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Documentos históricos de la Revolución mexicana: Revolución y régimen constitucionalista, II: La intervención norteamericana en Veracruz
Documentos históricos de la Revolución mexicana: Revolución y régimen constitucionalista, II: La intervención norteamericana en Veracruz
Documentos históricos de la Revolución mexicana: Revolución y régimen constitucionalista, II: La intervención norteamericana en Veracruz
Libro electrónico477 páginas5 horas

Documentos históricos de la Revolución mexicana: Revolución y régimen constitucionalista, II: La intervención norteamericana en Veracruz

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Este volumen está consagrado a la intervención norteamericana en Veracruz (1914). La documentación cubre todos los momentos de la pugna, desde la aprehensión de los marinos norteamericanos del Dolphin hasta la reanudación de la soberanía mexicana en el puerto.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 dic 2013
ISBN9786071615053
Documentos históricos de la Revolución mexicana: Revolución y régimen constitucionalista, II: La intervención norteamericana en Veracruz

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    Documentos históricos de la Revolución mexicana - Isidro Fabela

    FUENTES Y DOCUMENTOS DE LA HISTORIA DE MÉXICO


    Documentos históricos de la Revolución mexicana

    DOCUMENTOS HISTÓRICOS

    de la Revolución mexicana

    Revolución y régimen constitucionalista

    II


    Editados por la

    Comisión de Investigaciones Históricas

    de la Revolución Mexicana

    Bajo la dirección de

    ISIDRO FABELA

    Primera edición, 1962

    Primera edición electrónica, 2013

    D. R. © 2013, Banco de México, Fiduciario en el Fideicomiso Isidro Fabela

    Av. 5 de Mayo, 2; col. Centro, del. Cuauhtémoc, 06059 México, D. F.

    D. R. © 1962, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen, tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-1505-3

    Hecho en México - Made in Mexico

    PRÓLOGO

    Habiendo formado parte del primer gabinete de don Venustiano Carranza en la Secretaría de Relaciones Exteriores, los años de 1913 a 1914, considero de mi deber publicar los documentos que obran en mi archivo privado así como aquellos que he podido copiar en otras fuentes de carácter histórico. Tales documentos se refieren a la Historia de la Revolución Constitucionalista iniciada el 19 de febrero de 1913, cuando el gobernador del Estado de Coahuila, don Venustiano Carranza, desconoció al delincuente general Victoriano Huerta que después de traicionar a su jefe nato, el presidente de la República, don Francisco I. Madero, aprehendiéndolo en unión de su gabinete, lo mandó asesinar así como al vicepresidente Pino Suárez, para más tarde constreñir a los miembros de la XXVI Legislatura del Congreso de la Unión, a que le nombraran a él representante del Poder Ejecutivo de la República.

    Ya he manifestado en mi Historia diplomática de la Revolución Mexicana que al escribir esa obra y las que forman la serie de Documentos relativos a tal movimiento insurgente me ha quitado el propósito de formar la historiografía del intenso fenómeno político social que transformó profundamente la vida interna e internacional de nuestra patria.

    El primer volumen de esta colección de Documentos Históricos de la Revolución Mexicana lo entregué a la prestigiada editorial Fondo de Cultura Económica, sin comentarios, porque causas fortuitas me lo impidieron; conformándome con que apareciera sin ellos con tal de que se publicara, pues contiene un acervo estimable de papeles referentes a aquella trascendental insurgencia. Esto con el fin de que otros escritores los aprovechen ya que los documentos constituyen plena prueba respecto a los hechos que relatan.

