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Las parábolas de Jesús de Nazaret
Las parábolas de Jesús de Nazaret
Las parábolas de Jesús de Nazaret
Libro electrónico192 páginas3 horas

Las parábolas de Jesús de Nazaret

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Información de este libro electrónico

Las parábolas que relatan los Evangelios transmiten mensajes fáciles y a la vez profundos. El autor las analiza una por una, con sus raíces y su contexto, y aclara el significado de algunas expresiones que pueden desconcertar a quien no esté familiarizado con el Antiguo Testamento. No se trata, sin embargo, de un estudio académico: las parábolas de Jesús de Nazaret iban destinadas a un público amplio, el de entonces y el de todos los tiempos, y con ese lenguaje deben ser explicadas.

Transmiten a la vez un mensaje de misericordia y exigencia, y recuerdan que la verdadera meta del cristiano no se encuentra en esta vida, sino en la gloria futura. Invitan también a abandonar toda pasividad para alcanzar esa meta, y contienen una advertencia sobre el final que le aguarda a quien no tome en serio su mensaje. En definitiva, muestran el camino para seguir a Jesús de Nazaret.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 mar 2021
ISBN9788432152795
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    Las parábolas de Jesús de Nazaret - Julio de la Vega-Hazas

    JULIO DE LA VEGA-HAZAS

    LAS PARÁBOLAS DE JESÚS DE NAZARET

    EDICIONES RIALP

    MADRID

    © 2021 by JULIO DE LA VEGA-HAZAS

    © 2021 by EDICIONES RIALP, S.A.,

    Manuel Uribe, 13-15, 28033 Madrid

    (www.rialp.com)

    Realización ePub: produccioneditorial.com

    ISBN (versión impresa): 978-84-321-5278-8

    ISBN (versión digital): 978-84-321-5279-5

    No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    ÍNDICE

    PORTADA

    PORTADA INTERIOR

    CRÉDITOS

    INTRODUCCIÓN

    LAS PARÁBOLAS EN EL ANTIGUO ISRAEL

    I. PARÁBOLAS DEL REINO

    1. EL TESORO Y LA PERLA

    2. EL GRANO DE MOSTAZA

    3. LA LEVADURA

    4. LA SEMILLA

    5. LA RED BARREDERA

    6. LOS OBREROS CONTRATADOS

    II. PARÁBOLAS DE LA RESPUESTA A LA LLAMADA

    1. EL SEMBRADOR

    2. LA CASA CONSTRUIDA SOBRE ROCA O SOBRE ARENA

    3. LA CIZAÑA

    4. LOS DOS HIJOS

    5. LOS INVITADOS A LAS BODAS

    III. PARÁBOLAS DEL JUICIO DIVINO

    1. LOS VIÑADORES HOMICIDAS

    2. LOS TALENTOS Y LAS MINAS

    3. LAS DIEZ VÍRGENES

    4. EL RICO EPULÓN Y EL POBRE LÁZARO

    5. LOS DOS DEUDORES

    6. LA HIGUERA ESTÉRIL

    IV. PARÁBOLAS DE LA MISERICORDIA

    1. LA OVEJA Y LA DRACMA PERDIDAS

    2. EL HIJO PRÓDIGO

    V. PARÁBOLAS SOBRE VIRTUDES

    1. EL BUEN SAMARITANO

    2. EL FARISEO Y EL PUBLICANO

    3. EL JUEZ INJUSTO

    4. EL RICO INSENSATO

    5. EL ADMINISTRADOR INFIEL

    AUTOR

    INTRODUCCIÓN

    UNA DE LAS CLAVES FUNDAMENTALES para entender en profundidad el sentido de las parábolas predicadas por Jesús de Nazaret y recogidas en los Evangelios la proporciona Él mismo, precisamente al acabar de exponer y explicar varias de ellas: Por eso, todo escriba instruido en el Reino de los Cielos es como un hombre, padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas (Mt 13, 52).

