Relatos de la urbe
Por Joe Millojara
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Se debe tener presente que la Literatura es el vínculo que conecta a la sociedad con las virtudes, que en tiempos modernos se han venido a menos por muchos factores, entre los más graves, la disminución del maravilloso hábito de leer, especialmente en las nuevas generaciones.
Es importante comprender que la lectura de obras literarias significa un tesoro ineludible que desarrolla nuestra imaginación, el espíritu crítico, tan fundamental
para defender la libertad ideológica de los pueblos, y la creación de paradigmas positivos que moldearán la personalidad individual.
¡Prepara tu mente y corazón, porque lo que vas a leer no te será indiferente
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Relatos de la urbe - Joe Millojara
JOE MILLOJARA
RELATOS DE LA URBE
© Joe Millojara, 2019
Este libro no puede ser reproducido total o parcialmente, por ningún medio o método, sin la autorización por escrito del autor.
PRÓLOGO
Siempre he tenido la convicción de que la lectura es el instrumento que te lleva a vivir, crear y sentir cosas inimaginables, y es ahí cuando valoro con más ahínco el regalo que Dios nos dio, disfrutar de la naturaleza en todo su esplendor y belleza.
Quizá, se pregunten por qué inicio con esto, cuando debería encaminarme a Relatos de la Urbe
, simple, porque el autor de este compendio de escritos nos lleva a la acción de reflexionar, de valorar, de crear, de pensar y de demostrarnos que tenemos la capacidad y habilidad para lograr lo que deseemos.
Amigo lector, Relatos de la Urbe
, son una invitación a la realidad de lo que vivimos, es adentrarnos en ese mundo de la lectura y encontrar la desigualdad social, el egoísmo, miedos, inseguridad,….¡humm! dirás solo congojas…no amigo no es así, es verdad estará presente, pero viene como un enigma para la enseñanza que Joe Millojara, deja entrever en los episodios de cada historia.
Relatos de la Urbe
, son diseñados para ser una herramienta, en la cual los lectores creen su propia lección de vida, y estén en la capacidad de impregnar en ella, las múltiples enseñanzas de superación.
Apreciado lector, entra en este mundo de la lectura y aprópiate del aprendizaje que cada personaje tiene en estos cuentos diseñados para ti, piensa que el autor solo quiere que veamos la vida desde una perspectiva real, por ello en cada una de sus letras está presente su fuerza motivacional para hacerlo.
Solo lee Relatos de la Urbe
y comprenderás.
Viviana Campoverde Montalván
DIEZ CENTAVOS
Era una pareja de jóvenes con un pequeño hijo a sus espaldas. No les había ido muy bien en su pueblo natal. Las carencias causaban estragos en la exigua economía de ambos. Las necesidades eran frecuentes y pronunciadas.
Un día el joven, luego de platicar con su esposa, tomaron la decisión de abandonar su terruño y emprender un viaje hacia una ciudad muy grande donde había escuchado, por versiones de amigos, que las oportunidades laborales no faltaban, y así de esta forma, intentar salir de su delicada situación económica. El motivo principal del viaje: su hijo; no querían verlo crecer rodeado de miserias e inopias.
El viaje estaba ya enrumbado. Hablaron del tema con los padres de la chica, pidiéndoles de favor muy especial que les tendieran la mano con el cuidado del niño, ya que no podían llevarlo a la gran ciudad, pues sería complicado trabajar, y a la vez atender al pequeño.
Ya en la urbe, Gabriel, como se llamaba el joven marido, estaba muy entusiasmado por hallar trabajo y poder ganar las primeras monedas. Su esposa Lucía, hacía lo propio, con la esperanza de que pronto mejorara la situación alarmante.
Buscaron vacantes por todos lados, muchas puertas se les cerraron por su falta de experiencia laboral y de recomendaciones. Gabriel se sentía decepcionado, pues la faena de cazar un empleo no había sido nada agradable y alentadora.
