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Vademecum del Ser Humano
Vademecum del Ser Humano
Vademecum del Ser Humano
Libro electrónico585 páginas7 horas

Vademecum del Ser Humano

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Información de este libro electrónico

El libro que ilumina las conciencias sobre las preguntas de la vida.

El Vademécum del ser humano es una pequeña muestra del glosario de términos ordenados alfabéticamente, contextualizados en el espacio-tiempo, a través del registro de la fecha de publicación en su soporte original digital (vademecumdelserhumano.com) y catalogados bajo las diferentes áreas filosóficas desarrolladas, en el que cada término recoge una reflexión que ilumina las inquietudes del ser humano, ya sean estas mundanas o trascendentales.

Las materias que se recopilan en esta obra, que fiel a su nombre es de fácil manejo para consultas inmediatas, son los propios que cualquier persona puede encontrarse a su paso en su existencia mortal, aunque bajo el reflexivo filtro humano, profundamente humano, del autor que escribe y que se autodefine como filósofo efímero.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento15 ene 2020
ISBN9788417887964
Vademecum del Ser Humano
Autor

Jesús A. Mármol

Jesús A. Mármol es filósofo, escritor, profesor universitario de ADE y MBA.

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    Vista previa del libro

    Vademecum del Ser Humano - Jesús A. Mármol

    Introducción

    El Vademécum del ser humano es un glosario de términos ordenado alfabéticamente en el que cada término recoge una reflexión filosófica sobre las inquietudes del ser humano, ya sean estas mundanas o trascendentales. No obstante, el presente libro tan solo es una pequeña muestra (por limitación editorial) del conjunto de reflexiones que configuran la obra original hasta marzo de 2019, ya que, desde su origen, hace ocho años atrás, se concibe como una obra abierta que continuamente voy ampliando con reflexiones de términos nuevos. Al tratarse de un libro inacabado por esencia mientras viva, el vademécum se actualiza de manera continua en su soporte digital original (www.vademecumdelserhumano.com) para que en cualquier momento y lugar del viaje pueda irlo enriqueciendo.

    Las materias que se recopilan en este vademécum, que fiel a su nombre es de fácil manejo para consultas inmediatas, son las propias que cualquier persona puede encontrarse a su paso por la mortal existencia, aunque bajo el reflexivo filtro humano, profundamente humano, del servidor que escribe y que se autodefine como filósofo efímero [ver en la sección F, concepto: ‘filosofía efímera’]. Asimismo, para mayor enriquecimiento de la obra, todos los términos están contextualizados en el espacio-tiempo a través del registro de la fecha de publicación y catalogados bajo las diferentes áreas filosóficas que desarrollo como autor, a modo de guía temática: filosofía de la moral/ética, metafísica/ontología, gnoseología/epistemología, filosofía de la lógica, estética, filosofía de la ciencia, filosofía política, filosofía de la sociedad, filosofía de la mente/psicoemocional, y filosofía de la economía.

    Así pues, a quien le guste servirse de estos pensamientos —que anda (vade) conmigo (mecum) en mi peregrinación por esta vida—, que se sirva. Pues, aunque uno observa, reflexiona y escribe, no hace más que reescribir lo escrito ya en el pasado siempre futuro de las estrellas, en un intento por sentir un poco el aliento del conocimiento —efímero y fugaz como un suspiro— de la propia vida.

    Jesús A. Mármol

    El filósofo efímero

    A

    Abstracto, teoría

    (materia)

    Teoría de lo abstracto, una idea loca para reinventar la materia

    1 de mayo de 2018

    Si pudiéramos ya no controlar, sino crear átomos conocidos y por conocer, la humanidad daría un salto cualitativo como especie en el universo puesto que los átomos son el elemento nuclear que posee las propiedades características de la materia mediante su agrupación en moléculas. Pero todos sabemos que los átomos están compuestos por partículas elementales que conocemos como neutrones, protones y electrones. Partículas fundamentales que no son más que concentrados de energía en un punto (que por definición no tienen ni alto ni ancho) espacial sin dimensiones, lo cual complica la cosa, pues en dicha escala cuántica no se puede determinar exactamente su posición en una región del espacio, lo que equivale a decir que su posición espacial se determina como probabilidad y no como valor absoluto.

