Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El dilema de Openeim: Encuentro Gamma
El dilema de Openeim: Encuentro Gamma
El dilema de Openeim: Encuentro Gamma
Libro electrónico210 páginas3 horas

El dilema de Openeim: Encuentro Gamma

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Una crisis romperá el orden en las colonias de Openeim, lo que vuelve a poner de manifiesto su frágil existencia bajo las cúpulas.

Ramne y Spartia viven en su colonia O3 natal dedicados al cultivo de las algas, fuente indispensable para la supervivencia de los ciudadanos de Openeim. Pero un nuevo dilema se cierne en torno a su futuro.

Una dificultad pondrá a prueba el eficaz sistema que rige su organización y desafiará los preceptos que dirigen su sociedad. Los ecos del pasado se alzarán para guiar a Ramne y a sus habitantes para tomar las riendas de su destino.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento2 oct 2020
ISBN9788418435287
El dilema de Openeim: Encuentro Gamma

Relacionado con El dilema de Openeim

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para El dilema de Openeim

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    El dilema de Openeim - Hansel Berg

    El-dilema-de-OpeneimCUBIERTAv12.pdf_1400.jpg

    El dilema de Openeim

    Encuentro Gamma

    Hansel Berg

    El dilema de Openeim

    Encuentro Gamma

    Primera edición: 2020

    ISBN: 9788417887995

    ISBN eBook: 9788418435287

    © del texto:

    Hansel Berg

    © del diseño de esta edición:

    Penguin Random House Grupo Editorial

    (Caligrama, 2020

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com)

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    A mis dos pilares.

    Mi agradecimiento a Arend, Nacho, Meri y Jose Manuel por sus valiosas aportaciones y por su apoyo.

    Capítulo 1

    Faltaban treinta y dos horas todavía para la salida de los primeros rayos. Ramne trepó una vez más hasta su escondite, necesitaba sentir el efecto abrumador que producía en su cuerpo la visión del espacio antes de que comenzase la nueva fase solar.

    Había pasado muchas horas en aquel rincón conformado por polvo y roca dejando que todo ese inmenso vacío le fuera penetrando hasta terminar por absorberle por completo. Con el tiempo aquello se había convertido en algo irrenunciable para él.

    Hasta hace poco, su vida no había sido diferente de la del resto de chicos de la colonia, una vida dedicada a estudiar y prepararse para asegurar el futuro de la comunidad. No es que a Ramne le pareciera mal aquello, la sensación de vulnerabilidad que se sentía bajo la cúpula protectora de cristal y la continua referencia de los profesores y de Spartia, su tutora, a los peligros a los que se encontraban expuestos parecían más que justificar todos los esfuerzos y el trabajo que se veían obligados a hacer para sobrevivir. Para él, sin embargo, cuanto más tiempo pasaba a solas en aquel rincón, más distantes y vagas le parecían sus horas en clase. Mirando aquellas estrellas su cabeza se perdía en la posible existencia de otros mundos distintos a aquel y, más aún, en las múltiples vivencias diferentes a la suya y que él nunca llegaría a conocer.

    A veces Ramne se daba la vuelta y asomaba la cabeza por encima del montículo que ocultaba su presencia a los ojos de sus atareados vecinos. Desde allí podía observar sus idas y venidas puntuales, meticulosas.

    La voz de Neria lo sacó de su ensimismamiento. Había trepado hasta la mitad del talud para avisarle de que llegaría de nuevo tarde a clase. Ramne se dio la vuelta, miró hacia lo alto, cerró los ojos y pidió su deseo, el de siempre, antes de precipitarse hacia abajo para reunirse con su amiga y comenzar a caminar hacia la parte opuesta de la colonia mientras se sacudía el polvo de la ropa. Neria y Ramne recorrieron aprisa el pasillo empedrado que cruzaba las lagunas, sortearon el edificio central y continuaron hasta llegar al otro lado, para asistir al aula virtual de estudio.

    La colonia O3 donde habitaban era básicamente una gran charca verde contenida en el interior de un cráter. Se le había adjudicado la función principal de producción de oxígeno, para lo cual se había llenado su fondo del agua en la que se cultivaban algas para la síntesis de aquella molécula invaluable.