Sin embargo, a los pocos días de estadía en la gran ciudad y de insistir en la búsqueda del ansiado empleo, el joven encuentra por fin uno, que era de guardia de seguridad. Contento por haber conseguido trabajo, aunque con un irrisorio salario, volvió a su casa y contó la buenas nuevas a su amada mujer, quien reaccionó eufórica, convencida de que el horizonte gris iba tomando un color resplandeciente.
Al siguiente día, Gabriel tenía que presentarse a la oficina de la empresa de seguridad donde le iban a consignar su sitio de trabajo. El destino fue una industria muy importante de la ciudad, que se encargaba de fabricar toda clase de dulces y confites. Justamente por esos días se había formalizado este contrato entre ambas entidades.
Según las estadísticas, la mencionada firma comercial vendía muchísimo, no solo a nivel del país sino que también tenía sucursales en tres naciones más, cuya producción alcanzaba altos estándares de calidad, la misma que era exportada y apreciada en varios países del mundo. Sus ventas anuales bordeaban decenas de millones de dólares.
No obstante, en lo menos que pensaba, Gabriel, era en el lugar de trabajo, él solo deseaba empezar a laborar de inmediato porque requería de urgencia el dinero para cubrir los vacíos monetarios. Acompañado de un supervisor y de otros compañeros de oficio, llegaron a la fábrica, que ante sus ojos se erigió inmensa, ya que ocupaba una vasta extensión de terreno en un sector industrial importante de la urbe.
Eran dieciocho guardias que iban a estar distribuidos estratégicamente en la fábrica. El señor supervisor de apellido Benalcázar intervino:
—Bienvenidos señores a su lugar de trabajo. Como ustedes pueden observar esta fábrica es una gran prueba que tendrán de aquí en adelante. Los jefes de este lugar son muy exigentes. Así que no quiero ningún llamado de atención, caso contrario y con el dolor del alma, serán despedidos. ¿Está entendido?
—Sí señor —respondió el personal al unísono.
—Muy bien. Solamente les pido tres cosas: puntualidad, responsabilidad y eficacia. Si ustedes aplican esto en su trabajo, no tendrán ningún problema. Son tres aspectos que jamás deben faltar en la vida, y con mayor razón en este lugar, pues yo soy el encargado de ustedes y no quiero que me hagan quedar mal ni que me llamen la atención por su incompetencia. ¡Entendido guardias! Ahora a trabajar.
Todos salieron dispuestos a dar lo mejor de sí, entre ellos, Gabriel, que atentamente había escuchado al supervisor. Pensaba en sus adentros que aquello de la responsabilidad y puntualidad no le motivaba mayor esfuerzo, pues siempre se destacó como una persona apegada a esas virtudes.
Con el pasar de los días, Gabriel hacía honor a sus palabras. Acostumbraba a llegar temprano al trabajo y era el último que salía. Sus puestos de guardia nunca estuvieron abandonados. Siempre se encontraba al pie del cañón— como diría algún refranero.
Recorridos algunos meses, en las primeras horas de la mañana, el señor Benalcázar se dirigía presuroso hacia el guardia Gabriel. Su rostro trigueño y arrugado denotaba cierta premura por expresarle alguna novedad. Se acercó exclamando:
—¡Guardia Álava! —refiriéndose a Gabriel— le tengo una importante información. Mire, nos hemos quedado sin celador en la hacienda del doctor Suárez quien es el dueño de esta fábrica, así que me ha pedido que le busque y seleccione a un guardia responsable y confiable. Le soy sincero, he hablado con tres de sus compañeros ofreciéndoles el puesto, pero lo han rechazado. Desconozco los motivos, aunque creo que es por miedo.
—Disculpe señor Benalcázar, miedo a qué.
—Bueno, a asaltantes no. Es una hacienda muy segura. Miedo al doctor, eso es lo que creo. Ja,ja,ja,ja. Piensan seguramente que trabajar con el mismísimo dueño no es tarea fácil. Cosa de bobos. El que es bueno en el trabajo dondequiera lo demuestra. ¿No lo cree así, señor Álava?