    Pero, asimismo, también sabemos que los neutrones y los protones están constituidos por subestructuras denominadas quarks, y más específicamente por tres tipos de los seis existentes de quarks para cada partícula elemental (si bien se han descubierto asociaciones de hasta cinco quarks y existe una teoría aun sin demostrar de preones como subestructuras de los quarks). Aquí cabe apuntar, por otra parte, que los electrones van por libre ya que, si bien cuentan con una partícula más pequeña que conocemos como neutrinos, estos no forman parte de los átomos, sino que se forman a partir del proceso de desintegración de neutrones y protones, creando a su vez como resultado nuevos electrones.

    Llegados a este punto, frente a una idea tan loca como crear átomos conocidos (los ya registrados en nuestra tabla periódica) como nuevos por descubrir, está claro que el secreto se halla en conseguir jugar al Tetris con los quarks, pues estos son las partículas elementales que interactúan formando la materia nuclear de la vida tal y como la conocemos, así como son las únicas partículas elementales que interactúan con las cuatro fuerzas fundamentales que posibilitan nuestro mundo físico conocido (la gravitatoria, la electromagnética, la nuclear fuerte y la nuclear débil). Pero el problema no radica tanto en el tamaño subatómico de quarks y electrones, el cual es un billón de billón de veces más pequeño que un centímetro (pues en física no se describe a las partículas elementales por su tamaño sino en función de su energía), sino más bien por la inexistencia de una teoría que dé solución unitaria a su comportamiento en relación con nuestra realidad. No obstante, si bien es cierto que ni la teoría de cuerdas ni la teoría de la espuma cuántica o la teoría de las singularidades han resuelto el problema, todas ellas han concluido que las partículas elementales se rigen por una longitud mínima medible por el hombre y que se encuentra en el límite entre la relatividad general (física de la materia) y la mecánica cuántica (física subatómica) llamada «longitud de Planck», por debajo de la cual el espacio deja de tener una geometría clásica, es decir, nuestra idea de figuras geométricas presupuestas por conceptos tales como el punto, la recta, la superficie y mediante la comparación de ángulos y longitudes deja de tener validez.

    Pero ¿cómo podemos jugar al Tetris con los quarks para reinventar la materia? Frente a un planteamiento tan alocado como este se requiere de una idea loca que esté a la altura: en vez de controlar la energía de los quarks, ¿por qué no enfocarse en reprogramar su agrupación? Una reprogramación que requiere de una teoría de nueva generación a la que se podría etiquetar como teoría de lo abstracto y que debería estar fundamentada sobre dos de los principios básicos de las partículas elementales: el principio de probabilidad espacial y el principio de geometría abstracta bajo el umbral de la longitud de Planck. ¿Y cómo concretamos la teoría de lo abstracto?, ya que su conceptualización se fundamenta en romper los esquemas de la realidad percibida. A grandes problemas, grandes soluciones: mediante el uso combinado de las matemáticas imposibles de las supercomputadoras (a poder ser de la china Sunway TaihuLight) y el pensamiento computacional exprofeso de la inteligencia artificial (a poder ser de los modelos de aprendizaje automático de la Universidad de ShanghaiTech o de la misma Universidad de Pekín). Para la fase de experimentación en física aplicada ya acudiríamos al Gran Colisionador de Hadrones de la Organización Europea para la Investigación Nuclear, situado en la frontera franco-suiza. Un apasionante nuevo reto de pensamiento creativo fuera de la caja para un ser humano con la potencialidad de crear nuevas formas de materia y, por extensión, de energías posibles a microescala (en una primera instancia) en un nuevo horizonte para la humanidad; no exento por ello de dilemas profundamente morales que deberán ser afrontados en su momento por la ética como renovada disciplina de consenso social global para una especie en continua evolución mediante la gestión del conocimiento.