    Este segundo libro, de la misma obra general que se ocupa de la intervención militar estadounidense en Veracruz (21 de abril a 23 de noviembre de 1914) sí lleva comentarios, los cuales establecen el criterio del autor respecto a los acontecimientos hasta el momento en que las tropas norteamericanas desocuparon nuestro victimado puerto, suceso que el suscrito presenció. Digo esto último porque estando en Tejería al lado del Primer Jefe Carranza, en mi carácter de canciller de su Gobierno, y en la creencia de que al efectuarse la toma del puerto por nuestras fuerzas —según acuerdo diplomático establecido entre las dos cancillerías de México y Washington— pudiera surgir algún incidente internacional imprevisto sugerí al señor Carranza que me permitiera acompañar al general Cándido Aguilar, gobernador de esa entidad federativa y su comandante militar, habiéndome autorizado el Primer Jefe para que así lo hiciera. Por tal acuerdo me incorporé a las fuerzas de aquél, quien me colocó a su derecha para entrar a la ciudad heroica, a caballo, por el Paseo de los Cocos, hoy Avenida Díaz Mirón, hasta ver a los marinos invasores que nos esperaban pecho a tierra en todo el frente perpendicular a la avenida Independencia.

    Según estaba convenido con el general Funston, apenas los infantes de marina nos vieron avanzar paso a paso, se levantaron, primero, rodilla en tierra, después en actitud de firmes, hasta que, dando media vuelta a la izquierda y con sus armas al hombro enfilaron su marcha hacia los muelles donde estaban sus buques. Al abordar todos ellos sus respectivos barcos el jefe de la escuadra norteamericana del Golfo mandó izar nuestra bandera tricolor al toque del himno nacional mexicano para emprender después su salida rumbo a la bocana y abandonar así la tierra que habían conculcado durante siete largos meses de intervención equivocada que nos causó una afrenta que jamás olvidaremos por lo injusta y trágica. Al señor presidente Wilson que la ordenó le produjo un arrepentimiento de los más dolorosos de su vida, pues queriendo castigar con aquel acto ilegal únicamente a Victoriano Huerta, causó él, y nadie más que él, la muerte de muchos de sus compatriotas y de buen número de mexicanos que perdieron la vida por defender su santa tierra y el honor de México.

    La copiosa documentación en que basamos la historia de tal atentado nos demostró dos grandes errores inexcusables del presidente Wilson: primero, su desdén por las normas claras de Derecho Internacional por todo el mundo reconocidas: la no intervención en un Estado independiente y soberano; y segundo, la ignorancia absoluta de la psicología del pueblo mexicano, ya que creyó que los revolucionarios, por el hecho de que la ocupación militar de Veracruz pudiera favorecerlos en su lucha contra el traidor y asesino Huerta, la recibirían con beneplácito.

    El primero de esos errores no tiene disculpas ni atenuantes, pues se trataba de un profesor de gran cultura de la famosa Universidad de Princeton, que sabía perfectamente que no hay derecho contra el derecho de no intervención. Y el segundo, muy grave para nosotros los constitucionalistas, el que nos demostrara que teníamos que luchar, no sólo contra el usurpador Huerta sino contra la incomprensión del representante del Poder Ejecutivo estadounidense que nos menospreciaba hasta el punto de suponer que la ocupación de nuestro suelo patrio no tenía mayor importancia para nosotros.

    Fue necesario que el tiempo probara al profesor Wilson con los hechos históricos de la Revolución Constitucionalista y muy especialmente con la conducta patriótica siempre digna del Primer Jefe Carranza, que al sur del Río Bravo se realizaba un fenómeno social de trascendencia para el porvenir de México y de América; esto es: una guerra civil que era la consecuencia lógica de una dictadura de 30 años que debía de transformar y transformó la vida de la nación mexicana sobre la base de las nuevas instituciones que ella requería con apremio.

    Desgraciadamente, ese desenfado del señor Wilson para tratar de entender las aspiraciones del pueblo mexicano, tuvo larga duración: todo el tiempo en que nos trató en un pie de igualdad a los insurgentes y al gobierno usurpador de Huerta. He aquí una prueba: en los primeros meses de la Revolución dicho supremo mandatario envió a su amigo de confianza, el doctor William Bayard Hale, a entrevistar a Carranza para que le leyera cara a cara la siguiente nota que demuestra no sólo su altivez sino la amenaza que entrañaban sus palabras.