    Las parábolas mismas, ese modo de enseñar a través de hechos figurados que contienen una enseñanza, pertenecen más bien a lo antiguo. Para los israelitas de la época, ver a un rabino itinerante con fama de sabio predicando con parábolas no suscitaba extrañeza. Quienes piensan que era una novedad absoluta deberían fijarse en las narraciones evangélicas. Allí consta que eran otras cosas las que producían extrañeza o se veían como una novedad. Tal es, por ejemplo, el tono de autoridad con el que enseñaba, distinto al de los escribas. Algo tan sencillo como el Yo os digo causa sensación, pues los maestros de Israel no remiten a una autoridad propia; para ellos la expresión sería la Torah (la Ley) dice… o bien El rabbí X decía…, aunque añadan su interpretación particular.

    En ocasiones, el público, o al menos parte de él, no entiende bien qué se quiere transmitir con una u otra parábola, y los apóstoles mismos le piden que la explique. Pero el hecho mismo de utilizar parábolas no provoca reacción alguna, porque eso era habitual.

    El Señor se adaptó, en lo posible, a las costumbres de la época. Si no comenzó su ministerio público hasta los 30 años era porque así estaba establecido entre los judíos. Nadie podía ser maestro de la Ley antes. Hasta ese momento, tenía que gastar los años aprendiendo, mediante el estudio de la Escritura y la tradición judías, y adscribirse al discipulado de un maestro con la mayor fama posible de sabio. Esto último no podía ocurrir con Jesús, y esta novedad sí que consta que suscitó asombro: «¿De dónde sabe este estas cosas?» (Mc 6, 2). De ahí que, añade el evangelista, «se escandalizaban de Él» (Mc 6, 3).

    Tampoco era una novedad que se rodeara de un grupo de discípulos en estrecha convivencia, y que compartiera con ellos algunas enseñanzas no dirigidas al gran público. Lo innovador aquí pasó inadvertido a la mayoría de la gente, tanto que quizás los propios apóstoles pudieron perderlo de vista, y el Señor tuvo que recordárselo poco antes de la pasión: No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros (Jn 15, 16). En Israel el maestro admitía al discípulo, tras un periodo de prueba comparable al tiempo que los apóstoles acompañaron al Maestro, pero la iniciativa partía del discípulo.

    Cosas antiguas son también, evidentemente, lo que hoy conocemos como Antiguo Testamento. Jesucristo nos trajo la nueva Alianza que sustituía a la antigua, pero en continuidad con ella. Así, por ejemplo, el sacrificio de la nueva alianza —la Eucaristía— fue instituido en el marco de la cena pascual, que recordaba —y en cierto sentido renovaba— la alianza hecha con el pueblo hebreo a través de Moisés. De modo semejante, la enseñanza del Señor incorpora la nueva realidad redentora, pero refleja también la continuidad entre lo antiguo y lo nuevo, y las parábolas no son una excepción. Más o menos, según los casos, contienen resonancias veterotestamentarias, y algunas veces aluden a pasajes concretos de las Escrituras. De ahí que los eruditos —escribas y doctores de la Ley— entendieran mejor su significado que el resto de los oyentes. Aunque no les gustara lo que estaban oyendo.

    ¿Y cuáles son las cosas nuevas? Es muy ilustrativa la cita del judío Neusner que recoge Joseph Ratzinger – Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret: Pone en escena a un supuesto enviado de un rabino para informarse de la ya entonces controvertida doctrina del rabbí de Nazaret, y el informe que hace es tan breve como atinado: «Qué ha dejado fuera (de la Ley)?». «Nada». «¿Qué ha añadido?». «A sí mismo». En efecto, toda la novedad de su predicación se puede resumir así: lo nuevo es Él mismo, su realidad de Dios encarnado y su misión redentora, inseparablemente unida a ella.

    De ahí deriva, en primer lugar, que «les enseñaba como quien tiene potestad, y no como los escribas» (Mt 7, 29), lo que tan admirados tenía a quienes le escuchaban. También el que, además de maestro, se presentara como redentor, como juez, como quien perdona los pecados, como profeta que supera las profecías anteriores. Y, sobre todo, que se presentara como Hijo de Dios, que anunciaba una nueva condición de hijos para quienes le seguían. San Juan lo resume muy bien en el prólogo de su Evangelio: «A cuantos le recibieron les dio la potestad de ser hijos de Dios» (Jn 1, 12). Todo esto tiene un claro reflejo en sus parábolas.

