y entendimiento de los desarrollos conceptuales que requiere este libro, quiero exponer algo a lo que referiremos varias veces y que considero fundamental para la comprensión del sujeto humano: su relación al lenguaje.

    Identificamos y percibimos la realidad mediante un entramado de representaciones simbólicas. A tal punto que ellas mismas constituyen una realidad alternativa y diferenciada. Esta peculiaridad nos caracteriza de forma particular y única.

    Dicha realidad de representaciones configura un mundo virtual en el que el ser humano habita, un mundo diferente en el que se desenvuelve desterrado de la naturaleza.

    Miren a su alrededor, ¿les parece que la realidad que les rodea es pura naturaleza? Es evidente que los humanos hemos creado una realidad claramente diferenciada y distinta.

    Una consecuencia de esto es que en esta realidad simbólica nos constituimos como sujetos, pero no podemos encontrar una respuesta completa a nuestro ser, a nuestra identidad. En ella, solo podemos conseguir una representación de nosotros mismos, un yo imaginario que nos representa. Pero no somos ese yo.

    Este «de-ser», esta consustancial falta en ser hace al sujeto constitutiva e intrínsecamente incompleto. Limitación que condiciona su posición en la vida.

    Comprendo que planteado así de forma tan condensada quizás pueden resultar unos postulados algo arduos y gratuitos. Cuando abordemos el problema de la identificación lo entenderemos con mayor facilidad. De momento, solo tengámoslo en cuenta como el telón de fondo que ubica la escena. Una escena en la que se desenvuelven los avatares de cada sujeto sobre un común fondo de insuficiencia.

    Por otro lado, si reparan en ello, constatarán que la insuficiencia a la que me refiero no les resulta extraña, porque está ahí inevitable para todos. Se aprecia por propia experiencia. Otra cosa es que «de eso que se sabe, nada se quiera saber»

    ¿Quién no ha tenido en alguna ocasión a lo largo de su vida incertidumbres sobre sí mismo? ¿Quién no ha sentido alguna vez esa especie de agujero que deja adivinar un vacío?

    Hasta los más seguros de sí mismos necesitan reafirmarse. (A no ser que su posición sea psicótica, claro está).

    En definitiva, ¿Quién está tan completo que nunca necesite nada ni a nadie? Y no me refiero solo a las necesidades materiales, porque ¿a qué creen que se debe que el deseo sea imposible de satisfacer plenamente? ¿Por qué alguien se puede sentir insatisfecho cuando, aparentemente, lo tiene todo?

    Pero volvamos a la escena.

    Ahora, miremos juntos a ese ser humano, observemos lo que hace y por qué lo hace. Analizaremos en este libro algo de lo que lo mueve e impulsa. En esta ocasión ese algo es el odio.

    Analizar esta pasión humana nos ayudará a comprender por qué, a pesar de la crueldad que comporta y de las dificultades que supone para la convivencia, el odio insiste en producir horror.

    Es patente que, a pesar del desarrollo actual de las civilizaciones, el odio sigue produciendo terribles sufrimientos y dolor, destrucción y muerte. No nos conformemos con un «es que el ser humano es así, qué le vamos a hacer», o con un «es imposible evitarlo».

    Pensar que «los seres humanos somos así», no solo resulta un conformismo inútil, sino una apreciación claramente errónea.

    Ciertamente el odio forma parte de las pasiones humanas y como tal afecta y condiciona. Pero, incluso aceptando que no solo no nos es ajeno, sino que supone un motor que nos mueve y alimenta, no podemos pensar por ello que somos la pasión que nos afecta.

    Además, el odio ni es la única pasión posible, ni es imprescindible en la vida del sujeto.

    Pero hay que admitir que está ahí formando parte de él y lo que es más importante, no pide permiso para estar. La mayoría de las veces el odio se cuela inadvertido y en ocasiones arraiga en el sujeto llevándole, incluso, a donde consciente y voluntariamente no querría.

    Desarrollaremos en este libro las características y servidumbres que nos permitirán comprender mejor cómo actúa esta pasión y cómo puede invadir a un sujeto como si de una gangrena se tratara.

    Porque no a todos afecta de la misma manera.

    Conocer los entresijos del odio nos ayudará a comprender, por ejemplo, el porqué de tantos casos de violencia de género.

    De momento digamos que se trata de una afección que cuanto menos desasosiega, pudiendo llegar a hacerse insoportable. De ahí la necesidad de buscar alivio disolviéndola en la ejecución de actos. Actos violentos.

    Quiere esto decir que al primero que afecta el odio es al que lo padece. Y desde él a otros.

    En consecuencia, para protegerse de los efectos que el odio puede ocasionar, no es suficiente con defenderse del daño que desde otros se pueda producir, sino que es necesario cuidarse del odio en cada uno.

    Con el interés de descubrir lo que lo motiva, les invito a navegar juntos por una pasión que a todos incumbe y que, antes o después, por sí o por otros a todos afecta.

