Tom Sawyer detective
Por Mark Twain
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Mark Twain
Mark Twain (1835-1910) was an American humorist, novelist, and lecturer. Born Samuel Langhorne Clemens, he was raised in Hannibal, Missouri, a setting which would serve as inspiration for some of his most famous works. After an apprenticeship at a local printer’s shop, he worked as a typesetter and contributor for a newspaper run by his brother Orion. Before embarking on a career as a professional writer, Twain spent time as a riverboat pilot on the Mississippi and as a miner in Nevada. In 1865, inspired by a story he heard at Angels Camp, California, he published “The Celebrated Jumping Frog of Calaveras County,” earning him international acclaim for his abundant wit and mastery of American English. He spent the next decade publishing works of travel literature, satirical stories and essays, and his first novel, The Gilded Age: A Tale of Today (1873). In 1876, he published The Adventures of Tom Sawyer, a novel about a mischievous young boy growing up on the banks of the Mississippi River. In 1884 he released a direct sequel, The Adventures of Huckleberry Finn, which follows one of Tom’s friends on an epic adventure through the heart of the American South. Addressing themes of race, class, history, and politics, Twain captures the joys and sorrows of boyhood while exposing and condemning American racism. Despite his immense success as a writer and popular lecturer, Twain struggled with debt and bankruptcy toward the end of his life, but managed to repay his creditors in full by the time of his passing at age 74. Curiously, Twain’s birth and death coincided with the appearance of Halley’s Comet, a fitting tribute to a visionary writer whose steady sense of morality survived some of the darkest periods of American history.
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Tom Sawyer detective - Mark Twain
detective
CAPÍTULO I
Una invitación para Tom y Huck
Lo que sigue sucedió durante la primavera siguiente, después de que Tom Sawyer y yo liberáramos al esclavo negro Jim, quien, tras haber huido, estaba encadenado en la finca de Silas, el tío de Tom, en Arkansas. El hielo se derretía; el período en que uno podía andar descalzo estaba cada vez más próximo. Luego, llegaría la época de las canicas; más tarde, el boliche, la peonza, los aros y las cometas… Y, después, vendría el verano y podríamos ir a nadar. No hay chico que no se entristezca al mirar hacia delante y calcular cuánto tiempo falta todavía para que llegue el verano. Sí, a uno le da por suspirar y ponerse melancólico, sin saber muy bien el porqué. Uno se vuelve pensativo y solitario; se aficiona a visitar algún rincón desolado, en lo alto de algún monte o en la linde de algún bosque, un lugar desde el que se pueda contemplar cómo el gran Misisipí se extiende durante kilómetros y kilómetros, y viaja hasta allí donde los bosques se ven distantes y borrosos; allí, todo parece tan lejano, quieto y solemne, que uno pensaría que todos los seres queridos han pasado a mejor vida y uno casi desea morirse, para acabar de una vez.
¿Sabéis a lo que me refiero? Es la fiebre de la primavera. Así se llama. Cuando se padece, uno no sabe bien qué es lo que quiere y, sin embargo, el corazón duele de tanto anhelo. Uno querría marcharse, irse lejos de las cosas viejas y aburridas que se ven todos los días y de las cuales uno ya está harto. Ésa es la idea. A uno le gustaría convertirse en vagabundo y recorrer países extraños, donde todo es misterioso y romántico. Como eso no se puede hacer, uno se contentaría con bastante menos: con irse a cualquier parte, uno se daría por satisfecho.
Bueno, pues Tom Sawyer y yo padecíamos la fiebre de la primavera. Con todo, no había que pensar en que Tom se marchara, porque, como él mismo decía, tía Polly jamás le permitiría faltar a la escuela, y andar vagabundeando y perdiendo el tiempo como durante el verano; la verdad era que nos sentíamos bastante desgraciados. Un día que estábamos sentados en los escalones, charlando de estas cosas, tía Polly salió de casa, con una carta en la mano.
—Tom —dijo—. Me temo que tendrás que hacer la maleta y salir hacia Arkansas. Tía Sally te reclama.