    No quisiera acabar esta pequeña, fugaz y alocada reflexión creativa fruto de una noche de insomnio sin subrayar que la misma, si bien pudiera parecer una disertación de física teórica, se enmarca dentro del espíritu de la filosofía de la naturaleza (reivindicando así a los presocráticos), pues no en vano fue un filósofo, el griego Demócrito (siglo

    iv

    a. C.), el primer teórico de la física de los átomos en la historia de la humanidad. Cogito ergo sum.

    Aburrimiento

    (reactivo)

    El aburrimiento es un reactivo para la evolución humana

    20 de agosto de 2015

    Siempre hemos oído la máxima de que el hombre es un animal de costumbres. Y así es. Pero lo que no se nos ha dicho es que ese patrón de comportamiento es caduco en el tiempo, como un tren que siempre gira y gira sobre el mismo circuito cerrado hasta que se le acaban las pilas o, según la versión del juguete, la cuerda. Y aquella persona que transcurrida la fecha de caducidad de su monótono comportamiento no cambia sus hábitos por otros nuevos es, simplemente, no porque sea conservador en sus costumbres, sino porque, o bien ya está hibernando en vida, o bien porque la vida no le ofrece ninguna otra sugerente alternativa.

    A la fecha de caducidad en la motivación por la repetición monótona, y muchas veces adictiva, de todo hábito prolongado en el tiempo le llamamos «aburrimiento». Y es, llegado a este punto, cuando la persona, apática de las acciones que llenan su día a día, desea cambiar sus hábitos por algo que nuevamente le motive y le haga sentir viva. Aunque no sepa aún ni qué buscar ni en qué dirección dirigirse. Pero es en este estado personal e íntimo en que se produce el inicio del movimiento por el cambio que hará evolucionar al individuo y, con él, a su realidad más inmediata, y por extensión (tarde o temprano) al conjunto de la sociedad.

    No obstante, es verdad que cada persona es un mundo y hay quienes tardan más en aburrirse de sus hábitos frente a los que se aburren más pronto. Ya que cada cual tenemos ciclos de evolución y madurez personal diferentes: largos y lentos o cortos y rápidos. En definitiva, el aburrimiento humano es un reactivo en la evolución de las sociedades; junto a la necesidad, para ser más exactos (pero no haremos mención de esta última, ya que cuenta con una vasta literatura propia).

    El aburrimiento nos empuja a recorrer nuevos caminos, a buscar nuevos horizontes, a experimentar nuevos parajes desconocidos hasta la fecha, ya sea en el ámbito personal, social o profesional. El aburrimiento es el germen de la ilusión que, a su vez, genera una reacción en cadena que puede desembocar en la pasión. Un ciclo combinado trifásico (aburrimiento-ilusión-pasión) que puede activarse en cualquier momento de nuestras vidas, ya sea por azar, ya sea de manera dirigida y predeterminada por una voluntad inteligente externa. Aunque también no parece menos cierto que en algunas personas puede mantenerse pasiva de manera permanente sin ser activada.

    Así que, amigo, sabiendo que el aburrimiento es un reactivo en la evolución de las personas, si actualmente te encuentras en la tesitura de que algún objeto, persona, circunstancia, hábito o situación te aburre, alégrate porque pronto va a cambiar tu vida. Puesto que si algo hay seguro en el universo, es que todo está en continuo movimiento, cambio y transformación.

    Si te aburres, es que estás a punto de saltar.

    Aceptación

    (actitud)

    Aceptación no es sumisión, es afianzarte en tu autoridad interna

    21 de junio de 2014

    Nos toca vivir tiempos convulsos socialmente, inmersos dentro de un intenso período de tránsito energético del propio planeta donde la actitud de la aceptación está a la orden del día como refugio en busca de cordura y paz interior de última instancia. No obstante, la aceptación no es más que un concepto cuya manifestación en nuestras vidas diarias difiere mucho según con qué carga emocional la acompañemos: victimismo o responsabilidad ante la vida. Así pues, he aquí un par de apuntes para resituar la aceptación en su justa medida:

    1.Si la aceptación representa ceder nuestro poder personal ante terceros, es sumisión y, por tanto, va asociado con el universo de emociones vinculadas al victimismo: «Yo no puedo», «yo no valgo», «yo no me lo merezco».

