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El parpadeo de la política: Ensayo sobre el gesto y la escritura
El parpadeo de la política: Ensayo sobre el gesto y la escritura
El parpadeo de la política: Ensayo sobre el gesto y la escritura
Libro electrónico305 páginas5 horas

El parpadeo de la política: Ensayo sobre el gesto y la escritura

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"¿Y si el hombre fuera un animal político –se pregunta Juan José Martínez Olguín cerca del final del estimulante recorrido que propone en este libro– no porque habla sino porque escribe, no cuando habla sino cuando escribe? ¿No cuando hace oír su voz en la proximidad compartida del espacio público, de la asamblea o del encuentro vivo, presentemente vivo, entre los cuerpos, sino cuando, en silencio y soledad, incluso a veces en secreto, construye a través de la escritura, con unos otros (sus lectores) que en algunas ocasiones sabe pero que por regla general no sabe –no puede saber– quiénes son o quiénes puedan ser, una cierta forma de comunidad? A esa comunidad, a ese tipo de comunidad, la filosofía francesa del siglo XX, de la que este libro de Martínez Olguín es fuertemente tributario, la ha calificado ora como imposible, ora como inconfesable, ora como revocada o "des-obrada".
¿Pero no es acaso a esta misma revocación, a esta misma des-realización (y por cierto: a esta misma imposibilidad), a lo que nos hemos habituado a dar, en la tradición de esa misma filosofía francesa contemporánea, el viejo nombre de política? Hay política, en efecto, justo porque nunca son precisos, y siempre son, por el contrario, objeto de disputa y de redefinición, los límites, las formas de organización y las divisiones del campo en el que son posibles las conversaciones en torno a lo común. Así, si el problema de la escritura nos dice algo sobre el problema de la política es porque el tipo de conversación que propone la escritura pone en crisis esos límites, esas formas de organización y esas divisiones, y esto porque –y en la misma medida en que– esa escritura está siempre dirigida a un otro o a unos otros que necesariamente habrán de completarla (de suplementarla) después y en otro sitio. Me gustaría leer entonces la cabriola de este libro como una apuesta a favor de ese proyecto, el de construir bajo la forma de una conversación, sub especie conversationis, ese gran sujeto colectivo al que vale la pena seguir dando el bello nombre de humanidad." Eduardo Rinesi
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 mar 2021
ISBN9788418095481
El parpadeo de la política: Ensayo sobre el gesto y la escritura

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    El parpadeo de la política - Juan José Martínez Olguín

    humana.

    firulete

    Capítulo I

    Logocentrismo y filosofía política

    — I —

    En una carta que le envía a su entonces colaborador Arnold Ruge, que data de marzo de 1843, Marx le comenta a su colega de los Anales Franco Alemanes su opinión acerca del presente alemán: Por lo que leo en los periódicos del país y en los franceses, Alemania está y seguirá estando cada vez más hundida en el bochorno⁸. Una y otra vez Marx no deja de mostrar, a lo largo de la carta, su indignación con respecto a la situación alemana: (…) si disto mucho de sentir ningún orgullo nacional, siento, sin embargo, la vergüenza nacional (…)⁹. Esa vergüenza y esa indignación que Marx comparte con Ruge, aunque con diferentes diagnósticos en lo que respecta a lo que de esa misma vergüenza e indignación se podría esperar, sobre todo si ellas fueran compartidas por el resto de los alemanes, lo lleva al joven Marx a describir en forma lapidaria el modo de vida de sus compatriotas: viven –escribe– en un mundo político animal, un mundo deshumanizado¹⁰. Pero el pesimismo con el que el filósofo alemán ve la actualidad alemana dista mucho del optimismo con el que ve el provenir de su tierra natal. Marx piensa, en efecto, que si la vergüenza y la indignación se extendieran por toda Alemania la Revolución contra el despotismo que gobierna la Confederación Germánica sería, como un león que se dispone a dar el salto, el paso decisivo hacia la liberación nacional: La vergüenza es ya una revolución (…) Y si realmente se avergonzara una nación entera, sería como el león que se dispone a dar el salto¹¹. Durante el mismo mes, en marzo de 1843, Ruge le hace llegar su propia impresión a Marx. A diferencia del optimismo que le transmite en la carta su célebre colega, que se encuentra temporalmente radicado en Holanda, el futuro de Alemania no tiene para Ruge ningún buen augurio: Su carta –le responde– es una ilusión. Su entusiasmo me deprime todavía más. (…). Amigo mío, convierte usted sus deseos en creencias¹². Los deseos de Marx son, va de suyo, los deseos de que pronto la Revolución caiga sobre suelo alemán. Y precisamente esos deseos son los que hacen aflorar las diferencias entre el propio Marx y su por entonces hombre de confianza Arnold Ruge: nada más lejos de Alemania que una Revolución, cree Ruge, y nada más cerca de esa misma Alemania que la escena del león dispuesto a dar el salto revolucionario, para Marx. Pero si las diferencias separan a ambos en lo que respecta al futuro alemán, el diagnóstico en relación con el presente los acerca al punto de fusionarse las palabras que emplean para describirlo: Resulta duro, pero hay que decirlo, porque es verdad: no conozco pueblo alguno tan desquiciado como el alemán. Ves artesanos, pero no ves hombres; pensadores, pero no hombres; señores y siervos, jóvenes y personas maduras, pero no hombres¹³. Las palabras de Ruge parecen, efectivamente, escritas por la misma mano, calcadas: puesto que, como Marx, acusa a sus compatriotas de carecer de humanidad, de poseer una humanidad que no es plena (ves artesanos –escribe–, pero no hombres). Es decir: como Marx, Ruge describe al pueblo alemán como un pueblo deshumanizado.

