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La Ciudadela de las Cinco Montañas: El Instituto Dunson: La Ciudadela de las Cinco Montañas, #1
La Ciudadela de las Cinco Montañas: El Instituto Dunson: La Ciudadela de las Cinco Montañas, #1
La Ciudadela de las Cinco Montañas: El Instituto Dunson: La Ciudadela de las Cinco Montañas, #1
Libro electrónico847 páginas21 horas

La Ciudadela de las Cinco Montañas: El Instituto Dunson: La Ciudadela de las Cinco Montañas, #1

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Veinte años han pasado desde la Gran Guerra que sumió al país de las Cinco Montañas en su mayor crisis y, desde entonces, el Instituto Dunson se ha dedicado a preservar la seguridad de la sociedad contra amenazas externas, enviando a sus estudiantes en misiones de búsqueda y captura de enemigos del Estado.

 

Esto se ha vuelto algo casi rutinario y hay quienes han comenzado a cuestionar la necesidad del Instituto. Es entonces cuando el piloto Deshaund "sabueso" Riho descubre unas misteriosas bases maquinarias en una zona remota y deshabitada de los bosques. Esto, aunado a un par de atentados contra la capital del país y la inesperada llegada de la nieta del director, Arabella Dunson, al instituto, pronto provoca que Riho y sus compañeros se involucren en una investigación que habrá de recurrir a cuestionables medidas con tal de averiguar quién es el verdadero responsable detrás de los atentados.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 abr 2021
ISBN9798201459468
La Ciudadela de las Cinco Montañas: El Instituto Dunson: La Ciudadela de las Cinco Montañas, #1

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    La Ciudadela de las Cinco Montañas - Jerzy P. Suchocki

    I

    EL INSTITUTO DUNSON

    Una breve nota en el Instituto Dunson (y las misiones que se le encomendaban)

    Sobre la meseta más alta de la Primera Montaña, a tan sólo unos kilómetros de donde comenzaba la zona inhabitable y casi inexplorable, salvo por aquellos que se dedicaban al profundo reconocimiento de terrenos fuese por gusto u obligación, se localizaba una impresionante construcción. Se alzaba sobre el suelo por dieciséis metros y se extendía en su forma rectangular doscientos metros de largo, por cincuenta de ancho, lo cual le daba un aspecto desde arriba, donde los pilotos (especialmente los jóvenes) le veían, de un enorme y sofisticado ladrillo (con un anexo un poco menor a su costado), destacable entre el océano de frondosos pinos verdes que se extendían a lo largo de las Cinco Montañas. Se trataba pues, del reconocido Instituto Dunson, centro educativo que instruía a todos los jóvenes de 18 a 22 años pertenecientes a la Ciudadela de las Cinco Montañas y sus colonias alrededor en las más relevantes áreas académicas.

    Contaba con cuatro pisos y tres diferentes sectores, dedicados al estudio, recreación y vivienda, separadamente. Por su frente se localizaba el gran portal de entrada, al que seguía un amplio lobby, generalmente usado para aguardar a la llegada de alguien o concretar reuniones de menor relevancia con los proveedores de la Ciudadela, siendo que el Instituto quedaba lejos de esta y aún más por cualquiera de sus colonias; y tratándose del lugar en que sus acudientes residían por un plazo aproximado de cinco meses consecutivos, no eran pocas las provisiones que el Instituto solicitaba para atender sus necesidades. Luego del lobby, pasando otro amplio portal (aunque menor al principal), se abría paso el patio principal, lo suficientemente amplio para contar con cuatro pequeños jardines circulares y una elegante fuente a su centro; la luz natural filtraba a él a lo largo del día, no teniendo techo otro que un conjunto de ventanales que se abrían en lo más alto de la construcción y lo cual permitía a todos los niveles superiores poder disfrutarle; y a sus costados, entre algunas de las aulas dedicadas a los de más reciente ingreso, se extendían diversos pasillos o escaleras que dirigían a otras zonas del Instituto, permitiendo ello más de un acceso a cada uno de sus pisos o sectores.

    Los pisos se dividían como tal según el nivel académico en que el alumno se encontrase; cada uno cubría dos semestres y, naturalmente, entre mayor fuese el nivel del programa educativo en que se encontrase el alumno, más alto era el piso al que se dirigía. Lo mismo ocurría con sus áreas de residencia, que se localizaban en una nave de menores dimensiones al Instituto en sí y que se extendía del mismo como un pequeño anexo en su parte inferior derecha, de cara a las áreas verdes, dedicadas al ejercicio o la recreación.

    De esta forma, que aquella figura similar a la de un sofisticado ladrillo se dedicaba al área de estudio o recreación en interiores, mientras que lo referente a su residencia se mostraba como un pequeño anexo al mismo.

    No había duda, con sus elegantes acabados internos y externos, su frecuente mantenimiento, sus amplios salones de estudios, sus finos y rústicos muebles, sus extensas habitaciones que albergaban cuatro estudiantes por ocasión, sus cuidadas áreas verdes o su impresionante explanada superior, que convertía al techo del instituto en una zona de reuniones especiales, que se trataba de un espacio que, aunque obligado en su asistencia, resultaba agradable; y no sin razón, su lema creado por la gente, para servir y cuidar a la gente y crear a su vez un mejor lugar donde vivir a partir del conocimiento y la vigilancia era no sólo conocido, sino respetado a lo largo de las Cinco Montañas y el total de veinte y cuatro colonias y una ciudadela que les conformaban.

    Inaugurado por Ovel Dunson en el ’48, a tres años de la culminación de la Gran Guerra que había definido el mundo contemporáneo, el Instituto que llevaba el apellido del reconocido aristócrata, era considerado a lo largo de las Cinco Montañas como la institución pública de mayor relevancia social, incluso más que el propio Ayuntamiento. Ello se consideraba así, al pensarse que los regímenes políticos, apenas diferentes entre sí, se podían cambiar cada par de años, pero que el conocimiento y la educación de las nuevas generaciones, eran la base para la existencia y correcto funcionamiento de la sociedad.

    Tal noción había sido instaurada por el mismo Dunson durante la complicada época de la post guerra, donde una sociedad dividida se cuestionaba el cómo se podría progresar ante todas las adversidades que habían afrontado durante casi una década de conflictos bélicos que hiciese a todas las áreas sociales retroceder en lugar de evolucionar.

    ─Para que la política, la economía y la industria puedan funcionar ─dijo en incontables veces Dunson para promover la creación del Instituto─, lo primero que deben tenerse son conocimientos sobre tales materias; y los más detallados posibles, para que tales áreas se desarrollen debidamente y, con ellas, nuestra misma sociedad.

    He así que Dunson, quien fuese en la época el más reciente elemento de una larga (aunque justa) dinastía política, logró conseguir el apoyo (y la unión) suficiente de la población de la Ciudadela de las Cinco Montañas y sus colonias anexas luego de seis meses de campaña e inauguró, con más de la mitad de su propia fortuna económica, el Instituto Dunson. Si bien las instalaciones no fueron construidas de cero, sino que se trataban de un antiguo palacio político que había resultado dañado en demasía durante la Gran Guerra, fue la inversión de Dunson lo que le reconstruyó no sólo en su estructura física, sino en propósito. En lugar de ser el lugar donde los políticos residían para sus labores, se convirtió en un centro educativo al cual acudiesen las jóvenes mentes adultas a formarse en las más relevantes áreas académicas; y no sin razón había Dunson optado por tales instalaciones, considerando que fuesen mejor los jóvenes quienes tuviesen las gratas condiciones del lugar y la ausencia de distracciones citadinas, en lugar de los políticos, quienes terminaron instalándose en el Ayuntamiento de la Ciudadela.