    2.Si la aceptación representa fluir constantemente desde el aquí y el ahora sin un objetivo marcado que dé sentido a nuestra propia existencia en el mundo, como marinero en mar sin rumbo determinado y a la merced del vaivén de las olas, es sumisión ya que igualmente estamos cediendo nuestro poder personal a cada instante ante terceros, ya sean personas o circunstancias.

    3.En cambio, si la aceptación representa la templanza que requiere una circunstancia para proseguir el camino que nos conduce a nuestro objetivo, esto es autoridad interna, ya que sabemos ser y estar en ese justo tránsito sin ceder nuestro poder personal.

    Aceptación como sumisión es resignación y, por tanto, cedemos nuestra autoridad interna al mundo. Aceptación como templanza es presencia y, por tanto, no cedemos nuestra autoridad interna al mundo ya que para que haya autoridad interna debe haber templanza; para que haya templanza debe haber presencia y para que haya presencia debe haber aceptación del momento presente. Una aceptación del que se sabe responsable de su propia vida, y no una víctima de la misma.

    Si uno no se responsabiliza de su propia vida, si uno no coge las riendas de su autoridad interna, nunca podrá alcanzar sus sueños, sino que participará, ya sea de manera activa o pasiva, en la consecución de los sueños de otros. Pero, aún más grave, sin autoridad interna se le pasará el tiempo de su existencia viviendo la vida de terceros sin llegar a descubrir y, por tanto, sin poder realizarse en lo que uno es y para lo que hemos venido a hacer. Nuestra es la decisión. Nuestra es nuestra vida, que nadie va a vivir por nosotros. ¡Feliz existencia!

    Adicción

    (vicio)

    La sociedad fomenta vicios cuya adicción menoscaba la libre voluntad del individuo

    4 de febrero de 2019

    La mayoría de los mortales tenemos en nuestro haber algún tipo de vicio entendido como adicción, sin entrar en materia moral. Los más comunes se refieren al ámbito del juego, la bebida y el tabaco, aunque también los hay tan antiguos como la humanidad, como es el caso de la adicción al sexo o de reciente incorporación sociológica como son los comportamientos viciados con respecto a la televisión, al trabajo (trabajólico), a la estética (dismorfofobia), al deporte (vigorexia), a las nuevas tecnologías (tecnofilia), a los móviles (nomofobia) o al omnipresente internet, entre tantos otros de una lista interminable.

    El vicio surge del capricho personal en adquirir, aunque sea inconscientemente, un hábito insalubre. Pero una vez que el vicio se convierte en dependencia (de la persona con respecto al objeto del vicio), este deja de ser un capricho para transformarse en una alteración mental más propia de la órbita de las patologías. No obstante, sobre el vicio distingo tres estadios bien diferentes: la raíz del vicio, la esencia del vicio y la substancia del vicio.

    1.Raíz del vicio

    Es curioso observar cómo el vicio, en su estado natural de capricho personal en adquirir un mal hábito (por perjudicial para el equilibrio psicoemocional de la persona), surge como efecto directo de un refuerzo social que empuja a entregarse a dicho vicio, en su amplio espectro fenomenológico. Un refuerzo o fomento social hacia la tendencia viciosa que puede ser tanto de carácter positivo como negativo en sí mismo (desde la percepción de la misma sociedad). En este sentido, entenderemos como refuerzo social positivo al vicio todo aquel que precede de tendencias conductuales de moda, como es el uso indiscriminado del móvil en la vida diaria, el uso desmesurado de la cirugía estética vinculado a los cánones de belleza principalmente femeninos o el hábito de fumar y beber como comportamiento cultural de reafirmación del género masculino. Mientras que entenderemos como refuerzo social negativo al vicio toda aquella tendencia normalizada socialmente que permite a la persona empujarse hacia un vicio como fuga de escape de una penosa carga existencial propia, tal como es la conducta de entregarse sin medida a la televisión para no pensar o de entregarse a la bebida desmesurada para olvidar, entre otros malos hábitos.

