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Sublevación y reverberancia: el diálogo y los afectos como posibilidad de negociación de masculinidades diversas
Sublevación y reverberancia: el diálogo y los afectos como posibilidad de negociación de masculinidades diversas
Sublevación y reverberancia: el diálogo y los afectos como posibilidad de negociación de masculinidades diversas
Libro electrónico301 páginas4 horas

Sublevación y reverberancia: el diálogo y los afectos como posibilidad de negociación de masculinidades diversas

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Este libro propone una mirada hacia la discriminación enraizada en regímenes políticos desde ciertas ideas heteropatriarcales sobre las masculinidades, la exclusión de los individuos que no encajan en el sistema y la represión estatal.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 nov 2023
ISBN9786078931767
Sublevación y reverberancia: el diálogo y los afectos como posibilidad de negociación de masculinidades diversas
Autor

Amanda Patricia Castañeda Merizalde

Amanda Patricia Castañeda Merizalde (Quito, Ecuador) es editora, docente universitaria e investigadora. Sus intereses giran en torno a la literatura latinoamericana que representa cuerpos y deseos diversos, maternidades rebeldes, masculinidades y negociaciones afectivas. Coordina las revistas académicas Acápite y LIJ Ibero del Departamento de Letras de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.

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    Sublevación y reverberancia - Amanda Patricia Castañeda Merizalde

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    Sublevación y reverberancia

    Sublevación y reverberancia

    El diálogo y los afectos como posibilidad de negociación de masculinidades diversas

    Amanda Patricia Castañeda Merizalde

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA CIUDAD DE MÉXICO.

    BIBLIOTECA FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO

    D.R. © 2023 Universidad Iberoamericana, A. C.

    Prol. Paseo de la Reforma 880

    Col. Lomas de Santa Fe

    Ciudad de México

    01219

    publica@ibero.mx

    Primera edición: 2023

    ISBN: 978-607-8931-76-7

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Hecho en México.

    Digitalización: Proyecto451

    Índice de contenido

    Portada

    Portadilla

    Legales

    Prólogo

    Trascrecer hacia lo clandestino

    Joseba Buj

    Presentación

    Introducción

    VIOLENCIA ESTATAL

    Introducción

    Contexto sociopolítico argentino

    Contexto sociopolítico cubano

    Contexto sociopolítico chileno

    LA POSIBILIDAD DE SUBLEVACIÓN PESE AL ESTADO DE EXCEPCIÓN

    Introducción

    Las obras

    Criminalización de la homosexualidad: exclusión y violencia

    Estado de excepción

    Vigilancia y panoptismo

    La literatura, entre la desilusión y la sublevación

    Lo kitsch y la cultura de masas como elementos de sublevación en El beso de la mujer araña

    EL DIÁLOGO, LOS AFECTOS Y EL CUERPO COMO ELEMENTOS DE RECONFIGURACIÓN DE MASCULINIDADES DIVERSAS

    Introducción

    Masculinidades hegemónicas y subordinadas

    Heterosexualidad obligatoria y patologización de la homosexualidad frente a la negociación de otras masculinidades posibles

    Del diálogo a las sublevaciones

    El cuerpo

    El lenguaje de la injuria y la posibilidad de acción política

    Introducción

    Injuria y emancipación a partir del lenguaje

    CUERPO CIERTO: EL CUERPO TEXTUAL, RECURSOS Y PROCEDIMIENTOS DE MONTAJE DE UNA NOVELA DE RESISTENCIA

    Introducción

    Estrategias textuales y estructura de la obra

    Diálogos, narraciones y notas al pie, las múltiples voces de la novela

    CONCLUSIONES

    BIBLIOGRAFÍA

    Prólogo

    Trascrecer hacia lo clandestino

    JOSEBA BUJ

    Cuando uno ha estado íntimamente ligado al proceso de confección de un libro, asombrándose como lector con la elaboración de cada una de sus partes, parecería que, más allá del aplauso, es poco lo que se tiene que añadir. Sin embargo, una de las virtudes de esta obra es precisamente la de activar, en los trabajos literarios que en ella se estudian, nuevas lecturas, nuevos desplazamientos en la mirada del receptor.

