Catarsis mundial
Por Sonia Domingo A.
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El desafortunado desenlace, la escasez de medios, la información incoherente y desafortunada y, a veces, irrisoria, hace presagiar que tal vez el futuro ha entrado en el presente más actual.
Mas de 545 000 muertos acaparan nuestro planeta, la cifra va en aumento, no hay signos de recuperación y la confianza se ha dormido, el miedo ha abierto el cajón de la epidemia irracional, los créditos se disparan, la hambruna se instala en el descanso de los más desfavorecidos, las grandes industrias realzan sus cuentas, los laboratorios se frotan las conciencias, mientras la humanidad se reduce al confinamiento, al reposo de sus muertos, aislados en cemento, a la vasija de las cenizas, al lloro del desespero con mascarillas por compañeros, ahora estamos escondidos entre realidad y misterio.
Si no lo estuviéramos viviendo, diría que la realidad de buscar un futuro se ha muerto.
Siguen los nuevos contagios y aceleran la cifra por el momento a la barbaridad de 11,8 millones de contagios y la cifra va subiendo. Mientras, los inquietos laboratorios y los grandes países del cultivo del miedo harán su economía evaluando probetas, insertando numerológicas sumas para hallar la ecuación de una vacuna.
No podremos calcular en realidad cuánto diezmará la población real.
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Catarsis mundial - Sonia Domingo A.
futuro
illustrationEntre murmullos y destellos luminosos, paredes nacaradas, aceleradas maniobras, pidiendo paso con ritmo inquieto, trasiego de nervios, miedo, incertidumbre y penuria, llegan con un enorme misterio las batas blancas llenas de asombro, no reúnen tiempo de preguntas, no precisan argumentos, no pueden imaginar lo que están a punto de sujetar los pasillos que guardan la desolación del moribundo, desvirtuando las plegarias, las tronas de los insensatos que sostienen jeringuillas en los brazos, entre sobredosis de alcohol y pasarratos.
Allí, en esas camillas, donde han reposado tantos cuerpos inertes, tantos rezos, tantos misterios como argumentos, ahora se tiñe de miedo. Se abre paso al silencio, se une la frialdad, la risa del que a punto está en comenzar a llorar, esas sirenas incansables, esas camillas ocupando espacio entre pasillos confundidos de llanto, quedan hacia un lado ese tráfico del gentío, esas manos sujetando la calma del enfermo, esas agujas que sostienen goteros del tiempo, esa juventud que rebosa en alcohol; su cuerpo ahora queda todo suspendido entre el miedo, lo incierto, lo absurdo y lo desconcertante, que produce terror, el desconocimiento de lo inquieto, lo extraño de los aciertos y la poca información escasea en la mente del mejor doctor; allí, entre los enormes pasillos, entristecen los misterios, las preguntas sin respuestas, los credos ya no son fiables, un nuevo huésped puede habitar el cuerpo de cualquier visitante al hospital, desea sumergirse en nuestra humanidad, ahora todo está en manos de la temible ciencia, de esa que jamás sospecha, la que siempre acecha, cautivando sapiencia nunca falla, siempre se enriquece de los visitantes. Ahora somos posiblemente la creación del inocente, habitamos un cuerpo que quizás con poca suerte albergue al huésped sereno, al más calmado, al que podríamos derrotar como un sutil resfriado, se pregunta un veterano médico viendo rodar camillas ensombrecidas, anunciando una mala venida, observando con perplejidad lo que estaba aconteciendo; a su alrededor, no dejaba de buscar una salida hacia algún lugar; inquietos, frente a los anuncios de sirenas, comienzan la más dura de las batallas por salvar a cada paciente que ingresaba en aquel lugar.