    2.Esencia del vicio

    Pero, determinismos socioculturales aparte, si tuviéramos que caracterizar la esencia del vicio en su naturaleza pura podríamos definirla perfectamente como ‘un comportamiento generalmente persistente en la búsqueda de la sensación del placer (como estado de recompensa) y el confort personal (como estado de alivio) a inmediato y corto plazo’. Un comportamiento que, por otro lado, nos resulta humano, profundamente humano.

    3.Substancia del vicio

    El problema, como todos sabemos, es cuando el vicio implica una incapacidad personal de controlar la conducta propia. Que es justamente cuando la esencia se materializa en substancia, siendo esta caracterizada por generar dependencia y, en cuadros más agravados, estados de ansiedad propios del conocido síndrome de abstinencia. Llegados a este punto, la persona pierde el control racional sobre su voluntad, siendo los deseos derivados de la adicción los que controlan la vida del individuo y no al revés y donde vicio y adicción se retroalimentan en un bucle sin fin aparente. En este caso se puede afirmar que la persona ha perdido su estatus de libertad personal al encontrarse bajo los efectos de una alteración de conciencia, producido por desequilibrios tanto fisiológicos como psicoemocionales.

    A la luz de la breve exposición de los tres estadios del vicio (raíz, esencia y substancia), podemos observar de manera clara y diáfana que el hombre, por ser un animal social, es un ser abocado al vicio, pues es la propia sociedad en la que se desarrolla el ser humano como individuo la que fomenta las conductas adictivas entre sus miembros a través de la cultura social imperante. Y aún más, si cabe, en una sociedad hedonista e hipercompetitiva como la contemporánea. Intentar separar el vicio del hombre es como intentar disociar a este de su sociedad. Por lo que la pregunta no es si tenemos vicios o no, sino si estos nos dominan o, por el contrario, nosotros los dominamos a ellos. Este es el quid de la cuestión, pues dependiendo de la respuesta podremos determinar el alcance de nuestra libertad individual como seres racionales con autocontrol sobre la voluntad propia. Pues no existe libertad personal en la voluntad del hombre que actúa solo desde el impulso de los deseos, sino en la voluntad del hombre que actúa con lúcida consciencia racional más allá de los deseos. El hombre que tiene control sobre su voluntad no solo es libre, sino también fuerte, siendo la fortaleza de nuestra voluntad el único camino para la trascendencia personal del hombre libre.

    Agujero de inentendibilidad

    (mente humana)

    La mente humana rellena los agujeros del no saber, aunque sea con mentiras, por salud existencial

    13 de diciembre de 2017

    La mente humana no está preparada para no entender algo, por lo que aquello que no entiende debe darle forzosamente un significado, aunque este sea no racional, para posteriormente poderlo etiquetar. De hecho, a la mente humana no le interesa si el agujero de la inentendibilidad se rellena con mitología, religiosidad, fantasía o esbozos de realidad, pues tampoco sabe distinguir las diversas categorías de los rellenos cuando se trata de afrontarse a lo desconocido. Es solo cuando la mente cree conocer (que no es lo mismo que saber) que puede discernir o intuir entre la veracidad de las diferentes creencias de pensamiento. Por lo que, para la naturaleza de la mente humana, más vale vivir en una mentira que vivir en el inconcebible agujero de un no saber.

    Quizás, la necesidad del ser humano de rellenar los agujeros de la inentendibilidad radica en el funcionamiento biomecánico de nuestra propia mente que, como un complejo ordenador hiperactivo las veinticuatro horas del día, no puede permitirse un bloqueo o cortocircuito en su funcionamiento pues ello podría significar el colapso de la totalidad de su interconectado sistema electroquímico neuronal, provocando un estado general de encefalograma plano.

    #Error en el sistema#

    #Se requiere reiniciar#

    Pero ¿y si descubriéramos que vivimos en una mentira? ¿Y si la veracidad de las creencias sobre las que cimentamos el sentido de nuestra existencia cayera por peso propio? Por ejemplo, en unas fechas tan señalas como las actuales, en plena preparación para la celebración de la Navidad cuya costumbre ha configurado la estructura de la sociedad occidental durante siglos, aunque con adaptaciones continuas acordes a las necesidades de cada tiempo (ahora el compás lo marca el mercado), ¿qué sucedería si los fundamentos de la creencia no fueran reales sino un compendio de relatos mitológicos más o menos bien enarbolados de fuentes milenarias egipcias y sumerias? (La vida de Jesús como copia del mito de la vida de Horus, las Máximas de Ptahhotep como inspiración de las Bienaventuranzas, el mito sumerio de Utnapishtim como fuente del Diluvio Universal y el Arca de Noé, las leyes del Libro de los muertos egipcio como inspiración de los Diez Mandamientos de Moisés, la Oración de Ciego del Papiro de Ani como original de la oración del Padre Nuestro…).