    Pues, según Dunson, para que el proceso formativo fuese el adecuado y teniendo en consideración la distancia que había entre varias de las colonias y el Instituto, era necesario que los estudiantes residiesen en el lugar de estudio a lo largo de cuatro años, divididos en un total de ocho períodos de cinco meses cada uno y con uno vacacional a su culminación. Así, desde enero del ‘48, el Instituto Dunson se convirtió en el hogar temporal y área formativa de todo joven, hombre o mujer, de 18 a 22 años, sin excepción, ni exclusión de nadie. Tanto la admisión, como todo el programa educativo de cuatro años eran absolutamente gratuitos y, básicamente, obligatorios con tal de que todo miembro de la sociedad estuviese adecuadamente formado en lo académico. Su profesorado se constituía entonces de expertos profesionales en el tema; y tanto su sueldo, como los otros gastos necesarios del Instituto, se pagarían con el 25% de la recaudación anual de impuestos.

    Para muchos al inicio, tal cuestión resultaba un tipo de utopía creada y manejada por Dunson; y si bien este se defendía diciendo que sería una inversión de y para la sociedad misma, no fueron pocos quienes considerasen que el Instituto debía servir más allá de lo educativo y que debía otorgar un servicio social cotidiano o frecuente en cualquier ámbito de la sociedad – aunque enfocándose, más que nada, en el resguardo social. Esto es que, a causa del contexto post bélico en que la sociedad de las Cinco Montañas se situaba, se incluyese en todo programa educativo la advertencia de quien fuese su enemigo durante la Gran Guerra y no sólo esto, sino que se les instruyese en áreas propias de defensa.

    Es decir, a cambio de una educación completa y gratuita por cuatro años, cada estudiante del Instituto Dunson tenía la obligación de realizar misiones de vigilancia y seguridad ante aquellos que pudiesen estar inconformes con la resolución de la guerra; e incluso el mismo Ovel Dunson quien, en un inicio disgustase de esta condición política a su instituto, llegó a aceptar la relevancia de prevenir a las nuevas generaciones de los pensamientos que habían generado al dichoso conflicto bélico y del promoverlas a evitar el resurgimiento de aquellas peligrosas nociones creadas por Zolu Votan.

    En la época de la post guerra, este nombre, aun cuando derrotado por completo, representaba todavía un absoluto temor entre los habitantes de las Cinco Montañas; y la condición política impuesta al Instituto Dunson de servir como un elemento que fomentase al evitar a toda costa el resurgimiento de los indicios de dicha amenaza, fue prácticamente de un voto unánime. Hubo únicamente un pequeño sector que estaba en desacuerdo con la noción, argumentando que el área académica no debiese servir de ninguna forma como un sector militar o de defensa; pero a este sector se le discutió el que no se podían otorgar tantos bienes a un sector social sin recibir algo a cambio en un corto plazo; y, no mucho después, se le expulsó por ser un frecuente opositor en varias de las decisiones que se tomasen con relación a lo social.

    Así entonces el Instituto Dunson se inauguró en enero del ‘48, llevando a cabo la doble función de instruir en lo académico y de servir en la vigilancia y defensa social; y durante los siguientes años (y siempre bajo la dirección de su fundador), se desempeñó eficazmente en ambas áreas, adquiriendo así la respetada y relevante posición social a lo largo de las Cinco Montañas; y aunque si bien la amenaza de Zolu Votan no se había hecho presente en lo más mínimo, la labor de seguridad no dejó de estar activa con el surgimiento, a través de la década que siguió a su inauguración, de grupos opositores que, desconformes con el manejar de la política contemporánea, terminaron exiliándose a sí mismos en las zonas remotas de las montañas, convirtiéndose en la nueva amenaza del régimen actual – o, cuando menos, en el objetivo principal de las misiones encomendadas a los estudiantes de Dunson.

    Estas misiones se realizaban de forma esporádica y cada alumno debía participar en dos por semestre; más específicamente, una en época académica y otra en vacacional, consistiendo siempre en la exploración y reconocimiento de terreno, fuese de forma terrestre o aérea. Esto con tal de, en un inicio, buscar por cualquier rastro o indicio de Zolu Votan o sus seguidores, aunque, en años más recientes, de localizar y apresar opositores del gobierno actual que pudiesen representar una amenaza.

    Los dirigentes sociales de la Ciudadela o de las colonias hacían un fuerte énfasis en que cada individuo tenía libertad en sus inclinaciones políticas y que toda decisión podía debatirse en los foros públicos llevados a cabo en el Ayuntamiento – del cual habría de decirse, era igualmente impresionante. Quizá no en la misma medida que el Instituto, pero no dejaba de ser la construcción de mayor tamaño, elegancia y presencia en la Ciudadela. Se constituía de un pequeño palacio de unos diez o doce metros de alto, de forma cuadricular en su base, aunque con una capilla perfectamente redonda en lo alto; sus paredes eran blancas y brillantes, al igual que su suelo, que siempre era recubierto por elegantes alfombras rojas o café, según el área en que se encontrase uno, pero que no dejaban de tener sus bordes dorados.

    Pero a estas llamadas de voz libre por parte de los dirigentes, no dejaba de incluirse el que, si alguna de las ideas o debates propuestos por un ciudadano, resultaba en la implicación de algún tipo de peligro para la estabilidad social, su arresto sería inmediato e incuestionable.

    No sabría decirles si esto significaba que estuviésemos en un estado totalitario, porque, honestamente, no se sentía así – o no de forma directa. Nuestros dirigentes desde el restablecimiento social de las Cinco Montañas, ocurrido casi de forma simultánea a la inauguración del Instituto Dunson, hasta la época en que toma lugar este relato, iniciándose el vigésimo aniversario de dicha institución, habían sido personas con un genuino interés en mejorar y cuidar su sociedad; y realizaron esta función de forma mayormente correcta. En tan sólo diez años, reinstauraron la economía y la industria a un nivel productivo; y no hace falta decir del alto grado académico con el que, gracias a Ovel Dunson y su instituto, los ciudadanos contaban. Pero su forma de manejar la seguridad pública, consecuencia claro de sus experiencias durante la guerra contra Zolu Votan, había resultado, como algunos podrían decir, demasiado en guardia para su propio bien.

    Y las misiones encomendadas al Instituto Dunson, primero resguardantes de los indicios de un temido enemigo y luego convertidas en vigilantes contra opositores eran, por supuesto, el primer eslabón en esta cadena de protección social.

    Es por lo tanto curioso cómo resultaría una de estas misiones en el desbaratamiento de dicha cadena... y de todo orden social. ¿Fue a causa de la rigurosidad que impulsó a este deber por tanto tiempo? ¿O acaso de la inflexibilidad de los propósitos de estas misiones? ¿O quizá por otra cuestión? Dejaré a usted, lector, decidir esto por cuenta propia, a partir de los hechos a presentarse a lo largo de esta compilación de relatos surgidos durante la época y el conflicto que definirían al mundo actual; y los cuales, son propios de algunos de sus protagonistas (entre los que puedo incluirme).

    Ciertamente se desconoce a detalle los precedentes a lo que aquel joven piloto, de nombre Deshaund Riho, observó en el borde de la Quinta y Primera Montaña durante su misión vacacional previa al ingreso de su último semestre en el Instituto Dunson. Pero puede asegurarse que fue a partir de este acontecimiento que los sucesos a narrarse a continuación tomaron lugar...

    Conviene pues, comenzar con los registros del regreso de Deshaund Riho de su última misión vacacional.