    "El secretario de Estado a William Bayard Hale. Informe usted a los jefes del Norte que este gobierno trata de permitir el paso de armas, pero, antes de llevarlo a cabo, deseamos que usted haga la siguiente declaración: deseamos sobre todo evitar la intervención. Si las vidas o intereses de los americanos o de todos los demás extranjeros son protegidas, creemos que la intervención puede ser evitada, si no, prevemos que estaremos obligados a intervenir. Confiamos en que los jefes del Norte procurarán que no haya motivos para la intervención en su territorio. Firmado: Bryan."[*]

    Estas declaraciones del secretario de Estado, evidentemente suscritas de acuerdo con el presidente Wilson, fueron francamente ilegales, pues todas las revoluciones, por más honestas que sean sus autoridades, causan males inevitables a los extranjeros y nacionales en sus personas o intereses; siendo esto tan cierto que el Derecho Internacional Público establece el principio de que ningún Estado responde por los daños causados en las guerras civiles a nacionales y extranjeros, considerando dichos movimientos sociales como causas de fuerza mayor, de los que nadie responde.

    No obstante tal precepto, tanto el presidente Madero como el Primer Jefe Carranza, que continuó la política maderista a ese respecto, no quisieron usar de tal principio, sino que, dando pruebas de la mejor buena voluntad hacia extranjeros y mexicanos, y a sabiendas de que tal norma no la respetaría el Gobierno estadounidense, se adelantaron a las exigencias que seguramente sobrevendrían por los daños que la guerra civil causaría, principalmente a sus ciudadanos, a cuyo efecto tales altos mandatarios expidieron decretos en que declaraban, uno y otro, que indemnizarían a nacionales y extranjeros por los daños que la Revolución les causara.

    Además, la amenaza de decretar el embargo de armas si no se hacía la declaración pedida por Bayard Hale, era una prueba concluyente de la poca o ninguna estima que le merecía al jefe del gobierno de la Casa Blanca la situación aflictiva de los revolucionarios que no contaban con las armas y pertrechos de guerra que sí tenían los conculcadores de la ley y la moral comandados por el usurpador Huerta. No; no alcanzó a percibir el presidente Wilson que la Revolución Constitucionalista tenía sus raíces en la razón y la necesidad sociales. No estimó aquel estadista, a pesar de ser un verdadero intelectual, que los revolucionarios mexicanos estaban realizando un urgente deber personal y nacional que de no haberlo cumplido hubiesen dado un paso hacia la esclavitud interna y exterior. No quiso comprender el universitario de Princeton que los insurgentes mexicanos estaban dispuestos a fundirse en la paz de la tierra antes que tolerar un régimen que era una deshonra para su patria y una vergüenza para la humanidad.

    Estoy convencido de que todos aquellos revolucionarios de 1913 a 1917, año en que se consumó el movimiento constitucionalista al promulgarse la Constitución que nos rige, tienen el deber de decir lo que hicieron ellos mismos o lo que les consta por testimonios fehacientes. Pero como desgraciadamente la mayor parte de los insurgentes que colaboramos, primero al lado del apóstol Madero y después con el patricio Carranza, han desaparecido, resulta, por mayoría de razón, que los supervivientes de aquella epopeya, sobre todo los escritores que podemos relatar y comentar los hechos tal y como los vimos y juzgamos, debemos escribir cada uno el suyo antes que sea tarde, para que los historiadores que vengan después de nosotros emprendan con éxito, basados en la documentación auténtica que ya tienen a su alcance, la obra cumbre que podemos calificar por antonomasia, la Historia de la Revolución Mexicana, obra que se conoce muy fragmentariamente, pero no en su grandioso conjunto.

