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Experimento Crucial
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Libro electrónico110 páginas1 hora

Experimento Crucial

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Comedia dramática en cuatro actos para representar un vínculo quizás más frecuente de lo que se desearía pero sobrellevado de una manera insólita. Ante una situación de infidelidad, la víctima concibe un tratamiento completamente original en las relaciones de pareja. Para llevarlo a cabo necesitará inteligencia, fuerza de espíritu y de mente. ¿Tendrá éxito?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 ene 2021
ISBN9781005871345
Experimento Crucial
Autor

Daniel Belfiore

Daniel G. Belfiore (Lanús, Buenos Aires,1955) es narrador y dramaturgo argentino. Colaboró como redactor y editor en Sopena, Eroticón, Perfil, EUDEBA, Testimonios Eróticos, Diálogos y Encuentros, Intimidades femeninas, Adultos y Clímax.

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    Experimento Crucial - Daniel Belfiore

    ACTO PRIMERO

    Living de un departamento de dos ambientes, amoblado con austeridad. A la izquierda del escenario está la puerta de entrada y, al costado, una mesita con el teléfono y un perchero de pie. A proscenio, un sofá y dos sillones haciendo juego que rodean una mesita ratona con revistero; en ángulo, apuntando hacia el sofá, un televisor y un reproductor de video. En el centro del escenario, y atrás del sofá, hay una mesa rectangular con tres sillas. A la derecha, una biblioteca ancha de caña que está a punto de llenarse de libros. A foro, un corto pasillito conduce al dormitorio, cuya puerta al frente del público está cerrada; a la izquierda, la puerta siempre cerrada del baño y, a la derecha, la cocina sin puerta o con una cortinita. César (de treinta y pico de años) está sacando libros de un bolso y acomodándolos en la biblioteca. Se oye ruido de llaves. Vicki (un poco más joven que César) entra sonriente con la cartera colgada al hombro y con dos bolsas de compras. Casi en seguida, su sonrisa se congela.

    ESCENA ÚNICA

    Vicki y César

    Vicki.–Ah, trajiste más libros.

    César (con una mueca culposa).–Todavía falta un montón. (Vicki cuelga la cartera en el perchero y avanza con las bolsas.)

    Vicki (ya seria).–¿Trajiste la guitarra?

    César (de espaldas).–No.

    Vicki (sentenciosa).–Entonces no te mudaste de verdad.

    César (suspende y gira. El tono sugiere que ya se había tratado el tema con anterioridad, al menos someramente).–Vicki, la guitarra ocupa lugar, y no la estoy tocando últimamente. Cuando me dé el ataque de nuevo, la traigo. (Retoma la tarea.)

    Vicki.–Lugar para la guitarra, hay. Se la apoya en cualquier pared. (César no contesta y sigue de espaldas a Vicki, quien apoya las bolsas en el piso.) Además, yo sé perfectamente el valor simbólico que tiene la guitarra para vos. No es una cuestión de tocarla o no tocarla nada más. Así que me suena a excusa eso de que no la traés porque no la estás tocando.

    Cesar (dándose vuelta de nuevo, serio también).–¿Excusa de qué?

    Vicki.–Excusa para no admitir que todavía no te mudaste del todo.

    César.–¿Y la guitarra qué tiene qué ver?

    Vicki.–No te hagas el zonzo, César. Mientras la guitarra siga en casa de tus viejos, todavía no te mudaste conmigo. Además ya me dijiste que tampoco ibas a traer todos los libros, o sea tus tres bibliotecas.

    César.–¿Me vas a decir que también hay lugar para las bibliotecas?

    Vicki (a punto de lloriquear).–¡No importa si no hay mucho lugar! ¡Quisiera tenerte completo a mi lado!

    César.–Mirá Vicki, más que tenerme parece que querrías echarme. Recién me mudo y ya te ponés a llorar.

    Vicki (dirigiéndose rápido al dormitorio porque el llanto se vuelve incontenible).–¡No estoy llorando! (Abre la puerta y desaparece. Se la oye llorar en el dormitorio. César deja de acomodar y va al dormitorio. La escena queda vacía.)

    Voz de César (enternecido).–Vicki, Vicki. Victoria de mi corazón. No llorés. No quiero verte sufrir. Yo estoy aquí, viviendo con vos. Me mudé, tontita. Traje lo esencial. Para qué atestar el departamento con porquerías.

    Voz de Vicki (puchereando).– No me importa atestar el departamento con porquerías. (Pausa.) Si son tuyas me hacen feliz.