    1

    Lo que Encontré...

    12 de Enero, ‘68

    Entregué el reporte de mi más reciente misión esta mañana. Sé que eso, por su cuenta, no es gran cosa; pero la misión en cuestión fue ciertamente lo opuesto. No que tenga altas sospechas al respecto, pero sí que me ha puesto a pensar en aquello que vi... y para que alguien que ha realizado casi una veintena de misiones en sus tres años y medio en el Instituto Dunson llegue a ese a punto, es de considerarse.

    He realizado todo tipo de misiones durante este tiempo, tanto terrestres como aéreas en solitario y en grupo y a causa de mi habilidad para reconocer irregularidades en el terreno y capturar así a los tan llamados opositores, he llegado a convertirme en el segundo mejor piloto en la historia del Instituto (aunque de los estudiantes activos, soy actualmente el primero). Sin embargo, esto que vi en mi más reciente misión, es algo que aún no logro explicar, ni de lo que tuviese más pistas como para poder investigar en el momento. Así que, aunque probablemente no sea nada, he recomendado en mi reporte que se le investigue...

    ¡Ah! ¿A quién engaño? No puede no ser nada. ¿Por qué otra razón estaría apuntando esto, de no ser porque creo que hay algo sospechoso ahí, entre la Quinta y Primera Montaña? Debo tomar registro de este asunto, por lo que eso pueda ser. Sí que me ha puesto a pensar... y sí que ha puesto a pensar a las pocas personas a las que lo he comentado. Así que más vale tomar nota de tanto se pueda sobre esta misión.

    Supongo entonces que, para que este registro sea lo más claro posible, convendría primero explicar un poco sobre mí; y puesto que me encuentro dirigiéndome de vuelta al Instituto Dunson para empezar lo que será mi último semestre como estudiante y el camino hacia éste, si bien agradable por los paisajes que la temporada invernal crea sobre los bosques, es considerablemente largo, cuento con cierto rato para indagar en estos aspectos y en los referentes a mi misión.

    Mi nombre es Deshaund Riho, aunque muchos se refieren a mí meramente por la abreviatura de Des o bien, por sabueso – sobrenombre proveniente del juego de palabras que crea la segunda sílaba de mi nombre, así como por mi habilidad en rastrear y capturar opositores. Mi edad es la de casi 22 años; mientras la mayoría de mis compañeros han pasado ya de ésta, yo he de cumplirles poco antes de la culminación del semestre... y de mi etapa académica en el Instituto Dunson, como tal.

    Como mencioné antes, soy actualmente el mejor piloto del Instituto. He logrado esto, siendo quien más opositores ha capturado (47, hasta ahora). En realidad, no puedo decir que me interese por ellos o sus intenciones; o, cuando menos, no lo hacía hasta antes de esta misión. Para mí, los tan llamados opositores no son más que un grupo de personas que no estaba ni de un lado, ni de otro, durante la Gran Guerra y que, por consiguiente, tampoco quedaron conformes con los resultados de la resolución de esta... Así que se han ido a vivir entre los bosques, apartados y sin relacionarse con las políticas de las Cinco Montañas. Temería decir que eso no parece tan malo, de no ser porque, por la cantidad de miembros suyos que he capturado, sería imposible que quien leyese esto pensase que yo simpatizo con ellos. No lo hago. Más bien, no simpatizo o no con alguien por sus meras ideas políticas – y estas cuestiones me tienen también sin mucho interés. Puedo decir, en todo caso, que me relaciono (o no) con alguien por su personalidad y eso es todo... y no han sido muchas las personas con las que he optado relacionarme de alguna forma.

    ¿Qué más debería decir sobre mí? O bueno, ¿qué más, que pueda resultar relevante antes de especificar sobre la misión? No hay nada que se me ocurra... ¿Qué soy varón? ¿Qué mido poco más de un metro ochenta y que mi complexión es delgada? ¿De qué sirve destacar eso en este asunto? Lo desconozco; y, por ende, iré directo al tema que resulta relevante – mi misión.

    Tras la conclusión de mi séptimo semestre académico, se nos asignó a mí y a mis compañeros nuestras respectivas misiones para el período vacacional. En mi caso, esta tomaría lugar al inicio de mi cuarta (y última) semana de descanso – que es la primera semana de enero del año en curso (’68). Así que luego de unas gratificantes semanas de reposo en casa (resido y provengo de la colonia Kint, ubicada en la Cuarta Montaña), me dirigí, como en cada ocasión, a los hangares del Sector 1-E. Estos se localizan en el lado este de la Primera Montaña (que, en caso de que no se sepa, es la que se ubica al norte de la Ciudadela), sobre una amplia meseta que tiene como borde un inmenso risco que da a los bosques fronterizos con la Segunda Montaña, aspecto el cual le vuelve la zona más apropiada para tener un Aeropuerto de Defensa.

    Es ahí donde está la principal flota de aviación, consistente en 100 de las 120 naves aéreas con que se cuenta. Agrego un poco más al respecto: nuestras naves son avionetas de caza, diseñadas para un piloto. En su mayoría fueron hechas durante la época en que la guerra comenzaba a empeorar (es decir, entre los años ’41 y ’42) y sirvieron de gran forma en las batallas contra Zolu Votan y las impresionantes maquinarias que éste creó. Aún se estudian los sofisticados y gigantescos modelos de máquinas de combate que el empresario industrial diseñó, no para intentar copiarles o hacer uso de ellos, sino para conocer sus fallas o puntos de debilidad. Estas clases suelen impartirse principalmente a los pilotos, quienes fuesen parte clave de la derrota de Votan durante la guerra. No estoy alardeando al respecto. En verdad fueron las flotas aéreas de las Cinco Montañas las que lograron hacer un frente a las blindadas maquinarias de Votan, siendo quienes más (o quizá, los únicos que) tenían disponibilidad para atacarlas desde lo alto, en sus puntos de control. Desconozco porqué, luego de más de veinte años de la conclusión de la guerra, se siguen dando clases enfocadas en ese tema en particular; pero, de cualquier forma, me he aprendido todo al respecto.

    Hablando de nueva cuenta sobre nuestras avionetas, la mayoría de éstas fueron hechas durante esa época; solo unas veinte o treinta se han hecho desde entonces... y sólo se permite su uso a los oficiales de mayor rango de la Defensa Aérea de las Cinco Montañas. Nunca he entrado a una.

    Pero tal como los vejestorios que nos han concedido para nuestras clases y/o misiones, son avionetas de cubierta plateada e inferior negro. Cuentan con una hélice en cada ala, miden seis metros de largo, de punta a cola; y sus alas se extienden tres metros a cada lado. Debo decir que, aún para tener más de veinte años, su funcionamiento no ha decaído en lo más mínimo – lo cual debe ser por el frecuente mantenimiento que reciben.

    Antes y después de cada uso, son cuidadosamente revisadas por un equipo mecánico y, por supuesto, nunca se les deja en demasiado desuso como para que se estropeen por la falta de actividad. Sea por medio de nosotros estudiantes o por quienes se dedican profesionalmente a la defensa, cada avioneta tiene de uno a dos vuelos por mes.

    Pero bien, continuando con mi misión... Se me había solicitado en los hangares el día 2 de enero. Aun cuando mis tres semanas previas de vacaciones habían sido gratificantes, no las consideraba suficiente para reponer lo agotante que fuese el séptimo semestre, por lo que no estaba en el mejor ánimo de efectuar una misión que tuviese que ser más que algo de rutina. Un sobrevuelo sencillo por la zona encomendada. Ni siquiera iba a interesarme demasiado en si veía a algún opositor. Llevé mis estándares a vigilancia de ahí hay un sospechoso a ¿está haciendo algo en verdad sospechoso?. Quien pueda estar leyendo esto, no me critique. Buscar y atrapar opositores, aún pese a mi habilidad, no es cosa fácil. Además, ¿qué más da si sólo están viviendo en el bosque, haciendo cosas comunes? No por ser un opositor debería estar haciendo algo en contra del estado de las Cinco Montañas, ¿o sí?

