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Antología De 5 Poetas Populares
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Libro electrónico280 páginas1 hora

Antología De 5 Poetas Populares

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A principios de la década de los 50, Diego Muñoz Se propone difundir a los poetas tradicionales vivos, primero en hojas sueltas a la manera de las liras populares, y luego a través de una sección que se incluirá hasta 1955 en los diarios Noticias Gráficas, La Democracia y El Siglo. Por eso muchos de los poetas de entonces le envían o le dictan sus versos, con los que finalmente hará esta antología de sus autores predilectos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 may 2020
ISBN9789563790917
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    Antología De 5 Poetas Populares - Diego Muñoz

    Diego Muñoz

    Antología de 5

    poetas populares

    Raimundo Navarro Flores / Ismael Sánchez Duarte /Abraham Jesús Brito / Pedro González / Lázaro Salgado

    Diego Muñoz / Antología de 5 poetas populares

    Santiago de Chile: Ediciones Tácitas, 2017, 1.a edición, 128 pp., 15cm × 23cm

    Dewey: Ch861.4

    Cutter: A634

    Colección: Vox populi

    Prólogo y reseñas de los autores antologados, por Diego Muñoz, con notas al pie de página del editor. Los poetas antologados son Raimundo Navarro Flores, Ismael Sánchez Duarte, Abraham Jesús Brito, Pedro González y Lázaro Salgado.

    Materias: Poetas chilenos. Antologías.

    Poesías chilenas.

    Literatura folclórica chilena.

    Muñoz, Diego, 1903-1990, comp.

    Antología de 5 poetas populares

    Diego Muñoz

    Primera edición Editorial Ediciones Valores Literarios Ltda., 1971

    Segunda edición Ediciones Tácitas, diciembre de 2017

    © Herederos de Diego Muñoz

    © Ediciones Tácitas, 2017

    Inscripción Registro de Propiedad Intelectual Nº 39.341

    ISBN 978-956-379-091-7

    Ediciones Tácitas Limitada

    Pedro León Ugalde 1433

    Santiago de Chile

    contacto@etacitas.cl

    edicionestacitas.cl

    Dirige la colección: Miguel Naranjo Ríos

    Distribuido por LaKomuna (www.lakomuna.cl)

    Prólogo

    En esta obra presentamos cinco antologías individuales de otros tantos poetas populares de nuestro tiempo: Raimundo Navarro Flores, Abraham Jesús Brito, Ismael Sánchez, Pedro González y Lázaro Salgado; cinco hombres del pueblo que aprendieron apenas a leer y escribir; cinco destinos diferentes: un campesino, un ex minero, un zapatero que trabajó de niño en la agricultura, un campesino que se hizo minero y a quien la mina mató en vida y, finalmente, un juglar que no ha hecho otra vida, sino la que es propia de los juglares, o sea, glosar los acontecimientos y cantarlos por calles y caminos.

    La forma poética que usan es la misma; pero el lector sabrá apreciar las diferencias que van del uno al otro, por su filosofía y por sus sentimientos. Para que los comprendan mejor, agregamos a la selección de sus versos un esbozo de biografía para cada uno de ellos.

    Hay muchos más. La publicación de liras populares semanales, que mantuvimos durante varios años, permitió descubrir a cerca de trescientos poetas,* cuando se estimaba que este género de literatura folclórica había desaparecido. Éste fue el fruto del I Congreso Nacional de Poetas y Cantores Populares que organizamos en 1954 con el auspicio de la Universidad de Chile.** De aquellas publicaciones hemos seleccionado las décimas que nos parecen más representativas de cada uno de los cinco autores. Y elegimos a estos cinco juglares, en parte por su alta calidad y en parte por razones de afecto personal.

    Entregamos, pues, con esta antología, una rica muestra del genio de nuestro pueblo expresado en la décima espinela, venida de España, pero que los poetas convirtieron en una forma típica del folclor nacional.

    Este esfuerzo constituye un anticipo de la antología general que ya estamos elaborando y que habrá de publicarse más adelante.***

    Diego Muñoz.

    Agosto de 1971.

    * Se refiere a los poetas populares que publicó durante la primera mitad de la década de los 50, principalmente en los diaros La Democracia y El Siglo en una sección titulada Lira popular. [Nota del editor.]

    ** Existe una publicación que documenta el encuentro: Primer Congreso Nacional de Poetas y Cantores Populares de Chile, Anales de la Universidad de Chile n.º 93, año CXIII, primer trimestre de 1954. [N. del e.]

    *** Después de esta obra, Muñoz publicó la compilación Poesía popular chilena (Santiago: Quimantú, 1972), en que aparecen algunos poemas aquí incluidos. [N. del e.]

    Raimundo Navarro Flores

    Don Raimundo Navarro Flores nació en 1881 en Ñuñoa, cuando esta comuna era campo escasamente habitado.

    Hijo de padres campesinos, asistió a la primera escuela pública que se abrió en Mancer, Departamento de Maipo, cerca de Champa y de Aculeo. Estuvo en la escuela solamente dos años, entre los 10 y 12 años de edad. Allí aprendió a leer y escribir escasamente.