    Por su formación, es bastante lógico que un judío que lea las parábolas de Jesús —como hizo Neusner y han hecho otros— se fije sobre todo en lo antiguo, en su entronque con la tradición judía; mientras que un cristiano se quede más bien con lo nuevo, con lo que pregonan de la persona y doctrina de Jesucristo.

    Pero cuando esta didáctica divina muestra mayor riqueza es precisamente cuando se unen ambas cosas. El Señor mismo lo daba a entender con la imagen ya citada del padre de familia que echa mano de su tesoro. Y es lo que intentaremos hacer aquí, analizando brevemente una por una sus parábolas.

    La maravillosa sencillez de las parábolas las hace asequibles a personas de todos los tiempos y procedencias, incluso sin formación escriturística. Pero la sencillez no está reñida con la precisión. Junto al innegable mensaje que las palabras transmiten por sí mismas, reflejan escenas familiares para sus destinatarios, y recuerdan palabras o escenas recogidas en la Biblia judía. Así, quienes escuchaban entendían mejor o, si tenían formación, captaban un segundo significado dirigido a ellos, perfectamente compatible con el que podríamos denominar significado universal de sus palabras.

    Por eso, intentaremos también aclarar algunos detalles cuyo sentido sea más difícil de entender, al tratarse de otra cultura y de otra época.

    No hay unanimidad sobre qué piezas de la predicación de Jesús entran en la noción de parábola. No toda enseñanza con una imagen es considerada como tal; si lo fuera, su número sería enorme. No es el propósito de esta obra entrar en esa discusión. Por eso se muestran aquí, en 25 capítulos, la mayoría de las consideradas como parábolas. Hemos omitido alguna, por resultar redundante su mensaje. Puede considerarse que no están todas las que son, pero lo cierto es que son todas las que están.

    No se han agrupado por orden cronológico —carecemos de certeza— pero, cuando es posible, se señala si una parábola pertenece a la predicación temprana de Jesús o fue más bien expuesta al final de su vida pública. En más de un caso no es más que una probabilidad o incluso una conjetura, pues en los Evangelios las palabras del Señor no están expuestas en orden cronológico. Se agrupan aquí por temas, dejando un capítulo para aquellas parábolas singulares.

    Por último, se ha añadido un capítulo introductorio sobre las parábolas judías, bíblicas y extrabíblicas. Sirve de ayuda, si el lector así lo desea, para ambientarse en la predicación de Jesús de Nazaret.

    LAS PARÁBOLAS EN EL ANTIGUO ISRAEL

    COMO SE HA DICHO ANTERIORMENTE, la parábola es un género didáctico que no era ajeno al antiguo judaísmo, y en concreto al que se vivía en Palestina en tiempos de Jesús. De hecho, tenía un término propio: mashal. Sin embargo, en el Antiguo Testamento hay muy pocas: solo cinco. Y ninguna de ellas está en los libros de la Ley. (Conviene tener en cuenta que, cuando los judíos se refieren a la Ley, o Torah, están aludiendo a los cinco primeros libros de la Biblia —el Pentateuco—: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio; en los Evangelios se utiliza también el término en el mismo sentido). Esas cinco parábolas están en tres libros: por orden, dos en el segundo libro de Samuel, una en el primer libro de los Reyes y dos en el de Isaías.

    La primera y más conocida tiene como autor al profeta Natán. El rey David había cometido un gran pecado: había adulterado con la esposa de uno de sus más fieles oficiales, Urías, cuando este estaba en la guerra. Y, como no pudo conseguir que Urías se reuniera con su mujer, decidió matarlo. Dispuso que le dejaran desprotegido en el campo de batalla de modo que el enemigo pudiera acabar con él, lo que realmente sucedió. Natán recibe de Dios el encargo de advertir al rey la gravedad de lo que había hecho, y lo hace mediante una parábola, que aquí transcribimos:

    Había dos hombres en una ciudad, el uno rico y el otro pobre. El rico tenía numerosas ovejas y vacas, pero el pobre no tenía más que una sola corderita, que él había comprado y criado, y que había crecido juntamente con él y con sus hijos, comía de su pan, bebía de su vaso y dormía en su seno. La tenía como una hija. Llegó un huésped al hombre rico, y este no quiso tomar de sus vacas o de sus bueyes para servir al viajero que había llegado a él, tomó la oveja del hombre pobre y se la sirvió al hombre que había llegado a él (II Sam 12, 1-4).