    Sabemos, por un lado, las razones que se esconden detrás de esta indignación y de esta vergüenza que tanto Ruge como Marx sienten por la actualidad alemana: el atraso de Alemania con respecto a las transformaciones que, producto de la Revolución Francesa, están marcando y cambiando la vida, la cultura y el orden que hasta entonces habían caracterizado el mundo europeo. En particular, lo que más preocupa e indigna a estos jóvenes liberales es el atraso de Alemania en relación con la revolución política que todavía se hace esperar en el caso alemán. La constitución de un Estado moderno, es decir del Estado de derecho, la separación del Estado de la esfera religiosa y del cristianismo son todavía para Alemania una ilusión: cercana en todo caso para Marx, lejana en todo caso para Ruge. Pero hay algo, por otro lado, que no sabemos con tanta precisión: si para Arnold Ruge la referencia a los alemanes como hombres que no son hombres, como hombres deshumanizados, es una metáfora. Es posible que lo sea porque el párrafo en el que se apoya para hacerla proviene, como él mismo se lo hace saber a Marx, de una obra de Hölderlin: Hyperion. Su empleo podría, naturalmente, cumplir la misma función que en la obra literaria del romántico alemán: la del recurso literario, es decir la de la metáfora. Pero lo cierto es que hay algo que sí sabemos con toda seguridad: que las palabras que emplea Marx, casi las mismas que Ruge, no son y no podrían ser bajo ningún punto de vista palabras que hayan sido escritas con el propósito de ser leídas como una metáfora. Están allí, en todo caso, para ser leídas como lo que son: un fantástico recurso que apela a una cierta tradición de la filosofía para explicar una determinada situación política. El recurso que Marx utiliza, dicho de otro modo, lleva detrás de sí la sombra de la historia de la filosofía política. Y no basta más que un solo dato para confirmar la hipótesis: justo después de describir a Alemania como un mundo político animal, justo después de referirse a su tierra natal como un mundo deshumanizado, en el mismo párrafo Marx apela a la autoridad de Aristóteles:

    Era, pues, natural que el mundo filisteo más perfecto de todos, nuestra Alemania, quédese muy rezagado detrás de la Revolución francesa, que volvió a restaurar el hombre; y el Aristóteles alemán que calcara su Política sobre nuestras realidades escribiría a la cabeza de ella: "El hombre es un animal social, pero totalmente apolítico"¹⁴.