    En este sentido, desde mi muy particular lugar receptivo (recordemos que Hans-Robert Jauss apuntaba que en la recepción de un objeto literario siempre entran en juego estratos existenciales y personales que pertenecen de manera exclusiva a la esfera de dicha recepción, y no tanto a la configuración formal/autoral de la obra en liza), este libro siempre me remite a una anécdota que tuvo lugar en la oscura España de los cincuenta: cuando el poeta Jaime Gil de Biedma solicitó, ante el intelectual orgánico Manuel Sacristán, su ingreso en el Partido Comunista de España. Manuel Sacristán rechazó dicha solicitud porque Jaime Gil de Biedma era homosexual, con lo que la dispersión de la vida nocturna y los lugares ‘amorales’ que frecuentaba el poeta fueron motejados de indiscretos, peligrosos y censurables por el dogmatismo monolítico de la organización política. Como ha señalado Juan Ramón Capella, Manuel Sacristán, importantísimo filósofo e impulsor de un marxismo crítico y heterodoxo a lo largo de muchos años, no tuvo la capacidad, en aquel entonces, de vislumbrar el carácter revolucionario de la disidencia sexual.

    Manuel Sacristán, empero, con los lustros, cuando la cerrazón ideológica del marxismo viejuno del PCE se circunscribía a un obrerismo y a una retórica de clase castrantes, devino uno de los principales adalides de la apertura de compás que supusieron para la izquierda política y filosófica las irrupciones del ecologismo y, de la mano del pensamiento discreto y poco reconocido de la que fue su primera esposa, Giulia Adinolfi, del feminismo. De esta manera, cabe colegir que, aunque no alcanzó a abordar de manera claridosa el potencial sublevante de la causa LGBT, las aperturas de campo que conllevaron el ecologismo y el feminismo estuvieron vinculadas con la triste anécdota de los años cincuenta, que dio al traste, para siempre, con la amistad que lo unía al emblemático poeta barcelonés. Esto es, la progresiva apertura hacia horizontes sublevatorios vez con vez más amplios comportó, para Sacristán, trayendo a colación un desatendido argumento del hoy día preterido razonamiento trotskista, la superación de la vulgaridad de pensamiento contenida en la conducta que asumió cuando aconteció aquella anécdota, sí, pero también su ‘trascrecimiento’. Es decir, los sucesivos avances en la concepción de la lucha política y filosófica, expansivos e inclusivos para con la diversidad social, ecológica y sexual, que experimentó Sacristán a lo largo de las décadas, guardaban relación con y arraigaban en el iterante y retrospectivo reconocimiento del potencial revolucionario que clausuró aquel día aciago en que vetó la militancia de Jaime Gil.

    La obra que hoy da a la imprenta Patricia Castañeda informa, desde mi específica lectura, que, cuatro lustros después del affaire Sacristán-Gil de Biedma, un escritor argentino, Manuel Puig, sorprendió al panorama literario de su tiempo con un trabajo literario en el que dos hombres, encerrados en el más panoptizante de los espacios, la cárcel (el lugar en el que más hiperbólico resulta el ejercicio de la violencia de la cultura hegemónica en turno, tanto más cuanto que dicha violencia se ejerce en la instancia, materialmente extrema, del cuerpo), son capaces de instrumentar una resistencia que radica, precisamente, en la potencia revolucionaria con que envidan las luchas de la sexualidad diversa. Molina, una ‘loca’ encerrada por ejercer su homosexualidad, y Valentín, un hombre ‘heteronormado’, encarcelado por su beligerante militancia de izquierda para con el orden político constituido, erigen, en un inicio poniendo la palabra y después poniendo el cuerpo, un cronotopo alternativo que trastoca el del universo patibulario en el que están inmersos. Un cronotopo alternativo, por ende, que envida con un índice de clandestinidad último y radical que disloca la equivalencia identitaria para con los roles que les son atribuidos. Y que, a pesar del exhaustivo tutelaje al que son sometidos por parte de la institución hegemónica que los vigila, introduce un inobservable para el panóptico que, de seguida, creará posibilidades propicias para la sustracción, para la fuga, generando, por consiguiente, formas subversivas de antagonismo y resistencia.

