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Lincoln y el zuavo del Papa
Lincoln y el zuavo del Papa
Lincoln y el zuavo del Papa
Libro electrónico267 páginas4 horas

Lincoln y el zuavo del Papa

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La novela está inspirada en la historia real de John Harrison Surratt, hijo de Mary Surratt, la primera mujer ejecutada en Estados Unidos, después de ser condenada por conspiración contra el presidente Abraham Lincoln.

John es amigo del asesino de Lincoln, John Wilkes Booth y, después del atentado de la noche del 14 de abril de 1865, huye a Montreal, Canadá, donde encuentra refugio entre algunos sacerdotes.

Malcolm Robertson es un joven periodista que, en la noche del magnicidio, escribe un artículo para anunciar la muerte del presidente, y posteriormente, recibe el encargo de seguir el rastro del fugitivo, pero la empresa se complica porque Surratt, espía confederado, es un hombre muy hábil para pasar desapercibido y cambiar de nombre, gracias también a los numerosos encubrimientos que recibe de personajes misteriosos.

La fuga a Canadá continuará en Inglaterra, Liverpool y Londres, luego París en Francia, hasta llegar a Roma, capital por aquel entonces del Estado Pontificio, donde Surratt, católico, se encontrará finalmente a salvo, enrolándose en el cuerpo de los Zuavos, la legión extranjera del Papa.

Descubierto y reconocido por un compañero de armas canadiense, su captura se transformará en una compleja partida de ajedrez diplomático, y Malcolm seguirá de cerca todos los acontecimientos con la ayuda de Annabelle, la hermosa hija del cónsul de los Estados Unidos en Roma, de la que se enamorará.

La novela narra la extraordinaria e increíble fuga de John Surratt, el criminal más buscado de América, que duró dieciséis meses, llena de sorpresas e imprevistos.

Una fascinante historia de conspiradores y espías, que se une a la historia de amor que surge entre Malcolm y Annabelle.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento30 ene 2021
ISBN9781071586020
Lincoln y el zuavo del Papa

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    Lincoln y el zuavo del Papa - Marco Del Pasqua

    Capítulo I

    La noche del 14 de abril de 1865 Abraham Lincoln firmaba unas cartas mientras su secretario secaba diligentemente la tinta. Sintió una punzada en la espalda, un dolor causado de cuando de joven, era un pobre leñador. Se trataba de simples felicitaciones de Pascua y de agradecimiento a los militares que habían contribuido a la victoria de la larga Guerra de Secesión, la cual, finalmente, había terminado con el triunfo de los nordistas, sólo unos días atrás: el 9 de abril.

    Abe, date prisa por favor, tenemos una cita en el teatro esta noche y ya llegamos tarde. Su esposa Mary entró en el despacho precedida por un oficial de la Marina. Lincoln miró su reloj y abrió bien los ojos, esos ojos claros, profundos y magnéticos que atraían la atención de todos.

    Tienes razón querida, ya casi he terminado, sólo será un momento...

    El secretario tomó las dos últimas cartas en su mano, secó la tinta y las colocó en una carpeta. Mary estaba ya vestida y sabía de sobra que su marido no era puntual, conocía bien sus obligaciones de Estado y siempre le respetaba y comprendía, pero esa noche era Viernes Santo, querían celebrarlo juntos en el teatro y concederse, por fin, un poco de tranquilidad.

    En el teatro Ford se representaba la comedia Our american cousin y en Washington se había difundido la noticia de la presencia de la pareja presidencial, por lo que todas las entradas se habían agotado de inmediato, y la sala estaría llena.

    El General Ulysses Grant se disculpa de no poder asistir a la velada por razones familiares. El secretario leyó en voz alta una nota entregada por un mayordomo.

    Lo comprendo, estará muy cansado y preferirá pasar la noche con su familia. El presidente se levantó y se dirigió hacia su esposa, imaginando que Grant había declinado la invitación bajo la presión de su esposa ya que no soportaba la presencia de la señora Lincoln.

    Sólo estaremos el alcalde de Washington, tú y yo. Además de Grant, también se ausentarán el vicepresidente Johnson y el secretario de Estado Seward.

    Mary se encogió de hombros. No le importaba estar rodeada de tanta gente.

    Cariño, tu ropa está lista en la otra habitación. Invitó a su marido a cambiarse con la ayuda de un mayordomo. Sólo le dio los últimos toques a su chaqueta y pajarita. El presidente era un hombre muy alto, y, con una chistera en la cabeza, parecía gigantesco, y ella, a pesar de sus tacones, ni siquiera podía llegarle al hombro. Pero María lo amaba por eso: por los ojos seductores, el físico seco a pesar de tener cincuenta y seis años, su gran inteligencia y su indiscutible habilidad oratoria.