    En 1893 falleció su padre. Esta circunstancia lo obligó a trabajar. En ese tiempo ganaba 5 centavos diarios por sacar sarmientos y descardar. Después, ya de más edad, se hizo peón, sembrador, etc., trabajos que siguió desempeñando por muchos años, hasta la edad de 34, en diversas haciendas de la provincia.

    En 1903 falleció su madre en un hospital de Santiago. El joven tenía ya 22 años. Decía don Raimundo:

    —Cuando quedé sin madre, me fui y anduve lo mismo que un pájaro. Si veía que un cazador me hacía los puntos, me iba a otra parte... Hasta hoy, a lo presente.

    En 1896 tenía 15 años cuando asistió, por primera vez en su vida, a la celebración tradicional de la Cruz de Mayo, en la casa de un inquilino pobre de Aculeo, que tenía esa devoción, según sus palabras. Poetas y cantores populares campesinos se reunían allí para cantar solamente a lo divino. La celebración duraba, noche a noche, todo el mes de mayo. No se comía, no se bebía. Se rezaba solamente, y se cantaba.

    En la última reunión, a la medianoche, se servía a la concurrencia una enorme olla de huesillos con mazamorra de harina, un par de gallinas, un pavo. Y se bebía. La concurrencia hacía una polla para comprar vino, como muestra de agradecimiento para el dueño de casa. Al aclarar, al venir el día, se ponían a remoler a gusto. La última reunión era, pues, de claro a claro.

    Todos los años se reunían allí una docena de poetas y cantores, algunos de ellos parientes entre sí; es decir, que había una familia de cantores y poetas que gozaban de celebridad en el lugar.

    La impresión que le causó la ceremonia al pequeño Raimundo fue grande.

    —Me dio envidia... —decía. Yo, qué cantaba, sin saber...

    Un amigo le dio, más adelante, un verso destinado a la Cruz de Mayo. El muchacho lo aprendió y se propuso participar con él en la próxima celebración. Eso sí, no aprendió a tocar la guitarra; otro debería acompañarle. La cuarteta de aquella décima era la siguiente:

    Salve, cedro misterioso,

    tálamo y florido leño,

    en cuyos brazos Jesús

    durmió de la muerte el sueño.

    Esta composición debe considerarse anónima. Se acompaña una versión completa de ella en este trabajo, bajo el título de Salúdote, Sacratísima, tal como fue dictada por don Raimundo.

    De aquella vez en adelante, asistió todos los años a la celebración de la Cruz de Mayo, y fue aprendiendo nuevas décimas que cantaba, acompañándose siempre de un tocador de guitarra, cualquiera de los presentes. Interrogado acerca de esta particularidad, respondía, simplemente, que nunca aprendió a tocar.

    En una de aquellas oportunidades, cantó un verso que, por lo visto, gustó a la concurrencia.

    —¿Quién te lo enseñó? —le preguntaron.

    —Nadie —contestó—. Dios me ayudó con un poco de talento, y nada más.

    Sin saberlo él mismo, acababa de expresarse en él, siendo muy joven todavía, su vocación de poeta popular. Sin embargo, no cultivó esa virtud, seguramente, por falta de conciencia de su propia capacidad. Pero su interés le llevaba a toda reunión en que hubiese cantores y poetas populares, lo cual le permitió conocer todos los géneros: versos de literatura, de historia, geográficos, de astronomía, a lo humano, a lo divino, de amor, etc. Cada vez que había algún velorio de angelito, él estaba presente para escuchar y aprender.

    Según él, los velorios duraban dos días, después de lo cual se enterraba a la criatura. Confirmando la tradición, declaraba que en estos velorios se escuchaba solamente cantar a lo divino.

    Cuando se convirtió en un mozo hecho y derecho, el sentimiento amoroso estimuló su mente y compuso una décima dedicada especialmente a una muchacha de los contornos. La cantó él mismo, siempre acompañándose por otro en la guitarra. Según don Raimundo, ésta fue su primera composición.

    Frente a la contradicción, e interrogado especialmente en relación con la otra composición, de la cual se había ufanado, insiste en que ésta fue la primera; de lo cual debe deducirse que la otra fue aprendida de mano ajena, y no de la ayuda de Dios, ni de su poco de talento. Las particularidades de su carácter —a pesar de la confianza que ya existía entre nosotros— no permitían un interrogatorio acucioso que agotara su investigación, sin despertar la suspicacia suya.

    Según decía, las cuartetas salen solas, hasta en la conversación, por la experiencia, por lo que se conoce, por lo que se dice.

    Un día tomé nota de varias, cuyos textos poseo. Sus versos son, evidentemente, originales; pero pueden contener elementos ajenos, ya que la memoria, con el tiempo, no discriminará entre lo propio y lo ajeno. En una oportunidad lo sorprendí, por pura casualidad, en un plagio: una cuarteta de Rosa Araneda. Una investigación completa de esta naturaleza —en relación con cualquiera de nuestros poetas populares de todos los tiempos— exigirá mucho tiempo y dedicación. Por lo demás, la glosa de aquella cuarteta es enteramente diferente en Rosa Araneda y en Raimundo Navarro.

    A propósito, interrogado acerca de quiénes eran, a su juicio, los más grandes poetas populares, afirmaba, rotundamente, que eran Rosa Araneda y Bernardino Guajardo.

    —Son los dos poetas más grandes que ha habido —me decía—. Otros se pisan la cuarta... Repiten

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