    Cuestioné esto mismo al mecánico encargado de mi nave, un hombre entrado en la mediana edad, pero cuya personalidad no es precisamente la más madura, de nombre Jowen Tela. Él ha sido quien ha estado a cargo de mi nave, aún desde antes de que fuese mía, así como de varias otras más y, en diversas ocasiones, ha resultado ser una persona de interesantes opiniones.

    ─No sé ─dijo, mientras fumaba un delgado cigarrillo que él mismo se había preparado─. ¿Hasta qué punto una actividad regular es eso y no algo sospechoso o amenazante? Si fuésemos nosotros a quienes un enemigo vigilase, ¿no crees que un vuelo regular y corriente de misión de reconocimiento, podría considerarse como algo, si bien quizá no sospechoso, sí amenazante para la vida común de quien le vigila?

    Nos hallábamos en la zona de despegue y manteníamos esta conversación mientras yo terminaba de ajustarme un par de guantes de piel, color café. Las bajas temperaturas de la temporada demandan que cada piloto vaya bien cubierto, llevando consigo una chaqueta propia de su rango (en mi caso de estudiante, color café), una bufanda y un par de guantes para que las manos no interrumpan su buen funcionamiento a causa del frío.

    Jowen me acompañaba unos metros detrás de mí. Se le puede distinguir entre otros mecánicos, aparte del respeto que recibe por parte de sus compañeros, por ser quien cuenta con un grueso bigote tan rubio como su cabello, así como por una actitud tan calmada que pareciese estar siempre distraída; pero no se dejen engañar, Jowen pone atención a todo lo que se le dice y le rodea.

    ─Supongo que tienes razón ─respondí, estando por abordar la nave─. Aun así, preferiría no tener que llevar a cabo ninguna detención en esta ocasión.

    ─Bueno, yo creo que todos preferiríamos no tener que hacer nada de esto, en lo absoluto y que no hubiese opositores algunos, pero los hay ─contestó Jowen─. Así que, ¿qué se le puede hacer? ─rio y dio una bocanada a su cigarro, con sus ojos enfocándose en el cielo cubierto de nubes─. De cualquier forma, es temporada de frío y puede que incluso halla algo de lluvia, por lo que no creo que nadie se atreva a salir al bosque, lo que hace menos probable que debas llevar a cabo arresto alguno, Des.

    Observé hacia el nublado cielo que cubría las Cinco Montañas y concordé en la poca posibilidad que había de hallar algún opositor ante la amenaza del clima. Es peligroso andar por el bosque en temporada invernal, más aún cuando hay lluvia; y no lo era menos para mí. Si la lluvia caía con fuerza, habría de aterrizar y pausar la misión hasta que ésta cesara o el clima mejorase; pero si me apresuraba, podría cubrir siquiera una décima parte de mi ruta aérea. A lo largo de las montañas, hay diversas bases menores que los pilotos usan para resguardarse en estos casos; y ya tenía yo en consideración detenerme en una de ellas, aunque cubriendo antes cuanto pudiese de lo que se me encomendó. Prefería eso a que se me cancelase la misión a causa de mal clima; ya había ido hasta allá y entre más pronto terminase con eso, mejor.

    Me despedí al momento del mecánico y me adentré a mi nave, no desperdiciando segundo alguno en activar los controles y hacer despegar mi nave por sobre el risco de los hangares. Estabilicé altura, presión y otros componentes necesarios para el vuelo y me dirigí a la zona designada – el Sector 5-C; o bien, el área fronteriza entre la Quinta y la Primera, ubicadas al noroeste y norte de la Ciudadela, respectivamente. No especificaré en más cuestiones de la Ciudadela puesto que resulta irrelevante en este momento; sólo aclararé que cada una de las montañas recibe su enumeración y nombre en el sentido de las agujas del reloj. Es decir, la Primera es la que está más al norte; la Segunda es la que está al noreste; la Tercera al sureste (siendo a su vez, la más al sur de todas); la Cuarta al suroeste; y, por último, la Quinta es la que se ubica al noroeste, colindando a su vez con la Primera. Quien las haya nombrado así, sí que fue por lo práctico.

    A los diez minutos de vuelo, me encontré adentrándome al espacio aéreo de la zona encomendada. Como en cada otra misión, descendí mi altura a unos cincuenta metros por sobre el nivel del suelo y fijé mi completa atención al bosque debajo de mí. ¡Ah! ¿Qué más relajante que el tapiz de verdosos pinos, bajo el cielo gris de la tormenta? No podía quejarme. En realidad, nunca me ha molestado lo referente al pilotear. Por el contrario, siempre ha resultado más apacible que cualquier otra clase a la que tuviese que acudir. Únicamente lo que se me encomienda en ello (la búsqueda y atrape de opositores) es lo que me disgusta y agota de tener que realizar misiones. Pero es lo que hace a cambio de una gratuita y completa educación de cuatro años, así que... uno debe hacer su parte, ¿no?

    En fin, pinos tras árboles y árboles tras pinos se mostraban debajo de mí, como una de las áreas menos ocupadas o frecuentadas por gente a lo largo de las Cinco Montañas, sin señal alguna de algo sospechoso... o de alguien en lo absoluto. Pensé que, si llegasen a haber opositores en estas zonas, Jowen tendría razón y no se atreverían a salir ante el frío clima de las montañas y la posibilidad de lluvia. Además, ¡cuánto había pasado de la última vez que alguno de ellos trató algo serio contra el estado de la Ciudadela! Puede que sea a causa de las frecuentes y rigurosas misiones de vigilancia que se encomienda a nuestro instituto, pero no hemos tenido altercado ninguno con los opositores en más de dos años; y hacía aproximadamente dos meses que no se decía de detención o avistamiento de ellos, por parte de pilotos o exploradores.

    Comencé a considerar que quizá ello significaba que los opositores no tratarían más de hacer algo contra el estado y, en cambio, se dedicarían más a residir en las montañas, ocultos, sin molestar, ni ser molestados. Un vuelo sin tener que atrapar a nadie. Qué agradable sonaba eso, en el momento.

    Una llovizna ligera comenzó a caer unos veinte minutos después de mi partida de los hangares; tardó otros cinco minutos en darse sobre donde me encontraba y unos diez más en aumentar su fuerza. Cuando algunos truenos empezaron a resplandecer sobre el cielo había cubierto ya una décima del total de mi ruta y, como supuse, tuve que tomar refugio en una de las mini bases que se encontraba a un costado de la Quinta Montaña. Como toda mini base, consiste en una pequeña explanada de cuarenta metros cuadrados, suficientes para aterrizar y luego volver a hacer volar una avioneta; así como de un pequeño cuarto hecho de madera y con algo de provisiones alimenticias y médicas para que uno pueda resguardarse mejor y atenderse de alguna herida, de necesitarlo.