Loco de alegría, esperé que Tom saltara al cuello de su tía, para ahogarla con besos y abrazos. Pero, por increíble que parezca, él continuó sentado como un pasmarote, sin decir nada. Me dio mucha rabia verle así, portándose como un estúpido, ante esa oportunidad inmejorable recién caída del cielo. Era una ocasión que, ¿quién sabía?, a lo mejor se iría al garete, si él no mostraba el debido entusiasmo. Él seguía sentado, con aire pensativo. No sabía qué hacer. Finalmente, Tom respondió con un tono tan calmo, que me dieron ganas de matarle:
—Lo siento, tía Polly, pero creo que me tendrás que excusar por el momento.
Tía Polly se quedó tan extrañada y furiosa ante esa fría impertinencia que, durante medio minuto, fue incapaz de articular palabra, momento que aproveché para darle un codazo a Tom y murmurar:
—¿Te has vuelto loco? ¿Cómo puedes rechazar una oportunidad tan estupenda?
Sin perder la calma, me respondió en voz baja:
—Huck Finn, lo mejor es que ella no se dé cuenta de las ganas que tengo de marcharme. De esa manera, no tendrá dudas ni empezará a imaginar peligros y enfermedades, antes de volverse atrás. Tú déjame hacer, que yo ya sé cómo manejarla.
Éste era un punto en el que yo no había pensado. Tom Sawyer siempre tenía razón. La suya era la cabeza más equilibrada que haya conocido; siempre estaba en guardia y preparada para afrontar cualquier eventualidad. Recobrada de su sorpresa, tía Polly respondió:
—¡Excusarte! ¡En la vida he oído cosa igual! ¿Cómo te atreves a hablarme así? Ve ahora mismo a hacer el equipaje; si vuelves a hablarme de excusas, yo misma me encargaré de excusarte a ti… ¡a garrotazo limpio!
Tía Sally le soltó una buena colleja con el dedal. Mientras enfilábamos la escalera, Tom siguió quejándose en voz baja. Al llegar a su cuarto, me abrazó, loco de alegría, ante la perspectiva del viaje.
—Antes de que nos pongamos en camino, ya se habrá arrepentido de su decisión. Pero ya no habrá vuelta de hoja. Después de lo que me ha dicho, su amor propio no le permitirá volverse atrás.
Tom preparó todas sus cosas en diez minutos, todas excepto aquéllas que tenían que ser preparadas por Mary y su tía. A continuación, aguardamos otros diez minutos, para que a ésta se le pasara el enfado. Según Tom, tía Polly necesitaba diez minutos para recuperar el buen humor, cuando el enfado era pequeño; y veinte, cuando el enojo era importante, como sucedía ahora. Por fin, bajamos, muertos de curiosidad por conocer el contenido de la carta.
Tía Polly estaba sentada en una butaca marrón, con la carta sobre el regazo. Al acomodarnos junto a ella, declaró:
—El caso es que allí andan muy preocupados y piensan que, a lo mejor, Huck y tú les podríais servir de distracción o de consuelo, según sus propias palabras. Es posible que no anden tan desencaminados. Parece que un vecino suyo, un tal Brace Dunlap, lleva tres meses insistiendo en casarse con la pequeña Benny. Cuando, por fin, le han dicho que nada de eso, el tal Dunlap se ha puesto rabioso, cosa que les preocupa. Yo diría que piensan que es preferible estar a buenas con él; para ello, han intentado congraciarse, tomando al hermano a su servicio, quien, por lo visto, no sirve para nada. Lo peor del asunto es que apenas pueden pagarle.
—¿Quiénes son esos Dunlap?
—Una familia que vive a kilómetro y medio de la finca de tío Silas. Por esa zona, los granjeros están separados, aproximadamente, por esa distancia. Brace Dunlap es, con diferencia, el más rico de todos; entre otras cosas, posee un gran número de negros. Es un viudo de treinta y seis años, no tiene hijos y está muy orgulloso de su fortuna. Impertinente en extremo,