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Oaxaca 2006: Análisis del conflicto desde la subjetividad de los actores sociales y políticos
Oaxaca 2006: Análisis del conflicto desde la subjetividad de los actores sociales y políticos
Oaxaca 2006: Análisis del conflicto desde la subjetividad de los actores sociales y políticos
Libro electrónico511 páginas7 horas

Oaxaca 2006: Análisis del conflicto desde la subjetividad de los actores sociales y políticos

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Información de este libro electrónico

Revisión del movimiento magisterial en Oaxaca desde la perspectiva de los diversos actores sociales y políticos que participaron en él. Ejercicio de recuperación de las memorias, donde se expresan los miedos y dolores individuales de un pueblo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 sept 2021
ISBN9786074177435
Oaxaca 2006: Análisis del conflicto desde la subjetividad de los actores sociales y políticos
Autor

Silvia Bolos

Silvia Bolos es maestra y doctora en Ciencias Sociales por Flacso México y por la Universidad Iberoamericana, respectivamente; además, es exacadémica del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Iberoamericana. Ha sido responsable de las siguientes investigaciones: “Conflicto y protesta: la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (2006-2010)”, 2008-2013; “La construcción y ejercicio de la ciudadanía de las mujeres en México”, 2004-2007; “El Barzón: ¿proyecto político o movimiento ciudadano?”, 2000-2004; “Organizaciones sociales y gobiernos municipales: construcción de nuevas formas de participación y poder”, 1997-1999; “La movilización social en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México: organización y participación en torno a las demandas urbanas”, 1992-1996. Entre sus publicaciones destacan: Recuperando la palabra. La Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (en coautoría con el doctor Marco Estrada Saavedra de El Colegio de México); Mujeres y espacio público. Construcción y ejercicio de la ciudadanía (coordinadora); Participación y espacio público (coordinadora), además de varios capítulos de libros y artículos en revistas especializadas.

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    Oaxaca 2006 - Silvia Bolos

    Imagen de portada

    Oaxaca 2006

    Oaxaca 2006

    Análisis del conflicto desde la subjetividad de los actores sociales y políticos

    Silvia Bolos

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA CIUDAD DE MÉXICO.

    BIBLIOTECA FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO

    D.R. © 2020 Universidad Iberoamericana, A.C.

    Prol. Paseo de la Reforma 880

    Col. Lomas de Santa Fe

    Ciudad de México

    01219

    publica@ibero.mx

    Primera edición: 2020

    ISBN: 978-607-417-743-5

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Hecho en México.

    Digitalización: Proyecto451

    Índice de contenido

    Portadilla

    Legales

    Agradecimientos

    Introducción

    Capítulo 1. El sistema político oaxaqueño

    Capítulo 2. La presencia central del magisterio oaxaqueño

    Capítulo 3. Las organizaciones sociales

    Capítulo 4. Los organismos civiles

    Capítulo 5. La presencia y participación de las mujeres

    Capítulo 6. La mirada de otros actores: la Iglesia y los empresarios

    Capítulo 7. Los colectivos de jóvenes, los no organizados, los "otros

    Reflexiones finales

    Referencias

    Siglas y acrónimos

    Para mis amigos de Argentina y México.

    Para Luciana, Isabella y Martina

    Agradecimientos

    Sin duda éste es un trabajo de investigación en el que intento darles voz y visibilidad a todos los que intervinieron y colaboraron en él; a todos aquellos que me permitieron vivir con sus vivencias, emocionarme con sus emociones, enojarme con sus enojos, sufrir lo que ellos sufrieron, llorar con su llanto, divertirme con sus diversiones y reír con ellos.

    Por todo esto, y otros detalles que seguramente olvido, quiero agradecer las narraciones, enseñanzas y experiencias que compartieron conmigo y que hicieron posible mi investigación y la escritura de este libro. Agradezco a los integrantes de organizaciones sociales y organismos civiles, a los maestros y maestras de la Sección 22 de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), a las mujeres, a los que luchan en defensa de los derechos humanos, a sacerdotes, empresarios, colectivos de jóvenes y artistas plásticos, y a todos los no organizados que estuvieron en las barricadas.

    También quiero agradecer a la Universidad Iberoamericana, la cual, a través del maestro David Fernández, se interesó en este proyecto y me apoyó en su elaboración y publicación.

    Introducción

    Por eso está bien que en los libros se les dé el lugar a todos los actores, porque este movimiento fue de todos. Por ejemplo, los pintores dijeron: Vamos a presentar un libro donde le vamos a dar el lugar a la gente que constituyó la asamblea popular, a la gente que luchó en las barricadas y no a los dirigentes; no vamos a entrevistar a ninguno de ustedes porque ustedes fueron de la dirigencia. Y nosotros, pues: Perfecto, adelante. Qué bueno. Pero cuál es nuestra sorpresa que en la presentación del libro se la pasan hablando de los Alebrijes y de los chavos encapuchados. Ellos no fueron el movimiento; fueron una parte de la APPO.