    Aunque los protagonistas de la novela de Puig tengan por destino la tortura hasta la muerte o el asesinato, la propia estructura de la obra sugiere que nunca serán por completo disciplinados ya que ambos poseen, incluso en el momento de sus funestos finales, la oportunidad de trascrecer hacia esa instancia cronotópica irreductible que siempre se opondrá a la voluntad sojuzgante de sus opresores. La instancia cronotópica irreductible, inobservable y clandestina resulta ser, por lo tanto, no una mera sustracción opositiva en el terreno de la oposición política (o del uso reduccionista de la dimensión de lo político en el que generalmente incurrimos en la modernidad capitalista), sino una alegoría que platica de modos de resistencia (aquellos que un obtuso Sacristán no supo ver en la potencia revolucionaria de la disidencia sexual de Jaime Gil de Biedma) que discuten con la taxonomización de la vida, con la formalización de la vida y, en definitiva, con la fijación reductiva de la vida, por la red de poderes constituidos, a una dimensión identitario/funcional.

    Son muchos los niveles de complejidad que convoca el análisis de Patricia Castañeda para robustecer esta tesis. Comenzaría subrayando que hace gala de un escrutinio meticuloso de algo que está muy poco en boga en nuestros días: lo que Yuri Tiniánov resolvió motejar de ‘serie de significación no literaria’. Esto es, hay en el trabajo de la autora ecuatoriana una cuidadosa reconstrucción del lugar de enunciación de Puig y, por ende, de la coyuntura histórica en y contra la que fue escrito el libro del autor argentino.

    Este trato de la ‘serie no literaria’ demanda, en el lector atento, dos inferencias que no le permitirían recurrir a lugares comunes.

    La primera, que acaso pueda sonar herética para la disciplina, es que no podemos fijar ‘a bien’ qué cosa es eso que llamamos serie literaria, en tanto nos estamos refiriendo a una ringlera de consideraciones inestables que se articulan vez con vez que acontece la obra. Esto es, cada vez que el autor da una respuesta a la, claro está —en el tenor del argumento que niega la existencia de la serie literaria—, contradictoria e inestable pregunta (1) por la naturaleza de dicha serie literaria, en el acto singular mismo e irrepetible de su creación. Esta respuesta se articula, entonces, con base en:

    a) Un uso no pragmático/cotidiano ni científico del lenguaje que habla de una mímesis compleja (una representación que se aparta del referente inmediato) que remite, entonces, tropológico/diegéticamente, a la afectividad como registro material último; empero, como se induce del trabajo de Patricia Castañeda, la obra de Puig enfatiza que este uso lingüístico no es patrimonio exclusivo de la sublimidad literaria, sino también de otro campo expresivo como el de la cultura de masas, del espectáculo, de la publicidad…, con lo cual, de suyo, se difuminan los contornos de la llamada serie literaria.