    Escarbaremos en busca de sus raíces, indagaremos sobre sus motivaciones y desvelaremos las servidumbres que infringe, así como las consecuencias que implica.

    Referiremos, también, sus enganches y manifestaciones y sobre la patología que la acompaña.

    Les invito, pues, a que me acompañen en un recorrido que nos permita comprender mejor lo que nos condiciona y motiva en una vida que, en ocasiones, puede resultarnos ajena, imprevisible y extraña.

    Deseo sinceramente que este recorrido contribuya a paliar algo de tanto sufrimiento innecesario. El que a todos afecta, el de cada uno que es el de todos.

    Al menos, espero ayude a liberarnos de la ceguera y el engaño al que el odio nos somete. Porque no les quepa la menor duda, el odio, más allá del horror social que puede producir, es un problema personal que infringe infelicidad al que lo padece.

    Evitar los estragos que el odio produce empieza por el convencimiento de que el odio no es una opción aceptable, ni para otros ni para uno mismo.

    En todo caso, para disponer de una autonomía emocional sobre las propias pasiones y dado que el odio tiene el poder de arrebatar y llevar más allá de la propia intención, es importante saber cómo manejarse. Y saber manejarse con las propias pasiones no puede estar exento de entender cómo se producen, funcionan y nos afectan.

    Este es mi grano de arena. Espero que el esfuerzo y trabajo que ha requerido poner a su disposición los conocimientos y experiencias que se expresan en este libro les sea útil.

    Estragos

    Allá por el siglo XIV, un hedor nauseabundo emana del valle plagado de cuerpos inertes. La cruenta liza ha acabado segando la vida de la mayoría de los contendientes de ambos bandos.

    ¿Gana el que consigue menor número de bajas?

    ¡Insensata locura que mutila al ser humano!

    Siglos después, en el mismo valle los árboles de esqueleto ennegrecido evocan desolación y tristeza. Enormes socavones sembrados de restos humanos en un paisaje teñido uniforme por el paso de densas e irrespirables nubes de destrucción. En algún rincón una criatura, incomprensiblemente indemne, vaga abstraída, desorientada, invadida por un agrio extrañamiento.

    «¿Por qué?», se pregunta.

    ¡Sí!, ¿Por qué?

    Destrucción y muerte, ¿qué finalidad puede justificarlas?, ¿vencer al enemigo? ¡...! ¿A quién?, si al final quien paga siempre resulta ser la vida misma.

    Guerras, cruzadas, purgas, ejecuciones…

    Genocidios étnicos, religiosos o políticos con sus restos de desolación y cadáveres forman insistentemente parte de la historia como si de un destino inevitable se tratara. ¿Acaso es consustancial al ser humano?, ¿qué lo lleva a tales atrocidades?, ¿el odio?

    ¿Por qué el odio?

    Lo cierto es que, desdichadamente, el horror que produce ha estado y sigue estando actualmente a pesar del desarrollo y progreso de que disponemos.

    ¿Seremos capaces de erradicarlo algún día?, o ¿habrá siempre quien lo promueva y protagonice?

    Si ocurriera esto último, si esta pasión loca no encontrara límites, tarde o temprano y dada la cada vez mayor capacidad destructiva, lo que no podrá subsistir será la vida humana.

    Ustedes saben que no exagero.

    Es más, al margen de esta visión obligadamente fatalista del futuro que el imperio del odio pronostica, es palpable la agresividad, violencia y crispación social que el odio produce, hasta el punto que en ocasiones llega a dar miedo. Y no es para menos, porque la pasión descontrolada del odio da miedo. Sobre todo cuando se produce con suficiente proximidad.

    Sin embargo, suele ocurrir que el conocimiento que se obtiene de la experiencia de los efectos del odio se diluye en la distancia. Los propios mecanismos de defensa psíquicos tienden a anestesiar lo insufrible y, así, paliar el dolor que produce. Es requisito para seguir viviendo, para pasar página.

    La lección de las consecuencias del odio ya es sabida, si no aprendida, lo que debería servir al menos para evitarlas. Y no es que no se haga nada al respecto, dado que en todas las sociedades civilizadas se dictan leyes que regulan la convivencia, se ponen restricciones y sanciones a quienes las incumplen e, incluso, se realizan actos de condena unánime ante los desmanes del poder abusivo y del odio.

    Sin embargo… sigue sucediendo. ¿Por qué?

    Tras la magnitud que alcanzó la segunda Guerra Mundial se creó el «Organismo Internacional de Naciones Unidas» para evitar que tales confrontaciones volvieran a suceder. Nadie puede negar la importancia y necesidad de esta institución mundial y lo extraordinaria y beneficiosa que está siendo para todos. A pesar de ello, las guerras, los atentados e incluso las masacres siguen siendo protagonistas permanentes.

    Beligerancia y guerras que insisten y se repiten una y otra vez, por más que siempre son más los que las sufren que los que las provocan.

    La inmensa mayoría de la población quiere vivir en paz

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