    Entrevista a Guadalupe García Leyva, maestra,

    23 de junio de 2009

    Este libro presenta el trabajo que se desprendió del proyecto de investigación Conflicto y protesta: la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (2005-2010), el cual pretendió explicar y comprender los acontecimientos sociales y políticos que tuvieron lugar en el estado de Oaxaca entre mayo y noviembre del 2006, periodo en el que se constituyó la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO). Dicho proyecto tenía la finalidad de analizar la constitución, organización y movilización de la APPO, así como el conflicto político entre ésta y los gobiernos estatal y federal desarrollado durante esos meses.

    Sin embargo, la complejidad de la APPO obligó a ampliar tanto los enfoques teóricos como las diferentes estrategias metodológicas de la investigación. Por esa razón, en el presente libro expongo los antecedentes y el desarrollo del movimiento, así como el panorama general del conjunto de los actores y el orden de dominación en el estado. Además, en este nuevo abordaje, consideré necesario complementar y profundizar lo ya presentado mediante la recuperación de la perspectiva subjetiva de los actores; es decir, busco rescatar cómo percibieron, vivieron e interpretaron los acontecimientos a partir de sus relatos. Para ello fue necesario revisar y releer todas las entrevistas realizadas a diferentes sectores y actores que participaron en el conflicto. De esta forma, los acontecimientos aparecen narrados desde distintas perspectivas, desde donde aportan y complementan lo que ya se conoce. Las actitudes, opiniones e ideologías de los actores colectivos permiten analizar las representaciones de sus propias acciones; es decir, cómo se forma la acción y cuál es el sentido que le atribuyen a la misma. De esta forma, los relatos orales hablan menos de los acontecimientos que de sus significados; esto no implica que, a la vez:

    Las entrevistas revelan eventos desconocidos o aspectos desconocidos de eventos conocidos y éstos siempre dan nueva luz a los lados inexplorados de la vida cotidiana de las clases no hegemónicas. […] Las fuentes orales, sobre todo las de las clases no hegemónicas, constituyen una integración muy útil de otras fuentes, en tanto la fábula (o historia) es producida, es decir, la secuencia lógica y causal de eventos. Pero lo que las hace únicas y necesarias es su trama, el modo en el que el narrador organiza los materiales con la finalidad de contar su historia. La organización de la narrativa (sujeta a reglas que en su mayoría son el resultado de la elaboración colectiva) revela mucho de la relación de los hablantes con su propia historia (Portelli, 1984, pp. 19-20).

    La entrevista permite registrar no sólo información, sino también el conjunto de emociones, vivencias, experiencias y memorias de los sujetos individuales, las cuales remiten siempre a lo colectivo; es decir, los entrevistados narran lo vivido al mismo tiempo que recuperan las voces de otros y sus saberes. En esencia, esta estrategia metodológica implica que mediante una pregunta sea posible escuchar al entrevistado con la finalidad de:

    conocer, comprender, explicar, prever y hasta remediar situaciones, fenómenos, dramas históricos y relaciones sociales a partir de las narrativas vivenciales, autobiográficas y testimoniales de los sujetos involucrados. Democratización de la palabra, recuperación de memorias del pueblo, indagación de lo censurado, lo silenciado, lo dejado a un costado de la historia oficial, o simplemente de lo banal, de la simplicidad a menudo trágica de la experiencia cotidiana (Arfuch, 2002, p. 185).

    Las fuentes orales no son objetivas, pero tienen características específicas, entre las que se encuentran lo artificial, lo variable y lo parcial. Siempre son el resultado de una relación y de un proyecto común en el que tanto el entrevistado como el investigador están comprometidos mutuamente (Portelli, 1984, p. 25). Además, es necesario tener en cuenta un conjunto de elementos intrínsecos a este método de investigación. En primer lugar, la posición del investigador nunca es externa al campo de estudio; por el contrario, él siempre forma parte de un contexto. Por ello, es indispensable pensar en términos de relaciones y procesos, en lugar de hacerlo en forma dicotómica entre observadores de un objeto, entre sujeto-objeto o científico-realidad.

    En segundo lugar, la construcción de significados e interacciones es un proceso que los actores llevan a cabo entre ellos mediante sus acciones. No obstante, el investigador observa los resultados finales de estas acciones incluso cuando el proceso aún no ha terminado; es decir, nunca observa la acción mientras se realiza, sino hasta después de que sucede. Las interacciones no son un accidente en las acciones colectivas; por el contrario, son una parte esencial que debe ser estudiada junto con la multiplicidad de actores que de una u otra forma participan en la interacción. Éstas se constituyen a través de negociaciones, desequilibrios de poder, roles de liderazgo, formas de organización, distribución y circulación de la información. Las formas de interacción (intercambio y reciprocidad) están orientadas a satisfacer ciertas necesidades de los grupos, sean éstas afectivas, comunitarias, políticas o culturales, entre otras.

