La venganza de Ixión: Crónicas de Deméter
Por Patrice Martinez
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A varios millones de estadios del planeta Tierra existía un astro colonizado por el pueblo helénico: Deméter.
Cuando Ixión puso un pie en los muelles de Xartés, no podía sospechar la suerte que se cerniría sobre él. Su amigo, el viejo hoplita Tanos, al oír sin querer los lúgubres propósitos de un triunvirato de peligrosos mafiosos, recogió los amargos frutos de la fortuna. Tras el asesinato de Tanos el destino del marinero dio un vuelco desmesurado. En busca de aquellos malhechores, el marinero se encontrará con la pasión por una bella Eupátrida, las artimañas de la clase más alta de los helenos, la traición, el encarcelamiento, los conflictos armados contra la fuerza medo-persa y también la amistad. Ixión es el reflejo de la lucha de clases, que ya en su tiempo arrastraba a las cuatro castas censatarias de los helenos hacia un torbellino de luchas fratricidas.
Como una transposición de un mito griego, esta ucronía te invita a descubrir la vida de las diez tribus de la Hélade: un gran pueblo dividido entre la oligarquía y la democracia.
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La venganza de Ixión - Patrice Martinez
Crónicas de Deméter
Tomo I
La venganza de Ixión
Patrice Martinez
Traducido por Xavier Méndez
––––––––
Phanès-éditions
ISBN: 979-10-91877-58-9
Ilustración: Caravaggio – David luchando contra Goliat - Propiedad intelectual © mayo 2016 de Phanès-éditions
Patrice Martinez
01, allée des Monts d'Olmes 31770 Colomiers (Francia)
Título original: Chroniques de Déméter. La revanche d’Ixion
Traducción de Xavier Méndez
Estoy agradecido a mi esposa Nadia
por su ayuda tan valiosa
y por todas las veces que esta obra casi pasa a mejor vida...
Crónicas de Deméter
Tomo I
La venganza de Ixión
"Los eupátridas tienen una excesiva desmedida y un apetito increíble"
Solón
"Desde el griego hasta el bárbaro, desde la mujer hasta el esclavo...
¿acaso no salen todos del mismo conjunto?"
Aristóteles
Crónicas de Deméter:
¿...y además desearíais aprovecharos de los conocimientos de los antiguos sin gastaros ni un solo óbolo? —Sentenció el señor Antígono, naturalista y geólogo del Colegio de Ciencias en el encuentro con sus hermanos—. Cómo se podría progresar en la vía del conocimiento si uno no aporta su granito de arena. No olvidéis que nuestro proyecto sólo puede triunfar si aunamos nuestras fuerzas. El planeta de los ludiones, Tau-Tetis, es la clave de nuestro gran programa medioambiental ‘Dionysos’ y, como miembro honorable de los Ecologistas, me mantengo firme en lo que hay que hacer: como un impuesto por los ‘gastos de guerra’, tenéis que contribuir con los costes del nuevo programa de satélites... Este mirador espacial es de una importancia capital para observar a los ludiones. ¡Tenemos ante nosotros una verdadera oportunidad de experimentar!
Alocución del investigador Antígono de Beocia en el hemiciclo de las ciencias de la Universidad de Nueva Atenas, durante el tercer día de la primera década del mes de muniquión, durante las 1615 Olimpiadas.
1
EL COMPLOT
Una flecha plateada rasgó la bóveda del cielo: la nave espacial pasaba sobre las tierras del planeta Deméter. En el horizonte, la constelación del Grifo emergía lentamente de las aguas. El planeta de tono azulado no era más que una chispa luminosa dentro del Nuevo Imperio Helénico. Ixión giró la cabeza hacia la nave. El portacontenedores parecía dormido sobre un fondo de terciopelo negro. Tranquilamente acomodado en los muelles de Xartés, el carguero descansaba tras haber travesado vastas extensiones entre los diferentes emporios.
El marinero tenía la piel oscura y quemada de los aventureros que frecuentan los vientos salados y los rayos ardientes de los soles tropicales. Se encontraba en una etapa de su vida en que dudaba entre retirarse de los negocios marítimos o navegar por su cuenta y embarcarse en la aventura de los negocios. El navegante se dirigió a la taberna, donde había hecho escalas muchas veces antes. Tenía que zanjar unos asuntos en los que su patrón le pedía que intercediera en su favor.
El fuerte aire expulsaba hacia la cúpula del cielo los calores otoñales que se habían instalado durante el día. El muelle desierto se extendía varios estadios[1] a lo largo de la Nueva Costa Jónica. Las farolas de luz anodina surcaban el embarcadero donde se abatía un manto de humedad, un resto del relente proyectado por una pérfida brisa.