    Me limité a ingerir una taza de café y un pan dulce que llevé conmigo, observando la caída de las incontables gotas de lluvia sobre los árboles y el pasto desde el pequeño cuarto de madera; una cortina de agua que apenas permitía vislumbrar la forma de los pinos a menos de veinte metros de distancia y de la mismísima Quinta Montaña, que se alzaba como la segunda de mayor altura en general y que para muchos resulta un enigma en sí. La Quinta Montaña es la menos habitada por parte de colonias, contando sólo con dos y las cuales, se localizan en lo más bajo de sus faldas. Ello no debe resultar en sorpresa, al tratarse de la zona geográfica por la cual, alguna vez durante la guerra, Zolu Votan hiciese su primera presencia de ataque, iniciando su intento de conquista de las Cinco Montañas. Por lo tanto, es una zona a la cual todavía se teme... al menos por parte de los habitantes de la Ciudadela y colonias; los opositores, por el contrario, le han vuelto una de sus principales áreas de residencia (y, por consiguiente, de captura por parte nuestra).

    Terminé mis alimentos y, como la lluvia no disminuía, me dispuse a leer un rato. Suelo llevar algún libro conmigo en cada misión, para distraerme en los ratos libres; y, en la idea de que no podía hacer nada más hasta que la lluvia cesase, me acomodé contra la pared de madera a mi espalda y dediqué mi atención a la lectura. La tormenta al exterior empeoraba y resultaría imposible casi para cualquier persona moverse inteligentemente a través de ella. ¿Cómo iba a pensar lo opuesto? ¿Cómo iba a imaginar lo que estaría por encontrar en tan sólo unos minutos?

    En algún punto durante la lectura, el apacible ambiente atrapó a mi cansancio acumulado y no pude evitar caer en un sueño de dos o tres minutos, interrumpido por el poderoso azotar de un rayo a una distancia tan corta, que hiciese incluso temblar al pequeño cuarto. Me despabiló gran parte del sueño y lo que quedaba, lo quité agitando mi cabeza y moviéndome con cierta prisa, ante la preocupación de que la razón de que el impacto se sintiese con tal fuerza fuese por la caída de tal trueno sobre mi nave. Desde luego que la había protegido con un cobertor de tela y plástico para hacerla menos atractiva a ellos; pero, aun así, fue lo primero en lo que pensé al darse tal caída eléctrica.

    Me asomé a la brevedad y sentí un momento de alivio al ver que no había sido mi nave la que recibiese tal estruendoso impacto de carga eléctrica; aquel rayo debía haber caído contra algo más y eso fue lo que despertó otro tipo de preocupación. Un impacto como ese no se generaba cayendo contra un árbol, ni contra la montaña en sí. Había azotado contra una superficie amplia, pesada y metálica... y si mi nave estaba intacta, significaba que había algo de estas características lo suficientemente cerca como para hacer temblar todo a las redondas; y, sin embargo, no le había visto durante mi vuelo.

    A cada piloto se nos otorga un revólver de seis balas, por protección. Nunca le he usado, pero siempre llevo el mío por dentro de mi chaqueta. Le desenfundé y descendí mi mano armada a un lado de mi pierna derecha, ocultándole, mientras echaba un largo y atento vistazo a los alrededores, buscando por lo que pudiese haber generado ese temblor. La pared de lluvia seguía sin permitir vislumbrar demasiado; pero de entre las sombras de los árboles y la montaña, fue posible distinguir el desprender de una delgada nube de humo extendiéndose por mi derecha, cuesta abajo, hacia una zona por la cual no había sobrevolado.  Lo que fuese víctima de aquel trueno se hallaba ahí; y, pese a las condiciones, no titubeé en salir de mi pequeño refugio, armado y alerta. De cualquier forma, si había alguien a las redondas, estaría igualmente informado de mi presencia y, de quedarme en el refugio, podía llegar fácilmente a mí, de así quererlo.

    Rodeé el pequeño cuarto de madera y me adentré al bosque, ocultándome detrás de árboles y altas plantas. Mi mirada no dejaba de recorrer un lado a otro de lo que se hallaba a mi alrededor y, con el mayor sigilo posible, fui descendiendo por el bosque. El suelo enlodado resultaba difícil de recorrer, pero me las arreglaba procurando pasar por donde hubiese gruesas raíces o bien, por donde el suelo no estuviese tan inclinado.

    La lluvia comenzó a disminuir su intensidad luego de algunos minutos, cuando ya estaba próximo hacia lo impactado por el rayo y que desprendía una nube de humo que casi llegaba a extinguirse por completo.

    Me detuve a unos tres o cuatro metros, pegándome al hueco de un frondoso pino. La lluvia parecía cerca de concluir y el panorama alrededor se volvió más claro; eché un vistazo a un lado y otro al exterior de mi escondite. No había señal de nadie, pero esto bien podía ser una trampa. Alcé mi brazo armado al momento en que salí y avancé a pasos veloces, sin dejar de vigilar todo a mi alrededor... y sin que pareciese haber alguien.

    Me aproximé y llegué hasta la cuesta donde lo que humeaba se encontraba. No fue difícil resolver por qué no le había visto. Por un lado, era una zona que se hallaba doscientos metros delante de donde alcancé a sobrevolar y que, con la lluvia, resultaba más difícil distinguir; y, por el otro, la zona en cuestión tampoco resultaría destacable desde lo alto, puesto que no se trataba de un claro del bosque. El punto en cuestión era una quebrada que se hundía aproximadamente dos metros, del tipo que podría pensarse como el inicio de una cueva y varios árboles le cubrían desde lo alto; pero ¿qué era lo que estaba ahí? Yo mismo aún no logro descifrarlo por completo.

    Ahí, en esa zona remota y supuestamente inhabitada de los bosques de la montaña, había (o hay, más bien) un conjunto de objetos metálicos que parecen formar antiguas maquinaria, cuya ubicación y organización serían similares a los de una vieja fábrica... Digo parecen porque ninguno de los seis objetos que ahí se localizan, están completos o, cuando menos, no tienen las formas de maquinarias de construcción ordinarias. Más que nada, son bases cuadradas o circulares, con marcas de tuberías o engranajes en su interior que bien podrían servir para un sistema hidráulico... o algo por el estilo. No soy mecánico, así que no sé mucho al respecto. Pero todo lo que puedo decir que logré distinguir, es que se tratan de, posiblemente, viejas bases de máquinas de algún tipo de construcción...

    Una de estas, que en su parte superior tenía una punta hecha de tubos similares a los que usan las hogueras de pan para soltar su humo, había sido la impactada por el trueno; y como parte de su construcción empleaba madera, esta se quemó con el impacto y desprendió el humo que seguí.

    Así que pude pensar que ello se trataba de un viejo campamento o quizá, un área de construcción... Algunas ruinas, quizá de la época de Zolu Votan... Aunque de haber sido este el caso, seguramente se habrían desmantelado por completo e, igualmente, no se tenía registro de que haya llegado a tal altura de la montaña. Durante la guerra, las fuerzas de Votan, constituyentes en grandes y poderosas maquinarias, se habían movido a través de las zonas bajas de las montañas, en suelos más estables y menos inclinados, dado el gran peso de sus construcciones. Pero el campamento o lo que sea, no parece más viejo a la época de la guerra como para tratarse de algo de antes de esta; y, además, algo me dice que no hace mucho que ha sido usado. Si bien sus componentes son antiguos, no están lo suficientemente llenos de moho o cubiertos de plantas como lo estarían de llevar algunos años situados ahí y en desuso... Y de una u otra forma, es algo peculiar de encontrar a esa altura de la montaña. ¿Qué harían un montón de bases de maquinarias, perdidas en el bosque? ¿Podría alguien estarlas usando? ¿Estaría alguien construyendo un tipo de fábrica mecánica oculta entre los árboles del bosque? La idea resultaba poco probable, pero la duda al respecto no disminuía una curiosidad propia de la sospecha y alarma.

