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Unas historias de amor, una carta y unos cuantos poemas para no olvidarla
Unas historias de amor, una carta y unos cuantos poemas para no olvidarla
Unas historias de amor, una carta y unos cuantos poemas para no olvidarla
Libro electrónico197 páginas1 hora

Unas historias de amor, una carta y unos cuantos poemas para no olvidarla

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Una defensa del amor en todas sus formas.

«Una historia de amor» es el relato corto de una vida vivida a tope, donde el amor se confunde con excesos.

«Una carta enamorada» es el sentimiento hacia el ser amado que no está presente para verlo, tocarlo, olerlo y disfrutarlo.

«Unos cuantos poemas para no olvidarla» es el amor con mayúsculas, dibujado con las palabras del desamor, del engaño, de las pasiones más bajas, de los sentimientos, de los celos y de todo lo que padece y siente el enamorado cuando prende en su interior la pasión y el deseo.

Son tantos los poemas y las emociones que se desprenden que no se deja un sentimiento sin ver o reflejarse a través del verso.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento21 may 2021
ISBN9788418665028
Unas historias de amor, una carta y unos cuantos poemas para no olvidarla
Autor

J.M. Enríquez

Nacido en un frío día seis de enero de 1963. Obra y cimiento de un lugar a la orilla de un trozo de las rías baixas. En el municipio de Poio en la provincia de Pontevedra de la Comunidad Gallega. J.M. Enríquez es el menor de ocho hermanos. Muy unido a su Madre y hermano discapacitado, por los cuales siente devoción y una especial unión que mantiene hasta la fecha. Cursa sus estudios de Bachiller en la ciudad condal. En donde se siente bien acogido y en la cual se despiertan los sentidos y la emoción por las letras, la música y todo lo que emana Barcelona en la década de los 70. La disposición de tiempo y un momento especial y complejo reciente. Hace que se replantee volver a escribir, volver a reencontrarse con su otra gran pasión, las letras. Y toma el camino de la poesía, para poder expresar todo lo que observa, ve y siente.

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    Unas historias de amor, una carta y unos cuantos poemas para no olvidarla - J.M. Enríquez

    Relatos

    El tiempo bebido

    Todo es relativo, el tiempo, mi tiempo. Como decía Einstein, todo es relativo.

    ¡He vivido, sí, demasiado para mi hígado! O, más bien, tendría que decir que he bebido.

    La vida no se ha portado tan mal conmigo. Aunque parezca mentira, yo también he tenido familia, padres, que me han querido, me han cuidado y me han dado amparo y cobijo. Sí, sí…, yo he tenido un trabajo, he ganado más de lo que he fundido. Y mujeres, coche, vacaciones y un buen piso. Sí… Me he metido entre bragas y alcohol y algún que otro tirito. ¡Sí, sí! Me lo he ganado a pulso en ese combate conmigo mismo, como en The Boxer de Simon & Garfunkel. Golpe a golpe y sin versos sueltos de Machado por el camino.

    Todo es relativo, prisas en un mundo redondo para algunos y plano para los que estamos ya perdidos. Joder, cómo puede cambiarte la vida sin que te des cuenta ni de ti, ni de los tuyos.

    Todo, todo es relativo, o como diría Dalí, re-la-ti-vismo… ¿O es realismo?

    No sé, ya me falla la memoria y el sentido. Antes, las botellas de whisky y vino eran de vidrio, ahora son cartón y plástico y ya no se ve lo mismo.

    El tiempo solo existe en el comedor social, donde cada uno mete su cabeza en el plato cuando no has podido conseguir tu propio suministro.

    Ahora la gente pasa por delante y suelta céntimos que no quiere en el bolsillo; con tanto plástico electrónico, se nos jodió la caridad del que te ve sin querer haberte visto. Se apartan como si contagiase, como si mi miseria y mis vicios se pegaran.

    Putos yupis, trajeados, maqueados con gomina y móvil de último pitido, con sus aparatejos, pinganillos en el oído, hablando sordos en un mundo perdido, donde el postureo y la apariencia marcan los caminos. Caminos asfaltados, con respiraderos inundando el ambiente enrarecido en ciudades malolientes, llenas de zumbidos de tubos de escape y plagadas de personas deambulando como pollos sin cabeza, de un sitio para otro, risas en mesas de terrazas solitarias con un cafecito y las putas palomas al acecho de los desperdicios, sin que levante la vista de la pantalla el despistado y distraído. ¡Otros deambulamos sin ser vistos! Y mientras los observo, me veo a mí, hace años, haciendo lo mismo.

    Sí, todo es relativo…

    Me han ayudado en los albergues y algún que otro cura con alma de jesuita y pinta de divino. «¿Por qué no intentas cambiar, buscar a tu familia, a los tuyos?».

    Como si fuera tan fácil volver, presentarte y que ya esté todo olvidado, todo en su sitio. ¿Y cuál, cuál es el mío? ¿Cómo empezar cuando ya no te queda ni el reflejo de ti mismo? Cuando has engañado y mentido, cuando la desconfianza prendió fuego a todo sentimiento y cariño. No, no hay retorno, más bien olvido.

    Prefiero la indiferencia de la calle, errando sin sentido, buscando mi refugio, huyendo de mí mismo, que de nuevo encontrar lo que ya forma parte del olvido.

    Sí, todo es relativo…

    He pasado de tenerlo todo a caminar con mi carrito del súper, marcando las aceras con sus ruedas, que, como mi vida, giran en varios sentidos.