Entró en el tugurio, por su fachada de un gris sucio por el efecto del tiempo daba la sensación de que era un antro. Había antorchas diseminadas por el lugar. El propietario del bar estaba ocupado tras la barra, luego desapareció por una habitación contigua.
Un hombre viejo, plegado como una antigua vela áurica,[2] comía algo en una mesa de esas desparejadas. Incluso de espaldas, Ixión lo reconoció, ese imponente cuerpo encorvado solamente podía ser el de Tanos, un antiguo mercenario de las falanges reales, ahora retirado a causa de sus heridas de guerra.
El marinero se adentró en la sala impregnada de los hedores de los humos de la cocina. Rozó por la espalda al cliente sentado a la mesa, ocupado en su manjar. Luego se dirigió hacia la barra y con una voz ronca rompió la quietud del ambiente.
—¿Es que no hay nadie que me sirva en este comedero, aparte de este viejo destinado a alimentar a los gusanos de Xartés? —exclamó con un tono atronador.
—¡Por Zeus! —contestó el veterano—. ¿Esas son formas de dirigirse a un antiguo mercenario? Ahora te enseñaré que este viejo
todavía puede dar mucha guerra —replicó bramando.
Aparcando toda ira, el hombre se levantó y se dirigió hacia el extraño. Tenía la tez grisácea y su cabellera rebelde exhibía una blancura gredosa. Cuando el ex soldado reconoció a Ixión, se quedó boquiabierto y arqueó la espalda, con los brazos levantados.
—¡Ixión! ¿Cómo has podido olvidarte de tu viejo Tanos tanto tiempo? —el hombre lo abrazó, como si fuera a aplastarlo de afecto—. ¿No deberías haber vuelto antes? Ven y siéntate conmigo... Debes de estar hambriento como un lobo. Ya se sabe que en ese tipo de barcos las raciones no son muy generosas. ¡Cryan! ¿Dónde se ha metido ese muchacho? Nuestro amigo Ixión ha vuelto, trae ciceón[3] y una copa del mejor vino que tengas para este bribón de los mares.
Se dirigieron al velador. El viejo hoplita cojeaba de la pierna izquierda; apoyó su peso en el hombro de Ixión. El encargado depositó en la mesa una copa de vino y un plato de gachas que perfumaba la sala con aromas a hierbas. Se sentó él también para conversar con sus amigos.
—¡Bienvenido a casa, muchacho! Espero que hayas hecho tu viaje bajo los auspicios de Zeus el Benévolo. En cualquier caso, siempre podré alquilarte una habitación para que puedas descansar de tus agotadoras andaduras.
—Venga, cuéntame, ¿dónde te has metido todo este tiempo?
—Tras haber estado por varios emporios, nos dirigimos a la ciudad de Nueva Cirene, donde comerciamos con pescado salado, sacos de cereales y algunas plantas medicinales. La ciudadela es sorprendente. Si hay un tiempo que merezca la pena ver, es el de Zeus. Su templo monumental te deslumbra con su majestad, y si hay un puerto donde atracar, es el de Apolonia II... Esa colonia griega es un hormiguero: fletan y zarpan enseguida barcos comerciales para cada transacción...
Ixión dio un trago al vino empalagoso, luego engulló una cucharada de gachas. El marinero bajó otra vez la copa. Se le quedó una línea púrpura en la boca, como un toque sensual al límite de lo cómico. A pesar del cansancio, tenía suficiente energía para contar a sus amigos sus peregrinaciones.
Ya era tarde cuando sus compañeros pusieron fin a su charla.
—¡Bien! ¿Te espero en el gimnasio mañana a última hora de la mañana? Verás que todavía me quedan fuerzas para desafiarte —le dijo Tanos a su joven amigo.
Ixión esbozó una sonrisa.
—Que así sea, amigo, estoy dispuesto a aceptar tu desafío... ya sea en la lucha o en el lanzamiento de disco.
En el muelle de Xartés, el barco mercante dormitaba, acunado por el chapoteo de las olas. Sobre la cáscara de metal, el flujo y reflujo acompañaban el paso del tiempo, mientras la bandera de Nix, la diosa de la noche, se erguía y se plegaba ante el movimiento ineluctable del tiempo.
