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El Puerto Del Silencio
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Libro electrónico222 páginas3 horas

El Puerto Del Silencio

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En esta segunda novela Valentn Mendoza pone en juego nuevos recursos de sus
naturales dotes de narrador de largo aliento. Esta vez el autor nos conduce de la
mano a travs de una galera de tipos humanos y de eventos cargados de fuerte
trascendencia social. Sin embargo, el dibujo de los personajes y de sus circunstancias
es tan delicado y sutil que en ningn momento percibe el lector el asomo de la
ideologa en que se apoya la tesis que justifi ca la construccin del relato. Vale
destacar el papel que juegan las mujeres en la confi guracin de la historia y muy en
particular, la fe en la nobleza del espritu humano.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento12 jun 2014
ISBN9781463385514
El Puerto Del Silencio
Autor

Valentin Mendoza

Valentin Mendoza: Nacio el 14 de febrero de 1959, en Los Indios de Cenovi, San fco. de Macoris, República Dominicana. En 1988 se graduó como Lic. en Derecho. Ejerció la carrera de abogado hasta 1990, ani en que emigro a los Estados Unidos de Norteamérica. Reside en la ciudad de Paterson, en el estado de New Jersey. Comenzó escribiendo para el periódico hispano Rumbo Latino, mas tarde convertido en revista, en la cual siguió siendo colaborador. Es articulista del periódico Dominican News y de la revista El Imperio de La paz. Se ha desarrollado en el área de los negocios de restaurantes y como tal es vi-vicepresidente de la Asociación de Comerciantes Hispanos del estado de New Jersey. "ADECLANJ". Trilogía es su primera novela publicada.

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    El Puerto Del Silencio - Valentin Mendoza

    Copyright © 2014 por Valentin Mendoza.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2014910257

    ISBN:   Tapa Dura               978-1-4633-8550-7

                 Tapa Blanda            978-1-4633-8552-1

                 Libro Electrónico    978-1-4633-8551-4

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Fecha de revisión: 29/07/2014

    Palibrio LLC

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    619066

    Índice

    DEDICATORIA

    PRÓLOGO

    CAPÍTULO I

    CAPÍTULO II

    CAPÍTULO III

    CAPÍTULO IV

    CAPÍTULO V

    CAPÍTULO VI

    CAPÍTULO VII

    CAPÍTULO VIII

    CAPÍTULO IX

    CAPÍTULO X

    CAPÍTULO XI

    CAPÍTULO XII

    CAPÍTULO XIII

    CAPÍTULO XIV

    CAPÍTULO XV

    CAPÍTULO XVI

    CAPÍTULO XVII

    CAPÍTULO XVIII

    OTRAS OBRAS DEL AUTOR

    Dedicatoria

    A mis padres Pilar Mendoza y Eleodora Evangelista, a la inocencia de Ryan mi primer nieto y de manera especial, a ti que por interés o curiosidad esta leyendo esta dedicatoria.

    A la vida por darme esta oportunidad.

    PRÓLOGO

    El relato que nos ofrece Valentín Mendoza en su segunda novela, El Puerto del Silencio, de forma sutil y amena oculta las características básicas de las historias clásicas de la literatura universal. Lo mismo que en la Ilíada y que en el Quijote de la Mancha, la mujer es el motor que mueve el universo novelesco. Dos hombres estarán enfrentados por el amor de una mujer y el desenlace de las grandes pasiones suele ser, con frecuencia, definitivo. La historia, sin embargo, no se reduce a la puesta en escena de la disyuntiva de tres personajes. Una breve pero bien delineada galería de tipos humanos integra el conjunto. Y seleccionado el elenco, el autor suelta las aguas de los eventos, y nos arrastra a través del conflicto que viene aderezado con las actividades clandestinas de un grupo mafioso representado por Donovan, que se inserta en la empobrecida comunidad que se ha desarrollado junto al Puerto del Silencio. La lucha entre los intereses de los delincuentes y los de aquellos pocos que velan por la comunidad se esboza apenas y está marcada por las omisiones, pues el autor, aunque es un hombre de preocupaciones colectivas, está más interesado en los pormenores que van configurando el carácter de los personajes.

    El eje sobre el que gira la novela es femenino. Ese aspecto es lo que, en esencia, genera el discurso narrativo y deja expuestos los ecos románticos que subyacen en la concepción del mundo que tiene el autor. Alguno que otro resabio machista se asoma, a veces, en algunos de los personajes y en la voz que cuenta la historia. Sin embargo, es la fortaleza del espíritu femenino la que guía y da origen a las diferentes historias que ha tejido el autor: Yvonn, Hortensia, Cinda o La Barracuda.