    Caminé por la zona, buscando por algún indicio de que hubiese alguien cerca. La lluvia habría cambiado gran parte de la forma de la tierra, pero aun así hay formas de encontrar y seguir rastros. Quizá algunas plantas creciendo en dirección opuesta a la debida, o alguna arañada o rasgadura hecha en cortezas de árboles.

    Pasé casi una hora en esto y no localicé nada, por lo que me dispuse a continuar sobrevolando el área, aunque ahora con un verdadero interés en distinguir cualquier cosa que pudiera relacionarse con esas ruinas de maquinarias del bosque. Sobrevolé primero por la zona en la que los objetos se encuentran; con mucha inclinación de la nave y detenimiento, alcancé a distinguir sus siluetas entre los árboles.

    Me dirigí a zonas más altas de la montaña, con mi nave siempre inclinada a la derecha y descendí por sus faldas una y otra vez, pero nada aparte del bosque podía observarse. Realicé esto por casi tres horas, hasta cuando el combustible empezó a gastarse, dejándome sólo lo suficiente para volver a los hangares. Así lo hice; y continué pensando en la poca probabilidad que había de que alguien estuviese construyendo algo en esa área... pero sin que ello me convenciera. Resultaba en verdad particular que haya un conjunto de objetos como esos, perdidos en el bosque... Y aunque me abstuve de presentar teorías en mi reporte, puesto que no tengo ninguna lo suficientemente lógica, sí he hecho el énfasis en que se envíe un equipo terrestre a investigar mejor el asunto.

    De vuelta a los hangares, comenté a Jowen lo que había encontrado y concordó en lo inusual del asunto. La imperturbable expresión que siempre le acompaña, se convirtió en una no de alarma, pero sí de cierta seriedad y curiosidad. Se frotó los bigotes con los dedos y recomendó que registrase todo cuanto pudiese sobre el tema.

    ─Lo haré, digo, en el reporte... ─respondí, pero me interrumpió.

    ─No, aparte de tu usual reporte ─dijo─. Conozco cómo funciona el proceso de revisión de reportes... y no siempre es el más eficaz. ¡Vaya ironía que presionan a investigar con la mayor dedicación posible en nuestras misiones y, sin embargo, se tardan algunos días, si no es que semanas, en dar atención a un reporte! Más les interesa que lleves algún opositor detenido o prueba física de algo inusual... pero no prestan atención a lo que se les explica por escrito.

    ─¿Has dado acaso con algo similar a esto? ─pregunté.

    ─No ─respondió Jowen─ y es precisamente por eso que te sugiero que lo registres a forma personal... y lo tengas contigo si algo más de tal inusual naturaleza sucede.

    ─De acuerdo ─dije, tomando una taza de café.

    Nos hallábamos en la cafetería de los hangares.

    ─Pero ─seguí, con cierta intriga─, ¿crees que esto pueda ser algo más?

    Jowen hizo una pausa contemplativa, con una expresión más seria que cualquiera le hubiese visto antes.

    ─Lo dudo ─exclamó, pero de forma en que pareciese tratando de calmar no sólo a mi alteración, sino a una propia─. Digo, básicamente sólo encontraste unas piezas de chatarra perdidas en el bosque ─dijo, regresándole su usual sonrisa imperturbable por un momento, pero luego mirándome a los ojos, con la misma seriedad de antes─. Pero... no estaría de más tener un registro de esto, Riho... sólo por si acaso.

    ─Sólo por si acaso... ─respondí, igualmente contemplativo.

    Al día siguiente de todo esto realicé mi reporte. Me tomó todo el día el tratar explicar adecuadamente cada detalle, en especial al describir los objetos y en hacer un adecuado énfasis en que se les investigue cuanto antes... Y el día de hoy le he entregado, poco antes de tomar el camión al Instituto Dunson. Le he metido en un sobre, como siempre he hecho con cada otro reporte y le he enviado al Ayuntamiento, donde las autoridades correspondientes le revisarán, como ellas han hecho con cada otro reporte... Pero si lo que vi, si lo que hallé, ha sido un motivo de alarma justificado, entonces este reporte no será como cualquier otro.

    *****

    Llego ahora al Instituto Dunson. Su poderosa e intimidante figura se muestra por sobre el tren que nos ha traído de la cuarta montaña, en un viaje de casi cuatro horas a través del bosque. Es casi el mediodía... y hoy será el típico día de recibimiento y llegada de los estudiantes al Instituto... en mi caso, por última vez. Supongo que quienes han sido mis compañeros hasta ahora estarán emocionados de esto en alguna medida; y quizá yo lo estaría, de no ser por lo pensativo y tenso que me ha dejado esta reciente misión.

    De una u otra forma, no dejaré de hacer caso al consejo de Jowen y llevaré un registro escrito a mano, de cualquier otro elemento o situación sospechosa, inusual o destacable durante las próximas semanas... Sólo por si acaso.

    2

    De Vuelta en el Instituto

    27 de Enero ‘68

    Ha sido un interesante inicio de semestre. Han pasado dos semanas de mi misión y no he recibido aún respuesta o notificación alguna sobre mi último reporte, pero considerando lo dicho por Jowen, esto no me sorprende. Por otro lado, tampoco se han registrado situaciones fuera de lo común en la Ciudadela, ni en las montañas que pudiesen relacionarse a lo que encontré, por lo que quiero creer que todo ello no ha sido el motivo de alarma que pensé que era (aunque sigue generando consternación entre quien lo comento).

    Puedo decir que mi preocupación ha ido reduciéndose poco a poco desde mi último registro, pero esto bien puede deberse al retome de actividades escolares. Como siempre, esto me ha tenido, de la misma forma en que a todo otro alumno, lo suficientemente ocupado como para distraerse por otras cuestiones. Sin embargo, no en menos de una noche me ha privado de dormir bien, ni en menos de una clase me ha tenido fuera de la concentración debida; especialmente en los primeros días de cursos, se ha advertido de una actitud apartada y distraída por parte mía.

    Por otro lado, no puedo negar que un par de cosas inusuales han ocurrido aquí en el Instituto durante estos primeros días; y aunque no parecen guardar relación con lo de mi misión, es preferible tomar registro de ellas también. Recapitularé entonces lo destacable del inicio de cursos y algunas otras reacciones sobre lo que vi.

    Durante el primer día, mientras todos se movían con velocidad a sus áreas de estancia y dedicaban el resto de la jornada a acomodarse y a asuntos de camaradería, reuniéndose con emoción con amistades suyas, yo me movía a través de la turba a paso lento y solitario. Mi mirada se perdía mayormente en el vacío, sólo enfocándose en las direccionales al interior del edificio de residencia que llevasen a mi área correspondiente. Desde el semestre anterior, ésta se encuentra en el último piso y puesto que, a diferencia de otros, no cargo conmigo tanto equipaje, sino que únicamente una mochila y una maleta de mano, no pude hacer uso del elevador, teniendo que subir por las escaleras piso por piso. No fue tanto problema; y aun cuando seguía mayormente metido en mis pensamientos, no pude ignorar ese inherente cambio de atmósfera social que sucede al subir nivel a nivel.