    Las muy densas dificultades que tuviera el señor Carranza provenientes de la ocupación castrense en Veracruz, las podrá apreciar el lector en sus múltiples peripecias cuando se dé cuenta, aproximada siquiera, de que las únicas fuerzas que tenía el Primer Jefe para defender el pundonor nacional ante tan arbitraria intervención, eran el derecho y la justicia. Ésas fueron sus únicas armas. De ellas se valió el prudente y a la vez enérgico hombre de Estado, primero para protestar severa y diplomáticamente por el delito internacional perpetrado en Veracruz; y después para valerse de todos los medios que le aconsejaron su tacto y su penetrante inteligencia para insistir reiteradamente en que las fuerzas norteamericanas cesaran de cometer el delito continuo que estaban perpetrando.

    En el conflicto a que este volumen se refiere se dan a conocer los formidables obstáculos con que tropezaba el señor Carranza. Éstos eran varios y evidentes: primero, el hecho de que entraban en juego los intereses de los capitalistas norteamericanos y europeos que miraban el atentado de Veracruz como el primer paso para la intervención total de los Estados Unidos en México, intervención que salvaría sus fuertes capitales invertidos en nuestro país. Segundo, los imperialistas nórdicos pensando en el destino manifiesto creían llegado el momento de extender las fronteras de su insaciable codicia hasta el Canal de Panamá para después seguir más al sur, hasta la Tierra del Fuego. Tercero, los militares norteamericanos estaban ansiosos de entrar en acción como lo hicieron en 1846, contra un enemigo debilitado por la guerra civil, circunstancia que les daría una victoria fácil, porque ya para esa fecha no sólo los revolucionarios y Huerta tenían empeñada una guerra a muerte, sino que los mismos constitucionalistas estaban divididos en dos bandos: el que seguía fiel al señor Carranza como Jefe del Poder Ejecutivo conforme al Plan de Guadalupe y el infidente de la División del Norte que comandaba el general Francisco Villa. Cuarto, cuando la marinería estadounidense tomó la ciudad porteña del Golfo, dividió también en dos bandos antagónicos a los personajes rectores de la política exterior de los Estados Unidos, uno que creyó que el hombre fuerte de México era Doroteo Arango (a) Pancho Villa, tales como el secretario de Estado William I. Bryan, sus agentes diplomáticos León Canova y Fuller así como de manera perseverante el cónsul Carothers, amigo incondicional de Villa y que antes lo había sido de Victoriano Huerta; y el otro que, conociendo la austeridad, la honradez de paradigma y los principios en que fundaba Carranza la firmeza de su conducta, estaba convencido de que don Venustiano, con los suyos, era la persona que encarnaba los ideales de la Revolución, el jefe que podía llevar al triunfo su causa y establecer un gobierno estable que garantizara la paz y los derechos no sólo de sus compatriotas sino de los extranjeros. Tales estadistas fueron, en primer lugar —aunque tardíamente—, el propio presidente Wilson así como John Lind y Bayard Hale, el cual, después de su entrevista con Carranza en Hermosillo, estimó en alto grado la egregia personería de aquel ilustre mexicano. Esto sin contar a determinados escritores de fuste como Arthur S. Link y el propio señor Wilson, quien, al fin, reconociendo sus errores y después de estudiar cuidadosamente nuestro problema sociológico, resultaron verdaderos apologistas de la Revolución Mexicana y de su héroe epónimo Venustiano Carranza.

    Después de leer y releer los documentos de primera mano que transcribo en este libro, así como los comentos que ellos me han sugerido llego a la conclusión íntima, personal, de que no sólo he elaborado esta historia por el placer de escribir, esa dicha inigualable que el escritor experimenta cuando entrega su pensamiento y emociones a los demás en un acto de confesión espontánea de su propia vida; sino que la presentación de los textos auténticos, las exhibiciones de los personajes principales que actuaron en el episodio agresivo e indispensable por una parte, y heroico hasta lo sublime de los defensores de Veracruz, he estructurado una parte importante de nuestra historiografía revolucionaria conocida hasta el presente sólo por relatos muchas veces infundados que corren de boca en boca sin apoyo en documentos que les sirvan de base.

