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Un beso bajo el muérdago: Romances
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Libro electrónico171 páginas3 horas

Un beso bajo el muérdago: Romances

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Londres, diciembre de 1889 Jacob Lancaster, hijo del marqués de Boyle, no puede dejar de pensar en la única mujer que lo ha cautivado entre todas las damas de Londres y que siempre lo ha tratado como un caballero servicial a quien se le niega cualquier intento de cortejo. Anne Chase, la hija del duque de Greystone era conocida como «la víbora», debido a sus modos altivos y su pérfido carácter. Ahora, Jacob quiere vengarse, pero en la más grande recepción del año antes de las fiestas navideñas, se da cuenta que Anne no es quien aparenta ser. Es muy tarde cuando se da cuenta de haber cometido un error fatal. La humilló y ahora ella lo detestaba. ¿Cómo podrá reconquistarla, y, sobre todo, querrá ella dejarse reconquistar por el hombre que la hirió intencionalmente? Un cuento de Navidad que empieza con un beso bajo el muérdago…

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento5 feb 2019
ISBN9781547569335
Un beso bajo el muérdago: Romances

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    Un beso bajo el muérdago - Simona Liubicich

    Un beso bajo el muérdago

    Simona Liubicich

    ©2015 Simona Liubicich

    http://www.simonaliubicich.blogspot.com

    www.facebook.com/simona.liubicich

    @sliubi twitter

    ––––––––

    Este libro contiene material protegido por copyright y no puede ser copiado, reproducido, transferido, distribuido, prestado, autorizado o transmitido al público, o usado de alguna otra manera con excepción de lo autorizado específicamente por la escritora, bajo los términos y las condiciones a los que se compró o por lo que dicte la ley aplicable.  Cualquier distribución o disfrute no autorizado de este texto así como la alteración de la información electrónica bajo el régimen de los derechos constituye una violación a los derechos de la autora y será sancionado civil y penalmente según lo previsto por la ley 633/1941 y modificaciones sucesivas.

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    PROPIEDAD LITERARIA RESERVADA

    Copyright © 2015 Simona Liubicich

    Portada Romance Cover Graphic Design

    Digitalización ebook Luana Prestinice

    El libro

    Londres, diciembre de 1889

    Jacob Lancaster, hijo del marqués de Boyle, no puede dejar de pensar en la única mujer que lo ha cautivado entre todas las damas de Londres y que siempre lo ha tratado como un caballero servicial a quien se le niega cualquier intento de cortejo.

    Anne Chase, la hija del duque de Greystone era conocida como «la víbora», debido a sus modos altivos y su pérfido carácter.

    Ahora, Jacob quiere vengarse, pero en la más grande recepción del año antes de las fiestas navideñas, se da cuenta que Anne no es quien aparenta ser.

    Es muy tarde cuando se da cuenta de haber cometido un error fatal.  La humilló y ahora ella lo detestaba.

    ¿Cómo podrá reconquistarla, y, sobre todo, querrá ella dejarse reconquistar por el hombre que la hirió intencionalmente?

    Un cuento de Navidad que empieza con un beso bajo el muérdago...

    ––––––––

    La autora

    Simona Liubicich, escritora de origen serbio-croata, vive en Liguria con su esposo e hija en una casa con vista al mar, entre jazmines, limoneros y hortensias.

    Enamorada de la música rock, cuando escribe se deja llevar por los recuerdos y por las emociones que la música le transmite.  A pesar de la pasión por la literatura clásica y contemporánea, la autora realizó estudios en lenguas extranjeras y posteriormente se especializó en enfermería pediátrica y neonatología.

    Para quien se pregunte del porqué de estas elecciones tan diferentes, ella ama responder que es una persona versátil, ecléctica y profundamente curiosa.  Firmó contrato con la editorial Harlequin Mondadori y Harper Collins para Seducción y Venganza, Tentación y Orgullo, Intriga y Pasión, Obsesión color carmesí y La esmeralda de Londres.

