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Diseño de nuevas geografías en la novela y el cine negro de Argentina y Chile
Diseño de nuevas geografías en la novela y el cine negro de Argentina y Chile
Diseño de nuevas geografías en la novela y el cine negro de Argentina y Chile
Libro electrónico382 páginas5 horas

Diseño de nuevas geografías en la novela y el cine negro de Argentina y Chile

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Diseño de nuevas geografías analiza los espacios diegéticos y los imaginarios sociales en la novela y el cine negro de Argentina y Chile, partiendo de la tesis de que el éxito de este género se debe en buena parte a su capacidad de construir espacios ficcionales en diálogo con las complejas dinámicas socio-políticas de la historia reciente de ambos países. Las representaciones espaciales, tanto las de geografías concretas o fantásticas como las de carácter lingüístico, metafórico o simbólico, arrojan luz sobre la compleja red de referencias genéricas y epistemológicas que están en la base del cine y la novela negra. El espacio se convierte así en el punto en el que confluyen ficción y realidad, en una relación siempre compleja y única en cada caso. Así lo atestiguan los diversos textos que componen el volumen, a cargo de especialistas y autores europeos y americanos, y cuyos enfoques se adaptan a la especificidad de las obras analizadas. Una mirada caleidoscópica que permite, no obstante, ofrecer un discurso coherente y riguroso sobre la importancia del espacio para la génesis y la evolución actual del cine y la novela negra.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 mar 2015
ISBN9783954872244
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    Diseño de nuevas geografías en la novela y el cine negro de Argentina y Chile - Iberoamericana Editorial Vervuert

    2).

    Nuevos autores, nuevas miradas y nuevas geografías en el Cono Sur

    RAÚL ARGEMÍ

    Para hablar del género negro, especialmente en la literatura, porque el cine no es mi fuerte, necesito explicitar un par de puntos de partida. Si no como base teórica, al menos como referentes del pensamiento, de las ideas que cruzan por la cabeza de un escritor que no se considera un teórico, y que cuando relee lo que escribió descubre cosas que no sabe de dónde han salido; así como respuestas a preguntas que no se había hecho.

    Creo que definir qué es o no es una novela negra es una polémica que no tiene fin. Así que, para aclarar posiciones sin entrar en disputas, quiero exponer lo que, para mí, es una novela negra. Y para eso me voy a referir a la idea de modo desarrollada en un libro de Rosemary Jackson, Fantasy: Literatura y subversión. Jackson crea una división entre lo que llama literatura fantástica —entre la que está, por supuesto, la ciencia ficción— y lo que ella prefiere llamar Fantasy. La diferencia entre una y otra es que la literatura fantástica reemplaza una realidad por otra, verosímil, pero otra. En tanto que el Fantasy actúa como un espejo deformante de nuestra realidad y no la reemplaza por otra, la subvierte. Diría que la revoluciona a pesar nuestro.

    Los juegos y referencias a las imágenes que nos devuelven los espejos, especialmente los que distorsionan las imágenes en los antiguos parques de atracciones, fueron recurrentes en Jorge Luis Borges; uno de los autores que cita Rosemary Jackson como productor de Fantasy. También citará como ejemplo a Robert Louis Stevenson y su El doctor Jekyll y Mister Hyde, una novela aún inquietante. El meollo de esa novela es la contradicción entre la bestia, el instinto, que nos mueve en cierta dirección y la racionalidad, la educación, que mode-ra y reprime nuestros impulsos, especialmente sexuales. De esto se cansó de hablar Freud y no repetiré lo ya sabido. El asunto es que si Robert Louis Stevenson hubiera escrito sobre los impulsos sexuales en términos naturalistas, el mundo victoriano en que vivía hubiera rechazado su historia, porque la represión de lo sexual mandaba. Tal vez lo habrían llevado a la cárcel acusado de practicar la pornografía. En cambio, al desdoblar los componentes racional/irracional del hombre en dos personajes, con su aura de imposibilidad ficcional, el lector victoriano se pudo ver en un espejo deformante, que hablaba de él, pero desde el enmascaramiento y la distancia que no lo colocaba a la defensiva. A este mecanismo, que según Rosemary Jackson recorre y se presenta en cualquier género conocido de la literatura, la autora lo llama modo. Tal como la música occidental, toda, es recorrida por los modos Menor y Mayor, no importa si se trata de una sinfonía o una canción popular, esto se aplica a la literatura; con lo que difumina las fronteras de la calificación de género proponiendo una nueva definición, el modo.