Órdenes precisas, camas camufladas, pocas preguntas, y mucho menos hablar de nada, todo aquello parecía una sucesión de prisas, un desatino impreciso, una película casi de Tarantino; ante aquel equipo médico sin ninguna infraestructura ni protección, comenzaron los primeros pasos, las primeras unidades a trabajar, sin horarios, a desvelar cómo poder deshabitar al huésped que quizás solo la ciencia, esa que jamás pierde, podrá liberar. En aquella sala misteriosa, sin mucho que objetar, todos los médicos observaban con la impotencia en sus guantes, el nervio ocular distraído y sus ganas de llorar, una sucesión de olvidos de muertes sin igual, ¿qué está sucediendo?, se preguntan constantemente.
—Doctor, por favor, doctor —una agitada voz de enfermera con el nerviosismo del miedo en sus latidos, las prisas en sus zapatos y detenido el pulso en tez blanquita—. Doctor, por favor, ¿qué está sucediendo? —dice con temblorosa voz—. No disponemos de camillas, no tenemos sanitarios disponibles para tantísimo dolor, no podemos atender a la sensatez, no hay medios ni ideas, no tenemos ni tan siquiera el valor de preguntar, ¿qué amenaza acecha con tanta frialdad, que entran sentados y en pocos minutos ese letargo aparece, en el consumo más aislado junto a la muerte?, ¿qué podemos hacer, doctor Zoilo?, ¿ante quién estamos tratando?, ¿por qué nadie avisó del panorama que, desolado, ha dejado los pasillos del terror? No hay camas, no hay lugar, no hay salida, no podemos dejar que unos pacientes se acerquen a esta unidad, ¿me está poniendo atención, señor Zoilo?
Con la mirada penumbrosa, el desvelo del envejecido rostro, las canas propias de una vida pasada, y la angustia detenida en sus manos le dice:
—Atienda las emergencias, dé instrucciones y activen protocolos recomendados, bloqueen los accesos y todo eso sin generar ningún pánico, atienda, enfermera, con calma, no busque en este preciso momento acertar, solo intente coordinar lo mejor que podamos el hospital. Enfermera jefe, Kristen, de la unidad de infecciosos, no tema, que los demás no perciban la sudoración, la poca saliva, el miedo que acecha sus dudas, que todos mantengan la cordura. Comencemos, no hay tiempo para hallar dudas, acondicionen salas y unidades para infecciosos, preparen unidades de UCI, organicen unidades para cuarentenas posibles y preparen morgues improvisadas, con la calma y serenidad, con la que rigurosamente cada día nos enfrentamos a trabajar.
»Precisaremos todas las unidades disponibles, la capacidad de trabajar con determinación, buena coordinación y, sobre todo, la absoluta combinación de evaluar y dar la mejor atención que podamos ante tal frecuencia de urgencias. Evitaremos colapsos innecesarios y, a partir de ahora, trataremos con todos los protocolos de alta seguridad habilitados, manteniendo máxima prioridad ante un posible brote «pandémico», tome nota, enfermera jefe (plan de contingencia).
»Centro de coordinación de alertas y emergencias, plan contingente sanitario para posible pandemia, virus desconocido, con nombre propio conocido como Covid19, coronavirus.
»Soporte de oxígeno, unidades de prevención y riesgo de infecciones, médicos y científicos, disponibilidad inmediata. Unidad de microbiología y unidades de cuidados intensivos UCI, todo cuanto podamos preparar para una posible avalancha de vidas humanas, necesitadas, y con la fatalidad en carencia de hallar suficientes respuestas.
»Tenga la amabilidad de llamar a los doctores y enfermeras, equipos médicos y auxiliares, prepararemos reuniones con todos ellos; primeramente, convoque a los doctores y póngase en contacto con máxima prioridad con preventivos e infecciosos, localice a los doctores Kilian, Alice, Uriel y todo su equipo.