    1

    Londres, 23 de diciembre de 1889

    El día previo a la vigilia la ciudad estaba en plena agitación.  Los carruajes, las carrozas taxi y los ómnibus se movían velozmente transportando a personas que, pudiéndoselo permitir, se habían tomado algunos días de vacaciones para pasarlos con sus seres queridos.  En las plazas, vendedores ambulantes vendían árboles para decorar y ponerlos en los salones de las casas señoriales, así como en la sala común de la servidumbre, ya que todos celebraban la Navidad, incluso los pobres.

    Las aceras estaban plagadas por personas y las vitrinas relucían con lámparas eléctricas, lazos rojos y adornos; había quien llevaba guirnaldas, adornos para la casa, otros regalos coloridos y sombrereras.  Los niños, vestidos de fiesta, saltaban entusiasmados detrás de los padres, observando todo con evidente emoción la espera de Santa Claus.  Los villancicos llenaban de atmosfera las calles, mientras que las pantomimas y los cuadros vivientes capturaban la atención de los curiosos pasantes.  La nieve había empezado a caer nuevamente casi por magia porque nadie parecía tener frio.  La Navidad en las ciudades inglesas era vivida como una ocasión especial e importante.  Todo era dejado de lado, incluso la pobreza y la decadencia.  En esos días solo importaba ser feliz.  Nadie era excluido.

    El parque del lujoso palacio de Mayfair brillaba como una estrella, iluminado por centenares de linternas chinas, abetos decorados y estatuas de ángeles y querubines.  El crespúsculo había pasado desde hacìa tiempo y la joven mujer esperaba, aparentemente con calma, en el saloncito.  Llevaba un traje rojo hecho con una tela exquisita, que daba la impresión de haber salido de un cuento de hada.  La tela acentuaba su piel diáfana y sus grandes ojos verdes.  Las mangas eran importantes, bordadas con cintas y perlas, el escote cuadrado y la falda amplia con una extensa cola: seda pura y pesada.  El cabello castaño estaba peinado en una complicada maraña de rizos, detenidos con broches preciosos, que arrojaban un brillo dorado gracias al reflejo del fuego que ardía en la chimenea.  En el cuello, un collar de rubíes y diamantes hacía juego con unos aretes que completaban la maravillosa visión que representaba.  Por otro lado, la opulencia era el símbolo de su familia.  Anne, con la espalda rígida, tamborileaba las uñas bien arregladas sobre la mesita de madera que estaba a su lado, esperando que la llamaran.

    Miró por la ventana y observó cómo caía la nieve; los pequeños copos bajaban lentamente desde el cielo blanqueando aún más el parque.  Sonrió, pero fue rápidamente distraída por un suave golpe en la puerta.  Recobró el aplomo y, cuando la puerta se abrió, la mirada se posó sobre el distinguido hombre que estaba en el umbral.

    —Querida, ¿estás lista?

    —Sí, padre, por supuesto —respondió poniéndose de pie.  Anne sabía que poseía un porte real que enorgullecía al padre.  De hecho, era lo que le habían enseñado desde niña.  Ser absolutamente perfecta. Nunca una vacilación, nunca una imperfección.  No era conveniente.

    —Hija mía, serás la más admirada esta noche.

    —Y usted, padre mío, será el hombre más envidiado.

    Lo vio sonreír.  Le quería mucho.

    Anne había quedado huérfana de madre estando todavía en pañales y, por consiguiente, había crecido rodeada de las mejores niñeras e institutrices del reino. El padre había dispuesto que ella aprendiera los modales de una reina, sabía cómo moverse e inspirar asombro con una sola mirada.

    Tomada del brazo del duque, dejó el estudio, preparándose para la noche.  El baile instituido por su padre el día previo a la vigilia, era seguramente el evento más esperado de diciembre, después del discurso de la reina Victoria.  Toda la nobleza del reino competía por presentarse esa noche con sus mejores atuendos.