    Yo considero necesaria la aplicación de su idea de modo a la diferenciación entre novela policial y novela negra. La novela policial es un género. La novela negra es un modo. Una manera de mirar, diría Leonardo Padura. Una novela policial puede ser una novela negra, pero una novela negra no tiene que obedecer a las reglas de la novela policial, que tiene componentes esenciales como un enigma a resolver y un investigador. La policial, casi siempre se puede resumir en la pregunta ¿Quién lo hizo? Puede tener también un componente típico de la novela negra, como es el encuadre social, pero eso no es suficiente para que sea una novela negra.

    El punto de vista, la mirada, queda bien expresada en palabras de Borges, quien decía (y cito de memoria): en una novela policial el caos provocado por el crimen es resuelto y se vuelve al orden. En una novela negra, cuando se investiga el caos se descubre más caos. Y a Borges, hombre de orden, no le gustaba la novela negra. La pregunta pertinente en una novela negra no es quién lo hizo, sino por qué lo hizo.

    Una novela que siempre cito porque nadie discute que es una novela negra, no es una policial, de acuerdo a los cánones de base del género es ¿Acaso no matan a los caballos?, de Horace McKoy. El juez le pregunta a un hombre acusado de haber asesinado a una mujer, por qué la mató. Y lo que cuenta el hombre es una confesión de amor en la peor hambruna de los treinta en EE. UU. Ella había sufrido tanto que no quiso que sufriera más. ¿Acaso no se mata a los caballos cuando se quiebran una pata, que ya no podrá curarse? ¿Por qué ser menos piadosos con las personas? En ¿Acaso no matan a los caballos? no hay enigma, no hay investigador y no vale la pregunta de quién lo hizo: no cumple con los requisitos del género policial. Sólo el modo, descripto por Rosemary Jackson, puede unificar libros, narraciones, que están emparentadas pese a que se las puede encuadrar en distintos géneros.

    Y lo que ha sucedido en el Cono Sur en los últimos años es que, sin planteos teóricos previos, ha ido surgiendo una novela negra que viola sistemáticamente las fronteras del genero policial y se unifica en el modo, en la manera de mirar.

    LA MIRADA

    Necesito volver a la mirada como definición de lo que acontece y marca la narrativa para seguir adelante. Pirandello dijo que somos la suma de las miradas de los otros. Ellos, cómo nos ven, nos hacen y nos dicen cómo somos. Y la mirada está condicionada por el lugar, el sitio desde donde se mira y se ve.

    Ezequiel Martínez Estrada, pensador argentino, dijo alguna vez que hay una profunda diferencia entre el Hombre del Valle y el Hombre de la Llanura. Su espacio geográfico condiciona su visión del mundo. Para el Hombre del Valle el horizonte es algo cercano, son esas montañas que cercan el valle. Su mundo tiene límites precisos, y tendrá convicciones también precisas, seguridades terrenales. Para el Hombre de la Llanura, como para el marino, el horizonte es infinito; el mundo no tiene límites, salvo un techo de estrellas por la noche, también infinito. Martínez Estrada dice entonces que el Hombre de Valle tiene una visión concreta, casi táctil de la realidad, en tanto que el Hombre de la Llanura es metafísico, porque la enormidad del horizonte y el cielo infinito lo hacen consciente de su pequeñez. Ser casi nada ante lo inabarcable.

    Esto me parece muy visible en las nuevas producciones, porque la mirada también modifica lo que se ve. No nos es posible ver algo para lo que no estemos preparados para ver. La historia de las ciencias está llena de ejemplos de este tipo. Uno de ellos, la resistencia religiosa a aceptar que la Tierra no fuera el centro del universo conocido, sino un planeta más que giraba en torno al Sol.

    LA GEOGRAFÍA, ESPEJO DE LA MIRADA INTERIOR

    Está fuera de mi manera de pensar un hombre a-histórico, un hombre esencial o platónico que permanece al margen de los cambios históricos, como una especie de constante inapelable. En ese sentido el escritor es un producto de su tiempo y, lo quiera o no, un reflejo de ese tiempo. Sus valores, su cultura, aquello que lo define como persona, incluyendo la Historia de la humanidad y la de su país de origen, se transparentan en su obra, y determinan su manera de mirar. Por eso creo que es necesario señalar que los escritores han respondido con su obra a los ecos de la sociedad a la que pertenecían. Así, en Argentina, sobre finales del siglo XIX y principios del xx aparecen autores que —lo repito, por elección o porque la obra los usa como mensajeros— convalidan el derecho a gobernar de un grupo minoritario llamado oligarquía, u oligarquía ganadera, o, peyorativamente, aristocracia con olor a bosta, o sea a excrementos vacunos.