***
Crónicas de Deméter:
Hijo mío, ¿te acuerdas del rey Leónidas? ¿Acaso no combatió a pesar de los funestos augurios del adivino Megistías? Leónidas debía cumplir con su obligación. Y ahora... eso es lo que espero de ti: ¡que cumplas tu deber de guerrero!
Extracto de las correspondencias de una madrina de guerra a su joven teniente espartano, unas horas antes del último ataque de las fuerzas persas contra las falanges hoplitas del estratega ateniense Cimón; ¡el combate fue una carnicería!
2
UN ALMA PARA TÁNATOS
Unos cirros se paseaban por las praderas jónicas, dejando pasar los rayos resplandecientes del sol matutino. Los vencejos perseguían a los insectos, rozaban con su vuelo a ras de suelo las hierbas altas y las gramíneas que abundaban en Nueva Mesenia.
Sobre la extensión de tierra, nuestros dos amigos se enfrentaban en un rito marcial; los cuerpos empapados en óleo se frotaban, se atrapaban; una coreografía de la que sólo uno de los dos hombres podía salir victorioso.
—¡Y no te creas que puedes tratarme con favor a causa de mi desventaja! —exclamó Tanos.
Los luchadores se agarraban, bronceados por el sol y por los aceites. Deslizaban las manos sobre sus músculos, cada uno esperaba un desliz para abatir al otro. Tanos bloqueó a su adversario contra su costado y su muslo derecho. Los dos hombres se juntaron, y sus suspiros se confundieron un instante. Ixión esbozó una sonrisa cuando se encontró con su amigo. Se tocaron con la frente, su sudor y sus aceites esenciales se mezclaron en un aroma amorfo.
—¿Al menos le has implorado a Ares que te conceda fuerza y energía? —preguntó Ixión.
—¡No tengo nada que hacer con el dios de la guerra! Mi experiencia marcará la diferencia frente al fervor de tu juventud. Haber estado tanto tiempo encima de un navío te ha ablandado el cuerpo y la mente. Te siento inseguro...
—¡No te engañes! Estoy concentrado en ti, atravesaré tu armadura.
Pivotaron juntos. Por encima de sus cabezas se arremolinaban aros de nubes, volviéndose por un momento en sus aureolas comunes. Ixión aprovechó un desliz de él, hizo una llave y envió al coloso de pies de arcilla al tapiz de arena. Le tendió la mano y lo ayudó a levantarse.
—¡Por los dioses! —exclamó Tanos—. Todavía tengo fuerzas para corregirte, como un padre corrige a su hijo.
Se rieron de buena gana con ese juego de lucha donde se mezclaba la diferencia de edad, y se devolvieron el abrazo, como un padre y un hijo unidos por las dificultades.
Se dirigieron a los baños; las columnas rodeaban la piscina interior en forma de ele, como un batallón de gigantes sustentando y dando prestancia a ese lugar donde la plebe acudía a relajarse. La cerámica, de colores primarios, marcaba el tono del conjunto. El frontón interior decorado con un mosaico, sobre un fondo de azul cielo, representaba un lago dominado por la presencia de dos cisnes. Las tejas coronaban el edificio y cerraban así el conjunto arquitectónico. En el fondo del estanque había otro mosaico, este de náyades jugando con delfines, ello aportaba el toque final: ese embellecimiento mitológico realzaba la piscina.
Nuestros dos amigos se acomodaron en la punta de la piscina, y conversaban sobre la vida:
—¿Al final has encontrado a tu alma gemela?
—No, pero pienso en ello.
—Ya hace mucho que sobrepasaste la etapa del gineceo, al final acabarás como un erastés,[4] acechando a los jovenzuelos efebos a la salida de la escuela.
Ixión se rió alegremente.
—No te atormentes con mis placeres —contestó.
—Háblame de tus proyectos, ¿cómo ves el futuro?
—Los dioses permanecen mudos conmigo. Tengo un buen empleo donde se compaginan las aventuras con los negocios, y donde la soledad del marinero se opone al gentío de mercaderes y vendedores que se amontonan en las ciudades costeras, y sin embargo no sé si romper con este mundo de la mar y orientarme hacia la agricultura para plantar algunos olivos y cultivar la tierra.
—¡Uf! ¿Pero qué dices? ¡Remover la tierra! Deja eso para los metecos y los libertos, tú encuentra a una mujer que sepa cocinar, ten hijos y sigue siendo marinero. ¡Tu destino está ahí!
Ixión sumergió la cara en el fondo de la piscina; las náyades danzaban bajo el efecto de las olas provocadas por el sistema de filtración. Los morros de los delfines formaban una sonrisa a cada oleaje de las aguas. Parecía