    El que el eje fundamental de la novela esté integrado por tres mujeres me hizo recordar a Aura, de Carlos Fuentes. En la novela de Fuentes, la crítica identifica en los entes femeninos una representación subversiva de la Santísima Trinidad, el dios de muchos cristianos que es tres pero que es uno. En la novela de Mendoza la intención, probablemente, no es representar tal idea de lo divino. Sin embargo, hasta donde yo alcanzo a ver, el detalle habla de su concepción de la mujer. Es decir, aunque hay uno que otro detalle que podría esgrimirse en contra de este planteamiento, puedo percibir que el autor reconoce y rinde culto al papel fundamental de la mujer en todo el entramado de la vida social. A diferencia de la novela de Carlos Fuentes, en la que lo femenino actúa en un mismo sentido, en la novela de Valentín Mendoza los entes femeninos no están articulados, aunque están a favor de la misma causa. Petra, Cinda o La Barracuda, representa la prudencia; Hortensia, la entrega incondicional, el sacrificio e Yvonn, la fuerza ciega que obedece a los impulsos. Y juntas, como las tres mujeres que integran la tríada del mito griego de las Moiras, son decisivas para la solución del relato.

    Como en El lazarillo de Tormes, la composición del argumento está subordinada a la acción, aunque en ambas novelas subyace, como punto de partida, una tesis. El joven Aníbal deberá, contra todo pronóstico, tomar una decisión. Y la alternativa ofrece soluciones igualmente adversas. El autor coloca al personaje ante la desgracia, le atribuye unas condiciones éticas y morales y siembra la duda respecto a si podrá superar la prueba. Y mordemos el anzuelo, pues hay un momento que el lector quizás se pregunte por qué el personaje no manda todo al carajo. Y a sabiendas de que el desarrollo de la historia arrastra como un lastre esa pregunta, el autor introduce una acción común e insospechadamente eficaz, tanto para el mundo de los personajes como para la verosimilitud, que corresponde al mundo de los lectores. Por lo anterior deduzco que, aunque hombre pragmático y de acción, el autor es un idealista. La tesis que procura demostrar así lo demuestra.

    En lo relativo al espacio, el mundo de los personajes está reducido a ambientes muy específicos. Como ocurre con el argumento, la descripción de los entornos en que se mueven los personajes no es del interés de la voz que cuenta. No hay muchos detalles de la vida en el muelle, de los lugares, de la vida en general. Igual ocurre cuando la trama se mueve a Bahamas. Lo que en verdad logra amueblar este mundo es la creciente y tirante emocionalidad de los personajes, cuyo dibujo, con frecuencia minucioso, a veces logra resaltar ciertos rasgos a fuerza de no referirlos. El caso de Donovan es perfecto. Su falta de empatía, la imposibilidad de que muestre gratitud, habla de su carácter antisocial. Y resulta que el autor no dice nada al respecto, pero el detalle cobra relieve y se yergue desafiante ante el lector.

    Tanto la prosa como la estructuración del libro carecen del fatigoso e insensato recurso de la hipérbole. La alusión directa es el procedimiento característico del autor. Eso explica, en parte, la aparición reiterada de la inversión de la estructura oracional y un uso marcadamente próximo a la oralidad.

    Llama la atención el que los personajes estén vistos desde diferentes puntos. Ese manejo contribuye a darles una dimensión muy próxima a lo humano. Es decir, el autor los describe, los personajes se describen o se califican unos a otros y en ciertos casos, los personajes se describen o se califican a ellos mismos.

    La historia carece de color local. Y más que un defecto me resulta una virtud. Cierta crítica ha tratado de hacernos creer que el valor de la literatura y del arte en general consiste en que el artista coloque en primer plano lo accesorio. Si los autores lograran lo que Tom Wolf en La hoguera de las vanidades, el procedimiento estaría más que justificado. Valentín Mendoza desdeña esa posibilidad y se queda con lo básico de la historia. En esta sencillez reside su eficacia como narrador, pues, salvo por la alusión a la playa La Ensenada, no hay indicios que permitan ubicar el lugar en que se desarrollan los eventos.

    La sorpresa es uno de los giros con que cuenta todo narrador para sostener en alto el interés del lector. Y aunque la novela termina prácticamente sin sorpresa, Valentín maneja con destreza la sorpresa y la distribuye con acierto a través de puntos clave del relato.