    La historia —dice Febvre— es la ciencia del hombre, ciencia del pasado humano,[1] es decir de los hechos efectuados. Y agrega: la tarea del historiador es encontrar a los hombres que la vivieron.

    Pues bien, yo fui uno de los que encontraron a esos varones que hicieron la Revolución, que forjaron su historia, porque conocí personalmente a muchos de ellos. Y además, como de 1913 a 1914, por todas las contingencias que se conjugaban en contra de la patria era preciso salvarla como nación autónoma en el interior y como Estado independiente y soberano en lo internacional, había que obrar pronto con un patriotismo valiente y puro que no esperara recompensas, que sólo tuviera pasión y esperanzas.

    Afortunadamente esas esperanzas se cumplieron porque los paladines de aquella epopeya memorable jamás desfallecieron y por eso triunfaron. Con los pueblos que no levantan su espíritu a la altura de su deber la historia es implacable, los acusa y condena. Este apotegma no reza con el pueblo mexicano que fue el héroe de la Revolución como Venustiano Carranza su idóneo representante.

    ISIDRO FABELA

    Cuernavaca, Mor., a 5 de diciembre de 1961.


    [*] Isidro Fabela, Historia diplomática de la Revolución Mexicana, 1912-1917, t. I, p. 247, F.C.E., México, 1958.

    [1] Lucien Febvre, Combats pour Histoire, Librairie Armand Colin, París, 1953.

    PROLEGÓMENO

    Como el régimen dictatorial de don Porfirio Díaz toleró la intromisión estadounidense en los negocios domésticos e internacionales de México[1] el nefasto precedente lo recibió como herencia política el gobierno de don Francisco I. Madero. Esta herencia influyó en la ruptura de la unidad revolucionaria antiporfirista;[2] el alzamiento zapatista;[3] el colapso estatal del gobierno maderista; los magnicidios de febrero de 1913;[4] el difícil desarrollo de la Revolución Constitucionalista;[5] y la intervención norteamericana en Veracruz el año de 1914.[6]

    La intervención en México estaba incluida en el programa político-internacional del presidente Taft; y no alcanzó a ejecutarse porque su sucesor, el presidente Wilson, se opuso públicamente a intervenir abiertamente en México, escudándose, privada y oficialmente, en la observancia estricta de postulados humanistas de cultura y civilización, y en el respeto al derecho que tienen los pueblos para autodeterminar libremente sus destinos. Sin embargo, la intención del estilo wilsoniano fue contradicha —si no en México al que el propio defensor salvó de la guerra, aunque no de la intervención en Veracruz, sí en las inexcusables intervenciones en Santo Domingo, Haití y Nicaragua, totalitarias en absoluto (armadas y civiles),[7] inspiradas por los representantes demócratas de los monopolios petroleros, azucareros o siderúrgicos, es decir, por la diplomacia del dólar—.

    Los dos incidentes internacionales ocurridos en Tampico los días 9 y 11 de abril de 1914 entre soldados de la facción huertista y marinos estadounidenses del buque de guerra Dolphin, fueron los pretextos urdidos por el mando naval norteamericano para humillar a Huerta e iniciar con violencias militares la intervención; pero antes, en zonas del dominio villista —del villismo llamado constitucionalista—, habían ocurrido los hechos históricos de repercusión internacional denominados Caso de la mina El Desengaño, Caso de William S. Benton y Caso de Gustavo Bauch.[8] En el primer caso solamente resultaban afectados bienes materiales de origen dudoso y aplicación espuria, cuyos pingües beneficios usufructuaban, en sociedad, una mayoría de súbditos españoles y cierta minoría formada por ciudadanos mexicanos y un norteamericano. En los otros dos casos perdieron la vida, asesinados, un súbdito inglés residente en territorio de la Unión Americana, y un ciudadano estadounidense que había vivido entre contrabandos de armas y servicio de espionaje en contra de los constitucionalistas.