    Su carruaje está preparado, señor presidente. Un oficial de la Marina anunció con un saludo militar y un mayordomo les mostró el camino. Lincoln echó un vistazo a su reloj de bolsillo.

    ¡Santo Cielo! Llegamos tarde, apresurémonos por favor ordenó al cochero y montaron en el carruaje, en primer lugar, Mary y después Abraham.

    John Frederick Parker, el guardaespaldas del presidente, se instaló junto al cochero y comprobó que su pistola de servicio se hallaba en la funda. Esa noche estaba de guardia, si bien con cierta desgana, ya que habría deseado pasar la noche bebiendo en la taberna, en lugar de ver a la pareja presidencial en una aburrida comedia teatral, sin embargo, tenía un plan en mente.

    El carruaje se detuvo frente al teatro Ford, el espectáculo ya había comenzado, pero el alcalde Rathbone esperaba impaciente, la llegada de la pareja presidencial a la entrada del vestíbulo.

    Parker dio un salto y un mayordomo abrió la puerta del carruaje. Lincoln y señora descendieron, mientras el alcalde los saludaba e invitaba a entrar. El mayordomo abría camino rápidamente hacia el palco asignado a ellos, mientras en los pasillos se escuchaban claramente las voces de los actores que ya estaban declamando. Se abrió una pequeña puerta y la pareja presidencial acompañada del alcalde tomaron asiento, el público notó su llegada y los actores se detuvieron interrumpiendo la actuación. Los músicos interpretaron Hail to the chief en homenaje al presidente de los Estados Unidos con el público en pie, que al final le dedicó una gran ovación. La larga Guerra de Secesión había llegado a su fin, y Lincoln era el indiscutible vencedor. Los ilustres asistentes se sentaron, y la representación continuó desde donde se había detenido.

    Aquella tarde, John Wilkes Booth se había enterado por el hermano del dueño del teatro Ford, que el presidente y su esposa estarían presentes esa noche en la representación de la comedia musical Our american cousin. El hermano del propietario simpatizaba con los sudistas y conocía a John Booth, un actor de teatro bastante famoso que ya había actuado para Lincoln algunos años atrás.

    Booth había corrido de inmediato a buscar a sus compañeros: Lewis Powell, David Herold y George Atzerodt; estos dos últimos ya habían intentado secuestrar al presidente en el pasado, pero la empresa había fracasado.

    Sus compinches le habían conseguido un arma, una pistola Philadelphia Derringer, calibre 44, apodada el cañón de bolsillo por su mortífera potencia de fuego, munición y un caballo para huir.

    John Booth disponía de poco tiempo y debía actuar con rapidez. No había encontrado dificultades para entrar en el teatro Ford, ya que era un actor muy conocido y nadie le habría impedido su presencia. Había realizado un pequeño agujero en la pared del palco donde el presidente asistiría a la obra, y había salido. Las incógnitas eran muchas ya que no había habido tiempo para elaborar un verdadero plan de acción, pero aquel día había tenido suerte; la escolta del presidente se había reducido a su mínima expresión: únicamente el desganado agente Parker. Aquella tarde, Booth no podía saberlo ni preverlo, y, por consiguiente, los riesgos eran enormes, pero él era bien consciente de ello.

    Esa noche, alrededor de las diecinueve horas, Booth se había encontrado con sus amigos. La intención era la de asesinar al presidente, al vicepresidente, al secretario de Estado y al general Grant; habría sido un golpe verdaderamente duro al corazón del Estado, una venganza para el sur derrotado. Los otros conspiradores le habían dado el visto bueno, y Booth había regresado al teatro Ford.

    Había aguardado a la llegada del presidente en los pasillos del teatro, nadie se preocupaba de él, ya que todos los espectadores estaban ansiosos por ver la comedia musical y estaban sentados en sus asientos. Había notado que el alcalde Rathbone esperaba impaciente en la sala, cuando se oyó el sonido de un carruaje y los presentes se asomaron a mirar. El carruaje se había detenido y un ujier se había apresurado a abrir la portezuela, el presidente y su esposa habían descendido, y se habían dirigido apresuradamente al palco que les habían sido asignada. El vestíbulo se había quedado prácticamente vacío, salvo el personal del teatro de guardia, por lo que comprendió que ya no se esperaban más asistentes ilustres, y enrabietado, se mordió el labio.