»Lamentablemente, debemos iniciar la que seguramente será la batalla más complicada con la que hemos combatido nunca. Llegan inmediatamente instrucciones precisas desde los organismos competentes, se dan órdenes concretas y específicas a los organizadores de los hospitales, con carencia de palabras y vacía de muchas respuestas, las órdenes son precisas, urgentemente todos los médicos y personal sanitario han de colaborar; es preciso erradicar una pandemia ya establecida en otros países, ejecutando miles de vidas humanas, quizás millones, no hay tiempo para premisas ni tributos, no hay margen de error, no hay suficientes equipos ni infraestructuras médicas, quizás ni imaginamos la densidad del percance, no podemos trasladar incertidumbres, pues quizás el miedo sea la parálisis mayor de la humanidad. Se habilita la prudencia, se deja al descubierto la decadencia, el miedo sujeta el largo pasillo de camillas que entran, llenas de pacientes esperando respuesta, imprescindible atenderles según su estado, posibles evaluaciones e inquietantes y confusas comprobaciones, es esencial mantener y guardar la compostura, los rezos y las abreviaturas, desalojad las salas, las órdenes son bien claras —grita uno de los médicos jefes del hospital con su bata en mano, desorden en su mirada y poca voz dentro de lo congestionada que está su nariz—. No puede haber ningún paciente acompañado por nadie, la soledad impera, los rincones del pasillo de la angustia hemos de poner en cuarentena oficial y a los acompañantes, seres queridos y personas que hayan podido estar a menos de un metro de alcance de cada sujeto, habiliten zonas, preparen altas médicas a aquellos enfermos que no revistan gravedad inmediata, y evalúen la fórmula de atender y dejar libre la sala de urgencias en pocas horas. Tenemos que dar máxima cobertura a los pacientes infectados, a partir de ahora, procederemos a hacer y trabajar sobre las órdenes y supervisión de los altos mandos, y a no entorpecer la labor de quienes han de saber, todos los que tenían libre o cuadrantes con festivos, pasan a ser anulados de inmediato, las horas se alargarán un poco debido a la situación, y una vez todos atiendan las especificaciones, se les dará una pequeña charla intensiva y breve de cómo tienen que proceder, sean residentes auxiliares, camilleros, médicos, enfermeras, personal de limpieza, vigilantes de sala y de hospital, y médicos de ambulancias, auxiliares clínicos, todos recibirán en breve información precisa y detallada para poder trasladar y ejecutar su función sin acontecer mayores riesgos para ustedes, pero piensen que nos encontramos ante algo diferente, desconocido, y hasta el momento no tenemos ninguna información agradable sobre este virus. Solo sabemos que se presenta, alejándonos de nuestros sistemas, de nuestros lugares, de nuestras familias, para unirnos a la tierra, pues las muertes se contabilizan por millones y quizás estas cifras, jamás sean sinceras, debido a la escasez de tiempo y la crueldad del virus no podríamos precisar detalladamente ninguna cosa real, estén todos atentos —exclama el doctor, en apariencia cansado con la preocupación del pasillo infectado de camillas que sujetan soledades, lloros, tristezas y lamentos.
—Nada parece prever que los acontecimientos mejoren —dice Austin con desilusión entre palabras y piel erizada; escalofríos que se podrían confundir con su nariz taponada por el resfriado que estaba pasando.
Movimiento constante y gritos en un ala del hospital, dentro de esos pasadizos cerrados largos y emblanquecidos, donde la desilusión florece, los miedos se ralentizan y las frustraciones divagan en la mente, de los que sujetan la cama fría rígida. Por momentos, crece la incertidumbre y los familiares atónitos no encuentran sentido a desalojar el espacio de sus seres queridos, no sin respuesta, al igual que la determinación de ponerles bajo prevención sin una palabra añadida al respecto, no comprenden la tensa situación por la que están atravesando; los coches, pacientes y salas del hospital, se confunden entre los mareos vertiginosos de la confusión, la correosa callada por respuesta de la administración, el latir aparente de la desolación y, a prisas, los camilleros atienden personas congestionando esas salas que atormentan y duermen el dolor, mientras un sinfín de camas repletas de bancos y sillas confusas de pacientes aquejados por algo, que oprimen su respiración, hacen su pulso agitado, duermen la fatiga y comienzan los dolores musculares, sus articulaciones parecen por momentos disgustadas; allí inquietos, en sillas, esperando sus turnos alejados de la compañía de quienes aman sus vidas, retenidos en una cuarentena improvisada, donde enfermeras,