    El Caso de la mina El Desengaño sirvió —entre otros buenos fines— para que el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista evidenciara ante la sociedad de Estados soberanos cuál iba a ser en lo sucesivo —cuál era ya—, en el campo de las relaciones internacionales, la vertical actitud inquebrantable del adalid que representaba los principios de la Constitución mexicana. Inesperadamente surgía ante los asombrados ojos de todas las naciones la gallarda conducta de un estadista respetuoso de sí mismo y de la dignidad incólume de su investidura.

    Esta postura cívico-moral del Primer Jefe Carranza no había tenido antecesores de su limpia calidad política a todo lo largo de la historia del México independiente. Don Venustiano Carranza estableció la norma jurídico-moral requerida para que México actuara, real y verdaderamente, a partir de entonces, como Estado soberano.

    Antes de ocurrir el incidente de la mina El Desengaño, en el curso del último trimestre de 1913, el señor William Bayard Hale, representante especial del presidente Wilson, en sus contactos con la Primera Jefatura del Ejército Constitucionalista, al exponer claramente las ideas directoras de la política exterior norteamericana en los asuntos internos y externos de México, obtuvo del señor Carranza la respuesta definitoria de la conducta gubernamental del Constitucionalismo, puesta en vigor, como regla legal, desde el momento en que el gobernador de Coahuila desconoció al usurpador Huerta como gobernante supremo de nuestra nación. Ya no quedaba duda de que el señor Carranza recorrería sin vacilaciones la ruta que le habían trazado su respeto al decoro patrio y a la ley. El Primer Jefe sabía bien que tendría que afrontar, más pronto o más tarde, la franca amenaza de la intervención militar norteamericana. Espiritualmente, estaba preparado para ello. En este estado de conciencia radicó su fortaleza de granito.

    Los casos Benton y Bauch, con ser el resultado de las conductas de las víctimas al concitar en contra de sí mismos los arrebatos de la ira violenta de Francisco Villa, exacerbaron a un grado máximo los ánimos de los gobernantes estadounidenses —y europeos— soliviantando la opinión pública norteamericana contra la Revolución Constitucionalista, entre la grita tendenciosa de la prensa amarilla de los Estados Unidos. La intervención norteamericana quedaba a tres meses escasos de distancia.

    El asesinato de Benton ocurrió el 16 de febrero de 1914, en Ciudad Juárez.[9] Ahí mismo, el 18, fue victimado Bauch. El primero pereció acusado de pretender arrebatar a balazos la vida de Arango. El segundo murió —desapareció— por estar convicto de ser espía de Huerta. Bauch fue un franco contraventor de la ley; Benton encontró la muerte por reclamarle coléricamente a Villa los despojos de que estaba siendo víctima. En ninguno de los dos casos se justificará jamás el impulsivismo homicida del jefe de la División del Norte y sus secuaces.

    En conclusión, Villa provoca con sus actos irreflexivos e incontrolables las airadas representaciones de los Estados Unidos ante el Primer Jefe Carranza, suscitando el ansia intervencionista estadounidense; y un general académico, Huerta, asesino también en grado de magnicida, provoca con sus crímenes las intolerables reclamaciones de Washington, que no fueron satisfechas. Era el 9 de abril de 1914. La flota norteamericana engrasaba sus cañones para bombardear el puerto de Veracruz.

    Sobre dos militares punibles —Villa y Huerta— recae toda la responsabilidad histórica de la intervención norteamericana de 1914.

    Don Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, rompe la norma de la servidumbre política ante el poder exterior, frente a los úkases de Washington; no solamente en una situación circunstancial de emergencia, sino para siempre. Así queda como ejemplo permanente para todos los futuros presidentes de México, y de todos los jefes de Estado iberoamericanos; y para muchos otros jefes de nación, en todos los continentes.


    [1] Lic. Isidro Fabela, Historia diplomática de la Revolución Mexicana, t. I, cap. La diplomacia porfirista (Casos Hampton, Compañía Mexicana de Luz y Fuerza, Minas de San Juan Taviche, Expulsión de don José Santos Zelaya, Desaire a Rubén Darío); y caps. El Presidente Taft ante la Revolución Mexicana, Los diplomáticos piden su renuncia al Presidente, Madero se dirige a Taft. F.C.E., México, 1958.

