Jardin umbrío
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Jardin umbrío - Ramón María del Valle-Inclán
Jardin umbrío
Copyright © 1903, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726485639
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
[2]
SOCIEDAD GENERAL DE LIBRERÍA ESPAÑOLA - FERRAZ, 25
[3]
JARDÍN VMBRÍO *UMBRÍO*
[4]
PROPIEDAD
DERECHOS RESERVADOS
PARA TODOS LOS PAÍSES
COPYRIHG 1920 BY
MR. DEL VALLE-INCLÁN
[5]
JARDÍN VMBRÍO *UMBRÍO*
POR
DON-RAMON-DEL
VALLE-INCLAN
OPERA OMNIA
VOL XII
[7]
OPERA OMNIA
HISTORIAS
DE-SANTOS:
DE-ALMAS-
-EN-PENA:
DE
-DVENDES *DUENDES*-
-Y-LADRO-
NES
VOL-XII
[9]
TENÍA MI ABUELA UNA DONCELLA muy vieja que se llamaba Micaela la Galana: Muriósiendo yo todavía niño: Recuerdo que pasaba las horas hilando en el hueco de una ventana, yque sabía muchas historias de santos, de almas en pena, de duendes y de ladrones. Ahora yocuento las que ella me contaba, mientras sus dedos [10] arrugados daban vueltas al huso. Aquellas historias de un misterio candoroso y trágico, me asustaron de noche durante los añosde mi infancia y por eso no las he olvidado. De tiempo en tiempo todavía se levantan en mimemoria, y como si un viento silencioso y frío pasase sobre ellas, tienen el largo murmullo delas hojas secas. ¡El murmullo de un viejo jardín abandonado! Jardín Vmbrío.
[11]
JARDÍN VMBRÍO *UMBRÍO*:
JVAN QVINTO *QUINTO*
[13]
JARDÍN VMBRÍO *UMBRÍO*:
JVAN QVINTO *QUINTO*
MICAELA LA GALANA contaba muchas historias de Juan Quinto, aquel bigardo que, cuando ella era moza, tenía estremecida toda la Tierra de Salnés. Contaba cómo una noche, a favor del oscuro, entró a robar en la Rectoral de Santa Baya de Cristamilde. La Rectoral de Santa Baya está vecina de la iglesia, en el fondo verde de un atrio cubierto de sepulturas y sombreado de olivos. En este tiempo de que hablaba Micaela, el rector era un viejo exclaustrado, buen latino y buen teólogo. Tenía fama de ser muy adinerado, y se le veía por las ferias chalaneando caballero en una yegua tordilla, siempre con las alforjas llenas de quesos. Juan Quinto, [14] para robarle, había escalado la ventana, que en tiempo de calores solía dejar abierta el exclaustrado. Trepó el bigardo gateando por el muro, y cuando se encaramaba sobre el alféizar con un cuchillo sujeto entre los dientes, vio al abad incorporado en la cama y bostezando. Juan Quinto saltó dentro de la sala con un grito fiero, ya el cuchillo empuñado. Crujieron las tablas de la tarima con ese pavoroso prestigio que comunica la noche a todos los ruidos. Juan Quinto se acercó a la cama, y halló los ojos del viejo frailuco abiertos y sosegados que le estaban mirando:
-¿Qué mala idea traes, rapaz?
El bigardo levantó el cuchillo:
-La idea que traigo es que me entregue el dinero que tiene escondido, señor abad.
El frailuco rió jocundamente:
-¡Tú eres Juan Quinto!
-Pronto me ha reconocido.
Juan Quinto era alto, fuerte, airoso, cenceño. Tenía la barba de cobre, y las pupilas verdes como [15] dos esmeraldas, audaces y exaltadas. Por los caminos, entre chalanes y feriantes, prosperaba la voz de que era muy valeroso, y el exclaustrado conocía todas las hazañas de aquel bigardo que ahora le miraba fijamente, con el cuchillo levantado para aterrorizarle:
-Traigo priesa, señor abad. ¡La bolsa o la vida!
El abad se santiguó:
-Pero tú vienes trastornado. ¿Cuántos vasos apuraste, perdulario? Sabía tu mala conducta, aquí vienen muchos feligreses a dolerse... ¡Pero, hombre, no me habían dicho que fueses borracho!
Juan Quinto gritó con repentina violencia:
-¡Señor abad, rece el Yo Pecador!
-Rézalo tú, que más falta te hace.
-¡Que le siego la garganta! ¡Que le pico la lengua! ¡Que le como los hígados!
El abad, siempre sosegado, se incorporó en las almohadas:
-¡No seas bárbaro, rapaz! ¡Qué provecho iba a hacerte tanta carne cruda!
[16] -¡No me juegue de burlas, señor abad! ¡La bolsa o la vida!
-Yo no tengo dinero, y si lo tuviese tampoco iba a ser para ti. ¡Andar a cavar la tierra!
Juan Quinto levantó el cuchillo sobre la cabeza del exclaustrado:
-Señor abad, rece el Yo Pecador.
El abad acabó por fruncir el áspero entrecejo:
-No me da la gana. Si estás borracho, anda a dormirla. Y en lo sucesivo aprende que a mí se me debe otro respeto por mis años y por mi dignidad de eclesiástico.
Aquel bigardo atrevido y violento quedó callado un instante, y luego murmuró con la voz asombrada y cubierta de un velo:
-¡Usted no sabe quién es Juan Quinto!