    b) Apelaciones canónicas a veces incardinables en lo que, de manera desdibujada, hemos acotado —pero nunca podido fijar—, en cuanto cultura, como literatura (a través de ciertos horizontes genéricos, por ejemplo, que se anudan a esta herencia platónico/occidental de lo sublime), pero, en otras muchas ocasiones, apelaciones no tan canónicas, si nos ceñimos a lo que al ejercicio de sublimación se refiere. Puig, un gran innovador literariamente hablando y, por lo mismo, un gran desestabilizador de la concepción de la serie literaria, como algo cerrado y conceptualizable, es un claro ejemplo de esta segunda situación: las obras a las que apela para urdir su discursividad literaria no caben para nada en lo que el alto canon ha dado en fijar e inventar retrospectivamente como literatura, es más, ni siquiera tienen la intención de ser literatura. Su obra incide, nos enseña la escritora ecuatoriana, en un entretejimiento de una sensibilidad kitsch, pero un kitsch reconfigurado que, evadiendo los juicios peyorativos sobre esta ‘estética’ que, no exento de razón, emitió Clement Greenberg, se desdobla como pura potencia político/vital sublevatoria.

    c) Una cáfila de factores que extrae, precisamente, en lo que podríamos fijar, ahora sí, de modo claridoso, como la serie no literaria: acontecimientos del clima violento de la argentina del momento.

    La segunda inferencia: sorprende descubrir que la obra de Puig no es una obra tesituralmente ubicada en la violencia encarnizada que desató, como una barbarie estatal no sujeta a ningún tipo de límite, el Proceso de Reorganización Nacional en 1976, sino en un momento inmediatamente previo. Así, mediante esta operación descolocante, Puig descentra la inscripción de la violencia en la unicidad histórica de las dictaduras militares que arrasaron a la América Hispana y Lusa durante los años sesenta y setenta (un lugar común). Está, por consiguiente, denunciando una violencia mucho más antigua y enraizada cultural e institucionalmente que aquella que, damos por sentado (tanto más cuanto que casi alcanza nivel de convención —y digo ‘casi’ porque hay quien sigue defendiendo este tipo de procesos—), tuvo lugar en un momento de aguda saña estatal. Una violencia que, podríamos predicar, atraviesa todos los estadios de la disposición política de la vida desde que la modernidad es hegemonía; es más, me atrevería a aventurar aquí, desde que Occidente es hegemonía. Una violencia que consiste en soslayar, neutralizar, regular y disciplinar todo aquello que, de la vida, no obedece a la unimisma dimensión con que el poder pretende identificarla y funcionalizarla.

    Apuntadas estas dos inferencias, el lector cuidadoso descubrirá, a través de las palabras de la escritora ecuatoriana, que su glosa de las estrategias narrativas y textuales atiende a la dimensión del afecto que compromete la obra de Puig, pero no desde una óptica que fetichiza la estética, que la eleva a la esfera ideal de la bondad, la verdad y la belleza, y que, por ende, la vacía y la disocia de sus potencias históricas, sociales y vital/existenciales; en este sentido, atiende también a la dimensión de la forma: pero no de un modo que funcionaliza y conceptualiza y objetualiza la literatura, deslindándola como algo inocuo (gratificante y edificante) de otros estratos de la vida y de la cultura. De la mano de esta profundización minuciosa de la investigadora, se colige, entonces, que el cronotopo resistente y clandestino que urden las dos masculinidades en liza, que juega con la confusión dialógico/heteroglósica de voces y roles, con las notas a pie de página en un tono erudito y engolado que emula e ironiza con las ínfulas de la cientificidad, con la grandilocuencia épica del discurso de izquierda militante y con la cultura plástica del kitsch rendido al superficial consumismo del mercado, disloca la posibilidad de cualquier tipo de transferencia efectuada desde la mirada hegemónica: lo científico se exhibe (con una sorna afilada y venenosa) como un discurso supuestamente objetivo, tramado a dinámicas identitarias que rinden pleitesía a operaciones de dominio y represión, lo kitsch (como ya apuntaba) se transfigura en una estética insurgente que se levanta contra la escisión vital que conlleva lo jerárquico/platónico/sublime, desplegándose con particular potencia ironizante y, a un tiempo, revolucionaria (contra la estética sancionada por la convención hegemónica, pero también contra la institucionalidad panóptica de la violencia estatal), y la retórica vocinglera de la izquierda dogmática y sectaria se convierte en un campo propicio para pensar, performar y actuar (como traía a colación con la anécdota Sacristán-Gil de Biedma) las sublevaciones contra la heteronorma.