    En tercer lugar, desde la perspectiva de las redes, Castells (2012) plantea que los movimientos sociales son las fuentes del cambio social y, por lo tanto, de constitución de la sociedad; además, estos movimientos están formados por personas. La pregunta clave que hay que entender es dónde, cómo y por qué una o mil personas deciden individualmente hacer algo que les advierten repetidamente que no deben hacer porque serán castigadas (p. 30). Uno de los aspectos que este autor incorpora a la interacción social se refiere a las emociones de las personas, las cuales intervienen al momento de participar en una acción. Castells destaca el miedo como una emoción negativa y el entusiasmo como una positiva. Un movimiento social inicia con la transformación de una emoción en acción y no con un programa o una estrategia política.

    En el caso de la conformación de la APPO, amplios sectores de la población estuvieron motivados a participar en ella en respuesta al enojo, al sentimiento de injusticia, a los agravios y a la humillación. Frente a esto, los interrogantes que se suscitaron en esta investigación fueron: ¿cómo las personas se integran con otras y cómo se comunican?, ¿cómo negocian intereses diferentes?, ¿cómo utilizan las experiencias anteriores y las comparten?, y ¿cómo se vinculan con otros sectores sociales para obtener objetivos comunes?

    Desde la perspectiva de la subjetividad, Schutz (1964) plantea la necesidad de analizar también las motivaciones personales para la acción, como un aspecto constante y como el inicio de los procesos de constitución de actores colectivos, pues resulta imposible abordar los fenómenos sociales sin reflexionar sobre actividades originadas por motivaciones. En un segundo momento, a toda acción se le atribuye un sentido que resulta de un conjunto de reflexiones, las cuales pueden modificar el sentido asignado originalmente. Los motivos constituyen el sentido o el conjunto de sentidos que permiten interpretar una acción. Schutz los distingue en dos categorías: para qué y por qué. El para qué responde a los motivos que el actor se propone con su acción; se refiere a un tiempo futuro y representa el proyecto que está presente en la acción misma. Estos motivos se encuentran integrados en sistemas subjetivos de planificación. El por qué se refiere al pasado y a las razones o causas de la acción; exige un acto de reflexión del pasado sobre el cual se basa su actuación. Además, corresponde a las experiencias que tienen los actores de sus propias actitudes pasadas y que se condensan en forma de principios, máximas, formas de actuar, gustos, etcétera (pp. 23-27).

    En cuarto lugar, la comunicación entre los actores constituye un proceso importante para la acción colectiva, ya que determina las características organizativas del propio movimiento social: cuanto más interactiva y autoconfigurable sea la comunicación, menos jerárquica será la organización y más participativo el movimiento (Castells, 2012, p. 32). Comunicar experiencias y prácticas, así como estrategias, posibilita la generación de ideas y la construcción de proyectos conjuntos. Sin embargo, en algunos casos, estas experiencias pueden llegar a constituir el interés de líderes que quieren legitimarse y presentar objetivos e interpretaciones poco vinculadas con las condiciones reales. Tal es el caso de algunas de las organizaciones participantes en la APPO, las cuales, a partir de una interpretación errónea, pretendieron llevar el movimiento a un proceso de creación de un poder popular. La comprensión de las condiciones en que se producen estos procesos y cuáles son sus resultados no puede ser un asunto de teoría formal. Hay que basar el análisis en la observación de cada caso particular (Castells, 2012, p. 33).

    Debido a las características del conflicto, el trabajo de campo que se desarrolló en esta investigación implicó, principalmente, el uso de técnicas de investigación cualitativas, con el fin de comprender y analizar, por un lado, los procesos de motivación individual para participar en las acciones colectivas y en el proceso de constitución y organización de la APPO, y, por otro, el conflicto y la confrontación con el gobierno estatal. Estos instrumentos fueron las entrevistas a profundidad efectuadas a grupos focales de los sectores sociales y políticos, como mujeres, jóvenes, miembros de base de la APPO y vecinos de los barrios. Asimismo, se llevaron a cabo entrevistas individuales con líderes, dirigentes, cuadros medios de las organizaciones, miembros de la APPO, maestros, funcionarios públicos, diputados locales, integrantes de la Iglesia, periodistas y empresarios.

    En la primera etapa de la investigación se realizó una revisión bibliográfica sobre el sistema político oaxaqueño, la estructura social, los movimientos populares, los organismos civiles y el magisterio, con la finalidad de definir el contexto del conflicto. Fue necesaria también una revisión hemerográfica para reconstruir los eventos sucedidos desde la elección del gobernador Ulises Ruiz hasta el final de su mandato.

    Los abordajes teóricos sobre el objeto de estudio

    La pregunta central de toda teoría de los movimientos sociales es: ¿cómo es posible la acción colectiva? En términos teóricos y metodológicos, con ésta se plantean las condiciones sociales, políticas y culturales que están en la base de la acción y que explicitan cómo se constituye un actor colectivo. Para el caso específico de esta investigación, se trata del actor potenciado por la cantidad de organizaciones y grupos que lograron la conformación de la APPO. Además de lo anterior, en esta pregunta se deben contemplar las interpretaciones, visiones y perspectivas de los diversos actores sobre su participación en el conflicto y en el movimiento.

