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Richmo Boulevard
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Libro electrónico107 páginas1 hora

Richmo Boulevard

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Información de este libro electrónico

Una danza entre viajes, superación y secretos.

¿Te has planteado alguna vez el poder de los secretos? ¿De verdad crees conocer el universo que te rodea?

Dedicada al ballet rebelde, Melissa pronto entenderá que los misterios la acompañarán, desde Nessitz, en su Bosnia rural, hasta los escenarios más recónditos.

Entonces, ¿para qué vivir contrariada pudiendo bailar a la vida?

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento20 nov 2020
ISBN9788418310805
Richmo Boulevard
Autor

Paloma Fabián Barriuso

Paloma Fabián Barriuso (Madrid, 1986) es diplomada en Turismo y licenciada en Traducción e Interpretación. Siempre quiso transmitir con los idiomas. Por ello, se rodeó de turistas; más tarde llegaron numerosos puestos, como recepcionista o secretaria. Por suerte, en el camino, se reencontraría con su verdadera pasión: la escritura. Se atrevió a explorar esa faceta y la magia que sintió superó cualquier experiencia vital. Además, se dio cuenta de que en su interior ya fluía el gen comunicativo, pues es hija de periodista. Empezó a compartir sus vivencias e historias en un blog, pero quiso ir más allá y se lanzó a publicar su primera novela. Le gusta soñar despierta, reír mucho y dejar volar su imaginación. Por eso, ahora escribe.

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    Richmo Boulevard - Paloma Fabián Barriuso

    I.

    La pasión

    Su mirada observaba el bello día pasar; simplemente, admiraba cada objeto. Con tan solo unos ojos claros, el alma transmitía el aliento necesario para impulsar la vida, la hermosa vida. Saltar con ganas, con anhelo, por necesidad y con esmero, por todo aquello que el ser humano lleva en sus adentros, porque la belleza del corazón radica en el interior de aquel que osa buscarla.

    * * * *

    Delicada, la joven bailaba entonando una canción con voz temblorosa y con mucho sentimiento. Tal vez nunca antes se hubiera planteado realizar esos movimientos, esos giros, y solo tal vez ahora se diera cuenta de lo positivo que todo le parece. Le acompañaba un acordeón y, ¡cómo no!, un piano con su delicadeza acústica. Se trataba de un modelo antiguo, de estilo inglés.

    Sencilla, así era la ropa de aquella bailarina. De tacto agradable era su tutú turquesa y su maillot blanco, que destacaba su fina silueta. Sus movimientos siempre reflejaban la pureza de su alma, su sensible y delicado ser.

    En el medio del escenario, entre escalofríos y tembleques, alzaba sus brazos, sonreía al horizonte y comenzaba a bailar. Irradiaba luz, mucha luz, y estaba totalmente conectada con su ser y era consciente de ello.

    «Cuando uno está en su salsa, cuchara no le falta». Al menos eso es lo que pensaba aquella joven pelirroja, y así lo demostraba cada vez que se subía a un escenario. Entrenada para ser bailarina de ballet, había superado ya varias pruebas en su vida. Así era ella, constante y seguidora de su propia estela.

    Como cada día, ensayaba sola antes de que llegara el resto del reparto, un maravilloso equipo de bosnios con cuerpos esculpidos por los años en la profesión. Era una de las artistas femeninas. Y sí, ante todo, se consideraba artista, y no solo bailarina. Eso es lo que le habían enseñado, a brillar con arte. Una dura y disciplinada formación es lo que conllevaba a que hoy Melissa se encontrara en el top ten de las promesas de bailarines europeos. Tenía ya veintitrés años, y muchas ganas de dejar huella. Nunca se comparaba con nadie, estaba instruida física y mentalmente para dar lo mejor de ella, sin importar resultados, sin esperar nada a cambio.