    El agente Parker debía ocuparse del palco del presidente, pero echó un vistazo y sólo observó gente normal y corriente que quería pasar la noche, por lo que dedujo que la situación era tranquila. Esperó a que la pareja presidencial se hubiera instalado en el palco, con el alcalde de Washington y su consorte; cuando la orquesta hubo terminado de interpretar Hail to the Chief y la obra comenzó de nuevo, decidió que podía tomarse un respiro. Conocía un garito cerca del teatro y pensó que un buen trago era justo lo que necesitaba, regresaría poco antes del final de la representación. No le gustaban las comedias, mucho menos los musicales, y la idea de esperar varias horas en un pasillo por donde nadie pasaba, le aburría. Pensaba ausentarse durante media hora, tomar un trago y regresar luego, para esperar hasta el final de la representación y escoltar al presidente a la Casa Blanca. Comprobó que la puerta estaba cerrada y que no había gente por los alrededores, luego se ajustó la chaqueta, descendió apresuradamente por las escaleras y salió del teatro. A partir de ese momento, el presidente estaba completamente indefenso y sin escolta.

    En el humeante tugurio, Parker se sentó en el mostrador del bar junto al cochero y un sirviente de la Casa Blanca, pidió un vaso de bourbon y encendió un cigarro rodeado de prostitutas y clientes de dudosa condición.

    Booth miraba de reojo a Parker, y cuando estuvo seguro de que se había ido, se dirigió hacia el palco del presidente, miró a su alrededor para comprobar si había alguien, pero no había nadie. Desde la mirilla que aquella tarde había horadado en la fina pared miró al interior del palco; veía la espalda de Lincoln y de la esposa, y luego el perfil del alcalde Rathbone, pero aún no era el momento adecuado para actuar. Booth se conocía la obra de memoria, y sabía de sobra que había chistes que suscitaban la hilaridad del público, que aplaudía con vehemencia; confiaba en que la risa cubriera el sonido del disparo. Revisó el arma en su bolsillo, la acarició nerviosamente porque sabía que sólo había un disparo disponible y no cabían errores; en el otro bolsillo tenía un cuchillo listo para usar. Contó los segundos, los diálogos de los actores. Aguardó.

    Booth nunca había actuado en aquel espectáculo, pero lo conocía muy bien, y esperó el momento exacto en que el actor Harry Hawk, que interpretaba el papel principal del primo, Asa Trenchard, estuviera solo en el escenario para recitar la que se consideraba la parte más divertida de toda la representación. Booth esperaba ansiosamente aprovechar el entusiasmo del público para cubrir el disparo que estaba a punto de producirse.

    Lincoln sonrió de buen grado mientras observaba la escena, Mary también se divertía, ninguno de ellos se percató de que la puerta del palco se había abierto, de repente, de par en par, a sus espaldas.

    Un disparo, con un fuerte resplandor, resonó inmediatamente en el teatro. El asesino disparó a quemarropa y la bala entró por detrás de la oreja izquierda, atravesó la bóveda craneal y salió por encima del ojo derecho de Abraham Lincoln.

    ¡Sic semper tyrannis! ¡Así siempre a los tiranos! Una frase gritada en latín, que casi nadie comprendió, resonó en los palcos. Los actores dejaron de recitar y el público intentó comprender qué estaba sucediendo. ¿Se trataba, tal vez, de un coup de théâtre? ¿Uno de los muchos golpes de efecto que se usaban para animar las comedias?

    Alguien oyó también el grito: ¡Libertad!, otro la frase ¡El Sur ha sido vengado! en seguida se escucharon los desgarradores gritos de una mujer, los de la desesperada Mary Todd Lincoln que, instintivamente, se lanzó sobre su marido para protegerlo. Rathbone saltó sobre Booth, quien sacó el cuchillo hiriéndole en el antebrazo, y luego saltó de la barandilla del palco a pesar de que el alcalde se aferraba a su abrigo.

    Booth cayó desde una altura de tres metros y medio y se lesionó el pie izquierdo golpeando una placa conmemorativa de George Washington, pero, aun así, pudo caminar y ocultó la mueca provocada por el fuerte dolor. Se levantó y caminó por el escenario, haciendo creer al público que todo aquel trasiego era parte del espectáculo. Booth empuñaba el cuchillo ensangrentado por encima de su cabeza, gritando frases a la platea que nadie entendió.

    Rathbone gritaba desde el palco, junto con su mujer y Mary Lincoln, que detuvieran a aquel hombre mientras el público aún no comprendía lo que estaba sucediendo.