    Existen varias interpretaciones sobre si lo sucedido en Oaxaca fue una rebelión, una insurrección o una revolución que posibilitó la instauración de un gobierno popular. Elegí caracterizarlo como un movimiento social que, como tal, tuvo y tiene un papel fundamental en la sociedad, sobre todo, porque permite señalar los mecanismos de exclusión que el sistema político produce cuando establece las fronteras externas que marcan quiénes están incluidos en él. Es decir, todo sistema político tiene límites que definen quién está adentro y quién afuera; todo sistema de toma de decisiones establece quién tiene derecho a participar en él y quién no. Por otra parte, el movimiento internamente posee su propio proceso de toma de decisiones, al igual que el sistema político, donde los actores políticos participan en esa toma de decisiones e influyen en la medida en que tengan las habilidades políticas necesarias. De manera empírica, los actores son los mismos: actúan para que los conflictos fundamentales de la sociedad sean visibles y para influir en las decisiones de un sistema político.

    Para explicitar una segunda forma de abordar las acciones colectivas, retomé los aportes de Melucci (1999), quien elabora una crítica sobre la utilización del concepto de movimiento social, entendido como toda acción política no institucional, como todo aquello que cambia en la sociedad o, bien, como cualquier fenómeno de acción colectiva (huelgas, tumultos o movilizaciones con diferentes objetivos). Según este autor, un movimiento social debe ser analizado como un sistema de relaciones sociales donde se especifiquen las formas en las que se movilizan los recursos internos y externos, así como la manera en la que se constituyen, cuáles son las estructuras organizacionales que crean y cómo garantizan las funciones de los liderazgos. Sin embargo, para Melucci el concepto de protesta tiene débiles bases analíticas y por ello se pregunta: ¿Podría la protesta definirse como cualquier forma de denuncia de un grupo perjudicado?, ¿como una reacción que transgrede las reglas establecidas?, ¿como un enfrentamiento con las autoridades?, o ¿como todo lo anterior? (pp. 41-42). Su propuesta es pasar de las definiciones empíricas a las analíticas.

    Otra forma de abordar la investigación en el campo de la acción colectiva, particularmente desde el estructuralismo, es relacionar la condición social (por ejemplo, jóvenes, obreros o campesinos) con la acción; es decir, se presenta información sobre los factores de la estructura social que proporciona las condiciones para la formación de un actor en particular. Por otro lado, el trabajo de Charles Tilly (1985) recopila detalles de las acciones colectivas a través de algunas fuentes oficiales, como periódicos o documentos; éstos son agrupados en categorías según el tipo de actor, de acción, de enfrentamientos con las autoridades, de las respuestas de éstas después de los eventos, del repertorio de las acciones, entre otras. De este modo, se recoge información sobre cómo los actores pueden describir, potenciar y articular lo que están haciendo. Según Melucci (1999), Touraine (1979) es el único autor que ha trabajado la acción como un producto colectivo mediante la intervención sociológica como metodología.

    El conjunto de estos procesos es la parte constitutiva de lo que llamamos movimientos sociales en su expresión final. Es decir, cuando tenemos la posibilidad de observar las acciones en el campo de la sociedad, del sistema político o del enfrentamiento con las autoridades, sabemos que los actores sociales previamente se han constituidos como tales. De acuerdo con Melucci (1999), es necesario analizar el proceso mediante el cual las personas actúan en conjunto, teniendo en cuenta que nunca son una unidad y que la formación de un actor colectivo tiene una naturaleza compleja y diversa. En este sentido, un movimiento, aunque aparece unificado, bien organizado o que actúa bajo un escenario histórico, como héroes o villanos de la novela (Melucci, 1999), enfrenta problemas de identidad, de unidad y de cómo integrar las diferencias, lo cual representa un proceso complejo y a veces imposible de resolver. Por ello, en general, sus integrantes funcionan con base en acuerdos para resolver los problemas.

    Lo anterior remite a la relación entre las acciones colectivas y la organización. Esta relación constituye un tema esencial para esta investigación, pues la APPO fue conformada por cientos de asambleas, sobre todo, de maestros pertenecientes a la Sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE). Una organización no es un hecho natural ni la consecuencia lógica de un conjunto de problemas estructurales que la obligan a solucionarlos. Una organización se constituye como una mediación entre la necesidad percibida como problema y las acciones colectivas. De acuerdo con Crozier y Friedberg (1990), las acciones y las organizaciones:

    son las dos facetas indisociables de un mismo problema: el de la estructuración de los campos dentro de los cuales se desarrolla la acción. No se puede concebir una determinada acción colectiva únicamente por las propiedades intrínsecas de los problemas por resolver […]. El análisis de las organizaciones puede aportar una contribución decisiva para la constitución de un nuevo modo de razonamiento sobre los asuntos humanos (pp. 17-18).