    El palacio estaba adornado maravillosamente, inmerso en una atmosfera de encanto navideño.  El centro de la noche, la sala de baile.  El árbol de Navidad era majestuoso, colocado en el centro del gigantesco salón de la planta baja.  Rozaba el alto techo, brillando con los adornos de vidrio soplado de Murano, figuras navideñas provenientes de Alemania, linternas luminosas, bolsitas coloreadas de seda, drapeados y encajes.  Una verdadera joya. El piso de mármol blanco pulido, brillaba y la enorme araña de cristal, adaptada a la electricidad, iluminaba la habitación.  En una esquina, en una plataforma elevada, la orquesta estaba afinando los instrumentos y en la sala contigua, los mejores cocineros de Londres terminaban de preparar la mesa con los majares que deleitarían la estancia de los invitados. En la mesa se exhibían objetos de plata y porcelana con un acabado exquisito, y los camareros se movían rápidamente cargando bandejas llenas de copas de champán.

    Los carruajes pulidos estaban ordenados en fila por toda la calle, esperando llegar hasta la entrada, mientras los valet vestidos de gala ayudaban a los ilustres huéspedes a bajar los escalones.  Trajes suntuosos, relucientes joyas preciosas, telas preciosas y sonrisas se veían a lo largo de la pasarela carmesí que cubría la amplia escalera de ingreso.  Manos enguantadas entregaban la invitación con bordes dorados, a ese evento tan especial, tan exclusivo.  Cruzar el umbral del palacio Greystone era una garantía de importancia, de visibilidad, de poder.  El murmullo en la sala, que se iba llenando cada vez, era de pura incredulidad.  Cada año el duque lograba regalar algo más para impresionar a sus invitados, incluso si la perla más rara continuaba siendo su hermosa hija. 

    Docenas de nobles solteros fueron invitados con la esperanza de poder entrar en el corazón de la que en toda la ciudad era llamada la «víbora».  Tan estupenda como fría, inaccesible.  Odiosa, pero tan rica y elegante, que muchos estarían dispuestos a pasar por alto su carácter.

    La sala estaba llena de invitados, una leve música se escuchaba en el aire y el duque, junto con su hija, recibía a los invitados, como dictaba la etiqueta.  Los hombres nobles observaban fascinados a la joven Anne, su sonrisa con los dientes perfectos y blancos, la piel nívea.  Las mujeres, detrás de los abanicos, susurraban envidiosas.

    —El año pasado, el príncipe de Noruega se había mostrado interesado en la hija del duque, pero algo debió suceder porque no se supo mas nada —murmuró una matrona a la amiga de al lado con aire altanero—, habrá dejado que también se le escapara.  Es una mujer intolerable.

    —Eso es lo que dicen —le respondió—, pero no puede asegurarse.  Es la dama más bella de la corte entera.

    —Será.  A mí me parece demasiado flaca, con ese cuello largo como...

    —Como un cisne —terminó la frase la amiga, fastidiada, mostrando luego una sonrisa y haciendo una reverencia exagerada mientras la noble familia pasaba al lado.

    Anne, en la sala de baile, miró alrededor y dirigió una media sonrisa a los invitados.  Rápidamente, los jóvenes nobles empezaron a acercarse.  Rozó con la mirada las nobles damas presentes en la sala y la pomposidad que ostentaban esa noche: nada en comparación con lo que ella llevaba.  Con aire indiferente, pensó en ese estúpido carnet en la muñeca.  Habría querido romperlo en miles de pedacitos y lanzárselos a todos en la cara.  Bailes, sonrisas y actitudes circunstanciales incluidas, para esos escaladores sociales, enamorados estúpidos como topos.

    «Ni siquiera un hombre decente» pensó mientras estampaba otra sonrisa hipócrita en la cara, la enésima mascara que ponía.  «Escaparía de todo esto, si solo pudiera...»

    Lady Anne, esta noche usted es una visión celestial.  ¿Podré tener el honor de un baile con usted? La navidad no sería lo mismo... —dijo Peter Wesley, hijo del barón de Richwon, tratando de adularla.

    «Sanguijuela

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