    Está claro que no hay ningún Aristóteles alemán y que ningún Aristóteles alemán calcó en la época de Marx su Política sobre las realidades alemanas. Está claro, por lo tanto, que esta alusión al célebre filósofo griego –convertido circunstancialmente en alemán– es simplemente un juego que propone Marx y que requiere cuanto menos de la imaginación. Pero el juego propuesto tiene desde luego su función: permite comprender mejor –valga la redundancia– lo que está en juego. Volvamos entonces al pasaje que citamos y permitámonos imaginar lo que Marx propone que vale la pena imaginar: si hubiera un Aristóteles alemán, y si él viviera en la actualidad en la que vive el propio Marx, escribiría sobre la realidad del alemán: es un animal social, pero totalmente apolítico. El Aristóteles alemán que imagina Marx describiría a sus compatriotas como hombres que no son verdaderos hombres, es decir animales sociales pero apolíticos, hombres que son casi hombres, hombres deshumanizados o de una humanidad ausente. ¿Pero qué son, entonces, estos hombres deshumanizados? ¿Son todavía hombres? ¿O son simplemente animales? Ni del todo hombres ni del todo animales, son animales apolíticos. Es decir: son animales apolíticos porque dejaron de ser animales políticos. Lo que estos casi hombres perdieron, y por eso la mención del Aristóteles alemán, es su condición de zoon politikon. Se trata, dicho de otro modo, de hombres que, como las bestias, como los esclavos en la Antigua ciudad griega, solo quieren vivir y multiplicarse (la frase es de Marx) porque es lo único que pueden hacer en el mundo político animal en el que viven: la Alemania atrasada y premoderna del siglo XIX. Algunas líneas más adelante, después de comentar el fracaso de Guillermo IV en instaurar la unión de las Dietas provinciales en una única Asamblea para lograr cumplir los sueños liberales que barriesen con el sistema despótico alemán (El rey de Prusia ha intentado cambiar el sistema con su teoría, que realmente no había mantenido su padre, sostiene Marx en su carta a Ruge), Marx vuelve a describir, apoyándose otra vez en Aristóteles pero esta vez sin nombrarlo puesto que ya no le hace falta, cómo viven estos hombres que no son plenamente hombres, cómo se entienden, en fin, esa masa de cabezas sin seso que son los alemanes, amos y servidores del mundo político animal que representa Alemania:

    Y, así, se reeditó la vieja proscripción de todos los deseos y pensamientos de los hombres en torno a los derechos y los deberes humanos, es decir, el retorno al viejo Estado anquilosado de los servidores, en que el esclavo sirve silenciosamente y el amo del país y de sus habitantes domina en medio del mayor silencio posible por medio de un séquito sumiso y bien educado. Ni el uno ni los otros pueden decir lo que quieren: los habitantes, que quieren llegar a ser hombres, el amo que no puede utilizar para nada a los hombres en su reino. El silencio es, por lo tanto, el único medio de entenderse. Muta pecora, prona et ventri obedientia¹⁵.

    El esclavo sirve silenciosamente –dice Marx– y el amo domina en Alemania en medio del mayor silencio posible. En el mundo político animal, a partir del cual –recordemos– el Aristóteles alemán calcaría imaginariamente su Política, el silencio es el único medio de entenderse. El silencio y no la palabra. El silencio porque las bestias políticas no hablan. A los animales sociales apolíticos que viven en Alemania, que viven en sociedad como el zoon politikon de Aristóteles, les falta lo que hace del zoon politikon un hombre: la palabra. Es decir: el hombre deshumanizado, el alemán, sea amo o esclavo, no posee el logos para hacer presente su humanidad, para hacerse presente como hombre. El silencio en el que viven los deshumaniza y los convierte, así, en bestias políticas.

    La expresión que Marx elige para referirse a la Alemania de su época, la expresión que describe a esa Alemania como un mundo político animal no es, ciertamente, una metáfora pero tampoco consiste simplemente en la fórmula con la que un joven liberal decide criticar el atraso alemán con respecto a los avances de la modernidad. No se trata, en otras palabras, únicamente de la vergüenza y de la indignación que le despierta el hecho de ver que su tierra natal se resiste a la emancipación política y a los beneficios de la Revolución Francesa. La carta y los párrafos que citamos, las expresiones que Marx emplea no encierran solo eso. Aunque por supuesto la crítica contiene algo de esto y efectivamente tiene en parte como blanco al régimen monárquico y el despotismo que gobierna Alemania. De hecho, concluye Marx en esta misma carta de marzo de 1843: El principio de la monarquía es, en general, el principio del hombre despreciado y despreciable. Pero la furia y las críticas que Marx dispara contra su país de origen encierran también un aspecto mucho más profundo que la sola y única crítica a la monarquía alemana y al régimen premoderno que todavía mantiene en pie a la Confederación germana: en ellas podemos ver, en efecto, cómo asoma el relato a partir del cual se constituye una historia muy específica. En la referencia a Aristóteles, aunque bien sea un Aristóteles imaginario, un Aristóteles alemán, y en todo lo que ésta comprende: en el dominio del silencio o en el silencio como único medio de entenderse, en la ausencia de la palabra y en la existencia de hombres que son casi hombres, de bestias políticas deshumanizadas, en todo ello se muestran, en suma, los síntomas de la historia sobre la que se cierra la filosofía política, que es la historia del zoon politikon como traductor de una humanidad plena y siempre presente. Una historia que, precisamente, comienza con Aristóteles. Escribiendo sobre el mundo político alemán, entonces, Marx no hace otra cosa que confirmar esa historia. No lo sabe, pero lo

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