    La parábola consiguió su propósito, indignar al rey, y permite al profeta decirle que él era ese hombre.

    David se arrepintió e hizo penitencia por su grave pecado. Natán debió respirar profundamente de alivio, pues se había jugado la cabeza cumpliendo el mandato de Yahvé. Su conducta es un ejemplo para los apóstoles de todos los tiempos. Obedeció el mandato divino, a la vez que buscó el mejor modo de transmitir la reprensión. Y escogió precisamente una parábola. Si le hubiera dicho directamente que era un adúltero y un asesino, posiblemente el rey David habría reaccionado de manera airada.

    La lección quedó clara en Israel: la parábola es un medio idóneo para transmitir enseñanzas morales, mucho más eficaz que la pura acusación. Al ser, figuradamente, una historia ajena, entraba con más facilidad en los corazones de los oyentes, que al poco se daban cuenta —de un modo u otro— que también iba referida a ellos.

    La segunda parábola debe muy probablemente su existencia al éxito de la primera. También se refiere al rey David, aunque de otro modo. Uno de sus hijos, Absalom, había hecho asesinar a su medio hermano Amnón. Y, para prevenir el castigo real, había huido fuera de Israel. Joab, el general al mando del ejército del rey, busca el perdón del rey, y recurre para ello a una mujer. Esta se disfraza de doliente y enlutada viuda, y cuenta a David la parábola que le había enseñado el hábil Joab:

    Soy una mujer viuda. Murió mi marido, y tu sierva tenía dos hijos. Riñeron los dos en el campo, y no habiendo quien los separase, uno golpeó al otro y lo mató. Y ahora todo el clan se levanta contra tu sierva y dice: «Entréganos al que mató a su hermano, y le daremos muerte por la vida de su hermano, a quien mató, y acabaremos al mismo tiempo con el heredero». Y quieren apagar así la chispa que me queda, para no dejar a mi marido ni nombre ni descendencia sobre la faz de la tierra (II Sam 14, 6-8).

    La reacción de David fue indulgente, aunque no se puede decir que la parábola fuera la causante del perdón regio. David, que no era menos inteligente que Joab, pronto percibió quién estaba detrás, y la mujer tuvo que reconocer la argucia. Sin embargo, se ratificó en su perdón por lo mucho que quería a Absalom.

    En este caso la parábola no pasaba de ser un recurso de astucia, pero recogía dos elementos que no quisieron reconocer los doctores de Israel mil años después.

    Uno de ellos era que el celo por el cumplimiento de la Ley podía esconder a veces una intención mucho menos recta, en este caso el deseo de apoderarse de una herencia.

    El otro, que la Ley, además de una letra, tenía un espíritu, de forma que en un caso como este la extinción de un linaje —algo muy serio para los antiguos— justificaba que se buscara una solución distinta a la venganza de sangre legal. Esa ley buscaba preservar los linajes, no acabar con ellos. Así lo entendió David, juzgando con rectitud. Esa rectitud estaría ausente en los fariseos con quienes se encontró Jesús.

    La parábola del libro de los Reyes es poco conocida, pero vino dictada directamente por Dios. Un rey arameo había declarado la guerra a Israel —el reino del Norte después de la partición de Palestina entre Israel y Judá—, y, por haber despreciado públicamente a Dios, este, por medio de un profeta, le ordenó a Acab, rey de Israel, que, tras vencer al arameo, acabara con él. Acab, de carácter débil, se deja convencer por la petición de clemencia y le deja escapar con vida. Entonces un profeta, haciéndose golpear por otro hombre, se presentó ante Acab ensangrentado y con los ojos vendados, y le dijo la siguiente parábola:

    Tu servidor había salido de en medio de la refriega, cuando he aquí que un hombre se me acercó y me trajo a otro diciendo: «Guarda a este hombre. Si llegases a fallar, tu vida responderá por la suya o pagarás un talento de plata». Pero sucedió que, mientras tu siervo atendía acá y allá, el hombre desapareció (I Re

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