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La chica del grajo y los duendes de Bierzo
La chica del grajo y los duendes de Bierzo
La chica del grajo y los duendes de Bierzo
Libro electrónico168 páginas2 horas

La chica del grajo y los duendes de Bierzo

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Información de este libro electrónico

Nora Alfar es una chica con trastorno de espectro autista, su nivel de concentración le permite introducirse en las historias de los libros que lee, mismos que guarda en la biblioteca de su residencia, avanzados algunos años en la segunda mitad del siglo xx.

Un día decide visitar el bosque de Gawron, lugar místico y de contrastes, donde habita un grajo que constantemente la vigila. Ahí encuentra el Libro de Gublinduf, medio por el cual navega a otra dimensión para introducirse en el personaje principal del escrito, y así defender la libertad de los duendes de Domonia y luchar contra las asechanzas del malvado Wolfgang.

La chica del grajo defenderá a los suyos en la figura de Caballero de Valdueza.

Sin embargo, los eventos no ocurren como están escritos y deberá construir un nuevo final en la historia si quiere regresar a su vida real en Gawron.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 feb 2021
ISBN9788413863610
La chica del grajo y los duendes de Bierzo

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    La chica del grajo y los duendes de Bierzo - Allan G. Morales

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Allan G. Morales

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    Correcciones: Laura Madrigal Corrales

    Revisión de estilo: Jhonatan Quiros Maroto

    ISBN: 978-84-1386-361-0

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    En dedicatoria a todas aquellas

    personas soñadoras, promovedoras de

    un universo diferente, introvertidas y

    atrapadas en un mundo interior

    lleno de imaginación, y, por supuesto,

    a quienes cuidan de ellos.

    Introducción

    En un lugar lejano, a orillas del bosque de Gawron y avanzados algunos años en la segunda mitad del siglo XX, se encuentra la Mansión de los Alfar, colmada de callejuelas rústicas, bordeadas de lagos y pastizales; piedra con piedra forman las rutas de aquellos bellos jardines, algunos de sus árboles parecen nacidos de cuentos ilusorios, cordones de olivos que dan sombra a los intensos días de sol y pinos altos que abrazan el frío de las montañas, lugar de intenso misterio y desolación. En el centro de la propiedad se logra ver el hermoso Lago Verde Alfar, con bancas de acero en color negro que permiten sentarse alrededor para apreciar los días más bellos mientras algunos cisnes disfrutan del agua, que por su efecto de luz y mineral tornan su color majestuoso.

    A través del bosque cruza un río que baja las montañas nevadas formando cascadas, una de las cuales está ubicada a pocas millas de adentrarse en Gawron; los pueblerinos han considerado que es un lugar encantado por una leyenda pretérita de nubes que bajaron a las montañas a petición de una doncella enamorada que aún llora la partida de un guerrero, el cual subió a la cima para nunca más volver. Hasta la fecha es solo una leyenda en un lugar inusitado donde las plantas no dejan de florecer y las mariposas disfrutan con magia el aire puro.

    La fortuna de Robert Alfar fue dada por herencia familiar y compartida con su esposa Eva, ambos padres de una chica no muy sagaz como sí inteligente, hija única, que decidieron darle a la niña el nombre de Nora. A sus seis años, Amelia, la psicóloga, quien había sido contratada por tratar el habla y la incapacidad de socializar con otros niños de su edad, les advirtió acerca de su posible autismo. Nora creció y a sus catorce años aún mantiene severas limitaciones de comunicación y concentración, parece vivir en un mundo interior, es pasiva y tiene miedo al universo que le rodea. La chica y sus padres han vivido en la mansión desde su nacimiento, y conviven en el lugar junto con dos mozas sirvientas, un jardinero y el chófer, todos a disposición de la familia.

    Nora es visitada todas las semanas por Brenda, la maestra personal que trata de educar las virtudes potencializadas de la niña; casi se podría decir que es un esfuerzo algo en vano, pues el trastorno neurobiológico de Nora la ha llevado a refugiarse en solitario en la lectura por su propia cuenta, es su mayor pasatiempo. A la chica le encanta merodear por el jardín, sentarse a leer y luego jugar sola cerca de los árboles de olivo de la propiedad. Nora se desentiende por completo de su verdadero cosmos para transportarse al interior de cada historia, cada poema, cada cuento, ella traslada su mente y su cuerpo a otra dimensión cada vez que palpita su corazón al abrir una obra literaria.