    En esta línea argumental, hago hincapié en que el trabajo ulterior que acomete Patricia Castañeda con obras como El lobo, el bosque y el hombre nuevo de Senel Paz y Tengo miedo torero de Pedro Lemebel itera la estrategia analítica esgrimida con El beso de la mujer araña (exégesis de la serie no literaria, de las tácticas descentrantes narrativo/estéticas y formal/textuales) porque precisamente estas obras trascrecen adicionando nuevas singularidades irreductibles y clandestinas frente al panóptico cultural, institucional, identitario y violento. Así, la represión estatal desde el nomos heteropatriarcal en Cuba nos recuerda que las violencias estatales e identitarias son algo inherente a la institucionalidad; violencias que, por ende, permean indistintamente en las mecánicas de poder que echan a andar los engranajes del régimen que cierta izquierda internacional y latinoamericana ha elevado al sitial de referente exclusivo y, por consiguiente, a la estatura de lo no criticable, de lo inapelable; en este sentido, la lengua atildada del ‘homosexual’, católico/lezamiano, en virtud del específico enclavamiento de la anécdota (Cuba y su Revolución), agrega un diferencial proscrito al cronotopo clandestino de El beso de la mujer araña, entretejiendo un desplazamiento hipalagético similar (en su exacta diferencia) en lo que al contenido de los roles se refiere para con su contraparte oficial/institucional/revolucionaria. Sin descuidar el embate de su singularidad, algo análogo viene a suceder con la obra de Lemebel, en la que el diferencial proscrito alude a la transexualidad y trascrece expandiendo, en ese sentido, la clandestinidad revolucionario/resistente inaugurada por la novela de Puig, siendo, en este caso, la lengua marucha la que interpela desde grados distintos (y trastocantes) de compromiso a su interlocutor denodadamente involucrado con el Frente Patriótico Manuel Rodríguez en el ambiente opresivo de la dictadura pinochetista.

    Convendría concluir, entonces, subrayando que esta obra de la escritora ecuatoriana empuja un ariete crítico que, ascendiendo con rebeldía desde reflexiones en teoría estéticas y literarias, posee particular vigencia para con muchas de las derivas identitarias de las luchas contra la heteronorma en el ahora. Me detengo en esto porque es un terreno espinoso. Si bien es cierto que es éste un tiempo de consumación de grandes logros en la esfera institucional para la causa de la disidencia sexual, y que esto, por supuesto, es plausible, la lectura trascreciente del corpus que trabaja la investigadora pone el acento en el carácter radicalmente inaprensible de ese cronotopo extremo e irreductible, articulado en El beso de la mujer araña, incisivamente potente en términos de diferencia, de clandestinidad, de insumisión en el que se libran en última instancia el cuerpo, el afecto y, por ende, la vida como una reverberación no traducible al acto consumado y dominado, identitariamente, por política institucional alguna. Con lo cual, este ariete crítico subraya, trascreciendo, que la administración institucional, apuntalada en políticas de la fijación identitaria, no es, ni mucho menos, una lucha culminada (como no estaban culminadas las luchas del PCE y las ulteriores luchas que incoó Manuel Sacristán) para una proscripción vital que, en coordenadas de remanente diferencial, extremo y radical, no puede ser ordenada y disciplinada por el reconocimiento mimético/cerrado de sucesivas identidades (L,G,B,T,Q…) con que pretende (de manera para nada inocente pues puede transformarse, operación tergiversadora de segundo orden mediante, en práctica disciplinante) resolver su insurgencia la corrección política de la citada institucionalidad (como tampoco puede ser culminada, por descontado, por la equivalencia regresiva género/‘identidad biológica’ del feminismo TERF).

