El exilio del verso
Por Sonia Domingo A.
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Sumergiendo los sueños en el acantilado
Opacando el silencio
Vivir en la agonía de la mentira que disfraza tus besos
Vivir porque sin más razón que la cordura destripo mis momentos
Sumergiendo los recuerdos que ahogo en presencia de mi escondido yo,
Vivo porque marca mi segundero el tiempo, la cobardía es mi chaleco
Vivo porque naciendo ya he muerto al dejar marchar mis sueños
Entre ese diagnostico precipitado,
Vivo por la amarga comisura que enriquece los recuerdos
Que han sujetado tantos años enlazados,
Pero solo vivo porque siento latir mi pecho cuando tu fotografía atiendo.
Amor eterno viajero de silencios, en escondida risa y sin ruidos escondiste los billetes de retorno,
Vivo sí, porque tu recuerdo permanece siempre intacto en mis pensamientos.
Porque el amor verdadero no brilla solo en presencia, quizás en sueños, viajo donde recorro estancias sagradas,
Vivo porque me nutro de esa ausencia que acelera mi pulso, en cada silencio ahogando las lágrimas que aún no he derramado.
Sencillamente vivo por recordar no estar muerto.
Libro de poesía y reflexión, donde los verbos conjugan el amor, los interrogantes se llaman emoción y los latidos esconden el pulso a la razón, un libro plagado de reflexiones que acechan las comisuras de noticias rotas secuestros mentales y daños colaterales, aciertos llenos de encuentros que reúnen momentos.
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El exilio del verso - Sonia Domingo A.
soñar
Raíz del tiempo
Justo esa raíz llamada tiempo,
el escenario donde el acierto desespera,
los conjuros se preparan,
hierven las velas en deseos,
rituales y ungüentos justo en el precioso momento
llega el blanco sonoro con tupido velo,
a tu atención le faltan mis plegarias,
a la banalidad, la causa,
a los desconciertos, los lloros de quien no tiene alma.
Porque la justificación pierde la batalla,
cuando al amor le regalan mentiras,
porque el descuento se inicia
mucho antes de decir un verdadero «te quiero».
Esa vela ardiendo en deseo esconde los vértigos,
tu cuerpo viciado ya no consume mis besos
la nada se ha vuelto la triste cuna del regalo caprichoso
al verte de la mano,
regalando perfumes en credos
a quien sujeta con fuerte los dedos,
que por alianza llevan nuestro amor eterno.
Mentes sistemáticas
No conozco mayor abrigo,
no encuentro las emociones que prometen en esos artículos,
que cada día intentan venderme.
No revelo mis ideas, ni promuevo conjeturas vanas,
pues a nadie creo le importa.
Intentan vender que la ocasión,
suele ser la revelación de los incautos,
dicen que no hay mayor enemigo que enamorarte de lo
prohibido,
no mayor verdugo, que opinar desconocidamente,
en lo que realmente desechan hacer de nosotros,
pequeñas mentes pensantes unidas al hilo del tiempo.
Nos visionan como marionetas sujetas,
nos arrollan de anuncios vacíos,
nos desvelan que hay que tener mentalidad propia,
que eso ya está perdido,
nos inquieta cualquier cosa que desconocemos de una Tablet,
pasamos horas divagando el uso de los sistemas,
y no nos damos cuenta de que nuestra mente se agota,
que si no la hacemos volver a pensar se marchita, se muere,
se agobia, queda rota,
y esto solo le interesa a los que, vacíos en poder,
nuestras vidas sujetan.
Yaceré al encuentro
La paradoja de los enigmas,
aterradora mente confusa e incomprendida,
se haya dentro del flequillo desolado.
Callada la desilusión
de un te amo en los labios,
paradoja del desacertado
que nunca sujetó los pensamientos,
retorciendo encuentros,
exánime en la piel
de incongruencias caricias.
Oh, mi confuso pensamiento,
nació para ser escuchado
en la nana de la piel,
en la nana que no atiende a razones
de viajes errantes,
del amor perturbado,
que desordena fragancias,
que hierve mentiras.
Un romance cobarde,
oh, mi amor yaciente,
irresoluta muerdes la muerte.
Tiempo
En el apartado del tiempo
donde vencen los silencios
se agudizan las mentiras,
se derrota la vida en aquel legado.
Alejado de tus besos, de la sombra del que soy,
del que acecha la ventana,
del que penando duerme,
el necesitar verte.
Ojeroso
Latido inquieto,
separado del cuerpo,
desaloja las manías de cerca encontrarte.
Yo, alejando mi desprecio,
de cordura espesa, acierto.
Veo lo lejos que quedó
la viejera del que ensombreció,
latido ojeroso
que mis manos hacen mecer.
Ya no