    #Error en el sistema#

    #Espere unos minutos, el sistema se está reparando#

    Pues lo cierto es que no pasaría nada, pues el sistema de seguridad de la mente por rellenar los agujeros de la inentendibilidad tiene recursos diversos para la preservación de la salud emocional humana como pueden ser, entre otros, mecanismos de defensa como la obcecación o la reafirmación, ya sea en este caso de carácter espiritual o cultural. Y lo mismo sucede en otros ámbitos de la vida humana como puede ser la política, donde la enajenación colectiva destaca por su presencia en tiempos actuales de enaltecimiento de nacionalismos endogámicos y pueblerinos. Sin hablar de la fe, que es capaz de cubrir cualquier agujero de inentendibilidad por grande que sea. Pues más vale vivir psicológicamente confortados en una mentira —que produce estabilidad personal y social— que vivir en la angustia del vacío de contenidos y continentes sin significado existencial. Y es que la verdad, que es aquella refutada por la realidad objetiva, no es trago para mentes pequeñas y débiles.

    Aunque, retrocediendo más atrás en el tiempo, ¿qué sucedería si descubriéramos, a su vez, que los mitos egipcios y sumerios que fundamentan el relato cristiano —y gran parte del judío y musulmán— sobre el que se basa nuestra civilización no tuvieran correspondencia con un conocimiento objetivo contrastado con la realidad, no siendo más que eso, mitos? Pues lo cierto es que tampoco pasaría nada, pues la necesidad del ser humano de rellenar los agujeros de la inentendibilidad permite a la humanidad seguir adelante en su singular camino evolutivo como especie, aunque sea sobre la creencia de sus propias mentiras existenciales. Pues al final, si los falsos credos sirven a la función nuclear de estructurar sociedades humanas organizadas (con su juego de niveles de poder incluidos), ya han cumplido su propósito a la luz del entendimiento de la humanidad. No obstante, uno no puede dejar de preguntarse, aunque sea por pura curiosidad intelectual y con independencia de la veracidad de dichas creencias, ¿cuál fue el origen primogénito de nuestras creencias existenciales trascendentales y cómo se llegaron a originar? Aunque soy consciente que, en este punto, se abre todo un mundo posible de elucubraciones que, por falta de juicios de valor objetivos suficientes, necesitamos regresar a la senda de la mitología, la teología o la ciencia ficción para llenar nuevamente el agujero de la inentendibilidad.

    #Error en el sistema#

    #Pulse F1 para solventar el problema#

    #Espere unos minutos a que se rellenen los agujeros de la inentendibilidad#

    #El sistema se está reiniciando. Mientras tanto, puede continuar con las tareas de su vida diaria#

    Libertas capitur, sapere aude (‘la libertad se conquista, atrévete a saber’).

    Albedrío

    (libre albedrío)

    Y tú, ¿tienes libre albedrío?

    12 de marzo de 2018

    Muchos son los que afirman tener libertad individual, pero realmente muy pocos la tienen. A lo que llaman libertad no es más que el sentimiento de ilusión de un número limitado de opciones predeterminadas por el entorno sociocultural en el que se desarrollan como personas, donde las fronteras de movimiento no por ser invisibles son menos reales. Pero no me refiero a la libertad individual como un ejercicio de libertad de movimiento espaciotemporal stricto sensu, sino a la libertad individual que requiere reflexión y elección consciente, lo que conocemos como libre albedrío.