    Juvenilia de Miguel Cané, es un claro ejemplo de la nobilización de los orígenes de esa clase social. También lo es una novela apenas posterior, Don Segundo Sombra, de Güiraldes, en que se traslada los valores del gaucho, ya en extinción, a los dueños de las estancias ganaderas. Algunos años más tarde, ya en los treinta del siglo xx, la afluencia incontrolada de inmigrantes, que traían su cultura a cuestas a un país con una identidad aún no consolidada, produce una nueva literatura donde el compromiso con la realidad social y política inmediata es claramente visible.

    También es ese el tiempo en que proliferan los folletines en que se levanta como héroes a los alzados contra la policía o las leyes; los bandidos rurales: Juan Moreira, Bairoletto, Hormiga Negra, Mate Cosido. Todavía era temprano para la aparición de una verdadera novela negra, pero ya pueden verse sus signos en el relato largo El matadero, de Esteban Echeverría. O en otro libro que viola sistemáticamente todas las fronteras de los géneros, porque es al mismo tiempo alegato político, historia y costumbrismo, apelando a una estructura en la que se mezcla el ensayo, el relato y la novela. Me refiero a Facundo: civilización o barbarie de Domingo Faustino Sarmiento. Si Cervantes no hubiera inventado la novela moderna con El Quijote, su inventor sería Sarmiento.

    Mucho más acá en el tiempo, y ya hablo de los setenta, nos encontramos con No habrá más penas ni olvidos, de Osvaldo Soriano, donde cuenta una masacre política en un tiempo perfectamente identificable, con un tono donde prima la ironía, como camino de fuga de la tragedia.

    LOS POSTERIORES AL SETENTA Y CINCO

    Con los autores posteriores a esa fecha, que vivirían en carne propia una de las peores dictaduras de Latinoamérica, un genocidio, el tema de la mirada, desde dónde se ve, y el modo como única pauta en común se me hace evidente. Yo agregaría que, en el fondo, tienen la mirada de aquellos que perdieron una guerra, la revolucionaria, la de Las Malvinas o la de Vietnam, da lo mismo. Nadie quiere a los derrotados, los festejos son para los vencedores. A los derrotadosse los ignora. Y todos los autores que mencionaré han vivido esa clase de derrota, y de negación de los otros. Creo que eso explica que hasta el setenta y cinco, para tomar una fecha aproximada, la novela negra e incluso la policial, fuera tratada en Argentina como un género menor, concebido como un juego, como un homenaje a los Hammett y los Chandler, con pocas excepciones. Una de ellas sería más tarde llevada al cine, Noches sin lunas ni soles de Rubén Moro Tizziani, un verdadero francotirador, infravalorado en el momento que publicó, y la otra El pibe Cabeza, que realizó en el cine Torres Nilson, con libro de Beatriz Guido.

    Para la nueva generación de escritores de novela negra es la única forma de relatar una realidad de horror, brutalmente negra. Con lo que deja de ser un juego, para ser algo mucho más serio, y ninguno de ellos se siente haciendo una literatura menor. Una gran parte de ellos, afincados en el interior de Argentina, abandonan Buenos Aires y los tugurios nocturnos, escenario tan común para la novela policial y negra anterior, que parecía no poder prescindir de la ciudad como geografía. Para cualquier argentino está claro que no ve de la misma manera su realidad un porteño, un habitante de la ciudad de Buenos Aires, que alguien de las provincias. Para el porteño su pertenencia y su ciudad son el centro del mundo. Para el narrador del interior lo que quiere narrar tiene un escenario distinto.

    ALGUNOS NOMBRES

    Creo que resulta inevitable citar a Mempo Giardinelli, nacido en 1947. Dos de sus novelas, bien negras, reflejan nuevos escenarios y una nueva mirada: Qué solos se quedan los muertos (1985) y, sobre todo, Luna caliente (1983). La primera se trama en torno al tema de la culpa y el castigo, con el fracaso del reformismo revolucionario del año sesenta y ocho. La segunda vuelve sobre el mismo tema, pero ya en el asfixiante mundo que le planteaba la situación social y política de Argentina bajo la dictadura.

    Otro autor a observar, porque se proyecta internacionalmente desde hace pocos años, es Guillermo Orsi, nacido un año antes que Giardinelli; y no es casualidad que me empeñe en señalar sus fechas de nacimiento. Todas las historias de vida, y las narraciones que produzca un autor, comenzaron en el día de su nacimiento. Otra vez tomamos dos novelas de este autor, ambas situadas geográficamente en Buenos Aires, pero con un condicionamiento casi subliminal. Orsi vive en una pequeña villa de la provincia de Córdoba, y pese a ser porteñomira como alguien del interior. Tal vez no por elección. Sucede que para alguien de Buenos Aires su villa queda tan en el extranjero como Barcelona, Berlín o Tokio, lo que lo convierte en un escritor extranjero. Con Sueños de perro Orsi se dio a conocer en España ganando el premio internacional Semana Negra/Urano, antes que en Argentina, y fue en 2004. En ella, un nadie, taxista, se mete a investigar qué pasó con un viejo amigo asesinado, aunque su experiencia de la calle le dice que sólo puede salir perdiendo. Al fin lo que menos importa es quién fue el asesino, la mierda salpica todo y a todos.

