El rey que no podía predicar
Por Kimber Lantry
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El rey que no podía predicar - Kimber Lantry
editor.
Prefacio
Este libro forma parte de esas obras creadas para niños, adolescentes y jóvenes con el objetivo de que ellos se interesen por la vida de los pioneros en la historia adventista. Dicho fin está avalado por una conocida cita del Espíritu de Profecía: que no tenemos nada que temer del futuro excepto que olvidemos cómo Dios nos ha conducido en el pasado.
Pero estos libros tienen otros propósitos: que nuestros niños y jóvenes conozcan experiencias puntuales de hombres y mujeres que siguieron a Jesús y trazaron huellas en la obra de Dios (tanto en los Estados Unidos como en otros países), y que ellos vean cómo Dios nos ha conducido en el pasado, como su pueblo, con una misión específica en esta Tierra.
Además, esta obra trata de plasmar los deseos expresados por muchos maestros: la necesidad de contar con lectura extracurricular y enriquecedora para sus programas en las escuelas de iglesia.
Como podrá notarse, este libro está ambientado en el siglo XIX; por lo tanto, se dejaron los nombres de las personas en su versión original, y ciertas costumbres, modalidades y formas de expresión coloquial son los de aquella época.
Es nuestra esperanza y oración que esta obra ayude a los lectores a familiarizarse con los líderes y la obra de Dios, y que de esta manera enriquezcan no solo su conocimiento sino también su espíritu.
Los editores
Capítulo 1
Otho conoce a George
Cuando era pequeño, no me gustaba la iglesia porque tenía que estar sentado y quieto por mucho tiempo. Y, cuando cumplí los once años seguía sin gustarme porque... ¡tenía que ir con zapatos a la iglesia! Durante todo el verano andaba descalzo, pero cada sábado debía usar zapatos; ¡y yo odiaba los zapatos! En fin, el cuadro de situación era este: las medias de lana me producían picazón en los pies, y los zapatos apretaban y encimaban mis dedos inferiores.
Pero cada sábado por la mañana Madre siempre me recordaba:
–Otho, Otho Godsmark, ¡no olvides calzarte tus medias y tus zapatos!
En invierno tenía que buscar leña para la barriguda estufa que calentaba la iglesia. Eso significaba que cada quince minutos o más tenía que levantarme, ir hasta un pequeño cuarto, y ponerme el abrigo, los guantes y las orejeras, y luego salir al frío por una brazada de madera de la pila de leña que se encontraba detrás de la iglesia. A veces, a pesar de que llevaba guantes, me clavaba algunas astillas en mis dedos.
Si había visitas en la iglesia, Padre siempre las invitaba a casa para el almuerzo del sábado. Decía que era nuestro deber cristiano
. Aunque no me gustara, ellos terminaban quedándose con nosotros esa noche, lo que significaba que mi deber cristiano
sería dormir en el sofá del living. ¿Ven por qué no me gustaba la iglesia?
Pero, un sábado en particular quise ir a la iglesia. Y se debía a que ese día predicaría el pastor Jaime White. Él tenía una voz atronadora, que hacía vibrar las vigas del templo, y predicaba bastante bien también. A veces predicaba sobre profecías. En esas ocasiones, él desenrollaba sus así llamados gráficos proféticos
. Si bien yo no podía entender ciertas partes de ellos, pues se referían a semanas y días proféticos, y cosas por el estilo, en otros pliegos había imágenes de grandes bestias horribles, con un montón de cabezas y cuernos, y otras ilustraciones que daban miedo; y estas cosas sí me gustaban. Además, siempre tenía un relato para nosotros, los niños. Ahora pueden ver por qué deseé ir a la iglesia ese día.
Cuando nos dirigíamos a la pequeña iglesia, la cual estaba a pocos kilómetros de nuestra granja en el condado de Bedford (el cual, a su vez, está a unos quince kilómetros al norte de Battle Creek, Michigan), pude ver varios caballos, con sus carruajes, o sulkys,1 ya atados a los árboles. Y fuera de la iglesia estaba el Pr. White hablando con algunos de los miembros. Se notaba que debía ser él, porque era muy alto. Además, siempre llevaba un sombrero de copa negro y un largo abrigo negro con faldones.
No recuerdo mucho acerca del culto ese día, porque fue lo que ocurrió después lo que llamó mi atención. Ah, sí, también recuerdo que en uno de mis viajes a la pila de leña tiré de un trozo de madera, y cuatro o cinco se me vinieron encima, y uno me golpeó en la espinilla.2 Por un buen rato salté en redondo sobre un solo pie, sosteniendo mi espinilla hasta que dejó de dolerme.
Cuando terminó la predicación, el Pr. White se dedicó a saludar y estrechar las manos de la gente. Luego se acercó a mi padre, le puso un brazo alrededor de su hombro y le dijo:
–Hermano Godsmark,