    Como bien dicen los antropólogos, el ser humano es un producto cultural en el momento incluso anterior a su propia concepción, ya que depende del entorno cultural en el que nacemos entenderemos, valoraremos y juzgaremos nuestra realidad más inmediata y asimismo el resto del mundo de una manera diferente a aquella persona que haya nacido en un entorno cultural diferente. Es por ello que nuestro Yo mental, que interacciona racionalmente con el mundo, se construye a través del Yo mental de los otros (padres, escuela, amigos, pareja, medios de comunicación, etc.), que son quienes nos marcan (y programan) los parámetros de referencia de descodificación de la experiencia que llamamos «vivir». Así pues, si mi Yo mental es, en definitiva, el Yo mental de los otros, ¿puedo afirmar que vivo desde la libertad individual? A todas luces la respuesta es negativa, pues no estamos más que replicando las pautas de enjuiciamiento racional definidas por terceros. Llegados a este punto, parece que nos hallamos en vía muerta.

    Pero el ser humano es mucho más que la cultura (o el determinismo cosmológico en el que se ha formado como persona), pues tenemos la capacidad de transgredir los límites culturales para crear una nueva versión de entender y enjuiciar la realidad que vivimos. Ya que si bien el ser humano está determinado por su biología (herencia genética) y su cultura (entorno en el que se desarrolla), cuenta con un tercer determinismo de carácter individual e intransferible: el psicológico, que nos permite recodificar el mundo en el que vivimos a través de la propia experiencia personal de vida. Un determinismo psicológico que, no obstante, para alcanzar la libertad individual entendida como libre albedrío requiere de una actitud activa por nuestra parte fundamentada en el pensamiento crítico, una acción cognitiva de análisis y evaluación reflexiva que nos abre la puerta a la consciencia personal de mi Yo mental diferenciado del Yo mental de los otros. En otras palabras, sin la activación del pensamiento crítico, la variable psicológica personal continúa subyugada al determinismo psicológico de los otros, donde no hay cabida para la manifestación del libre albedrío.

    Cabe subrayar, además, que el pensamiento crítico como medio para desarrollar una consciencia individual e intransferible que nos permite vivir con la facultad adquirida del libre albedrío, no se limita al ejercicio de una acción, sino que comporta una actitud aprehendida que es la reflexiva. Pero no solo de reflexión sobre los procesos casuísticos de aquello que se manifiesta en el mundo exterior —dimensión interpersonal—, sino principalmente de la casuística de nuestra relación personal (mundo interior) con ese mundo exterior —dimensión intrapersonal— que nos toca vivir. He aquí el gran talón de Aquiles del libre albedrío en una sociedad excesivamente dada a vivir las veinticuatro horas del día de puertas hacia afuera de nuestro yo íntimo y personal, generando personas que viven su existencia repartida y diseminada en múltiples focos de atención exterior, lo que les impide tener un espacio y un tiempo de encuentro consigo mismos —principio básico de la autorreflexión— y, por tanto, incapacitados para saber quiénes son realmente como personas en cada uno de los diferentes momentos existenciales del flujo en continuo cambio y transformación de su propia vida. Y si no sabemos quiénes somos, ¿cómo vamos a decidir libremente en consciencia?

    Por otro lado, y para finalizar esta breve reflexión, es necesario apuntar que todo proceso de autorreflexión conduce, a su vez, a un autoconocimiento de nuestro mundo emocional ya que los seres humanos no solo somos mente (mundo mental), sino también y, sobre todo, corazón (mundo emocional). Y que no existe libre albedrío sin la plena consciencia personal de ambas dimensiones indivisibles del ser humano: mundo mental y mundo emocional, pues lo que pensamos y sentimos son dos caras de una misma moneda que determinan nuestra manera de ver, entender y enjuiciar el mundo y, asimismo, de actuar en relación con el mismo. Por lo que el estadio del libre albedrío es un camino de evolución y madurez personal al reencuentro de nosotros mismos, con independencia de la dirección que, conscientemente, decidamos coger en cada momento con relación a los retos que nos depara la vida. Siendo la máxima aspiración del espíritu del libre albedrío el relacionarnos con nosotros mismos y en relación con el resto del mundo desde la fidelidad a nuestro Yo verdadero, una actitud vital denominada «autoridad interna».