    Como la planta baja está dedicada a los nuevos estudiantes, puede verse a lo largo de esta a los recién llegados, cuyas miradas y actitudes perdidas crean un ambiente silencioso de figuras desconocidas entre sí y que sólo pueden hacer conjeturas de quienes son los demás. Entonces está el segundo nivel, donde los estudiantes de tercero y cuarto semestre, más confiados de sí mismos, parecen ignorar al resto de sus compañeros del Instituto y sólo conversan y bromean entre sí; algunos incluso pelean en juego. ¡Ah, la estupidez de la juventud! Es curioso cómo uno pasa de ser un desinteresado individuo que sólo busca distraerse y divertirse, a convertirse en una figura contemplativa de sus propias acciones y del entorno que le rodea... lo cual no es el caso, ni por asomo, de quinto y sexto semestre, quienes, por el contrario, son aún más ruidosos y arrogantes que los que habitan en el nivel inferior, pero de alguna forma conversando y bromeando sobre temas más serios. Presumen y ejercen presión unos sobre otros, diciendo quién va a hacer qué cuando salgan del Instituto; se jactan por sus logros hasta el momento... de ser quienes se volverán figuras clave en el orden y manejo de la Ciudadela. A todos les interesa estar en esta. A mí no.

    Así pues, se llega al cuarto y último nivel, donde casi por arte de magia, el bullicio, estupidez y desinterés de los pisos debajo desaparecen en una atmósfera silenciosa, no tímida e insegura como en el primer nivel, pero sí contemplativa y quizá, demasiado agotada para su propia edad. Claro, aún somos estúpidos y no rechazamos la oportunidad de distraernos de bromear y/o jugar, pero con un límite que proviene de una mejor comprensión del entorno que nos rodea y en el cual, estamos más próximos a ser piezas de su funcionamiento. Sí es curioso y quizá, lamentable, cómo dispensamos de un entusiasmo por el mundo cuando comenzamos a formar parte de él.

    Diversas figuras conocidas se presentaron a lo largo del cuarto nivel; algunas reunidas y conversando entre sí, otras aisladas y disfrutando de algún cigarro o lectura, o dedicándose al reacomodo de las pertenencias que llevase en su nueva área de estancia. Quienes han llegado de sexto, son quienes más conversan y hacen ruido todavía, aún incautos del porqué el resto de nosotros es mayormente silencioso y menormente sociable.

    En mi caso, siempre he sido un apartado. Aún desde los inicios, aún desde antes de entrar al Instituto, he sido alguien que suele andar por su cuenta, aunque tampoco podría negar mi parte en las épocas de camaradería y bromas de los semestres pasados.

    Pero siempre he sido alguien que no pertenece o encaja a los grupos mayores, no por exclusión de estos, sino por mi desinterés en el tema. No soy alguien sociable. Puede deberse a que crecí y provengo de una colonia que no cuenta con gran populación de habitantes y que se dedica principalmente a la agricultura – aunque ni siquiera ahí me he sentido parte perteneciente a mi entorno. Quizá no pertenezco a ningún lugar. Soy un hombre de ningún lugar.

    Llegué a mi cuarto. Se localiza ahora a ocho puertas a la derecha de las escaleras principales. Quien nos encomendó las habitaciones a la entrada nos dio un mapa para que les ubicásemos más fácilmente, aunque creo que, pasando del tercer semestre, esto ya no es tan necesario y pude llegar al mío sin tener que buscarle. Cuenta con dos literas, ubicadas en paredes opuestas; una a la derecha y otra a la izquierda de la entrada.

    Para cuando entré, sólo la parte inferior de litera a la izquierda había sido ocupada. En ella, había un joven fornido y de grueso bigote negro, al que acompañaban un par de cejas tan negras y destacables como el bigote, y que denotaban (o cuando, eso parecía) una actitud calmada y confiada de sí. Su rostro me pareció conocido, lo cual adjudiqué a los casi cuatro años de estancia en el mismo lugar, aunque podía decir que desconocía más sobre este compañero. Le saludé con un movimiento de cabeza y me respondió de igual forma, hallándose en organización de sus cosas. Como yo, llevaba nada más una mochila y un equipaje de mano, aunque le acompañaba el estuche de una guitarra, misma que acomodó muy cuidadosamente en la esquina que su litera formaba contra la pared. Quien fuese este individuo, era organizado; no tenía mucho de haber llegado antes que yo y, en lo que consumió un cigarro que prendió al momento en que yo ingresaba al cuarto, había terminado de ubicar sus cosas.

    Yo, por mi parte, apenas llegué a desempacar la ropa de mi maleta de mano y acomodarla sobre mi cama en este rato. Al haber tomado registro de mi misión en esta libreta, seguía pensando más en eso que en ubicarme adecuadamente, cuando alguien golpeó a la puerta. Naturalmente, pensé que se trataba de una visita a mi compañero sin nombre (o, más bien, me desinteresaba de quién se podría tratar), pero la familiar voz masculina del visitante se dirigió hacia mí.

    ─Des, el sabueso ─dijo, con tono bromista─. Vaya, hasta que llegas...

    Volteé y encontré al momento a mi más viejo amigo en el Instituto – Hetno Kuin. No me sorprendía hallarle. Hetno, quien es un poco menor de estatura, aunque más fornido que yo, siempre ha sido de los primeros en llegar semestre a semestre. Esto se debe a que proviene de una zona más próxima al Instituto – la frontera entre la Primera y Segunda Montaña. Vestía de forma presentable, con un traje gris y el cabello bien peinado hacia atrás. Nunca ha sido de dejarse la barba, puesto que considera que esto es contrario a la imagen galante que supone tener. No negaré que ha sido con quien más mujeres ha estado.

    ─Hetno... ─le saludé con un apretón de manos y un abrazo─. Bueno verte.

    ─¿Qué tal, sabueso? ─continuó─. ¿Qué dicen las vacaciones y las muchachas de las montañas? ¿Impresionadas por tu experiencia en manejo de naves?

    ─Eso es sutil ─reí─. Pues... vaya vacaciones... ─seguía pensando en la misión.

    ─¡Ja! Ya lo imagino ─continuó Hetno─. Ven, luego arreglas tus cosas, vamos a recorrer el lugar como vagabundos e intercambiar historias...

    ─Pero ni siquiera he terminado de desempacar... ─protesté.

    ─Tienes la noche para eso, vamos ─siguió.

    Sin poder discutirle, me propuse a seguirle, cuando la voz del compañero sin nombre nos detuvo un momento.

    ─¿Sabueso? ─preguntó, con curiosidad─. ¿Eres Deshaund Riho?

    ─¿Quién más, si no yo? ─respondí, con falsa arrogancia y una inclinación.

    ─Sí, ¿quién más si no él? ─agregó Hetno, quien suele hacernos promoción.

    ─¿Tú eres el mejor piloto del Instituto actualmente? ─preguntó el compañero.

    ─Eso dicen ─continué con la misma actitud.

    ─¿Y quién eres tú, compañero? ─preguntó Hetno, curioso─. Estoy seguro de que también sabes de mí, ¿no? Hetno Kuin.

    ─Claro ─dijo el compañero─. Eres quien lleva aquí un semestre más del que debiese ─exclamó con cierta burla.

    De alguna forma, Hetno había reprobado el primer semestre... Principalmente por escapar de clases en citas en el bosque. No pude evitar una sonrisa con el comentario. Menos mal que Hetno nunca ha tomado a mal esa parte de sí; por el contrario, le enorgullece.

    ─Oh, sí, sí ─dijo─. Soy yo... Es bueno que se me reconozca, aunque sea por eso.

    ─Reconocimiento es reconocimiento, ¿no? ─contesté.

    ─Claro ─siguió y se volteó de nuevo al compañero, con intención de preguntarle nuevamente su identidad. Pero no fue necesario.

    ─Rog Thorney ─se presentó, extendiéndonos su mano.

    El apellido hizo eco en nuestros pensamientos.

    ─Thorney ─exclamó Hetno, pensativo.

    ─¿Eres...? ─seguí yo.