    Tal y como cabía esperar, todos los alumnos estaban ya sentados en clase a la espera de la súbita aparición del holograma del profesor de matemáticas para comenzar la lección. Cuando los vieron aparecer, Ramne pudo vislumbrar una leve risita asomando en el rostro de alguno de sus compañeros. Debían estar esperando la habitual regañina, pero la rapidez con que ambos se incorporaron a sus pupitres un segundo antes del encendido del holoproyector evitó un nuevo incidente.

    Ramne tuvo que agradecer una vez más a su amiga el no acabar castigado. A él cada vez le costaba más ceñirse a los estrictos horarios de formación. Conforme su mundo interior le reclamaba de manera más intensa, mayor era su sensación de extrañeza hacia toda esa disciplina a la que estaban sometidos, como si no tuviera nada que ver con él.

    Todo había empezado el día en que le dieron la noticia. Hasta entonces él se había sentido uno más. Que su aspecto físico fuera algo diferente no le había impedido en absoluto seguir las clases con normalidad ni jugar con los otros chicos en los descansos. Pero desde entonces las ocasionales miradas y comentarios despectivos de algunos de sus compañeros se habían tornado más hostiles, mientras que la actitud de aquellos a los que se había sentido más cercano ahora parecía tener un matiz indefinible en algún punto entre la vergüenza y la compasión. Neria era la única capaz de comportarse todavía de forma natural.

    El hecho de que sus compañeros le dieran la espalda resultaba descorazonador. Pero seguramente habría sido más llevadero si no fuera porque también aquellos con los que se cruzaba le transmitían la sensación de ser un estorbo para la comunidad. Se sentía como si fuera un parásito que les estuviera chupando el oxígeno, los alimentos, la energía y los recursos que podrían invertir en hacer crecer y educar a otro niño, a uno que un día llegara a ser más productivo y útil.

    Tal vez todo esto no fuera así y estuviera solo en su cabeza, pero era la reacción que le había parecido intuir en algunos momentos. Y el hecho de que el responsable de formación pareciera haberse tomado como tarea personal mostrarle como un irresponsable ante sus compañeros no ayudaba en absoluto. Él mismo había diseñado un plan al que había llamado «política de integración» con el que parecía querer demostrar que ni en la colonia ni en clase cabían las excepciones. Este plan había terminado, a ojos de Ramne, en un acoso obsesivo que le había hecho perder interés por ir a la academia. Es por esto que necesitaba ir en los momentos previos a lo alto de su escondite para tomar fuerzas y alimentar su único deseo: sobrevivir.

    Tras dos horas extenuantes de matemáticas tocaba prácticas de producción vegetal, donde aprendían a modificar genéticamente las algas para los distintos tipos de cultivo que allí criaban. Estas se hacían en el laboratorio situado en el centro del cráter junto con el resto de las edificaciones dedicadas a la gestión de la colonia, que estaban dispuestas en torno a la Oficina de Control Central. Esta construcción se elevaba sobre el resto mostrando su superioridad jerárquica. Sus cuatro plantas de altura en forma de pirámide escalonada siempre conseguían asombrar a Ramne y demostrarle de lo que era capaz la suma de voluntades y esfuerzos. Era la única construcción elevada de toda la colonia, dotando con su relieve de un contradictorio equilibro al paisaje por su oposición a la planicie que inundaba todo bajo la cúpula.

    Este complejo de edificaciones estaba rodeado por las lagunas y cuatro caminos de piedra lo comunicaban diametralmente con el resto de módulos dispuestos a lo largo del perímetro. De esta forma, quedaba más remarcado si cabe su papel como cerebro organizativo.

    Le encantaba pasar por el edificio central y aprovechar para para hacer una parada y saludar a Spartia. Ella dirigía los trabajos de producción de oxígeno de la colonia. También era su tutora y la encargada de supervisar su rendimiento así como de prepararle para seguir los preceptos del Gran Libro. Aunque la expresión de su rostro no era por lo general amable, su mirada reflejaba la franqueza de quien no tiene miedo a decir las cosas. Sus iris color claro hacían un curioso juego con el fondo amarillento que completaba sus grandes ojos. Su piel, aunque también amarillenta como la del resto, presentaba una tonalidad algo más clara. No era especialmente alta, pero superaba con holgura los dos metros, lo que a ojos de Ramne era más que suficiente dada su reducida estatura.