—Claro que sí, señor supervisor.
—Mire señor Álava, al ver la negativa de sus compañeros he pensado en usted. No piense que lo he subestimado. Además su persona ha demostrado mucha eficiencia en el trabajo. Perdone si sueno impositivo, pero en esta vez tendrá que aceptar la disposición de mi máximo jefe. Prepárese, mañana nos vemos aquí, para de inmediato llevarlo a la hacienda y presentarlo al doctor.
El joven Gabriel, ávido por seguir trabajando, y a la vez contento por haber sido tomado en cuenta para este nuevo reto, salió satisfecho hacia su casa, donde le contó a su esposa lo ocurrido, a lo que ella respondió que estaba orgullosa de él y que pronto podría ser ascendido a un mejor cargo. Afortunadamente, la joven mujer, también había hallado empleo de mesera en un modesto restaurante.
Al rayar el alba, Gabriel se dirigió presuroso y muy seguro de sí mismo. Sabía que se enfrentaba a un gran desafío que algunos de sus compañeros habían rechazado. Se encontró con el señor supervisor, acudieron a la hacienda El Vergel, que así se llamaba.
Llegaron al sitio, ingresaron por una puerta verde automática, accionada cuidadosamente por el mayordomo de la hacienda. Dentro de ella el paisaje mutó de manera impresionante. Salieron a recibirlos dos enormes perros de raza europea, de aparente nobleza de carácter. Al frente de sus ojos se podía ver un amplio parqueadero en el cual estaban estacionados nueve autos de alta gama, sueño de cualquier amante de las carrocerías. En la parte posterior se descubrían muchas caballerizas que albergaban a majestuosos caballos de sangre pura, importados de España y Arabia Saudita. Su precio individual bordeaba los cincuenta mil dólares cada uno, debido a su estirpe y habilidades. En otras partes de la hacienda existían bellísimos jardines, sombreados por unos esbeltos y frondosos eucaliptos, pinos y cipreses. En el horizonte más lejano se divisaban amplias huertas, cuyos productos eran consumidos por esta familia adinerada, preferentemente por ser más naturales y libres de químicos; pues mantenían la idea de que la salud no se debía improvisar. Al este de los jardines, como si estos fueron marcos de decoración, se encumbraba el palacio, por llamarlo así, del doctor Suárez. Una imponente mansión que si algo le faltaba eran los algodones del cielo, debido a su belleza, a sus lujos, a sus detalles decorativos que pocas veces se había visto en ese lugar de la ciudad y en otros – diría cualquier amante del arte barroco del siglo XVII.
En el rostro del señor Benalcázar se dibujaban gestos de cierta incomodidad, pues en el fondo no se sentía a gusto estar en la mismísima mansión del doctor, ya que se sentía abrumado con tanto lujo. Le era embarazoso estar al frente del máximo patrono de la fábrica, con su fama de persona multimillonaria, y la supuesta arrogancia, que muchos creen que pueden tener esta clase de ciudadanos.
—Bueno señor Álava, como usted puede ver, el jefe ha salido temprano a una diligencia, y prácticamente no podré presentarlo. Así que cuando vuelva se presenta nomás, yo veré si puedo venir más tarde para conversar con el doctor.
—Entendido, señor Benalcázar. Estoy a las órdenes.
—¡Ah! Una cosa muy importante. Estará atento, al doctor no le gusta para nada los errores. Hará quedar bien a la empresa. Todo depende de usted para que siga trabajando. Gánese su confianza. Es por su bien.
El señor Benalcázar, salió presuroso de la hacienda. Para él fue lo mejor que le pudo haber pasado de que no estuviera el doctor en su casa. Trataba de evitarlo en lo posible, no deseaba en lo más mínimo entablar conversación con el magnate. Unos decían que jamás el señor Benalcázar tuvo su aprobación, pues lo consideraba como un hombre de pocas virtudes. Pero, a pesar de las circunstancias, se mantenía en el cargo. Alguien afirmaría,