    ─¿Familiar del jefe de policía? ─repuso Thorney─. Sí, lo soy. Soy su hijo.

    Driber Thorney es el jefe de policía en la Ciudadela de las Cinco Montañas. Mientras que no ejerce su poder directamente en las Colonias, forma parte del Comité que rige las principales decisiones de la región. Con razón me resultaba conocido... Hay cierta semejanza física a su padre ante quien, en algunas ocasiones, he entregado opositores; y era quizá por esta misma cuestión, que reconoció mi nombre.

    ─Oh, sí... ─exclamó Hetno─. Su hijo...

    ─Así es ─dijo Thorney─. Pero no dejen que eso les dé una mala impresión de quien soy ─bromeó─. Tengo mucho de qué valerme, por mi cuenta.

    ─Seguro que sí ─dije, en cordialidad─. Pues mucho gusto, Thorney... Pero no eres piloto, ¿o sí?

    ─No, soy explorador de campo ─respondió─. Treintaiún opositores y contando.

    ─Pues no está mal ─continuó Hetno─. Pero yo llevo cuarenta y sabueso aún más.

    ─Bueno, ustedes son pilotos ─dijo Thorney─. Cubren más distancia que nosotros y eso se los hace más fácil. Pero no compitamos ─sonrió confiado─ y sólo esperemos poder colaborar en algún momento.

    ─Por supuesto ─respondí.

    A causa de modales, pregunté por su padre y familia.

    ─Están bien ─dijo─. La verdad es que, quien reside en la Ciudadela, no tiene mucho de qué quejarse; y ha sido una época calmada. Creo que volver aquí es lo más interesante que ha ocurrido en algunos meses... Y ahora cerca de graduarnos, un poco de calma no queda mal.

    ─En efecto ─respondí─ y esperemos que eso siga así...

    Thorney me dedicó una mínima intriga en su mirada, antes de parecer conceder mi comentario a algo irrelevante y responder con una sonrisa confiada y un asentar de la cabeza que nos despedía a continuar con la caminata propuesta por Hetno.

    Y eso hicimos; mientras Hetno me narraba algunas situaciones cuya certeza es dudosa (tiende a exagerar algunas cuestiones), recorrimos lo largo del cuarto nivel, observando, por un lado, las mejoras que se habían hecho al edificio durante las vacaciones y, por el otro, a nuevos estudiantes. Semestre a semestre, Hetno había insistido en esta actividad, gustando especialmente de conocer nuevas estudiantes femeninas, quienes son realmente el principal de sus dos únicos intereses – el segundo es la aviación.

    Le conocí durante mi ingreso; para entonces, Hetno repetía su primer semestre y, sin embargo, no parecía preocuparle o interesarle esto en lo absoluto. No fue hasta que empezamos a manejar naves aéreas que empezó a prestar más atención a clases; y para aquella época nos habíamos vuelto ya buenas amistades. Esto se debía más que nada a que, como yo, no es una persona de agrupaciones; es mayormente un individuo solitario que interactúa mayormente con compañeras de cualquier grado con interés de seducirles; y fue por este mismo motivo que nos conocimos. En mi primera semana en el Instituto, desconociendo a todos mis compañeros de clases, conversaba únicamente con una joven pelirroja proveniente de mi colonia, que llevaba ahí un semestre más que yo, y Hetno, interesado en ella como casi todo otro hombre que la conocía, llamó por mí, hallándose sentado en las escaleras del primer nivel, sólo para saber el nombre de la pelirroja y sus intereses. Pero Madley, la pelirroja, nunca ha sido una mujer fácil de impresionar y, a causa de lo mismo, el resultado con Hetno, cuyos intentos siempre han sido... bueno... no muy sutiles... no fue favorable. Le sacó una larga carcajada a la pelirroja y una respuesta sarcástica; y pese a ser ambos mis principales amistades en el Instituto, nunca se ha dado una ocasión o experiencia en la cual participasen los dos juntos.

    Indagaré en Madley más adelante, si la ocasión lo amerita; sin duda hay un par de experiencias dignas de destacar en esta nostalgia que comienza a contagiárseme a causa de nuestro último semestre... ¿Es acaso esta última etapa académica, la última en la que permaneceremos fieles a nuestra naturaleza juvenil, quizá algo estúpida, pero libre del estrés propio de los compromisos para con este mundo, tan siempre en guardia de sus intereses? Ah... la sola idea es ya contrario a motivante.

    Mejor me concentro en registrar lo importante y evito desviarme en la nostalgia. Dudo que a quien vaya a entregar estas anotaciones le interesen tales cuestiones.

    Luego de recorrer el cuarto nivel con Hetno por casi media hora y ver el lento llenar de sus habitaciones, nos detuvimos y recargamos sobre los barandales, echando un vistazo a la planta baja, desde donde se podía ver el llegar y dividir de más compañeros.

    ─Mira a todos esos novatos ─rio Hetno─. ¿Recuerdas cuando entramos y no sabíamos nada? ¡Ah, qué épocas! Tan jóvenes...

    ─Tú ya estabas cuando yo entré ─respondí─ y no tengo idea de cómo debiste ser en tus inicios... Seguro fue hilarante, pero es sólo una suposición.

    ─No tan hilarante como tú acudiendo sólo a la esa pelirroja cuyo nombre ni quiero decir, durante los primeros meses ─contestó─. Si no hubiese sido por mí, ¿quién sabe cómo te habrías adaptado a este lugar?

    ─Nunca lo he hecho ─respondí.

    ─No necesitas decírmelo ─continuó Hetno y se mofó de varios nuevos estudiantes.

    Pero, aunque los comentarios de Hetno, si bien algo insultantes en ocasiones, suelen ser divertidos, no pude seguirle en esta ocasión. Mi mente volvía a mi misión; y mi amigo no tardó en percatarse del mayor grado de seriedad y distracción por parte mía.

    ─¿Y a ti qué te pasa? ─preguntó─. No me has contado nada de tus experiencias estas vacaciones... Ni siquiera sé si prestaste atención a las mías.

    ─No más de la que suelo prestar... ─dije─, aunque no por los motivos de siempre.

    ─¿Entonces? ─siguió─. ¿Qué traes, sabueso? ¿Necesitas ayuda con alguna chica? Porque yo...

    ─Vi algo durante mi última mi misión... algo inusual ─dije.

    ─¿Algo? ─cuestionó─. ¿Cómo qué? ¿Qué fue?

    ─Ese es el problema ─continué─. Ni siquiera sé bien qué fue... o qué es. Pero he solicitado que se envíe un equipo de terreno a investigar.

    ─¿En verdad? ─preguntó Hetno─. Pues... ¿cómo que fue o qué?

    Conté a Hetno sobre las bases maquinarias, casi con tanto detalle como hice en mi registro y su reacción, nunca carente de humor, le mostró más indignado de lo que le haya visto antes.

    ─Pues qué cosas encuentras, sabueso desgraciado ─exclamó. Reí.

    ─¿Crees que sea... algo? ─pregunté.

    ─Pues... supongo... ¿qué va a estar haciendo algo así ahí?

    ─Exacto ─dije─. Ahora falta que hagan caso y envíen a un equipo de exploración.

    ─Dile a tu nuevo amigo Thorney ─sugirió, pero negué con la cabeza─. ¿Qué? Es de exploración de terrenos. Que vaya a investigar, a ver si así nos alcanza en nuestro récord de opositores capturados... y luego le volvemos a ganar, porque somos pilotos. Somos mejores.

    ─Prefiero mantener esto limitado entre pocas personas ─dije─. Por ahora, no es nada. Pero estoy llevando un registro

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