Antes de responderle, el exclaustrado le miró de alto a bajo con grave indulgencia:
-Mejor lo sé que tú mismo, mal cristiano.
Insistió el otro con impotente rabia:
-¡Un león!
[17] -¡Un gato!
-¡Los dineros!
-No los tengo.
-¡Que no me voy sin ellos!
-Pues de huésped no te recibo.
En la ventana rayaba el día, y los gallos cantaban quebrando albores. Juan Quinto miró a la redonda, por la ancha sala donde el tonsurado dormía, y descubrió una gabeta:
-Me parece que ya di con el nido.
Tosió el frailuco:
-Malos vientos tienes.
Y comenzó a vestirse muy reposadamente y a rezar en latín. De tiempo en tiempo, a par que se santiguaba, dirigía los ojos al bandolero, que iba de un lado al otro cateando. Sonreía socarrón el frailuco y murmuraba a media voz, una voz grave y borbollona:
-Busca, busca. ¡No encuentro yo con el claro día, y has de encontrar tú a tentones!...
Cuando acabó de vestirse salió a la solana por [18] ver cómo amanecía. Cantaban los pájaros, estremecíanse las yerbas, todo tornaba a nacer con el alba del día: El abad gritóle al bigardo, que seguía cateando en la gabeta:
-Tráeme el breviario, rapaz.
Juan Quinto apareció con el breviario, y al tomárselo de las manos, el exclaustrado le reconvino lleno de indulgencia:
-¿Pero quién te aconsejó para haber tomado este mal camino? ¡Ponte a cavar la tierra, rapaz!
-Yo no nací para cavar la tierra. ¡Tengo sangre de señores!
-Pues compra una cuerda y ahórcate, porque para robar tampoco sirves.
Con estas palabras bajó el frailuco las escaleras de la solana, y entró en la iglesia para celebrar su misa. Juan Quinto huyó galgueando a través de unos maizales, pues se venía por los montes la mañana y en la fresca del día muchos campanarios saludaban a Dios. Y fue en esta misma mañana ingenua y fragante cuando robó y mató a un chalán [19] en el camino de Santa María de Meis. Micaela la Galana, en el final del cuento, bajaba la voz santiguándose, y con murmullo de su boca sin dientes recordaba la genealogía de Juan Quinto:
-Era de buenas familias. Hijo de Remigio de Bealo, nieto de Pedro, que acompañó al difunto señor en la batalla del Puente San Payo. Recemos un Padrenuestro por los muertos y por los vivos.
[21]
JARDÍN VMBRÍO *UMBRÍO*:
LA ADORACIÓN DE LOS REYES
Vinde, vinde, Santos Reyes
Vereil, a joya millor,
Un meniño
Como un brinquiño,
Tan bunitiño,
Qu’á o nacer nublou o sol!
DESDE la puesta del sol se alzaba el cántico de los pastores en torno de las hogueras, y desde la puesta del sol, guiados por aquella otra luz que apareció inmóvil sobre una colina, caminaban los tres Santos Reyes. Jinetes en camellos blancos, iban los tres en la frescura apacible de la noche atravesando el desierto. Las estrellas fulguraban en [22] el cielo, y la pedrería de las coronas reales fulguraba en sus frentes. Una brisa suave hacía flamear los recamados mantos: El de Gaspar era de púrpura de Corinto: El de Melchor era de púrpura de Tiro: El de Baltasar era de púrpura de Menfis. Esclavos negros, que caminaban a pie enterrando sus sandalias en la arena, guiaban los camellos con una mano puesta en el cabezal de cuero escarlata. Ondulaban sueltos los corvos rendajes y entre sus flecos de seda temblaban cascabeles de oro. Los tres Reyes Magos cabalgaban en fila: Baltasar el Egipcio iba delante, y su barba luenga, que descendía sobre el pecho, era a veces esparcida sobre los hombros... Cuando estuvieron a las puertas de la ciudad arrodilláronse los camellos, y los tres Reyes se apearon y despojándose de las coronas hicieron oración sobre las arenas.
Y Baltasar dijo:
-¡Es llegado el término de nuestra jornada!...
Y Melchor dijo:
-¡Adoremos al que nació Rey de Israel!...
[23] Y Gaspar dijo:
-¡Los ojos le verán y todo será purificado en nosotros!...
Entonces volvieron a montar en sus camellos y entraron en la ciudad por la Puerta Romana, y guiados por la estrella llegaron al establo donde había nacido el Niño. Allí los esclavos negros, como eran idólatras y nada comprendían, llamaron con rudas voces:
-¡Abrid!... ¡Abrid la puerta a nuestros señores!
Entonces los tres Reyes se inclinaron sobre los arzones y hablaron a sus esclavos. Y sucedió que los tres Reyes les decían en voz baja:
-¡Cuidad de no despertar al Niño!
Y aquellos esclavos, llenos de temeroso respeto, quedaron mudos, y los camellos, que permanecían inmóviles ante la puerta llamaron blandamente con la pezuña, y casi al mismo tiempo aquella puerta de viejo y oloroso cedro se abrió sin ruido. Un anciano de calva sien y nevada barba asomó en [24] el umbral. Sobre el armiño de su cabellera luenga y nazarena temblaba el arco de una aureola: Su túnica era azul y bordada de estrellas como el cielo de Arabia en las noches serenas, y el