    Los modos de organización presentan problemas que se reflejan en las acciones colectivas o en la cooperación, entendidas como procesos de integración de individuos y grupos con diferentes objetivos, donde éstos a veces resultan contradictorios. Además, esta integración puede darse mediante la sumisión de un grupo sobre otro o a partir de negociaciones, lo cual implica, por necesidad, relaciones de poder y de dependencia. Me referiré a estas últimas más adelante.

    La acción conjunta o cooperación incluye las interacciones y la interdependencia de los actores involucrados en ella; éstas siempre están determinadas por distintos intereses, estrategias y por los recursos que cada organización posee. Se trata de relaciones conflictivas en las que el poder está presente. Toda estructura de acción colectiva, por estar sostenida sobre las incertidumbres ‘naturales’ de los problemas por resolver, se constituye como sistema de poder. […] En tanto constructo humano acondiciona, regulariza, ‘aplaca’ y crea poder para permitirle a los hombres cooperar en las empresas colectivas (p. 22). Es decir, no hay acción social sin ejercicio de poder entre los involucrados en las acciones colectivas. Asimismo, las formas en que estos diversos actores se organizan:

    no son más que soluciones específicas que han creado, inventado o instituido actores relativamente autónomos con sus recursos y capacidades particulares, para resolver los problemas que plantea la acción colectiva y, sobre todo, lo más fundamental de éstos, el de su cooperación con miras a cumplir objetivos comunes, aunque de orientación divergente (p. 13).

    Las diferencias entre las formas de organización, sus objetivos y actuación, los enfrentamientos y las acusaciones mutuas, muestran que no existe una racionalidad única mediante la cual se pueda analizar el proceso que nos ocupa.

    Para que se produzca una acción colectiva es necesario, en primer lugar, que existan necesidades provocadas por la escasez de recursos (materiales o simbólicos), así como que éstas estén representadas colectivamente como problemas a los que hay que darles una solución, es decir, que signifiquen un conflicto para el colectivo. Sólo así podrán convertirse en demandas que de modo necesario se dirigen hacia otro. Sin embargo, situaciones similares, en términos de carencias, no siempre generan acciones colectivas. Por ello debe existir, desde los actores colectivos, una representación del otro al que se le adjudique una responsabilidad o la potencialidad de decidir sobre el recurso demandado. La percepción del adversario, el que tiene, administra o posee la gestión del recurso, es relativamente inmediata. En un primer momento, no hay una reflexión de los actores sociales dirigida a descubrir las causas estructurales del problema en cuestión, pues esto impediría u obstaculizaría que los grupos se identifiquen entre sí y con el adversario y, en consecuencia, no se llegaría a plantear de forma consciente una relación de conflicto.

    Una vez que son reconocidos los problemas y éstos se convierten en demandas, la decisión de actuar para resolverlos estará determinada por las motivaciones de los actores, las experiencias anteriores del grupo (actualizadas y movilizadas), el repertorio de acciones (Obershall, 1978, p. 236), el conocimiento y la información que posean sobre el adversario, y una evaluación de las posibilidades de éxito, en donde intervienen las experiencias anteriores y las creencias que el o los líderes puedan impulsar para hacer creíbles sus propuestas.

    Ya me he referido a la importancia de las motivaciones para la acción. Un elemento que puede convertirse en una motivación es la participación de los actores en experiencias organizativas anteriores, ya que éstas posibilitan actuar con referentes que funcionan como una memoria que se activa en los momentos en que deciden una acción. Asimismo, otorga una sensibilidad particular sobre los problemas sociales y políticos, pues los actores desarrollan sentimientos de solidaridad no sólo con personas cercanas a su cotidianidad, sino también hacia quienes se encuentran en algún tipo de conflicto social. En términos de la constitución de un actor colectivo, la posibilidad de que exista una continuidad de las acciones estará dada, por un lado, por la presencia de redes sociales y, por otro, por las organizaciones que recogen las experiencias anteriores, actualizan la memoria colectiva, aprenden a ser gestoras ante los organismos gubernamentales y utilizan el repertorio de acciones para elegir la más adecuada frente a cada problema o situación. En este sentido, el proceso por el cual se comienza a participar es en esencia un proceso de aprendizaje que se va constituyendo, en la mayoría de los casos, a partir de una organización y de ciertas experiencias socializadoras, colectivas de aprendizaje, como la defensa de las colonias, las tomas de lugares públicos y privados, los bloqueos, entre otras.

    Para Castells (2012), las formas organizativas están relacionadas con la noción de territorialidad o espacio; una colonia, un barrio o una comunidad son el soporte de las relaciones e interacciones que entablan distintos actores. Asimismo, el espacio permite, por un lado, comprender el peso de las tradiciones, los aspectos culturales y los significados que se atribuyen a la posesión o carencia de un recurso material o simbólico; y, por otro, es el lugar donde se realizan aprendizajes para la participación.