    Robert, al descubrir la pasión de su hija, y aceptando el padecimiento, envió a construir una biblioteca del tamaño de cuatro habitaciones, suplida con grandes anaqueles abarrotados de cientos de libros que Nora podría utilizar, la mayoría comprados por sus padres y algunos otros tantos que fueron obsequiados por visitantes de la familia. La biblioteca se encontraba en el segundo piso de la mansión, junto a la habitación de la chica, esta a su vez era iluminada por una ventana circular cubierta por persianas color rosa que solamente eran abiertas cuando se quería contemplar a la lejanía el fastuoso Lago Verde Alfar.

    Los abuelos de Nora, antes de morir, le obsequiaron un afable perro a su nieta cuando era una niña, con el fin de provocar empatía y afecto en la relación; no obstante, aunque el animal envejece en la mansión desde hace varios años, la chica no logró dar tan siquiera un nombre a su mascota, su distracción con el entorno y su mirada fija la ha hecho desentenderse también del can.

    Por recomendación de Amelia, ha llegado a visitarlos el psiquiatra Willman, quien desde que escuchó del caso en el pueblo se encontraba dudoso, temía de una posible esquizofrenia en la joven, para lo cual le realizó un diagnóstico diferencial, era una enfermedad poco explorada en aquel entonces, sin embargo el doctor concluyó que la niña presentaba una condición de autismo, acompañado con algunos traumas paralelos desde su gestación, que le impiden desarrollar algunas habilidades comunes para la edad de Nora.

    Esta novela presenta la historia de la vida de una chica autista, apasionada por un cuento literario de fantasía y acompañada de su grajo, un duende y el Libro de Gublinduf. Descubre su mágico mundo paralelo y la capacidad de traer a su realidad los personajes de las lecturas, introducirse en el libro para ser parte de las vivencias literarias y navegar por una dimensión llena de aventura más allá de la Mansión Alfar, haciendo de su padecimiento la virtud que su familia desconoce.

    capÍtulo i

    FIESTA DE HADAS

    Una chica de ojos claros y cabello tornasol rizado, su piel blanca lucía algunos lunares que resaltaban su belleza, de contextura delgada y en su cuello siempre portaba un dije de oro. Esa era Nora, de apariencia seria y pomposa, una joven introvertida que aún a sus catorce años jugaba por el jardín de la Mansión Alfar solitariamente, se le miraba con ojos de niña, se dirigía a sus padres cuando expresaba al mundo sus pocas palabras y, casi siempre lucía vestidos opacos de un solo tono con volados que su propia madre le había confeccionado. Entre la estela de un almohadón que desprende sus plumas a través de la costura rota, ha recibido la visita del doctor Willman, en combinación con uno de esos días soleados de verano, una mañana cálida y excelsa.

    Nora, viendo fijamente cara a cara con el doctor Willman, parecía estar observando más allá del rostro del hombre, e incluso de la pared de su habitación. Mientras tanto, Robert y Eva, con su apariencia usual de lujo burgués, dos personas de negocios encasilladas en trajes anchos, a él le gustaba lucir su chaqueta de doble botonera, desabrochada para resaltar su corbata y camisa blanca de algodón, combinado con los pantalones grises a raya diplomática que tanto le gustaban, y sobre su cabeza no podía faltar el sombrero Homburg, todo un caballero apuesto, de ojos claros como los de su hija, ese era el mayor rasgo físico heredado hacia Nora, como también lo era para la madre el cabello rizado en la genética de la chica, espirales casi perfectos pero con tonalidad más oscura. La delgada madre enrojecía sus labios con lápiz Turén, como si no fuera suficiente lo glamuroso del vestido formal rompevientos ajustado a su cintura, su coqueto lunar en la mejilla y el casquete sobre su cabeza, así esperaban inquietos cerca de la puerta, como dos buenos padres que mantienen la ilusión de ver prosperar la salud de su hija en condiciones de angustia, todos queriendo una mejoría o al menos la esperanza de reducir lo que en los últimos días había agravado la condición de la joven. En ese momento un grajo que provenía del bosque se posó al borde de la ventana, voló con una hoja blanca en el pico que dejó caer dentro de la habitación, huyendo inmediatamente.

    El doctor Willman no le prestó atención al grajo, se levantó de la silla y le solicitó a Eva que lo llevara a la biblioteca de Nora para platicar junto con Robert.

