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La Espía Que Danza Frente Al Espejo
La Espía Que Danza Frente Al Espejo
La Espía Que Danza Frente Al Espejo
Libro electrónico66 páginas47 minutos

La Espía Que Danza Frente Al Espejo

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Información de este libro electrónico

Comedia dramática en cuatro actos para dos personajes. Marina vive sola y abandonó sus costumbres habituales, dejó de asistir a la facultad y no atiende los mensajes ni los llamados, en particular, de Adrián, su amigo íntimo y enamorado histórico. El secreto de Marina es inconfesable. Adrián se enfrenta a un desafío inesperado. En esta obra se indaga sobre la intimidad de las adicciones y las posibles consecuencias en la vida personal.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 ene 2021
ISBN9781005052294
La Espía Que Danza Frente Al Espejo
Autor

Daniel Belfiore

Daniel G. Belfiore (Lanús, Buenos Aires,1955) es narrador y dramaturgo argentino. Colaboró como redactor y editor en Sopena, Eroticón, Perfil, EUDEBA, Testimonios Eróticos, Diálogos y Encuentros, Intimidades femeninas, Adultos y Clímax.

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    La Espía Que Danza Frente Al Espejo - Daniel Belfiore

    ACTO PRIMERO

    Departamento interno de dos ambientes, amoblado sencillamente; el escenario representa al living donde trascurrirá la acción visible; hay una biblioteca rústica con una cantidad de libros, un bargueño con algunas bebidas alcohólicas, un mueble con cajones sobre el cual hay un velador y un teléfono; en el piso, un minicomponente de audio; en un rincón –quizás sobre un puf- una muñeca sentada tamaño standard; en alguna parte -sin estorbar el paso- un ventilador grande, una maceta con planta natural -secándose- cerca de la puerta; y, arriba, en parrilla, está la luz principal del living. En el lateral izquierdo está la puerta de entrada; en el lateral derecho hay una ventana mediana con persiana -funcional y, por el momento- del todo baja por donde, oportunamente, también ingresará luz. A foro hay una puerta que da al dormitorio. Entre el living y el dormitorio hay un pasillito a cuya izquierda está la puerta del baño y, a cuya derecha, está la puerta de la cocina. En el centro del living hay una mesa baja, más o menos amplia, delante de un sofá de tres cuerpos (el sofá puede reemplazarse por un par de almohadones, al estilo japonés). La mesa tiene un adorno en el centro, un par de ceniceros cerca de sendos bordes y un atado de cigarrillos junto a un encendedor. Es una noche calurosa de primavera. Marina tiene unos 28 años, y vive sola. Está vestida con una camisola larga, entreabierta; está descalza y con zoquetes. Abre un cajón del mueble y saca una cajita que cabe justo en su mano; la lleva a la mesa y se sienta en el sofá. Abre la cajita; comienza a sacar algunos objetos con movimientos ceremoniales. El teléfono suena y la sobresalta. Mira el aparato, cavila; mira la hora; mira la cajita. Se decide a atender.

    ESCENA I

    Marina y Adrián

    MARINA.—Hola. ¡Hola Adrián! ¿Ahora? No sé. Bueno, está bien. Sí, vení, dale. (Cuelga. Se mueve presurosa. Desaparece en su dormitorio. Aparece a medio vestir con otra ropa y se mete en el baño sin cerrar la puerta. Suena el portero eléctrico. Asoma la cabeza con gesto de extrañeza. Se dirige a la cocina, donde desaparece).

    VOZ DE MARINA.— ¿Adrián? ¿Ya llegaste? Bueno, tenés que esperar un momentito a que termine de vestirme. (Cuelga. Aparece. Sus movimientos ahora son más rápidos aún que antes. Pero no termina de arreglarse nunca. Un momento después suena el timbre de la puerta del departamento. Repite el gesto de extrañeza. Apenas acomoda su ropa —que está visiblemente desaliñada— y se dirige con determinación a la puerta.)

    MARINA.—¿Quién es?

    VOZ DE ADRIÁN.— Adrián.

    MARINA (pausa).—Enseguida te abro. (No abre. Vacila. Mira la mesa. Corre hacia ahí; guarda los objetos en la cajita; la tapa, y con la cajita en la mano mira alrededor. Va con la cajita al baño. Sale rápidamente y se dirige a la puerta. Echa una nerviosa mirada general al ambiente. Pero olvida terminar de acomodarse la ropa y el cabello. Abre la puerta ampliamente, para que Adrián entienda que puede entrar.)

    ADRIÁN (entrando).—Qué tal. (Se besan en la mejilla).

    MARINA.—Bien.

    ADRIÁN (sin mirarla).—Lástima el camión.

    MARINA (cerrando la puerta).—Qué camión.

    ADRIÁN.—El que acaba de pasarte por encima. (Breve silencio. Marina tarda un poco en caer. Se mira la ropa. Se toca el cabello. Se sobresalta.)

    MARINA.—Ay, Dios. (Corre al baño. Entorna la puerta)

    VOZ DE MARINA.—¿Quién te abrió la puerta de abajo?

    ADRIÁN.—Una señora. (Camina husmeando.)

    VOZ DE MARINA.—¿Una señora? ¿La conozco?

    ADRIÁN.—Qué se yo. No sé.

    VOZ DE MARINA.—Pero me nombraste, le explicaste algo como para que te dejara entrar.

    ADRIÁN. —Nop. (Breve silencio.)

    VOZ DE MARINA (como para sí).—En este edificio abren a cualquiera.

    ADRIÁN.—Eh. Qué fea indirecta, che.

    VOZ DE MARINA.—Pero no. Quise decir...

    ADRIÁN.—Es una broma, zonza. No soy tan susceptible. (Sigue husmeando, hasta que se detiene y simula discreción cuando Marina sale del baño, al fin arreglada. De aquí en adelante, ambos

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