    Ignoro la suerte que correrá este libro e ignoro si los personajes cobrarán vida en ustedes como la han cobrado en mí. He disfrutado la profunda sencillez de este libro que más que mostrarme ciertos aspectos del alma humana me ha inducido a intuirlos. Esa es mi certeza, sin embargo, y por ello doy gracias.

    Gerardo Javier Castillo (Catedrático y escritor dominicano)

    CAPÍTULO I

    Miró casi con indiferencia la apariencia anaranjada del atardecer y pensó en que Monserrat le había dicho alguna vez:

    –Te has dado cuenta de que el atardecer es el mismo en cada puerto?

    –Tal vez, porque como las olas, todo puerto es el mismo –le dijo él.

    Fue la voz de Nicky Seaman lo que le trajo de vuelta al presente.

    –Aníbal Blanch… Me pediste venir al puerto para brindar por Monserrat. Recuerdo que ella amaba tu alegría. Así que, en su memoria, tomemos otra copa de este vino que tanto le gustaba –y sin esperar respuesta, le sirvió una buena porción de Carlos Rosi, se sirvió a su vez y derramó el resto sobre el agua para Monserrat.

    –Gracias, Nicky –dijo Aníbal, sin poder ocultar el dolor que le causaba recordarla.

    –Nunca podré pagarte lo que has hecho por mí. Solo un verdadero amigo hace eso. Lamento tanto como tú que ella ya no esté entre nosotros. Ella no merecía morir así.

    –Tampoco era justo que tú ocuparas el lugar de Tadeo y te pudrieras en la cárcel. Y a mí nada me debes. Agradécele a El Lince.

    La brisa de la tarde les dejó oír unos pasos que se acercaban. Ambos giraron lentamente y vieron a Saúl aproximarse.

    –El viaje de regreso es bastante largo. Debemos partir –dijo Saúl sin preámbulo.

    –Es cierto, Aníbal, deben partir. Gracias, Saúl, por todo lo que han hecho por mí –dijo Nicky. Saúl dio la espalda y se marchó sin responder.

    –No le hagas caso. Le apesta todo lo que huela a Donovan. Y está rabioso porque no pudo cobrarle cuentas a Tadeo personalmente.

    –No importa. Espero poder ir por la isla un día de estos y pasar un par de días con ustedes.

    –Siempre serás bienvenido al Puerto del Silencio –dijo Aníbal sin mucha convicción. Nicky percibió su falta de sinceridad, y acostumbrado a todo tipo de rechazo, sonrió como si todo fuera viento en popa.

    Aníbal subió la escalinata del yate que alguna vez fue del narcotraficante Donovan Ferrante y que ahora exhibía las insignias de la policía antinarcóticos de su país. Con la copa vacía en la mano se apoyó en la baranda para hacer el clásico gesto de adiós, pero ya Nicky había dado la espalda y caminaba hacia la noche. La sirena de un barco y la escasa luz de la hora le hicieron recordar el día en que conoció a Donovan Ferrante y deseó jamás haberlo conocido.

    Era un imberbe de poco más de cinco años cuando su padre Mauricio Blanch le llevó a conocer el muelle. Por eso el sonido de las sirenas no le era indiferente y extrañaba el silbato de los buques que habían dejado de atracar. A diferencia de otro tiempo, cuando el puerto estaba en su apogeo, sintió en sus huesos el cansancio que exhibían las calles y la tristeza gris que refleja la miseria. Los movimientos de esa tarde eran producto de la única esperanza que les quedaba a los que, por diferentes motivos, no habían abandonado el lugar. Del resultado del encuentro de esa tarde dependía la subsistencia de miles de personas que en su mayoría habían perdido toda esperanza y entre las cuales estaba él, Aníbal Blanch.

    La escuela estaba destartalada pero era el único lugar que poseía condiciones para recibir la comisión encargada de analizar la situación de los habitantes del puerto y la posible clausura del muelle. Diferentes comisiones se habían formado con el objetivo de encontrar una solución a la crisis por la que estaban atravesando el Puerto del Silencio y sus habitantes.

    Miró Aníbal la bandera nacional, con sus colores desteñidos ondulando en un pedazo de madera sobrepuesto en el techo de la vieja casa, que tiempo atrás sirviera como posada a decenas de miles de transeúntes. Cabizbajo avanzaba denotando la peor de las incertidumbres, levantó la mirada y pudo ver el movimiento de las nubes negras que copaban el cielo, temeroso de no poder llegar antes de que comenzara la tormenta quiso apurar el paso cuando escuchó el rugir del tren que se acercaba a la última parada de su recorrido.