    Por este motivo, entre otros muchos claro está, la obra de Patricia Castañeda merece ser leída en el presente y merecerá ser leída en el futuro.

    1. Lo que existe, entonces, a partir de cierto instante de la modernidad, es la pregunta retórica por la naturaleza de la literatura (y digo retórica porque la singularidad de la obra enfatiza de suyo que la respuesta del autor, en el acto creativo en sí, no es conceptualizable, reductible fenoménicamente y mucho menos universalizable, sino algo en perpetuo desplazamiento), y no la literatura esencial y objetualmente (como un objeto natural) en sí.

    Presentación

    Inicié este recorrido con la relectura de la novela El beso de la mujer araña, de Manuel Puig, y más tarde me aproximé al cuento largo El lobo, el bosque y el hombre nuevo, de Senel Paz, así como a la novela Tengo miedo torero, de Pedro Lemebel.(2) Buscaba respuestas respecto a la dupla de personajes que presenta Puig y poco a poco empecé también a reflexionar en torno a las circunstancias de producción de las obras, al tiempo que intentaba comprender cómo funcionan las violencias sobre los cuerpos de los personajes. Este camino me llevó más allá, ese es el prodigio de hacer varias lecturas/búsquedas y pesquisas y de tomar un tema o varios y un texto o más de uno como monotema y volverlo de este modo el centro de un recorrido. Parto entonces con la advertencia de que la novela de Puig es el hilo conductor, además de ser el texto menos reciente de los tres citados. La temporalidad no fue un elemento importante en principio; sin embargo, en cuanto incorporé las otras obras, empezó a ocupar un lugar clave en esta investigación, ya que al indagar respecto a la construcción de la maquinaria estatal violenta, que se encarna en ciertos cuerpos, fue necesario realizar un recorrido que me llevó a la conformación de los Estados nacionales con lógicas heteropatriarcales, que sustentan su poder en violencias que se han institucionalizado. La literatura se ha convertido, desde esta perspectiva, en una representación de esas violencias. Afortunadamente, esas mismas obras que dejan ver desencuentros y violencias nos muestran también caminos llenos de afectos y negociaciones. El diálogo es un elemento importantísimo en los tres textos, ya que, gracias a éste, los personajes se acercan, sus subjetividades cambian, son capaces de ponerse en la piel del otro, de hacerse preguntas desde perspectivas diversas, sus masculinidades se transforman continuamente e incluso son capaces de poner el cuerpo por el otro. Estas historias paralelas me llevaron a pensar en el lenguaje injurioso, las negociaciones afectivas, la generación de diálogo y afectos, y el recurso de la imaginación como posibilidad de sublevación.

    Finalmente, cabe anotar que las tres obras seleccionadas se centran en la dimensión masculina de la homosexualidad, por lo que no me concentraré en adelante en la dimensión femenina y el análisis de otras disidencias respecto a las luchas por los derechos de las diversidades, esto no quiere decir que no las considere imprescindibles y urgentes, sino que la investigación desarrollada a partir de los textos seleccionados se circunscribe a ciertos universos específicos de masculinidades diversas, que son los que enmarcaron los análisis aquí presentados. Del mismo modo, quisiera hacer un énfasis en mi perspectiva de análisis, que tiene que ver tanto con la selección de textos literarios que realicé como de la revisión y tejido con ciertos textos teóricos.

    2. Se trata de un estudio que partió de la tesis doctoral que realicé entre 2015 y 2019 en el Departamento de Letras de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.

    Introducción

    En el momento en que ahora escribo, a 45 años de la publicación de El beso de la mujer araña, leo la novela como una gran obra literaria que no se agota. Sus relecturas, sus múltiples y diversos lectores encuentran siempre un intersticio, una clave, una nueva luz, siempre hay otra interpretación posible o una nueva reverberancia, siempre hay algo que decir. Sigue atrayendo a lectores, críticos y estudiosos y dejándose desenmarañar o atrapándonos en la tela

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