    Y fueron precisamente aquellos gritos desesperados los que hicieron entender al público que no se trataba de ficción, sino de la trágica realidad. Algunos hombres se lanzaron al escenario en persecución de Booth, y uno de ellos que se detuvo delante de él, recibió una cuchillada, pero el asesino logró abandonar el teatro, alcanzó su caballo, saltó sobre él, y pese a la herida en su pie, huyó a toda velocidad.

    Un cirujano del ejército, Charles Leale, que estaba presente en el espectáculo esa noche, se abrió paso entre la asustada multitud y llegó al palco. Vio a Rathbone herido, pero se ocupó del presidente que yacía privado de consciencia. Otro doctor corrió a echar una mano, tendieron a Lincoln en el suelo y le cortaron la camisa. El doctor Leale descubrió el agujero de entrada del proyectil detrás de la oreja izquierda e intentó quitar la metralla.

    La herida es mortal, es imposible que sobreviva. Leale pronunció la amarga sentencia y la desesperación de la señora Lincoln se trasformó en un llanto inconsolable. Llegó un tercer médico y los tres se consultaron entre sí; resultaba impracticable trasladar al herido en un carruaje por la ciudad, pero había que sacarlo de allí inmediatamente. Los médicos, con la ayuda de algunos soldados, transportaron al presidente fuera de la entrada principal del teatro mientras caía una lluvia torrencial.

    En el camino, la pensión Petersen House llamó de inmediato su atención y los hombres transportaron al herido allí, poniéndolo lo mejor que pudieron en una habitación del primer piso. El cuerpo fue colocado en diagonal sobre la cama porque la estatura de Lincoln era demasiado elevada y no cabía. En el ínterin, acudieron el doctor, cirujano jefe del Ejército, y varios médicos con su instrumental y una sonda.

    También acudió el secretario de Guerra, Edwin Stanton, que se abrió camino entre los soldados que se pusieron en posición de firmes nada más haberlo reconocido. Stanton, de carácter tosco e irascible, se asomó a la habitación donde el presidente yacía tendido. Los médicos le drenaban la sangre que salía de la cabeza, sabiendo que no había nada más que hacer por él, mientras Mary Lincoln sollozaba desesperada.

    ¡Llévense a esa mujer en seguida de aquí, y no la dejen entrar! ordenó bruscamente y la mujer del presidente fue de inmediato acompañada a otra habitación. Stanton comprendió que su presencia era inútil, por lo que tomó posesión de un salón contiguo, donde de hecho, ejerció el cargo presidencial durante varias horas; escribió telegramas, escuchó algunos testigos y dio órdenes para la captura de Booth.

    A las 7.22 del 15 de abril de 1865, después de una noche de agonía, Abraham Lincoln expiró sostenido por la mano del doctor Leale; en el momento del tránsito, su rostro asumió una indecible expresión de paz.

    Los presentes se arrodillaron en oración, y Stanton improvisó un discurso en el que elogió al presidente porque desde aquel momento ya pertenecía a la Historia.

    Media hora después del magnicidio en el Teatro Ford, Booth escapó a caballo por el Navy Yard Bridge hacia Maryland. El puente estaba cerrado para los civiles a esa hora de la noche y un guardia se detuvo frente a él, preguntándole qué hacía a caballo. Pidió que le dejara pasar porque se le había hecho tarde y tenía que volver a casa, de este modo el militar se convenció y le subió la barrera. Booth se reunió con David Herold, otro conspirador, y recuperaron algunas armas de un escondite, luego fueron a la vivienda del doctor Samuel Mudd, quien diagnosticó la fractura de la pierna de Booth, se la inmovilizó con tablillas, y luego le trajo un par de muletas. En la casa del amigo médico los dos conspiradores descansaron durante unas horas, luego contrataron a un hombre para que los acompañara, primero a la casa de Samuel Cox y posteriormente a la de Thomas Jones, haciéndose pasar por soldados confederados heridos. Jones los escondió cerca de un pantano durante cinco días hasta que lograron cruzar el río Potomac.

    El 24 de abril, llegaron a la hacienda de Richard Garrett, un cultivador de tabaco; Booth se presentó como un soldado confederado herido y Garrett notó que tenía una pierna entablillada. Booth y Herold permanecieron ocultos en la granja hasta el 26 de abril, cuando su escondite fue descubierto por soldados del 16º Regimiento de Caballería de Nueva York. Los soldados rodearon el granero donde los conspiradores estaban atrincherados y amenazaron con prenderle fuego en quince minutos. Herold se rindió, pero Booth gritó: No me cogeréis. Fue entonces cuando los soldados le prendieron fuego y las llamas se propagaron con rapidez. Booth se vio obligado a salir con un fusil y una pistola, pero un soldado le disparó hiriéndole de gravedad en la espina dorsal a la altura de la nuca.