    Una vez constituidas, las organizaciones plantean formas de acción que se expresan en procesos de negociación y enfrentamiento, los cuales, en la mayoría de los casos, dependen de las relaciones y de la posibilidad de interactuar (en términos individuales y de organización) con las instancias de gobierno o con sus funcionarios. Dichas relaciones pueden definirse en función de acuerdos partidarios o de relaciones personales. En el caso de que los líderes o dirigentes sean opositores, las autoridades desarrollan estrategias múltiples que van desde la generación de políticas desarticuladoras y represivas, hasta involucrar a las organizaciones en relaciones de amistad que aparentemente disolverían o pospondrían los conflictos. Sin embargo, dado que los intereses de ambas partes son contradictorios, y en algunos casos antagónicos, el conflicto tiende a permanecer.

    Estas interacciones se expresan también en las alianzas que las diferentes organizaciones y grupos sociales realizan entre sí para incrementar la fuerza que necesitan en una determinada acción, así como para crear o consolidar coordinaciones, federaciones y frentes sociales y políticos que les permitan enfrentar y negociar con sus adversarios. En el caso de las organizaciones participantes en la APPO, se pueden observar distintas formas de realizar alianzas; muchas de ellas representan una identificación con proyectos sociopolíticos, pero otras son coyunturales frente a los procesos electorales o la toma de decisiones en los espacios que comparten.

    Aun cuando las organizaciones se presentan como una unidad, contienen corrientes o subgrupos con intereses diferenciados entre sí, los cuales pueden coexistir, siempre y cuando no se contrapongan con los objetivos generales. Cuando esto último sucede, se incrementan los conflictos internos. Por lo regular, cada subgrupo intenta autoafirmarse mediante la integración de su política a los principios ideológicos de la organización, con lo que legitima sus exigencias y obtiene más adeptos para sus objetivos. En muchos casos, como en el sindicato de maestros, más que diferencias esenciales entre los objetivos planteados, se presentaron disputas por el poder dentro de la sección magisterial. Según Crozier (1990), toda lucha humana es una lucha por el poder. Como contraparte de lo anterior, también hay que considerar el aspecto de la conformidad voluntaria de los miembros de las organizaciones. Toda organización, sea cual fuere su estructura y cualesquiera sus objetivos e importancia, requiere de sus miembros una porción variable, pero siempre importante, de conformidad (p. 242). Los dirigentes o líderes, que se asumen como representantes del conjunto, tienen un papel fundamental en el funcionamiento organizativo, en la obtención de la cooperación voluntaria de sus integrantes y en el establecimiento de relaciones jerárquicas. En ciertas ocasiones ha sucedido que la organización llega a convertirse en un botín político para los dirigentes.

    Es un hecho que las relaciones de poder se reflejan particularmente en la representación; los actores eligen, mediante diferentes mecanismos, a sus representantes formales o informales, como producto de una división del trabajo que especializa funciones. Una de las funciones de los representantes consiste en elaborar ideologías, es decir, imágenes donde los otros se reconocen, para construir una definición de identidad oficial y pública, que es el resultado de su intervención como personas centrales y símbolos del grupo. Son los encargados de trazar la dirección política, así como de tomar las decisiones fundamentales. Sin embargo, la desigualdad de recursos (conocimiento, relaciones externas, acceso a lo público) crea también desigualdades en el interior de las organizaciones. Por ello, el problema para los actores colectivos es cómo socializar las formas y mecanismos que se utilizan en la designación de sus representantes, tanto en las negociaciones como en los enfrentamientos entre ellos y el exterior.

    Finalmente, mientras que las organizaciones sociales le otorgan visibilidad a un movimiento social, son las acciones colectivas organizadas las que concretan el movimiento y los proyectos que éste asume. Por esa razón, es importante investigar los proyectos que dan origen a las organizaciones y cómo éstos inciden en un proceso conflictivo (véase el capítulo 2). En las grandes organizaciones que se estudian en esta investigación, (en especial el magisterio y las populares) veremos que lo que motiva sus acciones es un proyecto político.Además, el instrumento de gestión que realizan para obtener la satisfacción de las necesidades de sus bases sociales les permite reclutar adeptos, obtener reconocimiento y legitimidad y, sobre todo, consolidar el proyecto.

    Desde otra mirada, Benjamín Arditi (2015) analiza las movilizaciones del 15M, Occupy Wall Street y #Yosoy132 desarrolladas en distintos países durante el siglo XXI. Arditi las describe como experiencias de personas indignadas que se presentan más cercanas a los esquemas de comunicación distribuida y a los sistemas red que a los modos de comunicación y difusión que solemos asociar con los movimientos; en las insurgencias hay menos la preocupación por liderazgos; la cooperación y las funciones se asignan más por capacidades que por jerarquías, las demandas no son el punto de partida de las acciones (pp. 57-58). Lo anterior supone una diferencia entre estos movimientos sociales, donde las demandas, los liderazgos y la organización funcionan como promotores de las movilizaciones y como un conjunto de acciones contra sus adversarios. Desde otra perspectiva, el autor plantea diferencias entre los movimientos sociales y las insurgencias, y también entre éstas y las iniciativas programáticas, pues las primeras "buscan perturbar el statu quo, mientras que los programas quieren gobernarlo" (p. 59).