    * * * *

    Sus delicadas manos descendían hacia los laterales de su cuerpo, mirada al frente, pie izquierdo delante y un sin fin de agitadas oscilaciones acompañaban a su mente, que en consonancia con su cuerpo estaba. Tras casi cincuenta minutos de intenso ensayo, más en concreto, del final de la obra, Melissa se apartó del escenario para dar paso a ese gran conjunto de compañeros. Mientras ella aprovechaba para revolotear con su mirada hacia los asientos más altos del Rosset, los bosnios se distribuían en el escenario.

    —Buenos días, chicos. ¿Estamos listos?

    —Por supuesto, princesa Mel. —Así es como le llamaban con cariño.

    Su porte, su estilo equivalían al de una princesa árabe en un mundo donde coincidían tambores, alfombras y alhajas varias para ser expuestos en cualquier bazar del zoco.

    Mel se colocó en el centro, circundaban su cuerpo dos hombres, otro par en el flanco derecho del escenario y un dúo más en el frontal. Esa composición daba paso al alba, ese amanecer entre flores, lleno de rocío, clima norteño y bruma matinal intensa. Las piernas derechas de los bailarines se movían al unísono, en perfecta armonía. Creaban una foto de grupo geométricamente perfecta, sin desequilibrios, sin vaivenes, sin la fuerza del aire que pudiera tumbarles.

    Desde el oeste al este recorrerían juntos Europa. Los jóvenes representarían una versión renovada de las danzas africanas combinada con ballet clásico, además de un toque rebelde. Aquel año estaban en pleno auge y serían los más alabados de su sector.

    II.

    Melissa

    Melissa había crecido con su abuela, también pelirroja y con unos rasgos europeos envidiados en cualquier parte del mundo. La abuela Margot siempre dio los mejores consejos y enseñanzas a la joven Melissa. Educada como hija única, fue el centro de sus esfuerzos y desafíos.

    Margot se había criado con tres hermanos y el caballo Calmin, animal que fue su transporte en aquellas montañas donde residía. De hecho, Melissa tuvo la suerte de haberse criado en esa misma casa, un hogar para ella y su universo artístico. En la propiedad siempre vivieron solas, sin animales ni otros familiares. Dos plantas y un pajar en lo alto conformaban lo que fue su templo durante su niñez y adolescencia. Para Melissa, aquella vivienda siempre le había parecido exageradamente grande para residir tan solo un par de personas.

    Su espacio preferido era, sin duda, el pajar, que ella misma había reconvertido en su «aula de ensayo», sa petite coin en haut, como una vez dijo su profesor de ballet al descubrir su rincón secreto. Melissa siempre practicaba todo lo aprendido día tras día en la escuela de danza de Nessitz. Mano en la barra y la práctica comenzaba.

    Acudía a la escuela como cualquier otra niña; y después, sus dos horas de enseñanzas artísticas con monsieur Pierre Lédrot, un afamado maestro de origen belga establecido en Bosnia desde hacía un tiempo. Sus clases siempre integraban ese toque bilingüe que le caracterizaba. Un poquito de lengua bosnia y un francés refinado marcaban las pautas y bases de cada anochecer en Nessitz, la ciudad que vio nacer, crecer y bailar a la pequeña Melissa.

    * * * *

    —Ay, abuela. Me encanta que me lleves a clases. ¡Ah!, y que me recojas del colegio y me lleves siempre de la mano. Aunque, bueno, ahora ya sabes que estoy creciendo y que pronto podré ir por mí misma.

    —Bien cierto es eso que dices, mi pequeña. Cuentas con una inteligencia de esa preciosa niña de nueve años que eres. Lo sé, pronto llegará ese día; así que, mientras, disfrutemos.

    III.

    Mepejt

    Nessitz amanecía nevada como en todo pueblo montañoso de la zona. Ya era oficial el invierno. La intensidad de los primeros copos se dio el último domingo de noviembre. Melissa tomó un vinilo que le habían regalado por su cumpleaños número doce, o douze como ella decía con algo de acento. De fondo sonaba Escena del riachuelo, de Beethoven. Mientras, su intensa sesión de baile se dejaba admirar en el

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