    ¿Qué coño miras? Sí, estoy aquí, existo, aún respiro, hablo solo, solo conmigo mismo. ¡Joder con las miradas, ni que fuese una mierda en el asfalto podrido! Me miran con desprecio, por mis pintas y el olor que desprendo de tantos días vagando y lavándome en fuentes que no limpian mi piel quemada del sol y del frío.

    A veces, en los albergues, me ducho, me cambio de ropa y hasta me lavan la que llevo puesta de lunes a domingo. A mí me jode mucho, porque pierdo la esencia de lo que soy y salgo como perdido, oliendo a jabón, a limpio.

    Eso por momentos me confunde con cualquiera cuando aparco el carrito, hasta mis barbas largas se airean y el olor a tabaco y sudor se despeja. Huelo a limpio. Y ya no estoy seguro de mí mismo, por unos días me encuentro raro, perdido. Los olores te traen y te llevan recuerdos y momentos y mi momento ya ha pasado, ahora me toca oler la inmundicia de mi miseria, de cada rincón, esquina o acera, donde siento el culo y me quedo dormido, entre cartones y mantas o apoyado en las paredes, con el bote y cuatro monedas, todo para animar conciencias que me sacien las penas. Y solo, maloliente, me encuentro en mi esencia, sé cuál es mi sitio y ni la vergüenza ni la lástima me hacen mella, me humillan o me causan daño, llevo mi coraza puesta y ya nada me lastima, o no más que los zapatos llenos de papel de periódico rozándome las heridas por deambular; roza y te escuece la piel y las amarguras vividas.

    Putos curas, conciencias mal medidas. Quieren ayudar con plegarias y algunas limosnas de caridad compartida. Te aconsejan, sí, como si ellos pasaran las noches bajo la luna, a cielo abierto, guardando la vida. La mierda de vida, que se pega como la mierda a la suela cuando la pisas.

    ¡Yo sí, sí lo he intentado! Sí, sí, he tenido mujer y lecho y demasiadas mentiras.

    Yo tuve mujer, bien bonita y lucida. Lo pasamos bien en aquellos días, fuimos felices, tuvimos buena vida. Pero cuando hay tormenta, cada cual busca refugio y se olvida de dar cobijo al que está empapado y se ha perdido entre la niebla, al que no avanza entre tanta gente corriendo en busca de algún portal o cornisa.

    Hay que joderse, cuántas juergas he pagado y conmigo han fardado y aparentado y ahora ni me buscan ni me miran, ya no soy nada para ellos, nada, nada, como si no hubiésemos compartido penas y alegrías. Amigos, ¡y una mierda!; buitres, aprovechados que se pegaban cuando los billetes fluían. Cuántos favores y, al final, la caída.

    ¡Sí, de acuerdo, la cagué, culpa mía! ¿Pero dónde están los que me abrazaron, me daban palmaditas?, ¿dónde, dónde y cómo y cuándo decidieron que yo, sí, yo ya no pertenecía a su mundo, a su vida, o ellos a la mía? ¡Cabrones, cínicos!, y yo me lo creía.

    Hubo un día, a medio camino de esta nueva mala vida, que me convenció un cura con cara de buena persona; se pasaba horas intentando darme esperanzas y reforzar mi autoestima.

    «¡Debes recomponer tu vida! —me decía—. Tú puedes volver, recuperar tu vida, tu familia, tus amigos. Solo depende de ti».

    Y dale con la misma cantinela baldía.

    Sí, sí, joder, maldita sea mi puta vida… Le hice caso, necesitaba creérmelo y, un día, me apareció con un traje azul, unos zapatos, camisa y corbata, hasta calcetines finos y calzoncillos empaquetados, nuevos. El muy cabrón todo se lo había currado. Todo para que yo le echara huevos y me lanzara a recuperar lo que había perdido, abandonado, tirado, estrujado en mi caída libre entre alcohol, mujeres, droga y tabaco. La noche seduce al que va alumbrado, y con luces y alcohol se te pegan las moscas al vaso.

    Sí, me decidí, di el gran paso, aún podía tener una oportunidad, tampoco había matado. ¿Y si ella me perdonaba? Bueno, había que intentarlo…

    Me puse el traje, hasta cedí y me dejé raparme el pelo y la barba de años, y no quise verme en ningún espejo, todos en el albergue estaban flipando; al verme, decían: «¿Quién cojones es este, tan maqueado?».

    Pensaba que me estaban tangando, pero me gustó sentirme el centro, verme de nuevo rodeado y reflejado en las miradas me hacía sentirme importante, como cuando todo me sonreía antes de empezar el descalabro, la caída libre, las mentiras, los engaños, los vaciados de cuentas, los empeños hasta el alma con el diablo.

    Lo tenía todo controlado; eso pensaba y ahora ni controlo mis meados.

    Sí, me dio un sermón, un billete de metro y la dirección donde me estaba esperando. La oportunidad solo se presenta una vez y yo muchas ya había desperdiciado.

    Tenía cierta taquicardia, estaba nervioso, excitado, era demasiado después de doce años. Joder, ¿será capaz de entender que yo ni me había enterado? Que todo fue muy deprisa, que ni me di cuenta de lo que estaba pasando. Que nunca fue mi intención hacerle daño, dejarla en bragas, marcharme sin decir nada, sin una llamada, sin hacer caso a las tantas veces que me avisó, que intentó ayudarme… A saber qué coño me

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