    Para desarrollar su trabajo, Arditi sustenta tres ideas acerca de las insurgencias. La primera consiste en entenderlas como conectores entre dos mundos: el presente y otros posibles. La segunda las considera como performativos políticos donde se comienza a vivenciar aquello por lo que se lucha y la tercera las relaciona con lo que Fredric Jameson llama mediadores evanescentes, aunque para ellos tenemos que recargar esta noción introduciendo las posibilidades del éxito y del fracaso en la estructura misma de los mediadores y alegando que nada realmente se desvanece sin dejar un rastro o remanente (p. 60). Según Castells (2012), esto no implica que carezcan de un programa sociopolítico, pues la insurgencia no empieza con un programa ni con una estrategia política (p. 30).

    Para explicar la primera idea, Arditi (2015) menciona que las insurgencias que aparecieron en varios países del mundo expresaban el hartazgo con la impunidad de los poderosos y con la farsa de una justicia social inexistente. Sus demandas fueron las mismas que se visibilizaron en las acciones de algunos movimientos en años anteriores, como, por ejemplo, el caracazo en Venezuela en 1989, las guerras del agua en Bolivia o las protestas en Argentina en 2001; otras protestas, como las de Occupy Wall Street, sólo intentaron impulsar un cambio en lo político. Los movimientos a favor de la democracia significaron algo diferente, como no perder los empleos o ser libres de oponerse a los gobiernos, entre otros, pero sin un programa que señalara cuál sería su futuro. Según Arditi (2015), consignas que refieren mayor participación, justicia o una vida mejor, difícilmente cuentan como un plan o alternativa al orden existente. Ésta es la norma más que la excepción (p. 61). Los que no aceptan el orden existente recurren a la narrativa de la emancipación, se reúnen y discuten entre ellos, escriben un manifiesto y salen a buscar adeptos. Las rebeliones de años recientes no prestan atención a esta hoja de ruta, pues saben que los manifiestos y los programas se van elaborando por el camino (p. 62).

    La segunda idea se refiere a las rebeliones y a que los actores sueñan con el porvenir de algo distinto, esto que implica pasar por la experiencia de que nunca tuvimos lo que pensamos que habíamos perdido […] siempre estará por venir en el sentido de que nunca dejará de llegar […] pero ya habrá comenzado a ocurrir en la medida en que luchamos para que suceda (p. 62). En los procesos insurgentes, las palabras y las cosas, al igual que las acciones, no significan lo que quieren significar. Al señalar que las cosas comienzan a ocurrir cuando los insurgentes trabajan para llevarlas a cabo, esto significa que se posicionan en el terreno de los performativos políticos. Arditi retoma a J. L. Austin para definir a estos últimos como enunciados que no pueden separarse de las acciones que anuncian. Los performativos políticos suponen acciones y declaraciones que anticipan algo por venir cuando los participantes empiezan a experimentar lo que luchan, mientras luchan por ello (p. 64).

    Arditi discute con Rancière sobre la ausencia de programas y la necesidad de delimitar una temporalidad de la existencia de lo que no existe, para que el proceso de subjetivación política tenga sentido. El esbozo del futuro es una consecuencia de la invención política y no su condición de posibilidad. Rancière (2011, p. 13) enfatiza que los revolucionarios suelen ocuparse de las representaciones del futuro como una ocurrencia de último momento. Para Arditi, la especificación del futuro es lo que se describe como planes y programas; por ello, cuestiona la posición de Rancière, para quien la política comienza cuando aparecen sujetos que se autodenominan Somos el 99%, Nosotros, los marginados o Nosotros el pueblo. El pueblo es un operador de la diferencia, es el nombre de un paria, una parte que no tiene parte, la parte de los incontados o de quienes se niegan a aceptar lo que se supone que deben ser, decir o ver (Arditi, 2015, p. 65).

    En la tercera idea, Arditi señala que hay que pensar las revueltas emancipatorias como mediadoras evanescentes entre dos mundos: el existente y el porvenir. Estos mundos son útiles para pensar las insurgencias. Arditi critica a Žižek, quien se ocupa sólo de las revueltas exitosas, es decir, de aquellas que después de cumplir su cometido desaparecen. El mediador que fracasa no es un mediador. El éxito es el único resultado compatible con un mediador evanescente. Un catalizador que no conduce a nada simplemente no cuenta como mediador (p. 67). Para ejemplificar lo anterior, Arditi menciona el caso del Mayo de 1968 en términos de éxito o fracaso; las insurgencias que fracasan lo hacen porque el adversario fue más inteligente, porque existen rencillas internas o por otras causas. Señala, además, una idea importante que podemos encontrar también en los movimientos sociales y políticos: qué tanto éstos y el mediador evanescente son olvidados, según Jameson (1973), una vez que el cambio ha ratificado la realidad de las instituciones (p. 80). Tanto los movimientos como los mediadores dejan huellas en la realidad; nunca hay olvido. Esta idea fue desarrollada en la teoría de las transiciones a la democracia mencionadas por Guillermo O’Donnel y Philippe Schmitter en 1980. Ellos señalan que las transiciones comienzan con tensiones y divisiones entre los sectores más duros y los más blandos, lo cual no permite consensos entre los que mandan y las disidencias. Esto desemboca en la resurrección de la sociedad civil […] que es el momento de gloria de los movimientos sociales, quienes llevan la batuta de la lucha por la democracia ante las disoluciones de los partidos políticos, la desorganización y el acoso (Arditi, 2015, p. 69).