    —Doctor Willman, ¿pasa algo malo? —Mientras, se dirigían a la biblioteca—. Noto su cara de preocupación.

    Fueron las primeras palabras de Robert, anticipándose a llegar al centro de la biblioteca. Una vez allí el doctor contestó:

    —Como ustedes saben, ella padece de autismo, es un espectro con el cual deben saber convivir, pues, ante su intensa concentración, su propio mundo interior, y su dificultad de comunicación; deben aprovechar la escasa confianza que les muestre para darle afecto y dejar que potencialice sus virtudes, la terapia es importante pero no lo suficiente, es una persona con dotes extraordinarios. —Queriendo complementar la explicación, el doctor dio un vistazo a la biblioteca y dijo—. Desde que adquirió el gusto por la lectura, hay algo en ella que le mantiene su mente en vilo.

    El doctor tomó sus lentes y los enfundó en su estuche algo arcaico, luego miró a Eva y Robert quienes se habían mantenido callados, hasta que la primera reacciona:

    —¿Y qué tal si le suspendemos los libros por un tiempo? —preguntó Eva mientras veían a Nora a unos cuantos metros de distancia; la chica ya estaba sentada sobre la alfombra que cubría el suelo del pasillo, tomando consigo un pequeño libro viejo de aves.

    —No me parece buena idea —respondió el doctor, y luego de un silencio sugirió—: Por el contrario, para su próximo cumpleaños podrían intentarlo a través de una fiesta con niños y jóvenes cercanos a su edad; no socializará mucho, pero podrían optar por decorar con una temática literaria que atraiga su atención, traten que su fiesta de cumpleaños sea como un libro, vistan a sus invitados y llenen su día de fantasía.

    Convencidos de hacer lo que sugirió Willman, los padres de Nora planearon una fiesta de hadas a falta de escasas semanas para su celebración de cumpleaños, comienzan a avisar a las tías de la chica para que programen la visita con sus hijas, primas de Nora, así como algunos parientes de Robert y vecinos cercanos a los Alfar; en total esperaban alrededor de cuarenta niños.

    Un día, mientras Julia y Olivia, mozas sirvientas de los Alfar, preparaban el almuerzo y la limpieza de la mansión, respectivamente, vieron pasar a Nora rumbo al jardín, las espantó un poco ya que la chica se movilizaba sin mucho aspaviento y aparecía a sus espaldas cuando menos lo esperaban, también era fácil que se les perdiera de vista mientras jugaba, pero una vez afuera de la mansión las sirvientas se despreocupaban, el peligro quedaba en manos de Rubén, el jardinero; le encantaba ver de lejos el comportamiento de la joven, no se acercaba porque temía de ella, para Rubén no era más que una loca mujer que podría explotar de histeria en cualquier momento.

    Ya en el jardín, cerca de su árbol de olivo favorito, Nora tomó una regadera que se encontraba tirada en el césped, la miró sin desdén, cortejando raramente el objeto, parecía que se concentraba fijamente en el agua; esto llamó la atención de Rubén, quien se detuvo por un instante, dejando de podar y poniendo las tijeras al suelo para secarse la frente tapada en sudor, y en un parpadear de ojos la joven no estaba en el lugar. Suspicazmente Rubén aceleró el paso para bordear el Lago Verde Alfar y llegar al punto donde estuvo sentada la chica, con angustia tomó la regadera que estaba tirada en el suelo y vuelve a ver a su alrededor: ahí estaba Nora, subida en el árbol de olivo.

    —¿Cómo subiste tan rápido? —preguntó el jardinero.

    En un silencio sepulcral de la joven, tan siquiera volvía a ver a Rubén, este replicó a la afonía:

    —Ya sé, quieres que me vaya. ¿Eso quieres? —dirigió sus palabras a la chica como si estuviera hablando con el árbol de olivo.

    La joven portaba en ese momento un vestido no usual para su costumbre, era de color blanco, como de cuento de hadas, movió un poco su acicalado atuendo y de su calcetín sacó un pequeño libro, tan diminuto que lo sujetaba con dos dedos; comenzó a leer mientras Rubén dio la media vuelta y regresó a podar los arbustos al otro lado del lago.

    Dentro de la mansión, Eva se acercó al cuarto de su hija, miró la veladora y sobre ella notó como una hoja blanca seca servía de separador en un viejo libro de aves. La madre miró por la ventana y ahí

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