    Aunque era exigente con él, Ramne estaba muy agradecido por haber tenido la suerte de estar guiado por alguien tan enérgico y competente como Spartia. La combinación perfecta entre capacidad de decisión y empatía hacían de ella la persona propicia para dirigir la colonia. Además, por exigente que pudiera parecer de puertas afuera, cuando estaban a solas, la compasión la hacía liberarse de la responsabilidad de su cargo y ofrecerle su lado más bondadoso y protector. Quizá el hecho de que ella fuera su tutora agudizaba la actitud de rechazo de sus compañeros, disfrazando la siempre omnipresente envidia y competitividad.

    Como de costumbre, pasó sin llamar a la puerta de la sala donde revisaban los balances energéticos del sistema productivo. Allí es donde solía estar ella, siempre dispuesta a atender a cualquiera, pero en esos instantes no parecía estar para muchas visitas, algo debía preocuparle de sus algas. En realidad, Spartia siempre estaba preocupada con sus algas, pero cuando pasaba Ramne solía tomarse unos minutos para preguntarle por sus clases. Sin embargo, aquella vez no lo hizo y se limitó a saludarle, transmitiéndole con un mensaje sutil de su mirada que no era un momento muy oportuno. Así que subió los escalones hasta la parte alta del edificio, donde solían convocar las asambleas comunitarias, y se sentó allí por un breve instante a contemplar la sucesión de estanques, pasillos y lámparas de fotosíntesis. El ir y venir de rastrillos acuáticos peinando las aguas indefinidamente. Aquel era el resultado del que tan orgullosos se sentían los habitantes de O3, la colonia productora de oxígeno más eficiente de Openeim.

    El tiempo de las prácticas transcurrió rápido y antes de que pudiera darse cuenta el timbre anunció la deseada hora de comer. El hambre le hizo salir como un resorte hacia su módulo sin apenas despedirse de los compañeros. Su pequeño hogar estaba, al igual que el del resto, situado en el talud perimetral que marcaba la linde entre la llana depresión y el exterior inhóspito. Para llegar hasta él, tenía que atravesar el pasillo empedrado que separaba el estanque de algas productoras de tejido de las de producción de fármacos. Justo había terminado de cruzarlo y estaba ya enfilando hacia la entrada de su fría y minimalista estancia rectangular, cuando notó una fuerte molestia en sus rodillas. El dolor se fue agudizando más y más a la vez que se extendía por su cuerpo. Sabía perfectamente de qué se trataba.

    Con dificultad y una leve pero indisimulada cojera, llegó hasta su puerta y la abrió con celeridad, casi con violencia. Aquel angustioso tormento no dejaba de aumentar y algo le decía que esta crisis no iba a ser de las fáciles. De pronto un estremecimiento le atravesó y le hizo caer al suelo retorcido por el dolor. Era como si le estuvieran clavando grandes alfileres por todas las articulaciones. Sabía que aquello iría a más, pero no estaba preparado todavía para soportar ataques de ese nivel. Apretó las mandíbulas con fuerza para no gritar y empezó a arrastrarse hasta la mesilla del cuarto del fondo, donde tenía las anestesias. Encorvado y avanzando hasta su objetivo a fuerza de orgullo, sacó uno de los inyectores y se lo clavó en el antebrazo. Un rápido alivio recorrió su cuerpo en cuestión de segundos y le sumió en un estado de total relajación. No sin esfuerzo, consiguió extender la cama plegable del reducido espacio y se dejó caer sobre ella, abstraído en un providencial letargo que desembocó en un sueño profundo.