    Cuando los partidos ya pueden operar con nuevas reglas democráticas, entre ellas las electorales, se apropian de la cosa política en los ámbitos ejecutivo y legislativo. ¿Cuál es el lugar de los movimientos sociales, según O’Donnel y Schmitter? Regresar a lo social como si fueran actores sustitutos de los partidos políticos […] que se ocupan de la política mientras dure el estado de excepción de las transiciones. Arditi reconoce que en estos tiempos es difícil pensar que los movimientos sociales salieron de la política y se retiraron a sus casas; por el contrario, cuando terminaron las transiciones se convirtieron en parte de la política y ayudaron a configurar un escenario posliberal. Los mediadores y los movimientos sociales desaparecen cuando terminan su trabajo, pero como ya mencioné, dejan huellas. Según Arditi, los rastros de las insurgencias-mediadoras subsisten en las secuelas del movimiento rebelde.

    Las diferentes formas de acciones sociales y políticas, como las que refiere Arditi (2015) (la Primavera Árabe, las movilizaciones de los estudiantes en Chile, los Ocupa, entre otras) aunque tienen grandes expectativas sobre el futuro, no cuentan con modelos de cómo será. Son sucesos episódicos y en algún momento serán rebasados por viejos y nuevos operadores políticos embarcados en la práctica cotidiana de manejar la maquinaria gubernamental. Pero la vida espectral de las insurgencias después de su muerte será todo menos etérea porque impregna las prácticas y las instituciones como la manera de ver y de hacer (p. 81).

    El texto de Arditi termina afirmando que, a pesar de ser sucesos episódicos, estas acciones sociales y políticas aportan cambios cognitivos gracias al aprendizaje de la vida en las calles y a las asambleas, así como al surgimiento de liderazgos, en las asociaciones y campañas subsecuentes que fomentan y en los cambios de políticas que generan (p. 82). Otro aspecto importante en las insurgencias es la inventiva, como la creación del micrófono humano frente a la decisión de la policía de prohibir el uso de aparatos de sonido, como los megáfonos, en los actos públicos. Los participantes de las asambleas de los Occupy Wall Street utilizaron lenguaje de señas para comunicar lo que iban a hacer.

    El remanente material de las insurgencias también se observa en los artefactos culturales que dejan: consignas, canciones, grafitis, panfletos, fotografías, manifiestos, películas, blogs, sitios de internet y una serie de testimonios en los medios sociales, como Twitter y Facebook. También se refleja en el torrente de congresos, talleres, publicaciones (incluida ésta), entrevistas, análisis de los medios, evaluaciones por parte de los y las activistas, y conversaciones cotidianas que intentan comprender la experiencia de estas insurgencias tiempo después de que ya pasaron (p. 82).

    Rossana Reguillo (2000) desarrolla algunas propuestas referidas a los movimientos sociales en su libro sobre los jóvenes y la cultura juvenil, Emergencia de culturas juveniles. Estrategias del desencanto, que me gustaría recuperar a continuación. En el apartado Organizar el desconcierto, Reguillo señala que dichos movimientos están formados por distintos sectores, como mujeres, indígenas y jóvenes, que se diferencian porque no están compuestos por una clase social. En cambio, se organizan para demandar su reconocimiento como actores de la sociedad, para afirmar su identidad y no precisamente para buscar el poder. El hecho de que sean grupos defensivos puede volver a algunos más vulnerables.

    Pese a estas características, estos movimientos sociales se han convertido en verdaderos agentes de transformación social, en la medida en que ellos tienden a ocupar espacios donde no existen instituciones o donde éstas han dejado de responder (según la percepción de la gente) a las necesidades y demandas de la sociedad (p. 71). Estas características son las que algunos teóricos de los movimientos denominan como nuevos movimientos sociales. Sin embargo, Reguillo expresa que no tiene interés en profundizar en el tema, sino sólo entender las formas de organización replanteadas por los jóvenes más allá de las formas tradicionales.

    Frente al deterioro de las instituciones, los jóvenes forman diferentes organizaciones que cristalizan intereses parciales de alcance limitado. […] más que hablar de ‘formas organizativas novedosas’, habría que hablar de ‘multiplicidad de expresiones juveniles organizativas’. A partir de la década de 1980, los colectivos juveniles buscaron y encontraron formas de organización apartadas de las organizaciones tradicionales, por un lado, a través de expresiones autogestivas donde ellos se volvieron responsables colectivamente; y, por otro, bajo la concepción social de una forma de poder alejada del autoritarismo.

    La investigación realizada por Rossana Reguillo sobre cultura

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