    Alegría

    (naturaleza)

    La triple naturaleza de la alegría

    25 de enero de 2019

    Hoy me siento alegre, más si cabe de lo normal, por un pequeño pero grato acontecimiento que he protagonizado. Y lo cierto es que me gusta la sensación, ya que la alegría produce un estado de bienestar personal e íntimo que provoca que todo nuestro cuerpo, ya sea de manera verbal o no verbal, se exprese con júbilo. Si tuviéramos que darle una tonalidad a la alegría, diríamos que es luminosa. Si fuera un color, seguramente el amarillo intenso, como recuerdo reflejo de un radiante sol de verano. Y si fuera energía, la calificaríamos como de las más altas en el arco de frecuencias de vibración y longitud de ondas senoidales. Pero, realmente, ¿qué es la alegría? Como respuesta, podemos afirmar que la alegría se caracteriza por una triple naturaleza:

    1.La alegría como emoción

    La alegría es una de las cuatro emociones básicas de los seres humanos, junto y como contraste a la tristeza, la rabia y el miedo. Por lo que la alegría es una de las primeras descodificaciones de las reacciones psicofisiológicas (liberación de neurotransmisores y hormonas) que experimenta una persona a través de los sentidos físicos como medio para percibir el mundo, respecto a los estímulos recibidos desde nuestra realidad más inmediata: percibir un sujeto, un objeto, un lugar, un suceso, un recuerdo, etc. La alegría, asimismo, es una emoción de apertura y cumple la función de ayudarnos a crear vínculos hacia los demás, siendo una emoción básica expansiva. Puede manifestarse de diversas maneras, siendo las más frecuentes la ternura, la sensualidad y el erotismo. Y en el caso que seamos capaces de gestionar adecuadamente la alegría, podremos alcanzar estados emocionales propios de la serenidad y la plenitud, mientras que en caso contrario nos conducirá hacia la tristeza, la euforia o la frustración.

    2.La alegría como sentimiento

    En cambio, la alegría como sentimiento no es más (que no por ello es de menor importancia) que la carga de vibración emocional de un pensamiento, el cual es el resultado de una intelectualización o acción neurológica en que las células del cerebro se comunican entre sí a través de un proceso electroquímico para crear estructuras de pensamiento, derivado de la emoción básica de la alegría. O, dicho en otras palabras, la alegría como sentimiento es creado por un pensamiento positivo, el cual es creado a su vez —en un contexto cultural de moralidad equilibrada— por la emoción básica de la alegría. Este sentimiento de alegría, prolongado en el tiempo, crea lo que conocemos como un estado emocional conductual positivo, de grandes beneficios para la vida de una persona, cuyos efectos inciden directamente en la salubridad del cuerpo humano. Como así ya ha demostrado ampliamente tanto la medicina psicosomática como la neurociencia e, incluso, la epigenética.

    Tanto las dimensiones de la alegría como emoción básica y como sentimiento las desarrollo con mayor profundidad en mi obra Manual de la persona feliz, por lo que no me alargaré en esta breve reflexión.

    3.La alegría como manifestación de un estado de conciencia

    Personalmente, me interesa mucho más la alegría como manifestación del estado de conciencia de la felicidad. Ya que la diferencia entre los dos estadios anteriormente presentados y este es, justamente, que mientras la alegría como emoción y sentimiento son un fin, la alegría como manifestación de un estado de conciencia es un medio. Es decir, si bien en los primeros existe una clara casuística psicofisiológica, en este tercer estadio la alegría se presenta como resultado de una profunda reacción racional consciente como hábito de comportamiento personal en relación con uno mismo y respecto al mundo exterior. La alegría no está en el objetivo a conseguir, sino en el viaje a transitar. Es por ello que, al ser la alegría un hábito conductual, este se puede aprender e integrar como opción de desarrollo y crecimiento personal frente a la vida, dando lugar a un estado de conciencia que denominamos «felicidad». Sabedores que la felicidad en verdad es un camino de sabiduría y autoconocimiento personal. En este punto, recomiendo la reflexión «Conoce la fórmula de la felicidad» [ver concepto en sección F], ampliamente desarrollado, para los interesados, en mi obra Tratado de

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