    [2] Ibid., cap. Revolución que transa es revolución perdida.

    [3] Ibid., cap. El gobierno del presidente Madero.

    [4] Ibid., caps. El embajador y Huerta principian a ponerse de acuerdo, La impresión en Washington. Taft no oculta su satisfacción. Madero no contaba con su simpatía.

    [5] Ibid., caps. Instrucciones completas al embajador Lane Wilson, Lind y el gobierno de Huerta y El caso de William Bayard Hale.

    [6] Ibid., La ocupación de Veracruz.

    [7] Lic. Isidro Fabela, Los Estados Unidos contra la libertad, Barcelona, 1918.

    [8] Lic. Isidro Fabela, Historia diplomática de la Revolución Mexicana, caps. Caso de la mina El Desengaño, Caso Benton, Caso Bauch. F.C.E., México, 1958.

    [9] Don Luis Aguirre Benavides, que fuera secretario particular del general Villa, afirma que Benton fue asesinado en Samalayuca, a escasos kilómetros de Juárez… Revista Impacto, México, números correspondientes a marzo de 1959.

    El "Acta del Consejo Extraordinario de Guerra, instruido al súbdito inglés Guillermo Benton, está fechada en Ciudad Juárez, y en sus puntos resolutivos 2º y 3º, a la letra dice:

    "2º Por tal delito se le condena a sufrir la pena de muerte.

    "3º Comuníquese esta resolución al comandante militar de la plaza para su cumplimiento".

    La verdad histórica es que a efecto de ejecutar tal sentencia, el cadáver de William Benton fue exhumado de su rústica sepultura para ser fusilado después, a fin de acatar el mandato del Consejo Extraordinario de Guerra instruido post mortem a la víctima para calmar la excitación de la opinión pública nacional y extranjera, que estaba indignada ante el crimen cometido por Rodolfo Fierro y exigía saber cómo había sido ultimado el hacendado inglés.

    Benton vio cavar su fosa pidiéndole al homicida que la hicieran más honda para que no sacaran su cuerpo los coyotes. En esos momentos, Rodolfo Fierro le pegó un tiro en la nuca. Después de esto vino el Consejo Extraordinario de Guerra, pues como dijo Villa furioso contra Fierro: Yo no dije que lo asesinaran, ordené que lo fusilaran.

    DOCUMENTOS HISTÓRICOS

    DE LA

    REVOLUCIÓN MEXICANA

    Revolución y régimen constitucionalista

    II

    1Incidente ocurrido entre unos marinos del barco americano Dolphin, en el puerto de Tampico, y el coronel Ramón H. Hinojosa, que tenía a sus órdenes fuerzas del Estado de Tamaulipas.

    [A.R.E., S.N.]

    El canciller huertista se dirigió al encargado de negocios de los Estados Unidos,[1] informándole que la Secretaría de Guerra y Marina (del régimen de la usurpación) le había comunicado el incidente ocurrido el día anterior (9 de abril) entre las fuerzas de la guarnición de Tampico y unos marinos del buque de guerra norteamericano Dolphin y que conocía la nota ultimátum de cinco capítulos[2] presentada por el almirante Mayo al general Morelos Zaragoza. Creo —decía el canciller del general Huerta— que bastará a Vuestra Señoría conocer estos hechos para que se sirva telegrafiar desde luego al cónsul de los Estados Unidos de América en Tampico, y al almirante Mayo, a fin de que se retiren sus peticiones, supuesto que, sin discutir si caben dentro de las atribuciones que dichos funcionarios desempeñan o si aquella nota ultimátum se ajusta o no al derecho internacional, carecen de justificación los capítulos de la misma, después de las satisfacciones dadas por el general jefe de las armas en Tampico, y del castigo impuesto al coronel Hinojosa. Reitero a Vuestra Señoría…