    Al despertar, Ramne estaba totalmente desorientado. El blanco insípido que desbordaba el mobiliario y las paredes del habitáculo aceleró su puesta en situación. Miró hacia el suelo y al ver la jeringuilla usada recordó con escalofríos los espasmos de dolor. No sabía cuánto tiempo había pasado durmiendo, pero lo que sí sabía es que tenía un hambre terrible, por lo que se dirigió hacia la pequeña nevera para coger una ración de glock. Cuando se encontró con el reloj situado en mitad de la pared, no se lo podía creer, había estado tres horas durmiendo. Las prácticas con el responsable de formación ya casi habían acabado y él no había avisado al gabinete de salud comunitaria de que estaba enfermo.

    Salió corriendo en dirección al aula y justo al llegar se cruzó en la puerta con Pome y Cestra, sus otros compañeros de prácticas. Estos le miraban con suspicacia a la vez que le hacían señas que remarcaban lo evidente de su retraso. Le preguntaron en qué lío se había metido esta vez, pero él no quiso pararse a responder y fue directo en busca del profesor para tratar de enmendar el error.

    La mirada de Fraxine, el responsable, ya le hizo intuir que era una negociación perdida desde el principio. Sin apenas dejarle comenzar a hablar, el profesor comenzó a gritarle manifestando su hartazgo por su continuo incumplimiento de las normas. Como Ramne bien sabía, en cuanto hay un síntoma de enfermedad, hay que comunicarlo y dirigirse a la célula médica de aislamiento y diagnosis. ¡Qué sabrían los protocolos del infierno por el que él estaba pasando!

    Mientras el profesor Fraxine se desairaba en argumentos enunciándole los posibles castigos que estaba barajando, Ramne, que ya tenía asumida la imposibilidad del perdón, relativizaba el momento comparándolo con el mal rato que había padecido unas horas atrás. El gesto de desatención en su cara no hizo sino soliviantar aún más al responsable, el cual optó por ordenarle de un grito que se fuera al módulo de su tutora a la espera de la comunicación del castigo.

    Por el camino iba maldiciendo la estrechez de miras de todos aquellos que no podían ver más allá del cumplimiento de las normas. Sentía que en el fondo solo las usaban para tratar de imponer su autoridad sobre el resto. Su prepotencia les impedía pararse a razonar ni tratar de ponerse ni por un instante en el lugar de los demás.

    —¡Que les zurzan! —se dijo mientras pateaba una piedra en mitad del camino.

    Tenía problemas mucho peores y no iba a dejar que personas como el responsable le amargaran la vida, tenía que aprovecharla mientras pudiese.

    Cuando llegó al módulo de Spartia, ella estaba esperándole dentro. Como era de imaginar, le había faltado tiempo a Fraxine y ella ya estaba al corriente de todo lo sucedido. Iba a comenzar a explicarse, pero ella se adelantó y, en ese tono conciliador y comprensivo con que solo ella sabía decir las cosas en los momentos difíciles, le preguntó:

    —Han sido los dolores, ¿verdad?

    —Sí, apenas tuve tiempo de ponerme la inyección. Me dolió una barbaridad.

    —Tranquilo, no te preocupes, yo te ayudaré con el castigo que te pongan.

    Una lágrima recorrió el rostro de Ramne. En un extraño gesto, Spartia se la secó con la mano en una inusual iniciativa de contacto físico. No obstante, su reacción impulsiva tuvo un efecto sanador sobre él, haciendo que su malestar se disipara al instante.

    La enfermedad que padecía se había diagnosticado apenas unas pocas veces desde que se guardaba registro de la existencia de Openeim. Por alguna razón desconocida, no era capaz de asimilar bien la enzima que tomaban todos los ciudadanos de las colonias para ayudar a contrarrestar los efectos de la baja gravedad sobre los huesos y articulaciones. Esta enfermedad era la causante también de su pequeña estatura, lo que, unido a sus robustas extremidades, le daba un aspecto embrutecido. También contribuía a esto la forma de su cabeza, más bien redondeada, a diferencia de la característica cabeza ovalada de sus convecinos. Quizá por ello, para enmascararlo, Ramne intentaba dejarse un poco más largo su denso pelo oscuro.

    Era por este aspecto que causaba cierto rechazo entre sus compañeros y más aún entre sus compañeras. Pero eso era lo que menos le importaba. No se tenía constancia de que ninguno de los casos registrados hubiera superado la pubertad y todo apuntaba a que ese era el

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1