    Un vistazo hacia el cielo y se dio cuenta de que tenía tiempo para llegar antes de que empezara a llover. Dos razones poderosas le inyectaban fuerza para no perder la fe, Hortensia, su madre e Yvonn, quien, a pesar de ignorarlo, suplía de energía a su universo. De no encontrar una solución a la situación del puerto, ¿Cuál sería su destino? Así pensaba Aníbal Blanch, camino a la escuela, donde cientos de personas esperaban reunirse con una comisión de funcionarios y de empresarios que venían en el tren.

    Apenas tenía dieciocho años, pero su actitud no era diferente a la de un hombre de cuarenta. Desde la edad de cinco años estuvo acompañando a su padre a hacer cuanto trabajo apareciera en el muelle. Solo en horario de clases no se le veía a Aníbal acompañando a su padre, haciendo y prestando todo tipo de servicio para llevar el sustento a la familia. En ningún momento las palabras de su padre estuvieron mayor connotación. Escuchaba con claridad los sermones que durante esos años de vida le predicó Mauricio.

    «Aníbal, no olvides que a largo plazo los resultados de tu vida estarán ligados a tu comportamiento y responsabilidad en honrar tu palabra». Y seguía su padre: - «El tiempo es indetenible, así como tú vas creciendo yo me voy poniendo viejo. Mañana, ni tú serás un niño ni yo seguiré en este mundo. Llévate estas palabras contigo. Desde ese inmenso mar que tenemos en frente, miles de embarcaciones he visto llegar y partir. Cada una conducida por personas con carácter e intereses diferentes. No he sido la excepción, como a otros, más de una vez han tratado de hacerme favores y no me ha sido difícil saber que vienen envenenados. Es lo primero que debes aprender, como en la acepción de las palabras, los sinónimos superan en más de un setenta por ciento a los antónimos. Lo mismo ocurre con las personas, la mayoría son de buenos sentimientos pero por ser los que hacen menos ruido pasan desapercibidos. Es importante aprender a diferenciar unos de otros y te aseguro que no es fácil».

    Perfectamente entendió Aníbal Blanch, el mensaje que su viejo quiso transmitirle, pero en este momento de incertidumbre con toda la fuerza de su corazón le hubiese gustado tenerle a su lado. Se detuvo el tren y al mismo tiempo varias puertas se abrieron. A diferencia de los días de esplendor del puerto, solo por una comenzaron a bajar los pocos pasajeros que ocupaban uno de sus vagones. BIENVENIDOS AL PUERTO DEL SILENCIO, decía un cartel que sostenían en sus manos dos jovencitas de la comunidad. Hacia ellas se dirigieron cinco hombres que ninguno de los lugareños del puerto conocía.

    - Hola. Soy Tancredo Palacio - se identificó uno de los recién llegados. - Tengo mandato expreso del Gobierno para presidir esta comisión, la cual llevará a cabo los estudios pertinentes para determinar si, en definitiva, el puerto será clausurado.

    - Acompáñennos - dijeron las jóvenes, dirigiéndose a una estructura destartalada que fungía como escuela y donde esperaban representantes de todos los sectores que decían tener interés en evitar la desaparición del muelle con todo y puerto. Los padres de sus padres fueron de los primeros en habitar el lugar. Llegaron antes de comenzar a construir el puerto, cuando el único medio de subsistencia de los lugareños era la pesca.

    - Buenas tardes. Soy Arturo Agramonte - El hombre que saludó a la comitiva venía de una familia de maestros por vocación. Sus padres fueron los fundadores de la única escuela que había en el puerto. Creció viendo a sus padres alfabetizar a los pecadores. Nadie como Arturo Agramonte conocía las necesidades de los habitantes del Puerto del Silencio. Esta razón fue la que tomaron en cuenta los habitantes del puerto para nombrarlo como su representante ante la comisión que había llegado esa tarde a la escuela. - En nombre de los habitantes del Puerto del Silencio, le doy la más cordial bienvenida a la comisión que, en representación del gobierno, encabeza el señor Tancredo Palacio, quien está aquí con el objetivo de escuchar las inquietudes que con motivo de la crisis del puerto tenemos en esta comunidad.

    - Señores que integran la comitiva, ustedes nos honran con su presencia - continuó Arturo Agramonte -, pero diferente a otros tiempos, el Puerto del Silencio solo cuenta con

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