    COMENTARIO AL DOCUMENTO

    Esta comunicación de la cancillería del gobierno usurpado por Victoriano Huerta es absolutamente correcta desde el punto de vista del Derecho Internacional. El coronel Hinojosa cumplió con su deber al aprehender a los marinos extranjeros uniformados, que, sin permiso alguno de las autoridades públicas saltaron a tierra, fuera para lo que fuese. Pero el incidente debió haberse dado por concluido una vez que el general Ignacio Morelos Zaragoza ordenó que fueran puestos en libertad los infantes presos, al enterarse de los acontecimientos y recibir las explicaciones del caso, que fueron las de que los marinos del Dolphin habían saltado a tierra a fin de proveerse de gasolina para su lancha. Mas como el almirante Mayo lo que buscaba era un pretexto para provocar incidentes y humillar a las autoridades huertistas, pidió satisfacciones desmedidas que originaron el comunicado transcrito: y al ser rechazado por Victoriano Huerta el cumplimiento de la infamante condición de la nota norteamericana, quedó abierta la puerta para que el presidente Wilson aplicara contra México y su pueblo la tradicional política intervencionista de poder y fuerza de los Estados Unidos.

    El incidente causado por los marinos del Dolphin y por la absurda conducta del almirante Mayo provocó, poco más tarde, la ocupación militar de Veracruz por los Estados Unidos; hecho antijurídico e inhumano que ocasionó muchas víctimas inocentes no sólo de nacionalidad mexicana y norteamericana, sino también de otras ciudadanías, principalmente de la española. Vidas cuya pérdida es imputable tanto al citado almirante como al presidente Wilson, quien ordenó la intervención armada.

    En último análisis las órdenes de Wilson nacieron de sus propósitos irreductibles de castigar a Huerta, a quien consideraba, y con sobrada razón, un criminal que había asesinado al presidente Madero y al vicepresidente Pino Suárez, motivo por el cual no debía ocupar la Presidencia de México que había usurpado por la violencia, cometiendo una serie de crímenes proditorios que le repugnaban al profesor de Princeton, como al mundo entero.

    Pero con todo, el presidente Wilson no tenía derecho de castigar a una nación por los actos de un gobernante criminal; y no previó —éste fue su principal error— que el pueblo veracruzano y los cadetes de la Escuela Naval hicieran resistencia heroica al defender su territorio patrio. Por eso se arrepintió de su conducta cuando supo la muerte de sus compatriotas y de los valientes mexicanos que unidos a ciudadanos de otras nacionalidades sucumbieron por su culpa.


    [1] Aunque esta nota no aparece firmada en los archivos de la Secretaría de Relaciones Exteriores, se supone que o fue dirigida por el entonces canciller licenciado José López Portillo y Rojas o por el subsecretario señor licenciado Roberto Esteva Ruiz.

    Este documento aparece íntegro en la Historia diplomática de la Revolución Mexicana, t. I, pp. 312 y 313. F.C.E., México, 1958.

    [2] "Debo exigir que usted me envíe, por medio de personas apropiadas de su Estado Mayor, una formal desaprobación del acto y sus disculpas por el mismo, junto con su seguridad de que el oficial responsable del mismo recibirá un severo castigo. Y también que usted ice públicamente la bandera norteamericana en la playa, en un lugar prominente, y la salude con veintiún cañonazos, saludo que será debidamente contestado por este barco. Su respuesta a este comunicado deberá llegarme, y el saludo que se pide producirse dentro de las veinticuatro horas siguientes, a partir de las 6 p.m. de hoy (H. T. Mayo a M. Zaragoza, 9 de abril de 1914, Foreign Relations, 1914, pp. 448-449. Citado por A. S. Link, La política de los Estados Unidos en América Latina).

    "El caso habría pasado sin que se llegara a una crisis, sin embargo, si el presidente Wilson no hubiese estado buscando un pretexto

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