    Las extremidades de Booth se paralizaron inmediatamente, y expiró dos horas después en el porche de Garrett.

    Powell, otro conspirador que había tratado de asesinar al Secretario de Estado William Seward, vagó tres días por la ciudad de Washington, D.C., que no conocía, hasta que llegó a la casa de Mary Surratt, una ferviente católica y madre de un conspirador: John Surratt.

    La casa de los Surratt ya estaba ocupada por investigadores y Powell declaró ser un trabajador contratado por Mary Surratt para hacer reparaciones en la carretera, mientras que ella afirmó que no lo conocía en absoluto. Ambos fueron arrestados.

    El resto de los conspiradores fueron arrestados en un mes, todos excepto John Surratt, que logró escapar a Canadá protegido por algunos sacerdotes católicos.

    Capítulo II

    Aquella noche, Malcolm Robertson se había acostado temprano porque estaba un poco cansado, pero feliz con su nuevo trabajo como reportero de la agencia de prensa Associated Press. Tenía veintiséis años y ese era su primer trabajo poco después de su licenciatura en la prestigiosa universidad de Harvard. La familia de Malcolm era de origen escocés y mantenían vivas sus tradiciones; su abuelo se había enriquecido comerciando con telas en Boston, y su padre y lo hermanos mayores de Malcolm continuaban dirigiendo el negocio familiar. A él no le gustaba aquella vida y le gustaba el periodismo, por eso, después de la licenciatura con mención de honor, había sido contratado por Associated Press en la capital de los Estados Unidos. La suya era una actividad de cronista político y seguía las actividades del Congreso y del gobierno, pero prefería el periodismo de investigación. Después de un par de años de trabajo se había hecho un nombre en el medio, conquistado rápidamente la estima de sus jefes. Vivía de alquiler en un pequeño apartamento en el centro de la capital y aquella noche fue despertado por unos fuertes golpes, alguien llamaba a su puerta. Era poco más de la una de la madrugada.

    Malcolm encendió la luz y se cubrió con una bata acercándose a la puerta.

    ¿Quién es? balbuceó.

    ¡Ábreme, soy Henry!

    Henry Thompson era su redactor jefe y se había enterado del atentado del presidente Lincoln. La mayoría de los periodistas estaban de vacaciones por la Semana Santa y necesitaba urgentemente a alguien que trabajara con él para la crónica. Se percató que el único que, de seguro, se había quedado en casa era Robertson, así que de inmediato corrió en su busca.

    Malcolm reconoció la voz y abrió inmediatamente, comprendió que debía haber sucedido algo muy grave para despertarlo a esas horas de la noche.

    Han disparado a Lincoln, vístete, tenemos que dirigirnos al lugar del atentado en seguida. Thompson estaba bastante nervios y Malcolm abrió la boca maravillado; le hizo señal de que esperara y corrió de inmediato a vestirse.

    Descendieron a la calle a la carrera, donde los aguardaba una calesa.

    ¿Adónde vamos? le preguntó ajustándose la chaqueta.

    Al teatro Ford, le han disparado mientras asistía a una comedia y parece que esté en las últimas. Thomson le contó las escasas noticias que tenía mientras Malcolm comprobaba que tenía el cuaderno y el lápiz en el bolsillo.

    Llegaron al teatro donde todavía había mucha confusión de personas y soldados. Las mujeres estaban todas muy asustadas y pedían a sus maridos que las llevaran a casa, aunque muchas se demoraban para observar qué estaba sucediendo. Thompson se abrió camino mostrando una credencial de la agencia declarándose periodista ante los soldados, que lo dejaron pasar seguido por Malcolm.

    Una multitud de investigadores interrogaba a los testigos mientras los militares se llevaban al director del teatro bajo custodia policial. En el vestíbulo, dos investigadores escuchaban el testimonio de la actriz Katherine M. Evans, que había sido la primera en subir al palco presidencial y ayudar al doctor Leale sosteniendo la cabeza de Lincoln en su regazo; sus ropas aún estaban manchadas de sangre y la joven estaba descompuesta.

    "El presidente Lincoln estaba inconsciente con la cabeza apoyada en

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