    La otra novela que quiero citar, ya de 2009, es Ciudad Santa. Una construcción que parece un juego de demencia y el lector puede atribuir a un exceso de imaginación: sucede en un parque temático bíblico, donde concurre la gente para presenciar la pasión de Cristo y otras escenas similares. Solo que ese parque temático no es una invención disparatada, existe en Buenos Aires. Allí, en ese escenario, donde mandan los decorados de cartón y la mística de los visitantes, se produce un crimen; y bastante más. Otra vez el tema central no es la investigación ni la resolución del enigma, sino la radiografía de una sociedad enloquecida, dispuesta a creer en cualquier cosa, con una feroz crisis económica a un paso de su memoria y una dictadura asesina y expropiadora de niños a dos pasos de su memoria, siempre dispuesta a la amnesia y a tolerar la corrupción política. La mirada, entonces, centra su punto de atención en una geografía artificial, una isla en medio de la ciudad.

    Alguien más nuevo en la novela negra argentina, pero con una potencia demoledora, es Leonardo Oyola, nacido en 1973, año del comienzo de una primavera democrática que terminaría en el setenta y seis con el golpe militar. Alguien que vivió su infancia y adolescencia en un país donde reinaba el miedo y la traición. En este caso, la mirada de Oyola se ciñe a la geografía de las Villas de Emergencia, eufemismo utilizado para llamar a los barrios de chabolas o las favelas. Podemos decir que su geografía ya no es Buenos Aires, la ciudad, sino esas islas de marginación. Los personajes de dos de sus novelas, Chamamé y Gólgota, son parte de esa fracción de la sociedad que el neo-liberalismo llamara al margen del sistema. Sin trabajos estables, sin posibilidades de formarse, nacidos en la peor de las pobrezas, la asumida como única realidad posible, sus personajes transitan por un mundo siempre al margen o al borde —externo— de la ley. No importa si son ladrones o policías, tienen los mismos códigos de conducta, la ley del más fuerte. Su tiempo es hoy. Nada tienen que ver con las novelas policiales de detectives de los años cuarenta. Suelo decir que el rock es rabia, y el rock argentino es rabia y conciencia social. Leonardo Oyola narra desde el rock más rabioso, pero con una particularidad común a casi todos losescritores de su generación. No se limitan a narrar, se preocupan por la estética. Hacen literatura. Como confesaría en Barcelona Ricardo Piglia sobre su Blanco nocturno: se parte del género, pero no para cumplir sus reglas, sino para usarlo como trampolín para llegar a la libertad de la literatura.

    Otro autor a tener en cuenta, también nacido en la década del cuarenta, es Ernesto Mallo. Si bien apoya su primera novela La aguja en el pajar en una estructura clásica, la mirada desencantada de alguien que creyó que un mundo mejor era posible en los años setenta tiñe toda la historia. Mallo, como otros autores de su generación, se comprometió con la lucha revolucionaria y, como otros autores, lleva la carga de muchos muertos queridos, compañeros de militancia. Al mismo tiempo, sus años de teatro crean un manejo formal de los diálogos muy poco convencional; y es en esa no aceptación de la convención por donde también viola el género y produce literatura. Su mirada política y poco optimista respecto al presente y al futuro también marca su segunda novela, Delincuente argentino.

    Carlos Balmaceda, nacido en 1954, creo que arriba a la novela negra por casualidad, como todos los de esta camada, que en muchos casos se enteraron luego que habían escrito una novela negra. No era una intención de emular a los Hammett y Chandler, sino una imposibilidad de narrar de otra manera. La novela con la que fue distinguido con el Memorial Silverio Cañada de la Semana Negra es La plegaria del vidente. En Mar del Plata, la ciudad donde vive, y en un tiempo concreto, cuando los medios hablaban de un maníaco asesino de putas que las dejaba torturadas o descuartizadas a un lado de la ruta, será un vidente, un hombre ciego y atormentado por su don, quien intuya el corazón del horror. En este caso la geografía es la ciudad balnearia más concurrida de Argentina. Un lugar para ir de vacaciones, a no preocuparse, y que permanece casi desierta fuera del verano. En Balmaceda no aparece la necesidad de emular Nueva York o Chicago, rescata la geografía social que tiene alrededor y le da protagonismo, porque no pretende rendir tributo a un género, sino que le es imposible narrar desde otro punto de

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