    Voz de César (muy comprensivo y explicativo).– Pero mi amor, estoy yo. Y me mudé del todo, aunque a vos te parezca que no porque no traje la guitarra. No vine a tu casa a pasar unas vacaciones. Vine a vivir con vos, por que te amo. ¿No te das cuenta?

    Voz de Vicki (sigue puchereando, mimosa).–No.

    Voz de César (con risueña sorpresa).–¡¿No te das cuenta?! Mirá. (Silencio. Luego se oyen besos cortos y largos, ruido de abrazos y apretones apasionados.)

    Voz de Vicki (ligeramente ronca).–Yo también te amo. (Más abrazos y besos. Salen mirándose con ternura.)

    César.–Además, pensá en mis padres también. Es la primera vez que abandono la casa. Me pareció prudente dejar algunas cosas. Cuando mi madre me vio llenar las valijas y los bolsos me dijo: Ésta sigue siendo tu casa, no tenés necesidad de llevarte todo. Y hoy mismo, cuando fui a buscar estos libros, mi madre me aclaró que la pieza iba a seguir siendo mía, que ella no iba a cambiar nada de lugar. Sin embargo, mi pieza cambió. Está casi pelada. Entonces decidí no sacar nada más, al menos por un tiempo.

    Vicki (separándose apenas, lo toca afectuosamente).–¿Por eso dejaste la guitarra? ¿Para que tu mamá sufra menos y sienta que estás cerca de ella?

    César.–Sí. Y porque no estoy tocando la guitarra, ¿para qué la iba a traer?

    Vicki (se aparta del todo).–Soy una estúpida egoísta. (Algo ensimismada). Lo que pasa también es que muchas veces me acuerdo de aquella noche en la casa de Patricio cuando tocaste la guitarra. Siempre me sedujeron los que tocan la guitarra y cantan en las reuniones. (César busca la mirada de Vicki.)

    César (frío de golpe).–Vicki: nunca estuvimos juntos en la casa de Patricio. Nunca me viste tocar la guitarra. (Vicky vuelve en sí. Está muy desconcertada, y siente profundo embarazo. Trata de minimizar.)

    Vicki.–Ah, cierto. No. Quiero decir que te imagino como aquel muchacho que era muy parecido a vos.

    César.– Qué muchacho.

    Vicki.– Uno. No importa. Cuando te conocí me di cuenta de que ése era un clon trucho, una caricatura grotesca de vos.

    César.–De qué estás hablando, Vicki.

    Vicki (lo piensa).–Cosas de mujeres.

    César (que todavía no pudo sobreponerse al lapsus de Vicki, va hacia la biblioteca).–Las cosas de mujeres me ponen los pelos de punta. ¿Podés traducírmelo a cosas de hombres?

    Vicki (carraspea).–Resulta que cuando te vi la primera vez, me pareciste un hombre de belleza viril y original.

    César.–¿Original?

    Vicki.–Sí. (Piensa.) Es difícil de explicar. Tenías la clase de apariencia que siempre me gustó: sencillo, natural, bien hombre. (Rápidamente.) Pero vos me gustaste más que todos los que conocí de esa clase. (De pronto descubre.) Eso quise decir con que eras original. Eras el original, y por lo tanto el otro, cualquier otro, era una mala copia.

    César (la mira un rato en silencio).–Qué injusta que sos, Vicki.

    Vicki.–¿Y eso? Por qué.

    César.–A mí me pedís que traiga la guitarra y los libros para mudarme acá, pero a los otros los metés con toda facilidad y sin condiciones..

    Vicki.–Ay, César, de qué estás hablando vos ahora.

    César (arrepentido).–De nada, Vicki, era una broma. Me salió mal.

    Vicki (no le cree mucho).–Ajá. (Agarra una de las bolsas y la lleva a la cocina. Desaparece.)

    César (levantando apenas la voz).–Poné un plato más esta noche, para el otro. El clon guitarrero. (Vicki está saliendo de la cocina.)

    Vicki.–¿Qué dijiste?

    César.–Nada. Estaba pensando en voz alta.

    Vicki.–Está bien, pero ¿qué dijiste?

    César.–Que por lo de la guitarra no te preocupes que ya la voy a traer.

    Vicki.–Ya entendí lo de la guitarra. No tenés que traerla. Todavía.

    César.–Ahora que lo decís, no sería mala idea comprar otra, para que sea exclusivamente tuya y yo pueda enseñarte a tocarla.

    Vicki

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